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Un regalo de S. Juan Pablo II: los misterios luminosos del Rosario

 

La popularidad y desarrollo del Rosario se produjo en especial a partir del siglo XIII. Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los Predicadores (dominicos), empezó a promover en sus misiones el rezo de una forma primitiva del Rosario. La plegaria predilecta de María fue inspirada en 1214 por la santísima Virgen, que lo entregó a Santo Domingo para convertir, entonces, a los herejes albigenses y a los pecadores. En Prado Nuevo, el rezo del Rosario es una de las peticiones más insistentes de la Madre de Dios, hasta recomendar vivamente que se rezaran los 15 misterios entonces vigentes: «Seguid rezando el santo Rosario todos los días, y diles que los que puedan que recen los quince misterios» (15-1-1982). San Juan Pablo II fue quien propuso —con la inspiración indudable del Cielo— añadir 5 nuevos misterios a los tradicionales, como regalo para Iglesia: los misterios luminosos.

 

Rosarium Virginis Mariae

Fue en el mes del Rosario, con fecha de 16 de octubre de 2002, cuando el Papa del Totus Tuus (Todo Tuyo) en ofrenda a María, escribió esa preciosa Carta apostólica titulada Rosarium Virginis Mariae, en torno a esta hermosa devoción. En este documento es donde anuncia la incorporación de los nuevos misterios de luz y ofrece una explicación:

«…para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios (…).

Así pues, para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente “compendio del Evangelio”, es conveniente que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la Pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la Resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz) (…).

21. Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial “misterios de luz”. En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es “la luz del mundo” (Jn 8,12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos —misterios “luminosos”— de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1) su bautismo en el Jordán; 2) su autorrevelación en las bodas de Caná; 3) el anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4) su Transfiguración; 5) la institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace “pecado” por nosotros (cf. 2 Co 5,21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3,17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2,1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1,15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2,3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él seguirá ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el monte Tabor. La gloria de la divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo “escuchen” (cf. Lc 9,35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por último, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la Humanidad “hasta el extremo” (Jn 13,1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio» (Rosarium Virginis Mariae, 19. 21).

*Proponemos a los lectores de nuestra revista los 5 misterios luminosos meditados, tal como se han hecho en alguna oportunidad en Prado Nuevo:

1º: El Bautismo de Jesús en el Jordán

Siendo Jesús la pureza misma, al entrar en las aguas para ser bautizado, las bendice y purifica para que, renovadas, limpien las almas y les obtengan la redención.

Oremos en este misterio por los que van a recibir el sacramento del Bautismo, así como por todos los bautizados, para que vivamos lo que el Señor nos recordaba en el mensaje del 7 de diciembre de 1991: «Por el bautismo, morís, hijos míos, en Cristo, al pecado; y las obras del cuerpo son destruidas, y dejáis atrás ese hombre viejo y os convertís en “cristos”». Que la Virgen María, quien meditó con sencillez y amor en este misterio, nos ayude a renovar la gracia que recibimos cuando fuimos bautizados.

2º: La Revelación en las Bodas de Caná

Contemplamos a Jesús en este misterio revelándose a sus discípulos gracias a la mediación discreta y delicada de María, su Madre.

El milagro de la transformación del agua en vino trasluce el desvelo de Jesús y de su Madre por la Humanidad, su mirada constante hacia cada uno de nosotros, para remediar nuestras necesidades en orden a la salvación.

No tengamos reparo en acudir a la Virgen, en amarla mucho; Ella no se guarda nada para sí, nuestro amor lo orienta siempre hacia su Hijo, como dirigió a los sirvientes de las bodas de Caná: «Haced lo que Él os diga»1. Como nos aseguraba Ella en el mensaje de 1 de junio de 1991: «Yo intercedo a mi Hijo, hijos míos, que tenga compasión de todos vosotros».

3º: El Anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión

En este misterio de luz contemplamos «la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión2, perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe».

El misterio del Reino, el Padre lo ha ocultado a los sabios y entendidos y lo ha revelado a los pequeños4, a los sencillos de corazón, que tienen su modelo en María de Nazaret.

Pidamos a la Virgen María nos ayude a pasar por la vida haciendo el bien, como su Hijo, e imitémosla en sus virtudes, pues, según manifestaba en el mensaje de 8 de diciembre de 1982: «Yo prometo a todo aquel que crea en mi pureza y se haya encomendado a mi Inmaculado Corazón, darle todas las gracias necesarias para entrar en el Reino del Cielo».

4º: La Transfiguración del Señor

La Transfiguración del Señor en el monte Tabor está estrechamente unida a la crucifixión del monte Calvario. Por eso nos recordaba el Señor en el mensaje de 9 de abril de 1982: «El que quiera entrar en mi Reino tiene que coger mi cruz y seguirme. El camino para llegar a mí es la luz, la oración y el sufrimiento».

Este misterio del Evangelio entra de lleno en los misterios luminosos, pues, Jesús se transfiguró delante de los Apóstoles y «su rostro se puso brillante como el Sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz».

Pidamos a nuestra Señora de la Luz que su Hijo nos transfigure también a nosotros, que pasemos de las tinieblas a la luz; que Jesús ilumine nuestros pasos por los caminos que conducen a la salvación.

5º: La Institución de la Eucaristía

¡Qué amor tan grande el del Señor, que no sólo da su vida para nuestra salvación, sino que además se queda con nosotros en la Eucaristía! Lo manifestaba Él en el mensaje del 4 de agosto de 2001: «Id al Sagrario cuando encontréis dificultades, y allí me encontraréis, para daros fuerzas y ánimos para que sigáis adelante».

Cada vez que recibimos la Eucaristía, comprobamos la cercanía de Jesucristo, su presencia amorosa entre nosotros, la intimidad a la que dulcemente nos llama y nos atrae: «Acercaos a la Eucaristía —nos pedía en otro mensaje de Prado Nuevo—, que yo os daré fortaleza y avivaré vuestra fe, para que permanezcáis en mi amor. Todo aquel que permanece en mi amor, yo estaré siempre con él».

 

(Revista Prado Nuevo nº 31. Artículos)

 

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