Para descargar este Vía Crucis pinche aquí: Vía Crucis (Prado Nuevo)

Oración preparatoria

vc2Comenzamos la práctica del piadoso Vía Crucis. Es la medi­tación sobre el camino que Jesús, nuestro adorable Redentor, recorrió desde el pretorio hasta el monte Calvario, donde fue crucificado.

Pero “la Cruz de Cristo no es un hecho del pasado”, dijo Juan Pablo II en una carta a la Juventud del mundo. “Aquel acon­tecimiento -sigue el Papa-, después de tantos años, es capaz de expresar un mensaje que da significado a toda la vida”.

«Meditad en la Pasión, hijos míos, que está olvidada», se lamentaba la Virgen en el mensaje de 12 de agosto de 1982. ¡Cuántas almas se salvarían si la meditaran!

«Sigo sufriendo durante todos los días por tantos pecadores -decía el Señor en el mensaje de 25 de diciembre de 1981- y con este sufrimiento no tengo más deseo que el de salvar almas y el de glorificar a mi Padre y devolverle la honra que el pecado le había quitado, y no pienso más que en reparar las ofensas de los hombres». Sí, católicos. La justicia divina pide satisfacción por nuestros pecados; y Cristo, por amor, se hace víctima por noso­tros. Con amor y gratitud a Jesús y a su Madre, vamos a meditar y participar en la Pasión de nuestro Redentor siguiendo los mensa­jes del Señor y de la Virgen en Prado Nuevo.

Primera estación: Jesús es condenado a muerte

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V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

Todos reconocen que Jesús es inocente. Pilatos no encuentra motivo alguno para condenarlo; la muchedumbre tampoco. Los escribas y fariseos lo acusan de blasfemar; el Sumo Sacerdote se rasga sus vestidos y le atribuye una blasfemia (cf. Mt 26, 65). Nadie lo defiende: ni los ciegos que recobraron la vista, ni los paralíticos que recuperaron el movimiento, ni los hambrientos que se hartaron con la multiplicación de los panes y peces. ¿Te extrañas de que la Virgen, en los mensajes, se queje del desagra­decimiento de los hombres? «Qué ingratitud -dice- hay en el mundo de los humanos». ¡Qué abandono! ¡Qué soledad!

Pero lo más grave es que después de veinte siglos de derroche de amor de Cristo, le correspondemos de la misma manera. Escu­cha la queja del Señor en el mensaje del 25 de diciembre de 1981: «¡No me dejes solo! Date cuenta de que hay muchos que me tienen olvidado y hay tantos que se preocupan sólo de divertirse y no se preocupan de su alma. ¡Hasta mis propias almas escogidas me abandonan y me dejan solo días enteros! Aunque les hablo, no quieren escucharme, porque su corazón está demasiado pegado a las cosas de la Tierra. Tú no sabes, hija mía, cuánto consuelo siento con esas almas, cuando me hacen compañía. No se pueden figurar hasta qué punto las ama mi corazón».

Ante esta queja amorosa de un Dios que parece mendigo del amor humano, ¿seguiremos condenándolo al olvido y desprecio buscando ansiosamente los bienes de la Tierra?

Padrenuestro, Avemaria y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Canción: Perdona a tu pueblo, Señor...

Segunda estación: Jesús carga con la Cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús, condenado injustamente, se dirige al Calvario cargado con la Cruz, hasta entonces instrumento de suplicio e ignominia.

Dice el Señor en el mensaje antes citado del 25 de diciembre de 1981: «Ya verás, hija mía; te doy esta cruz; verás qué sufri­miento. Cuenta, cuenta lo que sigues viendo en mi pasión». «Hoy Jesús -son palabras de Luz Amparo al contemplar esa escena- sigue por el camino, todo lleno de piedras, con la Cruz al hombro. ¡Ay, está todo lleno de sangre! (...). Los verdugos le vuelven a dar golpes, le vuelven a empujar con la Cruz. El Señor no puede más». «Diles que abracen mi cruz con amor, que sólo eso les salvará», expresaba el Señor en otro mensaje (8-1-82). Y la Virgen decía el día 12 de agosto de 1982: «La Cruz es lo más importante para llegar al Cielo. Llevadla sobre los hombros». Resultan duras estas palabras y nos cuesta entenderlas y aceptarlas; pero Jesucristo es exigente en el Evangelio: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24).

