Misterios Gozosos

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1º: El Anuncio del Ángel a María y la Encarnación

Cuando hace unos años, Benedicto XVI convocó el Año de la Fe, «ante la profunda crisis de fe que afecta a muchas personas»[1], puso a la Madre de Dios como ejemplo de fe. La Virgen de la Anunciación es la Virgen de la fe, que creyó las palabras que, de parte del Señor, le comunicó el Arcángel.

Decía santa Teresa de Jesús: «La humildad es andar en verdad»[2]; por eso, declaraba la Virgen en un mensaje con sencillez: «Di ejemplo, ejemplo de humildad, di ejemplo de pobreza, y di ejemplo de pureza. También di ejemplo, entre toda la raza humana, de fe, para que tengan fe en Cristo»[3].

Creamos firmemente como nuestra Señora creyó; que Dios conserve y aumente nuestra fe.

 

2º: La Visitación de María Santísima a santa Isabel

En el primer domingo de Adviento, se pide en la oración del comienzo de la Misa: «Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro con Cristo, acompañados por las buenas obras».

Y la Carta de Santiago nos enseña: «Porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta»[4]. El tiempo de Adviento es propicio para emprender buenas obras a imitación de María en la Visitación.

Por eso, pedía el Señor en el mensaje de 3 de julio de 1993: «…haced obras de amor y misericordia. No tengáis el corazón apegado a las cosas materiales de la Tierra».

 

3º: El Nacimiento del Hijo de Dios en Belén

En la Carta que Benedicto XVI presentó en su momento, para convocar el Año de la Fe, proponía a María Santísima como modelo de fe, también en el misterio de la Natividad de Jesús, pues en él, con «gozo y temblor dio a luz a su único Hijo, manteniendo intacta su virginidad»[5].

Y en el mensaje de 4 de julio de 1998, revelaba la Virgen a Luz Amparo: «Hija mía, yo me consagré toda a Dios mi Creador, toda mi vida, con estas palabras: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y ahí consagré toda mi vida y presenté a mi Hijo a los hombres y lo entregué para su redención».

Miremos a María, imitémosla, que sea guía luminosa en nuestro caminar.

 

4º: La Presentación del Niño Jesús y la Purificación de la Virgen

Dice el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica que «durante la presentación en el Templo, en Simeón y Ana se concentra toda la expectación de Israel, que viene al encuentro de su Salvador»[6].

Vayamos nosotros al encuentro de nuestro Salvador hecho Niño, que se nos presenta en este misterio como luz para iluminar a las naciones, en palabras del profeta Simeón[7].

En este mundo donde las tinieblas tratan de dominarlo todo, abramos puertas y ventanas a esa Luz, que es Jesucristo. «Yo os conduciré a mi Hijo —explicaba la Virgen en un mensaje—. Así lo quiso Dios, y se vio en la humillación de su esclava, y me otorgó venir la Luz al mundo por ese “sí” que di a Dios, mi Creador»[8].

 

5º: El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo

En este misterio contemplamos a Jesús Niño que, aun siendo de corta edad, nos ofrece una lección de madurez, enseñándonos a poner por encima de todo a Dios y a las cosas de Dios.

Pongamos siempre al Señor en primer lugar, no dando preferencia a nuestros intereses. Decimos amarle y no somos generosos con Él; presumimos de creyentes y ante cualquier obstáculo, por pequeño que sea, nos echamos atrás y nos avergonzamos de nuestra fe.

«En las almas hay mucha falta de fe, hijos míos —refería la Virgen en un mensaje de Prado Nuevo—. Trabajad, orad, haced penitencia; veréis cómo estaréis firmes en el camino del Evangelio»[9].

 

[1] Porta Fidei, 2.

[2] Las Moradas, VI, 10.

[3] 15-VIII-1983.

[4] St 2, 26.

[5] Porta Fidei, 13.

[6] Compendio, 103.

[7] Cf. Lc 2, 32.

[8] 2-XII-1989.

[9] 2-IV-1988.

Misterios Gloriosos

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1º: La Resurrección del Señor

La fe de los primeros discípulos en la Resurrección de Jesús es la que nos ha sido transmitida y que es garantía de la nuestra. Ya el Apóstol san Pablo habla de la tradición viva de la Resurrección que había recibido: «Porque os transmití —dice—, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce»[1].

