Mensaje del día 23 de diciembre de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, estos días tan importantes para mí no podía faltar mi bendición. Cuando el Verbo humanado, hija mía, nació de mis entrañas, se lo ofrecí al Eterno, y el Eterno me contestó, hija mía: «María, cuida a tu Hijo, amamántale, aliméntale y cuídamele, porque luego vendré a por Él». Yo sabía, hijos míos, que... (Palabras en idioma desconocido. Luz Amparo comienza a llorar).
Luz Amparo:
¡Ay, qué pequeñito! ¡Ay, qué pequeño! ¡Ay! ¡Ay, qué pequeño...! ¡Ay, qué pequeñito! ¡Ay, qué hermosura...! ¡Ay, qué hermosura...! ¡Ay, qué pequeñito...! ¿Quiénes son todos ésos?
La Virgen:
Ejércitos celestes, hija mía.
Luz Amparo:
¡Cuántos! ¿Ni un momento te dejan sola? ¡Ay, qué grande! ¡Qué hermosura hay ahí! ¡Ay...! ¡Y que ese Niño tan hermoso tenga que morir...! ¡Ay!
La Virgen:
Sí, hija mía, y le engendró en mis entrañas para Verbo humanado, para morir para redimir a la Humanidad.
Dios Padre, hijos míos, quiso que lo cuidase para que muriese en una cruz, para redimiros del pecado y gozar de la vida eterna, hijos míos. Así fue Cristo; así fue, hija mía. Tú sabes cómo le cuidé, con qué esmero, y luego cómo le entregué a la muerte, y muerte de cruz, porque sabía que con su muerte iba a redimir a todo aquél que quisiese salvarse.
Cuando yo hablaba con Él, hija mía, dentro de mis entrañas —te lo he manifestado otras veces—, se ponía de pie con las manos juntas orando, orando para que no cayerais en tentación, hijos míos. Ya, estando engendrado dentro de mí, quería salvar a la Humanidad; pero la Humanidad es cruel, hija mía. Yo le cuidé, le amamanté como una madre buena que amaba a su hijo; pero el ser humano, ¡qué cruel corresponde, hija mía!, ¡cómo corresponde a mi Corazón! ¡A mi Corazón de Madre, hija mía!, porque fui Madre de Dios y, luego, me dejó mi Hijo como Madre de la Humanidad. Por eso os pido, hijos míos: quiero que os salvéis.
Mira, hija mía, cómo salía mi Hijo de mis entrañas. Como el rayo del Sol entró dentro de mí, y como el rayo del Sol salió de mí. No manché, hija mía, no manché nada que fuese impuro. Te lo manifesté: mis ángeles, mis tres arcángeles, san Miguel, san Gabriel y san Rafael cogieron a Cristo nada más nacer, hijos míos. Ellos me lo entregaron en mis brazos. José estaba extasiado; tuve que decirle: «José, que tu Hijo está ya aquí». Y José alabó a su Hijo, a su Hijo adoptivo, hijos míos.
Tiernos coloquios, hijos míos, hicimos con Él. Él nos respondía, ¡tan pequeñito!, pero ya tenía la sabiduría…
Con esta pobre ropa, hija mía, le envolví, porque no tenía pañales.
Luz Amparo:
¡Ay, pobrecito! ¡Ay! No teníamos, ¡ay! ¡Pobrecito! ¡Pobrecito!, no le acuestes ahí. ¡Qué frío pasará ahí! No le acuestes. ¡Ay, pobrecito...! ¿Tenía que ser eso así? Ni una cama, ni una cuna... ¡Ay, pobrecito! ¡Ay, qué rico es! ¡Ay! ¡Cuántos ángeles! ¡Hasta fuera llegan los ángeles! ¡Madre mía, cuántos hay! ¡Uf!, pero ¿tantos hay aquí abajo? ¡Uf! ¡Y ésos que les sale la luz de ahí! ¡Huy, del pecho! ¿También son los ángeles? ¿Y esos otros? ¡Ah! ¡Huy, ángeles corporales!, y ángeles que no son corporales; pero son iguales. ¡Vaya suerte que tienes! ¡Huy! ¡Ay! No hace falta nadie si están ahí todos llenos de ángeles. ¡Qué maravilla! ¡Ay!
