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Los siete pecados capitales (II): La Avaricia y la Envidia.

Continuamos con la reflexión sobre los Pecados Capitales con la mirada puesta ya en la Semana Santa, continuando  por la Avaricia y la Envidia:

AVARICIA

Contra avaricia, generosidad, también se puede decir: caridad.

La generosidad es la virtud de las almas grandes que encuentran en dar la mejor recompensa: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis” (Mt 10,8). La persona generosa sabe dar cariño, comprensión, ayuda de todo tipo que necesiten los demás. No busca a cambio que la quieran, que la comprendan, que le den ningún beneficio.

Da y se olvida que ha dado, ahí está su riqueza porque ha comprendido que es mejor dar que recibir.

Ejercitarse en la caridad ensancha el corazón y lo hace más joven, con más capacidad de amar; en cambio, el egoísmo, hijo de la envidia, empequeñece el propio horizonte haciendo una vida egocéntrica. La persona cuanto más da, más se enriquece interiormente.

Es propio de la caridad, de la generosidad, saber olvidar con prontitud los pequeños agravios que se producen durante la convivencia diaria; asimismo, saber también juzgar con medida ancha y comprensiva a los demás, saber sonreír y hacer la vida más amable a los otros, aunque se estén padeciendo contradicciones, y adelantarse en los servicios menos agradables del trabajo y de la convivencia. Perdonar todo, con prontitud siempre, aceptando a los demás como son.

Y en contrapartida, dar: Ante todo la FE, que es el don más grande que hemos recibido, facilitando con la oración, el ejemplo y la palabra, el camino a quienes nos rodean para que se encuentren con Cristo.

También se puede, se debe, dar alegría, afecto, un pequeño elogio, escuchar con interés y atención, hablar con oportunidad y con visión positiva de las personas y de las cosas; limosna, ayuda de todo tipo, como puede ser abrir horizontes, humanos y sobrenaturales, a los demás, etc.

En todo este comportamiento, el cristiano debe ver detrás de estos detalles a Cristo que le recibe y le dice: “lo que hiciste con uno de estos más pequeños, conmigo lo hiciste” (Mt 25,40).

ENVIDIA

Según San Juan Crisóstomo “la envidia es la peor de las pasiones”, porque ofrece mucha más dificultad su extirpación de un alma y es muy corrosiva.

La Envidia consiste en una tristeza ante el bien del prójimo, considerado como mal propio, porque se piensa que disminuye la propia excelencia, felicidad, bienestar o prestigio.

La Envidia es un pecado capital contra la Caridad, origen de otros muchos pecados contra esta virtud, el más grave que origina es el odio. Se comienza envidiando los bienes ajenos o cualquier otra cosa, y si no se le pone freno, se acaba odiando.

La Caridad se alegra del bien del prójimo, mientras la Envidia se entristece. Asimismo se opone directamente a uno de los frutos de la Caridad que es la alegría noble ante el bien de los demás.

Con frecuencia llega a corromper la amistad, por ello es, quizás, uno de los motivos más frecuentes por los que rompen entre sí grandes amigos.

El odio es un rompimiento de la unidad con el prójimo originando a su vez otros pecados contra la Caridad: la maldición del prójimo, el deseo de su muerte, el deseo de cualquier otro mal. Lleva incluso al crimen más cobarde como el de Caín (Gen 4,1ss).

La Envidia es defecto diabólico: “Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen”. (Sab. 2,23-24).

La Envidia que nace de la soberbia, hace verdaderos estragos entre las personas pues es como el cáncer silencioso que corroe la convivencia y la paz, pues como dice en su carta el apóstol Santiago 3,16: “donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad”. Se exterioriza con el disgusto el éxito ajeno.

Como se ve es muy extenso todo lo que es y abarca la envidia; merece dedicar un buen espacio de tiempo a considerarla, para poder limpiar el corazón si hubiera alguna huella de ella.

 

Continuará...