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En la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!

Jamás el bosque dió mejor tributo

en hoja, en flor y en fruto.

¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza

con un peso tan dulce en su corteza!

 

La fiesta que celebramos hoy tiene su origen en Jerusalén, en los primeros siglos del Cristianismo. Según un antiguo testimonio se empezó a celebrar en el aniversario de haber encontrado la Cruz de Cristo. En el siglo VII se perdieron estas reliquias a manos de un saqueo de los Persas, pero fueron recuperadas pocos años más tarde bajo el reinado del emperador Heraclio.  Cuenta una piadosa tradición que cuando el emperador, vestido con las insignias de la realeza, quiso llevar personalmente el Santo Madero hasta su primitivo lugar en el Calvario, su peso se fue haciendo más y más insoportable. Zacarías, Obispo de Jerusalén, le hizo ver que para llevar a cuestas la Santa Cruz debería despojarse de las insignias imperiales e imitar la pobreza y la humildad de Cristo, que se había abrazado a ella desprendido de todo. Heraclio vistió entonces unas humildes ropas de peregrino y, descalzo, pudo llevar la Santa Cruz hasta la cima del Gólgota (1).

No vemos la Cruz como un patíbulo de ignominia sino que resplandece como victoriosa. Como dijo Juan Pablo II “O crux, ave spes unica! ¡Salve, oh cruz, nuestra única esperanza!”. El Santo Padre nos recordaba que “En la cruz se encuentran la miseria del hombre y la misericordia de Dios. Adorar esta misericordia ilimitada es para el hombre el único modo de abrirse al misterio que la cruz revela”.

Este Árbol de riquísimos frutos, arma poderosa, que aleja todos los males y espanta a los enemigos de nuestra alma y de nuestra salvación. La Cruz es “el escudo y el trofeo contra el demonio. Es el sello para que no nos alcance el ángel exterminador”, como dice la Escritura (cfr. Ex 9, 12). En los mensajes de El Escorial se repite en muchas ocasiones:

“Acudid a este lugar, hijos míos. Todos los que acudáis a este lugar recibiréis gracias especiales y muchos seréis sellados con este sello especial, el sello de los escogidos…”(2) “Muchos serán marcados con una cruz en la frente”(3).

Esta cruz se presenta ante nuestra vida de muy diferentes maneras: enfermedad, pobreza, cansancio, dolor, desprecio, soledad.  Hoy podemos examinar en nuestra oración nuestra disposición habitual ante esa Cruz que se muestra a veces difícil y dura: “Si alguno quiere ser discípulo mío, deberá olvidarse de sí mismo, cargar con su cruz y seguirme” (Mt 16,24), pero que, si la llevamos con amor, se convierte en fuente de purificación y de Vida, y también de alegría. “porque mi yugo es fácil de llevar, y mi carga ligera” (Mt 11,30).

En los mensajes de El Escorial aparece 371 veces la palabra “Cruz”. El Señor en un mensaje le recuerda a Luz Amparo:

“Si tú, en unos segundos, no lo resistes, ¿cuánto pasaría yo, horas enteras en la Cruz, muriendo por los mismos que me estaban crucificando? Puedes salvar muchas almas con tus dolores”(4).

El Himno de la Hora de Vísperas de hoy dice:

“En la CRUZ está la vida y el consuelo y ella sola es EL CAMINO para el cielo.

En la CRUZ está el Señor de cielo y tierra, y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra; todos los males destierra en este suelo, y ella SOLA ES EL CAMINO para el cielo.

Es una oliva preciosa la SANTA CRUZ, que, con su aceite nos unta y nos da luz.

Hermano, TOMA LA CRUZ, con gran consuelo, que ella SOLA ES EL CAMINO para el cielo.

EL ALMA QUE A DIOS ESTÁ TODA RENDIDA, y muy de veras del mundo desasida, la CRUZ le es árbol de vida y de consuelo, y un CAMINO DELEITOSO para el cielo.

Después que se puso en cruz el Salvador, EN LA CRUZ ESTÁ LA GLORIA Y EL AMOR, y en el PADECER DOLOR vida y consuelo, y el CAMINO MÁS SEGURO para el cielo”.

En el Calvario, al pie de esta cruz se encontraba María, la Virgen Dolorosa. Juan Pablo II continúa en su homilía recordando: “A ella le encomiendo el presente y el futuro de la Iglesia, para que crezca bajo la cruz de Cristo y sepa descubrir siempre y acoger su mensaje de amor y de salvación. ¡Por el misterio de tu cruz y de tu resurrección, sálvanos, oh Señor! Amén»(5).

Y la Virgen Dolorosa nos recuerda:

“Os quiero desprendidos, hijos míos; quiero que os queráis como hermanos y que os humilléis, pues el hombre que se humilla en la Tierra es grande ante los ojos de Dios. Sed humildes, hijos míos, y no dejéis de rezar el santo Rosario todos los días; es mi plegaria favorita. Acercaos a la Eucaristía, hijos míos, dadle valor al Santo Sacrificio de la Misa; es la renovación de Cristo en el Calvario. Sed mansos y humildes de corazón” (6).

También la Virgen nos exhortar a tener esperanza y fortaleza a pesar de las dificultades.

” Quiero, hijos míos, que salgáis para llevar la luz por todas las partes de la Tierra, esa luz de la fe, hijos míos. Éstos son los apóstoles de los últimos tiempos. Apresuraos, hijos míos, no tengáis miedo, ¡adelante!
Si está Dios con vosotros, ¿a quién podéis tener miedo?
Tened esperanza y confianza en mi Hijo, hijos míos. La fortaleza y la esperanza es un don del Cielo” (7).

  1. P. CROISSET, Año cristiano, Madrid 1846, vol. 7, pp. 120-121.
  2. La Virgen . MENSAJE DEL DÍA 2 DE ABRIL DE 1988
  3. La Virgen. MENSAJE DEL DÍA 14 DE JUNIO DE 1981
  4. El Señor, MENSAJE DEL DÍA 15 DE NOVIEMBRE DE 1980
  5. Juan Pablo II, Homilía en Bratislava 14-9-2003
  6. La Virgen, MENSAJE DEL DÍA 6 DE ENERO DE 1990.
  7. La Virgen, MENSAJE DEL DÍA 4 DE DICIEMBRE DE 1982