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El sentido cristiano del sufrimiento y anuncio de una etapa armoniosa

 

Mensaje del 18 de Diciembre de 1981

En las primeras líneas, el Señor ofrece consuelo a Luz Amparo y la anima a soportar el dolor:

«Sí, hija mía, aquí estoy, como todos los días, presente en tus dolores, en este sufrimiento; pero aquí estoy hoy también para consolarte, para aliviarte a soportarlos».

Si fuéramos capaces de aceptar los sufrimientos, los que conlleva la vida ordinaria y otros, para hacer de ellos una ofrenda a Dios, ¡cuántos frutos de santidad cosecharíamos!

Escribía san Juan Pablo II en su carta apostólica sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano: «“Suplo en mi carne —dice el apóstol Pablo, indicando el valor salvífi co del sufrimiento— lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia”1. Estas palabras (…) tienen el valor casi de un descubrimiento defi nitivo que va acompañado de alegría; por ello el Apóstol escribe: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros”2. La alegría deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento; tal descubrimiento, aunque participa en él de modo personalísimo Pablo de Tarso, que escribe estas palabras, es a la vez válido para los demás»3.

Seguidamente, el Señor denuncia el mal que hay en el mundo: «Están cometiendo crímenes, pecados de impureza, sacrilegios…, el mundo está invadido de pecado», y refi ere un hecho futuro, que está profetizado en diferentes mensajes: «El Castigo está muy cerca», con la «cercanía» propia del tiempo de Dios, cuyas medidas son distintas de las nuestras: «Ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día» . En medio de frases de fuerte contenido profético, no faltan palabras de esperanza en el mensaje al anunciar cómo, fi nalmente, habrá «un renacimiento milagroso para el triunfo» de la misericordia de Dios.

En esta etapa, desconocida para nosotros, se habla también de la elección de un nuevo Pontífi ce, produciéndose entonces, según el mensaje, la intervención de dos grandes santos: «San Pedro y san Pablo intervendrán para elegir un nuevo Papa». ¿De qué modo participarán en ese momento? ¿Se trata de una presencia espiritual de quienes fueron columnas de la Iglesia primitiva y que celebramos unidos en la solemnidad del día 29 de junio? La interpretación de dichas palabras queda, por ahora, fuera de nuestro alcance. Podemos añadir, para ilustración nuestra, que en la historia de los papas, el primero de ellos, san Pedro, recibió el nombramiento directamente de Dios: «Tú eres Pedro —le dice Jesús—, y
sobre esta piedra edifi caré mi Iglesia (…). A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la Tierra quedará atado en los Cielos, y lo que desates en la Tierra quedará desatado en los Cielos»5. Desde entonces, se ha elegido a la persona del nuevo Papa de varias maneras:

  • Por elección llevada a cabo por los presbíteros y diáconos de las iglesias de Roma, quienes formaban una especie de Senado papal que, con el tiempo, derivaría en el Colegio de cardenales.
  • Por el clero romano exclusivamente.
  • Por designación del Pontífi ce anterior en su testamento.
  • Desde Gregorio VI (1073-1085), por los cardenales reunidos en cónclave, tal como se realiza en la actualidad.

Sigue diciendo el mensaje: «No hay fe en la Iglesia. Por eso vendré mandado por mi Padre Celestial, haré un acto de justicia y de misericordia hacia los justos».

“San Pedro, primer papa de la Iglesia” Detalle de su escultura en la Plaza de San Pedro

¿No nos recuerdan estas palabras las de Cristo en el Evangelio? Tras narrar la parábola del juez inicuo, se expresa así: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante Él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la Tierra?» ¿No se caracteriza el mundo actual por el descreimiento de las masas, incluso en naciones de tradición cristiana?… A eso se refiere cuando señala la falta de fe en un número importante de fieles, que viven como de espaldas a la fe cristiana; son bautizados pero, en la práctica, han abandonado la fe. En cambio, la Iglesia, como tal, es depositaria de una fe heredada de los Apóstoles y, en este sentido, tiene una riqueza maravillosa, que perdura por los siglos.

