En el mes de octubre, dedicado tradicionalmente al Rosario, damos la palabra a un santo que propagó con gran entusiasmo esta excelente devoción. San Luis María Grignion de Montfort, en su inspirada obra «El secreto admirable del santísimo Rosario», nos enseña cómo rezar mejor el Rosario con más fruto.
«El santo Rosario, hijos míos, es muy importante, porque puede parar una guerra,
ganar una batalla, curar enfermedades, sanar almas» (El Señor, 15-8-00)
«116) No es la duración, sino el fervor de nuestras oraciones lo que agrada a Dios y le gana el corazón. Una sola avemaría bien dicha tiene más mérito que ciento cincuenta mal dichas. Casi todos los católicos rezan el Rosario, al menos una parte o algunas decenas de avemarías. ¿Por qué, pues, hay tan pocos que se enmienden de sus pecados y adelanten en la virtud, sino porque no hacen las oraciones como es debido?.
117) Veamos, pues, el modo de rezar para agradar a Dios y hacernos santos. En principio, es preciso que la persona que reza el santo Rosario se halle en estado de gracia o al menos resuelta a salir del pecado, pues la teología nos enseña que las oraciones y buenas obras hechas en pecado mortal son obras muertas que no pueden ser agradables a Dios ni merecer la vida eterna. En este sentido está escrito: “En la boca del pecador no cabe la alabanza, porque el Señor no se la ha concedido”1 (…).
118) Aconsejamos el santo Rosario a todos: a los justos, para perseverar y crecer en gracia de Dios, y a los pecadores, para salir de sus
pecados. Pero no agrada ni puede agradar a Dios que exhortemos a un pecador a hacer del manto de protección de la Santísima Virgen un manto de condenación para ocultar sus crímenes y cambiar el Rosario, que es el remedio de todos los males, en veneno mortal y funesto. «Corruptio optimi pessima» («La corrupción de lo mejor es la peor») (…).
120) Cierto que no se puede rezar el Rosario sin tener alguna distracción involuntaria, y aun es difícil decir un avemaría sin que la imaginación siempre inquieta quite algo de la atención; pero sí se puede rezar sin distracciones voluntarias, y para disminuir las involuntarias y fijar la atención, deben ponerse todos los medios.
A tal efecto, poneos en la presencia de Dios, creed que Dios y su Santísima Madre os miran, que vuestro ángel de la guarda está a vuestra derecha y recoge vuestras avemarías como otras tantas rosas, si son bien rezadas, para hacer una corona a Jesús y María, y que, por el contrario, el demonio está a vuestra izquierda y merodea alrededor para devorar vuestras avemarías y anotarlas en su libro de muerte, cuando no son dichas con atención, devoción y modestia. Sobre todo, no dejéis de ofrecer los decenarios en honor de los misterios y de representaros en la imaginación a Nuestro Señor y a su Santísima Madre en el misterio que consideréis.
122) Así como no existe oración más meritoria para el alma y más gloriosa para Jesús y María que el Rosario bien rezado, no hay tampoco ninguna oración más difícil de rezar bien y perseverar en ella, particularmente por las distracciones que vienen como naturalmente de la frecuente repetición de la misma súplica (…).
123) Y aumentan esta dificultad nuestra imaginación, tan inquieta que ni un solo momento está en reposo, y la malicia del demonio, tan infatigable para distraernos e impedir nuestra oración. ¿Qué no hará contra nosotros este espíritu malo, mientras nosotros rezamos el Rosario contra él? Acrecienta nuestra natural languidez y nuestra negligencia. Antes de la oración aumenta el hastío, las distracciones y el decaimiento; durante la oración nos asalta por todas partes, y cuando hemos terminado de orar entre mil trabajos y distracciones, nos dice: “No has hecho nada meritorio, tu Rosario nada vale, mejor te fuera trabajar y ocuparte en tus negocios; pierdes el tiempo en rezar tantas oraciones vocales sin atención; media hora de meditación o una buena lectura valdría mucho más. Mañana, que no tendrás tanto sueño, rezarás con más atención, deja el resto de tu Rosario para mañana”. De este modo, el diablo, con sus artificios, consigue con frecuencia que se abandone el Rosario más o menos por completo o siquiera que se difiera.
124) No lo creáis, amados cofrades del Rosario, y tened valor; pues aunque durante todo el Rosario haya estado vuestra imaginación llena de distracciones e ideas extravagantes, si las habéis
procurado desechar lo mejor posible desde el momento en que os apercibisteis de ello, vuestro Rosario es mucho mejor, porque es más meritorio y tanto más meritorio cuanto más difícil; y es tanto más difícil cuanto resulta naturalmente menos agradable al alma estar lleno de las enojosas moscas y hormigas de las distracciones que recorren nuestra imaginación, a pesar de nuestra voluntad, no dejando así al alma tiempo para gustar lo que dice y reposar en paz.
