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Mensaje del día 25 de diciembre de 1981, viernes

Festividad: Natividad del Señor

Luz Amparo:
¡Ay, ay, Señor! ¡Ay, Dios mío!... (Luz Amparo pasa unos momentos de intensos dolores).
El Señor:
Sí, hija mía, ya estoy aquí; ya vengo a hacerte compañía; los dos estamos con la cruz; colócate junto a mi pecho, junto a mi pecho, a mí, para defenderte del enemigo; pero tú también defiéndeme de los ultrajes e insultos de que fui víctima en la corte de Herodes. Contempla la vergüenza y la confusión que allí pasé al oír las risas, las burlas que este hombre lanzaba contra mí. Ofrece sin cesar en tus actos de adoración y de reparación y de amor para la salvación de las almas.
Hoy me vas a consolar. Te voy a dar un mensaje, pero este mensaje no va a ser muy largo. Hoy quiero que me consueles porque en estas fechas se condenan muchas almas; quiero que no te separes de mí. Pídele a mi Padre que perdone a tantas almas ingratas que le están ofendiendo; dile, también, que con tu pequeñez estás dispuesta a reparar las ofensas que recibe; dile también que aunque eres una víctima muy miserable, que te cubra con la Sangre de mi Corazón.
Pide perdón para todas esas almas, une tus sentimientos al celo y al ardor que me devora; no quiero que esas almas se aparten de mí; las amo tanto, aunque me están ofendiendo constantemente. Las amo y quiero decirles a todas que quiero que sepan que estoy sufriendo por todas ellas; si ellas supieran la predilección que tengo por esas almas que piden perdón de sus culpas y que se arrepienten.
No me dejes solo, date cuenta que hay muchas almas que me tienen olvidado, y hay tantas que se preocupan sólo de divertirse y no se preocupan de su alma; hasta mis propias almas escogidas me abandonan y me dejan solo días enteros; aunque las hablo, no quieren escucharme, porque su corazón está demasiado apegado a las cosas de la Tierra. Tú no sabes, hija mía, cuánto consuelo siento con esas almas cuando me hacen compañía; no se pueden figurar hasta qué punto las ama mi Corazón.
Hay almas que son unas grandes pecadoras, pero se arrepienten y estas almas son las que verdaderamente llevan mi cruz. ¡Qué alegría cuando esas almas confiesan sus culpas y qué alivio siento sobre mis sufrimientos cuando veo que se arrepienten! ¡Esas almas que han pecado tanto, muchas son las que aman de veras! Sí, hija mía, ¡qué dolor tengo cuando veo que hay muchas almas que no quieren aceptar mi cruz! Por eso tenemos que sufrir los dos juntos para ayudar a esas almas que no se quieren arrimar a mí.
Pide a mi Padre Celestial y dile cuando tengas esos sufrimientos: «Oh, Padre mío, Padre Celestial, os ofrezco estos dolores y estos sufrimientos y esta soledad, para que te dignes perdonar y sostener a esas almas cuando pasen del tiempo a la eternidad». Ya verás, hija mía; te doy esta cruz; verás qué sufrimiento; cuenta…
Luz Amparo:
Hoy Jesús sigue por el camino, todo lleno de piedras, con la Cruz al hombro. ¡Ay, está todo lleno de sangre! ¡Ay...! Los verdugos le vuelven a dar golpes, le vuelven a empujar con la Cruz; el Señor no puede más. ¡Ay, va andando, tropezando, le van dando latigazos! ¡Ay, ay, lo que pesa! ¡Ay, si no puede tampoco! ¡Ay! El hombro derecho lo tiene todo ensangrentado; le han tirado de la ropa; le han roto la túnica; le caen chorros de sudor con sangre por toda la cara. ¡Cómo sufre el Señor! Mira a todo el mundo; nadie se compadece de Él. Hace muecas de dolor; nadie tiene compasión de Él.
¡Ay, cómo le miran con rabia! Tiene mucha fatiga; se cae, se cae debajo de la madera; le levantan esos hombres fuertes; a tirones le rompen la ropa; se le ve la espalda llena de sangre; le faltan los trozos; le dan patadas para que se levante.
¡Ay, los vestidos se le ve los tiene pegados en las heridas! Le agarran del cuello; le tiran del pelo; le dan con un látigo sobre el cuerpo; con los puños cerrados le dan golpes en la cara; le vuelven a dar patadas; vuelve a caer la Cruz encima de Él; vuelve a sangrar a chorros; la cara le cae sobre la tierra, sobre las piedras. ¡Ay, cómo sangra, cómo tiene la cara llena de polvo, llena de barro; no parece ni Jesús siquiera!
