A continuación se muestran todos los mensajes del año seleccionado:

Mensaje del día 1 de enero de 1983, primer sábado de mes

Festividad: Santa María, Madre de Dios

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, soy vuestra Madre, os traigo la paz a la Tierra; pero los hombres, hija mía, forman la guerra. Soy Madre, hija mía, de todos los habitantes de la Tierra. Vengo, hija mía, llena de dolor, pero también vengo llena de misericordia y de amor para todos mis hijos. Yo derramo, hija mía, gracias para toda la Humanidad, pero esta Humanidad, hija mía, me corresponde con toda clase de pecados, de crímenes y de burlas, hija mía.
Quiero, hija mía, que todos se salven; por eso, mi Hijo bajó a la Tierra, para que se mofaran de Él y le diesen muerte de cruz, para que pudierais conseguir el Cielo, hijos míos. Pero, para conseguir el Cielo, hay que cumplir, hijos míos, con las reglas que el Padre Eterno ha puesto para toda la Humanidad; y muchos, hijos míos, no queréis cumplir esas reglas; os vais al camino del pecado y de la perdición de vuestra alma. Yo os quiero a todos, hijos míos, pero os quiero muy pequeños, muy pequeños, para que luego os pueda llevar muy alto a las moradas de mis escogidos, hijos míos.
Pensad, hijos míos, que existen los Infiernos, también pensad que existen los cielos, y que cada uno recibirá según sus obras, hijos míos. ¡Cuántos hijos han venido heridos de su alma y se han marchado curados con mi gracia, hijos míos!
Mira, hija mía, como está mi Corazón, hija mía; quita una sola espina de un alma consagrada... No toques más, hija mía, no toques más, estas espinas son de mis almas consagradas. Hija mía, los dejé, hija mía, como pastores de mi Iglesia y ¿qué han hecho de mi Iglesia? Casa de ladrones y de pecado. Quiero, hijos míos, que en este lugar se levante una capilla en honor a mi nombre y que se reúnan todos aquéllos que quieran ser apóstoles de los últimos tiempos; que vengan a meditar, para la salvación del mundo.
Escribe un nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... (Luz Amparo escribe en el aire de derecha a izquierda). Ya hay otra alma más en el Libro, hija mía, nunca se borrarán estas firmas.
Haced oración, hijos míos, haced sacrificios; os quiero a todos con todo mi Corazón.
Quiero, hijos míos, que meditéis la Pasión de mi Hijo; está muy olvidada, hijos míos.
Os quiero a todos, pero quiero que os hagáis pequeños, muy pequeños, hija mía, para que vuestra Madre os pueda rescatar de las asechanzas del enemigo, hija mía.
Bebe, hija mía, otras gotas del cáliz del dolor... Hija mía, qué amargo está el cáliz; así está mi Corazón. Esta amargura diariamente la siente mi Corazón por todos mis hijos sin distinción de razas. Hijos míos, no mezcléis políticas en mis rosarios; las políticas no sirven al hombre nada más que para su propia condenación.
También pido, hija mía, que hagáis sacrificio por esas almas consagradas, ¡los quiero tanto!... y qué mal nos corresponden, hija mía. También deseo la paz, hijos míos; no busquéis la guerra, quiero que sembréis la paz por todo el mundo. Humildad, hijos míos, humildad es lo que pido, sin humildad no se puede alcanzar el Cielo. Siempre, hijos míos, buscamos almas humildes e incultas, para que los poderosos..., para confundir... (Palabras ininteligibles en esta última frase). Hija mía, ofrécete como víctima para expiación de todos los pecados del mundo.
Os bendigo, hijos míos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Adiós, hija mía, adiós.

Mensaje del día 6 de enero de 1983, jueves

Festividad: La Epifanía del Señor

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hija mía, hoy es un día muy importante, hija mía, especialmente para los niños. Yo os voy a pedir un regalo, hijos míos: que todos aquéllos que no se hayan arrimado a la Eucaristía, hijos míos, que se preparen y lo hagan. No seáis herodes, hijos míos, os quiero cirineos para poder entregaros mi Hijo la Cruz. También os quiero que os hagáis como niños para poderos trasplantar en el jardín de los escogidos.
Hijos míos, ayudad a mi Hijo a descargarse de esa cruz que lleva constantemente para la salvación de todas las almas. Hijos míos, el Padre Eterno os está esperando con los brazos abiertos. Pensad, hijos míos, que el Castigo está muy próximo; enmendad vuestras vidas, poneos a bien con Dios, hijos míos.
Os pido este regalo, hijos míos: que seáis humildes, humildes para poder entrar en las moradas celestiales. También me agrada, hijos míos, que hagáis vigilias en reparación de todos los pecados del mundo.
Como los hombres no dejen de ofender a Dios, el Castigo, hijos míos, está a las puertas del... (Palabra ininteligible), hijos míos. Haced sacrificios, hijos míos, haced caso de vuestra Madre, que vuestra Madre os quiere con todo su corazón, hijos míos. Mira, hija mía, cómo está mi Inmaculado Corazón... ¡Qué dolor siente este Corazón por todos mis hijos, por todos sin distinción de razas, hijos míos!
Quita una espina. ¡Qué pocas se purifican, hija mía!... No toques más; éstas les queda mucho todavía que purificarse, hija mía.
Escribe otro nombre, hija mía. ¡Cuántos se están salvando en el Libro de la Vida!... ¡Cuántos se están salvando, hijos míos, por medio de vuestras oraciones! Besa el Libro, hija mía…
Besa el suelo, hija mía... Esto, hija mía, son actos de humildad que pueden, hija mía, ayudar a muchas almas. Pide, hija mía, por mis almas consagradas, ¡las amo tanto, hija mía, y qué mal me corresponden!
Bebe, hija mía, otras gotas del cáliz del dolor... Ya queda poco, hija mía, de este cáliz. No puedo sujetar el brazo de mi Hijo, hija mía. Es preciso apurar hasta la última gota, para ver si se salva la tercera parte de la Humanidad, hija mía. ¡Qué ingratos son! No hacen caso de mis mensajes.
Quiero sacrificio, sacrificio, hijos míos. Y tú, hija mía, déjate humillar. Piensa, hija mía, que todo el que se humille será ensalzado en la presencia del Padre.
Ofrécete como víctima, hija mía, en reparación de todos los pecadores. Vuelve a besar el suelo... Esto, hija mía, ofrécelo por mis almas consagradas.
Hija mía, el Castigo está muy próximo. Confesad vuestras culpas, hijos míos, arrimaos a la Eucaristía.
Pensad que, en cualquier momento, el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para segar la mies seca de la Tierra; y esto, hijos míos, puede suceder en un segundo.
Yo os bendigo, hijos míos, como mi Hijo os bendice en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Adiós, hija mía, adiós.

Mensaje del día 14 de enero de 1983, viernes

San Lorenzo de El Escorial

La Virgen:
¡Qué ingratos, hija mía! Quiero que hagas cada día más sacrificios. Quiero que tu sufrimiento sirva para cambiar la Humanidad. Mira mi Corazón; está dolorido por la ingratitud de los hombres.
Habla con los humanos. El Castigo está muy cerca. Diles que cambien sus vidas, que el tiempo está muy cerca. Bajará mi Hijo en una nube blanca rodeado de ángeles. Que cumplan con los mandamientos de la Ley de Dios. Diles que Dios Padre es misericordioso, pero también muy severo.
Mira cómo tengo mi Corazón. Sólo puedes quitar una espina; arráncala sin miedo de mi Corazón; tira fuerte hija mía, no te la claves tú, tírala... Escribe otro nombre, hija mía... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida. Besa el Libro, hija mía. Mira, éste es otra clase de castigo... (Según descripción posterior de Luz Amparo, se refiere a los tres días de tinieblas. Durante este tiempo, cada uno verá lo que ha hecho durante toda su vida; esto producirá intenso dolor. Ha manifestado ella haberlo experimentado en sí misma). Este dolor lo sentirán diariamente en sus carnes.
Mira esta morada, hija mía; en recompensa de tu sufrimiento vas a ver otra clase de premio. ¡Qué felicidad sientes en tu cuerpo!... Vale la pena sufrir para alcanzar este premio. Mira qué almas, qué luz desprenden de su cuerpo... (Puede contemplar una morada celestial llena de luz. Ve personas rodeadas de luz gozando de la presencia de Dios. Está allí Jesucristo, de cuyo cuerpo emana una luz que transmite felicidad).
A los humanos, hija mía, diles que vivan en el santo temor de Dios; que todos se salven. Yo quiero que se purifiquen, hija mía. ¡Qué dolor sientes, hija mía, al ver que tantas almas no van a sentir la felicidad que tú has experimentado! Ese mismo dolor siento yo. Diles que se arrepientan, que cambien sus vidas. ¡Qué poco imitan a mi Hijo! Que cambien de vida, que el Castigo está muy cerca, que cambien, hija mía.
Tenéis que cumplir estas virtudes: pureza, humildad, sacrificio acompañado de caridad y oración. Bebe otras gotas del cáliz del dolor. Se está acabando este cáliz, y cuando el cáliz se acabe, el mundo se verá envuelto en llamas. El Castigo no se evitará; pero con oración Dios Padre dará más oportunidades, para que se salven más almas. Que se arrepientan, que el Padre Eterno los está esperando con los brazos abiertos; quiere abarcar toda la Humanidad; que se arrepientan... Esta amargura es la que siente mi Corazón por los pobres pecadores. Yo lo siento sin distinción de razas. Haz oración, haz sacrificio, que el tiempo está próximo y las almas se están precipitando al abismo. No os durmáis, que en cualquier momento Dios Padre os puede arrebatar la vida. Haced oración, sacrificio también pido.
El tiempo apremia. Haced vigilias y Vía Crucis. Acudid a la Eucaristía, no os abandonéis, que mi Hijo está muy triste esperándoos; consoladle. Y tú refúgiate en mi Corazón, que nunca te abandonará. Vas a recibir pruebas muy duras; no te dejes ingresar en ningún sitio. El enemigo quiere destruir esto. Sé astuta, sé astuta como una serpiente, pero sé humilde como una paloma. Sin humildad no se puede conseguir el Cielo.
Serás humillada y calumniada; pero piensa que a mi Hijo lo humillaban y calumniaban, y se dio a la Humanidad para la salvación de las almas. Pide por las almas consagradas; ¡qué pena me dan!
Adiós, hija mía. Os bendigo a todos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Adiós.