¡Jesús mío! Danos tu cruz, para asemejarnos a Ti, y tu gracia para llevarla con resignación y alegría cristianas.

Padrenuestro, Avemaria y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

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Tercera estación: Jesús cae con la Cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

El Señor no puede más y... cae. Aun siendo el brazo de Dios, queda hundido por el peso enorme de nuestros pecados.

Sigue meditando en el mensaje del día 25 de diciembre de 1981: «El Señor no puede más. ¡Ay, va andando, tropezando, le van dando latigazos! (...). El hombro derecho lo tiene todo ensan­grentado; le han tirado de la ropa, le han roto la túnica, le caen chorros de sudor con sangre por toda la cara. ¡Cómo sufre el Señor! Mira a todo el mundo; nadie se compadece de El (...). Tiene mucha fatiga, se cae, se cae debajo de la madera».

Jesús cae porque su cruz es la tuya y la de todos los hombres de todos los tiempos. ¿Es tu cruz la comodidad, la vida fácil, el capricho de la voluntad débil, el afecto torcido del corazón? ¿Es tu cruz la vanidad, soberbia, pereza, lujuria, avaricia? ¿Es tu cruz la oración y mortificación? Jesús cae por tu pecado; tu pecado es la cruz. Contempla la visión: «Le levantan esos hombres fuertes; a tirones le rompen la ropa; se le ve la espalada llena de sangre; le faltan los trozos; le dan patadas para que se levante. ¡Ay, los vestidos se le ve los tiene pegados en las heridas! (...) cómo tiene la cara llena de polvo, llena de barro; no parece ni Jesús siquie­ra». Lo había escrito el salmista: “Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo” (Sal 22 [21], 7).

Señor, ¡qué bajo debo caer por el pecado y qué grave debe ser, cuando así te humilla a Ti!

Padrenuestro, Avemaria y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Canción: Sálvame, Virgen María...

Cuarta estación: Jesús se encuentra con Su Madre

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

Así, con este aspecto tan deforme, se encuentra con su Ma­dre. Y la Virgen lo ve. ¿Es ése, Madre, tu Hijo?

«Viene la Virgen -continúa la visión-; le está viendo de esta forma. La Virgen se agarra el pecho; se marea la Santísima Vir­gen. La cogen entre dos mujeres. El Señor la mira; le dice: ¡Ma­dre mía, no sufras! (...). La Virgen le mira con los ojos muy abiertos. El Señor no la puede mirar; tiene los ojos que no los puede abrir. Los tiene ensangrentados. ¡Qué cara tiene! ¡Ay, Señor! ¡Qué dolor siento!».

¿Sentimos nosotros verdadero dolor, no ese sentimiento pa­sajero, que no deja huella en el alma?

«Mira, hija mía -decía la Virgen el 29 de junio de 1983-, mi corazón sangra de dolor por todos mis hijos; por todos, sin distin­ción de razas, hijos míos. Os quiero salvar a todos, hijos míos. Pero hay almas que no quieren recibir la gracia de Dios».

¡Qué pena que haya almas que rechacen al Espíritu Santo! Pero, yo te digo hoy: ¡Madre mía!, te entrego mi corazón; riégale con la sangre de tu Hijo, que es tu sangre; que se haga sensible a las llamadas divinas y deje su endurecimiento, para transformarse en un corazón semejante al Tuyo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Quinta estación: El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la Cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

El referido mensaje continúa diciendo: «El Señor sigue andando con la Cruz. La Virgen sigue detrás de El. “No puede más -se dice uno a otro de los verdugos-, este hombre va a morir antes de llegar al Calvario”. Entonces llaman a un hombre que sale de entre todos los que hay allí y le dicen: “¿Cuánto nos co­bras por llevar la cruz, por ayudarle al Nazareno a llevar la Cruz?”».

Jesús necesita almas que hagan de Cireneo para ayudarle a redimir. Lo repite en sus mensajes. Escucha lo que dice en el del 8 de enero de 1982: «Sí, hija mía, ya sé que sufres como yo sufro; pero ya te he dicho muchas veces que es preciso ayudar a los humanos. Y esto tiene que ser a costa de sufrimiento, del mío y de otras almas escogidas para purificar a los demás».

