A continuación se muestra una recopilación de sus pensamientos:

Somos moradores de la Tierra, pero viviendo con el pensamiento y el corazón en el Cielo.
Para ser verdaderamente cristianos, no sólo hay que mirar a Cristo, sino crucificarse.
Si supiéramos los hombres cuánto nos ama Dios, nos volveríamos locos.
Vale más una genuflexión sincera ante el sagrario que todos los sacrificios humanos.
Los tres amores de mi vida son: Jesús en la Eucaristía, el Santo Padre y la Virgen María.
Cada día que paso aquí en la Tierra doy gracias a Dios por encontrarme más cerca de la eternidad.
El amor de Dios es la plenitud de todas las cosas.
Tenemos que gastar nuestras vidas, desangrarnos en el amor silencioso a Dios.
Pienso todos los días en la eternidad. ¡Qué grandeza al encontrarse el amor de Dios con el amor del hombre!
Todas las almas que trabajan exteriormente buscan halagos del mundo; y las almas que buscan el retiro y la oración, trabajan para gloria de Dios.
Dichosos los que habitan en la casa de María; Cristo fue el primero que habitó en ese tabernáculo.
Seamos humildes, que a Dios se va por humildad.
Hay que amar a Dios sin olvidarse de las criaturas y hay que amar a las criaturas sin olvidarse de Dios.
Hay que amar sin esperar ser amados.
Hay que hacer crecer a Dios y hay que hacer que nosotros disminuyamos.
Dices que amas a Cristo y no quieres compartir la cruz con Él. ¡Eres un mentiroso! El que ama, comparte todo con el amado.
No digas que vives, si no amas, porque la vida no es vida sin amor. Quien no vive en el amor habita en la región de la muerte y ahí termina todo. Pero el que vive en el amor tendrá vida eterna.
¡Ay, Señor!, qué desconocido eres de los hombres, qué dolor sentirán a la hora de la muerte los que no te aman.
Di a menudo: «Por Cristo deseo ser fuerte en el sacrificio, en la prueba, en la enfermedad, y pienso: no soy yo quien padezco ni quien se inmola, es Jesús que sufre en mí para continuar su obra redentora».
Cuando Dios te prueba con el dolor no te desesperes: ama y ten esperanza. Y te convertirás en otro Cristo, que podrás alcanzar la redención de muchas almas.
Tú que sufres, amas; el amor y el dolor están unidos. Cristo en la cruz sintió un dolor que abatía todo su ser; pero su amor por la Humanidad fue tan grande que se consumó hasta la Cruz por ella.
Que tu corazón se parezca al de Cristo, que aceptó todas las penas de los hombres. Agota tus penas y enjuga las penas de los demás; de esta manera, tendrás grandes ingresos en la eternidad.
Tú que sufres, amas a María; imítala y piensa en el título que tiene de Madre Dolorosa. Ella ama mucho a los que sufren. Como buen hijo participa con Ella, nunca comprenderás su dolor por muy grande que sea el tuyo.
La santísima Virgen fue la criatura que más sufrió, y es la criatura más santa después de Dios. Antes de ir al Cielo pasó por el Calvario.
Yo pido sufrir unida a Jesús y a María. Los sufrimientos soportados con alegría, nos purifican de nuestras culpas, nos preservan de caer en la tentación y nos perfeccionan en el amor.
No cuidemos nuestros cuerpos con mimos ni con caprichos. Si le damos todo lo que nos pide, nos arrastrará a todos los desordenes, haciéndonos vivir, no según la razón, sino según la pasión.
Reunamos todas nuestras potencias y ejercitémoslas en el sólo ejercicio del amor, veremos en el día del Juicio cómo el ángel saldrá a nuestro encuentro con la lámpara encendida de nuestra caridad.
Frenemos el pensamiento, pues es un viajero barato que viaja donde quiere; hagámosle trabajar y ocupémosle siempre en cosas útiles, y así daremos gloria a Dios.
Cuántas gracias doy a Dios diariamente por haber conocido la cruz. Le digo todos los días: prefiero ser alfombra donde todos pisen, a ser monumento donde todos fijen su mirada.
Prefiero recibir fracasos humanos, desprecios, calumnias, humillaciones, pues en ellos soy feliz, ya que en ello me siento absolutamente desgraciada.
Si por unos segundos pensásemos en las delicias del Paraíso, buscaríamos el sacrificio como el hambriento busca el alimento.
¿Has reflexionado alguna vez los dones que Dios te ha dado naturales y sobrenaturales? Pide a la santísima Virgen que te enseñe a reflexionar con humildad, para dar gracias a Dios con toda tu alma.
Piensa que la vida del alma es vida de gracia. Si pierdes la vida estarás muerto.
Desconfío de mí misma; por eso pongo en Dios toda mi confianza; porque Él con su gracia lo puede todo.
Si quieres estar en constante comunicación con Dios lleva una vida de oración.
¿Quieres salvarte? Hazlo por tu propia voluntad. Dios te espera todos los días, pero no te fuerza.
No le digas nunca al Señor «no»; dile siempre «sí», aunque tenga que sangrar tu corazón. El «sí» es la respuesta más definitiva y personificada del amor.
¿Quieres comprobar el estado de tu alma? Repasa el primer mandamiento de la ley de Dios. ¿Amas a Dios sobre todas las cosas? ¿Das amor a los demás? ¿Sufres con amor? Si no lo haces, no eres buen cristiano.
Esfuérzate en cumplir los deberes de buen cristiano, siendo fervoroso en la oración. Alivia las necesidades de los demás. Sé el primero en dar hospitalidad a quienes lo necesiten. Ama a los que te persiguen y te calumnian. Ofrécele a Cristo crucificado todo lo bueno que puedas hacer y las contrariedades que puedas sufrir.
Vigila con mucho cuidado todos los sentidos y di todos los días: Jesús, no quiero gozar de mí, sino de ti. Quiero, como san Juan, reclinar mi cabeza sobre tu paterno corazón y gozar de todas tus alegrías y de todas tus gracias por toda la eternidad.
¿Amas al prójimo? ¿Tienes caridad con él? ¿Murmuras de él? Si lo haces, no estás cumpliendo el segundo mandamiento. Repasa tu conciencia; si no amas al prójimo, no amas a Dios. Haz que crezca en ti el amor a Dios y verás crecer en ti el amor al prójimo.