Pero, ¿no se puede acostar en una cunita? ¡Pobrecito!, ahí tendrá frío. Tápale un poquito. ¡Ay, qué cara! ¡Ay, cómo se ríe! ¡Ay, pobrecito...! ¡Niño bonito! ¿Puedo tocarle otra vez?... (Luz Amparo se inclina hacia delante para realizar esta operación). ¡Ay, qué lindo eres! ¡Ay!, yo podía quedarme aquí para cuidarlo. ¡Siempre...!, pero no me lleves al otro sitio, ¡déjame aquí con Él...! ¡Yo no quiero irme al otro sitio...! ¡Déjame un poquito aquí más con Él! ¡No me quiero ir de aquí! ¡Yo no quiero irme de aquí...! ¿Por qué me tengo que ir al otro sitio, si aquí se está muy bien?
¡Ay, qué grande eres!, y ¡qué feliz eres ahí con tu José, y con tu Jesús, y con tus ángeles! ¡Ay!, y yo, ¿qué? ¡Qué felicidad tienes, Madre mía!
La Virgen:
Primero la felicidad, hija mía, y luego el dolor.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, ayúdame...!, pero en el otro lado también, no sólo aquí. ¡Ay!, yo te prometo, te prometo que ayudaré a muchas almas a que puedan alcanzar esta maravilla, porque lo otro, ¿es igual que esto? ¿Más todavía? ¡Claro! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, pobrecito san José! ¡Ay, qué mayor está...! ¿Cómo está con la cabeza en el suelo? ¿Qué hace? ¿Adorando a Jesús? ¡Ay!, pues yo también le quiero adorar…
La Virgen:
Hijos míos, podéis cantar: «Gloria a Dios en el Cielo y paz a los hombres, en la Tierra, de buena voluntad».
Luz Amparo:
¡Ay, qué Niño!

Mensaje del día 25 de diciembre de 1984, martes

Festividad: Natividad del Señor

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Mira, hija mía, el Verbo humanado en unas tristes pajas, en un pesebre pobre. Liado, hija mía, liado con un triste pañal.
Pero vas a decir, hija mía, la misión de cada ángel.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, cuántos hay!; pero ¿esos tres...? Ése es san Miguel; ¿a dónde va ése?
La Virgen:
Bajará, hija mía, a la profundidad del Limbo. Va a avisar a Joaquín, a Ana, a los Santos Padres y a todos los profetas.
Mira, ¡cuántos santos hay en el Limbo!
Luz Amparo:
¡Huy! ¡Ay...!, ¿ésa, quién es?... Ésa es la madre de la Virgen, ése es el padre... ¿Qué le dicen al Ángel? Le están diciendo... ¡Ay, qué lenguas! Y el Ángel les está diciendo que ha nacido el Rey de Cielo y Tierra, que su hija lo ha mandado a avisarles.
Le dice Ana que lleve el recado a su hija, y llama a todos los que hay en el Limbo, y se ponen a cantar un himno de alabanza para ese Niño.
Pero, ¡si los muertos no se ven! ¡Ay, cuántos misterios! ¡Ay!, están de rodillas todos. Están cantando un himno, un himno ya: «Gloria al Rey que ha nacido encarnado en una doncella, humanado... —¡huy!— como Rey de Cielo y Tierra».
Todos..., todos están cantando. ¡Qué estrechos están ahí! Parece un infierno eso.
Ahora, hay otro ángel, que se va por un camino lleno de piedras. Hay un letrero que pone «Belén»; hay otro letrero que pone «Damasco»; hay otro letrero que pone «Palestina».
Va por un camino lleno de luz... Llega a una casa, que parece como un palacio. Hay un pozo. ¡Ay!, llama a la puerta. ¿Por qué el Ángel puede llamar a la puerta? ¿Sí puede entrar?... ¡Ay...!, un cuerpo celeste…
Sale una mujer mayor, con un velo en la cabeza dado dos vueltas, unas faldas muy largas.
