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Un primer sábado en Prado Nuevo

 

HISTORIA DE LAS APARICIONES (23)

 

Un primer sábado en Prado Nuevo

Prado Nuevo en los años 80.

Luz Amparo, desde que contempló la primera aparición de la Virgen en Prado Nuevo, acudía allí todos los días a rezar el Rosario, como Ella le había pedido. Ante la difusión que adquirieron estos hechos extraordinarios, cada primer sábado de mes concurría a la Pradera una multitud incontable, que en ocasiones llegó a sobrepasar las treinta y cinco mil personas, según algún recuento minucioso que se realizó por aquellos años.

El 1 de octubre de 1983 —era el mes del Rosario—, cayó en primer sábado. Como siempre, por entonces, Luz Amparo iba a acudir a su cita con la Virgen en Prado Nuevo para rezar la plegaria favorita de María.

En los aledaños de la carretera de Valdemorillo (M-600), la aglomeración de vehículos en los márgenes de la carretera, indicaba que aquél era el sitio. En los alrededores del Prado, se podían contar más de mil vehículos, con matrículas de todas las provincias de España, y dos centenares de autocares, entre los cuales, algunos con matrícula extranjera. Asimismo, un gran número de personas acudían caminando desde la estación del tren. Por la vereda, muchos peregrinos avanzaban decididos, con sillas plegables, botellas de agua, rosarios, imágenes de la Virgen y de Jesucristo, cuadros, etc. Eran de toda edad y condición: hombres, mujeres, jóvenes, niños y ancianos, enfermos, algunos de ellos en sillas de ruedas, con muletas, o en brazos de algún acompañante.

Unos acudían por curiosidad, pero la mayoría con gran fe a pedir la intercesión de la Virgen por sus problemas y necesidades. Buscaban en Ella, la Madre del Cielo, la curación corporal de algún ser querido gravemente enfermo, o espiritual de algún familiar alejado de Dios. La experiencia común de los peregrinos siempre ha sido la de encontrar en Prado Nuevo una gran paz y renovación de las fuerzas espirituales, que les ha conducido a la conversión, a regresar a la Iglesia y a retomar una verdadera vida cristiana.

Luz Amparo en Prado Nuevo (Europa Press).

Voluntarios de la Cruz Roja trasladaban a los enfermos que no podían caminar por sus propios medios, desde el aparcamiento de los autobuses y otros vehículos hasta la altura del fresno de la aparición. A lo largo del día, como cada primer sábado, la Cruz Roja prestaba su generoso servicio, bajo una tienda de campaña, a los que se encontraban indispuestos por el calor o la aglomeración, o debido a algún accidente leve por lo irregular del terreno.

Tras caminar varios centenares de metros, se llegaba a la fi nca denominada «Prado Nuevo». Allí, alrededor del fresno donde Amparo había visto a la Virgen, los voluntarios improvisaban un amplio recinto, con una valla de cuerdas sujeta con unos palos. Desde esa zona habilitada, a las seis de la tarde (o a las cinco en otras etapas), rezaría Amparo el Rosario. Los enfermos tenían una zona reservada en el mismo lugar, así como los numerosos religiosos y sacerdotes que lo deseaban.

Voluntarios de la Cruz Roja un primer sábado.

El árbol rebosaba de flores traídas por los peregrinos, como homenaje a la Virgen, y la pequeña capillita que lo coronaba iluminada por dos velas rojas. Jóvenes voluntarios, con un brazalete azul en el que llevaban bordada la «M» de María, depositaban los ramos alrededor del fresno. Al pie de éste, algunas piedras sostenían velas encendidas.

Una riada de personas se iba aproximando lentamente desde la entrada del recinto hasta el fresno de la aparición. Lo besaban con devoción y, durante unos instantes, ponían sobre él sus objetos religiosos, fotografías de familiares, etc., para pedir la intercesión de la Virgen y su bendición. No eran pocos los que, al llegar ese momento, ante el fresno de la aparición, y mirar la imagen de la Dolorosa, sentían brotar de sus ojos lágrimas silenciosas de alegría y paz, como si hubieran recibido una caricia de la Virgen en el alma, que proporcionaba serenidad y consuelo. Luz Amparo en Prado Nuevo (Europa Press).

Junto al pilón de granito, otro numeroso grupo aguardaba el turno para rellenar sus recipientes del agua de la fuente. La Virgen Dolorosa había prometido, desde su primer mensaje, que si se cumplían sus deseos —construir una capilla— esa agua curaría. Con fe iban llenando las botellas y garrafas del agua del manantial. No pocos enfermos la derramaban sobre sus miembros doloridos, con la confi anza puesta en la promesa de la Virgen. Algunos voluntarios, pacientemente, se ocupaban de mantener un orden, para que todos pudieran tener acceso al agua.

Según avanzaba la tarde, hasta la hora del Rosario, la aglomeración de personas iba siendo cada vez mayor. El momento esperado por todos se iba acercando. El número de personas ya era incontable. En torno al fresno, la muchedumbre elevaba cánticos religiosos continuamente. De repente, el murmullo subía de tono cuando comenzaban a vislumbrar que Amparo —en aquellos primeros años— llegaba a las inmediaciones de la Pradera…

 

(Revista Prado Nuevo nº 25. Historia de las Apariciones)

 

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