Durante el tiempo de Cuaresma en cuanto a la alimentación la Iglesia prescribe actualmente como penitencia mínima practicar el ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y únicamente abstiencia los viernes. "La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia". (CDC 1252 ).
Así lo explicaba Benedicto XVI en su Mensaje para la Cuaresma 2009: «En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo». El ayuno, en cambio, para el creyente tiene una relevante importancia, y es rico de numerosos significados y finalidades:
Dimensión personal (seguimos a Benedicto XVI en dicho Mensaje):
Con el ayuno, de hecho, «el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia».
La práctica del ayuno «contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a crecer la intimidad con el Señor».
«Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior
a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación».Con el ayuno y la oración, «le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios».
Tal práctica es «un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos».
Del mismo modo, «ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana».
Dimensión social:
Subrayaba también Benedicto XVI el significado social del ayuno, afirmando que «nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos».
Lo que ahorramos ayunando, podemos destinarlo a obras de beneficencia u obras caritativas.
Por esto, exhortaba el Papa anterior a las parroquias «a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna». Definitivamente, gracias al ayuno, la Cuaresma es el tiempo ideal para «alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo».
Con el ayuno y la oración, «le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios».