HISTORIA DE LAS APARICIONES DE EL ESCORIAL (22)
En los años anteriores a esta fecha Luz Amparo sufrió el ataque del «poder de las tinieblas», por las numerosas almas que le estaba arrebatando para Dios. Sin embargo, las calumnias, difamaciones, los insultos, intentos de secuestro… no fueron suficientes para impedirla seguir con su misión por la salvación de las almas.
Fue entonces cuando Dios permitió que este «poder de las tinieblas» desatase toda su furia, para atacar directamente al instrumento de Dios, Luz Amparo… Con una intención clara: eliminándola a ella, todo el hecho religioso de «Prado Nuevo» de El Escorial acabaría para siempre…
Jueves, 26 de mayo de 1983
Enterada Luz Amparo de que la capillita ubicada sobre el fresno de la aparición había sido blanco de disparos, propuso a su esposo Nicasio bajar a la huerta que cultivaba, próxima a Prado Nuevo, y así lo hacen.
A eso de las once horas, mientras Nicasio desbrozaba algún que otro surco, Amparo, sin nadie que la acompañara, se adentró en Prado Nuevo con la intención de desagraviar con sus oraciones la ofensa hecha contra la Virgen María. Se acercó al fresno de las apariciones sin pensar, ni por lo más remoto, en la emboscada que le estaban tendiendo. Se puso de rodillas delante del árbol y comenzó a rezar tres avemarías a su celestial Madre.
Brutal paliza
Atenta a su rezo, no se dio cuenta de que tres personas, que más tarde identificaría como dos varones y una mujer, salieron de no se sabe dónde, encapuchados, y sigilosamente se dirigieron a ella. De inmediato, le arrebataron la rebeca que llevaba sobre los hombros, se la pusieron sobre la cabeza y se la ataron al cuello. En dos tirones de la ropa, la desnudaron totalmente, arrojando sus vestidos al pilón de agua próximo al fresno de la aparición, al grito de uno de ellos: «Tíralos al pilón, que ya no se los volverá a poner”, añadiendo con tono burlón: «Que las “beatas” tengan para reliquias».
A empujones, y arrastrándola, la condujeron a un paraje más retirado, donde quisieron obligarla a declarar que todo lo que le sucedía era mentira. Pero ella les dijo: «¿Cómo voy a decir que es falso siendo verdad?». Esta respuesta hizo recaer sobre ella toda suerte de malos tratos: bofetadas, golpes, patadas y pinchazos con palos por todo el cuerpo, mientras la insultaban y se burlaban de ella.
No consiguiendo su malvado propósito de hacerla negar la aparición de la Virgen, la amenazaron con colgarla de un árbol, pregonando: «Te vamos a ahorcar en un árbol, a ver si la Virgen viene a salvarte»[1]. De nuevo, arreciaron los tormentos y las blasfemias que querían obligarla a repetirlas. Pero Amparo, aun en medio del dolor, les dijo: «Si Dios es mi Padre y vuestro Padre, ¿cómo le voy a maldecir? Vosotros no insultáis a vuestras madres».
Al clavarle una vara, ella lanzó un grito de dolor. Entonces, para que no volviera a gritar, le obligaron a que abriera la boca y le metieron en ella una piedra, que le rompió varios dientes y le causó heridas.
El auxilio del Cielo
Como tampoco consiguieron que blasfemase, sin parar de atormentarla, planearon deshonrarla, repartiéndose las obscenas actuaciones que cada uno pretende perpetrar. Al mismo tiempo, van comentando cómo acabar con su vida: si ahorcada, estrangulada o ahogada. Cuando ya uno se dispone a su canallesco y desvergonzado abuso, la congoja de Amparo llega al límite y, hacia sus adentros, clama orando: «¡Dios mío!, ¿será posible? ¿También esto vas a permitir?».
En ese momento, se oyó un ruido o un golpe, como si alguna piedra cayera de una cerca. Los malhechores clamaron asustados: «Alguien viene». Y, sin más averiguaciones, empujaron y tiraron entre la maleza a su víctima, quien perdió el conocimiento quedando tumbada en el suelo, sangrando por las numerosas heridas y expuesta a un sol abrasador.
Cuando ya habían pasado dos horas y Amparo no volvía, Nicasio fue a Prado Nuevo a buscarla. ¡Al ver en el pilón los vestidos de su esposa, se puso a dar voces, llamándola y pidiendo auxilio! Ante la voz de alarma, otro hortelano, el señor Antonio, enseguida acudió. La siguieron buscando y el señor Antonio la encontró tirada en el suelo, totalmente desnuda e inconsciente, como muerta, cubierta de heridas y de sangre, con lágrimas en los ojos. La cubrió con su chaqueta y enseguida avisaron a una ambulancia y a la Guardia Civil. Recogida en una camilla, fue trasladada al hospital, donde el informe médico diagnosticó traumatismos múltiples y traumatismo cráneo-encefálico. En el bazo, se le formó una bolsa de sangre por las agresiones. Tenía la cara hinchada, heridas en la cabeza y por todo su cuerpo, amoratado de los golpes. Quisieron dejarla ingresada en el hospital pero, a petición de sus familiares, fue trasladada a su casa.
La víctima, en cama, siguió su recuperación que no fue tan fácil ni tan rápido como se deseaba y esperaba, y por la que se elevaron al cielo miles de plegarias.
Posteriormente, refirió que, durante este duro suceso, sintió la soledad de Dios, al no ver al Señor, ni a la Virgen, ni al arcángel san Gabriel. Pero que cuando despertó tras la agresión, experimentó una inmensa alegría por no haber negado al Señor, a pesar de la violencia y la presión de sus vejadores, y porque no consiguieron que renegara de la Santísima Virgen y de sus mensajes, ni que blasfemara contra Dios, ni mancillar su decoro, ni quitarle la vida.
En el lecho del dolor, Amparo manifestó acerca de sus agresores: «Los perdono, y por ellos daría mi vida si preciso fuera. Lo que interesa es que esas almas se salven». Y a las personas más próximas a ella, indignadas y dolidas por tan vil suceso, les decía: «Tenéis que perdonarles, yo ya les he perdonado».
Aunque su salud ya delicada quedó bastante resentida tras este brutal ataque, pudo volver a rezar el santo Rosario, como la Santísima Virgen le había pedido en ese bendito Prado, y seguir como instrumento de Dios para la salvación de las almas.
[1] «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo», le gritaban a Jesús en la Cruz.
(Revista Prado Nuevo nº 23. Historia de las Apariciones)
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