Mensaje del día 18 de diciembre de 1981, viernes
El Señor:
Tú, hija, sufre tu pasión, imítame; esos dolores salvan muchas almas; mira lo que sufro; mira qué cuadro de dolor; cuenta cómo lo estás viendo.
Tú, hija, sufre tu pasión, imítame; esos dolores salvan muchas almas; mira lo que sufro; mira qué cuadro de dolor; cuenta cómo lo estás viendo.
Luz Amparo:
Veo al Señor en el Huerto de los Olivos. El Señor está muy triste, de rodillas, todo nervioso; se levanta una vez, otra vez, otra, hasta tres veces. Está mirando al cielo, implorando a su Padre Celestial. Hay tres discípulos al lado de Él. También se les ve la cara de sufrimiento de ver al Señor que está muy nervioso y sufriendo mucho. El Señor se pone de rodillas con las manos juntas, ora al Cielo. El Sol empieza a oscurecerse. El Señor sigue rezando, se le ve la frente y la cara que le cae sangre. Lleva una túnica blanca hasta los pies. Se ve que le cae sangre hasta por debajo de la túnica.
Veo al Señor en el Huerto de los Olivos. El Señor está muy triste, de rodillas, todo nervioso; se levanta una vez, otra vez, otra, hasta tres veces. Está mirando al cielo, implorando a su Padre Celestial. Hay tres discípulos al lado de Él. También se les ve la cara de sufrimiento de ver al Señor que está muy nervioso y sufriendo mucho. El Señor se pone de rodillas con las manos juntas, ora al Cielo. El Sol empieza a oscurecerse. El Señor sigue rezando, se le ve la frente y la cara que le cae sangre. Lleva una túnica blanca hasta los pies. Se ve que le cae sangre hasta por debajo de la túnica.
Hay varios soldados, lo cogen, lo amenazan con una espada. El Señor los mira con lástima y, entre los soldados, está Judas. El Señor le vuelve a mirar con una mirada de pena. Judas se pone delante de todos los soldados y le dice... (Palabras en idioma extraño). Yo no sé lo que es eso, no lo he aprendido.
Y los discípulos están allí, están muy enfadados, están gritando... (Se escuchan varias palabras en idioma extraño). Yo no sé lo que quiere decir esto, no lo entiendo.
San Pedro está al lado de Jesús y con una espada corta la oreja de un soldado. El Señor le dice: «¿Qué has hecho? Yo rogué a Dios, y es por ellos. Mete la espada en tu vaina. ¿No sabes que el que a hierro mata, a hierro muere?». Entonces san Pedro le dice: «Rabí, si te han amenazado y te han dado con la espada...».
«Kefas, ponte de rodillas; sé piedra de... (Palabra ininteligible) por ellos».
¡Señor! Ha cogido la oreja y se la ha puesto al soldado... (Corte) están haciendo, que vuelve por la salvación de su alma... (Corte). Esto le ha dicho el Señor a san Pedro... (Corte).
Hay muchos soldados con Jesús. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce... (Corte), dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte. Luego vienen tras Él muchos más, con unas túnicas muy raras, con cintas muy brillantes. Las cintas están alargando las túnicas, son muy brillantes. También en este momento hay cuatro verdugos; están atando al Señor a una viga. Ya le han quitado toda la ropa…
A continuación, Luz Amparo describe, entre llanto, la escena de la flagelación, pero la mayoría de las palabras no se entienden por la emoción de la vidente y deficiencias en la grabación. Transcribimos las que se escuchan con relativa claridad.
Luz Amparo:
¡Es horrible! ¡Ay! ¡Es horrible...! (Palabras ininteligibles). En el cuerpo, en las piernas, en el pecho, está todo ensangrentado como un..., llorando... el Señor. Está en el suelo, maltratado, ensangrentado. Le ponen un hierro (así se entiende, aunque con dificultad) ardiendo sobre sus partes. Le dan patadas, le están escupiendo en la boca. Se hacen pis en Él.
¡Es horrible! ¡Ay! ¡Es horrible...! (Palabras ininteligibles). En el cuerpo, en las piernas, en el pecho, está todo ensangrentado como un..., llorando... el Señor. Está en el suelo, maltratado, ensangrentado. Le ponen un hierro (así se entiende, aunque con dificultad) ardiendo sobre sus partes. Le dan patadas, le están escupiendo en la boca. Se hacen pis en Él.