¡Cristianos! Nosotros hemos sido escogidos para cooperar con Jesús en la salvación de las almas. Hemos sido redimidos por su sangre y nos llama a ser corredentores con Él por la victimización. ¡Basta de lamentos! Coge gozoso la cruz del Señor en tu hermano. ¡Basta de críticas! Toma la debilidad física y espiritual y moral de tu hermano y ayúdale a salvar su alma reconciliándose con Dios.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Canción: Amante Jesús mío, oh cuánto te ofendí.

Sexta estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús sigue su camino del dolor físico, espiritual y moral.

«Veo al Señor -describe en el mensaje del 8 de enero de 1982 Luz Amparo-; ya no lleva la Cruz; va entre mucha gente. Hay muchísima gente; va tropezando; le van empujando. Veo una mujer que sale de entre la gente; coge un paño, se lo da al Señor, que tiene la cara toda ensangrentada. El Señor se limpia toda la cara con ese paño (...); se lo devuelve otra vez a esa señora. Ella lo coge, se lo guarda». Esta mujer es a quien la tradición ha dado el nombre de “la Verónica”; la mujer fuerte y compasiva. No le importa que le hablen mal ni le digan cuanto se les antoje. No es víctima del “qué dirán”, que hace sucumbir a tantos cristianos de hoy en una infidelidad, que es una práctica apostasía. “¡Creyen­tes, sí, pero practicantes, no!”, dicen. ¿Por qué? Tú lo sabes. “Me llaman anticuado, de otros tiempos...” Dicen que ya no existe la moral de ayer; que las cosas han cambiado...

En una beatificación de 99 mártires, el Papa dijo: “Nuestros mártires nos enseñan cómo comportarnos sobre todo a vivir en la caridad... Se trata de vivir en este mundo y dar el testimonio, pese a las indiferencias, incomprensiones y burlas”. 

¿No se burlaron de Él por una doctrina y vida contra la vida pagana de entonces? Hay que recordar lo que tantas veces hemos escuchado en los mensajes, y que nos advierten de que hay que vivir contracorriente y que, como enseña Jesús, “no está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo” (Mt 10, 24).

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

«Se ha vuelto a caer -refiere la visión-mensaje del 25 de di­ciembre de 1981-, le escupen otra vez, le dan golpes. El Señor mira otra vez a su Madre. Su Madre le sigue, llorando, agarrada a las dos mujeres. ¡Ay, el hombro lo tiene todo destrozado! Mira hacia todos. Todos se están riendo de Él. ¡Ay, que suplicio le están dando, Dios mío! (...). Le dicen: “Vaya un Rey que no puede ni con un madero” (...). Sí, hija mía, ya lo sé que estás sintiendo el mismo dolor. Todo por la Humanidad, esta Humani­dad tan vacía».

Jamás pudo hacer el Señor un juicio más severo de la Hu­manidad que éste: “Todo por la Humanidad, esta Humanidad tan vacía”. Tú y yo entendemos perfectamente lo que significa estar vacío, vano. Algo que sólo tiene la cáscara, la vaina, la figura, la apariencia... Pura exterioridad sin contenido, sin vida... Vid fron­dosa sin racimos de uvas dulces. Hojas secas zarandeadas y arras­tradas por los más ligeros vientos. ¡Cuánto cristiano sin rumbo!, auténticas veletas de la última corriente, moda o compañía. ¡Cuánta farsa e hipocresía!

«Vaya un Rey que no puede ni con un madero», le dicen. Por ti y por mí. Sucumbimos ante la suave brisa del placer efíme­ro, ante el atractivo deslumbrante de la vanidad, ante el halago de un puñado de vil dinero. ¡Pobre Jesús mío!, ten misericordia de nosotros y llévanos a Ti.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Canción: Perdón, oh Dios mío, perdón e indulgencia... 

