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«Soy Yo el que te habla»

 

Mensaje del 22 de Enero de 1982

En este breve mensaje aparecen ideas comunes a otros ya comentados; por ello, incluimos sólo las líneas que son de interés por el tema a que se refieren:

«Como a ti, a muchas almas he revelado todo esto, he dado mis mensajes para el mundo, para que les dé tiempo a arrepentirse; pero se hacen los sordos, porque Satanás se muestra bajo fingidas apariciones; apariencias para seducir a muchos; y a él sí le creen. Pero tú, hija mía, dilo, dilo a todo el mundo; afírmales que soy yo el que te habla; aunque no te crean, aunque te calumnien, aunque te llamen farsanta, aunque tengas que sufrir mucho» (El Señor).

Con estas palabras, confirma el Señor que Él se revela cuando quiere, donde quiere y a quien quiere…; que ciertamente hay un número limitado de almas que son depositarias de un mensaje con un contenido común para esta etapa de la Humanidad, denominada, en los mensajes de Prado Nuevo, «últimos tiempos», «fin de los tiempos», «final de los tiempos»…, distintos del fin del mundo. Estamos hablando de revelaciones privadas o particulares, que, para ser auténticas, han de reunir unas condiciones. Hay que advertir que el Diablo, el padre de la mentira (cf. Jn 8, 44), se muestra a veces como ángel de luz, para sembrar confusión, y utiliza seres humanos a su servicio para tal fin: «…porque surgirán falsos mesías y falsos profetas, y harán signos y portentos para engañar, si fuera posible, incluso a los elegidos » (Mt 24, 24). Alerta, por ello, san Juan en su primera epístola: «Queridos míos: no os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo» (1 Jn 4, 1).

P. René Laurentin ante el fresno de las apariciones (3-2-2008).

Antes de continuar, parece oportuno recordar que este tipo de manifestaciones no se conceden a cualquier persona, sino a un número de elegidos; mas tampoco son tan infrecuentes como a veces se piensa. Vienen a propósito las palabras que pronunciara el beato Pablo VI en una audiencia general:

«Sabemos perfectamente que “el Espíritu sopla donde quiere” (Jn 3, 8), y sabemos que la Iglesia si es exigente con respecto a los verdaderos fieles en sus deberes establecidos, y si frecuentemente se muestra cauta y desconfiada hacia las posibles ilusiones espirituales de quien presenta fenómenos singulares, ella es y quiere ser extremadamente respetuosa de las experiencias sobrenaturales concedidas a algunas almas, o de los hechos prodigiosos que a veces Dios se digna insertar milagrosamente en la trama de las vicisitudes naturales» (29-11-1972).

La enseñanza del Catecismo

Transcribimos también lo que al respecto enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la Historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia» (n. 67).

El 5 de abril de 1997, el Señor indicaba en Prado Nuevo unas pautas para lograr el discernimiento sobre la procedencia de este tipo de revelaciones. Decía así en el citado mensaje: «Los falsos profetas están invadiendo el mundo; no vayáis detrás de ellos, hijos míos. ¿Sabéis cómo se conoce el profeta que no es falso?: por su obediencia a la Santa Madre Iglesia, por sus mensajes universales para el mundo, por no creerse superiores a los demás; por su humildad».

Luz Amparo.

Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe

La Congregación para la Doctrina de la Fe elaboró hace décadas (25-2-1978) un documento sobre estas cuestiones; primero fue reservado; más tarde, se hizo público como instrumento de ayuda para el discernimiento. Resumimos su normativa, tal como lo hizo en su momento el experto R. Laurentin, en los puntos siguientes:

1. Información suficiente: documentación escrita, sonora, en imagen…, que recoja la trayectoria de los sucesos.

2. Ortodoxia: la conformidad de las revelaciones con la fe de la Iglesia, a la vez que la consonancia con las enseñanzas del Evangelio.

3. Transparencia: en la persona que recibe los supuestos mensajes y manifestaciones celestiales, honradez probada, sinceridad; también en el ambiente que la rodea.

4. Signos serios del dedo de Dios. Son, en general, los frutos: conversiones, vocaciones, amor a la Iglesia, etc. Se incluyen aquí igualmente otras señales de la actuación divina (fenómenos extraordinarios, curaciones, etc.), si bien, aquellas primeras son para la Iglesia las más valoradas a la hora de calificar positivamente unas revelaciones particulares.

5. Discernimiento de los expertos, sobre todo en los momentos de éxtasis. Hay que advertir en este punto el peligro de su aplicación bajo conceptos racionalistas. Hablando de las cosas de Dios y su grandeza, recita el salmista: «Tanto saber me sobrepasa, | es sublime, y no lo abarco» (Sal 139 [138], 6).

«Es una mujer sencilla, sosegada, natural, que no se apasiona, ni tiene pretensiones, ni se mueve por sentimentalismo»

(R. Laurentin sobre Luz Amparo)

Obra donde el famoso mariólogo habla de Luz Amparo, con quien se entrevistó en varias ocasiones.

Testimonio de René Laurentin sobre Luz Amparo

Podemos manifestar la plena conformidad de los hechos de Prado Nuevo y del instrumento divino, Luz Amparo, con los criterios anteriores, aunque no entremos aquí en su análisis, porque sería más extenso de lo que nos permiten estas líneas. Bástenos la opinión autorizada de un teólogo de prestigio en estos temas, René Laurentin, quien habló con Luz Amparo en varias ocasiones: «La conocí en El Escorial, en 1985, en la casa de la familia a la que sirve como doméstica (…).

Es una mujer sencilla, sosegada, natural, que no se apasiona, ni tiene pretensiones, ni se mueve por sentimentalismo. Su atavío es modesto, limpio, cuidado, pese a su pobreza. No se muestra azorada ante preguntas difíciles y responde brevemente a la principal cuestión planteada (…). Es un testimonio al que se debe rendir homenaje y que hace desear que estos casos de santidad sean reconocidos con más presteza. Desde un punto de vista evangélico, no cabe duda que estas personas ejemplares no deben ser enjuiciadas desde la suficiencia, sino desde la humildad. Yo, al menos, he tenido la sensación de contemplarla gigante desde mi pequeñez».

 

 

(Revista Prado Nuevo nº 30. Comentario a los mensajes)

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