¡Es horrible! ¡Esto es horrible! ¡Qué dolor tengo más fuerte! ¡Ay, qué dolor!
El Señor:
Sí, hija mía, esto constantemente lo estoy sintiendo yo por los pecadores, por la perversidad del mundo, por los pecados de impureza.
Sí, hija mía, esto constantemente lo estoy sintiendo yo por los pecadores, por la perversidad del mundo, por los pecados de impureza.
En otro momento, seguirás viendo toda la crueldad que hicieron conmigo. Ya sé que estás sintiendo esos dolores tan profundos, pero ofrécelos por la salvación del mundo; también ofrécelo por la conducta del clero y la relajación futura de los conventos; por todos mis sacerdotes; por los pecados de impureza que están cometiendo constantemente. Han descuidado la oración, tienen olvidadas las cosas de Dios; ellos, con sus oraciones, podían salvar muchas almas.
Mensaje del día 25 de diciembre de 1981, viernes
Festividad: Natividad del Señor
El Señor:
Sí, hija mía, ya estoy aquí; ya vengo a hacerte compañía; los dos estamos con la cruz; colócate junto a mi pecho, junto a mi pecho, a mí, para defenderte del enemigo; pero tú también defiéndeme de los ultrajes e insultos de que fui víctima en la corte de Herodes. Contempla la vergüenza y la confusión que allí pasé al oír las risas, las burlas que este hombre lanzaba contra mí. Ofrece sin cesar en tus actos de adoración y de reparación y de amor para la salvación de las almas.
Sí, hija mía, ya estoy aquí; ya vengo a hacerte compañía; los dos estamos con la cruz; colócate junto a mi pecho, junto a mi pecho, a mí, para defenderte del enemigo; pero tú también defiéndeme de los ultrajes e insultos de que fui víctima en la corte de Herodes. Contempla la vergüenza y la confusión que allí pasé al oír las risas, las burlas que este hombre lanzaba contra mí. Ofrece sin cesar en tus actos de adoración y de reparación y de amor para la salvación de las almas.
Pide a mi Padre Celestial y dile cuando tengas esos sufrimientos: «Oh, Padre mío, Padre Celestial, os ofrezco estos dolores y estos sufrimientos y esta soledad, para que te dignes perdonar y sostener a esas almas cuando pasen del tiempo a la eternidad». Ya verás, hija mía; te doy esta cruz; verás qué sufrimiento; cuenta…
Luz Amparo:
Hoy Jesús sigue por el camino, todo lleno de piedras, con la Cruz al hombro. ¡Ay, está todo lleno de sangre! ¡Ay...! Los verdugos le vuelven a dar golpes, le vuelven a empujar con la Cruz; el Señor no puede más. ¡Ay, va andando, tropezando, le van dando latigazos! ¡Ay, ay, lo que pesa! ¡Ay, si no puede tampoco! ¡Ay! El hombro derecho lo tiene todo ensangrentado; le han tirado de la ropa; le han roto la túnica; le caen chorros de sudor con sangre por toda la cara. ¡Cómo sufre el Señor! Mira a todo el mundo; nadie se compadece de Él. Hace muecas de dolor; nadie tiene compasión de Él.
Hoy Jesús sigue por el camino, todo lleno de piedras, con la Cruz al hombro. ¡Ay, está todo lleno de sangre! ¡Ay...! Los verdugos le vuelven a dar golpes, le vuelven a empujar con la Cruz; el Señor no puede más. ¡Ay, va andando, tropezando, le van dando latigazos! ¡Ay, ay, lo que pesa! ¡Ay, si no puede tampoco! ¡Ay! El hombro derecho lo tiene todo ensangrentado; le han tirado de la ropa; le han roto la túnica; le caen chorros de sudor con sangre por toda la cara. ¡Cómo sufre el Señor! Mira a todo el mundo; nadie se compadece de Él. Hace muecas de dolor; nadie tiene compasión de Él.
¡Ay, cómo le miran con rabia! Tiene mucha fatiga; se cae, se cae debajo de la madera; le levantan esos hombres fuertes; a tirones le rompen la ropa; se le ve la espalda llena de sangre; le faltan los trozos; le dan patadas para que se levante.
¡Ay, los vestidos se le ve los tiene pegados en las heridas! Le agarran del cuello; le tiran del pelo; le dan con un látigo sobre el cuerpo; con los puños cerrados le dan golpes en la cara; le vuelven a dar patadas; vuelve a caer la Cruz encima de Él; vuelve a sangrar a chorros; la cara le cae sobre la tierra, sobre las piedras. ¡Ay, cómo sangra, cómo tiene la cara llena de polvo, llena de barro; no parece ni Jesús siquiera!
