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XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

 

EVANGELIO

El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si tu mano te induce a pecar, córtatela (cf. Mc 9, 38-43. 45. 47-48)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos.

EN aquel tiempo, Juan dijo a Jesús:

«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros».

Jesús respondió:

«No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.

Y el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la “gehenna”, al fuego que no se apaga.

Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la “gehenna”.

Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la “gehenna”, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga».

Palabra del Señor.

LECTURA ESPIRITUAL Y HOMILÍA

San Alfonso María de Ligorio
Pena que causa a Dios el pecado de escándalo

Introducción, definición

Ante todo, es preciso explicar en qué consiste el pecado de escándalo. He aquí cómo lo define Santo Tomás: «Es una palabra o una acción que constituye para el prójimo ocasión de ruina espiritual». El escándalo es, pues, cualquier dicho o acción con la que eres causa u ocasión de contribuir a que el prójimo pierda el alma.

Este escándalo puede ser directo o indirecto. Es directo cuando directamente te esfuerzas por inducir al prójimo a cometer un pecado. Es escándalo indirecto cuando con tu mal ejemplo o con tus palabras prevés la caída del prójimo y no te privas de decir aquella mala palabra o de cometer aquella mala obra. Desde el momento en que hay materia grave, el escándalo, ya directo o indirecto, es pecado mortal.

Veamos ahora la pena que causa a Dios el pecado de escándalo. Para comprenderlo, consideremos:

  1. Cómo Dios creó al alma a su imagen de modo especial: en primer lugar, la creó a imagen del mismo Dios. Hagamos un hombre a imagen nuestra. Dios hizo salir de la nada, con un fiat, al resto de las criaturas, como con un guiño de su voluntad; pero al alma la creó con su mismo soplo; por eso se lee: insuflando en sus narices aliento vital.
  2. Desde toda la eternidad la creó para el Cielo. Además, esta alma, el alma de tu prójimo, fue amada por Dios desde toda la eternidad: Te he amado con amor eterno; por eso te atrajo con bondad. Finalmente, la creó para llamarla un día al Cielo y hacerla partícipe de su gloria y de su reino, como nos dice San Pedro: Para que por estos (bienes) os hagáis participantes de la divina naturaleza. En el Cielo la hará partícipe de su mismo gozo: Entra en el gozo de tu Señor. Entonces es cuando Dios se dará a sí mismo en recompensa: Soy para ti tu escudo; tu soldada será sobre manera grande.
  3. Sobre todo, la rescató con la sangre de Jesucristo. Lo que sobre todo nos manifiesta cuán grande aprecio tiene Dios del alma es la obra de la redención que Jesucristo llevó a cabo para rescatarla del abismo del pecado. «¿Quieres saber tu valor?», pregunta San Euquerio, y responde: «Si no crees a tu Creador, pregunta a tu Redentor». Y San Ambrosio, para darnos a comprender precisamente cuán a pecho debemos tomar la salvación de nuestros hermanos, nos dice:

«Considera la muerte de Cristo y deduce lo que vale la salvación de tu hermano». Por tanto, si Cristo dio su sangre para rescatar el alma, tenemos derecho para decir que ésta vale la sangre de Dios, ya que apreciamos el valor de una cosa según el precio en que la tasa un prudente comprador. Comprados fuisteis a costa de precio. Por esto San Hilario decía: «Al considerar el precio en que fue tasada la redención humana; parece que el hombre vale tanto como Dios». Por todo ello comprendemos cómo el Salvador nos inculca: En verdad os digo, cuanto hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeñuelos, conmigo lo hicisteis.

Este pecado mata al alma

Siendo esto así, ¡qué pena tan amarga causa a Dios el escandaloso que le hace perder un alma! Baste decir que le roba y le mata una hija por quien para salvarla había derramado la sangre y dado la vida. Por esto San León llama homicida al escandaloso. «Quien escandaliza, son sus palabras, asesina el alma de su prójimo».

Y priva a Jesucristo del fruto de sus lágrimas, dolores, etc.

El escandaloso comete un homicidio tanto más atroz cuanto que arrebata a su hermano no ya la vida corporal, sino la vida del alma, y priva a Jesucristo del fruto de todas sus lágrimas, dolores y, en una palabra, de cuanto el Salvador padeció para ganar aquella alma. Por esto escribió el Apóstol a los fieles de Corinto: Y pecando así contra los hermanos y sacudiendo a golpes su conciencia, que es débil, contra Cristo pecáis. Quien escandaliza al prójimo se dirá que peca propiamente contra Cristo, porque, al decir de San Ambrosio, quien es causa de que se pierda un alma es causa de que Jesucristo pierda una obra en que empleó tantas almas de fatigas y de sufrimientos (…). Cuando Jesucristo ve perdida el alma por obra y desgracia del escandaloso, puede muy bien echarle en rostro este reproche: «Malvado, ¿qué hiciste? Me perdiste esta alma, por la que empleé treinta y tres años de vida».

