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XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

 

EVANGELIO

Andaban como ovejas sin pastor (cf. Mc 6, 30-34)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos.

EN aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.

Él les dijo:

«Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.

Se fueron en barca a solas a un lugar desierto.

Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.

Palabra del Señor.

 

LECTURA ESPIRITUAL Y HOMILÍA

Sto. Tomás de Aquino
Catena Aurea (comentario a Mc 6, 30-34)

Teofilacto

El Señor se retira a un lugar desierto por humildad, y hace descansar a sus discípulos, para que aprendan los propósitos que merecen descansar los que trabajan de palabra y obra, y que no deben trabajar continuamente.

Beda, in Marcum, 2,25

El evangelista manifiesta la necesidad que tuvo el Señor de conceder descanso a sus discípulos, con estas palabras: «Porque eran tantos los que iban y venían», etc. En donde se demuestra la gran alegría de aquel tiempo por el trabajo de los que enseñan así como por el estudio de los que aprenden. «Embarcándose, pues», etc. No fueron los discípulos solos, sino el Señor con ellos, los que subiendo a la barca pasaron a un lugar desierto, como refiere San Mateo (cap. 14). Pone así a prueba la fe de las gentes, y eligiendo la soledad explora si tienen intención de seguirle. Y siguiéndole ellas no a caballo ni en vehículo de ninguna especie, sino a pie y con la fatiga que es consiguiente, muestran cuánta solicitud ponen en cuidar de su salvación. «Mas como al irse los vieron, etc. De todas las ciudades acudieron», etc. El hecho de llegar antes que Jesús, yendo a pie, manifiesta que no fue con sus discípulos a la otra ribera del mar o del Jordán, sino a un lugar próximo al de su partida, y al que por tanto podían llegar antes los que iban a pie.

Teofilacto

Así, nosotros no debemos esperar a que nos llame Cristo, sino que debemos anticiparnos para llegar a Él. «En desembarcando —prosigue— vio Jesús el gentío, y enterneciéndose», etc. Los fariseos no alimentaban al pueblo, sino que le devoraban como lobos rapaces; por esto se reúnen en torno a Cristo, verdadero Pastor que les da el alimento espiritual, esto es, la palabra de Dios. «Y así se puso a instruirlos en muchas cosas». Viendo quebrantados por lo largo del camino a los que le seguían con motivo de sus milagros, compadecido de ellos quiso satisfacer su deseo enseñándoles.

Beda

San Mateo dice (cap. 14), que curó a los que entre ellos estaban enfermos; que la verdadera compasión hacia los pobres consiste en abrirles por la enseñanza el camino de la verdad y librarlos de los padecimientos corporales.

Pseudo-Jerónimo

En sentido místico conduce el Señor aparte a los que eligió, a fin de que no queden expuestos al mal viviendo entre los malos, como Loth en Sodoma (Gén 19), Job en tierra de Hus (Job 1), y Abdías en casa de Achab (1Re 18).

Beda, in Marcum, 2, 26

Habiendo dejado la Sinagoga en el desierto, han encontrado los santos predicadores de la Iglesia —que fueron afligidos con el trabajo de las tribulaciones entre los judíos— el descanso entre los gentiles por la gracia de la fe que les han conferido.

San Jerónimo

Poco es allí, sin embargo, el descanso para los santos, y mucho el trabajo; pero después se les dice que descansen de sus trabajos (Ap 14,13). Así como sucedió en el arca de Noé, que fueron echados los animales que estaban dentro, e introducidos los que estaban fuera, así también en la Iglesia, retirándose Judas, entra el ladrón. Pero cuando alguien se aparta de la fe, en la Iglesia no hay amargura sino tristeza. Por esto Raquel, llorando a sus hijos, no quiso ser consolada (Jer 31; Mt 2). No es todavía el festín en que se beberá vino nuevo, y se cantará un nuevo himno por hombres nuevos cuando el cuerpo mortal se revestirá de la inmortalidad (1Cor, 15).

Beda

Al dirigirse Cristo al desierto de las naciones, una multitud de grupos de fieles le sigue, abandonando el lugar de su antigua vida. (Catena Aurea).

 

Alfredo Sáenz, S.J.

