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Institución del Santísimo Sacramento (S. Alfonso María de Ligorio)

 

CAPÍTULO IV

Mientras estaban cenando tomó Jesús el pan, y lo bendijo y partió y dióselo a sus discípulos diciendo: Tomad y comed;  ésto es mi cuerpo[1].  Después del lavatorio de los pies, acto de tan grande humildad, que Jesucristo recomendó a sus discípulos, volvió a tomar sus vestidos, y, sentándose de nuevo a la mesa, quiso dar a los hombres la última prueba de amor de su corazón: fue la institución del Santísimo Sacramento del altar. Tomó el pan, lo consagró y, partiéndolo entre sus discípulos, les dijo: Tomad y comed, ésto es mi cuerpo. Luego les recomendó que cada vez que comieran aquel pan se acordasen de la muerte que iba a padecer por su amor, recomendación que interpreta San Pablo diciendo: Todas las veces que comiereis este pan y bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor[2]. Obró entonces Jesucristo como obraría un príncipe que está para morir y ama entrañablemente a su esposa; entre sus joyas escogería la de más subido precio, llamaría a la esposa y le diría: Voy a morir, amada mía, y para que no te olvides de mí te dejo por recuerdo esta alhaja; cuando la mires, acuérdate de mí y del amor que te he tenido.

«Ninguna lengua criada, dice San Pedro de Alcántara, puede declarar la grandeza del amor que Cristo tiene a su esposa, la Iglesia, y, por consiguiente, a cada una de las almas que están en gracia… Pues queriendo este Esposo dulcísimo partirse de esta vida y ausentarse de su Esposa, la Iglesia, porque esta ausencia no fuese causa de olvido, dejóla por memorial este Santísimo Sacramento en que se quedaba Él mismo, no queriendo que entre Él y Ella hubiese otra prenda que despertase su memoria sino sólo Él»[3]. Por aquí llegaremos a en­tender cuán grande es el deseo que tiene Jesucristo de que nos acordemos de su Pasión, ya que institu­yó el Santísimo Sacramento de la Eucaristía con el fin de que nunca jamás olvidásemos el amor in­menso e inefable que nos demostró con su muerte. ¡Oh Jesús mío amabilísimo, amante divino de las almas! ¿Cómo es posible que el amor que tenéis a los hombres os haya llevado hasta el extremo de darles vuestro cuerpo en alimento? Y después de este don, ¿qué más os queda que hacer para demostrarnos el sumo amor que nos tenéis y para obligarnos a amaros? ¿Qué otras invenciones o maravillas pudiérais obrar para conquistar nuestro amor? Así como en este augusto Sacramento Vos os dais todo entero a nosotros, justo es que nosotros nos entreguemos a Vos sin reserva. Busquen otros, en hora buena, honores y riquezas del mundo, que en cuanto a mí, no quiero ni deseo otro bien que el tesoro de vuestro amor ¡Jesús y Dios mío! Vos dijisteis que quien se alimenta de Vos, no debe vivir sino para vos: Quien me come, también vivirá por mí[4]. Pues ya que tantas veces me habéis admitido a alimentarme de vuestra carne adorable, haced que muera a mis gustos y pasiones a fin de que viva únicamente para agradaros y complaceros. Jesús mío, sólo en Vos quiero poner todos los afectos de mi corazón; ayudadme a seros fiel.

Señalando San Pablo el tiempo que escogió Jesucristo para instituir este augusto Sacramento, exclama: Cuando los hombres trataban de quitarte la vida, tomó el pan y, dando gracias, lo partió y dijo: Tomad y comed; ésto es mi cuerpo[5]. En aquella misma noche en que los hombres tramaban su muerte, nuestro Redentor nos preparaba este pan de vida y de amor para unirnos a Él estrechamente, como lo declaró diciendo: El que come mi carne, en mí permanece, y yo en él[6].

¡Oh amor de mi alma, digno de infinito amor!; no necesitáis darme más pruebas para demostrarme el amor y ternura que me tenéis. Unidme a Vos con estrechos lazos de amor, y si no sé daros mi corazón, tomad posesión de él. ¡Oh Jesús mío!, ¿cuándo seré todo vuestro, como Vos lo sois mío cada vez que os recibo en este sacramento de amor? Dadme luces y gracias para descubrir las bellezas que encierra vuestro corazón, a fin de que me enamore de Vos y ponga todo mi empeño en complaceros. Os amo, sumo bien mío, mi alegría, mi amor, mi todo.

[1] Mt 26, 26

[2] 1 Col 11, 26

[3] Tr. de la orac., p. l. c. 4. Meditación para el Lunes

[4] Jn 6, 58

[5] 1 Co 11, 23, 24

[6] ]n 6, 57

(Texto de San Alfonso María de Ligorio sobre la Pasión del Señor)

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