Mensaje del día 20 de enero de 1983, jueves

San Lorenzo de El Escorial

La Virgen:
Hija mía, vas a tener muchas pruebas en este mundo. Ofrécete como víctima en reparación por las almas. Varios obispos no hacen caso de mis llamamientos; quieren destruir esto. Sé astuta como la serpiente y sencilla como la paloma. Varios pastores, hija mía, por su vida de impiedad y abandono en la oración, están labrando ellos mismos su condenación. Haz sacrificios por el Vicario de Cristo. El Vicario está en un gran peligro. Haz sacrificios; ¡pobre Vicario!, va a sufrir mucho, hija mía. Yo estaré con él en el último momento.
Vendrán grandes calamidades sobre la Humanidad. Grandes terremotos; ciudades enteras quedarán destruidas. ¡Qué pena de almas! Muchos pastores de la Iglesia se han hecho asalariados. ¡Qué pena de almas! ¡Están al borde del abismo! Pagarán por todas las almas que arrastran al abismo. Hacen de la Iglesia guarida de ladrones y de pecado.
No te dejes ingresar; recibirás pruebas muy duras. No creerán; no quieren escucharme; no hacen caso. ¡Qué pena me dan esas almas! No quieren aceptar nuestras palabras.
No tengas miedo, acude a esa cita. Yo estaré contigo. Sé muy humilde en todos los momentos. Intentarán destruirlo todo; pero estando yo con vosotros, no tengáis miedo. El cáliz del dolor se está acabando. Todo el que se llame hijo de Dios, que no niegue a mi Hijo. Al que niegue a mi Hijo, los ángeles lo negarán a él. ¡Cuántos anticristos hay entre los humanos, que quieren apoderarse de las almas!
Muchos sacerdotes, por su mala vida, por su falta de piedad, arrastran muchas almas diariamente al fondo del abismo. Que hagan oración; que no se abandonen; que se arrepientan. Que los quiero a todos, que todos son mis hijos, ¡que cambien sus vidas!
¡Cuánto me agradó la vida de santa Teresa!: sus oraciones constantes y su penitencia para la salvación de las almas. Pocos conventos viven la propia regla. Hay conventos que ofenden a Dios y viven en relajación. Algunos conventos no son casa de oración, sino casa de recreo. ¿Qué han hecho de sus reglas? Las flores de esos conventos se están marchitando. Que hagan más oración y piensen más en Dios.
Está llegando el momento en el que el Hijo del Hombre no traerá la paz a los hombres, sino la guerra entre los humanos. Ya está la guerra: padres contra hijos, nuera contra suegra... El fin de los tiempos está llegando y la Humanidad no quiere saber nada. Van sembrando pecado sobre pecado y crímenes por todas partes. Ellos mismos se están precipitando en el fondo del abismo.
Estad preparados, que en cualquier momento puede mandar Dios a sus ángeles, como el ladrón entra sin avisar.
Pensad que para nosotros el alma es más importante que el cuerpo. Pensad que el Reino de Dios está muy cerca, y el Hijo de Dios vendrá en una nube para retribuir a cada uno según sus obras.
Sed humildes. Con la humildad podéis alcanzar el Cielo. Para llegar al Cielo hay que coger la cruz y seguir a mi Hijo. Cada vez se precipitan más millares y millares de almas al abismo.
Pedid al Padre Eterno. No penséis nunca que el Padre Eterno es un tirano; es un Padre misericordioso, pero a la vez es Juez severo. Estoy dando pruebas constantemente a la Humanidad. Pensad que el enemigo está en los cuatro ángulos de la Tierra. El enemigo está al acecho para apoderarse de las almas.
Con humildad y sacrificio os salvaréis, hijos míos. Haced visitas al Santísimo, Jesús os espera. Recibid todas las pruebas con humildad.
Este mundo está lleno de envidias y de impurezas. No seáis «caínes», sed como Abel. No ofrezcáis a Dios los peores frutos de vuestra cosecha; ofreced los mejores. Sed azucenas. Refugiaos sobre mi Corazón. No quiero que os condenéis; quiero salvaros. ¡Qué tristeza siente mi Corazón cuando un hijo mío se precipita al abismo! Tú eres madre. Si uno de tus siete hijos se precipitase al fondo del abismo, ¡qué dolor tan profundo sentirías! Piensa en mi Corazón de Madre, ¡qué dolor tan profundo siente cuando millares de sus hijos se condenan para toda la eternidad por su propia voluntad! Diariamente me rechazan. Pensad que mi Hijo está con una cruz cargado sin descansar, para salvar a la Humanidad desagradecida. Faltan segundos para la destrucción de varias naciones. No hacen caso. Quiero que hagáis sacrificio y oración.
No te duermas, hija mía; mientras duermes, las almas se están condenando. Haz sacrificio y oración. Yo estaré contigo. Sé fuerte. Recibirás muchas pruebas por todos aquéllos que se llaman pastores de la Iglesia, que no quieren escuchar nuestra voz. Pero piensa: estando Dios contigo, ¿a quién puedes tener miedo? Piensa que el enemigo jamás podrá destruir las cosas de Dios. Vendrán grandes castigos. El enemigo formará en el aire una guerra con armas atómicas. ¡Cuántos cuerpos volarán por el aire y la piel se desprenderá de esos cuerpos! Millares de ojos lo verán y aun así no lo creerán.
El planeta Tierra está a punto de destruirse. Con oraciones y sacrificios, ¡cuántas almas se pueden salvar! Muchas almas se condenan porque nadie reza por ellas. Hablad de Dios y extended los mensajes de vuestra Madre por todo el mundo.
Rusia es el azote de toda la Humanidad; pedid que se convierta. Querrá destruir con artefactos atómicos la Humanidad. Con vuestras oraciones y vuestros sacrificios puede convertirse. Recibiréis vuestra recompensa por vuestros sacrificios. Recordad que Dios dijo que todo el que salve almas, salvará la suya. No debéis tener miedo; seguid adelante con humildad. Sed apóstoles de los últimos tiempos. Tenéis que ayudar a muchas almas que están en gran peligro.
Mira mi Corazón, hija mía, no tiene ni un «huequecito» sin espinas. ¡Qué dolor siente por todos sus hijos sin distinción de razas! No puedes tocarlo; ni un alma está purificada. Ofrece tus dolores por las almas consagradas, ¡las quiero tanto!, pero qué mal corresponden a mi amor... (Luz Amparo llora e intenta tocar el Corazón de la Virgen). No lo puedes tocar, hija mía; no lo toques, que están muy profundas. ¡Cómo sangra mi Corazón!
Escribe otro nombre, hija mía. Hay veintitrés nombres escritos en el Libro de la Vida. Estos nombres no se borrarán jamás... Besa el Libro, hija mía…
Bebe del cáliz del dolor, hija mía; se está acabando... Está amargo, hija mía; esta amargura es la que siente mi Corazón de ver que la Humanidad no hace caso de mis avisos. Cuando el cáliz quede apurado, vendrá el Castigo sobre la Tierra. Sed humildes y no os abandonéis.
Os doy mi santa bendición, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Humildad os pido, hijos míos.
Adiós.

Mensaje del día 22 de enero de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

