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Mensaje del día 26 de mayo de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía, Madre mía, ay, ay...!
La Virgen:
Hijos míos..., vengo a dar mi santa bendición. Os pido, hijos míos, que pidáis perdón de vuestros pecados. Pensad que Dios os creó sin vuestra voluntad, pero para salvaros, hijos míos, tiene que ser con vuestra voluntad.
Mirad para arriba al cielo, hijos míos, observad lo que estáis viendo en él.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo…
Es muy importante el alma, hijos míos. Pensad en el alma. ¡Cuántos estáis pidiendo por el cuerpo, y vuestra alma está en pecado! Yo os pido, hijos míos, que todos aquéllos que no os hayáis acercado al sacramento de la Confesión, lo hagáis hoy mismo, hijos míos; es muy importante ponerse a bien con Dios.
Mirad, cómo veréis mi imagen, hijos míos. ¡Qué dolor, hijos míos, que aun viendo no creáis! ¡Qué color más espléndido, hijos míos!... (Se oye como un murmullo de admiración entre los asistentes).
Y todos aquéllos que no cumplan con los mandamientos de la Ley de Dios, porque Dios los instituyó por medio de Moisés para vuestra salvación. Ya os he dicho, hijos míos, que os creó Dios sin vuestra voluntad, pero para salvaros, tiene que ser por vuestra propia voluntad. De vosotros depende la salvación o la condenación, porque Dios Padre dio libertad a todo ser humano, para que supiese... (Durante unos instantes habla en idioma extraño).
Luz Amparo:
¡Ay, ay, qué color!
La Virgen:
Estad atentos, hijos míos. ¡Cuántos, después de haber visto todo esto, lo negaréis, hijos míos!
Vuestra Madre os quiere salvar, y pide al Padre Eterno por vuestra salvación, hijos míos. Decid muy a menudo: «Santo Dios, Santo Inmortal, libra al mundo de todo mal», hijos míos, de todos los peligros que acechan al globo terrestre. El mundo está en peligro, hijos míos, como no cojáis el arma en las manos. Que el arma vuestra sea vuestro rosario, para poder salvar a la Humanidad, hijos míos. El Rosario es un... (Palabras ininteligibles).
Hija mía, dilo tú de otra manera.
Luz Amparo:
¡Ah, que fuiste Tú la que lo dijiste por primera vez!
La Virgen:
¡Ay, qué colores, hijos míos! Observad el cielo, ¿no os parece maravilloso en un día como éste, que todo este resplandor que sale sea de Dios, hijos míos? Mi imagen está allí, observadla, hijos míos. (Como fondo, se sigue escuchando el murmullo de los asistentes). Que nadie os diga, hijos míos, que es una sugestión vuestra. Lo estáis viendo, hijos míos, que nadie os confunda. El mundo está en un gran peligro, porque el mundo, hijos míos, será destruido, si no sois capaces de ir de pueblo en pueblo publicando el Evangelio, hijos míos. Publicadlo por todas las partes. Por artefactos atómicos, hijos míos, el mundo está en gran peligro. Pedid a vuestra Madre, para que vuestra Madre pida a su Hijo, y su Hijo pida al Padre, hijos míos. No os acordáis del Padre Eterno; es el Juez y será el que juzgue a toda la Humanidad, porque Cristo vino a salvar al mundo, pero Dios Padre será el que juzgue, hijos míos.
¡Qué maravillas, hijos míos! ¡Dichosos esos ojos que ven, y esos oídos que están oyendo todas estas palabras que salen de mi Corazón!
Vuelve a besar el suelo, hijos míos, servirá para la salvación de las almas... Este acto de humildad, hijos míos, sirve para salvar a las almas.
Estad alerta, hijos míos, estad preparados; os he avisado muchas veces que la muerte llega como el ladrón sin avisar, y puede llegar en cualquier momento.
Las maravillas del Cielo, hijos míos, no pueden confundir a nadie. Estad alerta y mirad al cielo. Estad alerta, hijos míos, y luego cada uno de aquéllos que habéis visto, dad testimonio, hijos míos, porque servirá para ayudar a las almas.
Luz Amparo:
¡Ay, qué maravilla! ¡Ay, qué azul, ay, qué azul! ¡Ay, ay, qué cosa más bonita! ¡Qué bonito es, ay! ¡Ay, qué bonito! ¡Madre mía, qué cosas más bonitas estoy viendo! Pero los veo con los ojos del alma, no con los del cuerpo. ¡Ay, qué azul y qué rosa! ¡Ay, qué cosa más grande, ay! ¡Ay, qué maravilla! ¡Madre, cómo da vueltas, ay, ay...! ¡Ay, qué grande! ¡No hay otra cosa más grande como esto...!
