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De la Santísima Trinidad…

El domingo después de Pentecostés celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad. El número 237 del Catecismo de la Iglesia Católica nos dice:

«La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, “que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto” (Concilio Vaticano I: DS 3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo».

 

Misterio “revelado de lo alto”. Nadie puede alcanzar la verdad de la Trinidad Santísima por el propio esfuerzo: es el mismo Jesucristo quien nos tiene que hablar del Padre y del Espíritu Santo para darnos a conocer este divino misterio.

En los mensajes de la Virgen y del Señor en Prado Nuevo, se nos dan pinceladas para que la imaginación sea elevada donde “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Co 2, 9)

El 7 de agosto de 1990, nos decía el Señor con palabras impregnadas de los misterios del Cielo, que sólo allí alcanzaremos a entender de alguna manera con la “luz de la gloria” (“lumen gloriae”):

“Mira, hija mía, aquí está mi Trono. Oyes mi voz y no me ves, pero existo. Yo soy el que soy. Déjate guiar por el Monitor de misterio, hija mía. Todo el que se deje guiar por el Monitor de misterio será protegido y será salvo.

Hija mía, el que me ve a mí ve al Padre. Somos como la lluvia que empapa los campos con buenos fines y desembocamos en grandes cascadas donde todas las criaturas se abastecen de este Maestro Universo. Vas a ser conducida ante las puertas de la Divina Sabiduría. Mira, hija mía, aquí están las puertas de la Divina Sabiduría. Aquí están las Tres Divinas Personas; sólo Ellas conocen los caminos de los grandes paraísos. Todo aquél que se deje guiar por el Monitor de misterio, llegará a tener esta sabiduría y entendimiento.

Todo el que cumpla las leyes divinas llegará a este lugar; todos sois llamados para ello, hijos míos. Todo el que se deje guiar por este Monitor de misterio navegará a grandes universos sin fin, hasta encontrar el centro más importante del Universo, donde está la chispa de la divinidad. 

Los hombres no entenderán, hija mía, estas palabras.

Pero sí que os digo, hijos míos, que todos los que seáis capaces de aceptar con buena voluntad el Evangelio y mis palabras, seréis conducidos por estos lugares. Mira, hija mía, la Isla eterna; de aquí salen ríos frondosos. Éste es el cimiento de la Creación; si no existiese este cimiento nada existiría, hija mía. Ésta es la Isla eterna, la Isla del Amor, la Isla que no tiene tiempo.

Vale la pena renunciar a tantas y tantas cosas de la Tierra para alcanzar esta belleza, hija mía.

Los hombres se matan unos a otros por envidias, por las riquezas y los placeres, y no llegan a gozar de esta eternidad, hija mía. Todo el que llegue aquí, a este Maestro Universo, a la Isla del Amor, vivirá eternamente gozando, hija mía.

Por eso os pido oración y sacrificios. Los hombres se han olvidado de Dios y del mandamiento principal del amor.

Y muchos de vosotros, hijos míos, de los que acudís a este lugar, y habéis recibido gracias y las negáis ante los hombres y os avergonzáis de dar testimonio de ellas, mi Padre os negará ante los ángeles”.

 

¡Qué belleza poder “contemplar” el hermosísimo Misterio de la Santísima Trinidad! El contemplar este Misterio no nos abstrae, no nos evade del mundo. Por el contrario, nos implica cada día en el cumplimiento de las leyes divinas, de los mandamientos de la Ley de Dios, de la obras de misericordia. Para llegar “allá”, primero hay que servir y amar “acá”.

 

Y el camino cierto, seguro, es, como tantas veces nos ha recordado nuestro querido papa Francisco

el de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu (...). Bienaventurados los mansos (...). Bienaventurados los que lloran (...). Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia (...). Bienaventurados los misericordiosos (...). Bienaventurados los limpios de corazón (...). Bienaventurados los que trabajan por la paz (...). Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia (...). Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo» (Mt 5, 3-12).

el de las obras de misericordia

el Padre nuestro.

 

La Virgen María, hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo, aparece también en los mensajes del Cielo. Terminamos con dos citas sobre Ella en relación con la Santísima Trinidad y… ¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

“Aquí estoy, hija mía, como Reina y Señora de todos los hombres. Yo soy la fuente de todo lo creado, fuera de la unidad de la Santísima Trinidad. Soy la chispa que Dios quiere que alumbre los corazones. Soy la Reina del Cielo. Soy el puente para que los hombres se acerquen a la Iglesia. Y es lo que vengo a decir a los hombres, y lo que les he estado diciendo tantos y tantos años: que mi Inmaculado Corazón será el que reine sobre la Humanidad; que no olviden que soy la Madre de Dios, Corredentora con Cristo y Madre de todos los hombres. Los hombres quieren arrinconarme, no saben que es la hora de María. ¿Por qué los hombres son tan obstinados y se empeñan en hacerme desaparecer? ¿Cómo una madre no va a avisar a sus hijos la situación del mundo, y el peligro que los acecha?” (La Virgen, 2 de agosto de 1997).

 

¿Cómo no explicáis, hijos míos, que la Palabra se hizo carne para habitar entre los hombres, que el Hijo de Dios se humanizó para que los hombres se divinizasen, para llegar un día a la divinidad increada? Y todo, hijos míos, fue por una sola palabra de una creatura que dijo: «Hágase en mí según tu palabra». La virginidad de María, hijos míos, y en la virginidad de María se engendró el Hijo de Dios; virgen antes y después de ser Madre del Verbo Encarnado (El Señor, 6 de enero de 1996).

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