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Testimonio: Esmeralda desde Madrid

Así lo cuenta ella:

«No me siento a gusto si no plasmo en unas cuartillas alguno de los casos acaecidos de un tiempo a esta parte. El mes de marzo de 1990, el último jueves de dicho mes, me fijé en la cabina de un camión de transporte, en una fotografía o cuadro de una Virgen vestida de blanco. Yo no sabía nada de nada, y menos de dicha imagen; y, preguntando al conductor, salió de mis labios, sin saber cómo, la pregunta de si se trataba de la Virgen del Escorial. Me contestó este señor afirmativamente, diciéndome que todos los primeros sábados acompañaba a su esposa a dicho lugar para rezar el santo Rosario.

Cada vez me interesaba más por todo ello; él me ofreció un número de teléfono de unos autocares que salían desde Campamento hacia El Escorial. Estos viajes eran una auténtica peregrinación. Sin saber cómo, me fui ilusionando por preparar el viaje a dicho lugar, ya que se aproximaba el primer sábado del mes.

Con otra señora que también iba por primera vez, nos pusimos frente a la hornacina del árbol. Serían las cuatro y media cuando me advirtió que notaba un olor a rosas que yo también percibía. Pensé que alguien estaba perfumando el ambiente, cuando de repente me vino directamente a mí una oleada de esta fragancia maravillosa y sobrenatural. Una señora próxima nos dijo que eso ocurría con frecuencia y que a mí me veía amarilla. Miré las ramas de los árboles y me di cuenta de que estaban amarillos como también ciertas personas que allí se encontraban. Entonces miré al sol que estaba detrás del árbol de la Virgen y lo vi de color verde, rodeado de unas nubecillas amarillas y rosas. Pero, aún más: lo vi girar muy deprisa y, cambiando bruscamente, se venía hacia mí como si quisiera tragarme. Me puse a llorar y dije a mi compañera: ¡María Luz! -como así se llama- mira también tú. Lo intentó, pero dijo que no podía, pues le hacía daño a los ojos. La otra señora, ya veterana del lugar, me aconsejó dar gracias a la Santísima Virgen por este prodigio, pues, por lo visto, no todos lo ven.

Empezó el Santo Rosario, para mí el que con más devoción he rezado y, terminado el mensaje, fuimos hacia la salida. Yo tenía la sensación de ir en volandas, muy elevada, pero, al mismo tiempo, angustiada, pues parecía que con los ojos me veía el alma; comencé a sentir la necesidad de confesarme lo antes posible, pues hacía algunos años que no lo hacía. Llegué a casa contentísima; parecía otra persona, más alegre y animada; tenía ya el franco propósito de cambiar de vida. Terminadas las tareas de la casa, me puse a rezar el Rosario guiándome por los dedos, ya que no poseía ningún Rosario. Además de no saber rezarlo, no lo hacía completo porque me aburría. Al mes siguiente, volví a Prado Nuevo, adquirí estampas y Rosarios, y desde entonces rezo ¡LOS QUINCE MISTERIOS!, pues sé que le agrada a la Madre del Cielo; y así recuerdo su Gozo, su Pasión y su Gloria junto a su Hijo… »

 

 

(Revista Prado Nuevo nº 31. Testimonios)

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