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III DOMINGO DE ADVIENTO (C) «GAUDETE»

 

EVANGELIO

Y nosotros, ¿qué debemos hacer? (cf. Lc 3, 10-18)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

«¿Entonces, qué debemos hacer?».

Él contestaba:

«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:

«Maestro, ¿qué debemos hacemos nosotros?».

Él les contestó:

«No exijáis más de lo establecido».

Unos soldados igualmente le preguntaban:

«Y nosotros, ¿qué debemos hacer?».

Él les contestó:

«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».

Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:

«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».

Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

Palabra del Señor.

LECTURA ESPIRITUAL Y HOMILÍA

San Agustín

«Produzcan frutos de penitencia»

«Tú dices: “¡Pero este soldado me hizo tanto mal!”. Quisiera saber, si tú fueras militar, si no harías lo mismo. No es que queremos que los militares hagan tales cosas, como afligir a los pobres. No lo queremos, queremos que también ellos escuchen el Evangelio. No es la “milicia” la que prohíbe hacer el bien, sino la “malicia”.

Llegando unos soldados al bautismo de Juan, le dijeron: ¿Qué debemos hacer? Juan les respondió: No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo (Lc 3, 14). Es verdad, hermanos, si los militares fueran así, esta República sería feliz; pero no sólo si los militares fueran así, sino también si los cobradores de impuestos fueran como aquí se describe. Efectivamente los publicanos, es decir los cobradores de impuestos, le dijeron: Y nosotros, ¿qué debemos hacer? Se les respondió: No exijan más de lo establecido (Lc 3, 12-13). Fue corregido el militar, fue corregido el recaudador; ¡que también sea corregido el gobernante! Tienes una corrección dirigida a todos. ¿Qué debemos hacer todos? El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto (Jn 3, 10-11). Queremos que los militares escuchen lo que enseñó Cristo: escuchémoslo también nosotros, porque Cristo no es sólo para ellos y para nosotros no, ni Dios es suyo y no nuestro. Escuchemos todos y vivamos en la paz del corazón» (S. 302, 15).

«Conviene que Él crezca y que yo disminuya (Jn 3, 30). Esto se muestra por los respectivos nacimientos de la Palabra y de la Voz. La Palabra nació el 25 de diciembre, cuando comienzan a crecer los días; la Voz nació antes que la Palabra de Dios, cuando los días comienzan a disminuir. Conviene —dijo— que Él crezca y que yo disminuya. Y eso mismo mostraron sus pasiones: disminuyó Juan al ser decapitado; creció Cristo elevado en la cruz» (S. 293 A, 6).

«Produzcan frutos dignos de penitencia» (Lc 3, 8). Quien no posea estos frutos, inútilmente piensa que su estéril penitencia le va a merecer el perdón de los pecados. Cuáles son estos frutos, él mismo lo mostró a continuación. A la gente que le preguntaba: ¿Qué debemos hacer?, es decir ¿cuáles son estos frutos que, con amenazas, nos animas a producir? Él les respondía: El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto (Jn 3, 10-11). ¿Hay, hermanos, algo más claro, más seguro o más tangible? Lo que dijo antes: Todo árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego, ¿es distinto de lo que escucharán los que estén a la izquierda: Vayan al fuego eterno, porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer (Mt 25, 41-42)? Entonces no es suficiente dejar de pecar, si se descuida remediar los pecados pasados, como está escrito: ¿Pecaste, hijo mío? No lo vuelvas a hacer, pero para que no se creyera seguro con esto sólo, agregó: Y suplica para que tus pecados pasados te sean perdonados (Eclo 21, 1). Pero, ¿de qué servirá suplicar si no te haces digno de ser escuchado produciendo frutos dignos de penitencia para no ser cortado y arrojado al fuego como un árbol estéril? Por lo tanto, si quieren ser escuchados cuando suplican por sus pecados: Perdonen y serán perdonados, den y se les dará (Lc 6, 37-38)» (S. 389, 6). (S. Agustín, Comentarios a los evangelios dominicales y festivos, Ciclo C [Religión y Cultura, Buenos Aires, 2006] pp. 15-16).

 

Papa Francisco
Ángelus

Plaza de San Pedro
III Domingo de Adviento, 13 de diciembre de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de hoy hay una pregunta que se repite tres veces: «¿Qué cosa tenemos que hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Se la dirigen a Juan el Bautista tres categorías de personas: primero, la multitud en general; segundo, los publicanos, es decir los cobradores de impuestos; y tercero, algunos soldados. Cada uno de estos grupos pregunta al profeta qué debe hacer para realizar la conversión que él está predicando. A la pregunta de la multitud, Juan responde que compartan los bienes de primera necesidad. Al primer grupo, a la multitud, le dice que compartan los bienes de primera necesidad, y dice así: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo» (v. 11). Después, al segundo grupo, al de los cobradores de los impuestos, les dice que no exijan nada más que la suma debida (cf. v. 13). ¿Qué quiere decir esto? No pedir sobornos. Es claro el Bautista. Y al tercer grupo, a los soldados, les pide no extorsionar a nadie y de contentarse con su salario (cf. v. 14). Son las respuestas a las tres preguntas de estos grupos. Tres respuestas para un idéntico camino de conversión que se manifiesta en compromisos concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su predicación: el camino del amor real en favor del prójimo.

De estas advertencias de Juan el Bautista entendemos cuáles eran las tendencias generales de quien en esa época tenía el poder, bajo las formas más diversas. Las cosas no han cambiado tanto. No obstante, ninguna categoría de personas está excluida de recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación, ni tan siquiera los publicanos considerados pecadores por definición: tampoco ellos están excluidos de la salvación. Dios no excluye a nadie de la posibilidad de salvarse. Él está —se puede decir— ansioso por usar misericordia, usarla hacia todos, acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y el perdón.

Esta pregunta —¿qué tenemos que hacer?— la sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite, con las palabras de Juan, que es preciso convertirse, es necesario cambiar dirección de marcha y tomar el camino de la justicia, la solidaridad, la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana. ¡Convertíos! Es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a descubrir nuevamente una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor experimenta la alegría. El profeta Sofonías nos dice hoy: «Alégrate, hija de Sión», dirigido a Jerusalén (Sof 3, 14); y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos filipenses: «Alegraos siempre en el Señor» (Fil 4, 4). Hoy se necesita valentía para hablar de alegría, ¡se necesita sobre todo fe! El mundo se ve acosado por muchos problemas, el futuro gravado por incógnitas y temores. Y sin embargo el cristiano es una persona alegre, y su alegría no es algo superficial y efímero, sino profunda y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la certeza que «el Señor está cerca» (Fil 4, 5). Está cerca con su ternura, su misericordia, su perdón y su amor. Que la Virgen María nos ayude a fortalecer nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, al Dios de la misericordia, que siempre quiere habitar entre sus hijos. Y que nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir también la sonrisa. (cf. vatican.va).

NOTA: Las palabras en negrita han sido resaltadas por la web de Prado Nuevo.