125) Si es preciso que luchéis durante todo el Rosario contra las distracciones, combatid valientemente con las armas en la mano; es decir, continuando el Rosario, aunque sin gusto ni consuelo sensible; es un terrible pero saludable combate para el alma fi el; si rendís vuestras armas, es decir, si dejáis el Rosario, estáis vencidos, y por el momento el demonio, vencedor de vuestra firmeza, os dejará en paz, y en el día del juicio os reprochará vuestra pusilanimidad e infidelidad. «El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel»2.
El que es fiel en rechazar las pequeñas distracciones durante una breve plegaria será también fiel en las cosas grandes. Nada, en efecto, más cierto que este principio, pues el Espíritu Santo es quien lo ha dicho. Valor, pues, buenos servidores y fieles siervos de Jesucristo y de la Santísima Virgen, que habéis tomado la resolución de rezar el Rosario diariamente. Que la multitud de moscas —yo llamo así a las distracciones que os hacen la guerra mientras rezáis— no sea capaz de obligaros indignamente a dejar la compañía de Jesús y María en la que estáis al rezar el Rosario. Pondré después los modos de disminuir las distracciones.
126) Después de invocar al Espíritu Santo para rezar bien el Santo Rosario, poneos un momento en la presencia de Dios y ofreced las decenas, del modo que veréis más adelante.
Antes de empezar la decena, deteneos un momento, más o menos prolongado, según el tiempo de que dispongáis, para considerar el misterio que celebréis en la decena, y pedid siempre, por ese misterio y por la intercesión de la Santísima Virgen, una de las virtudes que más sobresalgan en el misterio o aquélla de que os encontréis más necesitados.
Tened cuidado, sobre todo, con las dos faltas que ordinariamente cometen todos los que rezan el Santo Rosario.
La primera es no formar intención alguna al rezar el Rosario, de manera que si les preguntáis por qué lo rezan, no sabrían responderos. Por eso debéis tener siempre presente al rezar el Rosario alguna gracia que pedir, alguna virtud que deseáis practicar o algún pecado de que queréis veros libres.
La segunda falta que comúnmente se comete al rezar el Rosario es no tener otra intención, después de empezado, si no es la de acabarlo pronto. Esto proviene de considerar el Rosario como algo oneroso, que pesa mucho cuando no se ha rezado, sobre todo si se ha hecho ya de ello así como un deber de conciencia o cuando se nos ha impuesto por penitencia o como a nuestro pesar.
127) Da compasión el ver cómo reza el Rosario la mayor parte de las gentes; lo dicen con precipitación vertiginosa y aun omiten parte de las palabras. No osarían cumplimentar de tal modo al último de los hombres, y no obstante se llega a creer que Jesús y María estarán con ello muy honrados (…).
129) Añado que es preciso rezar el Santo Rosario con modestia; es decir, en cuanto se pueda, de rodillas, con las manos juntas y entre ellas el Rosario. No obstante, en caso de enfermedad puede rezarse en la cama; de viaje, puede rezarse caminando, y si por alguna enfermedad no se puede estar de rodillas, puede rezarse en pie o sentado. Puede también rezarse trabajando, cuando no es posible dejar el trabajo, para satisfacer los deberes de la profesión, porque el trabajo manual no siempre es contrario a la oración vocal.
Confieso que nuestra alma, por su limitación, cuando está atenta al trabajo de las manos, lo está menos a las operaciones del espíritu, tales como la oración; pero, sin embargo, de imponerlo la necesidad, tiene también su precio esta oración ante la Santísima Virgen, que recompensa más el buen deseo del corazón que el acto exterior.
131) De cuantos modos hay de rezar el Rosario, el más glorioso para Dios y saludable para el alma, como también el más terrible para el diablo, es salmodiarlo o rezarlo públicamente a dos coros (…).
132) Este modo de oración es más saludable al alma:
- Porque el espíritu está ordinariamente más atento en la oración pública que en la oración en privado.
- Cuando se reza en comunidad, las oraciones de cada individuo se hacen comunes a toda la asamblea y no forman todas juntas más que una sola oración; de suerte que si algún particular no reza tan bien, otro que lo hace mejor compensa su falta; el fuerte sostiene al débil, el fervoroso enardece al tibio, el rico enriquece al pobre, el malo pasa entre los buenos (…).
- Una persona que reza el Rosario sola tiene solamente el mérito de un Rosario; pero si lo reza con treinta personas, adquiere el mérito de treinta Rosarios. Tales son las leyes de la oración pública. ¡Qué ganancia! ¡Qué ventaja! (…).
- Esta oración pública es más poderosa para apaciguar la ira de Dios y alcanzar su misericordia que la oración particular, y la Iglesia, dirigida por el Espíritu Santo, se sirvió de esa forma de oración en los tiempos de miserias y calamidades públicas» (nn. 116-134).
(Revista Prado Nuevo nº 25. Artículos)