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Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

 

1 de enero

OCTAVA DE NAVIDAD

 

EVANGELIO

Encontraron a María y a José y al niño. Y a los ocho días, le pusieron por nombre Jesús (cf. Lc 2, 16-21)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción

Palabra del Señor.

 

LECTURA ESPIRITUAL Y HOMILÍA

La Palabra tomó de María nuestra condición humana

La Palabra tendió una mano a los hijos de Abrahán, afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de Ella la Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La Escritura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; se proclaman dichosos los pechos que amamantaron Señor, y, por el nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el sacrificio prescrito. El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en Ti» —para que no se creyese que se trataba de un cuerpo introducido desde el exterior—, sino de Ti, para que creyésemos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de Ella.

Las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.

Estas cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de Él ha conseguido la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.

Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de Adán.

Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir de la idéntica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del Cielo.

Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones; siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra (S. Atanasio, obispo, Carta a Epicteto, 5-9 [Liturgia de las Horas I, Santa María, Madre de Dios]).

 

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
XLVIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

Papa Francisco

Ángelus

Plaza de San Pedro
Jueves, 1 de enero de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz año!

En este primer día del año, en el clima gozoso —aunque frío— de la Navidad, la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada de fe y de amor en la Madre de Jesús. En Ella, humilde mujer de Nazaret, «el Verbo se hizo carne y vino a habitar entre nosotros» (Jn 1, 14). Por ello es imposible separar la contemplación de Jesús, el Verbo de la vida que se hizo visible y palpable (cf. 1 Jn 1, 1), de la contemplación de María, que le dio su amor y su carne humana.

Hoy escuchamos las palabras del apóstol Pablo: «Dios envió a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4, 4). La expresión «nacido de mujer» habla de modo esencial y por ello es más fuerte la auténtica humanidad del Hijo de Dios. Como afirma un Padre de la Iglesia, san Atanasio: «Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre y de Él vino la salvación de toda la Humanidad» (Carta a Epíteto: pg. 26).

Pero san Pablo añade también: «nacido bajo la ley» (Gal 4, 4). Con esta expresión destaca que Cristo asumió la condición humana liberándola de la cerrada mentalidad legalista. La ley, en efecto, privada de la gracia, se convierte en un yugo insoportable, y en lugar de hacernos bien nos hace mal. Jesús decía: «El sábado es para el hombre, no el hombre para el sábado». He aquí, entonces, el fin por el cual Dios manda a su Hijo a la Tierra a hacerse hombre: una finalidad de liberación, es más, de regeneración. De liberación «para rescatar a los que estaban bajo la ley» (v. 5); y el rescate tuvo lugar con la muerte de Cristo en la Cruz. Pero sobre todo de regeneración: «para que recibiéramos la adopción filial» (v. 5). Incorporados a Él, los hombres llegan a ser realmente hijos de Dios. Este paso estupendo tiene lugar en nosotros con el Bautismo, que nos inserta como miembros vivos en Cristo y nos introduce en su Iglesia.

Al inicio de un nuevo año, nos hace bien recordar el día de nuestro Bautismo: redescubramos el regalo recibido en ese Sacramento que nos regeneró a una vida nueva: la vida divina. Y esto por medio de la Madre Iglesia, que tiene como modelo a la Madre María. Gracias al Bautismo hemos sido introducidos en la comunión con Dios y ya no estamos bajo el poder del mal y del pecado, sino que recibimos el amor, la ternura y la misericordia del Padre celestial. Os pregunto nuevamente: ¿Quién de vosotros recuerda el día que fue bautizado? Para quienes no recuerdan la fecha de su Bautismo, les doy una tarea para hacer en casa: buscar esa fecha y conservarla bien en el corazón. Podéis también pedir la ayuda de los padres, del padrino, de la madrina, de los tíos, de los abuelos… El día en el que fuimos bautizados es un día de fiesta. Recordad o buscad la fecha de vuestro Bautismo, será muy hermoso para dar gracias a Dios por el don del Bautismo.

Esta cercanía de Dios a nuestra vida nos dona la paz auténtica: el don divino que queremos implorar especialmente hoy, Jornada mundial de la paz. Leo allí: «La paz es siempre posible». ¡Siempre es posible la paz! Debemos buscarla… Y en otra parte leo: «Oración en la base de la paz». La oración es precisamente la base de la paz. La paz es siempre posible y nuestra oración es el fundamento de la paz. La oración hace germinar la paz. Hoy, Jornada mundial de la paz, «No esclavos, sino hermanos»: es este el mensaje de la presente Jornada. Porque las guerras nos hacen esclavos, ¡siempre! Un mensaje que nos implica a todos. Todos estamos llamados a combatir toda forma de esclavitud y construir la fraternidad. Todos, cada uno según la propia responsabilidad. Y recordadlo bien: ¡la paz es posible! Y en el fundamento de la paz, está siempre la oración. Recemos por la paz. Existen también esas hermosas escuelas de paz, escuelas para la paz: tenemos que seguir adelante con esta educación para la paz.

A María, Madre de Dios y Madre nuestra, presentamos nuestros buenos propósitos. A Ella le pedimos que extienda sobre nosotros y sobre cada uno, todos los días del nuevo año, el manto de su protección maternal: «Santa Madre de Dios, no desoigas las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita».

Y os invito a todos a saludar hoy a la Virgen como Madre de Dios. Saludarla con ese saludo: «¡Santa Madre de Dios!». En el modo que fue aclamada por los fieles de la ciudad de Éfeso, al inicio del cristianismo, cuando en el ingreso de la iglesia gritaban a sus pastores este saludo dirigido a la Virgen: «¡Santa Madre de Dios!». Todos juntos, tres veces, repitamos: «Santa Madre de Dios» (cf. vatican.va).

NOTA: Las palabras en negrita han sido resaltadas por la web de Prado Nuevo.

 

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