Lleva un niño en brazos como de seis meses. Habla con el Ángel. Le abre la puerta. Hay como un jardín, y a la izquierda hay un pozo con un cubo. Esta mujer se sienta en un poyete de madera, y al niño le tiene encima. El Ángel le dice que ha nacido el Redentor, que viene a avisarle porque María le manda. Cae de rodillas esta mujer. Ese niño también, tan pequeño, cae de rodillas. ¡Ay!, pero ¿cómo puede ser eso?
Miran al cielo y están diciendo: «Bienaventurado Aquél que mandará en todas las generaciones». «Yo estoy a tu servicio, mi Señor —le dice al Ángel—. Dile a María que no se olvide de nosotros, que la seguiremos siempre hasta la muerte».
El Ángel le dice: «Este Niño está muy pobre, ha nacido en un pesebre entre pajas».
Esta mujer pasa a una casa que parece un palacio. Coge ropa, la lía. Entre esa ropa hay ropa de un niño pequeño. Coge dinero, lo mete dentro del lío de la ropa, y se lo da al Ángel. También hay ropa de mayores.
Esta mujer le dice al Ángel: «Dáselo a María para el pequeño y para su esposo y para Ella. Es un lienzo fino que el Rey de Cielos y Tierra se merece; no se merece estar entre pajas».
Hay otro ángel. Ese ángel va por un campo. Hay mucho ganado, muchas ovejas. Hay muchos chicos con pieles sobre la espalda. Viene una gran luz. Se caen al suelo asustados y gritan: «¿Quién es? ¿Quién hay ahí?». El Ángel les dice: «No tengáis miedo. Soy el Ángel san Gabriel. Os vengo a avisar que ha nacido vuestro Mesías, el que estabais esperando. Id por este camino, y en un pesebre habrá un Niño resplandeciente. Aquél que veáis lleno de luz, y entre pajas, es Jesús. Es Jesús, el Rey, el Salvador, el Rey, el Salvador, el Dios Omnipotente, Hijo de Dios vivo. Id y adoradle».
Van muchos de éstos que llevan la piel a la espalda. Llevan varas. Van por un camino. ¡Ay, cuántos! ¡Ay!, se van por otro camino. Viene una gran luz. Esa luz es como una flecha. Los guía hasta el portal. Se arrodillan y adoran al Niño.
¡Ay, qué grande eres...!
Vuelven a cantar: «Gloria a Dios en el Cielo, y a los hombres, en la Tierra, de buena voluntad».
¡Ah..., cuántos ángeles! ¡Ay, qué cosas...!
En otra parte hay hombres horribles. ¡Huy, qué horror! No se pueden arrimar ahí…
¡Ay! Viene un ángel y van huyendo. ¡Ay, si ése es el de la otra vez! ¡Ay..., ay, si es el demonio! ¡Huy! ¡Ay! Se los lleva a todos. Están en una cueva profunda. Habla Satanás, les habla a todos y les dice: «Estad alerta, que no ha nacido el Hijo de Dios vivo todavía. Ha dado a luz una mujer, pero no es la Madre de Dios, porque ha nacido en un pesebre, entre pajas. Y si Dios es Creador y rico, no permitirá que nazca su Hijo en un pesebre.
Estad preparados, porque el tiempo ha llegado de que nazca ese Mesías. He hablado con Herodes. ¡Ay, qué risa! Herodes cree que es el Hijo de esa doncella, que es el Mesías; con esa pobreza no puede nacer ese Mesías. Hay que seguir buscando, buscando en ricos palacios, porque el Rey del Cielo nacerá en un palacio. ¡Estad preparados!».
¡Qué horror! ¡Ay! Todos se ponen en fila y salen de esa caverna. ¡Ay!, se esparcen por todos sitios. ¡Ay! ¡Ay, qué horror...!
La Virgen:
Hija mía, adorad a Cristo. Adoradle, porque adorando y meditando, y siendo humildes, hijos míos, Satanás no podrá arrimarse.
No pensaba Satanás que Dios, Redentor del mundo, podría nacer en una cueva. Fue tan grande la humildad de nuestros Corazones, que quisimos dar ejemplo a la Humanidad.