La Virgen:
Pero para que veas que todo no es gloria, hija mía, verás una parte de Infierno.
Luz Amparo:
(Entre sollozos). ¡Ay, ay, ay, ayyy...! Pero, ¡bueno! ¡Ay, ay, ay...!
La Virgen:
Esas llamas que salen de su boca es porque han publicado doctrinas falsas.
Luz Amparo:
¡Ay!, ¿y están siempre así? ¡Ay, ay, ayyy...! ¿Y ese brazo está ardiendo también?
La Virgen:
Cada miembro, que ha cometido un pecado, será atormentado, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, a ésos retírales las llamas. ¡Si yo eso no lo había visto de las llamas! Parecen hierro los cuerpos que están ardiendo, como si fueran un hierro que está al rojo; lo tiran para arriba y para abajo. ¿Eso es siempre?
La Virgen:
Estas almas, hija mía, están constantemente diciendo: «¡Maldita boca, malditos brazos..., con todo mi cuerpo sea maldito, que no me ha servido nada más que para la condenación! ¡Maldito sea mi cuerpo!».
Luz Amparo:
Pero ésos, ¿no pueden salir de ahí más, tampoco? ¡Ay, Dios mío!...
La Virgen:
Los miembros de vuestro cuerpo, hijos míos, que hayan cometido un pecado serán eternamente atormentados. Por eso os digo, hijos míos: si vuestro ojo os hace pecar, arrancároslo y tiradlo lejos. Y si vuestro brazo os hace pecar, arrancároslo fuerte y tiradlo muy lejos, porque más vale entrar sin ojos y sin brazos en el Cielo, que no con todo el cuerpo en el Infierno.
Luz Amparo:
Pero, ¿cuántos infiernos hay?, porque ya son muchos.
La Virgen:
En cada infierno, hija mía, se consumirán según su pecado. (Esta frase es casi ininteligible).
Luz Amparo:
Pero ¡ya está bien, todos los que tiene!
La Virgen:
Porque a todos no se puede dar el mismo castigo, hijos míos. Dios Padre le dará a cada uno según el castigo que merece. Como las moradas, hijos míos, cada uno recibiréis según vuestras obras.
Luz Amparo:
En cualquier morada no se sufre, ¿no?
La Virgen:
No, hija mía, con todos es felicidad, todo es amor; pero unos están más cerca de Dios Padre que otros; pero no sienten ningún dolor, ni ningún tormento y no necesitan de nada; están gloriosos, hija mía. No creas que es sólo mi Corazón el que está cercado de espinas, mira el Corazón de Cristo.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...!, pero ¿también el Tuyo? ¡Ay, ay, ay...!, de ese Corazón, ¿no se pueden quitar espinas?... Déjame que te quite alguna a Ti también.
¡Ay..., qué hermosura, ay! ¡Ay, Señor! ¡Ay, qué cosa más guapa! ¡Ay, si cada día eres más guapo! ¡Ay, ay, déjame que te toque un poquito...!
¡Ay! ¿No puedo sacar una espina de tu Corazón? ¡Anda, déjame que la saque, como la he sacado de tu Madre! ¡Ay, qué pena, cómo está tu Corazón también! ¿No tienes bastante con la Cruz?...
El Señor:
Te la voy a descargar un momento, hija mía. Cógela y cárgatela.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! ¿Por qué está tan pesada? (Palabras casi ininteligibles al ser pronunciadas en tono de voz muy bajo). No me la quites, déjamela, ¡déjamela! ¡Ah, ah, ay! ¡Pesa mucho! ¡Ah, ah, ay, ah...!
El Señor:
Sólo un segundo, hija mía. Dame esa cruz.
Luz Amparo:
¡Ay! No, no quiero, déjamela a mí, déjamela. (Casi ininteligible).
El Señor:
Dame la cruz, hija mía.
Luz Amparo:
Tómala, Tú que quieres, Tú, toma. ¡Ay, ay, ay...! (Emite quejas durante unos instantes). Que quite una espina, sólo una espina de tu Corazón. A ver cuál es la que puedo sacar.