Ama con un corazón perfecto y puro. Haz que la caridad sea en ti fuerte y eficaz. Procura no hacer sólo lo que es bueno y justo. Haz también lo que es mejor, lo que más honra a Dios y lo que más le glorifica.
¿Quieres sentir el amor? Invoca al Espíritu Santo ¡Cuánto tiempo desaprovechas en críticas y observaciones imprudentes! Y cuando el prójimo te necesita, escurres el bulto y dices que no te afecta a ti. No seas mal cristiano y respeta al prójimo con verdadera caridad cristiana. ¡Cuántas veces ha llamado el Espíritu Santo a tu puerta y le has contestado: «No estoy en casa»!
Si los hombres supiéramos el amor tan grande que Dios tiene por nosotros nos volveríamos locos. Es tanto que su pecho se rompe en tres Personas y las tres están dedicadas a nosotros: el Padre nos crea, el Hijo nos redime y el Espíritu Santo nos santifica.
Huye de los que te halagan. No creas que con los halagos vas a ser más santo. Ni santo serás si te halagan, ni vil si te desprecian. Sólo serás ante Dios lo que eres: bueno o malo.
Doy gracias todos los días por ese amor tan grande que Dios tiene a los hombres, y pondré sumo cuidado para no disgustarle, huyendo de las ocasiones en que pueda caer en alguna falta, aunque fuera leve.
Jesús mío, quisiera ser como la espiga y dejarme, por tu amor, segar, trillar, aventar, moler, amasar y cocer.
Quisiera ser semáforo intermitente para transmitir a todas las almas la grandeza de tu amor.
Di todos los días al Señor: «Yo estoy a tu servicio en cuerpo y alma. Quiero mirar con tus ojos, amar con tu corazón, hablar con tus labios. Haz Señor que no busque otra cosa que no sea el Reino del Cielo».
Sólo las almas despegadas de todas las cosa, las que vacían su corazón totalmente, se integran en el misterio de la Cruz por entero; llegan al sagrado desposorio con Cristo.
Si nos transformamos en Cristo, seremos redentores con Cristo.
Todos tenemos que ser santos; Cristo así nos lo dice: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». Así nos lo ordenó y nos lo mandó Cristo. Todos tenemos obligación de obedecerle.
Jesús nos dice: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». Sin Él estaríamos muertos, no podríamos caminar, creer ni vivir. Él es el camino derecho, la verdad eterna y la vida verdadera.
Acercaos todos los días a la Eucaristía; Jesús es el manjar inmortal. ¡Qué dulces son las palabras que dice el Señor a los oídos de los pecadores!: «Venid a mí todos los que estáis cargados y cansados que yo os aliviaré».
Si el Señor no nos dijese esas palabras, ¿quién las creería? Si no nos convidase a ese manjar, ¿quién se acercaría a Él?
Que cada minuto de mi vida sirva para estar más unida a Ti, mi Dios. Quiero ser un templo vivo donde puedas habitar con tu Hijo y con el Espíritu Santo, y morar con vosotros en Familia Divina y Divina Trinidad.
El tiempo es un tesoro que Dios nos da a todos en esta vida, aprovechémoslo ordenando tantos desórdenes como hay en ella. Ama a Dios con todo tu corazón en este tiempo, para seguir amándole en la eternidad.
Invoquemos al Espíritu Santo que es fuego, y nuestro corazón no permanecerá helado.
Pedidle a Jesús que incendie vuestro corazón en una hoguera constante donde se pueda abrasar vuestra alma en su santo y divino amor.
Yo os amo, Dios mío, con todas mis fuerzas. Aquí tenéis mi corazón, es vuestro, entrad en él y llenadlo de fuego, grabad vuestra divina pasión para recordar todos los días vuestro dolor y vuestro amor, y haced partícipes a las almas de este fuego devorador.
Mi Señor, el amor que tuviste a los hombres os hizo olvidaros de vos mismo. El amor fue vuestro mayor verdugo ¿Cómo habrá almas que no te amen, con tantas pruebas como les has dado de tu amor?
Las religiones son hermosas siempre que a Dios se le reconozca como el único origen de toda la creación. Y los hombres de buena voluntad acepten a Jesucristo como Redentor del mundo, y a María como Madre y Corredentora con Cristo, y al Papa como vicario de su divino Hijo. A Dios se puede ir desde todos los ángulos de la tierra, aunque nadie podrá conocerle tal como es.
Todos los días doy gracias a Dios por haberme hecho hija suya y marcar mis caminos, así avanzaré y lucharé para conseguir mi perfeccionamiento interior y exterior. Mi maestro es Cristo y quiero amarle con todo mi corazón.
Tengo mi confianza puesta en Dios, porque merecía estar en el infierno por mis pecados y me ha dado su mano para sacarme de ellos ¡Qué grande es su misericordia cada día! ¡Y qué segura me encuentro en Él!
Mi Señor, quiero amarte tanto como Tú me amas, y devolverte todo lo que Tú me has dado: mi corazón, mi sangre por tu sangre y mi vida por tu vida.
Quiero gastar mi vida por los demás y firmar el compromiso del amor, que no quede en mí nada para mí.
Aprovechemos el tiempo. Aunque todo lo que hay en el tiempo pasa: las palabras, sucesos, las cosas y los acontecimientos, la caridad no pasa, es eterna. Es darlo todo, aceptarlo todo por amor a Dios y a los hombres.
Cada día experimento más amor a la cruz bendita de Jesucristo, porque a través de la cruz siento más dolor y más sufrimiento. Y en el dolor y el sufrimiento siento paz y alegría.
Sé que la cruz es muy dolorosa y sacrificada. Todos los días pongo mis dolores en las manos de Jesucristo, para que los recoja y los ponga en esos canales misteriosos e invisibles, pero verdaderos, por tantos necesitados que esperan del dolor bien aceptado y bien sufrido.
Doy gracias a Dios por haberme dado tanto dolor y tantos sufrimientos, porque con ellos puedo pagar las deudas que tengo contraídas con tantos y tantos pecados y ofensas hechos al Divino Redentor.