Durante casi dos minutos habla en idioma desconocido
La Virgen:
...Hija mía, hija mía, este mensaje es privado para ti; tú lo entiendes, hija mía.
No te abandones, hija mía, mi Hijo estará contigo. Muchos sacerdotes, hija mía, se han abandonado en la oración. Algunos obispos, cardenales, hija mía, no hacen caso de mis mensajes; no escuchan mi palabra; se abandonan en la oración y en el sacrificio; van sembrando ellos mismos su propia condenación, hija mía. El Vicario de Cristo está en un gran peligro... (Palabra ininteligible). La masonería está metida dentro; haced sacrificio y oración. Será un gran mártir, hija mía; yo estaré con él hasta el último momento. ¡Cómo se han abandonado esas almas consagradas, hijos míos!; ¡qué pena me dan todos ellos!
Tú, hija mía, ofrécete como víctima para la salvación de los pobres pecadores; vas a seguir recibiendo pruebas muy duras, hija mía. No te dejes tocar, no te dejes ingresar en ningún sitio, hija mía; están intentando destruir todo esto. Y todo aquél que haya recibido un testimonio, me agradaría, hija mía, que lo diera, porque son cirios, como te he dicho en otras ocasiones, para poder salvar muchas almas. Hija mía, piensa en mi Hijo, hija mía.
Hijos míos, hijos míos, os quiero a todos con todo mi Corazón. No os abandonéis; pensad, hijos míos, que está próximo a venir el Hijo del Hombre, para juzgar a toda carne del género humano, hijos míos. El tiempo se aproxima y los hombres no dejan de ofender a Dios.
Tú, hija mía, te sigo repitiendo: sé astuta como la serpiente y sé sencilla como la paloma, hija mía.
Querrán confundirte, hija mía, los pastores de la Iglesia; ¿qué han hecho de mi Iglesia, hija mía? ¡Qué pena! Bebe, hija mía, otras gotas del cáliz del dolor; ya queda poco, hija mía; cuando el cáliz se acabe, hija mía, vendrá un gran castigo sobre toda la Tierra, hija mía. Bebe unas gotas... Está muy amargo, hija mía; te repito que esta amargura la siento yo por todos mis hijos, por todos sin distinción de razas. Quita una espina, hija mía, una sola; mi Corazón está cercado... Arráncala, hija mía. No toques más, no toques más, están sin purificar.
Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Otro nombre, hija mía, que no se borrará jamás.
Sé humilde, hija mía, recibirás muchas pruebas; ofrécete como víctima en reparación de todos los pecados del mundo.
Mira, hija mía, el premio que os espera a todo el que quiera cumplir con las reglas del Padre, hija mía; esto les espera. Procurad, hijos míos, entregar vuestras obras al Padre Eterno... (Luz Amparo hace exclamaciones de admiración al ver una morada celestial con mucha luz y personas sumamente felices en ella). Todo el que quiera llegar aquí, hija mía, tiene que ser por el camino del dolor y del sufrimiento. Pedid al Padre Eterno, hijos míos, que os está esperando; es misericordioso, hijos míos, pero también pensad que es un juez muy severo.
Y tú, hija mía, humíllate, que el que se humille será subido muy alto, hija mía. Besa el suelo, hija mía... Por mis almas consagradas, hija mía. Levántate; esto es un acto de humildad, para que todo el mundo se fije, hija mía; ofrécelo por la conversión de Rusia. Rusia será el azote de la Humanidad; está preparando, hija mía, la guerra atómica; será una lucha en el aire; los ángeles de Dios con los enemigos de la Tierra.
Arrodíllate, hija mía; vuelve a besar el suelo... Este acto de humildad es por todos los pecadores.
Muchos se ríen de mis palabras, hija mía, pero cuando se presenten ante el Padre Celestial, hija mía, allí estaré yo como Mediadora para la salvación de toda la Humanidad. Quiero, hija mía, que se salven todos mis hijos. Piensa, hija mía, que tú eres madre de siete hijos; si uno de tus hijos lo ves precipitarse en el fondo del abismo, ¡qué dolor sentirías, hija mía! Piensa en el dolor que siente mi Corazón al ver cómo millares de hijos se precipitan en el fuego eterno, hija mía.
Oración quiero, hija mía, pero la oración tiene que estar acompañada del sacrificio, hijos míos.
Mira cómo sangra mi Corazón..., mi Corazón Inmaculado, hija mía. Y al final este Corazón Inmaculado será el que triunfará, hija mía. Pedid a este Corazón, que os espera lleno de misericordia y de amor y perdón, hijos míos.
Y tú, hija mía, te sigo repitiendo: sé astuta, hija mía. Intentarán confundirte, hija mía; piensa que estamos contigo, y estando Dios contigo y tu santa Madre, ¿a quién puedes tener miedo, hija mía? Pero sé humilde y no te abandones en la oración.
Os bendigo, hijos míos, como mi Hijo os bendice en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
También me agrada, hija mía, que cuando recéis el santo Rosario, lo recéis pausadamente, pensando lo que significa cada palabra. En el «Dios te salve, María», hija mía, rezadlo así: «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo; bendita eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús». Pero, hijos míos, meditad cada ave- maría, hija mía, y ofrecedlo para la salvación de toda la Humanidad. Y tú, hija mía, te sigo repitiendo: ofrécete como víctima, como mi Hijo se ofreció para redimir a toda la Humanidad. Pero esta Humanidad le corresponde con pecado sobre pecado, hijos míos.
No seáis, hijos míos, como Caín —sed como Abel, hijos míos—, que ofrecía a mi Hijo lo peor de su cosecha, hija mía. Ofreced los mejores frutos de vuestra cosecha, las buenas obras, hijos míos, y cumplid con las reglas, las reglas del Padre Eterno.
Acercaos a la Eucaristía, pero hacedlo antes, hijos míos, con el sacramento de la Confesión. Seguís cometiendo sacrilegios, profanando el Cuerpo de mi Hijo todos los días. ¿No os da pena, hijos míos, que está de día y de noche en el sagrario para fortaleceros, hijos míos? Pedid, hijos míos, pedid por la salvación de vuestra alma, que el alma es lo más importante; que el cuerpo, os sigo repitiendo, no servirá ni para estiércol, hijos míos. Seguid rezando el santo Rosario; ¡me agrada tanto esta plegaria! Con el santo Rosario podéis ayudar a muchas almas, hijos míos.
Te hago una cruz en la frente, hija mía... Y adiós.

Mensaje del día 29 de enero de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hija mía, va a ser un mensaje muy corto, hija mía. Levanta la voz, para que todos te oigan, hija mía, para que mis almas consagradas presten atención; va a haber un castigo, hija mía, sobre toda la Humanidad; no quieren esas almas escuchar mis mensajes. Hija mía, te he dicho que fueses astuta; te lo he dicho; tú lo has cumplido; no te dejes someter, hija mía, a ninguna prueba más. Quieren confundirte, para destruir como en otros lugares, hija mía. Hija mía, vas a sufrir mucho; esas almas, hija mía, esos pecados de esas almas consagradas..., los ángeles del Cielo están pidiendo venganza al Padre por ellos. No hacen caso, hija mía; se dejan engañar por la astucia del enemigo, el enemigo ha oscurecido sus inteligencias, hija mía, para meterlos en los placeres del mundo. Poco a poco, hija mía, se van condenando…
¡Qué pena de almas! Hija mía, sobre este planeta Tierra se avecina un castigo muy grande, como jamás ha habido en la Humanidad. Grandes nubes de humo, hija mía, y de fuego destruirán lo que los hombres han construido. Grandes terremotos, hija mía; también habrá fuertes huracanes, grandes sequías, hija mía; será horrible.
Yo quiero que se salven todos, hija mía, pero ¡qué pena de almas! Estoy dando avisos, hija mía, para toda la Humanidad; derramo gracias, hija mía, pero no quieren salvarse los humanos, hija mía; tienen los corazones endurecidos, hija mía. El Padre Eterno está ofendido, hija mía, y su ira está próxima... (Palabra ininteligible), hija mía.
Mira, hija mía, mi Corazón Inmaculado, cómo está por todos mis hijos sin distinción de razas, hija mía. He venido a consolarte, hija mía; no podía faltar tu Madre, tu Madre celestial. Te quiero, hija mía, con todo mi Corazón, como quiero a todos mis hijos sin distinción de razas, hija mía; para mí no existe la distinción de ninguna raza. Tendrás grandes pruebas; sé humilde, hija mía, no dejes al enemigo astuto que te confunda, hija mía; haz caso, hija mía, y cumple mi voluntad, hija mía.
Quita una espina de mi Corazón, hija mía, sólo una, hija mía... No toques más, hija mía, no toques más... Están muy clavadas, estas almas no quieren purificarse, hija mía, están entregadas al vicio y al pecado, hija mía.
Reza por las almas consagradas, hija mía, para que abandonen los placeres del mundo y se entreguen a la oración y a la penitencia. En estos momentos, el mundo está necesitado, hija mía, de oración y de sacrificio, sacrificio para toda la Humanidad. Quiero que se salve la tercera parte de la Humanidad. No hacen caso de mis mensajes, se ríen, hija mía, de todo esto; ¡qué pena de almas, hija mía! Sigue, hija mía, sigue adelante, no te dejes engañar por la astucia del enemigo... (Frase ininteligible). Están intentando destruir todo esto.
Escribe otro nombre, hija mía... Ya hay otro nombre más, hija mía; está escrito en el Libro de la Vida; nunca jamás se borrará este nombre, hija mía. Besa el suelo, hija mía... Por mis almas consagradas, hija mía, por mis almas consagradas; son las que menos, hija mía, hacen caso de mis mensajes; no quieren escuchar mis palabras; ¡qué pena de almas, hija mía! Humíllate, hija mía, que todo el mundo vea tu humillación; ofrécete por la salvación de las almas. Vuelve a besar el suelo, hija mía... Besa mis pies…
Luz Amparo:
¡Están fríos! ¡Qué fríos!
La Virgen:
Sí, hija mía, así de frío tienen el corazón los humanos; así, hija mía.
Esta vez, hija mía, no vas a beber del cáliz del dolor; quiero consolarte solamente. No te abandones, hija mía, sigue adelante, hija mía; yo estaré contigo, que no te acobarden, sé fuerte, hija mía, como mi Hijo, hasta el último momento.
Os bendigo, hijos míos, como mi Hijo os bendice en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Mensaje del día 5 de febrero de 1983, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hija mía, mi Corazón está triste porque los hombres son ingratos y crueles; abusan de mi misericordia, y han convertido el mundo en escenario de crímenes y de placeres, hija mía. Derramo misericordia por todas las partes; pero los ingratos no quieren salvarse, hija mía.
Me he manifestado en muchos lugares del mundo; pero los representantes de mi Iglesia hacen desaparecer mi nombre, hija mía. ¡Qué ingratos son, hija mía! Me manifiesto para dar avisos a toda la Humanidad, para que se salven... ¿Qué hacen, hija mía, qué hacen con mi Iglesia, hija mía? Intentan, en cualquier lugar que me he manifestado, desaparecer mi nombre, porque ellos mismos, hija mía, no creen en mi existencia.
Tampoco comprenden, hija mía, que yo me pueda manifestar a almas pequeñas e incultas, para decirles que se han dejado guiar por la astucia del enemigo que los ha adentrado en el mundo de placeres, hija mía. Han olvidado la oración y el sacrificio, hija mía. Que cojan el camino del Evangelio, que es el camino de luz, de caridad, de humildad, de pobreza y de celo para la gloria de Dios, hija mía.
También, hija mía, avísales que cambien sus vidas; que se dediquen a la oración y a la penitencia; que los ángeles de Dios van a hacer gran justicia y van a morir todos los enemigos de la Iglesia. Sí, hija mía, que hagan visitas; haced visitas al Santísimo, hija mía. Mi Hijo está triste y solo, esperándoos a todos. Los ángeles están preparados, hija mía.
Que mis almas consagradas vuelvan al camino de la oración y de la penitencia; que van a ser gobernados, hija mía, por una vara de hierro y beberán la cólera de Dios, hija mía. No piensan, hija mía, que me puedo manifestar a los pequeños, a los humildes, para confundir a los poderosos.
Sé astuta, hija mía, están intentando planes diabólicos para destruir esto, hija mía. Sé humilde, hija mía; humildad es lo que te pido, y que seas astuta como la serpiente, y humilde y sencilla como la paloma, hija mía.
Mira mi Corazón cómo está, hija mía, por mis almas consagradas. Besa el suelo, hija mía, en acto de reparación por todos los pecados... Por las almas consagradas, hija mía. Este acto de humildad, hija mía, ofrécelo por mis almas consagradas. Mira mi Corazón, hija mía, cómo está; está cercado de espinas por la ingratitud de los hombres. No lo toques, hija mía, no hay ni una purificada.
Haced oración y sacrificio, porque está próximo, hija mía, el Juicio de las naciones. En cada nación se hará un pequeño juicio y en aquellas naciones donde no hay piedad, ni amor, ni humildad, habrá grandes castigos, hija mía.
Tú, hija mía, no te dejes engañar por la astucia del enemigo. Intentan destruir esto, hija mía. Humildad es lo que pido; humildad, oración y sacrificio. Seguid rezando el santo Rosario, hijos míos, por la salvación del mundo, por las almas de los pobres pecadores. Vuelve a besar el suelo, hija mía... Por toda la Humanidad, por todos mis hijos.
Ofrécete, hija mía, como víctima en reparación de todos los pecadores. Mientras haya víctimas, hija mía, que quieran reparar, Dios Padre detendrá su justicia, hija mía. Quiero que se salve, por lo menos, la tercera parte de la Humanidad. Sí, hija mía, te sigo repitiendo: no hagas caso de los lobos, hija mía, que son lobos revestidos con piel de oveja; intentan destruir esto, hija mía. Esto ha pasado en otros lugares, hija mía. Pido que sigáis haciendo el Vía Crucis, hijos míos, y que meditéis la Pasión de mi Hijo, que está muy olvidada.
Bebe, hija mía, unas gotas del cáliz del dolor... Está muy amargo, hija mía; esta amargura la siente mi Corazón por todos mis hijos sin distinción de razas, hija mía.
Escribe otro nombre en el Libro de la Vida, hija mía... Este nombre, hija mía, no se borrará jamás. Y tú, hija mía, sé humilde; mi Hijo quiere almas pequeñas, muy pequeñas, hija mía, para poderlas trasplantar en su jardín. Tienes que hacerte muy pequeña para subir muy alta.
Yo os bendigo, hijos míos, en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
Hija mía, sé astuta. Intentan decir que estás neurasténica y loca, hija mía. Que todo esto lo haces porque estás enferma, hija mía. Sé humilde a las pruebas que te esperan, hija mía.
Adiós, hija mía, adiós.