La Virgen:
La del centro del Corazón que está en Cristo.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, Señor!, te voy a sacar una; ya sé que te voy a hacer daño. ¡Ay!, yo la veo muy clavada. ¡Ay, ay, ay..., cómo sangra ese Corazón Tuyo también!
La Virgen:
Sangra, hija mía, por toda la Humanidad, por toda, porque está llegando el momento de que los ángeles bajen a segar la mies seca de la Tierra. Mira el Ángel... (Palabra ininteligible) de la ira de Dios, hija mía.
Luz Amparo:
¡Oy, oh!, pero ¿cómo puede hacer eso? ¡Ay!, pero ¿cómo puede hacer eso el Ángel?
La Virgen:
No es el Ángel, hija mía, es mandado por Dios Padre. Vendrán ejércitos, ejércitos de ángeles, para recoger los buenos frutos, y tirar lejos, muy lejos, la mala hierba y quemarla, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay!, pero ¿cómo puedes hacer eso?; pero si es que hay menos frutos que mala hierba. Mucha más hierba y muy pocos frutos. ¿Qué vas a hacer con todos éstos que no quieren saber?
El Señor:
Estoy pidiendo al Padre misericordia, y mi Madre pide misericordia por la Humanidad; pero ya os he dicho otras veces que no consiento más el sufrimiento de mi Madre; que no hay cacharro en el mundo, donde pudieran recogerse las lágrimas de mi Madre.
Luz Amparo:
Bueno, entre los dos lo podéis hacer. Entre los dos, ayudándonos un poquito, lo hacéis y nos salváis a todos.
La Virgen:
No, hija mía, porque la ira de Dios está próxima. ¿Sabes cómo está el Ángel preparado? Con la... (Palabra ininteligible) y la guadaña, para segar la mies de la Tierra.
Luz Amparo:
Pero ¿con qué la va a segar?, ¿con eso que sale por la cola de ese carro? ¡Ay..., pero ten misericordia de todos Tú!, porque Tú eres Madre, y todas las madres, cuando queremos a nuestros hijos, pues aunque sean malos, los seguimos queriendo.
La Virgen:
Yo intercedo a mi Hijo, hijos míos, pero es el Padre el que descargará su ira..., y nadie os acordáis de rezar al Padre Eterno, y el Padre Eterno es el Juez.
Luz Amparo:
¡Ah!, yo sí que me acuerdo, yo me acuerdo de rezar. Por eso has dicho que digamos eso, ¿no? Pero el Señor no será el que juzgue. ¡Ay, ay!, bueno, pues lo que Tú quieras.
Eso es oro, lo que llevas en esa parte, ¿es oro? ¿Ese rosario es de oro? ¡Ay!, yo creía que no te gustaba el oro a Ti. ¡Ay!, pues llevas un rosario de oro... ¡Ay!, pero el oro es donde hay riquezas, y si Tú no quieres las riquezas, ¿por qué pides que seamos pobres y Tú llevas ese rosario de oro tan grande? Pero si te lo ha dado el Padre, yo no digo nada, ¿eh?
¡Ay!, bueno, pues si Tú te vas ya también, déjame un poquito que bese también tus pies, como los de tu Madre.
La Virgen:
Lo que te pido es humildad, para poder salvar a las almas. Hay que dar ejemplo, hijos míos: con la humildad, y con vuestra pureza, podréis salvar a la Humanidad. La caridad es muy importante también con el prójimo; es la primera virtud, hijos míos: la caridad. Si no hay caridad, no puede haber amor a Dios.
Luz Amparo:
Eso sí que es verdad, porque el que no quiere a la gente no puede querer a Dios. Eso ya lo he dicho yo tantas veces; pero, a ver, ¿qué quieres que les diga? ¿De qué forma se lo digo?
La Virgen:
Con tu sacrificio y con tu humildad darás ejemplo, hija mía. Ya sabes que el camino de Cristo es el camino del sufrimiento y del dolor.
Luz Amparo:
¡Ay!, más y más y más, pues, anda, ¡que ya está bien!
¡Ay, ay!, déjame que te voy a dar un beso, pero en el pie. ¡Ay!, yo no quiero besarte nada más que el pie; me conformo con el pie. ¡Ay, pero, ¿la mano?! ¡Ayyy, ay, ay..., qué mano! ¡Ay, pero qué fría está! Pero, ¿dónde estáis, que estáis tan fríos?
¡Ay, Madre mía!, pero, ¿me lo puedes decir, aunque sea en el idioma que Tú sabes, dónde estáis?... (Palabras en idioma desconocido).