Dios mío, quisiera meterme todos los días bajo tus alas para que me cubras con ellas y me protejas de caer en un solo pecado mortal. Dios mío, prefiero perder todas las cosas de la tierra antes que perder tu gracia, si pierdo tu gracia me quedo como Sansón cuando perdió sus cabellos, sin fortaleza para aceptar todas las pruebas que me mandes.
Yo pongo todo mi amor en Cristo y me arrojo en sus brazos y le ofrezco sacrificios y suspiro por unirme a Él con miradas contemplativas. Le llamo con frecuencia. Sé que tiene deseos de que le abra mi corazón, no confío en mí, confío en Él. Pienso en San Pedro, confió demasiado en él mismo y negó a Cristo tres veces. Yo procuro ir a Él con amor y arrepentimiento de todo mi pasado y Él se enamora de mi alma.
Querido crucifijo viviente que estáis sufriendo; cuánto os ama Cristo, pues no habéis sido vosotros los que habéis buscado esa enfermedad, ha sido el mismo Dios el que os sirve. Vaya amor que os tiene al ser servidos por Él y conservaros Él mismo la cruz que es la garantía para toda la eternidad.
Cuando las tentaciones me acosan, me sostengo en la fe, porque sé que el Señor permite la tentación. Pero tengo la confianza de que Cristo está en mi corazón; y sé que no saldré vencida por el enemigo, pues el que está dentro de mi corazón es mayor que el que está fuera.
Cuando me persigue la tentación repito a menudo: “el Señor es mi guía y salvación, ¿A quién puedo temer?” Y si la tentación sigue y siento que dentro de mí hay dolor y pena, es porque Cristo está ahí; si no sentiría alegría y gozo, y grito: ningún poder puede arrancar de mi corazón el amor de Cristo, ni la vida, ni la muerte, ni cualquier otra criatura podrá separarme de mi Dios que es toda mi esperanza y mi fortaleza.
El sufrimiento. Parece que Dios toma partido contra el que sufre, nos obliga a grandes combates de dolor. Sé que los dolores marcan el alma con el sello supremo de la perfección. La asemeja a Cristo. Tritura el alma y la sumerge y la llena de heridas sin nombre, hasta situarla en una acción completa.
Desde que nacemos y somos bautizados estamos unidos a Cristo. Tengamos presente este sacramento y démosle gracias a Dios que nos hace hijos suyos y partícipes de su gracia.
Nunca te separes de Cristo que es la luz; y Él te hará ver dónde está la tiniebla y te arrebatará de ella, para gozar de su gloria.
Si te encuentras triste y solo, acércate al sagrario. Ahí tienes un amigo que te consolará y te dará fuerzas para seguir adelante; y te vivificará. Él quiere nuestro bien. Él es la llama viva que siempre está ardiendo de amor a los hombres. Comunícate con Él y grítale: ven divina majestad. Entra en mi corazón, inflámale con tu llama y hazle semejante al tuyo.
Señor, que grandeza es la gracia, con la gracia lo puedo todo, lo acepto todo. Tú eres mi sabiduría, Tú me enseñas a comunicarme contigo y con los hombres por medio de tus canales; no quiero ser como la tierra sin agua, Señor, enséñame a dar fruto y a hacer tu voluntad.
¿Sabes cómo notarás que amas a Dios? Despreciando todas las cosas, si tienes algún apego a las cosas temporales, muy bajo es tu amor. Que nada te parezca agradable y grande, sino Dios y las cosas de Dios, porque es lo que llena el alma de alegría verdadera.
¿Sabes cómo se puede resucitar con Cristo? Procurando vivir Cristificado, aprendiendo a morir al mundo, castigando tu cuerpo con penitencia y sacrificio, no dando rienda suelta a los sentidos, que son como potros sin domar, aprovechando las virtudes y teniendo austeridad en todos los gustos; entonces tendrás plena confianza de resucitar con Cristo.
El valor de la Santa Misa. A ti, hermana mía, que te tiene Cristo clavada en la cruz de tu enfermedad entenderás más que nadie el santo sacrificio de la Santa Misa porque en ella se repite el sacrificio del calvario. Ahí está el primer crucifijo de carne y hueso. Acércate al Santo Sacrificio del Altar y come su cuerpo y bebe su sangre, verás como te fortalecerá Cristo.
El dolor. Si tu dolor te impide acercarte al altar, Cristo ha puesto medios para venir a ti cuando tú quieras por medio de su sacerdote. Cuando Cristo entre en tu corazón, puedes gritar: Cristo está conmigo y conmigo comparte el sufrimiento, ¿A quién puedo temer?
Pídele a Cristo con todo tu corazón: Dios mío creo en ti, en ti espero; aumenta mi fe, mi fortaleza para amar la cruz y saborearla. Haz que viva en ella y muera en ella, aunque esté plantada en medio de fuertes dolores.
No quiero contentarme a mí, mi Dios, sino contentarte a ti. No quiero glorias ni alabanzas humanas porque éstas me privan de las virtudes verdaderas y de la gloria divina.
Tú eres, Señor, la alegría de mi corazón. Tú eres mi bien, Tú eres mi verdad, Tú eres mi maestro y quiero aprender de ti. Quiero que cada día alumbres más mi entendimiento para transmitir a los hombres la verdad eterna.
No quiero amar al mundo, Señor, pues el mundo me entristece con sus vanidades. Quiero amar al Espíritu y salir de la cárcel del cuerpo para contemplarte con claridad y sin sombra alguna. Así estoy llena de santos deseos, mi Dios.
¡Qué necesaria es la fe en los hombres! La fe es buscar a Cristo para que nos enseñe que estamos hechos con el único fin que es el de amar.
Yo te pido, Dios mío, que los hombres no pierdan la esperanza en ti, pues la esperanza fortalece la voluntad. La virtud de la esperanza es la que me anima ante las cosas difíciles para conseguir la meta de la eternidad.
También pido a Dios que los hombres no olvidemos la virtud de la caridad. Es tan hermoso amar a los hombres como nos amamos a nosotros mismos.
La vocación del alma contemplativa, yo la comparo con María porque tiene que ser una vocación virginal, pues la virtud de la pureza está ligada al don de la sabiduría. No consiste sólo en abstenerse de los pecados impuros, sino de conservar el espíritu para goces más elevados. Porque un alma pura establece y mantiene la soledad del alma y Dios, y ahí podrá reconstruir el paraíso.