Octava estación: Jesús habla a las mujeres de Jerusalén

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

Continúa meditando en el mensaje del 8 de enero de 1982: «Todos le lanzan muchos gritos: “¡Vaya un rey cobarde; pídele a tu Padre que te salve!” Le insultan y dicen palabras muy feas. Hay muchas mujeres que sacan a niños hacia donde va el Señor. El Señor les pone las manos a los niños por encima de la cabeza; a alguno de ellos los aprieta contra sí (...); la gente se pone en medio del camino; no dejan pasar al Señor. Entonces los verdu­gos empujan a la gente; empiezan a darle empujones otra vez al Señor. El Señor los mira a todos y les hace con la mano la señal de la cruz. Entonces, uno le da en la mano con un palo».

Los niños siempre están con Jesús. Y Jesús con los niños. ¿Qué hacemos con los niños? ¿Qué les enseñamos? ¿Qué educa­ción les damos? Las mujeres, llorando, seguían a Jesús y le pre­sentaban los niños. ¿Dónde está el sentido religioso de la mujer de hoy? Fácilmente impiden que la vida florezca en ellas por egoísmo, con la excusa de una falsa libertad, y si ya ha florecido, se siega con el crimen del aborto. Al niño se le puede enseñar todo; pero no se le lleva a Jesús; como si hablar de Dios, el Bien Infinito, fuera lo único que puede frustrarlo.

Pidamos a Jesús para que las mujeres reconozcan en Él a quien les devolvió la dignidad, elevándolas al máximo en la Mujer por excelencia: la Virgen María. Que las madres lleven sus hijos al Señor.

Padrenuestro, Avemaria y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Novena estación: Jesús cae por tercera vez

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

«Al Señor le vuelven a empujar y le tiran, le vuelven a dar patadas, unos por un lado, otros por otro», insiste el mensaje del 8 de enero de 1982.

Sí, católico. Es nuestra historia repetida. ¿Cuántas veces he­mos caído en el pecado? Unas veces no hemos tenido fuerza para resistir a la tentación; otras, no hemos querido. No hemos pedido auxilio al Cielo por apatía, dejadez, frialdad, cansancio, por respe­tos humanos al ambiente que nos rodea. A veces, como San Agus­tín, nos hemos querido echar a las espaldas para no vernos.

«Sí, hija mía, aquí estoy -le decía el Señor a Luz Amparo el 15 de enero de 1982-. No digas que no puedes más; coge mi cruz y sigue conmigo estos dolores. Ya sé que sufres mucho; pero es preciso que sufras; sufre con ánimo y con valor. Date cuenta de que, gracias a este sufrimiento, se están salvando muchas almas (...). Me pesa tanto esta cruz porque muchas veces no saben apre­ciar este sufrimiento tan horrible. Date cuenta de que se están condenando constantemente tantas almas». ¡Señor! No lo acabamos de entender, a pesar de que nos lo dijiste: “Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Y en Prado Nuevo nos has repetido: oración y sacrificio; Rosario, Confesión y Eucaristía. ¡Señor!, no nos dejes de tu mano; te entregamos nuestro entendimiento, voluntad y corazón.

Padrenuestro, Avemaria y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Canción: Un mandamiento nuevo nos dio el Señor...

Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

El mensaje-visión del 8 de enero de 1982 Luz Amparo conti­núa describiéndonos la Pasión con el desprecio, la farsa, la des­vergüenza: «Van cuatro soldados -dice-, los mismos verdugos que le han estado azotando; le tiran de la ropa, le dan unos tiro­nes, se le arranca la carne; tiene la espalda que le faltan pedazos».

¡Qué caro te está costando, Señor, mi vida de ligerezas sen­suales, mis pecados de lujuria y contra el pudor! Todo lo pretendo justificar con el pretexto de la moda, de los tiempos que vivi­mos... Incluso como medio necesario de realizarme, despreciando todo precepto, que se pregona como algo frustrante.

Se lamenta el Señor en el mensaje del 15 de enero de 1982: «Me han despreciado para seguir una vida de placeres, de pecados (...). Porque hay muchas almas que, aún siendo escogidas, desean gozar de los placeres de la vida y se pierden, porque mi camino es el camino del sufrimiento y del dolor y lo único que les daría fuerzas para seguir sería la cruz; pero la desprecian, la pisotean, no quieren saber nada de ella. Esos se condenan por su propia voluntad». Todos nos lamentamos de la desnudez en el vestir, de las provocaciones vergonzosas en todos los ambientes. Pero todo queda en lamentos. «Diles -prosigue el Señor en el mensaje- a todos mis hijos que se arrepientan, que dejen el pecado, que vuelvan sobre sí y sean humil­des; que no hacen caso de la ley de mi Evangelio, que es la ley de mi Iglesia Santa, Católica y Apostólica».

