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Laura Salcedo

Mi nombre es Laura. En la actualidad, tengo 48 años y vivo en la parroquia de Santa María de Salceda, Pontevedra. Deseo dejar testimonio de algo maravilloso que me sucedió en junio de 2008. Padezco una enfermedad llamada artrosis degenerativa, entre otras, aunque en el momento que me sucedió el episodio que les voy a relatar, aun no la tenía tan desarrollada.

Estancia en la UCI y la sonrisa de la «Señora»

Laura Salcedo

Un 31 de mayo de 2008 me vi obligada a irme a urgencias, dado que los dolores en las caderas eran difíciles de soportar. Tras hacerme diferentes pruebas, deciden ingresarme en observación, para aplicarme distintos analgésicos. A los dos días, viendo que los dolores no aminoraban, me subieron a la planta de traumatología, para proseguir en planta con la analgesia, en reposo absoluto. Todo iba más o menos bien hasta que un sábado por la tarde mi temperatura comenzó a descompensarse y mi pulso a fallar.

Se puso en marcha un auténtico revuelo de médicos, enfermeras y resto de personal, corriendo con la camilla. «¡Se va, se va, se va…!», repetían corriendo hacia la UCI. Estaba entrando en coma. Recuerdo en ese instante, cómo una paz absoluta me embargó y una señora, con una sonrisa preciosa, me habló y dijo: «Vas a escuchar que si en 24 horas no te lo encuentran (lo que me estaba provocando mi estado), morirás, pero tú ni caso, pues no sucederá». Me volvió a sonreír y desapareció. Era hermosa, bueno, «es hermosa». Llevaba una capa que le cubría los cabellos y su cuerpo…

 

Lo que predijo se cumplió

Efectivamente, no tardé mucho en escuchar tal cual me lo había predicho nuestra Señora. Una doctora advertía a mi madre de que habría un final inevitable si no encontraban el órgano y allí la bacteria que días después se le puso nombre: «E. coli». Fue muy dura mi estancia en la UCI, pero era como una espera para un final feliz, que solo yo sabía y que asombraba a los especialistas, enfermeras, auxiliares… Entubada, inyectada por todas las partes posibles de mi cuerpo, con respiración asistida, se me quemaron las venas de tanta medicación; hasta me tuvieron que poner la medicación por una arteria del cuello.
Y tras una recuperación favorable, por fin, ya localizada mi bacteria traviesa «E. coli», me subieron a planta de nuevo. Con los días iba mejorando, hasta que el 11 de junio de 2008 me dieron el alta. ¡Era Ella! ¡Era la Señora preciosa y bella! Cuando fui para casa, me visitó un gran amigo, «como un hermano», con el que compartía anécdotas, y le conté lo que me había pasado. Le dije que tenía que encontrar el lugar donde se encontraba esa Virgen, a la que yo le ponía rostro, pero desconocía cómo se llamaba.

Una iglesia, un santuario, algo… Porque necesitaba orarle y darle las gracias, por tanta paz y tanto amor, en ese día tan señalado. Por supuesto que no dudó en decirme: «Búscala, y yo te llevaré a donde haga falta…». No recuerdo muy bien cómo, pero una tarde, tomando un café con un guardia civil retirado por depresión, que me habían presentado, hablando de todo un poco, me dio por comentarle lo que me había ocurrido, intentando con ello levantarle el ánimo.

 

Y cuál fue mi grata sorpresa, que tras describirle la imagen de mi aparición, y mi anhelo por hallarla, echó mano a su cartera y me mostró una foto. ¡Era Ella! ¡Era la Señora preciosa y bella!, la que me había llenado de paz y de esperanza: la Santísima Virgen de los Dolores de Prado Nuevo de El Escorial. No lo abracé porque no era tal la confianza.

Pero en cuanto pude, tras informar a mi gran amigo-«hermano», allá nos dirigimos. Un madrugón que valió muchísimo la pena. Llegué a los pies del arbolito donde estaba su imagen, y allí me abrí a Ella en agradecimientos y alabanzas… ¡No cabía de gozo! Hasta incluso recuerdo a dos palomas blancas que se apoyaron en el agua de la pocita (pilón) que allí había.

Para poner la guinda a tal encuentro celestial. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS por permitirme a día de hoy dejar constancia de mi testimonio. En la actualidad, convivo, codo con codo, con mis queridas dolencias, pero el amor de nuestra queridísima y bienaventurada Madre hace que se lleven con aceptación y paz.

 

 

 

(Revista Prado Nuevo nº 33. Testimonios)

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