Pues anda, que sí que estáis bien. Pues a nosotros ponernos a vuestro lado, no lejos de vosotros; muy lejos, no. ¡Ay!, porque si encima nos mandas lejos..., ¡vamos ya!; yo no sé lo que pasaría.
¡Ay!, ¿Tú también vas a bendecir? ¡Ay, qué alegría!, porque así todos éstos que no creen, recibirán esa luz. Venga, bendícenos.
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¡Ya estamos otra vez con la cruz!, pero hazlo de la otra forma, porque verás qué lío se va a armar. ¡Vete tú diciendo ahora que yo hago la señal de la cruz así, de esa forma! Bueno, yo la hago como Tú digas, pero cuando no me vean, porque si me ven, van a decir que eso no es Tuyo. Así que Tú verás lo que haces; díselo a los demás, o manifiéstate y díselo, porque me cargas a mí todo. ¡Ah, claro!, yo sola no puedo defenderme. ¡Ay, ay!
El Señor:
Piensa en esos tres niños, cómo se enfrentaron, hija mía, y eran niños; ¡cómo los humillaban, para que negaran la existencia de mi Madre!
Luz Amparo:
Sí, pero eran tres y yo soy sola, ¿qué? Yo sola con todos, ¿eh?, y ellos, tres; pero yo sola, ¡vamos!, a ver con quién me refugio yo.
El Señor:
Ya te he dicho que te refugies sobre mi Corazón, que cuando estés triste, te refugies sobre mi Corazón.
Luz Amparo:
Sí, ya, un rato, ¿y luego? ¡Hala!, todo entero.
¡Sólo un ratito y luego todo, todo para mí sola!
¡Ay!, pero Tú harás lo que quieras, porque yo estoy aquí para que lo hagas Tú y, después, para que me premies también, ¿no?, ¿o me vas a dejar después con... (Palabra ininteligible), eh? ¡No, sin premio, no! ¡Ay!, dirás que soy muy egoísta; pero, es que ¡cualquiera se mete en el Infierno! ¡Oy, por Dios, qué horror!, ¡y es horrible!; no lo permitas Tú, ¿eh?, porque, si lo permites...; además, ¿sabes lo que pasa?: que me enfado muchas veces contigo, porque es que te pido cosas, y no me las haces. Claro, por eso me enfado. Si soy soberbia, pues yo pediré perdón, pero es que eres tan cuco Tú también. ¡Claro!, ¿no te gusta que te diga que eres cuco? ¡Ay!, pero yo te lo digo porque es que eres cuco de verdad. ¡Ay, qué grande eres!, pero te lo digo porque te quiero, no porque te quiera insultar; es que Tú eres muy cuco para salvar a las almas. ¡Ay!, pero ayúdame, ¿eh? Bueno, pues aquí me quedo con tu Madre; y Tú tienes que hacer lo que te pida. Bueno, no lo que te pida, lo que convenga, ¿eh?
¡Ay, ay, qué cosa siento en mi corazón! Es que me quema dentro. ¡Ay!, seguro que hasta tengo una herida dentro, porque siento que me quemas; ese rayo que te sale de ese lado del Corazón..., ese rayo, ¿de dónde viene? Pues si es como el Sol. ¡Ay, ya! ¡Ahí está el misterio, claro! Ya, ya, ya, cómo me señalas, ¿eh? ¡Qué grande!, por eso está en todos los sitios, ¿eh? Claro, claro. ¡Ay, ay, Jesús mío, qué hermoso eres!, ¡ay, es que tiembla mi cuerpo de emoción! ¡Ay, qué cosas Dios mío! ¡Y que sean así los hombres, ¿eh?, que no hagan caso de lo que les digo! Pues, mira, ellos se lo pierden, porque si luego no te ven, peor para ellos. ¿Eh? ¡Ah!
El Señor:
Bueno, hija mía, humildad te pido; sin humildad no conseguirás el Cielo.
Luz Amparo:
¡Vaya, estaría bien, que tampoco consiguiera el Cielo! ¡Ah...! ¡Ay!, ¿ya te vas? ¡Bueno!, ¿otra vez?... ¡Ay, qué cosa más grande, Madre mía! ¡Tu Hijo es lo más hermoso! Pero es que Tú tampoco te quedas atrás, ¿eh? ¡Cómo eres de guapa! ¡Ay, ay, Madre mía! Ayúdanos para que todos..., dales una luz, para que todos se arrepientan, porque he ido a un hospital, y ¡tú no veas esa mujer, qué ojos me echaba! Y decía que no quería saber nada de Ti. ¡Fíjate, ni en ese momento! ¡Ay, pero bueno!, ¿cómo puede hacer Dios eso? ¿O no es Dios el que lo hace?
