Es el mes por excelencia dedicado a la Virgen María, la Madre de Dios, nuestra Madre. Ella nos lo recordó en muchos de los mensajes. Escuchamos sus palabras: de gozo y de alegría, por tantas y tantas avemarías como se han elevado al Cielo desde su “lugar preferido, su jardín” (La Virgen, 4 de abril de 1998), con algún matiz de dolor pues no todos la recuerdan con tanto cariño, con tanta veneración como en Prado Nuevo … la “escuchamos”:
“Hija mía, hoy vengo con mi manto de oro, de todas las oraciones y avemarías que recibo en este lugar. Aunque hay muchos curiosos, hija mía, pero muchas almas se han convertido y han cambiado la vida de pecado por la vida de la gracia; por eso hoy protegeré a todos con mi manto, sus cantares llegarán a la corte celestial. El mes de María: en la mayoría del mundo se ha olvidado este mes tan hermoso y tan bello, cuando los hombres y mujeres y niños levantaban su corazón y lo juntaban junto al mío con plegarias y canciones. Los niños elevaban su corazoncito, y se juntaba junto a los ángeles, esas poesías que salían de lo más profundo de su corazón inocente. En muchos lugares, hija mía, se ha perdido esa devoción: la devoción a María”. (La Virgen, 3 de mayo de 1997)
No pide grandes cosas nuestra Madre: cantares, poesías… corazones inocentes, como el de los niños… devoción a su Inmaculado Corazón.
Todos los privilegios concedidos a la Virgen María la fueron otorgados por el hecho de ser Madre de Dios. Ella nos explica esta maternidad divina.
“Yo soy María, vuestra Madre Pura e Inmaculada, que Dios hizo un paraíso dentro de mí e hizo maravillas en ese paraíso. Él tuvo sus complacencias y se recreaba en mi Corazón. Permitió que fuese el Verbo encarnado en mis entrañas; se encarnó dentro de mí y me divinizó”. (La Virgen, 3 de mayo de 1997)
¡Qué belleza! Pero esta belleza no es para “quedársela” Ella: todo lo pone a nuestra disposición, para que acudamos a María, para encontrar refugio y consuelo en la Madre de Dios, en nuestra madre.
“Por eso, hija mía, pido que los hombres se acerquen a mí, aquéllos que estáis afligidos y apenados, aquéllos que estáis lejos de mi Hijo; yo soy el camino más corto para llegar a Él. Yo os amo, hijos míos, y quiero conduciros a mi Hijo. Por eso os digo que el que ama a María, ama a Jesús. Por eso Dios quiere que sea la Puerta del Cielo, el Refugio de los pecadores, el Consuelo de los afligidos, y tantos y tantos títulos como he adquirido: ser Pura e Inmaculada en el parto, después del parto, y antes del parto. ¿Cómo los hombres quieren apartarme como la mujer que tiene al hijo por medio de varón, y quitarme todas las gracias y los títulos que Dios ha querido para mí? Dios quiso que los adquiriera y por eso soy la llena de gracias”. (La Virgen, 3 de mayo de 1997)
La “llena de gracias”, como le decimos en el Ave María. Luz Amparo expresaba con profundo gozo la visión de la Virgen, su incomparable belleza, la belleza de la gracia, de la ausencia total de pecado en el alma de María, la Inmaculada Concepción.
“Luz Amparo:
¡Ay! ¡Qué belleza, Madre mía!
La Virgen:
La bella entre todas las mujeres.
Luz Amparo:
¡Ay, qué belleza, ay!
La Virgen:
No me arrinconéis, hijos míos; que no contentáis a Dios, si me quitáis del lugar que me corresponde como Madre de Dios”. (Del 3 de mayo de 1997)
También Nuestro Señor quiere hablar de su Madre, su bendita Madre, a quien tanto ama y a quien tanto quiere que amemos. Hagamos del mes de mayo un mes especial, lleno de muchas “flores”: las buenas obras, las oraciones de corazón y las virtudes que presentamos a los pies de nuestra bendita Madre.
“Sí, hijos míos, es el mes de María. María, la Madre del Redentor, de toda la Humanidad. El que no ama a María, no ama a Jesús. ¡Cuántas veces os he repetido que somos dos Corazones en uno!: el Corazón de mi Madre está unido al mío y nadie lo puede separar. Pero los hombres han perdido toda la atención y devoción a esta Madre Pura e Inmaculada. Si es la Puerta del Cielo, hijos míos, tendréis que entrar por ella. Es el Arca de la Alianza, el Paraíso donde yo me recreé en Ella. No la apartéis, hijos míos, que yo le he dado muchas gracias para derramarlas sobre la Humanidad. Ella es la que intercede por vosotros. Es la Madre de todos los pecadores. Quiere que se arrepientan todos y vengan a mí; constantemente, hijos míos, está intercediendo por todos vosotros. Amadla mucho. Si no amáis a mi Madre, no me podéis tener contento a mí. En el mundo ha desaparecido el amor, la unidad entre los cristianos. Sed misericordiosos como yo fui misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; con la medida que midáis, con esa medida seréis medidos”. (El Señor, 3 de mayo de 1997)