El alma contemplativa tiene que tener mucha paciencia; si no es paciente no entrará la luz en su alma. La paciencia es el primer requisito para que el alma sea transparente y en ella entre el Espíritu Santo. Entonces tendrá el don de contemplar las cosas divinas. Si no hay paciencia, no hay vida contemplativa.
El alma contemplativa tiene que ser benévola con los demás y reconocer que no porque lleve muchos años al servicio de Dios es mejor que los que llegan después. A veces cuesta reconocer la santidad de los demás, pues sólo consiste en el ansia de pertenecer sólo a Dios y hacer en todo su voluntad y llevar una vida escondida.
Te pedimos, Señor, que con tu luz alumbres las tinieblas y que mandes la paz para aplacar todas las guerras, pues Tú, Señor, puedes iluminar las sombras.
Amo a la Iglesia porque es Cristo hablando a los hombres. Es el mismo corazón de Jesús que late en el pecho de la Iglesia por amor de todas las criaturas.
¡Ay, Iglesia mía, qué misión más hermosa e importante tienes: presentar a las almas las grandezas que encierras! Tú enseñas a las criaturas que Cristo se fue para estar más cerca de nosotros, para ser la fuente de agua viva que hay en ti, para que los que beban de esta fuente tengan asegurada la eternidad.
La mansedumbre es muy importante; de ella se consigue la dulzura. Sed blandos y no chocaréis con la ira. Así no habrá en los hogares ruidos ni estrépitos. El iracundo no tiene paz ni felicidad por su brusquedad e incredulidad; acudirá al manso y el manso con su sonrisa le transmitirá el sosiego a su corazón.
La mansedumbre y la paciencia van unidas. Piensa en Cristo cuando se acerca a Judas, con la mansedumbre y dulzura de todo un Dios, en voz baja le dice al oído: “Amigo mío ¿Con un beso entregas al hijo del hombre?.”
¡Cuántas cosas buenas se aprenden de la mansedumbre!: la paciencia, el silencio...; se miden las palabras para no herir a nadie. Se perdona todo por muy grave que sea la falta. ¿Sabes cómo se consigue la mansedumbre?: amando la cruz, porque la cruz es la materia principal de la mansedumbre.
Buscas a Cristo, no pares; Él, todos los días, sale a buscarte como Padre pródigo; y cuando lo encuentres, únete más que nunca a Él, para que cada día subas más alto y te acoja en sus manos.
Ama a Cristo más que a ti mismo y no esperes recompensas en la Tierra. Después de esta vida, Dios te dará el premio a tu caridad.
Sé bondadoso con los demás y podrás llegar a la santidad desarrollando la gracia.
Señor, te doy todo lo que tengo y lo que soy; y me entrego sin reservas a mis hermanos.
Hermanos ¿Sabéis cómo podéis estar seguros de que amáis a Dios?: amando a sus criaturas, porque no se puede amar a Dios olvidando a los hombres, ni amar a los hombres olvidando a Dios.
Vosotros, hermanos, que habéis tenido el don de adquirir riquezas, distribuidlas a los pobres; vosotros seréis los primeros beneficiarios con vuestra limosna.
¡Cuánto nos ama la santísima Virgen, que ofreció a Dios la víctima divina e inocente para salvarnos a nosotros, culpables por el pecado!
Hay que orar mucho para no perder la mirada de Dios y tener mucha confianza en Él y no ofenderlo
Mi alma está sedienta de mi Dios. ¿Cuándo llegaré a poseerte? Sé que para llegar a poseerte tengo que endulzar todos los sufrimientos y amarguras de este mundo.
Señor, sé que me quieres y que no quieres mis cosas sin mí; que me quieres a mí con mis cosas.
Cuidado con el enemigo, que nos hace ver que no tiene importancia el pecado; y cuando lo cometemos hace que nos desesperemos viéndonos sin solución.
Señor, los hombres se afanan por ir a Tierra Santa ¡Van tan lejos a buscarte estando en cuerpo, alma y divinidad, abandonado en los sagrarios!
¡Cuánto me gustaría, Señor, aprovechar el tiempo que me quede de vida en sólo amarte con toda mi alma y hacer que las almas te amen!
¿Te encuentras triste e inseguro? Corre a los brazos de María; en ningún sitio te encontrarás tan seguro como en los brazos de esa maternal Madre.
No busquéis la felicidad en las cosas del mundo. Buscad los caminos del Señor y cuando los encontréis, veréis qué grandeza hay en ellos; en Dios todo es grande.
¡Cuántas veces he gritado a mi alma: alma mía, ama mucho a tu Dios, consúmete de amor por Él, vive para amarlo y muere amándolo!
Quiero, mi Señor, que ilustres mi entendimiento para tu gloria, no para las cosas humanas. Cuanto más ilustrado es mi entendimiento más grande te veo, mi Dios, y más me uno a ti y más me haces participar de tus grandezas.
Yo busco a mi Dios y descanso en Él: me abandono en sus paternales brazos y en Él encuentro todo lo que necesito, porque en Él esta todo y Él es todo.
Cuando comulgo noto que Jesús va llenando mi inteligencia de toda la verdad y mi corazón de todos los bienes divinos.
Tú eres la cepa y yo el sarmiento adherido a ti por la sabia. Jesús haz que no me separe de ti que Tú eres el alimento de mi alma.
Cuando me preparo para recibir a Jesús, noto que dentro de mi alma siento un ansia de que llegue ese momento y cuando entra dentro de mí me uno en un perfecto abrazo y me es indiferente la vida o la muerte, pues mi vida se desliza en un preludio de amor de la vida del cielo.
Alegraos y regocijaos, mi alma ha volado al Cielo y Jesús me ha abierto la puerta, y me ha dicho: pasa hijo mío, descansa eternamente.
No estéis tristes, mi espíritu descansa en el pecho de Dios y sólo deseo que todos gocéis de las eternas delicias que hay aquí.
Al llegar al cielo, Dios abraza al alma y el alma a Dios; y en este abrazo infinito es totalmente feliz.
