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“Yo me confieso con Dios directamente, no necesito un sacerdote”. ¿Qué responde la Iglesia y los Mensajes de Prado Nuevo?

En este tiempo de Cuaresma en el que se nos exhorta con especial ímpetu a la conversión de vida, al sacrificio y a la penitencia hay que recordar la importancia de la confesión frecuente como un sacramento muy importante para la vida del Cristiano, así como es fundamental la Comunión frecuente del Cuerpo de Cristo.

Muchos Cristianos dicen diariamente la frase “Yo me confieso con Dios directamente, no necesito un sacerdote” para justificar que no necesitan nadie para mediar entre Dios y ellos cuando se arrepienten de sus pecados. Vamos a explicar a la luz del Evangelio, de la Tradición de la Iglesia y de los Mensajes de Prado Nuevo por qué es necesario confesarse con un ministro de Cristo.

Cristo, después de su Resurrección envió a sus Apóstoles a predicar "en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones" (Lc 24, 47). Este "ministerio de la reconciliación" (2 Co 5, 18), no lo cumplieron los Apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a los hombres el perdón de Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles también la remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al poder de las llaves recibido de Cristo. (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 981)

La Iglesia «ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión de los pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado» (San Agustín, Sermo 214, 11).

Jesús lo afirmó claramente en el Evangelio: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Juan 20, 22-23)

En el mensaje del 20 de mayo de 1984 Luz Amparo conversando con la Virgen María le dice: “muchos no quieren confesar. ¿Sabes lo que dicen? Que han confesado con Dios y que como han confesado con Dios, que no van a confesar con un hombre. ¡Ay! Pero Tú repite lo que dices: que hace falta que se confiesen. Repítelo, Madre mía”.

A esta pregunta, La Virgen le responde: “Sí, hijos míos, el sacramento de la Confesión es muy importante. Os he dicho otras veces que, si Dios hubiese puesto un ángel para confesaros, el ángel no podría comprender cómo sois tan crueles para ofender a Dios constantemente. Por eso os ha puesto un hombre, a un hombre que está consagrado, pero que es lo mismo que vosotros, para que comprendáis y él os comprenda a vosotros, hijos míos. Acercaos al sacramento de la Confesión y acercaos al sacramento de la Eucaristía”.

En otros mensajes recalca la importancia de acudir a la Eucaristía con el alma limpia “Seguís cometiendo sacrilegios, profanando el Cuerpo de mi Hijo todos los días. ¿No os da pena, hijos míos, que está de día y de noche en el sagrario para fortaleceros, hijos míos?

Pero es muy importante para nuestra salvación recibir a Jesús sacramentado y para fortalecernos día a día en este camino de la vida. “El alma es lo más importante; que el cuerpo, os sigo repitiendo, no servirá ni para estiércol”.

Debemos de darnos cuenta que Él tiene PODER para librarnos de nuestros sufrimientos, de nuestras preocupaciones incluso de nuestras enfermedades, de darnos la PAZ que tanto necesitamos para vivir nuestras vidas. No para sobrevivir arrastrándonos de un problema a otro sino VIVIR con paz y felicidad ya en esta vida, a pesar de la cruz que todos tenemos.

Que vengan a mí, que soy su Padre y los quiero a todos con todo mi Corazón; que visiten al «Prisionero»; que si su alma está enferma, que vengan a mí, que yo los sanaré. Que si su cuerpo está enfermo, que vengan a mí, que yo los fortaleceré; que se den cuenta de que yo les puedo hacer recobrar la fuerza del cuerpo y la salud del alma; que den amor, limosna de amor a este pobre mendigo que los está esperando de día y de noche”. (El Señor, 12 de febrero de 1982).

Con esta confianza grande en el amor que Jesús nos tiene acudamos en este tiempo de Cuaresma a un sacerdote, confesemos nuestros pecados y hagamos el propósito firme de no volver a caer en ellos. Veremos cómo Él da el ciento por uno por ese granito de arena de generosidad. “Por mi vida —oráculo del Señor Dios— que yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta y viva” (Ezequiel 33, 11).