La Virgen:
No, hija mía, son los hombres, porque ya he dicho que Dios es misericordia y amor. Pero es Juez, y deja a cada uno la libertad para salvarse o condenarse
Luz Amparo:
Pues no nos tenía que haber dado libertad, porque para condenarnos... ¡Vaya, lo que hizo! ¡Vamos! ¡Ay..., ay! Pues tu Corazón está más vacío de espinas. ¡Qué alegría! ¡Ay!, ¿por qué habrá sido eso?
La Virgen:
Con vuestros sacrificios y con vuestras oraciones... Lo digo en plural, hija mía, pero muchos, muchos, no habéis hecho sacrificio.
Luz Amparo:
Bueno, pues ya lo harán. ¡Ay, es que es tan duro eso! Pero yo creo que con la oración también…
La Virgen:
Pero la oración sin sacrificio, ¿de qué sirve, hijos míos? Como esa oración que sale mecánica de vuestros labios.
Luz Amparo:
Bueno, pues desde ahora saldrá de nuestro corazón; te lo prometemos todos los que estamos aquí, porque, si no lo hacemos, fíjate lo que nos espera. ¡Ay, ay, qué alegría de ver el Corazón así!
La Virgen:
Pero, hija mía, pero las almas siguen pecando y pecando. El hombre es cruel y no se arrepiente de sus pecados. Por eso pido sacrificio para todo aquél que no recibiera... (Palabra ininteligible) gracia divina.
Luz Amparo:
Que la rechaza o que no quiere... ¡Ay, ay! Yo quiero también besar tu pie, porque si me ha dado la mano tu Hijo, pues yo quiero el pie Tuyo. ¡Ay..., lo que siento dentro! Yo no sé si esto será una cosa que me pasa aquí... ¡Qué alegría, porque se están salvando más almas!
¿Quieres que levantemos los objetos?, ¿o hoy no quieres bendecirlos? Bendícelos, anda.
La Virgen:
Mira, hija mía, voy a daros otro premio de bendición sobre los objetos.
Luz Amparo:
¡Ay!, pero con indulgencia, ¿eh?
La Virgen:
Todos han sido bendecidos, hija mía, y estos objetos, como me has pedido, tienen indulgencia para la conversión de los pecadores, para los moribundos, para que en ese momento reciban la luz divina de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues ya nos podemos dedicar a ir a los hospitales, ¿eh?, porque están todos... ¡Vamos!
¡Ay, Madre mía, ay, qué cosas siente mi corazón!; es una cosa tan grande. ¡Ay!, luego otra vez a la misma historia.
¿Ya te vas a ir? ¡Ay, bueno!, ya sabes que te queremos mucho todos, aun los que no creen, te quieren; que están aquí, y el corazón les está haciendo bien de palpitaciones, ¿eh? ¡Ay!, ¿nos vas a bendecir?
La Virgen:
Hijos míos, os bendigo, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
Tú eres una cruz y tu Hijo otra. ¡Anda que..., vaya lío!
La Virgen:
Hijos míos, debéis obediencia a la Iglesia y, si en la Iglesia está esa cruz, vosotros seguid con esa cruz.
Luz Amparo:
Bueno, pues seguiremos con ella; pero yo cuando estoy sola lo hago de la otra forma también. ¡Ay! No, no creo que te enfades.
La Virgen:
No puedo enfadarme, hija mía, por una cosa que ha hecho mi Hijo.
Luz Amparo:
Venga, ¿ya te vas a ir? Bueno, pues, ¿cuándo vas a volver?... (Palabras en idioma extraño). Bueno, pues sí, yo quiero que hagas una cosa grande.
La Virgen:
¡Ay!, para ti, lo más grande, ¿qué es?, ¿que me vean o que se conviertan, hija mía?
Luz Amparo:
Hombre, es que si te ven, se convierten.
La Virgen:
(Con sonido de voz muy bajo). Pues no; me verían y no se convertirían.
Luz Amparo:
Pues, vaya corazón. Bueno, pues si haces algo, bien, y si no, lo que Tú quieras, ¿eh? Pero yo haré lo que Tú quieres también. ¡Hala! Adiós, Madre; adiós, Madre mía.
La Virgen:
¡Adiós!