Comparación sacada de las Sagradas Escrituras

Léese en las Sagradas Escrituras que los hijos de Jacob, después de vender a su hermano a los mercaderes, fueron a decir al padre: ¡Una bestia feroz lo ha devorado! Y para dar a entender mejor a Jacob que José había sido presa de la tal bestia feroz, mojaron su vestido de José en la sangre de un cabrito, preguntándole:

Comprueba, por favor, si es la túnica de tu hijo o no, a lo que el padre hubo de responder entre gemidos de dolor: ¡La túnica de mi hijo es! ¡Una bestia feroz lo ha devorado! De igual modo también, cuando un alma, a consecuencia del escándalo, acaba de caer en pecado, los demonios le toman la estola bautismal teñida en la sangre del Cordero inmaculado, es decir, la gracia de que le ha despojado el escandaloso, gracia que Jesucristo le había adquirido con el precio de su sangre, y preguntan a Dios: «¿Es éste el vestido de tu hijo?».

Si Dios pudiera estallar en sollozos, a no dudarlo que a la vista de esta alma así sacrificada, de su hijo asesinado, sus lágrimas correrían más amargas que las de Jacob, exclamando: Sí, es el vestido de mi hijo amadísimo; una bestia feroz lo ha devorado. Y luego, buscando a esta bestia feroz, exclamaría: «¿Dónde está el monstruo feroz que acaba de devorar a mi hijo?».

Conclusión

Profunda irritación de Dios, que le excita a la venganza. Y una vez hallado este monstruo feroz, ¿qué hará el Señor? Los asaltaré, dice, como osa privada de sus cachorros. Así habla Dios por boca de Oseas. Cuando la osa vuelve a la guarida y no halla sus cachorros, sale a recorrer el bosque en busca del ladrón, y si lo encuentra se le lanza para desgarrarlo. Así se precipitará el Señor sobre el escandaloso que le arrebató uno tan sólo de sus hijos.

Tal vez diga el escandaloso: «Si se ha condenado ya aquel prójimo, ¿qué puedo hacer yo?». Puesto que él se ha condenado por culpa tuya, responde el Señor, tuya es la responsabilidad. Yo he de reclamar su sangre de tu mano (Ez 3,18). También se lee en el Deuteronomio: No tendréis conmiseración: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie (Dt 19,21). Sí, dice el Señor, ya que tú causaste la perdición de un alma, es preciso que también pierdas la tuya (Obras ascéticas de San Alfonso M. de Ligorio [BAC, Madrid, 1954] pp. 515-523]; cf. deiverbum.org).

P. Alfredo Sáenz, S.J.

Homilía

El escándalo

El Evangelio de hoy es la continuación precisa de aquel que comentáramos el domingo anterior, donde Jesús había dicho que si alguno quería ser el primero debía hacerse el último, el servidor de todos. Y había puesto como ejemplo de sencillez y de humildad a un niño que por allí estaba.

En el texto que se acaba de leer, luego de un breve paréntesis donde se narra cómo Jesús reprendió a sus discípulos por haberse mostrado envidiosos al ver que uno expulsaba demonios en nombre de Cristo sin que perteneciera a su círculo, se retoma el tema que dejáramos la semana pasada. Jesús vuelve a hablar de la sencillez de los niños. Y amonesta gravemente: «Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar». Palabras terribles del Señor, que nos enfrentan con el tema del escándalo.

  1. EL ESCÁNDALO

¿Qué es el escándalo? Etimológicamente esta palabra significa un obstáculo que se pone en el camino y que puede hacer tropezar al que se topa con él. Algo parecido significa en el plano teológico. Se da escándalo cuando, sin causa suficiente, se pone un acto exterior que constituye para el prójimo una ocasión de caída espiritual. No sería propiamente escándalo si la cosa quedara recluida en el ámbito interior, si se tratara de un pensamiento o de un deseo no manifestado, por malo que fuera. Debe ser algo exterior, una palabra, un gesto, una actitud, o incluso una omisión, que signifique para otro ocasión de pecado.

Pues bien, contra esto nos previene hoy el Señor. Nos dice que el que escandaliza a un pequeño que tiene fe merecería que lo arrojasen al mar. Quiere decir que se trata de algo grave. Y vaya si lo es. Porque el que escandaliza, obra a la inversa de Cristo y de su designio redentor. Si el Verbo eterno, en su amor infinito por los hombres, resolvió encarnarse, sufrir por ellos las terribles ignominias de la Pasión, y morir en una cruz innoble para reconciliar a la Humanidad caída con su Padre celestial, obra evidentemente mal quien, mediante sus palabras o sus acciones, arrastra a los otros al pecado, poniendo así a los redimidos por Cristo en peligro de perderse. Es algo serio atentar contra la vida espiritual de otro; la caridad nos impone el deber primordial de amar a nuestro prójimo, de desearle la vida eterna, e incluso de facilitársela.