Has visto las maravillas más grandes de Dios Creador, hija mía…
Lo mismo que los ángeles fueron a evangelizar el Nacimiento, os pido, hijos míos, que vayáis a evangelizar el Evangelio por todos los rincones de la Tierra.
Siempre piensa, hija mía, en la pobreza en el Pesebre y en la humildad en la Cruz.

Mensaje del día 31 de diciembre de 1984, lunes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Vas a ver, hija mía, otra escena de la vida de Jesús, hija mía. Cuenta lo que ves.
Luz Amparo:
Está el Niño en el Portal...; en esa cueva. Sigue ahí. Está san José y la Virgen, su Madre.
Coge al Niño la Virgen; le dice: «Rey mío, Rey de Cielo y Tierra, lucero de mis entrañas, amor del Padre, amor del Hijo y amor del Espíritu Santo. Dios Eterno, que has dado la hermosura a este Niño, Primogénito Tuyo y mío, Rey».
La Virgen le acaricia, y le dice a José: «José, no te he querido revelar un secreto hasta que Dios Padre no me lo comunicase. Ha llegado el momento de comunicártelo. ¿Sabes que nuestro Hijo, tuyo adoptivo y mío natural, tiene que ser circuncidado...?».
¿Qué es eso? ¡Ay!, circuncidado, ¡ah!
José pone la cara muy... —¡huy!—, como si no lo entendiera.
La Virgen le dice: «Tenemos que obedecer a las leyes de Moisés, es la ley de que todos los niños sean circuncidados, y nuestro Hijo tiene que hacerlo también. ¡Qué dolor siento, José, en mi Corazón!, porque pronto empieza a derramar la Sangre por la Humanidad. Es inocente. No tiene pecado como todos los que van a circuncidarse, pero hay que hacerlo. Tenemos que dar ejemplo, José».
¡Ay!, san José mira al cielo y dice: «Que se haga tu voluntad, Dios Sabio, Dios Omnipotente y Dios Creador».
La Virgen coge al Niño, le acaricia y le dice: «Hijo de mi alma, tienes que ser circuncidado, hijo mío. Hay que dar ejemplo al ser humano».
El Niño responde: «Madre amada mía, yo he venido a sufrir».
¡Ay, cómo habla ese Niño!
Acaricia la Virgen al Niño. Lo tiene en sus brazos. ¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, qué grande eres! ¡No hay otra cosa más bonita que Tú! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, qué hermosura...!
Habla la Virgen a san José y le dice: «José, vete y llama al sacerdote; que venga aquí a la cueva, para que haga el sacramento. No quiero sacar al Niño, para que no se enfríe. Vete y avísale».
¡Ay!, va san José, se mete en un sitio, en una sala muy grande. Hay un hombre vestido con una cosa colorada. Habla con él. ¿Quién es ese hombre? ¡Ah!... «Sumo Sacerdote —le dice José—, mi esposa quiere que vayáis a casa a circuncidar a mi Hijo».
Coge ese señor, el que le ha dicho que era el Sumo Sacerdote, llama a otros dos y se van con José.
Llegan a donde está la Virgen... La Virgen sale a la entrada. Besa sus manos. Les dice que pasen. Pasan dentro mirando a todas las partes. El de atrás le dice al de delante: «¡Qué pobreza tiene esta mujer! Aquí no se va a poder hacer la circuncisión. Está muy pobre este lugar».
Llegan los tres dentro. La Virgen le dice a Dios Padre, se arrodilla y le pide que no sea su Hijo circuncidado, que si Ella puede pasar otro dolor por ése... Oye la voz del Padre que le dice: «María, cuando tu Hijo nació, te dije que le amamantaras, que le alimentaras, y le hablaras hasta que yo viniese a por Él. Ésta es otra prueba, María, es un sacramento».
La Virgen se coge el pecho y se agacha con la cabeza en el suelo, y dice: «Hágase tu voluntad, así en la Tierra como en el Cielo».
Habla la Virgen con el sacerdote y le dice: «¡Por favor!, que el cuchillo sea lo más suave posible. Que no se haga mucho daño al Infante».
