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Iniciamos la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza. ¿Cómo prepararse para la fiesta más importante del año?

 

“Y así, esta noche santa

ahuyenta los pecados,

lava las culpas,

devuelve la inocencia a los caídos,

la alegría a los tristes,

expulsa el odio,

trae la concordia,

doblega a los poderosos…”

(Pregón Pascual)

Estas palabras nos hablan de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte a través de su pasión, muerte y resurrección. Se cantan cada año en el Pregón pascual de la sagrada Vigilia de Resurrección. Ahuyentar el pecado, lavar las culpas, devolver la inocencia y la alegría, expulsar el odio, traer la concordia… Son los efectos de la Resurrección de Jesucristo.

 

Como cada año, nos dirigimos hacia la fiesta más importante para un cristiano, con la esperanza de que la Semana Santa sea una nueva ocasión, para que la gracia del Señor renueve nuestro espíritu, y el poder que el demonio, el mundo y la carne ejercen sobre nosotros, apartándonos del amor de Dios y de las buenas obras, sea doblegado de una vez para siempre.

Por ello, como un atleta se prepara para la competición más importante de su vida, nosotros nos preparamos para la celebración del misterio más importante de nuestra fe: el Misterio Pascual del Señor. Lo hacemos por medio de estos próximos cuarenta días de la Cuaresma, que comienzan el Miércoles de Ceniza y terminarán con la celebración de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén en el llamado Domingo de Ramos.

Durante este camino de cuarenta días, una sola cosa debe ocupar nuestra mente y nuestro corazón: la conversión, el cambio de vida. Tres elementos nos ayudarán a ello: la oración, el espíritu de penitencia y la mortificación.

 

Claves para un cambio de vida

Orar. Ponerse en la presencia del Señor para decirle: “Dios mío, este rato del día es para Ti y sólo para Ti”. Hablar con Él, preguntarle, escucharle, mirarle, pedirle, amarle… La Palabra de Dios será en estos días una ayuda inestimable para ello. Es el Espíritu Santo quien nos habla a través de esa Palabra. Leer y meditar las lecturas del domingo, antes o después de acudir a Misa, nos ayudará a que cale en nuestro interior aquello que Dios quiera decirnos por medio de ellas. En el primer domingo de Cuaresma, seremos alentados por la victoria de Cristo sobre el demonio en las tentaciones del desierto: ¡podemos vencer a Satanás con su ayuda! El segundo domingo contemplaremos, en la Transfiguración, el resplandor de la gloria del Hijo, como un anticipo de lo que seremos nosotros en el Cielo. En el tercer domingo, nos dejaremos instruir por la llamada a la conversión de la predicación de Nuestro Señor. Y en los domingos sucesivos, nos llenaremos de gozo al ver cómo las palabras de Dios no son promesas incumplidas ni vana palabrería, cuando meditemos en la parábola del hijo pródigo y en el perdón recibido por la mujer adúltera de labios de Cristo.

Espíritu de penitencia. Se trata de examinarse para conocer cómo estamos ante la presencia de Dios, de admitir el propio pecado, de arrepentirse por haberlo cometido, de hacer firme propósito de cambiar y de reparar el pecado cometido. Vencer el miedo que tenemos a encontrar pecado en nosotros, a ver cuán soberbios somos, cuán iracundos, cuán lujuriosos, cuán envidiosos, cuán egoístas… Es una tarea ineludible en este tiempo de Cuaresma. Una vez detectado nuestro pecado, es el momento de hacer el propósito de cambiar. Es hora de formular propósitos de conversión; por ejemplo: si soy egoísta, tendré que buscar las pautas que me lleven a descentrar mi vida de mí mismo y volcarla en los demás; si soy soberbio, tendré que hacer propósitos encaminados a abajarme y ceder; si soy perezoso, mis propósitos se dirigirán a adquirir diligencia…

Mortificación. Nuestro cuerpo, y todo el conjunto de nuestro “yo”, es como un caballo salvaje que necesita ser domado para que su dueño lo domine. Si —por poner un ejemplo— cuando nos apetece comer un dulce, no somos capaces de refrenarnos y tenemos que ir a la cocina a pillar algo…, entonces no somos libres. El ejercicio de la mortificación, de la renuncia a los gustos, a las comodidades, etc., nos conduce a tomar las riendas de nuestro ser y a llevarlo a aquello que lo realiza. Si, además, hacemos ese sacrificio para ofrecérselo al Señor por amor a Él y en reparación por nuestro pecados, entonces ya no sólo estamos procurando tener un dominio interior de nosotros mismos, sino que estamos haciendo pequeños actos de amor hacia Dios, como quien sacrifica su tiempo, sus fuerzas, su sueño, sus comodidades, en favor de otras personas a las que quiere.

 

Propósitos con la fuerza de Dios

Seguro que cada uno solemos iniciar en Cuaresma una serie de propósitos que nos ayuden a recibir la alegría de la Pascua. Sin embargo, por acertados y concretos que sean, no podremos cumplirlos si no recibimos la fuerza de Dios. Por eso, en Cuaresma es necesario y urgente poner en primer lugar la oración y los sacramentos: dedicar todos los días un tiempo a la oración mental, comulgar con más frecuencia, realizar una sincera y profunda confesión sacramental… De este modo, con la ayuda de la gracia, los propósitos se irán convirtiendo en realidad, y llegaremos a la Semana Santa en gracia de Dios y con el alma fuerte y debidamente dispuesta a experimentar la victoria que nos ha traído Cristo sobre el pecado y la muerte.

 

(Revista Prado Nuevo nº 3.)