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Mensaje del día 11 de diciembre de 1981, viernes

Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay, Dios mío! ¡Ay, ay, Dios mío, ay! ¡Ay, qué dolor! ¡Ay, ah, ay, ah, oy...! ¡Ay, ay, ay...! (Quejas continuadas de Luz Amparo con expresiones semejantes).
El Señor:
No temas, adonde voy yo…
Hija mía, sé que estás sufriendo, pero, como siempre te estoy diciendo: es preciso sufrir para salvar almas. Aquí estoy yo, y donde yo estoy está la cruz... Recibe esta cruz con todo respeto, hija mía, con todo respeto y amor por la salvación de tantas almas que están en pecado mortal. Ofréceselo al Padre Eterno; dile:
«Padre Eterno, por la Pasión de tu Hijo, por lo que Él sufrió, por esos dolores tan inmensos, yo me uno a esa Cruz. ¡Oh Padre mío!, ¡oh Padre Celestial!, mira las llagas de vuestro Hijo, y dígnate recibirlas, para que las almas se abran a los toques de la gracia. Que los clavos que taladraron sus manos y sus pies traspasen los corazones endurecidos por el pecado. Que su Sangre los ablande y los mueva a hacer penitencia. Que el peso de la Cruz sobre los hombros de vuestro Divino Hijo mueva a las almas a descargar el peso de sus delitos en el tribunal de la Penitencia. Te pido, Padre Eterno, por todas esas almas.
Por la Pasión de tu Hijo te ofrezco todos mis dolores. También te ofrezco, ¡oh Padre Celestial!, esta corona de espinas de vuestro amado Hijo; por estos dolores os pido por los sacerdotes: que su vocación sea más grande, que sean puros, que sean buenos hijos de Dios, dignos de consagrar los santos misterios de la Santa Misa.
También te ofrezco lo que padeció tu Hijo amarrado a esa Cruz, su ardiente sed y todos los demás tormentos de su agonía por todos los pecadores, para que se arrepientan de sus culpas y para que por esa perseverancia que vuestro Hijo os rogó por los mismos que le estaban crucificando, y con esa humildad os pedía: “Perdonadlos, que no saben lo que se hacen”, os ruego concedáis a todas las almas que tengan un gran amor al prójimo y que sean fieles a vuestro Hijo. Sí, Jesús mío, os lo ruego porque Jesús me lo pide».
Cuando te veas afligida, hija, reza siempre esa oración. Cuando te veas triste, encomiéndate a mi santísima Madre, que Ella te ayudará, hija mía. ¡Cuánto consuelo me das, hija, cuando cumples todos mis mandatos!
Pídeme que te ayude, que yo te reconfortaré; date cuenta que el que más amo es el que más sufre. Déjate poseer por mí y consumir. Vive por mí y, por la salvación de las almas, ofrécelo todo. No olvides, hija, que las almas que yo escojo tienen que ser víctimas del dolor, pero vale la pena el sufrimiento y el dolor. Ayuda a salvar muchas almas, no consientas que se alejen de mí. No temas, yo no te pido nada más que buena voluntad; esfuérzate cuanto puedas para mostrar que me quieres. Date cuenta que yo te quiero muy pequeña, tan pequeña que puedas colocarte dentro de mí. Se están salvando muchas almas con el Rosario, seguid rezándolo con devoción, ofrécelo por la conversión de Rusia, porque Rusia es el flagelo de la Humanidad.
Haz mucha penitencia, ofrécelo por Rusia. No mezcles políticas en mis doctrinas, no lo consientas, que nadie mezcle políticas en las doctrinas de Cristo; diles que Cristo no quiere políticas. Pide sufrimiento y pide amor, y que cumplan con los santos mandamientos. Eso es lo que pido. Pido sólo... Yo estoy con la Cruz constantemente para redimirlos a todos. Pero no me hacen caso, no hacen caso de los mensajes de mi Madre. Quiero que se arrepientan, que confiesen sus culpas, que pidan perdón; que estoy esperándolos con los brazos abiertos.
No tengas miedo del enemigo; date cuenta que soy tu Rey, no temas a los enemigos. El enemigo está rabioso; date cuenta que se están salvando muchas almas; date cuenta que estoy aquí para defenderte. No temas, te sabré defender; quiero que seas muy pequeña con la humildad, la sencillez, la plenitud en la obediencia; es el aguinaldo que te voy a pedir: que seas humilde; es de la única forma que se puede salvar uno: con la humildad. Mira, hija, ofrece todo por la conversión de las almas; vamos a reparar juntos todas las ofensas que hacen constantemente los pecadores. Ponte de rodillas, cuando te veas afligida, y adora a la Majestad Divina tan despreciada de los hombres; haz un acto de desagravio y repite en cada momento:
«¡Oh Dios, infinitamente Santo!, me postro humildemente delante de vuestra Divina Majestad; os adoro, os pido por vuestro Divino Hijo, os pido por el Papa; también os pido que perdonéis a tantos pecadores que os ofenden».
Y ofrece toda tu vida y deseo en reparación de tanta ingratitud. Pide por el Vicario de Cristo; sé constante en tus oraciones; humíllate, pide por el Santo Padre; va a sufrir mucho; yo estaré con él hasta el último instante para recibir su sacrificio y su vida.
El mundo está al borde del precipicio; la masonería se ha metido en la Iglesia; la sociedad está próxima a los más terribles castigos. Habrá muchas muertes; habrá enfermedades; habrá grandes guerras. Rezad, que la oración lo puede todo, rezad mucho por la salvación de las almas, por la salvación del mundo entero. Adiós, hija, adiós.
La Virgen:
Sí, hija mía, aquí tienes a tu Madre, hija mía. No podía faltar tu Madre y Madre de todos mis hijos; ya lo dijo mi Hijo al pie de la Cruz: Madre mía, he ahí a mis hermanos, cuídalos y ámalos. Y también dijo: no estáis solos vosotros por quienes he dejado mi vida, tenéis ahora una Madre a la que podéis recurrir en todas vuestras necesidades.
Hija mía, cada día los humanos son peores. Los ministros de Dios, los obispos, han descuidado la oración y la penitencia, y el demonio se ha apoderado de ellos; han llegado a ser esas estrellas errantes que la vieja serpiente arrastrará con su cola para destruirlos. Dios permitirá a Satanás sembrar la división entre los gobernantes, las sociedades y las familias. Habrá muchas penas físicas y morales. Dios abandonará a todos ellos y mandará muchos castigos a todos ellos.
Hija mía, con tu oración y las de todos mis hijos haced que se salven muchas almas; que no se condenen, que no hacen caso. La misericordia de Dios es muy grande, pero no quieren salvarse. Los tormentos que se les aproximan son horribles. Explica lo que ves en este momento.
Luz Amparo:
Estoy viendo un planeta oscuro lleno de cieno, que huele muy mal; veo muchos seres abominables luchando unos contra otros, blasfemando; están metidos hasta la cintura; ahora huele a azufre; se oyen gemidos por todas partes; es horrible.
La Virgen:
Sí, hija mía, mira sus rostros desencajados por el sufrimiento; no se oye nada más que lamentos; mira, no hay ni un bosque, ni un río, no hay nada más que oscuridad, tinieblas; ¿no es triste pensar que se condenan todos por su voluntad? ¿No crees, hija mía, que por eso les estoy dando constantemente avisos, porque no quiero que se condenen? Pero son ingratos, no quieren hacer caso.
Mira, hija mía, qué distinto es este planeta; estos planetas están separados de la Tierra, son las moradas sobre las que está la vida eterna. Mira qué separación hay tan inmensa de la Tierra; mira qué lagos tan inmensos de colores; mira qué almas más puras; mira qué prados más llenos de be..., de bellas flores; mira qué árboles de bellos frutos, como jamás has visto en ninguna parte de la Tierra. Yo creo que vale la pena sufrir para gozar aquí toda una eternidad, hija mía.
No te dejes —te sigo diciendo—, pide consejos a tu padre espiritual, él te dirigirá, pues es un alma escogida por mi Hijo, y mi Hijo le iluminará para dirigirte. No tengas miedo, ya estaremos aquí para dirigiros a los dos. Mi Hijo y yo estamos constantemente sufriendo por la perversidad del mundo. No se dan cuenta que el tiempo se aproxima, y ellos no cambian. Hija mía, tu miseria no te debe desanimar, reconócela con humildad; pero no pierdas ánimo, pues ya sabes que, por tu miseria y por tu indignidad, mi Hijo Jesús ha puesto en ti los ojos. Mucha humildad, pero ten mucha confianza.
Sufre, hija mía, y ofréceselo todo al Padre Eterno por la salvación del mundo.
El mundo está en un gran peligro, diles a mis hijos que hagan más oración; que empiecen una nueva fase de su vida; que se marquen un horario para su trabajo y les dará tiempo a hacer oración; que ellos pueden ayudar a muchas almas; que hagan apostolado; que pidan consejo a algún sacerdote, que les aconseje de qué forma pueden hacer apostolado.
Adiós, hija mía; rezad el santo Rosario todos los días; meditad un ratito cada misterio, es preciso que se recen los quince misterios del Rosario, pues en cada rosario se salvan muchas almas.
Adiós, hija; adiós, hija mía.