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La fe inocente de los niños ¡Ven, Niño Jesús!

Los eventos que vamos a narrar los publicó por primera vez la periodista católica polaca afincada en París Maria Winowska, en su libro «Les Voleurs de Dieu». La fuente de la historia es un sacerdote húngaro, al que la periodista llama «Padre Norbert». Los hechos sucedieron en la escuela del pueblo húngaro que él atendía, cuyo nombre no especifica, pero indica que tenía unos mil quinientos habitantes. La fuente del sacerdote son varias de las niñas que lo presenciaron todo.

 

La maestra, doña Gertrudis

Se acercaban las fiestas de Navidad de 1955 en aquel pueblo húngaro bajo la dictadura comunista. La maestra, doña Gertrudis, tenía como objetivo educar a las niñas de la escuela en el ateísmo y el materialismo marxista.

El párroco Norbert lo narra así a la periodista Winowska: «Ella aprovechaba cualquier ocasión para burlarse, denigrar y despreciar la fe de sus alumnas. La tomaba sobre todo con las niñas que recibían con frecuencia la Sagrada Comunión. En el curso de 4º A, la mejor alumna era Ángela. No sólo era muy inteligente, sino además era una chiquilla buena y generosa, gracias a lo cual se ganaba la simpatía de sus compañeras.

Un día me pidió permiso para recibir a diario la Sagrada Comunión. Le pregunté: “¿Sabes a lo que te expones?”. Riéndose, me respondió muy resoluta: “Señor cura, a ella le costará trabajo pillarme haciendo alguna falta, se lo aseguro”». Doña Gertrudis se embarcó entonces en una auténtica campaña por encontrar fallos a su devota alumna de 10 años y hacerle la vida difícil.

La fe una superstición

El 17 de diciembre, la maestra puso de pie a Ángela en medio de clase, rodeada de sus compañeras, y le planteó lo siguiente:
—A ver, niña mía, cuando tus padres te llaman, ¿qué sucede? Que vienes. Y si llaman al deshollinador, él viene. Pero si llaman a tu abuela no vendrá, porque está muerta. Y si llaman a Caperucita Roja, o la Cenicienta o al Gato con Botas, ¿qué pasará?

—No vendrá nadie, porque son personajes de cuentos —respondió Ángela.

—Perfecto. Como podéis ver, niñas, los vivos, los que existen, responden a la llamada, mientras que los que no responden o no existen o han dejado de vivir. ¿Está claro, ¿no? —Sí —respondió a coro la clase. —Supongamos ahora que llamáis al Niño Jesús. ¿Hay entre vosotras alguna que todavía crea en el Niño Jesús?

—planteó la maestra. Después de un instante de silencio, algunas niñas dijeron tímidamente: «Sí, sí». La maestra preguntó directamente a Ángela, y la niña respondió: «Sí, yo creo que Él me escucha».

—Muy bien, hagamos el experimento —dijo doña Gertrudis—. Si el Niño Jesús existe, oirá vuestra llamada. Gritad, pues, todas juntas y muy fuerte: «¡Ven, Niño Jesús! A la una, a las dos… ¡Y a las tres!»

Las niñas, cabizbajas, no se atrevían a hacerlo. Aquel silencio lleno de tensión quedó roto por el estallido de una sarcástica carcajada de la maestra.

—Aquí es a donde quería yo haceros llegar. Aquí está mi prueba. Vosotras no os atrevéis a llamarle, porque sabéis bien que él no va a venir, ¡vuestro Niño Jesús! Y si no os escucha es porque no existe, como Caperucita Roja o Blancanieves; es porque no es más que un mito, una historia para mujeres buenas que ronronean junto al fuego y que nadie se toma en serio, porque no es verdadera —proclamaba doña Gertrudis, triunfante.

Las niñas, calladas y desconcertadas, pensaban que aquél parecía un argumento de peso. Si el Niño Jesús existe, ¿por qué no se le puede ver?

Sucede lo inesperado

De repente, sucedió lo inesperado. Ángela se colocó en medio del aula —se entiende que entre las niñas, alejándose de la pizarra y la maestra— y con un brillo en los ojos dijo:

—Pues bien, nosotras lo llamaremos. ¿Me oís? Todas juntas: ¡Ven, Niño Jesús!

