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«Vosotros, almas consagradas, ¡despertad de ese sueño tan profundo! Volved al buen camino, hijos míos, mi Corazón sufre porque os ama»

Este artículo sobre los ministros de Dios toma extractos del tratado “Sobre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía” de Balduino de Cantorbery, obispo y cada párrafo está iluminado con un fragmento de los mensajes de El Señor y la Virgen en Prado Nuevo.

Vosotros, sacerdotes del Señor, que como antorchas ilumináis todo el mundo, honrad vuestro ministerio. Seguid la justicia, Abrazad la santa doctrina (Sal 2, 12 Vulg.); en efecto, habéis sido comprados a precio alto. Glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo (1 Co 6, 20), llevando siempre a todas partes la muerte de Jesús (2 Co 4, 10).

Quiero, hija mía, que se haga una llamada de urgencia a aquellas almas que están escondidas en el olvido, en la oración, en el sacrificio, en el desprecio, en la castidad, en el olvido de ellos mismos... Ya va siendo hora, hijos míos, que salgáis de vuestros escondites para llevar la luz a la Tierra. Almas que viven la luz del Evangelio, quiero que salgáis porque sois los apóstoles de los últimos tiempos. (La Virgen, 6 de septiembre de 1986).

Mostraos en todas las cosas como ministros de Dios, mostrando los estigmas de Jesús en vuestro cuerpo y el signo de su milicia en la abstinencia y en la continencia, en la castidad y en la sobriedad, en la paciencia y en la humildad y en toda pureza y santidad, para que todos los que os vean reconozcan vuestra pertenencia a Dios, y se cumplan en vosotros las palabras de la profecía: Seréis llamados sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios se os dirá (Is 61, 6).

Y vosotros, almas consagradas, dedicaos a vuestro ministerio y olvidaos de las concupiscencias de la carne. Sois escogidos por Dios; sed piedras vivas y explicad el Evangelio en su esencia, tal como es. (La Virgen 2 de abril de 1988).

Bendecid al Señor, sacerdotes del Señor, bendecid al que os ha bendecido con toda la bendición del cielo, al que ha bendecido a la casa de Aarón. Dios sea santificado en vosotros; aparezca en vosotros lo que es verdaderamente: santo, puro, incontaminado.

Mi Corazón Inmaculado reinará en toda la Humanidad. Acudid a mí, que yo os llevaré a mi Hijo, hijos míos. Amad mucho a la Iglesia. Amad al Santo Padre. Amad y pedid por los que la componen y por aquéllos que se han desviado y más que pastores son asalariados, para que vuelvan al rebaño y no dejen a las ovejas. Las ovejas siempre tienen que tener un pastor para guiarlas a comer donde haya buenos pastos. Hijos míos, dedicaos a vuestro ministerio y no confundáis a las almas. Si no seguís el camino del Evangelio, no confundáis a las almas y salíos de ese camino para no dañar el rebaño. El pastor tiene que dedicarse a su rebaño. (La Virgen 4 de noviembre de 1995).

No sea blasfemado su nombre a causa de vosotros, no sea vituperado nuestro ministerio por vuestra culpa. Vuestra conducta, aun en medio de gente depravada y perversa, sea tal que los que os vean puedan decir: Éstos son verdaderamente sacerdotes del Señor, son de veras discípulos de Jesucristo y continuadores de los apóstoles; son verdaderamente la progenie que el Señor ha bendecido.

Y vosotros, aquellos sacerdotes y almas consagradas que pisoteáis las leyes de Dios: venid a mí, hijos míos, que yo os recibiré y os llenaré de gracias para que podáis ejercer vuestro ministerio como pastores de almas. Volved vuestra mirada a Dios, hijos míos. (El Señor 5 de diciembre de 1992)

Cuidad de la dignidad sacerdotal que se os ha confiado cumplir y administrar. Vuestras manos, a las que es dado ofrecer un tan gran sacrificio, sean puras de toda corrupción, para que no se os confunda con aquellos en cuyas manos está la perfidia y cuya diestra está colmada de sobornos (Sal 25, 10). Conservad puros vuestros labios, que puedan gustar cuán dulce es el Señor: sobre la boca del sacerdote haya acciones de gracia, palabras de alabanza; plegarias, súplicas, invocaciones.

Si los pastores —muchos de ellos—, los pastores de la Iglesia, no estuviesen tan relajados y se diesen cuenta la importancia de su ministerio y la misión que tienen tan importante, que Dios ha puesto esa belleza de la Iglesia en sus manos y las almas para salvarlas. Pero hay una relajación en la mayoría de los conventos, en la mayoría de los sacerdotes. Y lo que más duele al Corazón de todo un Dios es la tibieza de sus almas consagradas. Tienen que hacerse «cristos» para realizar el misterio tan importante que hay en la Santa Misa; no se dan cuenta su misión. El sacerdote tiene que ir a por las almas y conquistarlas para Dios y ocuparse de la Iglesia. ¡Mal aman a la Iglesia y mal me aman a mí muchos de ellos! (El Señor 4 de marzo de 1995).

Y vosotros, almas consagradas, ¡despertad de ese sueño tan profundo! Satán os tiene engañados y no reconocéis la ofensa a vuestro Dios ni reconocéis vuestras culpas. Volved al buen camino, hijos míos, mi Corazón sufre porque os ama. Repetid diariamente las palabras de «Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros»; porque yo seré el que tendré misericordia de toda la Humanidad que quiera seguir el Evangelio. (El Señor, 4 de octubre de 1986)