Examinemos, amados hermanos, nuestro comportamiento cotidiano. Y veamos si, en ocasiones, no incurrimos en faltas de este género.

Puede escandalizar un empresario si, llamándose católico, no ejerce la justicia social con sus asalariados, si los explota, equiparándolos a las máquinas, o pensando tan sólo en el lucro, olvida que son sus hermanos en la vida y en la fe. Si así se comportara, sus obreros correrían el peligro de confundir el cristianismo con la torcida actitud de su patrón. Y entonces la conducta de éste constituiría probablemente para ellos ocasión de un resquebrajamiento en su fe. Recordemos las frases terribles que hoy hemos oído del apóstol Santiago contra los malos ricos, aquellos, dice, que han amontonado en vano riquezas sin cuento, aquellos que han retenido parte del salario justo de sus obreros, aquellos que han llevado en este mundo una vida superficial de lujo y de placer, aquellos que han condenado al justo y al inocente. Su conducta ha sido, en verdad, un escándalo.

Puede también un obrero ser ocasión de escándalo, si incubando en su alma el odio y el resentimiento, enarbola injustamente falsas reivindicaciones sociales, y para hacerlas potables, las parapeta en el Evangelio. Quien así se comportase sería también causa de escándalo, porque con su conducta haría odioso el cristianismo que dice profesar.

Asimismo podría escandalizar un gobernante que se presenta como católico, que hace gala de propiciar una política cristiana, y que de hecho se despreocupa del bien común, no trata de que los ciudadanos a su cargo cuenten con los medios necesarios para vivir, ni le interesa que obren de acuerdo a la virtud. Porque al llamarse cristiano haciendo una política no cristiana, podría hacer pensar a los incautos que cristianismo es sinónimo de injusticia, poniendo así a no pocos en ocasión de renegar de su fe.

Puede también escandalizar, y en alto grado, un sacerdote, si por ejemplo aprovecha su investidura en orden a fines subalternos, o para hacer triunfar ideologías políticas, económicas o sociales del todo ajenas a la doctrina católica. Tal actitud fácilmente puede provocar una verdadera crisis de fe en muchos cristianos, al ver que sus pastores esgrimen el Evangelio con fines inconfesables.

En fin, todos podemos escandalizar con nuestras actitudes. Cuidémonos de ello, amados hermanos. No hemos sido llamados a ser ocasión de pecado sino, por el contrario, ocasión de gracia. De modo que aquellos que se topan con nosotros queden verdaderamente edificados con nuestro modo de comportarnos. Y si tenemos defectos —como, sin duda, los tendremos— al menos no los defendamos amparándolos en el Evangelio o en la doctrina de Cristo. Debemos tratar de ser una gracia al paso de todos los que se cruzan con nosotros. Y no un obstáculo para que alguno tuerza el pie por culpa nuestra.

  1. OCASION DE PECADO

El Evangelio de hoy termina con una exhortación vigorosa del Señor: «Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la vida manco, que ir con tus dos manos a la gehena, al fuego inextinguible. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos en la gehena». Palabras que hacen temblar, amados hermanos. Es cierto que no han sido dichas para que las tomemos tal cual, al pie de la letra, pero sí para que nos decidamos de una vez por todas a dar peso, a dar densidad, a lo que es el pecado en nuestra vida. Resulta preferible perder la mano, perder el pie, perder un ojo antes que ofender a Dios. Esto nos recuerda aquello que nos dijo Jesús en el Evangelio de dos domingos atrás, y que, en su momento, hemos comentado: «El que quiere salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará». Es preciso tomar en serio el negocio de nuestra salvación. No hay términos medios: no se puede salvar la vida en esta Tierra viviendo en el pecado, y al mismo tiempo el alma; en cambio, el que pierde la vida en este mundo, siendo fiel a Dios aun a costa de dolorosas «pérdidas» en el orden temporal, no dejará de salvarla en el otro. No hay vuelta de hoja: nuestra vida en la Tierra es continua milicia.

Prosigamos ahora el Santo Sacrificio. En el curso de su Pasión, Jesús sufrió muchas «pérdidas» en el orden humano: golpes, heridas, sufrimientos de toda índole, difamación, abandono de los amigos, entrega de la propia vida para ser fiel hasta el fin a la obra que su Padre le había encomendado, la obra de nuestra salvación. Hoy renovará entre nosotros su heroico sacrificio. Cuando recibamos al Señor en la Comunión, pidámosle que nos dé coraje para vivir un cristianismo consecuente, no dando ocasión de escándalo a nadie, prefiriendo ser despojados de todo antes que perder lo único necesario, que es la gracia. (Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, pp. 261-264; cf. iveargentina.org).

NOTA: Las palabras en negrita han sido resaltadas por la web de Prado Nuevo.

 

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