Viene la Virgen, le está viendo de esta forma; la Virgen se agarra el pecho; se marea la santísima Virgen; la cogen entre dos mujeres; la Virgen está sufriendo mucho. La empujan también; cae sobre una de las mujeres. El Señor la mira y le dice: «Madre mía, no sufras». ¡Qué dolor más grande! ¡Ay, qué dolor...! La Virgen le mira con los ojos muy abiertos; el Señor no la puede mirar, tiene los ojos que no los puede abrir; los tiene ensangrentados. ¡Qué cara tiene! ¡Ay, Señor! ¡Qué dolor siento! ¡Ay! El Señor sigue andando con la Cruz, la Virgen sigue detrás de Él. «No puede más —se dicen uno a otro de los verdugos—; este hombre va a morir antes de llegar al Calvario».
Entonces, llaman a un hombre que sale de entre todos los que hay allí, y le dicen: «¿Cuánto nos cobras por llevar la Cruz, ayudarle al Nazareno a llevar la Cruz?». ¡Ay, Señor!, se llama Simón, que ha cogido la Cruz del Señor; se ha vuelto a caer el Señor, le escupen otra vez, le dan golpes. El Señor mira otra vez a su Madre; su Madre le sigue, llorando, agarrada a las dos mujeres. ¡Ay, el hombro le tiene todo destrozado! Mira hacia todos; todos se están riendo de Él. ¡Ay, qué suplicio le están dando, Dios mío! ¡Ay, ay! Le dicen: «Vaya un Rey, que no puede ni con un madero». ¡Ay, ay, yo no puedo ver más esto! ¡No puedo más verlo! ¡Ay, no puedo, Señor!
El Señor:
Sí, hija mía, ya sé que estás sintiendo el mismo dolor. Todo por la Humanidad, esta Humanidad tan vacía. Date cuenta que mi boca no se abrió durante las afrentas de que fui víctima en mi Pasión. Y sigo sufriendo durante todos los días por tantos pecadores; y con este sufrimiento no tengo más deseo que el de salvar almas y el de glorificar a mi Padre y devolverle la honra que el pecado le había quitado, y no pienso nada más que reparar las ofensas de los hombres. Por eso me someto constantemente con profunda humildad y todo lo que Él dispone. Hago su voluntad.
(Palabra ininteligible)..., hija mía, diles a todos los pecadores que no huyan de mí, que vengan todos, porque estoy siempre esperándolos como el Padre con los brazos abiertos para darles vida y una vida... (Palabras que no se entienden).
Y tú, hija mía, sé fuerte, no te dejes vencer por el enemigo. Tú comprende que te he escogido, y no te voy a dejar como un juguete, para que ese cruel enemigo haga y deshaga. No permitiré que Satanás engañe a mis almas escogidas. No tengas miedo, ten confianza en mí, que soy tu Padre, y en un Padre Bueno no hay más que amor y misericordia. Date cuenta que mi Madre te ha amado y te ha guardado, y yo también te amaré y te guardaré siempre con ternura y misericordia.
Rezad el santo Rosario con mucha devoción. El Rosario tiene mucho poder. Ofrécelo para salvar muchas almas. Hazlo con mucho amor.
Déjate guiar por tu padre espiritual. Cuando te veas afligida, pídele consejo, pídele ayuda, que él te la dará.
No te resistas, no digas que no puedes más. Date cuenta que todos estos sufrimientos, con amor y ofreciéndolos al Padre Eterno, puede ser... (Palabra ininteligible) la salvación de la Humanidad.
No temas cada vez que yo permita que sufras estas penas de dolor; acéptalas con amor y agradecimiento. Date cuenta que, a pesar de tus faltas, te he preservado de caer eternamente en el abismo del Infierno. Ten ardiente celo por la salvación de los hombres. Ofrece tus sacrificios para darnos muchas almas, pues date cuenta que es lo que más feliz me hace: la salvación de las almas.
Adiós, hija mía, te echo mi santa bendición.
La Virgen:
Sí, hija, no temas, no temas por sufrir tantos dolores, tanta ignominia. Date cuenta que cuando mi Hijo te pide una cosa, te da la gracia para poderla llevar. Tú considera que todo lo que mi Hijo te pide, todo es por su bondad, por su amor a las almas. Acepta con humildad todo lo que mi Hijo te manda. No te resistas, hija mía, pues es un corazón muy grande para... (Palabras que no se perciben con claridad) lo que mi Hijo te ha dado.
Adiós, hija mía. Rezad el santo Rosario todos los días con mucha devoción. Díselo a todos, que lo recen con mucho amor y que piensen, cuando lo recen, en cada avemaría, y en cada gloria, y en cada padre- nuestro... (Palabras en tono muy bajo, que no se entienden).
Y tú, hija mía, pon gran humildad para salvar almas, hija mía, y mucho amor. Déjate que mi Hijo haga lo que quiera de ti, pero sé humilde y pide a todos que tengan mucha humildad, que sin humildad no consiguen nada.
También pide mucho por tu padre espiritual, porque también recibirá muchas pruebas.
Adiós, hija mía. Adiós.