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Resumen de la homilía de D. José Arranz en la Capilla, con motivo del funeral de Luz Amparo

 

(Prado Nuevo [El Escorial], 19 de Agosto de 2012)

 

Venerables y queridos hermanos en el sacerdocio, queridísimas hijas e hijos, nietos y hermanos… Y familiares de Luz Amparo:

Me ha venido la inspiración del Señor de esta frase de la Escritura: “Preciosa ante los ojos de Dios la muerte de sus santos…”. Y preciosa ha sido la muerte de Luz Amparo, sencillamente por una cosa: por su vida martirial. Desde pequeñita hasta que ha entregado su alma a Dios, de una manera definitiva -porque aquí la tenía completamente entregada-, desde su niñez hasta este momento, bien puede decirse que su vida ha sido una vida martirial. La tarde del 15 de Noviembre de 1980 Luz Amparo contempla, en medio de un gran resplandor, a Cristo crucificado (…). Y en ese momento, el Señor la hace participe de eso que ella estaba viendo y que no podía explicar. Y Luz Amparo pregunta: “Pero, ¿qué es esto, Dios mío?”, en medio de irresistibles dolores. Y el Señor le contesta: “Hija mía, ésta es la Pasión de Cristo, es una prueba; la tienes que pasar entera”. A lo que Luz Amparo le responde: “¡Yo no lo resisto!”; y el Señor le contesta: “Si tú, en unos segundos, no lo resistes ¡cuánto pasaría yo horas enteras en la Cruz muriendo por los mismos que me estaban crucificando! Puedes salvar muchas almas con tus dolores (…). ¿Lo aceptas, hija mía?”. Y ella, con la humildad que la ha caracterizado siempre, con la obediencia que ha traspasado su corazón, le responde: “No sé, Señor…, con tu ayuda lo soportaré”.

Desde este 15 de Noviembre de 1980, ella, de tal manera se identifica con Él, que sufre, sufre, acepta el sufrimiento para que el Señor se complazca en aquello que Él quiere, y que desea de su alma querida y predilecta (…).

Hasta hace 48 horas, poco más o menos, su cuerpo era toda una llaga: pies, manos, hombro derecho con la cruz, costado,… todo su cuerpo, una auténtica llaga (…). Ha sido tildada de lo peor: mentirosa, embaucadora, etc. Hasta ayer, alguien sin corazón dijo que ¡cuántos miles de familias había deshecho esta mujer!… Y ella, con el silencio de Cristo en la Cruz, sufriendo y aceptando todo aquello que se decía de ella (…).

¡Ay, queridos cristianos!, ¡no sabemos lo que es el amor de Dios, el amor de Cristo cuando a un alma la coge y la quiere pasar por la criba de la tribulación! (…).

Ella había visto esos bienes inefables de que habla el apóstol San Pablo cuando dice: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”… Ella los vio y renunció a ellos, para vivir crucificada con Cristo hasta el último momento.

Luz Amparo Cuevas Arteseros

Queridos, lo que estamos presenciando no es una mera despedida, ella nos está oyendo… ¡A mí me ha costado creer que ha muerto! No es una despedida (…). Y así, en un viernes, con una asfixia, como la pasó Cristo con aquellos pulmones congestionados, que no podía respirar ni aspirar, porque los clavos se lo impedían, así expiró Luz Amparo antes de ayer.

No es una despedida, es una lección, una lección que hemos de aprender. Si ella aceptó la cruz, nosotros tenemos que aceptarla (…). La hemos de aceptar pensando en esa fe que ella tenía, pensando en los bienes de arriba, esos bienes inefables que nos tiene preparados el Señor (…).

Gracias, Amparo, gracias, en nombre de todos los sacerdotes. Gracias, Amparo, por los sacerdotes, para que seamos almas, al menos un poco dignos del Corazón de Cristo, que a ti tanto te enamoró. Gracias y fidelidad en medio de los tiempos que estamos… Ser luz, como el Evangelio nos dice; ser sal de la tierra…

Y gracias para sus hijas, para sus hijos, para su familia, que también ha participado de la cruz de una manera inefable, estando a sus pies, curándola, regalándola cariño, siguiendo sus ejemplos. ¡Gracias para sus familiares!

Gracias para todos vosotros, que habéis venido y que sois fieles en seguir la llamada de la Virgen. Gracias de verdad (…).

Algo quiere el Señor para con ella, haciendo que un día, la que ha sido humilde, la obediente (que por su obediencia el Señor Cardenal ha aprobado lo que ha aprobado), la humilde y la obediente, sea exaltada como los humildes y coronada por la obediencia que tiene.

Que la Virgen Santísima, con la que está. Que el Señor, con el que está, con la Trinidad Beatísima que está contemplando, nos pida gracias para ser fieles hijos de Dios y de la Iglesia.

 

Para ver la crónica completa de esos días: (Revista Prado Nuevo nº 1)

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