Mensaje del día 24 de febrero de 1983, jueves

Prado Nuevo (El Escorial)

Al terminar el rezo del santo Rosario, cuando emprendía el camino de regreso, Luz Amparo comienza a sentir los dolores de la Pasión del Señor y a sangrar por ojos, frente, manos, rodillas, costado y pies. Ya arrodillada, en éxtasis, recibe el siguiente mensaje.
La Virgen:
Mira, hija mía, explica lo que estás viendo.
Luz Amparo:
Veo al Ángel con una medida y a Elías con un libro pequeño. Lo que lleva el Ángel no es romana ni báscula; tiene como dos globos, uno a cada lado, con muchas ventanas. En un lado hay una cruz como de oro y cruces en las ventanas; en el otro lado tres cifras: 666, una cabeza de serpiente aplastada con cuatro ojos... En la parte de arriba, entre los ojos, tiene una «S» y una «Z». Al lado del Ángel, está Elías, quien con un celemín echa trigo de un saco; el trigo que cae en el lado del globo de la cruz se vuelve como granos de oro, cae por los lados y, según cae, se vuelve rayos de luz. En el otro echa el trigo y se vuelve negro y, al caer, se vuelve sangre y tinieblas y, en medio de esas tinieblas, veo hundirse todo.
En este momento veo derrumbarse las montañas y caer sobre las personas, quedando muchas sepultadas y muertas.
¡No, no! ¡Ay, eso no, no, no, eso no! ¡Cuántos conventos!, hay muchos conventos; entran el Ángel y Elías; ponen unos a un lado y otros a otro; entre todos hay muy pocos escogidos. ¿Dónde los llevas?, ¿dónde los llevas? No, no... (Luz Amparo gime). No, no, eso no, eso no... Veo que a los conventos escogidos los dejan donde los árboles, y los otros conventos (muchos más) donde se derrumban las montañas.
La Virgen:
Hija mía, pedid a Dios misericordia; estamos en lo último. Faltan segundos para que venga el Castigo. Hija mía, cuenta lo que ves.
Ése es san Pedro; cuando llegue este momento, elegirá un nuevo Papa. Se vivirá el Evangelio. Los malos irán al fondo del abismo. ¡Mira todos los que hay!
No hacen caso de mis mensajes. Será horrible. Piensan que Dios es misericordioso; pero no piensan que es un juez muy severo y juzgará a cada uno según sus obras... Mira lo que ves ahora…
Luz Amparo:
Veo cómo se derrumban las montañas. En Roma habrá grandes terremotos y será casi destruida. Veo hundirse el Vaticano. Todo esto está próximo.
La Virgen:
Tened cuidado, hijos míos, que el enemigo está al acecho para llevarse las almas. Haced oración y sacrificio por los pobres pecadores. Los ángeles están preparados para cuando Dios Padre mande el Castigo.
Luz Amparo:
Cinco árboles veo. En cada árbol hay un ángel. Uno tiene una cruz muy grande con un libro, y los otros cuatro tienen una trompeta cada uno. Los árboles son muy altos y terminan en forma de animales: uno un águila, otro un león, otro con cuerpo de persona y pezuñas de animal, y otro en forma de toro o búfalo. ¿Qué son esos cinco árboles sobre esta tierra?
La Virgen:
Esta tierra es la Tierra prometida de los escogidos. Reinará Jesús como Rey de reyes sobre la Tierra. No hay más que luz por todas partes. Pero mira este otro sitio: muerte, muerte y oscuridad por todas partes; será horrible. Los humanos no hacen caso.
Las naves celestiales están preparadas para trasplantar a los escogidos a la Tierra prometida. Estas naves vendrán rodeadas de luz azul como especie de una nube. No os riais de mis avisos, hijos míos.
Mira, hija mía, cómo corre la sangre por todas partes. Los propios humanos se lo buscan, no quieren ser humildes. Si amáis a vuestro prójimo, amaréis a mi Hijo. Todo el que se llame hijo de Dios tiene que amar al prójimo. Tenéis que bajar muy bajo para subir muy alto.
Tú, hija mía, déjate humillar. A todo el que le calumnien por causa de mi Hijo, le espera una recompensa, hija mía. Refúgiate, hija mía, en nuestros Corazones. Mi Corazón Inmaculado triunfará sobre toda la Humanidad.
Sé humilde, hija mía, sé humilde. Besa el suelo, hija mía, por todos los pecadores. Haced sacrificios. Quiero que hagas más sacrificios por los pobres pecadores. El mundo está en un gran peligro. Vuelve a besar el suelo por mis almas consagradas. Humildad es lo que pido. Sed humildes, hijos míos.
Yo os bendigo, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Mensaje del día 5 de marzo de 1983, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, aquí estoy como vuestra Madre para daros la bendición. Vengo llena, hijos míos, de amor, de misericordia y de perdón. Pero mi Corazón Inmaculado viene lleno de dolor porque los humanos, hija mía, no dejan de ofender a Dios.
Comunícaselo, hija mía, que dejen de ofender a Dios. Que la ira de Dios Padre va a caer sobre la Humanidad de un momento a otro, hijos míos. Levanta la voz, hija mía, levanta la voz, para que los sacerdotes presten atención a mis mensajes y se los comuniquen a todos los humanos. Que hagan sacrificio, que cambien sus vidas, hija mía. Algunos han dejado albergar en sus corazones al demonio y éste los está introduciendo en la vida de placeres, para luego introducirlos en la ciénaga del Infierno, hija mía. Que cambien sus vidas y publiquen los Evangelios por todas las partes del mundo, para la salvación de las almas. Sí, hija mía, el mundo sigue cada día peor.
Mira, hija mía, mi Corazón Inmaculado, cómo está, hija mía. Quita tres espinas, hija mía, se han purificado tres... No toques más, hija mía, no están purificadas.
Hija mía, seguid rezando el santo Rosario; ¡me agrada tanto!... Y también con esa devoción, hijos míos, sed constantes en recibir la Eucaristía. Haced visitas al Santísimo, hijos míos.
Besa el suelo, hija mía, por mis almas consagradas; es un acto de humildad en reparación por todos los pecados del mundo. El mundo está en un gran peligro, hija mía.
Los gobernantes de los pueblos, hija mía, no cumplen con las Tablas de la Ley de Dios. Dios Padre dijo: «No matarás»; pero se les ha introducido el demonio en sus mentes, hija mía, y están matando seres inocentes e indefensos.
Difundid la palabra de Dios por todas partes, hijos míos. No os acobardéis; seguid luchando. Los representantes de gobiernos, hijos míos, acabarán profanando la Eucaristía y prohibiendo la palabra de Dios.
No ocultes nada, hija mía; sigue adelante sin miedo. Estando Dios contigo, ¿a quién puedes temer?
Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida. Este nombre no se borrará jamás.
Pedid, hijos míos, por las almas consagradas. Hijos míos, id por el camino del Evangelio; es de la única manera que os salvaréis.
Sí, hija mía, haced sacrificio y oración, que el mundo está en un gran peligro. Los hombres, hija mía, cada día son peor. Tú, hija mía, refúgiate en mi Inmaculado Corazón, que es el que al final triunfará.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por la conversión de todos los pecadores; por todos, que todos son hijos míos. ¿Qué madre buena, hija mía, no siente dolor por un hijo que se va metiendo en la profundidad del abismo?
Rezad, hijos míos, rezad el santo Rosario; el Rosario tiene mucho poder para salvar las almas.
Bebe unas gotas, hija mía, del cáliz del dolor. Se está acabando y cuando el cáliz se acabe, será el fin de los fines, hija mía... ¡Qué amargura sientes, hija mía!; así está mi Corazón, hija mía. Esta amargura la siente mi Corazón diariamente de ver que mis hijos van por el camino del abismo y de la perdición. Pocos son los escogidos, hija mía. Seguid rezando para que se pueda salvar por lo menos la tercera parte de la Humanidad. Y yo estoy aquí, hijos míos, para bendeciros a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Oración y sacrificio, hijos míos. Haced caso de mis mensajes.
¡Adiós!

