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De la Eucaristía…

Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

“El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13, 1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, ‘constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento” (Concilio de Trento: DS 1740)” (nº 1337).

Eucaristía, Sacramento de Amor, Sacramento de servicio, Sacramento de la presencia de Dios entre nosotros. En los mensajes de Prado Nuevo, son muchas las citas en las que se habla de este “Sagrado Misterio” y en el privilegio que tenemos los hijos de Dios de poder recibirlo:

“Por eso os pido, que os acerquéis al sacramento de la Confesión, porque el Cuerpo de Cristo lo podéis recibir diariamente; tenéis más suerte que los ángeles, hijos míos, porque los ángeles no pueden recibir a Cristo. Cristo dejó instituido el sacramento de la Eucaristía para daros fuerza, hijos míos. No seáis cobardes; fuerza es lo que necesitan los hijos de Dios; no tienen que ser cobardes. Los cobardes son los hijos de las tinieblas” (La Virgen, 21-6-1984)

Es Sacramento para ayudarnos en la vida temporal y, sobre todo, para disponernos a recibir la vida eterna: “manantiales divinos”, dice el mensaje que vamos a citar… ¡Qué expresión tan hermosa! Cuando imaginamos la belleza de esa fuente divina de gracia...

“Hijos míos, quiero que todos pertenezcáis al mismo rebaño. Yo, Fundador de mi Iglesia, instituí el Sacramento con mi Cuerpo y mi Sangre, para que todos los hombres tuvieseis vida eterna, hijos míos. También os dejé, hijos míos, unos sacerdotes para que os instruyan en la vida temporal. Os dejé manantiales divinos, para que el hombre se acerque a ellos y se unja con las gracias que hay en esos manantiales y todo su ser quedará ungido de la gracia divina. ¡Qué pocos operarios hay, hijos míos, y cuánta mies!” (El Señor, 6-7-1996)

En otra ocasión, el Señor manifestaba la tristeza que embarga su Corazón Sacratísimo, “volcán de fuego”, cuando su Amor no es correspondido... Véase también en las palabras subrayadas el proceso que conduce a un sacerdote a la tibieza:

“¡Cuántos sacrilegios cometen con mi Cuerpo, hija mía! Yo, que dije: «El que coma mi Cuerpo y beba mi Sangre tendrá vida eterna», también sufro porque veo que a muchos les sirve de condenación porque me reciben en mal estado, hija mía.

Por eso pido: ¡hijos míos, id al sacramento de la Penitencia, confesad vuestras culpas!, y después venid a recibir el Cuerpo de Cristo”  (El Señor, 2-12-2000)

Visitemos al “Prisionero del Amor” que nos espera en el Sagrario. Feliz día en el Señor...

Acudid a este lugar, hijos míos, recibiréis gracias para vivir en gracia. No os abandonéis en los sacramentos. Acercaos diariamente a la Eucaristía. Fortaleceos de mí, hijos míos. Mi Cuerpo es una verdadera comida y una verdadera bebida; alimentaos de él, hijos míos. E instituí la Eucaristía por amor a vosotros. No me abandonéis, hijos míos, que muchas veces estoy triste y solo esperándoos... una visita de vosotros, hijos míos”  (El Señor, 5-1-2002)

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