Padrenuestro, Avemaria y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Undécima estación: Jesús es crucificado

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

Ha llegado el momento supremo del dolor y de la ignominia para Jesús. Seguimos escuchando el mensaje del 8 de enero de 1982: «El Señor va fatigado, no puede más, va cuesta arriba tropezando con las piedras. Llegan arriba, al monte. Allí tiene la Cruz extendida en el suelo (...). Le mandan al Señor que se tienda sobre la Cruz. El Señor mira para el cielo. Le caen lágrimas de los ojos, como sangre; le atan con unas cuerdas a la madera. Ahora le clavan la mano derecha; empiezan a estirar del brazo izquierdo, pero el palo es más grande que el brazo y no le llega a donde han hecho el agujero (...); le tiran del brazo fuertemente. El Señor se retuerce de dolores». ¿Quieres más? Pues sí. En este momento, cuando ya está colgado del madero, Cristo, la Palabra Sustancial de Dios convierte la Cruz en su cátedra y pronuncia sus siete palabras. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

¡Eres fantástico Señor! Te lo tenían que oír todos. Y en medio de un silencio impresionante, Tú nos regalas tu perdón de amor. Es una nueva vida. No la del “ojo por ojo”, ni “diente por diente”. Es la del amor a los enemigos, incluso derramando la sangre por ellos; haciendo el esfuerzo supremo, no sólo de perdo­nar, sino de pedir perdón por los que se empeñan en ofender. «Sí, hija mía -dice la Virgen en el mensaje del 3 de septiembre de 1983-; la vida de Cristo es el sacrificio y la oración, hijos míos, y el amor a vuestro prójimo».

Padrenuestro, Avemaria y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Canción: Acuérdate de la hora...

Duodécima estación: Jesús muere en la Cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

«El Señor se está muriendo -se refiere en la visión del 12 de febrero de 1982-; ahora sí que se está muriendo (...). Tiene mu­cha sed; por eso dice: “Tengo sed”. Mojan un trapo en la vara del látigo en un vaso que tiene un líquido como vino; lo mojan y se lo ponen en la boca (...). El Señor abre la boca; tiene mucha fatiga, se está muriendo (...). El Señor dice: “Todo está consumado. Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado? En tus manos encomiendo mi espíritu”» (cf. Lc 23, 46). A la pasión del dolor físico y de la humillación se suma, en los momentos de mayor afectividad, la pasión del corazón, sufriendo el abandono total, aunque resulte misterioso.

«Sí, hija mía -le explica el Señor a Luz Amparo-, todos me abandonaron, todos, hasta mis discípulos me dejaron solo en ese momento. Yo gritaba, pero a pesar de mis gritos, nadie me oía en esos momentos tan terribles. Se ríen de mí, se burlan, me llaman farsante; no tienen compasión de mí. Mis huesos están descoyun­tados; mi Corazón se derrite en mis entrañas por el fuego del sol; mi garganta está seca; la lengua se me pega al paladar, la muerte me llega, pero nadie siente compasión». ¡Hasta dónde llega la ingratitud de los hombres! ¿Hasta dónde mi ingratitud, Señor?

«Tú, hija mía -le recomienda a Luz Amparo-, da gloria a Dios; ofrece tus sufrimientos; piensa, hija mía, que el dolor es el don de la salvación». Ahora entiendo, Señor, el por qué dice la Iglesia el Viernes Santo: “¡Oh Cruz, única esperanza!”

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz. 

Décimo tercera estación: Jesús en los brazos de Su Madre

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

Nadie puede expresar el dolor de la Virgen con el Hijo en su regazo, muerto, sin vida... Ella misma se dolía en el mensaje del 16 de octubre de 1981: «Ay, hija mía, qué dolores tan horribles; date cuenta de lo que pasó mi Hijo con esa Cruz y lo que yo pasé al pie de la Cruz, abrazada, destrozada, desgarrándose mi corazón».