Mensaje del día 17 de marzo de 1983, jueves

San Lorenzo de El Escorial

En su mismo domicilio, mientras conversa con unas personas extranjeras y en presencia también de algunos familiares, Luz Amparo queda estigmatizada y recibe el siguiente mensaje.
La Virgen:
Hija mía, hija mía, sufre; sufre por la Humanidad, para que se conviertan. La ira del Padre está cerca. Haced oración; haced sacrificio por los pecadores. El mundo está en un gran peligro. Sed apóstoles de Jesucristo. Avisad a la Humanidad. Mi Hijo vendrá en una nube para juzgar a todos según sus obras.
Publicad la palabra de Dios por todo el mundo. Llevad la luz por todos los rincones de la Tierra. Pedid que se conviertan, que el enemigo está al acecho.
Mira, hija mía, cómo está mi Corazón por todos mis hijos. Quita una espina, hija mía; sólo una está purificada... No toques más; éstas no están purificadas.
Escribe un nombre en el Libro de la Vida... Este nombre, hija mía, no se borrará jamás.
Bebe del cáliz del dolor; está muy amargo... Esta amargura la siente mi Corazón por todos mis hijos, sin distinción de razas.
Pensad que el enemigo está en los cuatro puntos de la Tierra. Seguid rezando el santo Rosario. Con el Rosario se salvarán muchas almas.
Y tú, sé humilde. Para conseguir el Cielo hay que hacerse muy pequeño, para subir muy alto.
Mira, hija mía, otra clase de castigo; el que va ahí es porque quiere. Estoy dando muchas oportunidades. Dios Padre dio unas reglas; el que no cumpla esas reglas, recibirá este castigo. Humildad es lo que pido y amor al prójimo; el que no ame al prójimo, no ama a Dios.
El fin de los tiempos está muy próximo. No temáis; seguid rezando. Estando Dios con vosotros, ¿qué teméis? El que niegue a mi Hijo, el Padre le negará.
El Padre Eterno está muy enojado; pedid al Padre Eterno, que está con los brazos abiertos.
En muchos lugares me he aparecido, pero no hacen caso de mis avisos. No seáis herodes, sed apóstoles de los últimos tiempos.
Adiós, hijos míos. Oración y sacrificio; con la oración y sacrificio podéis salvar muchas almas.
Yo os bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Adiós, hija mía.

Mensaje del día 27 de marzo de 1983, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hija mía, os sigo repitiendo: haced sacrificios y oración, rezad por los pobres pecadores, acercaos a la Eucaristía. ¡Cuántos de mis hijos están yendo al fondo del abismo por no cumplir los mandamientos! No seáis cobardes, cumplid con las reglas del Padre Eterno. Todos los que no hayan cumplido, no entrarán en el Reino de los Cielos. Acercaos al sacramento de la Confesión, que en cualquier momento puede llegar el Juicio de Dios. Los que lo habéis hecho, acercaos a la Eucaristía. Mi Hijo está muy triste, esperando; está como víctima crucificada expiando los pecados de la Humanidad.
Consolad a mi Hijo. Pensad que el enemigo está preparando la última batalla; está marcando a todos sus escogidos. Estad a la derecha del Padre; todo el que esté a la derecha del Padre no tema.
Mira cómo está mi Corazón, está cercado de espinas de los humanos; no puedes quitar ninguna... Mi Corazón está más triste por ver que la Humanidad no cambia.
Sed apóstoles de los últimos tiempos, no os acobardéis.
No neguéis a mi Hijo; todo aquél que niegue a mi Hijo, el Padre Celestial le negará.
Sed astutos, que el enemigo está al acecho. Cumplid, hijos míos, que el Castigo está muy cerca... (Habla en idioma desconocido). Hija mía, estas fechas serán el gran Castigo de toda la Humanidad. Varias naciones quedarán destruidas y las que queden serán purificadas. Este gran Castigo está muy próximo; parecerá que el mundo está ardiendo. Sólo del Aviso muchos no lo resistirán y morirán.
Tú, hija mía, sé humilde; sin humildad no se consigue el Cielo. Déjate humillar; déjate calumniar; a mi Hijo le humillaban, le llamaban «el vagabundo», «el endemoniado», y todo su afán era salvar la Humanidad. Pasó hambre, frío, para llevar la luz del Evangelio, y los humanos le pagan con desprecios, con toda clase de pecados.
Acercaos a la Confesión cuantos no lo habéis hecho. Pensad, hijos míos, de qué os vale tener todas las cosas del mundo, si perdéis vuestra alma; sed apóstoles imitadores de Cristo, también aquéllos que están olvidados del mundo, de las riquezas que los rodean, son los verdaderos imitadores de Cristo.
Sed amantes de vuestro prójimo; el que no es amante del prójimo, no ama a Dios. Y tú, hija mía, refúgiate en nuestros Corazones, para que te podamos trasplantar en el jardín de los escogidos.
El cáliz se está acabando, y cuando se acabe, caerá sobre la Humanidad el fuego que la arrasará. Sacrificios, sacrificios y oración os pido, hija mía; hoy no vas a beber del cáliz del dolor, se está acabando. La misericordia de Dios Padre se acaba, la copa de la justicia se acaba, la de la misericordia está rebosando.
El Padre Eterno os está esperando con los brazos abiertos, acercaos a la Confesión, haced caso y llevad por todas partes del mundo la luz del Evangelio.
Publicad el santo Rosario; con el Rosario se puede salvar la mayor parte de la Humanidad; no mezcléis políticas, el Rosario es la mejor «política»; con el Rosario y el amor al prójimo podéis ayudar a muchas almas a llegar a Dios.
Os bendigo, hijos míos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Adiós, hija mía.

Mensaje del día 2 de abril de 1983, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Ya estoy aquí, hijos míos, para seguiros dando avisos para toda la Humanidad. Los humanos, hija mía, no dejan de ofender a Dios; que no ofendan más a Dios, que ya le han ofendido bastante. La ira de Dios Padre está próxima, hija mía; todos aquéllos que no han cumplido con las Tablas de Dios Padre, que lo hagan, que no lo dejen, que vayan al sacramento de la Confesión; muchos de los aquí presentes no lo han hecho todavía, hija mía. Que se acerquen a la Eucaristía, que mi Hijo está triste y muy solo.
Mira, hija mía, cómo han dejado a mi Hijo los pecados de los hombres... (Luz Amparo llora amargamente durante unos instantes). Dios Padre, hija mía, de un momento a otro, va a hacer rasgarse el firmamento y aparecer sobre nubes millares de ejércitos de ángeles que enrojecerán la Tierra con sangre y fuego. Sí, hija mía, yo estaré allí entre ellos para coger los escogidos; es más, estaré como Madre de misericordia, pero mi Corazón rasgado de dolor de ver que muchos hijos están sellados con el escudo del enemigo, con el 666.
Hijos míos, todavía os queda tiempo para arrepentiros. Grita, hija mía, grita que las almas consagradas, muchos de ellos, han traicionado a mi Hijo y se han introducido en el mundo de placeres y de vicios, y se han ligado a las cosas terrenas. Pedid por ellos, hijos míos; muchas almas se están salvando con vuestras oraciones. Arrimaos a la Eucaristía, hijos míos. Haced oración y haced sacrificios. Seguid rezando el santo Rosario, hijos míos. Ofrecedlo por todos mis hijos, por los pobres pecadores —¡qué pena me dan!—. ¡Cuántos, hija mía, viven en el pecado sin querer hacer caso de mis avisos! Faltan segundos, hija mía, para que la ira de Dios Padre caiga sobre toda la Humanidad. Seguid rezando, hijos míos, seguid rezando el santo Rosario.
Tú, hija mía, besa el suelo; ofrécelo en reparación de todos los pecadores. Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas. Déjate humillar, hija mía, refúgiate sobre nuestros Corazones. Pedid, hijos míos, pedid gracias, que vuestra Madre os las concederá. También, hijos míos, os pido que os refugiéis sobre mi Corazón. Mi Corazón Inmaculado triunfará.
Mira mi Corazón, hija mía, mira cómo está cercado de espinas por las almas ingratas. Quita tres, hija mía... No quites más, hija mía, no quites más, siguen sin purificar. Entre éstos, hija mía, hay algunos de tus hijos...; no las toques, hija mía..., no toques más.
Bebe, hija mía, unas gotas del cáliz del dolor... Está muy amargo, hija mía; esta amargura siente mi Corazón diariamente por todos mis hijos. Creen que nuestros Corazones no sufren. Para nosotros, hija mía, no existe el pasado ni el futuro, sólo existe el presente, hija mía.
Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida, hija mía. Se están salvando muchas almas. Id por todas las partes del mundo, hijos míos, publicando el Evangelio. Llevad la luz del Evangelio por todas las partes; no os avergoncéis. El que se avergüence ante los hombres, mis ángeles le negarán ante mi Padre. Seguid adelante, no seáis cobardes; no seáis herodes, sed cirineos, hijos míos, y ayudad a mi Hijo a llevar la Cruz. Todo el que siga la Cruz de mi Hijo, tendrá una recompensa, hijos míos.
Yo os bendigo a todos en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo.
Tú, hija mía, sé humilde; la humildad es la base para llegar al Cielo. Sed fuertes, hijos míos, no os acobardéis. Arrimaos a la Eucaristía, pero antes arrimaos al sacramento de la Confesión. No ofendáis más a mi Hijo. No seáis ingratos, hijos míos.
Adiós.

