Mensaje del día 5 de enero de 1985, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, te dije que seguirías viendo el sacramento de los Reyes, hija mía, esos Magos de Oriente. Cuenta cómo lo ves.
Luz Amparo:
Sigo viendo... El Niño está en la cueva; sigue estando en la cueva. Le dice san José a la Virgen que se van a marchar en este momento. La Virgen María le responde mirando todos los sitios. San José va hacia Ella y le dice: «Esposa mía, recoge todo, que en este lugar no hay acomodo para seguir viviendo en él».
¡Pobre Niño! El Niño está ahí. ¡Pobrecito...! ¡Ay, qué pequeño! ¡Ay, pobrecito, ahí tan pobre...! ¿Dónde se van a ir?... José coge al Niño. ¡Ay, qué pequeño! ¡Ay, qué pequeñito, pobrecito! Le coge en brazos y la Virgen se pone de rodillas. Oyen una voz que les dice: «Pura doncella y José, casto José: no os marchéis hasta que no vengan los Magos de Oriente»…
La Virgen está de rodillas con las manos juntas. Está mirando al cielo... ¿Qué dice?: «Dios Eterno, te he pedido: no quería abandonar este lugar. Tengo muchos recuerdos en él. Se han cometido aquí muchos misterios. Es un recuerdo muy grande el que tengo de este lugar. Gracias, Padre Eterno, mi Dios amado, mi Dios Creador. Te doy gracias por haberme hecho madre, a esta indigna madre, de este Niño, Rey de Cielo y Tierra; mi Creador».
¡Ay, qué cosa más hermosa...! San José tiene al Niño. Le sigue teniendo en brazos. ¡Ay!, la Virgen empieza a colocar todo y le dice a san José: «José, mientras tú tienes al Niño, yo voy a aliñar un poco este pesebre y esta pobre cueva, para recibir a esos Magos que vienen a traerle obsequios a tu Hijo, a tu Hijo y mío natural, tuyo adoptivo y mío natural».
¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, lo que hay ahí! ¡Qué rayos entran...! ¡Ay, qué cosas...! ¿Por dónde vienen? ¡Ay! ¡Qué rayos van para allá...! Hay uno, un Rey que está en la cama. Se levanta, porque ve un rayo de luz, y oye que dice un ángel: «Levántate, vete a Belén a adorar a Jesús que ha nacido, Rey de los judíos».
¡Ay! ¡Ay, qué cosas! Hay otro Rey con otro ángel que le vuelve a decir: «Levántate. ¡Levántate! Vete a Belén a adorar al Rey de Cielo y Tierra que ha nacido ya».
Otro en otra parte. Otro ángel le vuelve a decir a éste: «Levántate. Tienes que cabalgar mucho, y vete a Belén, que ha nacido el Mesías y tienes que adorarle».
¡Ay! Se levantan. ¡Oy! Los tres están en el mismo sitio. ¡Oy! Uno por un camino, otro por otro, y el otro llegan al mismo sitio. Se juntan los tres, se arrodillan y se dicen: «Yo voy a adorar al Mesías que ha nacido en Belén. Un Rey, Rey de los judíos».
Todos dicen lo mismo, los tres. ¡Bueno!, ¿qué es eso que llevan? ¡Ay!, ¿qué animal? ¡Ay, es el camello...!, montan en él. Van por un camino. Viene un rayo de luz. Un rayo formando una letra que es una «V», y un ocho al revés. ¡Cómo siguen andando...!, andando eso delante. Ellos detrás.
¡Ay, ya llegan! ¡Ay, Madre mía! Hay un letrero que pone: «Jerusalén». Entran a Jerusalén. Preguntan a tres hombres, vestidos con ropas de romanos, que si ha nacido allí un Rey. Que van a Belén. Que dónde está Belén; por dónde se va. Entonces le dicen que allí no ha nacido ningún rey. Uno se dice a otro: «Pregunta que dónde está Belén». «Oiga,...» (Palabras en idioma desconocido). No quieren que se entere ese otro. Van corriendo y dicen unos a otros que esos Reyes están preguntando que ha nacido un Rey y que es Rey de los judíos.