Toda la grandeza de la Virgen radica en su maternidad. Y ningu­na estampa más conmovedora de esa maternidad que la de la Virgen sosteniendo en sus brazos a su Hijo muerto, que es el Hijo de Dios. La maternidad de María llega así al grado extremo de amor a Dios y al hombre, al que corredime engendrándole a la vida sobrenatural de la Gracia. ¡Qué prontitud la de María para seguir fielmente el encargo de Jesús: “Mujer, he ahí a tu hijo” ¡Qué tardanza la nuestra para aceptar­la y tratarla como Madre! Mira cómo se queja el Señor de este despre­cio nuestro hacia Ella en el mensaje del 12 de febrero de 1982: «No les sirve para nada ese amor falso que tienen hacia mí, porque el que no quiere a mi Madre, no me quiere a mí; pues yo les dije agonizando al pie de la Cruz: “He ahí a vuestra Madre (...). Mi Madre está ultraja­da y despreciada por todos ellos». «Yo no admito que desprecien a mi Madre -dice un poco antes en el mismo mensaje-, esa Reina que sufre por todos, porque todos son sus hijos, por los cuales pide diariamente al Padre Eterno y derrama sus lágrimas por la salvación de sus almas».

¡Virgen Santísima!, tú eres nuestra Madre, como nos has repetido en los mensajes de este Prado. Nosotros queremos ser tus hijos. Una vez más, ¡muestra que eres nuestra Madre con tu bondad y misericordia!

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre al pie de la Cruz.

Canción: Pequé, pequé, Dios mío; piedad, Señor, piedad...

Décimo cuarta estación: Jesús es sepultado

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús ha muerto. La cortina del templo se rasgó. La tierra tembló; se partieron las rocas, se abrieron los monumentos. Resu­citan muertos. «Por su parte -asegura san Mateo en su Evange­lio-, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”» (Mt 27, 54). La Sangre de Cristo ya comienza a dar su fruto: almas cobardes y pecadoras, momentos antes de morir el Señor, testifican, valientemente y arrepentidas, la divinidad del Hijo de Dios e Hijo de María.

«Sí, hija mía -dice el Señor en el mensaje del 5 de febrero de 1982-, sufrimos mucho, pero también hay almas buenas que se arrepienten de sus culpas, que piden perdón y su Padre misericor­dioso los está esperando para darles su herencia, que son las moradas celestiales (...). Por eso te repito que vale la pena el sufrimiento».

El camino es claro; nos lo enseñaba la Virgen en el mensaje del 24 de julio de 1983: «Confesad vuestros pecados, hijos míos. El Padre Eterno está triste y enfadado porque muchos no os ha­béis acercado a ese sacramento». La Confesión es el sacramento de Jesucristo Resucitado. ¡Hay que morir al pecado para vivir con Cristo!

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Pequé, Señor, pequé, tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores del mundo. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santí­sima Madre triste y afligida al pie de la Cruz.

Oración final

Señor Jesús, con íntimo dolor de nuestras almas te hemos acompañado en la Vía Dolorosa y en los tormentos de tu Pasión y Muerte. Hemos comprendido lo que vale un alma al ver lo que has sufrido Tú para salvarlas. Que nunca nos olvidemos de la lección de tus dolores.

Concédenos, Señor, por mediación de tu Madre, que lo es también nuestra, porque nos la diste en la Cruz, que nunca nos olvidemos de lo que te han costado las almas. Haz que nos afa­nemos para aprovecharnos de tu Sangre, y hacer que también otros se aprovechen de ella. Haz que consigamos la salvación de nuestras almas y la de las almas que nos encomiendes. AMEN.

 

Oremos

Mira, Señor, con ojos de misericordia, a esta familia Tuya, por la cual se entregó voluntariamente Nuestro Señor Jesucristo en manos de sus enemigos y aceptó el tormento de la Cruz. Por el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.

 

Por las intenciones del Sumo Pontífice, para ganar las in­dulgencias concedidas al santo Vía Crucis.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Canción: Salve Madre... o Toma, Virgen Pura ...