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Luz Amparo y la Divina Misericordia: Las campanas de la Misa

Esta vez nos referimos, en la fiesta de Santa Faustina Kowalska (5 de octubre), a una anécdota surgida en las residencias de la Obra de “El Escorial”, protagonizada por Luz Amparo con uno de sus “niños mayores”. Faustina Kowalska fue apóstol de la Divina Misericordia y en la historia que narramos hoy podemos ver esa gran Misericordia de Dios actuando de forma maravillosa.

En cada Eucaristía alguno de los “abuelos” de una de las residencias abiertas por Luz Amparo, cogía la campanilla y tocaba durante la consagración. Esto sucedía cada día.

Es sabido por muchos, que el sonido de las campanas “ahuyenta” a los demonios. Un sacerdote exorcista de Estados Unidos explicó a una periodista del National Catholic Register que: “el demonio odia “todo lo bello” y santo, como las campanas que doblan durante la celebración de la Misa”. Igualmente explicó que cuando se usan las campanas consagradas en la Misa, éstas “humillan al demonio porque son un objeto no racional que hacen lo que ellos mismos debieron hacer desde su creación. Pero estos no quieren adorar a Dios”.

Hubo un día que la campana de la consagración apenas se oía. Esto era porque quien la tocaba procuraba no hacerlo demasiado fuerte; por si acaso alguna persona se sentía molesta. Amparo, que estaba al final de la Capilla, dijo a las hermanas reparadoras de esa residencia: “decidle que toque más fuerte la campana, que no se oye”; así se hizo y tímidamente se comenzó a oír la campana con más fuerza.

A la salida de la misa, Amparo cogió la campana y comenzó a tocarla con todas sus ganas. Las hermanas empezaron a acudir a la puerta de la Capilla por si pasaba algo. Y ella entonces explicó: “las campanas son la voz de Dios y al demonio no le gusta nada oírlas; hijas, cuando se toca la campana en misa; tiene que oírse en toda la residencia; porque es Dios el que se hace presente en la consagración y toda la casa debe saberlo. Él es el Rey, y cuando llega un rey, todo el mundo se tiene que enterar. Además el demonio cuando la oiga, huirá y os dejará tranquilos.”

Así se comenzó a hacer; los “mayores” tocaban las campanas “por turnos”… todos querían, todos menos  uno. Andrés, a él nunca le tocaba.

Ese día llegó Luz Amparo y dijo a las hermanas: “Dadle la campana a Andrés para que toque”; las hermanas se lo dijeron y él, inmediatamente se acercó a su silla de ruedas (tenía una pierna amputada desde hacía dos años). Luego  Amparo, mantuvo una pequeña conversación con él, éste parecía preocupado.

Comenzó la misa y se acercaba la consagración. Amparo dio las campanas a las hermanas y éstas a Andrés. Que dice Amparo que toque, el Señor quiere que usted toque las campanas. El hombre estaba impresionado, y llorando comenzó a tocar las campanas con gran energía. ¡Toda la casa retumbaba! El sonido de las campanas llegó a todas partes, mientras Amparo miraba hacia el altar y sonreía dichosa. “El Señor está muy contento” – comentó – “Andrés no quería tocar porque por su vida se sentía indigno de ser él quien anunciase la llegada de Dios, creía que Dios no le quería, no creía en su misericordia, pero verdaderamente, en esta casa, es el que más estaba deseando su presencia. Decidle que la toque todo los días, decidle que: ¡toque fuerte! ¡Que todo el mundo se entere que llega Dios!... ¡ah! Y decidle que su sufrimiento en esa silla de ruedas, sirve para pagar la culpa por sus pecados, ¡cómo no le va a querer Dios!”

Andrés murió pocas semanas después. Todos estamos convencidos que Luz Amparo debía saberlo, y por eso le ayudó a confiar en la misericordia de Dios para poder alcanzar el cielo, donde alguna vez, seguro que le dejarían “tocar las campanas”.