La Inmaculada Concepción de María, la Madre de Jesús, el Señor, es uno de las cuatro dogmas marianos, que todo católico debe creer, porque están dentro de la Revelación que Dios hizo a su Pueblo. Están contenidos –esos dogmas- en la Sagrada Escritura o en la Tradición de la Iglesia, en la predicación o exposición de la doctrina cristiana en los Santos Padres de los primeros siglos de la historia de la Iglesia.
1) En qué consiste ese dogma de fe.
María fue concebida, en el primer instante de su vida, sin la culpa del pecado original, que todos hemos contraído en Adán (Rom. 5,12). Por el contrario, fue llena de gracia porque iba a ser la Madre de Dios, encarnado en sus entrañas virginales, por obra del Espíritu Santo (Lc.1, 28.34-38). Es decir; iba a ser el templo donde Dios se desposase con la humanidad en Nueva Alianza (Jn.1,14). La humilde tienda del Verbo movida por el soplo del Espíritu Santo (Juan Pablo II, 8-12-1988).
Todos nacimos con esa culpa o pecado original (Rom.5, 15-19). Tras nuestro bautismo, fuimos incorporados a Cristo, Nueva Creación, para ser también nosotros criaturas nuevas por nuestra inserción en Cristo (II Cor.5, 14-21). Nuestro pecado fue sepultado en las aguas del bautismo, para significar nuestra muerte al pecado y nuestra resurrección con Cristo y en Cristo (Rom.6, 3-6). Caídos, fuimos levantados; prisioneros, fuimos liberados. Sólo María siguió otro itinerario, porque Dios así lo dispuso y quiso.
María ni cayó ni entró en prisión alguna. Siempre fue santa, llena de gracia y dispuesta para ser Madre del Dios Encarnado. Cuando Dios envió al arcángel Gabriel a notificarle el misterio de la Encarnación del Verbo, ella, se llamó humilde esclava del Señor. Leer el relato de la Encarnación en San Lucas es renovar nuestra fe y las certezas en las que siempre creímos, reanimar sentimientos filiales y cantar la grandeza de Dios en su Madre.
2) Dificultad Teológica.
Cristo es el Redentor. Reconcilió con Dios todos los seres (Col.1, 20). En ese “todos” entra también su Madre, María. Y surge la pregunta: ¿De qué la redimió? ¿De qué la salvó? A estas preguntas no supieron responder los más eminentes teólogos. Algunos, como San Juan Crisóstomo, dijeron que tal vez la redimió de pequeñas faltas e imperfecciones. Otros negaron abiertamente que fuera Inmaculada desde el primer instante de su concepción.
Sin embargo, María, es la “Llena de Gracia” y la Iglesia de Oriente la llamó, sin dudar, la “Siempre Santa”. ¿Cómo unir esa plenitud de gracia y de santidad, siempre, en la persona de María y sin embargo ser redimida de pecados veniales, faltas o imperfecciones? Ni San Agustín ni Santo Tomás de Aquino dieron una respuesta satisfactoria. Allá, por el siglo XIII, un fraile franciscano inglés dio la solución con un argumento sencillo que todos entienden. Se llamaba Juan Duns Escoto.
Si podía hacerla Inmaculada y no quiso, no era hijo. Los hijos quieren lo mejor para su madre. Si quiso hacerla Inmaculada y no pudo, no era Dios. Dígase que pudo y quiso porque era Dios y era hijo. Con esta argumentación sencilla e ingeniosa convenció a grandes multitudes, que invocaban “a la siempre Santa”, como la llaman los Santos Padres de la Iglesia Oriental, y el Pueblo de Dios comienza una devoción que fue creciendo a lo largo de los siglos.
3) Explicación teológica del misterio.
La Iglesia, Esposa de Cristo, muestra su amor a María afirmando con mucha fe esa prerrogativa de su Inmaculada Concepción. Se hacen votos de defenderla siempre que se presente la ocasión; los pintores y escultores hacen obras que han pasado a la historia del arte. El Pueblo la invoca con el Ave María Purísima, sin pecado concebida, que servía de oración y de saludo. Pedro Calderón de la Barca escribe “la Hidalga del Valle”, verdadera catequesis de este misterio, que el Pueblo creía hacía siglos.
Los teólogos siguen investigando y llegan a una explicación nueva, arrancando del sutil argumento de Juan Duns Escoto. Es la Redención Preservativa. Jesús, el Hijo de Dios, nos redimió a TODOS, también a María, su Madre. Todos estábamos caídos y nos levantó; enfermos y nos sanó; encarcelados y nos dio la libertad. A su Madre Santa le dio la mano para no caer en brazos de la culpa, para no entrar en la cárcel del pecado. La redimió librándola de caer, preservándola de toda mancha y de toda culpa. Ella no perteneció nunca al Maligno. Satanás no puso su zarpa sobre Ella. Concebida sin pecado y llena de gracia en su concepción.
4) Siglo XVII : Se ensalza la Inmaculada Concepción de María.
Ante tanto fervor popular y viendo cómo se arraigaba en los cristianos esta verdad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, numerosos Arzobispos y Obispos piden al Papa que la defina como dogma de fe. Entre las personalidades civiles de la época debe citarse con toda verdad y justicia al Rey de España Felipe IV, que lo pidió insistentemente a Su Santidad.
5) Época Inmaculista.