Entonces, llega otro rey. ¡Oy, qué feo ése! ¡Oy, qué cara tiene! Y les pregunta: «¿Dónde vais?».
Ellos responden los tres: «Vamos a adorar a un Rey».
«¿Dónde está ese Rey?».
«Camino de Belén», responden.
«Id, buscadle y, cuando le hayáis encontrado, me avisáis a mí. Yo también quiero adorar a ese Rey. Yo he tenido noticias de ese Rey y quiero adorarle».
Cuando se van más para allá, les dice a los otros: «Éste es el Rey que yo esperaba. Tenemos que ir a buscarle. Vete y avisa a todos los lugares que ha nacido un Rey; que hay que salir a buscarle, porque aquí no hay más rey que yo. ¡No hay otro rey!, díselo a todos».
¡Ay, ay, qué malo!
Ahí llegan. ¡Ay, ya entran! ¡Ay, cómo entran! Entra una luz, ¡ay, como si fuese un rayo! Entran ahí dentro. Ahí se arrodillan en la puerta. Sale la Virgen a buscarlos y les dice: «Os estábamos esperando».
El Rey —¡ay!—, el Rey ese, se arrodilla y le coge la mano a la Virgen, se la besa y le dice: «Señora, amada Señora, Madre de David, Madre de David».
¡Ay! Pero si Él no es David. ¡Vaya lío que hay ahí...!
«Estrella de David».
¡Ay!, pero ¿cómo va a ser si es la Madre de ese Niño?, ¿cómo va a ser la Madre de David? ¡Ay, Reina, Madre..., qué lío hay ahí! Explica lo de otro lugar, anda; de otra forma.
«Estrella y Madre de... de todas las tribus de David».
Pero ¡vaya lío! ¡Ay!
«Madre del Salvador».
Eso sí.
«Y Reina, y Señora».
¡Ay, pasan dentro! ¡Ay! Tiene san José al Niño. Se arrodillan. ¡Ay, con la cabeza en el suelo! ¡Ay, cómo le adoran...! Entonces le dicen a la Virgen: «Señora, cuánta pobreza hay en este lugar. El Niño, el Niño va a coger frío en este lugar».
La Virgen le enseña las habitaciones. Le enseña la casa. ¡Ay, menuda casa!, ¡si es una cueva! ¡Ay, qué luz!, hay una luz. ¡Qué luz! ¡Ay!, besan el suelo los Reyes y saludan a san José, y saludan a la Virgen, y les dice...: «Vamos a buscar posada a otro lugar. Vamos, Señora, no salga. Hay un fuerte vendaval».
Se van por el camino. Llegan a buenas tiendas, compran ropa, mantas, juguetes. ¡Ay, ay, mandan a ése...!, ése que es que venía con ellos. ¡Ay!, se lo dan a ése y le dicen que vaya y que lleve todos esos regalos a un Niño muy pobre que ha nacido en Belén. ¡Ay, qué contento se va a poner! ¡Madre, las mantas...! Llegan y le dan la ropa. Le dan la ropa a la Virgen y le dan los juguetes.
¡Ay, cuántas cosas! ¡Pobrecito! ¡Pobrecito, que... cuántas cosas! No tenía nada. ¡Ay, qué bonito es...! Coge la Virgen al Niño y le besa y le dice: «Mi bien amado, Dios mi Creador, ¿me dais permiso para descansar?».
¡Cómo le responde el Niño! Le dice: «Amada mía, Madre Purísima, Madre mía; gracias por haberme dado carne humana».
La Virgen le responde: «Hijo de mis entrañas, no soy digna, soy un vil gusano. No soy digna de haberte dado carne humana, ¡a Dios, mi Creador, Omnipotente, Rey de Cielo y Tierra! Lucero mío, duerme y descansa».
¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, qué grande eres! ¡Ay, qué grande! ¡Ay! ¡Ay, pobrecito!
Ahora vienen otra vez. ¿Otra vez? ¡Ay!, pues ¿dónde irán ahora? Pasan otra vez a la cueva. Los tres, otra vez. Si ya les han llevado regalos. Llevan una caja y la descubren cuando entran. Tiene un collar y unas sortijas de diamantes; y le dice a la Virgen: «Señora, Doncella, Madre del Mesías, quiero obsequiaros a Vos también. Recibid esta...». ¡Oy, qué cosa! Eso es una joya. ¡Ay!, la Virgen agacha la cabeza y le dice que Ella no recibe joyas, que ha recibido los regalos para su Hijo; pero que Ella no quiere joyas. Que nunca se las ha puesto, nunca. Y ahora, menos todavía. La joya más grande que Dios le ha dado ha sido ser Madre de Dios su Creador. Madre de ese Niño humanado para morir por la Humanidad. ¡Ay, pobrecita! ¡Ay, pobrecita!
(Continúa la Virgen). «No quiero. Vos podéis hacer algún regalo a los pobres, que en este día hay muchos pobres que no tienen ni para vestirse ni para comer. Os lo agradezco, pero no lo acepto».
Lo ha metido otra vez en la caja y se lo lleva. Entonces le piden a la santísima Virgen. ¡Ay!, ¿qué le dicen? Que les dé consejo para gobernar su país, porque quieren gobernar con las leyes que Dios ha dado... Se acerca la Virgen a la cunita del pesebre y le dice al Niño que responda Él por Ella.
¡Ay!, ¿qué les dice? Que cumplan las leyes, las leyes que están escritas, que sin esas leyes no habrá salvación. ¡Ay, qué contentos se ponen...! Besan la mano de la Virgen, se arrodillan, vuelven a agachar la cabeza en el suelo, besan el suelo, se levantan y se van. ¡Ay, qué contentos! Se frotan las manos y le dice éste al otro: «¡Vaya un regalo que hemos recibido del Cielo! Es el mayor regalo que nos han podido dar».
¡Ay, qué contentos! ¡Ay, pobrecito!, ya se quedan solos otra vez. ¡Ay, qué aire más fuerte...! ¡Cómo llueve! ¡Cómo cae agua! ¡Qué viento más fuerte! Da golpes en las ventanas de la cueva. Hace mucho frío. La Virgen pone una manta sobre el pesebre para que no tenga frío el Niño. ¡Qué viento!
Sale la Virgen a la puerta de la cueva. Pone las manos juntas y mira al cielo y les dice a las nubes: «Nubes encapotadas, no descarguéis vuestra ira sobre un inocente, sobre Dios vuestro Creador, no le maltratéis, no le hagáis daño, es inocente. Dadme a mí todo lo malo que pueda venir de vosotros, pero al Niño no me le toquéis, es inocente. ¿Qué os ha hecho Él?, ¡pobrecito!, ¡pobrecito! Vosotros descargáis vuestra ira por el pecado, pero no la descarguéis sobre este inocente que no tiene mancha alguna; sobre vuestra esclava y sobre todo lo que sea, pero no, ¡pobrecito! ¡Pobrecito!, ¡ay, tan pequeño!»…
¡Ay, qué Sol sale! ¡Ay, qué Sol!, ¡ay, qué Sol y qué calor...! Vuelve a salir la Virgen y dice: «Gracias, Padre mío, por haberme dado todo lo que te he pedido; no te lo he pedido para mí, sino para tu Hijo y mío. ¡Gracias, Padre mío!».
¡Ay, qué buena eres! Dejadme aquí un poquito, ¿eh?, porque yo sí que no quiero irme de aquí, ¿eh? ¡Ay, qué bien se está aquí! No me digáis que me vaya. ¡Ay!, yo no quiero irme de aquí, ¿eh?, ¡ay!, cuéntame más cosas, ¡cuéntamelas! ¡Ay, qué grande eres...!