La Virgen dice mirando al cielo: «¡Ay, leyes santas, cuánto dolor causáis a mi Corazón! ¡Que mi Hijo inocente tenga que pagar como un pecador!».
Dicen a la Virgen que no entre. No la dejan entrar. Cogen al Niño, pero la Virgen se arrodilla y les pide que le dejen, que la dejen estar con su Hijo hasta el último momento de la circuncisión. Ésos no le dejan…
Sale el que hay atrás y la llama. Le da el Niño al otro. ¡Ay, que sí que la dejan! ¡Ay!, pasa la Virgen a una habitación de la cueva, muy pequeñita.
Hay como un altar con un paño blanco, dos velas... La Virgen quita la ropa al Niño, ¡cómo le quita la ropa! ¡Ay, qué Niño más rico! ¡Ay...!, pero, ¿qué le van a hacer con ese cuchillo?
La Virgen pide: «¡Que no le hagan mucho daño a mi Hijo!».
¡Ay!, coge la Virgen una toalla que lleva a la cintura, ¡ay!... Y pone un cacharrito debajo. Caen tres gotas de sangre. Coge al Niño, ¡ay...!, le pone la toalla, le acaricia y le dice: «¡Bien mío! ¡Amado mío!, ya empiezas a sufrir».
¡Ay, cómo llora el Niño! No llores, amor mío. ¡Ay, qué pena! ¡Pobrecito! Pero, ¿cómo le pueden hacer eso? ¡Ay! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, ay, pobrecito, que no llore...!
Hay muchos ángeles, ¡huy, cuántos ángeles! ¡Muchos, muchos! ¿Cuántos son? ¡Huy, no se pueden contar...! Dime cuántos hay. Ponme un número. ¡Ay! Doce mil. ¡Ay, cuántos! ¡Ay, cómo cantan! Les dice la Virgen que canten para consolar al Niño. ¡Cómo cantan! ¡Ay, qué hermosura!, ¡ay, qué hermosura!, ¡ay, qué hermosura!
La Virgen no deja al Niño. Lo tiene en brazos. Llora mucho la Virgen... Aprende a sufrir.

Mensaje del día 1 de enero de 1985, martes

Festividad: Santa María, Madre de Dios

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo:
Sigo viendo a María. Está con el Niño. Siguen en la cueva. Está san José. Tiene el Niño en brazos. San José está de rodillas; está orando. Se levanta; le dice a María: «María, esposa mía, tenemos que marchar de este lugar; tenemos que ir a Nazaret. Prepara tus cosas, que es largo el camino. No podemos seguir en este lugar, hay mucha humedad; hace mucho frío para el Niño. Arregla tu ropa y coge tus cosas y nos iremos, María, esposa mía».
María se queda mirándole y le dice: «José, esposo mío, soy obediente y haré lo que tú quieras. Con mucho dolor de mi Corazón dejaré este lugar donde han sucedido tantos misterios, donde ha nacido el Primogénito de Dios y el Primogénito mío; pero si tú, esposo mío, quieres que marchemos, marcharemos».
María se levanta con el Niño en brazos; mira por toda la casa; mira en las habitaciones y se pone la mano en el pecho; levanta la vista al cielo y dice: «Dios celestial, mi Creador, si es tu voluntad que abandone este lugar..., pero sabes que hay otro misterio que se tiene que cumplir en este lugar. Yo lo he leído en las Escrituras y esto tiene que cumplirse; pero soy obediente hasta la muerte y obedeceré a mi esposo».
En este momento, se oye un gran ruido. ¡Qué voz! Esa voz le dice: «José, casto José; María, pura doncella; sentaos, que voy a comunicaros otro misterio».
¡Ay, están esos tres hombres ahí!, los que han circuncidado a Jesús. ¡Ay, se ponen la mano para arriba! Ellos también han oído esa voz. Se arrodillan. ¡Huy!, oyen la voz... ¡Huy, aparece ahí una luz...! Es un ángel. ¡Ay!
«María, soy el ángel san Gabriel —le dice—. Traigo un nuevo nombre para tu Hijo primogénito. Se llamará Jesús».