Viene la Virgen, le está viendo de esta forma; la Virgen se agarra el pecho; se marea la santísima Virgen; la cogen entre dos mujeres; la Virgen está sufriendo mucho. La empujan también; cae sobre una de las mujeres. El Señor la mira y le dice: «Madre mía, no sufras». ¡Qué dolor más grande! ¡Ay, qué dolor...! La Virgen le mira con los ojos muy abiertos; el Señor no la puede mirar, tiene los ojos que no los puede abrir; los tiene ensangrentados. ¡Qué cara tiene! ¡Ay, Señor! ¡Qué dolor siento! ¡Ay! El Señor sigue andando con la Cruz, la Virgen sigue detrás de Él. «No puede más —se dicen uno a otro de los verdugos—; este hombre va a morir antes de llegar al Calvario».
Entonces, llaman a un hombre que sale de entre todos los que hay allí, y le dicen: «¿Cuánto nos cobras por llevar la Cruz, ayudarle al Nazareno a llevar la Cruz?». ¡Ay, Señor!, se llama Simón, que ha cogido la Cruz del Señor; se ha vuelto a caer el Señor, le escupen otra vez, le dan golpes. El Señor mira otra vez a su Madre; su Madre le sigue, llorando, agarrada a las dos mujeres. ¡Ay, el hombro le tiene todo destrozado! Mira hacia todos; todos se están riendo de Él. ¡Ay, qué suplicio le están dando, Dios mío! ¡Ay, ay! Le dicen: «Vaya un Rey, que no puede ni con un madero». ¡Ay, ay, yo no puedo ver más esto! ¡No puedo más verlo! ¡Ay, no puedo, Señor!
Mensaje del día 8 de enero de 1982, viernes
El Señor:
Diles que tengan humildad, que honren a mi Padre y que me honren a mí, porque el que honra a mi Padre me honra a mí, porque yo bendigo a mi Padre, porque oculta sus secretos a los grandes y los descubre a los humildes, porque así lo manda Él, y yo siempre hago la voluntad de mi Padre, pues Él es el que me envió para estar entre vosotros.
Diles que tengan humildad, que honren a mi Padre y que me honren a mí, porque el que honra a mi Padre me honra a mí, porque yo bendigo a mi Padre, porque oculta sus secretos a los grandes y los descubre a los humildes, porque así lo manda Él, y yo siempre hago la voluntad de mi Padre, pues Él es el que me envió para estar entre vosotros.
Amaos los unos a los otros como yo os he amado, hasta el punto de cumplir la voluntad de mi Padre. Cumplí la voluntad de mi Padre y derramé hasta la última gota de mi Sangre por redimiros a todos del pecado.
Y ahora vas a seguir viendo otro cuadro de mi Pasión.
Luz Amparo:
Veo al Señor; ya no lleva la Cruz, va entre mucha gente, hay muchísima gente, va tropezando, le van empujando. Veo cómo una mujer sale de entre toda la gente, coge un paño, se lo da al Señor, que tiene la cara toda ensangrentada; el Señor se limpia toda la cara con ese paño; se ha secado toda la cara, se lo devuelve otra vez a esa señora. Ella lo coge y se lo guarda.
Veo al Señor; ya no lleva la Cruz, va entre mucha gente, hay muchísima gente, va tropezando, le van empujando. Veo cómo una mujer sale de entre toda la gente, coge un paño, se lo da al Señor, que tiene la cara toda ensangrentada; el Señor se limpia toda la cara con ese paño; se ha secado toda la cara, se lo devuelve otra vez a esa señora. Ella lo coge y se lo guarda.
Todos lanzan muchos gritos: «¡Vaya un Rey cobarde! Pídele a tu Padre que te salve». Le insultan, le dicen palabras muy feas. Hay muchas mujeres que sacan a niños hacia donde va el Señor; el Señor les pone la mano a los niños por encima la cabeza; a algunos de ellos los aprieta contra su..., así contra un lado. La gente se pone en medio del camino, no dejan pasar al Señor; entonces los verdugos empujan a la gente; empiezan a darle empujones otra vez al Señor. El Señor las mira a todas y les hace con la mano la señal de la cruz; entonces uno le da en una mano, en la mano con un palo.
