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La consagración de Rusia y el examen de la caridad

 

Mensaje del 2 de octubre de 1981

«Mira, hija mía, cómo está mi Corazón; está traspasado de dolor. Mira, cómo sangra por todos mis hijos; por todos, sin distinción de razas. Pedid mucho por la conversión de Rusia; Rusia es el azote de la Humanidad; pedid que se convierta».

El amor de la Virgen María es universal: se extiende a toda la Humanidad sin hacer distinciones por motivo de raza, cultura, condición social, etc. Ama con amor maternal; es Madre de todos los hombres («Madre de los vivientes»[1] la llama el Concilio Vaticano II), a todos conoce y se preocupa por ellos, ya que tienen un alma que salvar. Su Hijo, Jesucristo, es nuestro Redentor, y María le proporcionó, de su seno virginal, la sangre que vertió en la Cruz por nuestro amor. Esa relación filial depende, después, del conocimiento y aceptación que cada uno de nosotros tengamos de Ella. También la Iglesia es universal o católica; así, dijo Jesús resucitado a los apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). La santísima Virgen es, de modo más específico, Madre de la Iglesia —como la declaró Pablo VI[2]— y vela por ésta con solicitud amorosa.

La petición por la conversión de Rusia aparece repetidas veces en los mensajes, de manera semejante a como lo hiciera la Madre de Dios en Fátima. «Ofrece tus dolores por la conversión de Rusia, hija mía», le dice a Luz Amparo pocos días después (23-10-1981); y en fecha posterior insiste sobre el tema, pidiendo la consagración de «Rusia particular» (3-5-1986), como requisito para lograr su vuelta a Dios. Se nota el valor especial que otorga la Virgen a esta petición.

Para lograr la conversión de Rusia, la paz del mundo y el triunfo de su Corazón, pidió nuestra Señora en Fátima (1917) consagrar dicha nación a su Inmaculado Corazón. Los Papas siguientes a esta manifestación mariana hicieron diferentes consagraciones. El Papa san Juan Pablo II hizo la consagración del mundo, el 13 de mayo de 1982 en Fátima, justo al año siguiente del atentado que estuvo a punto de costarle la vida. El 25 de marzo de 1984, el mismo Pontífice realizó otra consagración sin citar tampoco explícitamente a Rusia. Si bien la Virgen insiste en el mensaje referido —«Pido la consagración a Rusia particular»—, mostró, en su momento, agrado por esta consagración del mundo a su Corazón, que se llevó a cabo en muchas partes el día 24 y en Roma el día 25, conforme a las dos opciones que dio el Papa en su Carta Pontificia a los obispos (8-12-1983). Decía Ella entonces, dando por hecha esa consagración:

«El Vicario de Cristo, mi amado hijo, hija mía, este hombre ha consagrado el globo terrestre (…); ahora corresponde a los humanos coger esas gracias…» (24-3-1984).

En realidad, el día 24 (sábado) de ese año se celebró anticipadamente la solemnidad de la Anunciación (25 de marzo), al coincidir ésta con el tercer domingo de Cuaresma. En Prado Nuevo, la consagración se hizo el día 24 de marzo, sábado, uniéndose así a esta intención del Papa san Juan Pablo II.

 

El Hijo del hombre vendrá

«Diles a todos, hija mía, que el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre acompañado de sus ángeles y retribuirá a cada uno según sus obras. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre, y todos los pueblos de la Tierra se darán golpes de pecho».

Las dos frases anteriores se corresponden con sendas citas del Evangelio según san Mateo (Mt 16, 27 y Mt 24, 30). ¡Qué importantes serán en el día del Juicio las obras y el amor que hayamos puesto al realizarlas! El testimonio ha de acompañar a las palabras, la oración debe conducir a la acción, y el amor verdadero se refleja en las buenas obras. No en vano nos advierte san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor»[3]; es decir, al final de la vida o de cada jornada, tras llevar a cabo una empresa grande o pequeña, después de cada acción u omisión, seremos juzgados por la caridad que hayamos puesto en cada momento. Teniendo en cuenta esto, se expresa el Señor aludiendo al Juicio Final: «Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”» (Mt 25, 34-36).

La segunda frase del mensaje, que concuerda con san Mateo (cf. Mt 24, 30), habla de «la señal del Hijo del hombre». ¿Podría ser la Cruz, la señal del cristiano, ya que en ella nos redimió Jesucristo? Así lo interpretan san Juan Crisóstomo[4] y otros autores. Jesús es el Hijo de Dios e Hijo del hombre, conforme a la descripción del profeta Daniel (cf. Dn 7, 13). En este caso, «todos los pueblos» harán duelo, en cuanto esa señal les recordará la muerte de Cristo y llevará a muchos al arrepentimiento y compunción.

 

Rezad mucho, hijos míos.

«Rezad mucho, hijos míos, haced mucha penitencia, es de la única forma que se llega a mi Hijo».

Existen, en teoría, dos formas generales de salvarse: o por inocencia o por penitencia. La primera no está a nuestro alcance, ya que hemos pecado numerosas veces; por tanto, es preciso hacer penitencia, que, como virtud, nos mantiene en el pesar por haber ofendido a Dios y en el deseo de reparar nuestras faltas. La penitencia nos hace participantes de la Pasión de Cristo y de sus méritos. Aunque incomprensible para la mayoría de los mortales, no es extraño que los santos hayan apreciado en tan gran medida la cruz («O padecer o morir», repetía santa Teresa de Jesús, p. ej.).

«Daos cuenta, hijos míos, de que Satanás está a ver si puede conseguir la perdición de las almas; que está metido en la Iglesia (…); que Satanás se ha apoderado de muchos de mis hijos».

Palabras sorprendentes, sin duda; pero no lo son más que las pronunciadas por el papa Pablo VI, cuando afirmó, en su momento, de modo estremecedor: «A través de alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios»[5]. A pesar de todo, hay que recordar que Cristo, con su muerte y resurrección, ha vencido al demonio; nosotros, hijos de Dios y de la Iglesia, hermanos en Jesús, nuestro Redentor, podemos derrotar también al enemigo de nuestras almas. «Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo y él huirá de vosotros», nos enseña la Carta de Santiago (St 4, 7). Invoquemos la intercesión poderosa de nuestra Señora, la Virgen; Ella es la Mujer que ha quebrantado la cabeza de la serpiente infernal (cf. Gn 3, 15).

 

[1] Lumen Gentium, 56.

[2] Cf. In Spiritu Sancto, 8-12-1965.

[3] Dichos de luz y amor, 59.

[4] Homiliae in Matthaeum, hom. 76, 3 (Sto. Tomás de Aquino, Catena Aurea).

[5] Homilía, 29-6-1972

 

(Revista Prado Nuevo nº 11. Comentario a los mensajes) 

 

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Comentarios (1)

  1. Responder
    Carlos carreiro says:

    Santisima virgen maria os pido vuestra intercesion ante la divina misericordia a favor de todas aquellas personas que mas me han hecho sufrir a mis seres queridos y a mi
    Jesus en ti confio
    Gracias santisima trinidad por los dones recibidos

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