XVI Domingo T. O. (B)

Como ovejas sin pastor

En el Evangelio del domingo pasado consideramos cómo Jesús envió a sus apóstoles para que predicaran y exhortasen a la conversión, para que sanaran los enfermos y expulsasen los demonios. El texto que acabamos de leer se entronca con aquel episodio: según allí se nos dice, los apóstoles, al retornar de su misión, se reunieron con Jesús «y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado». Luego el Señor, para eludir las multitudes que lo acosaban, los invitó a acompañarlo hacia un sitio recoleto. Así lo hicieron, dirigiéndose en barca a un lugar desierto. Pero la gente, advertida de la treta divina, bordeando rápidamente el lago, llegó antes que el Señor. Al desembarcar éste, nos dice el Evangelio, impresionado por el espectáculo de una multitud tan grande, «se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato».

El recuerdo de este sentimiento que conmovió al Señor nos introduce en un tema muy importante en la Escritura: el del Buen Pastor. Ya hemos hablado de ello, en uno de los domingos que siguieron a la Pascua. Pero séanos lícito ahora retomarlo para acrecentamiento de nuestra piedad y para consolidación de nuestra confianza.

  1. El tema del pastor en el Antiguo Testamento

Ya desde los tiempos del Antiguo Testamento, la imagen del pastor era muy familiar en el ambiente del pueblo elegido. El pastor: ese hombre pobremente vestido, que se valía del cayado y de frágiles armas para ahuyentar a los lobos. Ese hombre que cuando atardecía encerraba sus ovejas, junto con las de otros pastores, en un cerco hecho de espinillos y con una puertita para poder contarlas a su paso. Ese hombre que pasaba la noche junto a su majada para defenderla de los ladrones nocturnos. Y que se despertaba temprano, al alba, para llevar su rebaño al pastizal. Él conocía a sus ovejas, las silbaba para que lo siguiesen, y las ovejas lo conocían a él. E iba delante de su rebaño, siempre en busca de agua y de pastos mejores. Esta imagen estaba profundamente enraizada en la experiencia de esos «arameos nómades» que fueron los patriarcas de Israel, en el seno de una civilización eminentemente pastoril, y expresaba de manera admirable los dos aspectos que integraban la personalidad de un caudillo: la jefatura y la paternidad. Hombre fuerte, apto para defender eficazmente su rebaño contra las bestias salvajes; pero también hombre delicado, capaz de llevar las ovejas débiles sobre sus hombros, y de acariciarlas con ternura.

No es, pues, ilógico que en el Antiguo Testamento, Dios se valiese de la imagen del pastor para caracterizar el estilo de sus relaciones con el pueblo que había elegido. Así, en uno de los salmos, se parangona el obrar del Señor en el Éxodo con el de un pastor, como éste conduce a su rebaño, de manera análoga Dios llevó a su pueblo hacia el desierto. Isaías, por su parte, en un texto transido de ternura, compara al Señor con un pastor que apacienta su rebaño, que sostiene en sus brazos la oveja vacilante y la reclina sobre el pecho. Asimismo el Antiguo Testamento llamó «pastores» a los que gobernaban al pueblo en representación de Dios. Se nos dice, por ejemplo, que Dios eligió a Moisés como jefe del pueblo para que la comunidad del Señor no quedase sin pastor; y que liberó a David del cuidado de un rebaño para hacerle apacentar a su pueblo como rey.

Con esto que acabamos de decir entronca la primera lectura de hoy, donde se nos relata que el Señor, por boca de Jeremías, luego de maldecir a los malos pastores que dejaban perecer a sus ovejas de Israel, a los que no cuidaban de ellas y hasta incluso las descarriaban, anunció que recogería los restos de su rebaño de todos los países y suscitaría sobre ellos pastores que los apacentasen como se debe. «Llegarán los días —dice allí el Señor— en que suscitaré a David un germen justo; él reinará como rey». Anunciaba de este modo la llegada de un nuevo Pastor, el cual no sería como los falsos pastores del pueblo judío —más lobos que pastores— sino fiel, verdadero. Un pastor que apacentaría de veras su rebaño, sin preocuparse tan sólo del lucro; un pastor que trataría con cariño a sus ovejas, como si fuesen propias, a diferencia del asalariado que se desinteresa de ellas; un pastor que llegaría a dar la vida por sus ovejas, en lugar de huir como el mercenario a la vista del lobo voraz.