En otro mensaje, bastante posterior en el tiempo, decía el Señor con frases lapidarias: «¿Qué clase de católicos sois, hijos míos, si no practicáis mis leyes? Os digo, hijos míos: arrepentiros y convertiros, que los tiempos son graves y los hombres no habéis alcanzado a ver la justicia de Dios, porque sólo os quedáis en la misericordia, hijos míos. Yo emplearé mi justicia para los injustos y mi misericordia para los justos»7. Desde luego, si somos ya aquí amigos del Corazón
de Jesús y tenemos por Madre a la Virgen María, el Señor, en el momento de la muerte, nos dará un abrazo eterno y nos acogerá en las moradas celestiales.

Son preciosas las palabras del mensaje que anuncian una etapa armoniosa, pasada la tribulación:

En cambio, la Iglesia, como tal, es depositaria de una fe heredada de los Apóstoles y, en este sentido, tiene una riqueza maravillosa, que perdura por los siglos

«Entonces será la paz y la reconciliación entre Dios y los hombres. Yo seré servido, adorado y glorificado; la caridad brillará por todas las partes; los nuevos reyes serán el brazo derecho de la Iglesia, la cual será fuerte, humilde, piadosa, pobre, celosa, imitadora de Jesucristo. El Evangelio será predicado por todas las partes y los hombres vivirán en el temor de Dios. Mi santa Iglesia será fuerte, humilde, piadosa, pobre, celosa, imitadora de las virtudes de Jesucristo».

Durante el éxtasis, Luz Amparo contempla también unas escenas de la Pasión del Señor, que no entramos a describir. Vuelve a recordarle su papel de víctima unida a la Víctima Divina, Jesucristo:

«Este dolor que sientes es una centella del Corazón, que lo tengo traspasado por la ingratitud de tantos pecadores. Cuando lo sientas muy fuerte, cuida de ofrecerlo por esas almas que no quieren saber, que quieren condenarse por su propia voluntad. Hija, ofrece todo a mi Padre Eterno en unión de mis sufrimientos, de mi muerte en la Cruz, de los dolores de mi Madre; ofrécelo todo por la salvación del mundo».

 

Está escrito en el libro de Isaías: «Y saldrá un renuevo del tronco de Jesé y de su raíz se elevará una flor, y reposará sobre él el espíritu del Señor» (Is 11, 1); palabras que explica así san Buenaventura: «El que desea conseguir la gracia del Espíritu Santo, busque la flor en la vara, es decir, a Jesús en María; porque por la vara se llega a la flor y por la flor hallamos a Dios»[1]. Sobre otro texto, esta vez de san Mateo («Y hallaron al Niño con María, su Madre» [Mt 2, 11]), sentencia el Doctor Seráfico: «Jamás se hallará a Jesús sino con María y por medio de María. Y en vano lo buscará el que no lo b

(Revista Prado Nuevo nº 22. Comentario a los mensajes) 

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Comentarios (1)

  1. Responder
    Anónimo says:

    Seamos bondadosos como Jesús es bondadoso. Acogamos a todo hermano que venga en son de paz no de guerra y que con sus actos nos muestre lo que es amor. Bendito el que viene en el nombre del Señor. ¿ Cómo saber si alguien viene de parte de Dios? Sólo aquel que esta necesitado y sólo busca el bien Amando primero a Dios y por El al hermano. Recordemos que la caridad cubre multitud de pecados. Sólo un corazón humilde y tocado por Dios puede llegar a comprender el dolor humano. Toda persona que sufre a nuestro lado es Dios mismo en sus entrañas. Y el dolor puede tener varias caras: física, psicológicas, Morales, y temporales. No despreciemos al que pide sino tratemosle con amor. Ya que gratis recibimos demos gratis. Sabiendo que todo don, talento, dinero, bien viene de lo alto y jo para nuestro bien sino para que lo compartamos. Y le devolvemos a Dios todo don, toda gracia y perfección.

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