Relacionado con esto, en el mensaje de 16 de octubre de 1981, prometía la Virgen: «Los que no lo hayan hecho, que confiesen sus pecados y comulguen todos los primeros sábados de mes; también los primeros viernes de mes en honor del Corazón de mi Hijo; que todos los que lo hagan, les dará mi Hijo vida eterna y los resucitará».

 

2º: La Ascensión del Señor

Contemplando la Ascensión de Jesucristo a los cielos, nos hemos de sentir animados y esperanzados, para no olvidar que este mundo no es la morada definitiva.

Adviento es igual a advenimiento, llegada, venida… Cristo, que vino por primera vez hace más de dos mil años, se presentará glorioso cuando venga a juzgar a vivos y muertos.

No sabemos cuándo acontecerá la Segunda Venida del Señor, pero es seguro que vendrá a nuestro encuentro al final de nuestras vidas. Por eso advertía la Virgen en un mensaje: «Estad preparados; díselo a todos, hija mía, que preparen sus almas, para llegar a la vida eterna»[2]. El espíritu penitencial del Adviento nos ayudará a crecer en la virtud y a combatir el pecado, principal obstáculo para nuestra salvación.

 

3º: La Venida del Espíritu Santo

Jesús nos ofrece en la Eucaristía, bajo las especies de pan y vino, su carne vivificada por el Espíritu Santo; al recibirle con devoción, vivifica también la nuestra, a fin de hacernos participar, en cuerpo y alma, de su resurrección y gloria.

¡Cuántas veces se nos ha invitado en los mensajes de Prado Nuevo, a comulgar con frecuencia! En una ocasión, nos insistía la Virgen: «Os repito, hijos míos, como Madre de la Iglesia: acercaos a los sacramentos y a la Eucaristía, no la dejéis, hijos míos; ésa es vuestra fortaleza»[3].

Comulguemos, pues, con fe, respeto y fervor para aprovechar todas las gracias que Dios nos regala en este Sacramento, el Sacramento del Amor, como lo denominó Benedicto XVI[4].

 

4º: La Asunción de la Virgen María

Decía la Virgen en un mensaje al recordar el misterio de su Asunción: «Dios me elevó al Cielo, ante su divinidad, y me hizo participar de su gracia y de su sabiduría, y me otorgó grandes dones, y me atribuyó también grandes atributos»[5]. ¡Qué maravilla poder contemplar en su momento la belleza de María Santísima, esa perfección de cuerpo y alma, todo su ser Inmaculado!

San Juan Pablo II recordaba en una catequesis que a ese estado definitivo de resurrección gloriosa, están llamados a llegar todos los que acogen la Redención de Cristo, «precedidos por la Virgen Santísima, que “terminado el curso de su vida terrena, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste”[6]»[7].

 

5º: La Coronación de la Virgen María

En un mensaje, la Virgen expresaba el gozo que experimentó al entrar en la Gloria: «Hijos míos, ¡qué grandeza cuando me presenté ante estas tres divinas Personas! Sufrí mucho en la Tierra, hijos míos, pero tened esperanzas, porque están las moradas preparadas. Ya se lo dijo mi Hijo a los Apóstoles: “En la Casa de mi Padre hay muchas moradas”»[8]. Y añadía lo que nos conduce a la patria celestial: «Aprended a amar, aprended a sufrir, aprended la humildad, la castidad…».

En este quinto misterio, contemplamos a María coronada como Reina y Señora de todo lo creado; si queremos recibir en la vida eterna la corona de gloria que no se marchita, ciñámonos desde ahora con una corona de virtudes, que sea anticipo de aquélla; el Adviento es una ocasión para ello.

 

[1] 1 Co 15, 3-4.

[2] 15-8-1984.

[3] 4-7-1998.

[4] Sacramentum Caritatis, 1.

[5] 4-6-1988.

[6] Pío XII, Munificentissimus Deus; cf. Lumen Gentium, 59.

[7] Audiencia General, 4-11-1998.

[8] 15-8-1986.