Al Señor le vuelven a empujar y le tiran, le vuelven a dar patadas, unos por un lado, otros por otro. Los oigo que dicen unas palabras que no lo entiendo. Señor, dímelo que lo entienda; ¡ay, que yo no entiendo lo que están diciendo!
Ahora el Señor está sentado en una roca grande, una piedra. El Señor mira para arriba, al cielo, y le implora a su Padre y le dice: «¡Padre mío, Padre mío!». Luego mira a toda la gente que está allí; mira a todos con una mirada de pena. Otra vez vuelve a mirar para el cielo, y le dice: «¡Ayúdame!».
Van cuatro soldados, los mismos verdugos que le han estado dando; le tiran de la ropa, le dan unos tirones..., se le arranca la carne; tiene la espalda que le faltan los pedazos…
Ahora le quitan la corona de espinas de un tirón. Le vuelven a poner otra vez una... Una ropa de color blanco... Le ponen la corona y la empujan para abajo con fuerza; le empieza otra vez a correr la sangre por toda la cara... ¡Ay, Dios mío! ¡Ay! La ropa la tiene mojada de sangre otra vez.
Ahora le clavan la mano derecha; empiezan a estirarle el brazo izquierdo, pero el palo es más largo que el brazo y no le llega a donde han hecho el agujero. Coge uno de los verdugos y se pone encima del Señor, le aprieta, le aprieta, le tiran del brazo fuertemente; el Señor se retuerce de dolores. El del lado izquierdo empieza a tirar otra vez del brazo. ¡Ay, Dios mío! Cuando le están clavando, se oyen los ruidos de los martillazos, brota sangre de las manos. ¡Ay! Se retuerce el Señor de los dolores; el Señor dobla las piernas, se retuerce para un lado y para otro; le estiran otra vez las piernas con cuerdas, y le atan la cintura y aprietan. Los pies se los atan con una cuerda a la madera. Empieza de nuevo a sentir los martillazos en los pies. El Señor mira para arriba, para el cielo; toda la cara la tiene ensangrentada. El Señor está hablando y mira para el cielo y pide a su Padre que le ayude.
¡Ay, Dios mío, esto es horrible, esto es horrible! ¡Ay...! ¡Ay, Señor!
Mensaje del 5 de febrero de 1982, primer viernes de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
El Señor:
Sí, hija mía, como siempre, son muy horribles estos dolores. Todo por la salvación de las almas, y las almas qué poco responden a estos dolores. Es preciso sufrir, sufrir para el bien de la Humanidad; aunque la Humanidad está vacía, hija mía. La Humanidad está llena de basura. Vas a seguir viendo otro cuadro de mi Pasión.
Sí, hija mía, como siempre, son muy horribles estos dolores. Todo por la salvación de las almas, y las almas qué poco responden a estos dolores. Es preciso sufrir, sufrir para el bien de la Humanidad; aunque la Humanidad está vacía, hija mía. La Humanidad está llena de basura. Vas a seguir viendo otro cuadro de mi Pasión.
Luz Amparo:
Jesús está en la Cruz retorciéndose. Hay muchos soldados montados a caballo; uno de ellos lleva un papel, lo extiende y toca una trompeta, para que se callen y escuchen; la gente se calla y el hombre se lo lee. El papel dice: «Jesús Nazareno, Rey de los Judíos». Y dice: «Este cartel será puesto sobre la Cruz del Nazareno».
Jesús está en la Cruz retorciéndose. Hay muchos soldados montados a caballo; uno de ellos lleva un papel, lo extiende y toca una trompeta, para que se callen y escuchen; la gente se calla y el hombre se lo lee. El papel dice: «Jesús Nazareno, Rey de los Judíos». Y dice: «Este cartel será puesto sobre la Cruz del Nazareno».
Empiezan a gritar todos. ¡Qué gritos! Están diciendo: «Nosotros no tenemos más rey que el emperador de Roma. No pongas ese cartel». Todos gritan; están gritando. ¡Cuánto grita la gente! Y dicen: «Pilato, nosotros no queremos ese Rey. Ése no es Rey de los judíos; escribe esto: “Este hombre ha blasfemado diciendo que es Rey de los judíos”. Pon en ese cartel que Él ha dicho que es el Rey de los judíos». Pilato les está diciendo, muy enfadado: «Lo escrito, escrito está».