Mensaje del día 23 de abril de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Sólo, hija mía, sólo voy a pedirte que hagáis sacrificios, hijos míos, que no hacéis sacrificios por los pobres pecadores.
Quiero, hija mía, que escojas discípulos para los últimos tiempos. Tú, hija mía, haz sacrificios. El tiempo se aproxima y los hombres no cambian. Quiero que os reunáis todos en este lugar, que hagáis vigilias, hijos míos, ofreciéndolas por la paz del mundo, pues el mundo, hija mía, está al borde del precipicio, hija mía. Haced sacrificios, haced caso de mis avisos, no os riais, hijos míos. Os estoy dando avisos constantemente, para que os salvéis. Yo te diré, hija mía, quiénes cogerás para apóstoles de los últimos tiempos.
Sigo repitiendo: me agradaría que en este lugar se construyese una capilla en honor a mi nombre, hija mía —no me hacen caso—, y que se reúnan aquí para meditar la Pasión de mi Hijo. Hijos míos, tened compasión de mi Corazón Inmaculado, mi Corazón triunfará; refugiaos en él. Yo derramaré gracias sobre la Tierra para que podáis alcanzar las moradas celestiales.
Quiero, hijos míos, que sigáis rezando el santo Rosario; me agradaría que se rezasen las tres partes del Rosario. Por el Rosario, por el sacramento de la Confesión y arrimándoos a la Eucaristía, salvaréis muchas almas, hijos míos. Os lo pide, hijos míos, vuestra Madre misericordiosa, pero vuestra Madre llena de dolor. No seáis ingratos.
Todos, hijos míos, todos aquéllos que se refugien en mi Inmaculado Corazón y que comulguen todos los primeros sábados de mes, les prometo recibir su recompensa en el Cielo; pero, hijos míos, antes tenéis que arrimaros al sacramento de la Confesión. ¡Cuántos no lo habéis hecho! No pensáis en el gran peligro que está vuestra alma.
Sí, hijos míos, me gustaría que se hiciese en este lugar una capilla en honor a mi nombre. No hacen caso, hijos míos; todo aquél que no escucha mis mensajes, será castigado, hijos míos. Tú, hija mía, sé humilde, haz más sacrificio y ofrécelo por los pobres pecadores.
Besa el suelo, hija mía... Por las almas consagradas. ¡Cuántas almas consagradas están arrastrando a muchas almas al abismo, hija mía! Pedid por ellas, hijos míos, ¡las amo tanto, y qué mal me corresponden!
Mira, hija mía, mira mi Corazón Inmaculado, mira cómo está transido de dolor por todos mis hijos, por todos sin distinción de raza. Quita cuatro espinas, hija mía. Con vuestras oraciones y vuestros sacrificios se han purificado cuatro. Quítalas sin miedo, hija mía... No tengas miedo, hija mía... No tengas miedo, hija mía, tienes que estar contenta, se han purificado cuatro por vuestras oraciones, hijos míos. ¡Me agradan tanto vuestras oraciones!
Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Hay muchos nombres, hija mía, en el Libro de la Vida; estos nombres no se borrarán jamás.
Ofrécete, hija mía, ofrécete como víctima en reparación de todos los pecados del mundo. Vale la pena sufrir, hija mía, para recibir una gran recompensa.
Besa el Libro, hija mía... Nunca jamás, hija mía, se borrará este nombre.
Ofrécete en reparación por las almas consagradas; ayúdame, hija mía, ayúdame a llevar la Cruz con mi Hijo.
Besa los pies, hija mía…
No vas a beber del cáliz del dolor; queda muy poco, hija mía. El cáliz de la misericordia de Dios ya está hasta los topes, hija mía, ya se está saliendo. El Padre, hija mía, va a mandar a sus ángeles para juzgar a toda la Humanidad, y a cada uno le dará según sus obras, hijos míos.
Amad a vuestro prójimo, hijos míos; el que no ama al prójimo, no ama a mi Hijo.
Y tú, hija mía, humíllate, déjate calumniar. Piensa en mi Hijo, hija mía, que estaba haciendo milagros y le llamaban endemoniado, y no creían en Él, hija mía; piensa que si no creían en mi Hijo, tú no eres más que Él, hija mía. También piensa que te ha escogido mi Hijo, no le has escogido tú a Él; por eso, hija mía, tienes que hacerte pequeña, muy pequeña, para subir alto, muy alto.
Hijos míos, os bendigo, porque el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Bendecid, hijos míos, y alabad a vuestro Dios, sólo Él puede salvaros por intercesión de su Madre.
Adiós.

Mensaje del día 30 de abril de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, te voy a hablarte muy franca, hija mía... (Habla en idioma desconocido durante unos instantes).
Sólo tú, hija mía, sólo tú lo puedes entender. ¿Qué ves, hija mía?; cuenta lo que ves…
Luz Amparo va describiendo lo que ve entre sollozos y lamentos.
Luz Amparo:
Veo..., veo que se derrumba la montaña...; todo es fuego. ¡Ay...!, hay muy pocos de esta parte, hay muy pocos... ¡Ay!, ¿dónde los llevas?, ¿dónde los llevas? ¡Ay, ay, ay!, ¡cómo se derrumban, cómo se derrumban, todo!, ¡ay...!, cógelos de esta parte y llévalos a la otra, llévatelos, llévatelos. ¡Ay!, no los lleves allí, no los lleves. ¡Ay...!, esa marca, tantos hay con esa marca, ¡Ay...!, ¿qué es este otro sitio? ¡Ay!, no salen ya de ahí. ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, si esto no puede ser! ¡Ay...!, cuántos muertos, muertos todos, todos muertos, ¡ay...!, están todos muertos; ¡ay!, estos otros, ¿qué les pasa? ¡Ay...!
La Virgen:
Hija mía, éstos están en gracia, no les afectará absolutamente nada. Esto será horrible para el que no esté en gracia de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay..., pero si es horrible...!
La Virgen:
Sacrificio, hijos míos, sacrificio... Pedid por los pobres pecadores... (Palabras ininteligibles) aquí, hijos míos. El que llega a la tierra maldita está aquí todo, hijos míos.
Amad a vuestro prójimo, pero no seáis fariseos, no seáis sepulcros blanqueados, hijos míos; que vuestro corazón se derrita, hijos míos, de amor por vuestro prójimo.
No os aferréis a las cosas terrenas. De un momento a otro, hijos míos, puede llegar este momento tan horrible. Hijos míos, si no amáis a vuestro prójimo, no amáis a mi Hijo. Todo aquél que se ligue a las cosas terrenas, será muy difícil, hija mía, que entre en el Reino del Cielo. Bienaventurados los pobres, hija mía, porque de ellos es el Reino del Cielo, y bienaventurado todo aquél que ha sido premiado con riquezas y las ha sabido distribuir sobre los pobres. Si tienes dos túnicas, quédate con una, hija mía; da la otra a tu hermano que está más necesitado, pero amad a vuestro prójimo, que si no amáis al prójimo, no amáis a Dios. Os hablo, hijos míos, de la caridad. Es muy importante esa virtud para poder llegar al Cielo.
Os pido, hijos míos, que hagáis sacrificios y lo ofrezcáis por vuestros hermanos; todos, todos sois hermanos, hijos míos. Sed amantes del prójimo y haced sacrificios, hijos, y ofrecedlo por los pobres pecadores. ¡Cuántas almas se condenan, hijos míos, porque nadie, nadie ha rezado una oración por ellos! Sí, hija mía, el sacrificio es muy importante, con la humildad y la caridad.
Besa el suelo, hija mía... Por los pobres pecadores, hija mía.
Quiero, hija mía —te repito—, que se salve la tercera parte de la Humanidad. ¡Son tan pocos, hija mía, los que quieren salvarse!
Pedid gracias a mi Inmaculado Corazón, que yo las derramaré sobre todo aquél que me pida. Tú, hija mía, ofrécete como víctima en reparación de todos los pecados del mundo. No seáis ingratos, hijos míos.
Seguid rezando el santo Rosario y ofrecedlo, hijos míos, por la conversión de los pobres pecadores. Tú, hija mía, sé humilde. También os pido, hijos míos, que pidáis por el Vicario de Cristo; sigue en un gran peligro, hija mía.
No vas a beber del cáliz del dolor, porque está casi acabado, hija mía, y en cuanto el cáliz se acabe, será horrible lo que vendrá sobre la Humanidad. Será peor, hija mía, que cuarenta terremotos juntos. Oración; con oración y sacrificio os salvaréis, hijos míos.
Escribe otro nombre en el Libro de la Vida, hija mía…
Hija mía, se están purificando muchas almas. Mira mi Corazón, cómo está cercado de espinas por las almas consagradas. Quita tres, hija mía... Tira, hija mía... No lo toques, hija mía, se están purificando muchas almas.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.
Sé humilde, hija mía; la humildad es la base principal.
Os sigo dando avisos, hijos míos, para que os salvéis; haced caso de mis avisos.
Adiós.

Mensaje del día 1 de mayo de 1983, domingo

San Lorenzo de El Escorial

La Virgen:
Hija mía, soy vuestra Madre, hijos míos. Vengo llena de dolor, pero también vengo llena de misericordia. Todo el que quiera, hijos míos, que pida gracias, que yo derramaré sobre sus corazones todas las gracias necesarias para poder alcanzar el Reino de Dios. Hijos míos, sed puros, hijos míos, vestid vuestro cuerpo con pudor; en el Infierno, hija mía, está lleno de pecados de impureza. Sí, hijos míos, si vuestro ojo os sirve de pecado, arrancároslo y tiradlo lejos. Si vuestro brazo os sirve para pecar, arrancároslo y tiradlo lejos; también vuestra lengua.
¿De qué os sirve, hijos míos, de qué os sirve que derrame gracias, si luego, hijos míos, no queréis escuchar mis mensajes? Hijos míos, mejor es que paséis a las moradas celestiales mancos, ciegos y mudos que no que vayáis a la profundidad de los Infiernos con todos vuestros miembros. Sed puros, hijos míos, y sed humildes.
Os pido que recéis las tres partes del santo Rosario. Corre mucha prisa, hijos míos, para salvar la mayor parte de la Humanidad. Sí, hijos míos, no seáis ingratos. Humildad os pido; también el Infierno está lleno de pecados de soberbia.
Besa el suelo, hija mía; este acto de humildad ofrécelo por los pobres pecadores. Sí, hija mía, quiero que hagáis muchos sacrificios, el tiempo está próximo.
Mira, hija mía, mira..., mira mi Corazón, mi Corazón Inmaculado, cómo está, hija mía... (Luz Amparo llora desconsolada al ver el Corazón de la Virgen), cómo me lo tienen los pecadores, hija mía. No lo toques, hija mía, que hoy no hay ninguna purificada.
Puedes escribir otro nombre en el Libro de la Vida... Nunca jamás, hija mía, se borrará este nombre; hay muchos escritos en el Libro de la Vida.
No vas a beber, hija mía, del cáliz del dolor; está acabando. Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas; ¡las amo tanto, hija mía! ¡Qué pena me dan! ¡Qué pena, hija mía!
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y del Espíritu Santo.
Sé humilde, hija mía.
Adiós.