Comenzó con la aparición de la Virgen a Santa Catalina Laboure, novicia de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, en París, rue du Bac 140, el 27 de noviembre de 1830. La Virgen pide que se acuñe una medalla. Rodeando su efigie aparece una inscripción: “Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Esta medalla de la Virgen se llama “Medalla de la Inmaculada”. Sin embargo, son tantos y tan grandes los milagros y conversiones que realiza, que el pueblo sencillo comienza a llamarla Medalla Milagrosa. La conversión en Roma del judío Alfonso de Ratisbona fue un hecho espectacular dentro y fuera de la Iglesia Católica.
Fue el 20 de enero de 1842. Ocurrió en la iglesia de Sant Andrea della Fratte. Llevaba al cuello una medalla de la Inmaculada que le entregó su amigo, el Barón Teodoro Bussière. Ratisbona no quiere ponerse ese signo cristiano. Se resiste. Bussieres insiste y Ratisbona acepta llevarla por cortesía. El reto incluye también recitar la oración “Acordaos”.
Van a encargar un funeral por el Conde de Laferronays, muerto horas antes. Mientras el Barón Bussieres entra en la sacristía, Ratisbona mira el arte del templo. Está ajeno a lo que se va a desarrollar ahí momentos más tarde. Cambiaría su vida y sus planes. A partir de ese día va a ser otra persona.
La noche anterior vio una cruz limpia y desnuda que le atormenta. Incluso antes de ver a la Virgen, un enorme perro negro se acerca a él. No sabe de donde pudo salir. Husmea y desaparece. Es entonces cuando ve la claridad que brota de una capilla y va a ver qué es aquello. Allí vio a la Virgen María como estaba diseñada en la medalla de la Inmaculada.
Se realizó el milagro. Vio a María y su conversión fue instantánea. Los veinte “Acordaos”, dirigidos por Conde de Laferronays a María, pidiendo la conversión de Ratisbona, y las plegarias de la Cofradía del Inmaculado Corazón de María, dirigidas al cielo con este mismo fin, no cayeron en saco roto.
Tras diez días de preparación, con los Padres Jesuitas, para instruirse en la fe, se bautizó. El cardenal Constatino Patrizi Naro, Vicario de Su Santidad, escuchó la abjuración de sus errores, le bautizó, le confirmó y le dio la primera comunión. El P. Villeforte, su instructor, le consiguió una audiencia con el Papa Gregorio XVI, que les enseñó una Medalla Milagrosa ante la que el Pontífice rezaba todos los días.
6) El proceso canónico.
Comenzó a los pocos días de su encuentro con Jesucristo por medio de la Virgen. Ante el cardenal Patrizi Noro, presidente del tribunal eclesiástico, se inició el proceso el 17 de febrero de 1842. Se terminó el 3 de junio siguiente. Se tuvieron veinticinco sesiones. El fallo, rápido, fue el reconocimiento del milagro de la conversión de Alfonso de Ratisbona.
7) Definición del Dogma.
Siguieron llegando al Santo Padre peticiones de patriarcas, arzobispos y obispos de todo el mundo suplicándole la definición Dogmática de la Inmaculada Concepción de María, como verdad revelada por Dios y en la que todos los católicos debemos de creer. Por tanto, integrante del Depósito de la Fe (I Tim.6,20; II Tim.1,12.14).
Tras consultar con todo el episcopado universal, Pío IX, definió solemnemente, en el Vaticano, que María fue concebida sin pecado original en el primer instante de su ser, y llena de gracia, en atención a los méritos de Cristo.
Dejó, para perpetua memoria, la bula definitoria Ineffabilis Deus. Fue el 8 de diciembre de 1854. Desde hacía muchos años, en ese día, se celebraba, en la Iglesia Católica, la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, Madre de Dios.
8) Confirmación del Dogma.
Fue el 11 de febrero de 1854. Unas niñas fueron a recoger leña a las orillas del río Gave, en Lourdes. Una de ellas, Bernardita Soubirous, quedó rezagada antes de cruzar el río. Siente un fuerte viento, mira alrededor y, al fijar su mirada en una oquedad de la roca llamada Massavielle, ve a una Señora. No le dijo nada. Se le apareció 18 veces entre el 11 de febrero y el 16 de julio.
Aquella visión fue el detonante de numerosas reacciones. Unos creyeron por la sencilla candidez de la vidente; otros negaron todo carácter sobrenatural. Una excusa para atacar a la Iglesia. Bastantes estaban perplejos: veían los milagros ocurridos a los enfermos. Se curaban al bañarse en el agua de un pequeño pozo, excavado por orden de la Señora.
La vidente, sometida a toda clase de pruebas médicas, no cambiaba su relato. Tenía éxtasis y, mientras éste duraba, colocaban su dedo en la llama de una vela. No sentía nada. Estaba fuera de este mundo. Siguieron los pareceres enconados hasta el punto de prohibir, las autoridades civiles, visitar el lugar de la aparición.
El Párroco quedó sorprendido y admirado cuando Bernardita le comunicó la respuesta de la Señora a su pregunta ingenua: ¿Quién sois? Le respondió: “Soy la Inmaculada Concepción”. Aquello era la prueba más evidente de que la aparición era verdadera. La vidente nunca había oído hablar de esa prerrogativa de María.
Así, en Lourdes, María, la Madre del Señor, confirmó la definición Dogmática de su Inmaculada Concepción, realizada por Pío IX unos años antes, en Roma, para gloria de la Santa Trinidad de Dios y consuelo de todos los hijos de la Iglesia.