Las niñas dudaron un poco, pero Ángela lo pidió de nuevo y ellas repitieron el llamado: «¡Ven, Niño Jesús!».

La narración de Winowska, a partir del testimonio del párroco, es detallada, y al parecer se basa en la narración de varias de las niñas, no sólo de una, ya que habla de lo que «contaban después».

«Las niñas no estaban mirando en dirección a la puerta. Su vista la tenían dirigida al frente, hacia Ángela. Entonces, la puerta se abrió silenciosamente. Las alumnas miraron sin querer hacia la entrada del aula, cuando —como contaban después— “toda la luz del día huyó de repente hacia la puerta”.

Esa claridad se hacía cada vez más intensa, hasta que al final se formó algo parecido a una esfera de luz. Las niñas quedaron atemorizadas por aquel fenómeno inesperado. Tenían tanto miedo que incluso eran incapaces de gritar». «De repente, la esfera luminosa se entreabrió y apareció dentro un niño muy pequeño. El bebé sonrió a la clase, pero no dijo nada. Como recordaban luego las que habían participado en este acontecimiento extraordinario, se trataba de un bebé “hermoso como nunca antes ellas habían visto”, y su presencia “era de una inmensa dulzura”. El niñito “estaba vestido de blanco y parecía un solecito”». «Las alumnas dejaron de sentir temor y la alegría se adueñó de ellas.

Algunas niñas se quejaban de que les dolían los ojos por el resplandor que irradiaba Jesús. Otras, en cambio, podían contemplarlo sin problemas. El bebé no decía nada, solamente sonreía. Al final, desapareció en la esfera de luz, la cual también se fue difuminando poco a poco. La puerta, sin embargo, se cerró igual en silencio».

Un silencio, unos gritos, una oración…

«Todo este hecho duró… ¿un instante, un cuarto de hora, una hora? En esta cuestión hay diversidad de pareceres. Con toda seguridad no debió superar el límite de tiempo que marca lo que dura una clase. Las niñas no salían de su asombro y de la impresión eran incapaces de emitir cualquier sonido».

«El silencio lo rompieron, no obstante, los gritos estridentes de la maestra: “¡Ha venido, ha venido!”. A continuación, salió corriendo del aula, dando un portazo tras de sí. Ángela, en cambio, “parecía salir de un sueño”. Ella dijo simplemente: “¿Lo veis? Él existe. Y ahora, vamos a darle las gracias”. Todas las niñas se pusieron sumisamente de rodillas y rezaron el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria. Después sonó la sirena del colegio y las alumnas salieron al recreo».

«Esta historia, evidentemente, se difundió enseguida, puesto que doña Gertrudis repetía sin cesar: “¡Ha venido! ¡Ha venido!”. En tal estado no podía quedarse más tiempo en la escuela. Al final de todo, la internaron en un hospital psiquiátrico. Intenté verme con ella, pero fue en vano, ya que no estaba permitido a los sacerdotes entrar en un centro para enfermos mentales. Ángela, en cambio, al acabar la escuela se dedicó a ayudar a su madre, cuidando de sus hermanos pequeños. Pienso que la vocación iba madurando despacio en ella, pero desde que abandoné Hungría no tengo noticias al respecto», concluye la narración que redacta Winowska a partir de las palabras del sacerdote húngaro.

Seis décadas después

En 2015 han pasado 60 años desde los hechos y hace mucho que cayó el comunismo en Hungría. Las niñas —parece que fueron varias las que contaron el hecho al párroco— hoy tendrían 70 años. El pueblo de los hechos no se conoce, aunque el sacerdote dijo en su momento que «esta historia, evidentemente, se difundió enseguida». Pero el detalle del tamaño del pueblo, que se conozca que era la clase 4º A (un detalle importante para unas niñas), que sucediera ante varios testigos, que Ángela cambiase de posición colocándose en el centro de la clase, el detalle de la puerta que se abre (¿no basta con la aparición de una luz?), el hecho de que el Niño no diga nada y que tampoco esté la Virgen, el miedo primero, el silencio reverente después, la oración final… Todos esos datos dan credibilidad al relato.

Cuando Winowska lo publicó en plena Guerra Fría, sin duda reforzó la fe y la esperanza de mucho cristianos a ambos lados del tiránico Telón de Acero.

 

Revista Prado Nuevo nº 27. Anécdotas para el alma

 

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