Mensaje del día 7 de mayo de 1983, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hija mía, os sigo dando avisos; sigo dándoos avisos, hijos míos, porque no quiero que os condenéis. Me veo obligada a dejar caer el brazo de la misericordia. No hacéis caso de mis avisos. Mi Hijo, hijos míos, se manifiesta a almas humildes para que os salvéis, y no hacéis caso. Nos servimos, hijos míos, de instrumentos para vuestra salvación y os reís de estos instrumentos. Si os reís de estos instrumentos, os estáis riendo de mi Hijo, y si os reís de mi Hijo, os reís del Padre, porque el Padre y el Hijo son una misma cosa; por eso el Padre dejó en manos del Hijo todas las cosas, para que el Hijo las manifestase a quien Él quisiese, hijos míos.
No tengas miedo, hija mía, como te he dicho otras veces; piensa que ha sido mi Hijo el que te ha escogido, no has sido tú a Él. También, hija mía, ¡cuántos quisieran haber visto y oído todo lo que tú has visto y oído! Bienaventurados tus ojos, porque has visto todas estas cosas, hija mía. Sé humilde, hija mía, sé humilde. También te digo, hija mía, que des aviso a toda la Humanidad, porque mi Hijo, de un momento a otro, va a bajar en una nube y va a dar a cada uno según sus obras, hijos míos.
Los ejércitos del Padre son billones y billones, están preparados para que el Padre mueva su brazo, para venir a la Tierra y separar la cizaña del trigo, para mandar la cizaña a la profundidad de los Infiernos, y el trigo transportarlo a los graneros de mi Hijo. Tú, hija mía, comunícaselo a todos, que estén preparados para cuando llegue este momento. Dentro de poco, el Sol dejará de brillar y la Luna dejará de alumbrar, hija mía.
Voy a pediros a todos, hijos míos, que habléis por todas las partes del mundo de los Santos Evangelios que instituyó mi Hijo, y los dejó escritos en la Tierra. No tengáis miedo, hijos míos, de aquéllos que puedan matar vuestro cuerpo, tened miedo a aquél que os puede mandar a la profundidad de los Infiernos.
Sí, hijos míos, publicad la palabra de Dios por todas las partes del mundo, llevad la luz del Evangelio, no seáis cobardes. El tiempo se aproxima y los hombres no cambian.
Sí, hija mía, pide por las almas consagradas, ¡las amo tanto, y qué mal me corresponden!
Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Este acto de humildad, hija mía, ofrécelo por esas almas consagradas. Mira, hija mía, mira cómo está mi Corazón cercado de espinas, hija mía, por las almas consagradas, por todos mis hijos, por todos, hija mía. Quita dos, hija mía...; sólo se han purificado dos. Tira sin miedo; arráncala, hija mía. Cada día, hija mía, mi Corazón está más cercado de espinas. No hacen caso de mis mensajes, hija mía.
Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Este nombre, hija mía, no se borrará jamás.
Sí, hija mía, tienes que sufrir mucho; tu sufrimiento, hija mía... Hija mía, sé humilde; piensa que para seguir a mi Hijo tiene que ser por el camino del dolor. Hijos míos, poneos a bien con Dios. ¡Cuántos de los aquí presentes todavía no se han acercado al sacramento de la Confesión! ¡Qué pena, hija mía! Estoy dando avisos, no quiero que se condenen. Haz sacrificio, hija mía, y ofrécelo por los pobres pecadores. ¡Cuántos, hija mía, cuántos hijos no han conocido a su Madre por no haber un alma que les haya hablado de Ella!
Vuelve a besar el suelo, hija mía... Por los pobres pecadores, hija mía.
Seguid rezando el santo Rosario, hijos míos, pero antes poneos a bien con Dios; acercaos al sacramento de la Confesión y al sacramento de la Eucaristía.
Pedid gracias, hijos míos, a mi Inmaculado Corazón; que este Corazón Inmaculado será el que triunfe en toda la Humanidad.
Sí, hijos míos, arrepentíos, hijos míos, y haced sacrificios.
Tú, hija mía, sé humilde, y publica la palabra de Dios por todas las partes del mundo.
Hijos míos, no seáis fariseos, tampoco seáis sepulcros blanqueados, que por fuera estáis blancos y por dentro estáis manchados. Sed humildes, hijos míos.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y en el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 12 de mayo de 1983, jueves

Festividad: La Ascensión del Señor

Prado Nuevo (El Escorial)

Al terminar el rezo del santo Rosario, Luz Amparo cae de rodillas, quejándose de agudos dolores y comenzando a sangrar por la frente, ojos, manos, rodillas, pies y costado. En la frente presentaba las lesiones de la corona de espinas, que sangraban espontáneamente; en los ojos brotaban lágrimas de sangre y en las manos aparecían las señales de los clavos con la sangre roja y fresca, que manaba. Igualmente, las rodillas se veían ensangrentadas. Sólo se comprobaron estas lesiones en las zonas del cuerpo no cubiertas por el vestido. Un suave perfume de rosas envolvía el ambiente.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, Dios mío...! (Así repetidas veces denotando vivo dolor). ¡Ay, Señor! ¡Ay, Señor...!
La Virgen:
¡Ay, hija mía, hijos míos! Os pido, hijos míos, que hagáis sacrificios, sacrificios y oración. Va a ser corto el mensaje, hijos míos. Os lo tengo todo dicho, hijos míos. Todos aquéllos que no os hayáis acercado, hijos míos, al sacramento de la Confesión, hacedlo, hijos míos, hacedlo, que el tiempo se aproxima. No quiero que os condenéis. Sacrificios, hijos míos, sacrificio os pido. Pedid por las almas consagradas, ¡las amo tanto!, pero ¡qué mal me corresponden, hijos míos! Ayudad a mi Hijo a llevar la Cruz, hijos míos. Lleva una cruz muy pesada por todos los pecados del mundo.
Besa el suelo, hija mía... Por las almas consagradas, hija mía, por las almas consagradas.
También quiero, hijos míos, que se haga en este lugar una capilla en honor a mi nombre, hijos míos. No hacen caso, hijos míos, no hacen caso de mis mensajes. Publicad, hijos míos, es muy importante que publiquéis los Santos Evangelios por todas las partes del mundo. Quiero que os salvéis todos, hijos míos. Sed constantes en acercaros a la Eucaristía, hijos míos.
Tú, hija mía, sé humilde, hija mía; la humildad es la base para subir al Cielo, hija mía. ¡Cuántos, hija mía, cuántos se ríen y se burlan de ti, hija mía! Pero piensa que a todo aquél que se rían y sea calumniado, a causa de nuestro nombre, recibirá una gran recompensa. Sí, hijos míos, haced sacrificios y haced oración, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós.
Al terminar el mensaje, Luz Amparo ha comenzado a sentir un frío intenso y grandes náuseas; tenía mucha sed y pedía agua. Poco a poco, la sangre se ha ido secando y desapareciendo a la vista de todos los presentes, como reabsorbida. Finalizado el éxtasis y la estigmatización, sometida aún la vidente a intensos dolores, cuenta ella misma que, en esos momentos, vio a la santísima Virgen resplandeciente en el Sol, ataviada con túnica azul y manto blanco, con una sonrisa, consolándola en sus sufrimientos.
Explica que, habitualmente, cuando comparte la Pasión de Cristo, el Señor se le representa sufriendo al mismo tiempo que ella. Pero esta vez, lo vio sentado en un trono, rodeado de ángeles, en medio de una aureola de luz azulada y vestido con una túnica blanca. Se mostraba sonriente.

