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Verdaderas y falsas apariciones: criterios de discernimiento (III)

 

Un mundo desconocido y mal entendido (Tercera parte)

Cf. Las apariciones marianas en la vida de la Iglesia (Salamanca, 1987) pp. 115-131.

Culminamos este interesante trabajo con la tercera y última entrega sobre los criterios de discernimiento. Exponemos hoy los elementos necesarios para formarse un juicio definitivo ante una supuesta aparición, la actitud de la Iglesia, algunas observaciones y precisiones, y la conclusión.

 

I. Juicio definitivo

Es necesario aclarar todavía y aquilatar los elementos necesarios para formarse un juicio definitivo.

1. Sobrenaturalidad divina

No basta demostrar la sobrenaturalidad del hecho, sino que hay que especificar que sea divina.

Puede darse el caso de que el hecho sobrenatural sea de tal naturaleza que su realización sobrepase el poder satánico o angélico; entonces, por sí solo, basta para probar que es de Dios. Pero en la mayoría de los casos, quizás no sea así. Será necesario, pues, buscar otro elemento.

2. Conjunto de hechos

No bastará quedarse en un hecho o en una aparición, si éstas se repiten o multiplican. Si en todas ellas no hallamos ningún elemento negativo firme, y, por el contrario, todo nos induce a confirmar la autenticidad o intervención divina, podremos con razón opinar tranquilos a favor. Con todo, no olvidemos que, para determinar la falsedad, bastará un elemento ciertamente falso; y para afirmar la veracidad ha de ser todo verdadero (bonum ex integra causa, malum ex quocumque defecto). Si no existe razón o elemento negativo firme, se tiene una garantía. ¿Se tiene ya una seguridad? Todavía es menester tener en cuenta otro factor: los efectos.

3. Los efectos

Llegamos a esta fase cuando no existe ningún elemento negativo firme.

De la impresión que ha causado en el ánimo de una persona un hecho que ha creído subjetiva y sinceramente de Dios, pueden seguirse muy buenos efectos.

Este elemento de los efectos o frutos de la aparición es muy válido en el caso de las apariciones duraderas o largas en el tiempo y en la repetición de éxtasis. La razón es que todo lo que es diabólico tiene un fin malo, o si es momentáneamente bueno, a la larga llevará a mal fin. Las cosas de Dios, por el contrario, procuran el bien espiritual. Si, pues, un conjunto de apariciones produce una renovación espiritual permanente, profunda y tal vez universal (es decir, en un lugar, pueblo, región, nación…), ofrece garantías de veracidad. Lleva el sello de Dios.

A esto hay que añadir, como elemento de seguridad, la continuidad —después de las apariciones— de la intervención divina con prodigios o milagros. Tal es el caso de Lourdes, La Salette, Fátima…

 

II. La actitud de la Iglesia

Con lo que acabamos de decir se demuestra la prudencia de la Iglesia en tardar a declarar auténticas o falsas algunas apariciones. Será más fácil rechazarlas que aprobarlas, ya que un solo elemento negativo basta para la negación. Para la aprobación, en cambio, se requiere un profundo examen. El tiempo juega un papel muy importante, porque permite examinar bien los efectos.

También es importante distinguir entre el parecer de tal o cual teólogo, obispo, en particular, y el dictamen final de la Iglesia. Aun en el caso de aprobación, la Iglesia no impone como objeto de fe la veracidad de la aparición y su mensaje; deja plena libertad. La Revelación, objeto de fe, se terminó con el último de los Apóstoles.

 

Cuerpo incorrupto de Santa Bernardette

Cuerpo incorrupto de Santa Bernardette

III. Observaciones y precisiones

1. El vidente o los videntes

Ante todo, se corre el peligro de creer que porque han visto a la Virgen o a Jesús, están obligados a llevar una vida de santidad irreprochable. Sería de desear; de hecho, a muchos les ha ocasionado la conversión total, una vida de virtud, o la vocación a la vida religiosa. Pero esto no es esencial para la veracidad del hecho sobrenatural.

2. Los mensajes

Santo Tomás y muchos autores afirman que en las apariciones se trata de cuerpos aparentes, no reales, sin que esto obste a la realidad de la aparición. Si, pues, la visión no es de un cuerpo físico objetivo, tampoco la voz es menester que lo sea. La comunicación de la Virgen con el vidente se puede producir por ideas, que el vidente traduce en palabras —las suyas, su lenguaje— y que tiene la impresión de escucharlas.

3. La interpretación de los mensajes

Éste es un elemento muy importante que hay que matizar. Es muy conveniente registrar con aparatos modernos lo que el vidente dice en estado de éxtasis, porque, cuando posteriormente se le pregunte, puede suceder que se equivoque al interpretar. Esto sucede más fácilmente si se le pregunta después de bastante tiempo de algún mensaje. No lo recuerda al pie de la letra y da la versión que responde más o menos al fondo.

4. Estado psicológico del vidente

En muchos de los casos que se dan en nuestros días, los videntes dicen que sienten una «llamada» o sentimiento interno que les lleva al lugar de la aparición. Entonces, ocurre que el vidente va ya «prevenido» y esperando el éxtasis o aparición. Llega al lugar, habla con la gente o se pone a rezar.

Los grandes místicos distinguen las fases del proceso por las que pasa la mente del vidente en la aparición: durante la entrada es todavía el vidente el que piensa. Al comenzar a ver la aparición ha continuado, por lo menos en el subconsciente, con aquello que estaba pensando o hablando; durante la estancia, poco a poco ha ido saliendo de sí mismo y adentrándose en la aparición; ahora es cuando Dios o la Virgen se le comunican y actúan, y el vidente transmite —con sus palabras, con su lenguaje— lo que la Virgen le dice. Finalmente, durante la salida, ha desaparecido la visión y el vidente ha continuado por un rato en el ambiente extático, hasta que ha vuelto totalmente en sí.

 

IV. Conclusión

San Pablo escribía: «No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal» (1 Ts 4, 19-22). Aquí tenemos una clara referencia a los carismas; los que hay que aceptar una vez comprobada su autenticidad, porque vienen del Espíritu Santo; pero igualmente seguir la recomendación del Apóstol: examinar, demostrar su autenticidad, juzgar, porque también el espíritu del mal puede engañarnos con falsos carismas.

Si la Virgen Santísima quiere en este tiempo —en que el Príncipe de las tinieblas anda tan suelto por el mundo— aparecerse para irradiar la luz de la verdad y ejercer su misión de Madre, Ella cuidará de iluminar al representante de su Divino Hijo en la Tierra, para que acierte a distinguirla y descubrirla, a fin de que su Corazón Inmaculado finalmente triunfe y el Reinado de Cristo se establezca en la Tierra.

 

(Revista Prado Nuevo nº 20. Verdaderas y falsas apariciones)

 

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