La Virgen se agacha con la cabeza en el suelo, pone el Niño recostado en el pesebre y exclama: «Dios Creador, mi Dios omnipotente, mi Hijo, en mis entrañas, cuando tomó carne humanizada, me reveló este nombre, que se llamaría Jesús; pero he querido escuchar de tus labios este mismo nombre».
Entonces, José se levanta con las manos al cielo y, mirando, dice: «Esposa mía, yo también sabía este secreto; pero no quería revelarlo hasta que no fuésemos revelados ante los dos este secreto».
¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, ay, qué grande es esto...! Entonces, ¿qué hace ese señor? ¡Ay!, coge un papel, se levanta, coge y escribe con una pluma, como si fuese una pluma de un ave, y escribe el nombre. ¿Qué pone ahí en ese nombre? ¡Ay, el nombre de Jesús! Estos hombres juntan las manos y miran al cielo y dan gracias a Dios y dicen: «Dios Salvador ha resucitado en nosotros la fe, la fe, el amor. Seremos fieles, muy fieles, porque se ha movido nuestra alma dentro de nuestro cuerpo».
¡Ay! Aparece otro ángel y otros muchos. Llevan un escudo en el centro del pecho, con un cordón colgado. Pone en todos los nombres: «Jesús, Jesús». Y otro ángel lleva un gran pliego de papel y lo enseña, con el nombre de Jesús. ¡Ay, qué hermosura! ¡Qué grande eres, Madre mía! ¡Dios mío, qué cosas hay ahí! ¡Cuántas cosas...! ¡Ay, ay, Madre, qué luces! En esos cuerpos sale mucha luz, y los rayos forman encima de la cueva donde está el Señor... ¡Ay, «Jesús», «Jesús» pone! Todos los ángeles se ponen alrededor y se arrodillan adorando a Jesús. ¡Qué hermosura! ¡Qué hermosura de Niño! ¡Ay, qué hermosura!
La Virgen:
Sí, hija mía, la Víctima inocente ha sido circuncidada siendo inocente, para…
Luz Amparo:
¡Ay, pobrecito! ¡Pobrecito! ¡Ay, qué cara tiene! ¡Ay, qué lindo eres! ¡Pobrecito! ¡Ay, ay, qué lindo eres! ¡Ay, pobrecito! Tráelo un poquito sólo. ¡Ay, sólo un poquito! ¡Ay, ay, qué grande! ¡Ay, ay, qué lindo eres! ¡Ay, qué hermosura! ¿Ya no lloras? ¡Ay, tómalo! ¡Ay, ay, ya no llora! Ya está bueno, ¿eh? ¡Ay, qué cosa más grande! ¡Ay, qué Niño...!
La Virgen:
La Víctima inocente ha derramado su Sangre para dar ejemplo a la Humanidad en obediencia, hija mía, porque Jesús nació sin mancha; pero se humilló a las leyes para dar ejemplo al ser humano. Se igualó a todos aquéllos que iban a circuncidarse. Entre ellos, mira cuál conoces.
Luz Amparo:
¿También ha ido ese niño...? ¡Ay!, ése es el de esa señora que fue el Ángel... ¿El Precursor? ¡Ay, qué grandes sois! ¡Cuántos misterios tenéis ahí!, ¿eh?
La Virgen:
Por eso quiero que participes en mis misterios. Y los vas a participar todos, hija mía, todos te serán revelados.
Luz Amparo:
¡Ay, qué alegría: todos! ¡Ay, qué alegría! Y ahora, ¿qué hacéis ahí? ¿Vais a estar ahí? ¿Hasta cuándo?
La Virgen:
Hasta que vengan los Magos de Oriente a traer presentes a mi Hijo.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, qué alegría! ¡Ay...!
La Virgen:
También le gustó a José que mi Hijo tuviese regalos.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, Madre mía! Yo quiero ya no estar en la otra parte. Quiero estar en ésta. Yo no quiero ir al otro lado más. ¡Ay, qué alegría! ¡Qué bien se está aquí con tantos ángeles! ¡Madre mía, qué cosas!, ¿eh? ¡Ay, cuántos! ¡Qué luz sale de ahí, del centro! ¡Ay, pues dime hoy todo! ¡Anda, hoy todo...!