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De La oveja perdida y la salvación fuera de la Iglesia…

Mensaje del 26 de Febrero de 1982

Al inicio del mensaje le dice el Señor a Luz Amparo:

«Sé que sufres, hija mía, pero, por medio de tus dolores y los dolores de otras almas, están volviendo a mi rebaño muchas ovejas perdidas. ¡Es tanto el amor que siento por todas las almas que están en pecado, me dan tanta pena, que las busco y corro detrás de ellas para que me encuentren y perdonarlas!; pero no quieren ver, no quieren apartarse del pecado, buscan los placeres de la vida. ¡Pobres almas, qué pena me dan!».

¿Cómo no valorar en estas palabras el amor infinito del Corazón de Jesús, que va tras las almas como el pastor va tras la oveja perdida? ¿Podemos olvidar que todos hemos sido alguna vez esa oveja que se aleja del rebaño y se introduce en los peligros? «Me he descarriado como oveja perdida: ven en busca de tu siervo», canta a su vez el salmista (Sal 119 [118], 176). ¡Qué hermosa y conmovedora la profunda, aunque breve parábola que esto nos narra!:

El Corazón de Jesús va tras las almas como el pastor va tras la oveja perdida.

«¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el Cielo que se pierda ni uno de estos pequeños» (Mt 18, 12-14).

Dios busca a las almas una por una, y —utilizando la imagen del buen Pastor—, recorrería los confines de la Tierra y las zonas más arriesgadas con tal de recobrar para el redil a la oveja extraviada, que simboliza al pecador que, con sus ofensas, se aleja del Señor. ¡Cuánto le duelen a Él las almas que prefieren el placer efímero a los valores trascendentes, que no hacen nada por reencontrarse con su Pastor y prefieren permanecer enredados entre los vicios!

Otra clase de almas son las que especifica el mensaje a continuación, las cuales se comprometen primero en el seguimiento del Maestro, según su invitación: «Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (Lc 14, 27)1; pero más tarde, cuando pesa la cruz —en expresión del mensaje— «la tiran, la pisan y gritan: “¡Quiero ser libre, fuera la cruz, quiero gozar!”. Estas almas son mis almas consagradas; por gozar un segundo se condenan por una eternidad». Palabras que sin duda impresionan, pero tan ciertas como las escritas por santa Teresa de Jesús, cuando manifiesta lo que una vez llegó a entender estando en
oración: «Vi cuán bien se merece el Infierno por una sola culpa mortal; porque no se puede entender cuán gravísima cosa es hacerla delante de tan gran Majestad, y que tan fuera de quién Él es son cosas semejantes».

Sigue comunicando el Señor a Luz Amparo: «Tú, hija mía, no te descuides en tus oraciones; abandónate en nuestros Corazones, en el de mi Madre purísima y en el mío». Abandonarse en los Corazones de Jesús y de María significa confiar plenamente en ellos e intentar hacer su voluntad. Esta seguridad en el poder de Dios y en la asistencia de su gracia hacía exclamar a san Pablo: «Todo lo puedo en Aquél que me conforta» (Flp 4, 13). Tal importancia tiene conformarse a la voluntad divina que «ésta es la cima de la perfección —asegura san Alfonso María de Ligorio—, y a ella (…) deben tender todas nuestras acciones, todos nuestros deseos, todas nuestras oraciones»3. Santa Teresa, en la misma línea, explica: «En lo que está la suma perfección claro está que no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos (…), sino en estar nuestra voluntad tan conforme a la voluntad de Dios, que ninguna cosa entendamos que no quiera, que no la queramos con toda nuestra voluntad».

Basílica de San Pedro (Roma), símbolo de la Iglesia fundada por Jesucristo.

En la parte final interviene la santísima Virgen, quien hace una advertencia y toca un punto que requiere una explicación doctrinal:

«Di a todos aquéllos que están publicando doctrinas falsas que no entrarán en el Reino de Dios; que se arrepientan y dejen de publicar esas doctrinas; que se sometan a la ley de los Evangelios de mi Hijo, que es la que ha dado la Iglesia Santa, Católica y Apostólica. Porque fuera de la Iglesia de Cristo no hay salvación».

Esta última frase coincide con la expresión clásica repetida por los Padres de la Iglesia: «Extra Ecclesiam nulla salus» («Fuera de la Iglesia no hay salvación»). ¿Cómo hay que entender estas palabras? Significan que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia, que es su Cuerpo; cualquiera que se salva, pues, es por los méritos infinitos de Jesucristo. El Catecismo de la Iglesia Católica dice textualmente: «Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia: “Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna” [Lumen Gentium, 16]» (n. 847). En los siguientes mensajes se habla también del mismo tema: 6-111981; 15-1-1982; 16-4-1982.

Idéntico contenido doctrinal se deduce de algún otro mensaje, que reconoce la salvación en miembros de otras religiones:

«Mira, hija mía, en el Reino del Padre hay muchas moradas; mira, hoy vas a ver una de ellas. En ésta están, hija mía, aunque en menos visibilidad, aquéllos de otras doctrinas que creen en un solo Dios y respetan las leyes del Padre, aunque no participan de la morada de los verdaderos cristianos y viven en menos visibilidad que los otros. Pero mira, hija mía, también son felices; viven revoloteando ejércitos y ejércitos de ángeles por encima de ellos» (El Señor, 2-1-1993).

Dice Jesús en el Evangelio: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn 14, 2-3). Así, en el documento ya citado por el Catecismo enseña igualmente la Iglesia: «Este mismo Dios tampoco está lejos de otros que entre sombras e imágenes buscan al Dios desconocido, puesto que les da a todos la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Hch 17, 25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tim 2,4) (…). La Divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta».

(Revista Prado Nuevo nº 33. Comentario a los mensajes)

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