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Los siete pecados capitales (III): La Soberbia, la Gula y la Lujuria.

Hemos llegado ya al tiempo Pascual en el que celebramos gozosos la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Él es el testigo fiel, el Camino para todo cristiano, el mayor ejemplo de vida  para poder vivir en la Verdad de los hijos de Dios que da la verdadera libertad. Pero para poder vivir esta libertad hay que vivir en la vida de la Gracia de Dios y evitar el pecado.  El Señor nos dice «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres».( Juan 8, 31-42). Por tanto acerquémonos al  sacramento de la confesión consinceridad de corazón, con deseo  verdadero de ser mejores cristianos y la Gracia de Dios actuará. “Acercaos a la Eucaristía, pero hacedlo antes, hijos míos, con el sacramento de la Confesión” 5 .

SOBERBIA

La mejor respuesta a la soberbia es la humildad, el problema se encuentra en que la persona que está enferma de soberbia no se da cuenta de su realidad, vive ciega por esta pasión del corazón y le será muy difícil reconocer la necesidad de seguir el camino de la humildad.

Pero en algún momento, aunque sea como una ráfaga, será consciente de su desvarío por la soberbia y ahí será el momento de reaccionar.

La humildad la enseña el Señor Jesús en diferentes momentos. Él dirá: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt, 11,29); y también: “…pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,24-27).

San Agustín dirá: “¿Quieres ser grande? Comienza por hacerte pequeño”. Solo a partir de la humildad viene la auténtica grandeza. No puede existir una verdadera santidad si no está apoyada en la humildad.

La humildad será el reconocimiento verdadero de lo que somos y valemos ante Dios y ante los demás.

Es también el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en nosotros con su gracia.

También conviene tener en cuenta que nada tiene que ver la humildad con la timidez, la pusilanimidad o la mediocridad, pues la humildad no nos prohíbe tener conciencia de los talentos recibidos, ni disfrutarlos plenamente con corazón recto; lo que sí nos prohíbe es el desorden de jactarnos de ellos y presumir de nosotros mismos.

La gran virtud de la humildad da para mucha reflexión, pero atendamos al modelo más a nuestro alcance que es la Santísima Virgen María, que nos lo muestra tanto en su vida terrenal como después de su Asunción a los Cielos, Ella misma lo resume en aquellas palabras que dice a su prima Santa Isabel: “Porque ha mirado la humildad de su esclava” (Lc 1,39-56).

GULA

La virtud que se contrapone a la Gula es la TEMPLANZA.

Dice San Agustín que ‘la TEMPLANZA es el Amor que se conserva para Dios íntegro e incorrupto’, el Señor Jesús dirá en Lc 21,34-36: “Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre”.

La TEMPLANZA es la virtud que modera la atracción hacia los placeres sensibles, procura la moderación en el uso de los bienes creados.

La vida es como una senda que acaba en Dios, es un camino corto y lo importante es que al llegar se nos abra la puerta y podamos entrar, porque dice el Señor, que la puerta de la vida eterna ‘es estrecha y pocos la encuentran’ (Mt 7,13-14).

Un fruto importante de la TEMPLANZA es poner orden en el interior de la persona, es el hábito que pone por obra la realización del orden interior que defiende su propia auto-conservación.

Por el pecado original hay en la persona una fuerte tendencia a ir en contra de la propia naturaleza, una tendencia a “amarse” a sí mismo, más que Amar a Dios y la TEMPLANZA nos defiende y guarda, nos protege de sí mismos.

La TEMPLANZA se opone a toda perversión del orden interior proporcionando a la persona caminar con firmeza en las virtudes como la Castidad, la Sobriedad, la humildad, la Mansedumbre..., aunque su primer efecto en el alma es la Paz, una Paz profunda.

La Sobriedad es la virtud que mantiene, en la justa medida moral, el gusto de la comida y de la bebida, el dominio de los propios apetitos de comida y de bebida desordenados; también es necesaria la moderación en todos aquellos ámbitos en los que el cristiano se mueva ordinaria o extraordinariamente, y en los que se pueda dejar llevar por apetencias desordenadas de placer sensual o espiritual.

LUJURIA

La lujuria es el deseo o apetito desordenado de deleites carnales, bien sea de pensamiento, palabra u obra, es posiblemente el vicio que más degrada moralmente a la persona humana al no respetarse los principios de la ley natural sobre la sexualidad.

Las personas se convierten en simples objetos y todo el gran contenido del amor, se viene a reducirse en un intercambio egoísta, con unas consecuencias nefastas por todo el desorden en el apetito del placer carnal: Se falta al AMOR. Se falsea el AMOR. Se prostituye el AMOR. Se convierte el AMOR en un elemento más de consumo.

La lucha contra la Lujuria ha sido una norma cristiana desde siempre, en la que se considera la moral como una defensa del verdadero AMOR, tantas veces confundido con: la pasión, el afecto, el cariño, el placer, el egoísmo o la atracción física.

La Lujuria se padece de diferente forma e intensidad, desde la juventud hasta la ancianidad; es una pasión de todas las edades y se manifiesta en la persona en diferentes formas: pensamientos, lecturas, espectáculos, películas, chistes, comentarios, miradas, obsesiones…

Los efectos de la Lujuria son: Embrutece el alma; oscurece la inteligencia, permitiendo a la persona aceptar lo malo como bueno, decía San Alfonso Mª de Ligorio que “la carne es el arma más poderosa que tiene el demonio para esclavizar al hombre”; quita el consejo prudente y toda moderación, cfr. 1Co 15,33; engendra el amor propio, de una forma tan brutalmente desordenada que los bajos placeres los convierte en dios, de aquí nace algunas veces el odio hacia Dios, porque sabe que Dios no lo quiere y lo prohíbe, cfr. Rom 8, 6-8; quita el gusto por todo lo espiritual llevando a la inhabilitación para la vida espiritual y religiosa, cfr. Rom 8,5; produce frialdad en la piedad, cfr. Rom 8,8; 1Co 2,14, e infidelidades de todo tipo al estado de vida que se tenga.

Igualmente produce remordimientos, porque llega a situaciones que no las quiere nadie, cfr. Rom 1,24; tristeza que sumerge en un mar de insatisfacciones; enredos y tragedias familiares y sociales; inconstancia en las cosas de la vida porque se queda pillado por el vicio, corriendo el riesgo de llegar a la pérdida de la Fe y de la salud cfr. Mt 5,28-30.

Es un pecado muy importante y grave, de mucha trascendencia y de gran calado en la sociedad en la que estamos inmersos.

5 La Virgen, Mensaje del 22 de enero de 1983