¡Qué sediento está el Divino Redentor de almas que se entreguen a su divina voluntad, sin reservas ni barreras para que Él pueda modelarlas a su gusto! Él quiere poseer el alma sin reserva alguna.
Hay hombres que luchan para conservar su orgullo y su propio yo; esa lucha es inútil porque luchan por algo estéril, porque sus frutos son engañosos y mezquinos, porque siembran humanamente y su cosecha será humana. Si quieres cosechar para Dios, glorifícalo y santifica su santo nombre, pues Él ha dicho: «Amarás al Señor, tu Dios, con todas tus fuerzas, con todo tu entendimiento y con toda tu voluntad».
Sólo deseo amar a Dios y que Él sea amado. Señor, hazlo ver a esas almas tan virtuosas y tan conocidas por ti y que son las que más hacen sufrir a mi alma y las que más presentes tengo en mis oraciones.
Pido todos los días a Jesús que mi corazón y el corazón de todos los hombres estén inflamados en llamas ardientes de caridad. Cuando en la Santa Misa llega el momento de la consagración, y el sacerdote levanta el cáliz, le digo: "Señor mío y Dios mío, rocíame con tu sangre para que circule por mi corazón y de mi corazón a mis venas, y todo mi ser viva de amor y de sacrificio, hasta que deseéis llevarme con vos”.
No descansaré hasta que consiga un solo fin: unir mi alma a Dios; ese es el único ideal de mi alma. Deseo que la fe sea más fuerte en mí, la esperanza más valerosa y la caridad más ardiente; como si en mi corazón hubiera un volcán de fuego donde poder abrasar a todas las criaturas.
Yo comparo a María con la copia de Jesús. Así es de parecida. Ella se convierte en maestra de los discípulos. Esta mujer orante es la "tierra firme", donde germina la semilla en aquel "hágase en mi según tu palabra”. Veo aquella palabra de Dios: "hágase la luz”, (y la luz se hizo), en el hágase de María cambio todo el globo.
Madre mía, te consagro todos mis trabajos, mis penas, mis dolores, y también te consagro todos los dolores y sufrimientos de estas criaturas necesitadas y desamparadas.
¡Qué felicidad siente el alma cuando se deja pescar por el divino pescador!.
¡Qué hermosa es la palabra Carmelo! Quien pertenece al Carmelo pertenece a María, pues María adornó esta orden con su nombre.
Nada malo puede suceder teniendo por abogada a María. Mi corazón siente tan grande amor que me vuelve loca y me embriaga hasta tal punto que me abrasa y hiere mi corazón.
Sé que Jesús no se puede enfadar si a veces parece que quiero un poquito más a su Madre; porque Él, siendo Dios, la amó hasta tal extremo que descansó en su seno y tomó carne humana.
La herencia más grande de un cristiano es estar siempre en presencia de Dios; es desear vivir en Dios, no vivir en uno mismo, porque vivir en Dios, es vivir el cielo en la tierra; es dejar de ser tú para ser de Dios.
¿De qué le sirve al hombre ocultar sus pecados si, un poco antes o un poco después, van a ser descubiertos por el Ser Supremo, que, sin piedad, nos hará reconocer su justicia?
Toda criatura es visible a los ojos de Dios; y ante sus ojos no hay pecado que Él ignore.
Dios odia al pecado. ¡Qué terrible será ser blanco del odio de Dios...!
Señor, lloraré mis pecados con lágrimas de dolor y de penitencia para que, el día del Juicio final, no aparezcan.
¡Jesús mío y Madre mía, os amo! Y después del amor que siento por vosotros, mis amores son el Santo Padre y los sacerdotes; protégelos para que vivan su vida entera en la atmósfera divina.
Tengo tanta confianza en María, que sólo con mirarla me enseña y da fuerzas para realizar todo lo que deseo para mí y para los demás.
El orden es muy importante para la salvación. El alma progresa en el orden y retrocede en el desorden. El orden es vida y el desorden muerte.
El único sentido de mi vida es buscar la gloria de Dios y la paz entre los hombres. La gloria de Dios es elevar a los hombres morando en Dios y la paz de los hombres es Dios morando en los hombres.
Yo estoy hecha para Dios y todo lo que me separe de Dios debe morir: mis gustos, mis caprichos, mis apegos. Mi vida consiste en estar unida a Él. Fuera de Dios todas las cosas son humanas; todo lo que me separe de Dios tengo que separarlo de mí.
¡Oh sacerdotes, si fijáis vuestra mirada en Dios y permanecéis unidos todos nada ni nadie podrá con vosotros, pues en Dios está el secreto de vuestra fuerza, pues en Dios todo une, sin Dios todo desune, porque con Dios seréis invencibles!
Sacerdotes de Cristo, buscad a Dios y a su gloria en vuestro ministerio; si vuestra mirada está en Dios, todos los poderes serán impotentes y todas las fuerzas del mal serán débiles.
Sacerdote de Cristo, pon tu corazón en Dios y no faltes a tu palabra dada. Recuerda tus promesas de fidelidad y de honor ante el altar, no te fíes de ti mismo ni pongas tu confianza en ti mismo; deja a Dios que obre en ti y te lleve en sus brazos, pues el querer que viene del hombre es pobre y defectuoso, como el hombre. Apoyándote en Dios todas las cosas vendrán de lo divino, no vendrán de lo humano; con Dios tendrás fuerza, energía para resistir y constancia para perseverar. Sé fiel a la Iglesia donde está la fuente de vida, de donde sacarás frutos de santificación y glorificación para la eternidad.
Señor, Tú eres la misericordia; te la hiciste Tú para los hombres, porque Tú no tienes miserias y las criaturas estamos llenas de ellas.
¡Oh misericordia mía! Quiero estar siempre contigo donde un día pueda gozar de las eternas glorias.
La primera carrera de los cristianos tiene que ser los mandamientos, Dios y su gloria; primero el Cielo, después la Tierra.
Tú eres la hermosura, mi Dios, porque Tú la engendraste. No permitas que los hombres se cieguen con el resplandor de las cosas del mundo y haz que vean las tinieblas que hay en él.
¡Qué grande es la Eucaristía! No dejes de alimentarme, Señor, con este manjar; Tú me convidas todos los días a comer de ti mismo. Tú, el mismo Dios, me das la vida para seguir viviendo.