  1. El tema del pastor en el Nuevo Testamento

Tal pastor sería Jesucristo, el Hijo de Dios que se haría carne para buscar a la oveja perdida y reintegrarla al redil de su Padre. A ello alude la segunda lectura de hoy, donde San Pablo señala que Cristo es nuestra paz; al unir los dos pueblos, el judío y el gentil, creando con ellos un solo hombre nuevo en su propia persona, estableció la verdadera paz, y reconciliándonos con Dios en un solo cuerpo, por medio de la Cruz, destruyó la enemistad en su misma persona. Así se hizo un solo rebaño y un solo Pastor. Para simbolizar, quizás, su oficio pastoril, determinó, ya desde su ingreso en la Tierra, que sus primeros huéspedes fuesen precisamente los humildes pastores de Belén, y su primera morada un establo. Por eso llamaría «pequeño rebaño» al conjunto de sus discípulos, rebaño que un día —el día de la Pasión— sería dispersado por el lobo, pero que después Él congregaría de nuevo en tomo a su victoria pascual. Y también por eso un día, en la tarde de los tiempos, el Pastor del rebaño separará a las ovejas buenas de las malas, poniendo a las primeras a su derecha, y a las otras a su izquierda.

Tales son las resonancias que nos trae el relato evangélico de hoy, al mostrarnos a Jesús conmovido frente a la multitud que lo seguía, como si se tratase de «ovejas sin pastor». Agrega el texto que «estuvo enseñándoles largo rato». Porque uno de los oficios de Cristo, Pastor supremo de la Iglesia, es la enseñanza. Oficio que continúa a través del magisterio auténtico del Papa y de los Obispos, a quienes Él mismo llamó «pastores» de su pueblo, de su Iglesia. «Apacienta a mis ovejas», le dijo a Pedro.

  1. El Salmo 23 (22)

En concordancia con esta visión lineal del tema del Pastor, que partiendo del Antiguo Testamento desemboca en Cristo y se prolonga en la Iglesia, viene al caso traer a la memoria uno de los salmos más hermosos del salterio, el salmo 23 (22), compuesto por un judío piadoso en honor del mismo Dios, a quien los oráculos de los profetas habían enseñado a considerar como al verdadero y supremo Pastor. Y que nosotros, legítimamente, podemos ahora entonar en homenaje a Cristo, el vástago de David, el nuevo y definitivo Pastor. Durante los primeros siglos de la Iglesia, este salmo era el canto gozoso de los recién bautizados.

El Señor es mi pastor, ¿qué me puede faltar? Él me hace descansar en verdes prados. Esos prados sedantes fueron las catequesis previas al bautismo. Me conduce a las aguas de quietud, y repara mis fuerzas. Son las aguas del reposo, las aguas del bautismo, que restauran el alma. Aunque cruce por oscuras quebradas ningún mal temeré; me siento seguro, Señor, porque tú estás conmigo. El día de nuestro bautismo entramos en el agua, como quien entra en un sepulcro oscuro, el sepulcro del hombre viejo, del pecado original. Pero lo hicimos sin temor: el Señor estaba con nosotros, su cayado nos servía para que nuestro pie no tropezase. Perfumas con óleo mi cabeza: es el óleo de la Confirmación, que vigorizó nuestros miembros para esa lucha de atleta que es la vida cristiana. Tú, Señor, me preparas una mesa, frente al enemigo. Es la mesa de la Eucaristía, cuyos manteles el Señor mismo se encarga siempre de tender. También los demonios —el enemigo— preparan sus mesas para otros comensales. Pero el Pastor propone un alimento sin par, su propio Cuerpo, su propia Sangre, su Cuerpo que da vigor, su Sangre, cáliz exuberante, que embriaga el alma, porque en el orden sobrenatural suscita efectos análogos a los que produce el vino: gozo del espíritu, olvido de las penas de la tierra, éxtasis, «alegría sacramental», como dice San Atanasio.

Así explicaban los Padres de la Iglesia este espléndido salmo, aplicándolo particularmente a los tres primeros sacramentos, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.

Pronto nos acercaremos a recibir el Cuerpo de Jesús. Nunca como en la Misa el Señor se comporta en tan alto grado cual Pastor nuestro, entregando la vida por sus ovejas, dándonos su Cuerpo para robustecernos, dándonos su Sangre para embriagarnos. El Pastor se hace pasto. Comprometámonos entonces a ser ovejas fieles de su rebaño, a no rehuir más su cayado, a no hacernos sordos a sus silbos, a no aspirar jamás a la presunta independencia de la oveja que abandona el rebaño en busca de los pastos ilusorios de este mundo. Porque el Señor es mi pastor nada me puede faltar. (Sáenz, A., Palabra y Vida, Ciclo B [Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993] pp. 210-214).

NOTA: Las palabras en negrita han sido resaltadas por la web de Prado Nuevo.

 

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