Hay muchos soldados con espadas. Hay dos hombres entre Jesús. Van a crucificarlos con Jesús; están atados. La gente mira a Jesús; le hacen burla, le hacen burla, le sacan la lengua, le escupen, se ríen de Él. Él los mira, no puede abrir los ojos; inclina la cabeza para abajo; se está muriendo. ¡Dios mío, se está muriendo! ¡Qué dolores siento más horribles! ¡Ay, qué dolores! Todo el cuerpo.
Otra vez el Señor ha levantado la cabeza. Le están insultando unos que llevan unas túnicas blancas y verdes hasta la rodilla; se ríen, se están riendo y le dicen: «Mira el milagroso; el que cura a los enfermos; el que destruye el Templo y lo construye en tres días. Bájate de la Cruz. Sálvate. Farsante». Le están diciendo hipócrita. Le miran otra vez. Se están riendo: «Mirad, vuestro Salvador y no se salva Él. Vaya un Rey de Israel. Sálvate, sálvate Tú y creeremos. Y si no, que te salve tu Padre, que es tan poderoso y tanto te quiere».
«¡Hipócrita, farsante!», le están diciendo. Los dos que han crucificado con Él le están insultando también y le están diciendo: «¿Por qué no te salvas y nos salvas a nosotros también? ¿No dicen que eres Cristo? Pues sálvate. No nos salvas porque eres un malhechor».
El Señor mira al cielo y dice: «Padre mío, Padre mío, no los condenes; perdónalos, no saben lo que están haciendo». Uno de los dos que están crucificados le dice al Señor: «Tú eres el verdadero Hijo de Dios, Jesús Nazareno. Acuérdate de mí cuando estés delante de tu Padre. Te pido perdón por todos mis pecados».
¡Ay, el Señor cómo está, Dios mío! ¡Ay, cómo está, ay! ¡Ay, cómo sufre, Dios mío! ¡Cómo se retuerce! ¡Ay, qué cara más morada tiene! ¡Ay, Dios mío!
Mensaje del día 12 de febrero de 1982, viernes
Luz Amparo:
Jesús se retuerce en la Cruz, ¡cómo está! Está todo ensangrentado, le han quitado la ropa a tirones; están repartiéndosela. Hay cuatro hombres. La túnica la quieren los cuatro, se están peleando por ella. Coge uno una moneda y les dice: «A ver si adivináis qué cara sale». Lo adivina uno; es el más gordo; le ha tocado la túnica; se ha quedado con ella. Los otros quieren también la túnica, pero uno, riéndose, le dice: «Quédate con ella, vístete de rey». Se la pone y los otros tres empiezan a reír. «Mira —dice uno—, si se parece al Nazareno. ¿También haces milagros?». Y se ríen los cuatro.
Jesús se retuerce en la Cruz, ¡cómo está! Está todo ensangrentado, le han quitado la ropa a tirones; están repartiéndosela. Hay cuatro hombres. La túnica la quieren los cuatro, se están peleando por ella. Coge uno una moneda y les dice: «A ver si adivináis qué cara sale». Lo adivina uno; es el más gordo; le ha tocado la túnica; se ha quedado con ella. Los otros quieren también la túnica, pero uno, riéndose, le dice: «Quédate con ella, vístete de rey». Se la pone y los otros tres empiezan a reír. «Mira —dice uno—, si se parece al Nazareno. ¿También haces milagros?». Y se ríen los cuatro.
¡Ay, cómo está Jesús, Dios mío!, se está muriendo. ¡Ay, ay, Dios mío, ay, qué dolores tan grandes siento! ¡Ay, qué dolores, Madre mía! ¡Qué negro tiene el cuerpo el Señor! ¡Qué dolores siento tan horribles! ¡Ay, ay, ay, qué dolor! ¡Ay, qué dolor! ¡Ay, cómo abrasa el Sol, qué dolor tan horrible!... Se está nublando el Sol, ¡ay!, parece que va a llover. ¡Qué oscuro se está poniendo, qué truenos! ¡Ay! No se ve, hay mucha niebla, ¡ay! La gente corre, ¡cómo corre la gente! Hay muchos truenos; el Señor se está quedando solo, nadie le hace caso. ¡Oh, Dios mío! El Señor dice: «Todos me abandonan». La Virgen se agarra a la Cruz, está llorando amargamente. ¡Ay, qué dolor! ¡Ay, está llorando!
