Hoy 28 de abril la Iglesia nos presenta a San Luis María Grignion de Montfort. Desde muy joven fue un gran devoto de la Santísima Virgen y fue autor de numerosos escritos para fomentar la devoción a la Santísima Madre de Dios. Uno de sus libros más conocidos es el “Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen María”. Pero hoy nos vamos a detener en un texto de su libro "El Secreto Admirable del Santísimo Rosario" en el que describe con profundidad cómo podemos aprovechar el rezo del Santo Rosario.
¿Por qué, entonces, hay tan pocas personas que se corrigen de sus pecados y adelantan de veras en la virtud?
116 El fervor de nuestra plegaria y no precisamente su longitud agrada a Dios y le gana el corazón. Una sola Avemaría bien dicha es más meritoria que ciento cincuenta mal dichas. Casi todos los católicos rezan el Rosario o al menos una tercera parte del mismo o algunas decenas de Avemarías. ¿Por qué, entonces, hay tan pocas personas que se corrigen de sus pecados y adelantan de veras en la virtud? ¡Porque no rezan como se debe!
117 Veamos, pues, cómo se debe rezar el Rosario para agradar a Dios y hacernos santos.
1. Quien reza el Rosario debe hallarse en estado de gracia o estar al menos resuelto a salir del pecado. Efectivamente, la teología nos enseña que las buenas obras y plegarias realizadas en pecado mortal, son obras muertas que no logran agradar a Dios ni merecer la vida eterna. En este sentido dice la Escritura: No corresponde a los pecadores alabar (BenS 15,9).
Ni la alabanza ni la salutación angélica, ni la misma oración de Jesucristo pueden agradar a Dios cuando salen de la boca de un pecador impenitente: Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí (Mc 7,6).
Esas personas que ingresan en mis cofradías –dice Jesucristo– que recitan todos los días el Rosario o parte de él, pero sin contrición alguna de sus pecados, me honran con los labios, aunque su corazón está lejos de mí.
He dicho “o estar, al menos, resuelto a salir del pecado”:
1. Porque si fuera necesario estar en gracia de Dios para orar en forma que le agrade, la consecuencia sería que quienes están en pecado mortal no deberían orar –no obstante tener más necesidad de ello que los justos– y, por consiguiente, no debería aconsejarse a un pecador que rece el Rosario o parte del mismo, porque le sería inútil. Lo cual es un error condenado por la Iglesia.
2. Porque, si te inscribes en alguna cofradía de la Santísima Virgen, rezas el Rosario o parte de él u otra oración con voluntad de permanecer en el pecado o sin intención de salir de él, pasarías a ser del número de los falsos devotos de la Santísima Virgen y de los devotos presuntuosos e impenitentes que bajo el manto de María, el escapulario sobre el pecho y el Rosario en la mano, van gritando: “Santa y bondadosa Virgen, yo te saludo, oh María!” y entre tanto, crucifican y desgarran cruelmente a Jesucristo con sus pecados y, desde las más santas cofradías de Nuestra Señora, caen lastimosamente en las llamas del infierno.
Aconsejamos el Rosario a todo el mundo: a los justos , a fin de que perseveren y crezcan en gracia de Dios; a los pecadores, para que salgan de sus pecados. Pero no agrada ni puede agradar a Dios el que exhortemos a un pecador a hacer del manto protector de la Santísima Virgen, un manto de condenación para ocultar sus crímenes y cambiar el Rosario –que es remedio de todos los males– en veneno mortal y funesto. ¡La corrupción de lo mejor es la peor!
El sabio Cardenal Hugo afirma: “Es necesario ser ángeles de pureza para acercarse a la Santísima Virgen y rezar la Salutación angélica”. La Virgen María mostró un día hermosos frutos en una bandeja llena de inmundicias, a un impúdico que recitaba constantemente el Rosario todos los días. El se quedó horrorizado. La Virgen le explicó: “¡Tú me sirves así! ¡Me presentas bellísimas rosas en un vaso sucio y contaminado! ¡Juzga tú mismo, si me agradarán!”.
¿Cómo rezar el Santo Rosario?
Recitación atenta
Para rezar bien no basta expresar nuestra súplica con la más hermosa de las oraciones, que es el Rosario. Es preciso también hacerlo con gran atención. Porque Dios oye más la oración del corazón que la de los labios. Orar a Dios con distracciones voluntarias sería una irreverencia capaz de hacer infructuosos nuestros rosarios y llenarnos de pecados.
Para recitar bien el Rosario, después de invocar al Espíritu Santo, ponte un momento en presencia de Dios y ofrece las decenas como te enseñaré más adelante.
Antes de empezar cada decena, detente un momento más o menos largo, –según el tiempo de que dispongas– a considerar el misterio que vas a contemplar en dicha decena. Y pide por ese misterio y por intercesión de la Santísima Virgen una de las virtudes que más sobresalgan en él o que más necesites.
Pon atención particular en evitar los dos defectos más comunes que cometen quienes rezan el Rosario. El primero es el no formular ninguna intención antes de comenzarlo. De modo que si les preguntas por qué lo rezan, no saben qué responder. Ten, pues, siempre ante la vista una gracia a pedir, una virtud que imitar o un pecado a evitar; el segundo defecto, en que se cae al rezar el Rosario, es no tener otra intención que la de acabarlo pronto. Procede este defecto de considerar el Rosario como algo oneroso y tremendamente pesado hasta haberlo terminado, sobre todo, si te has obligado a rezarlo en conciencia o te lo han impuesto como penitencia y como a pesar tuyo.
Combatir enérgicamente las distracciones.
Así como no hay oración más meritoria para el alma ni más gloriosa para Jesús y María que el Rosario bien dicho, tampoco hay nada más difícil que rezarlo bien y con perseverante atención.
En el Rosario, donde siempre encuentras los mismos Padrenuestros y Avemarías hilvanados en la misma forma, es fácil que te canses, te adormiles y lo abandones para irte en pos de oraciones más deleitosas y menos molestas. De suerte que necesitas más devoción para perseverar en el rezo del Santo Rosario que en el de cualquier otra plegaria.
La imaginación, siempre inquieta y que no se queda tranquila un solo instante, aumenta la dificultad. Otro tanto hará la malicia del demonio, incansable en su labor de distraernos e impedirnos orar.
Si es preciso que pases todo el Rosario combatiendo contra las distracciones, lucha valerosamente con las armas en la mano. Es decir, sigue rezándolo, aunque sin gusto ni
consuelo sensible. Será una lucha terrible, pero muy saludable al alma fiel. Pero si rindes las armas, es decir, si dejas el Rosario, sales vencido y, en lo sucesivo, el demonio
triunfador sobre tu fuerza de voluntad, te dejará en paz, pero en el día del juicio te reprochará tu pusilanimidad e infidelidad.