Tú inflamas mi corazón de amor, Señor. Que permanezca siempre en amor que es vida; porque permanecer en amor es permanecer en ti, mi bien.
El alma contemplativa tiene que cerrar su corazón a todas las cosas del mundo para encerrarse en el claustro y ser sólo de Dios; tiene que verse «nada» para que Dios sea todo. La humildad, la obediencia, el desprecio de sí misma la conducirán a la unión con Dios y a vivir sólo para Dios.
Sin oración ni penitencia no se puede llegar a la santidad, pues quien se comunica con Dios recibe la sabiduría, y en esa sabiduría aprende la comunicación con Él y el tesoro que hay en la cruz: el deseo de amarlo y poseerlo.
La vida espiritual está en el interior del alma; ahí es donde van todas las gracias; desde ahí puedes practicar todas las virtudes. La mortificación interior es la más perfecta, y también se refleja en la vida exterior, pues la luz es claridad. La vida del cuerpo es como las plantas, la ocultas dentro de la tierra y sale al exterior.
Yo pienso: si mi cuerpo está predestinado para resucitar con Cristo, es templo del espíritu santo, es un santuario vivo al que no puedo profanar porque es para la gloria de Dios.
Aunque no hubiera beneficios divinos, ni en el presente ni en el futuro, a mí me basta pensar que el mismo Dios bajó a la tierra y murió en una cruz para desterrar el pecado del hombre. Ésta es la mayor grandeza que hizo Dios.
Yo sólo pienso que la mayor grandeza y el mayor negocio es, reconociendo que Dios bajó a la tierra por mí, ponerme a su servicio y esforzarme a llevar con alegría todas las dificultades, murmuraciones, contrariedades... y pensar que nada de esto tiene importancia para mí, yo estoy al servicio de la joya más grande y más valiosa, y es merecedor de estos sacrificios y de muchos más.
¡Cuántas almas dicen que se han consagrado a Dios y pierden el tiempo en charlatanerías y en curiosidades del mundo y dejan pasar el tiempo en chis­mes mundanos! No pueden decir que han dejado el mundo si están metidos en el mundo. El religioso debe gloriarse de ser callado, no de ser hablador.
El verdadero religioso vacía su corazón de todas las cosas mundanas para que su alma esté íntimamente unida a Dios. Ella tiene que ser para su amado y su amado para ella. Ahí está la verdadera felicidad.
¡Qué gozo siente el alma cuando sólo vive para Dios y se olvida de curiosidades y vanidades! Y goza cuando no quiere nada de sí misma sino de Dios; pues el alma que vive de Dios se olvida de cumplidos y atenciones a sí misma.
Dile todos los días a Jesús: en ti, Jesús, encuentro el amor sin medida que me da la fortaleza para entregarme a los demás y desgastarme por ellos.
Pide al Señor todos los días que los malos sean buenos y los buenos sean mejores.
El ser humano está falto de alegría ¿sabes por qué? Porque se encuentra preso y ve que es difícil de abrir esa prisión de egoísmo y de soberbia. El hombre se cierra en sí mismo, sin pensar que un acto de caridad, de humildad y de obediencia son las llaves que pueden abrir su prisión y quedar libre.
Te ofrezco, santísima Virgen, todos los miembros de mí cuerpo para que dispongas de ellos como quieras: mis manos, pies, ojos, oídos y todas mis potencias; soy tuya y a ti te toca mandar; no puedo disponer de mí, ni de nada mío, pues todo te lo he ofrecido a ti. Quiero hacer todas las cosas con pureza y buena intención en todos mis trabajos para que mi corazón se incendie de tu amor.
Alma mía, glorifica con toda tu vida a Dios y que todas las cosas creadas por Dios glorifiquen su santo nombre, pues Dios cura todas tus enfermedades y perdona todos tus pecados; por muy negros que sean, los deja como la nieve.
Jesús ama tanto a las almas que nos pide sacrificios para que salgan del estado de pecado; nos dice: quiero que os abraséis en deseos de salvar a las almas, ofreceos víctimas de reparación, vivid para el amor que tanto os ama.
Jesús, quiero establecerme en Ti y sólo en Ti. Quiero vivir en Ti, por Ti y para Ti. Quiero que a través de tu amor a mí, y de mí a Ti, se beneficien las almas. Quiero asociarme a todos los seres humanos y a la obra de Jesús. Yo quiero perderme en Jesús, pues es tanta la felicidad, que en esa felicidad se pierde mi alma; vivir como si no existiera aquí abajo. Quiero anonadarme y mortificarme. Yo soy de Dios y no me pertenezco a mí, sino a Él; que haga de mí lo que quiera.
Jesús quiere que en todo se haga la voluntad del Padre, y la voluntad de Dios es que lo amemos. Si nosotros lo amamos y Dios nos ama y buscamos la salvación de las almas, todo lo demás no tiene importancia.
¡Oh, Divino Redentor, de tu divino costado abierto por amor a los hombres brota agua y sangre para lavar los pecados de todos los hombres! ¡Oh, fuente del Salvador donde todos los hombres sacian su sed! Gracias, Salvador mío, porque tu costado se abrió para hacer ver a los hombres que lo mismo que de la costilla de Adán fue formada Eva, de tu divino costado salió la Santa Madre Iglesia como otra nueva Eva madre de los vivientes que Cristo con su sangre la lavó deján­dola limpia y resplandeciente.
Invoca al Espíritu Santo. Donde habita el Espíritu Santo no hay amor propio, no hay libertinaje, porque desaparecen los apegos mundanos; sólo hay en el alma paz y libertad santa que es la libertad de los hijos de Dios.
Pídele a la Virgen todos los días: Madre mía, ampárame y guíame en todos los momentos de mi vida. Quiero que seas amada y venerada por todos los hombres; que todos te imiten en la pureza, que todos se gloríen de ser hijos tuyos. Pídele que cada día aumente en tu corazón la caridad, que seas un pan de donde todos cojan un trozo.
Dile todos los días a la Santísima Virgen: Madre del Amor Hermoso, guíame siempre a Jesús.
El Santo Padre es la llama que quema a los pastores; es la luz que ilumina el rebaño; es la llama que enseña a los hombres que hay que consumirse en amor a la Iglesia.
El Santo Padre es puente de unidad para todos los hombres; él desea acrecentar y reunir a todos los rebaños para que sean dirigidos por un mismo Espíritu. Para que sus frutos sean más abundantes, quiere que los hombres posean a Cristo como Cristo ha poseído a los hombres.
Sólo con mirar al Santo Padre se ve que irradia una admirable posesión de Dios; tiene un dulce néctar en su mirada que nutre el alma y la llena de Dios.
Jesús crucificado, te tengo siempre presente en mi alma. Quiero grabar en mi corazón tus cinco llagas y conseguir estas cinco virtudes: por las llagas de tus pies, quiero alcanzar humildad y mansedumbre para caminar derecha por las huellas de tus pisadas; por las llagas de tus sagradas manos, obediencia a la Santa Madre Iglesia y perseverancia en tu obra; por la llaga de tu divino costado, la virtud de la caridad hacia los demás, que desgaste todo mi ser por ellos sin esperar nada temporal, sólo deseo la corona de la eternidad.
Quiero ser toda de Jesús. Ésta es la meta única: incorporarme a Cristo y a su Iglesia; Él es el centro de mi vida, la razón de mi existencia, el bien de todos los bienes; Él absorbió todo mi ser. Todos los deseos de servir y amar a Cristo vienen de Cristo; Él me conducirá donde quiera y cómo quiera: me inmolaré por amor a los pecadores.
María es la Madre de Dios, pues de Ella ha nacido el Salvador; Ella ha dado la vida a Aquél que ha dado la vida y Él es la vida del mundo; por eso es la Madre de mi vida, pues para mí el vivir es Cristo.
¡Cuántas gracias hay que dar a Dios por darnos por Madre a María que es modelo de todas las virtudes, por eso tengo que estar segura de que María no me dejará ni consentirá que sea mala hija! Yo estaré junto a mi Madre pues a una madre no le gusta estar separada de sus hijos.
Jesús, Tú que eres el fuego divino puedes purificar todas mis imperfecciones y consumirme en tu amor.
Piensa que el amor de Dios hace maravillas en los corazones que se entregan por entero y que puede ser en tu corazón donde haga esas maravillas, si tú eres capaz de entregarte.
Hay que tener mucha humildad para amar, pues la humildad y el amor van juntos. Si no hay humildad no hay amor. Pidamos que en el mundo reine la humildad, que abarca a otras virtudes, lo mismo que la soberbia conduce a todos los pecados.
Dices que amas a Jesús; pruébalo con obras. Amor y obras están fuertemente unidos; no pueden vivir por separado.
La señal del amor a la Iglesia es la santa obediencia al Divino Maestro. Con la obediencia puedes llegar a la santidad.
Sé constante en la oración y en el sacrificio; pues a Dios no le gusta que se escatime ninguna de las dos cosas.
Nunca hagas juicios sobre la perfección o imperfección de los demás. Deja que sea Dios quien saque lo que estorbe de cada alma y lo arroje al mar.
Si amas a Jesús, cumple bien sus preceptos, pues no se puede ser amigo de Jesús si se niega uno a llevar la cruz.
Para estar unidos a Dios y para que en el alma opere bien la gracia, hay que olvidarse de toda creatura y encontrar al Creador; hay que apartarse de los muertos para alcanzar la vida.
Sin ver y sin hablar me encuentro totalmente feliz porque sé que Dios está en mí, esto basta.
Cree siempre en Jesús, que es la vida y quién permanece en Él nunca morirá, pues Él nos comunica no la vida de la naturaleza, sino la vida de la gracia.
Dios quiere de ti el sacrificio de esta miserable vida, quiere cambiar esta vida y construirla con su vida divina. Sé constante en la oración y estarás en continua comunicación con Dios.
Pon siempre empeño en todos tus trabajos y deberes mirando al reino de Dios, pues a las almas que son fieles en el tiempo, Dios las hace dichosas y las premia en la eternidad
Nada más levantarte saluda al Divino Redentor y pídele que te ayude a progresar en la obra de tu santificación y en la de los demás.
Eleva tu mirada todos los días a la Madre de Dios y dile: Madre mía; acuérdate de mí que también soy hijo tuyo.
Conserva tu pureza como María y tu alma se parecerá a un arroyuelo limpio y cristalino, y te desligarás y te desembarazarás de ti mismo para quedar inundado de la vida divina.
¡Cuánto tenemos que amar a Dios que creó dos paraísos para nosotros! Uno en la tierra y otro en el cielo. Si en la tierra somos capaces de servirle y cumplir sus mandatos nos trasladará del uno al otro para gozar de todas sus bellezas eternamente.
En el paraíso de la tierra quiero ser semilla para la Santa Madre Iglesia, sin cansarme, obedeciendo a los ministros de Dios y estar junto a ella para cantarla, para seguirla en todas las tempestades del mundo. La Iglesia es una llama en la que quiero achicharrarme.
Todo el problema de la vida es ser hombres de Dios. Lo único que me preocupa es solamente servir a Dios cada día y a los hombres por Dios.
No tengo miedo a las criaturas porque toda mi confianza la tengo puesta en mi Dios y de Él saco todas las fuerzas para seguir viviendo y amando a mis enemigos. Él nos enseña el mandamiento del amor y yo quiero poner en práctica sus enseñanzas.
Y nadie apague la luz que llevamos encendida en nuestra alma y que Cristo reine en nuestros corazones y proclamemos el Evangelio para que reine en todo el mundo, pues la felicidad consiste en amar a Dios y que todos vivamos para amar y para dar.
¡Qué grandeza es pensar que Dios nos ha dado todo lo que tenemos y somos, por eso yo no puedo negarle ante los hombres sino darle gracias por tantos beneficios como hemos recibido de sus manos!
A veces, en mi dolor, llamo a Dios a gritos y le digo: no te olvides, Señor, de que estoy aquí, ven en mi ayuda. Me encuentro tan sola que no hallo en nadie consuelo alguno: ni siquiera de los buenos. Perdóname, Señor, siento angustia de vivir en la tierra ¡Es tan difícil explicarlo!... Cuando el alma está enamorada de Cristo, vive aquí sin vivir, y a veces pienso que Dios se está riendo de mí.