El Señor la mira; hay otras dos mujeres con Ella; se abrazan a la Cruz. También hay un hombre con el pelo muy largo. No sé quién es. Coge a la Virgen por los hombros y la abraza. Dicen que es Juan, ¡ay! El Señor dice a la Virgen: «Mujer, he ahí a tus hijos». Y luego dice: «Hijos, ahí está vuestra Madre, cuidadla».
El Señor se está muriendo. Ahora sí que se está muriendo. ¡Qué dolor! Siento mucha sed. Él también tiene mucha sed; por eso dice: «Tengo sed». Mojan un trapo en la vara del látigo en un vaso que tiene un líquido como vino; lo mojan y se lo ponen en la boca. ¡Ay, qué malo está! ¡Ay, qué malo! Pero, ¿cómo le dan eso? Pero ¡qué malos son!, ¿cómo le dan eso? El gordo ese, ¡qué malo es! No darle ni un poquito de agua... ¡Ay, Dios mío! ¡Oh, pobrecito, qué mal está! ¡Ay, Dios mío, qué pena! El Señor abre la boca, tiene mucha fatiga, se está muriendo. ¡Ay, qué fatiga! ¡Ay, qué fatiga! ¡Ay, qué fatiga! El Señor dice: «Todo está consumado. Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado? En tus manos encomiendo mi espíritu».
El Señor:
Sí, hija mía, todos me abandonaron, todos, hasta mis discípulos me dejaron solo en ese momento. Yo gritaba, pero, a pesar de mis gritos, nadie me oía en esos momentos tan terribles. Se ríen de mí, se burlan, me llaman farsante, no tienen compasión de mí; mis huesos están descoyuntados; mi corazón se derrite en mis entrañas por el fuego del Sol; mi garganta está seca; la lengua se me pega al paladar; la muerte me llega, pero nadie siente compasión; me taladraron los pies y las manos; me miran con burlas, se mofan de mi dolor. ¡Hasta dónde llega la ingratitud de los hombres! No tienen compasión, son crueles, me ven en la agonía y se siguen burlando.
Sí, hija mía, todos me abandonaron, todos, hasta mis discípulos me dejaron solo en ese momento. Yo gritaba, pero, a pesar de mis gritos, nadie me oía en esos momentos tan terribles. Se ríen de mí, se burlan, me llaman farsante, no tienen compasión de mí; mis huesos están descoyuntados; mi corazón se derrite en mis entrañas por el fuego del Sol; mi garganta está seca; la lengua se me pega al paladar; la muerte me llega, pero nadie siente compasión; me taladraron los pies y las manos; me miran con burlas, se mofan de mi dolor. ¡Hasta dónde llega la ingratitud de los hombres! No tienen compasión, son crueles, me ven en la agonía y se siguen burlando.
Mensaje del día 9 de abril de 1982, viernes
El Señor:
Sí, hija mía, este tormento lo acepté por amor a toda la Humanidad; por amor a los humanos, acepté las burlas, las bofetadas, los salivazos, las calumnias; estos sufrimientos los recibe mi cuerpo diariamente por la perversidad de los hombres. Por eso los formadores, con apariencia de santos, que hacen y deshacen sin cesar, están diariamente arrastrando multitud de almas al abismo. Esos malos pastores que rehúsan entrar en mi rebaño, que son veletas y cambian mi doctrina como el viento. Todos éstos no entrarán en mi Reino. El que quiera entrar en mi Reino tiene que coger mi Cruz y seguirme. El camino para llegar a mí es la luz, la oración y el sufrimiento.
Sí, hija mía, este tormento lo acepté por amor a toda la Humanidad; por amor a los humanos, acepté las burlas, las bofetadas, los salivazos, las calumnias; estos sufrimientos los recibe mi cuerpo diariamente por la perversidad de los hombres. Por eso los formadores, con apariencia de santos, que hacen y deshacen sin cesar, están diariamente arrastrando multitud de almas al abismo. Esos malos pastores que rehúsan entrar en mi rebaño, que son veletas y cambian mi doctrina como el viento. Todos éstos no entrarán en mi Reino. El que quiera entrar en mi Reino tiene que coger mi Cruz y seguirme. El camino para llegar a mí es la luz, la oración y el sufrimiento.
Mensaje del día 25 de junio de 1983, sábado
Prado Nuevo (El Escorial)
Luz Amparo explica después: «Vi al Señor en la Cruz, y a la santísima Virgen agarrada a la Cruz con la cabeza en el suelo. Dos mujeres tratan de levantar y consolar a la santísima Virgen».