¡Qué pequeño es todo cuando el alma está enamorada de Dios! Nada te llena, nada te importa: ni desprecio, ni humillaciones, ni enfermedades, ni riquezas, ni comodidades. Vives más de ansias de cielo que de cosas terrenas.
María, Madre de Jesús y Madre mía, en ti tengo puestas mis aflicciones y amarguras. Yo pienso en tu dolor cuando aquellos sayones iban detrás de tu Hijo, insultándolo y dándole golpes. Me siento, a veces, débil; y al mirarte, me haces comprender mi pequeñez y mis miserias; me haces ver que mi dolor es más mundano que divino y empiezo a llorar porque me doy cuenta de que mi amor es flojo y débil.
Lucha en todas las pruebas de la vida, aunque te encuentres sola, aunque tu corazón sienta amargura, ofrécele todo a Dios; todas las tribulaciones y adversidades que, permitiéndolo Dios, te pueden venir, diciéndole: por ti Señor y por la caridad infinita con que Tú te entregaste a la muerte por mí y por la necesidad que tengo de estampar en mi cuerpo la imagen sagrada de tu pasión, lo acepto todo para gloria vuestra y provecho de mi alma.
No desunamos el cuerpo y el alma: los dos comen en una sola mesa, los dos comparten las alegrías y las tristezas, los dos se comunican. Di: yo quiero que mi alma sea de Cristo y que el cuerpo de Cristo sea mío. Amo tanto a Cristo que mi felicidad está teniendo mi alma más en Él que en mí.
Ama a Cristo y da testimonio de Él con la verdad. Sólo el que se somete a la verdad está en Cristo, pues Él mismo lo dijo: “Yo soy la verdad”. El bien de la persona consiste en la verdad, aunque por esa verdad tengamos que entregar la vida y llegar al martirio por amor y fidelidad a Jesucristo, y a todos nuestros hermanos que son los hombres.
¿Queremos que Dios esté contento con nosotros? Hagamos siempre su voluntad. Cristo, haciendo la voluntad de su Padre, inauguró en la tierra el reino del cielo. El amor de Dios descendió de las alturas a tanta bajeza como hay en nuestra humanidad. Por eso Dios tiene que ser el origen de nuestro querer y obrar.
Hay que intentar el perfeccionamiento de nuestro propio yo y dejar que Jesucristo refuerce muestro corazón; y nuestro amor irá creciendo más del amor divino que del amor humano. Al Señor no le gusta que nuestro amor sea egocentrista, ese amor es mezquino y engañoso. Que nuestro amor tenga su origen en Dios para que los frutos sean vivificantes.
El amor debe elevarse a la inmensidad del amor que es Dios. Desde el comienzo de nuestra vida, nuestros bienhechores lo primero y más importante que nos tienen que enseñar es que tenemos que permanecer en Dios para que Dios permanezca en nosotros, pues la fe transforma y diviniza muestra vida.
No quiero que mis palabras sean insípidas; quiero que estén llenas de sabiduría y de prudencia, para que cuando alguien oiga se llene su corazón de gozo. Quiero quitar la tristeza de los corazones. Quiero tener el don del Espíritu Santo, el don de la alegría para que los hombres se olviden de sus pesares y se conmuevan sus corazones para llevarlos a Dios donde están todas las delicias.
Señor no quiero que nada me turbe ni me quite la alegría; ni las persecuciones más violentas, ni las calamidades, ni las murmuraciones, ni las injurias. No quiero perder mi caridad con los que la pierden hacia mí. Quiero que mi alma permanezca tranquila en el silencio y la esperanza; así acabará venciendo y enseñando a los demás el triunfo de uno mismo, pues la paciencia consigue siempre el triunfo.
A veces, parece, Señor, que se desencadena el infierno entero contra mí ¡Qué fiebres tienen los seres humanos! ¡Cuánta pena siente ni corazón oyendo a los hombres emplear su lengua en tanta mentira, y cuánta malignidad tienen en ella sembrando cizaña y guerra!
No debemos permanecer solos, animemos a los demás a que contribuyan a la divina misión de llevar el gozo y la paz a todos los corazones de nuestros hermanos.
Cristo nos grita a cada uno de nosotros que no sólo seamos apóstoles, sino apóstoles de apóstoles y que conquistemos a otros para que ellos conquisten a los demás; para que también ellos hagan como hizo Jesucristo.
Jesús nos quiere despiertos, es preciso que cada uno arranquemos de nuestras vidas todo lo que estorba a la vida de Cristo en nosotros. Las comodidades, el apego al mundo, los egoísmos nos separan de Cristo.
Orad por mí, no lloréis, una lágrima se evapora y la oración beneficia mi alma. Dios me ha hecho ver las dulzuras del cielo y me ha sacado de las miserias humanas, mi alma la ha separado de mi cuerpo y con un cariño muy tierno la ha embriagado de gozo y llenado de eterna dicha.
Al cerrar mis ojos mi alma ha volado hacia el Creador, y al presentarme ante Él, le he dicho: «Gracias, Dios mío, por haberme sacado de ese mundo corrompido y corrupto que tanto me hizo padecer, y traerme a vuestra casa. Mis deseos son que un día os juntéis conmigo».
Estad alegres que una soberana Señora llena de luz divina me ha cogido de la mano y me ha llevado ante un cordero más blanco que la nieve y me ha llamado por mi nombre; me ha dicho: «Goza de la Jerusalén celestial, hijo mío».
Te doy Señor lo que soy y lo que tengo, haz de mí tu santa voluntad.
Sólo deseo tener dolor de mis pecados, pena de haber ofendido a Dios y lágrimas para llorar las ofensas.
El fin para el que hemos sido creados es alabar a Dios nuestro Señor y salvar nuestra alma. Ese es el único fin de nuestra vida.
Sólo te puedo ofrecer, Señor, mis pecados, mis miserias y mis debilidades; pero en estas miserias y debilidades únicamente te busco a ti.
Mi alma vive de tu amor, de esperanza; sólo busca en las alturas volar hacia ti ¿Cuándo voy a estar, Señor, gozando eternamente de ti?
En el sufrimiento se aprende a amar, por eso sufres por los que amas. No te fíes de los hombres, hoy te glorifican y mañana te condenan. Cuanto más pequeño te hagas hoy, más grande serás mañana.