Mensaje del día 22 de mayo de 1983, domingo

Festividad: Pentecostés

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hija mía, voy a empezar diciéndoos, hijos míos, y repitiéndoos: sacrificio, hijos míos, sacrificio para la salvación de toda la Humanidad. Pedid al Padre, hijos míos, que os mande la luz con el Espíritu Santo, para poder ser apóstoles de los últimos tiempos.
Adiós, hijos míos, adiós.
Sí, hijos míos, el Padre os mandará la luz que necesitáis para poder publicar por todas las partes, por todos los rincones del mundo, la luz de los Evangelios de la santa Madre, hijos míos. Vuestra santa Madre, Pura e Inmaculada, os pide que no seáis judas; que pidáis gracias, que Ella derramará sobre todos vosotros.
No, hijos míos, no crucifiquéis más a mi Hijo; estáis diariamente ofendiendo a la Divina Majestad de Dios Padre, hijos míos. No seáis ingratos, hijos míos, pedid por la salvación de vuestra alma; sólo pedís los milagros del cuerpo, pero, ¡cuántos aquí presentes no pensáis en el milagro del alma! Para nosotros, hijos míos, lo más importante es el alma, hijos míos. ¡Cuántos estáis escuchando las palabras de vuestra Madre y no os habéis acercado al sacramento de la Confesión, para luego poderos acercar, con la luz del Espíritu Santo, a recibir el Cuerpo de mi Hijo, hijos míos! Está prisionero por vosotros día y noche, hijos míos; tened compasión de nuestros Corazones.
Sí, hija mía, sigue pidiendo por las almas consagradas. Yo nombraré, cuando llegue el momento, apóstoles para los últimos tiempos. Tenéis que estar preparados, hijos míos.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la conversión de los pobres pecadores. Sí, hija mía, tienes que sufrir, es preciso para la salvación de las almas. Mi Hijo escoge víctimas, víctimas para poder salvar a la Humanidad; mientras haya víctimas, hija mía, se seguirán salvando almas.
Seguid rezando, hijos míos, el santo Rosario, hijos míos; ofrecedlo por los pobres pecadores. También, hijos míos, haced sacrificios por el Vicario de Cristo, está en un gran peligro.
Mira, hija mía, cómo está mi Corazón por la ingratitud de los hombres; no tienen piedad del Corazón de su Madre. Quita sólo una espina, hija mía, sólo se ha purificado una... Tira, tira sin miedo. No toques más.
Escribe un nombre, hija mía, en el Libro de la Vida, el que tú quieras, hija mía... Ya hay otro nombre más, hija mía, en el Libro de la Vida; no se borrará jamás.
Hija mía, con tus sacrificios, con los sacrificios de muchas almas, ¡se puede ayudar a tantas almas que están tan necesitadas, hija mía! Sí, hija mía, es preciso sufrir, aunque los humanos piensen que nuestros Corazones no sufren. Para nosotros, hijos míos, no hay pasado ni futuro, todo es presente, hijos míos. Seguid haciendo oración y sacrificio, hijos míos. Todos aquéllos que no os hayáis acercado al sacramento de la Confesión, hacedlo hoy mismo, hijos míos, para recibir la luz que necesitáis para entrar en el Reino del Cielo. No seáis cobardes, hijos míos. Nadie, que nadie os asuste, hijos míos; pueden matar vuestro cuerpo, pero nunca jamás podrán destruir vuestra alma.
Sí, hijos míos, os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con la luz del Espíritu Santo.

Mensaje del día 4 de junio de 1983, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hija mía, el Reinado de mi Hijo está próximo, hija mía. La prueba ha sido larga y dura, hija mía, pero piensa que Dios Padre te ha escogido como instrumento para la salvación de las almas. No creas, hija mía, que Dios Padre es tirano, hija mía; es todo misericordia y amor, pero ha querido pulir tu cuerpo para darte la llave de la morada que te corresponde y, al mismo tiempo, hija mía, ha querido que seas víctima para la salvación de los hombres.
Sí, hija mía, te has ofrecido como crucifijo en reparación de todos los pecadores, pero piensa también, hija mía, que Dios Padre ha permitido esta prueba, para que participes de toda la Pasión de mi Hijo.
Sí, es triste, hija mía, pero pide por tus enemigos, pide por esas almas; están apagadas, hija mía, y el demonio se vale de ellos para destruir las cosas de Dios. Tú, hija mía, piensa que te ha escogido mi Hijo, y que no va a pasar más que lo que Él quiera, hija mía. También te digo, hija mía, que Dios Padre te recompensará ciento por uno, hija mía.
Mira, hija mía, los hombres no cambian y la misericordia de Dios se está acabando. Sí, tienes que ofrecerte y coger la cruz para la salvación de los pobres pecadores, hija mía. Mira, cada día, los humanos me hacen sufrir más, hija mía. Mira mi Corazón, mira, está transido de dolor por todos mis hijos, por mis almas consagradas, ¡me dan tanta pena, hija mía! Tú ayuda a salvar almas; mi Hijo te ha dado gancho para salvar almas; por eso el enemigo te quiere destruir, hija mía.
Sed fuertes; seguid adelante con la cruz. ¿De qué le vale al hombre tener todas las riquezas del mundo, si luego va a perder su alma, hija mía? Sé como el Cirineo, ayuda a mi Hijo a llevar esa cruz.
Mira, mira, hija mía, cómo sangra mi Corazón... (Luz Amparo llora desconsoladamente ante esta visión). Este dolor me lo causan los pecadores, hija mía. Sólo quita una espina... No toques más, no toques más, hija mía, están todas sin purificar. Parte de ellas son mis almas consagradas.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve en reparación por todos los pecados de los hombres. Seguid rezando el santo Rosario, hijos míos. El Reinado de Cristo se aproxima. Ayudad a mi Hijo a llevar la Cruz, hijos míos. Todos aquéllos que no os hayáis acercado al sacramento de la Confesión y después al de la Eucaristía, hacedlo hoy mismo, que puede llegar la muerte como el ladrón, sin avisar, en cualquier momento, hijos míos. Pensad en que tenéis un alma, no penséis en los milagros del cuerpo, lo más importante son los milagros del alma, hijos míos.
No os riais, ¡cuántos en este momento os estáis burlando de mis mensajes! ¡Pobres almas!, ¡me dan tanta pena, hija mía!
Sacrificios, sacrificios y oración para llegar al Cielo es necesario, hijos míos. Haced sacrificios por los pecadores. ¡Tantas almas se condenan porque nadie, nadie ha pedido por ellos, hijos míos!
Sed humildes, hijos míos, la humildad es la base principal para llegar al Cielo. También no penséis que busca mi Hijo a todos los justos; busca a los pecadores y se vale de ellos para convertir a las almas, hija mía; se vale de almas pequeñas e incultas para confundir a los grandes y poderosos. Tú, hija mía, sigue con la cruz, sigue a mi Hijo, no te acobardes; piensa que si te ha escogido mi Hijo, no va a pasar más de lo que Él permita, hija mía.
Escribe otro nombre en el Libro de la Vida; también este nombre escógelo tú, hija mía... ¿Ves, hija mía, cómo Dios Padre da la recompensa al sufrimiento? Sí, hijos míos, haced sacrificios, pedid por las almas consagradas, ¡las amo tanto!, y qué mal me corresponden.
Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 11 de junio de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía... (Habla en idioma desconocido). Sí, hija mía, quiero que extendáis por todas las partes del mundo, hijos míos, la devoción a mi Inmaculado Corazón; todos aquéllos que extiendan la devoción a mi Inmaculado Corazón, prometo darles las gracias necesarias durante toda su vida y también preservarlos de las penas del Infierno, hijos míos. Extended la devoción a mi Inmaculado Corazón; mi Inmaculado Corazón reinará sobre toda la Humanidad. Sí, hijos míos, ¡me agrada tanto cómo rezáis mi plegaria favorita! Es el santo Rosario, hijos míos. A vosotros os cuesta mucho, pero a mí ¡me agrada tanto!
Sed humildes, hijos míos. También os pido: amad a vuestro prójimo. El que no ama al prójimo, no ama a mi Hijo.
Extended los mensajes por todo el mundo, hijos míos. Acercaos al sacramento de la Confesión, para luego recibir el Cuerpo Sacratísimo de mi Hijo, hijos míos. Os sigo repitiendo: ¡cuántos de los aquí presentes todavía no os habéis acercado a este sacramento!
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve en reparación de todos los pecadores del mundo, de todos aquéllos que se ríen de mis mensajes, hija mía. ¡Cuántos de los aquí presentes, en este momento, se están riendo, hija mía! ¡Pobres almas! El día que se presenten ante el Padre Celestial, ¡pobres almas, hija mía!; pide por ellos, hija mía, pide por todos aquéllos que no han rezado durante toda su vida. ¡Cuántas almas se condenan, hija mía, porque nadie reza una oración por ellos!
Mira, hija mía, mira otra vez cómo está mi Corazón; cómo sangra por todos mis hijos, por todos, sin distinción de razas, hija mía.
Quita dos espinas. Sólo se han purificado dos... No toques más, no están purificadas. Mira, hija mía, cómo está mi Corazón, transido de dolor por todos mis hijos.
Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Ya hay otro nombre más, hija mía, en el Libro de la Vida. Estos nombres no se borraran jamás.
Sí, hija mía, tienes que sufrir mucho; es preciso para la salvación de las almas. Por eso cojo, hija mía, a muchas almas como víctimas en reparación de todos los pecados del mundo.
Ten cuidado, hija mía, van a venir muchos profetas falsos. Ten cuidado, no mezcles nada de mis mensajes con esos «profetas», hija mía.
Sí, hija mía, mientras haya almas para reparar los pecados de los demás, se irán salvando. ¡Pobres almas! Vuelve a besar el suelo por las almas consagradas, hija mía... Este acto de humildad, hija mía, por las almas consagradas, ¡las amo tanto, hija mía!, ¡pero cuántas almas consagradas no me corresponden, hija mía!
Seguid rezando el santo Rosario, hijos míos. El tiempo se aproxima y los hombres no dejan de ofender a Dios.
Pedid gracias a mi Inmaculado Corazón. Mi Inmaculado Corazón será el que triunfe sobre toda la Humanidad, hijos míos.
Yo os bendigo como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos, hijos míos; serán bendecidos. Os bendigo todos los objetos, hijos míos…
Adiós, hijos míos, adiós.

Mensaje del día 24 de junio de 1983, viernes

Finca «San José de Navazarza» (Galapagar, Madrid)

La Virgen:
Hija mía, hijos míos, uníos en amor a todos; unidos podéis emprender una buena obra de misericordia y amor hacia vuestros semejantes. En un mensaje, hija mía, te dije que tenías que unirte a Teresa de Jesús; tienes que hacerlo. Hay que sembrar para recoger; podéis hacer obras de misericordia; todo el que siembra recoge; podéis hacer obras de amor y misericordia para con los pobres, y recibiréis vuestra recompensa en las moradas celestiales.
No os aferréis a las cosas de este mundo, que no sirven nada más que para condenaros.
La copa de la misericordia de Dios se acaba; por eso os pido que ayudéis a salvar muchas almas, por lo menos quiero que se salve la tercera parte de la Humanidad; el mundo sigue en peligro. ¡Cuántas almas se están condenando porque no tienen a nadie que les hable de Dios!
Fundad casas de amor y misericordia para los pobres; hay muchos que necesitan que se les hable la palabra de Dios.
Sí, mi Corazón sangra de dolor por todos mis hijos; no quiero que se condenen, corre prisa para que cojáis y salvéis almas.
Besa el suelo... Este acto de humildad sirve para salvar almas.
¡Cuántos hay que no hacen caso de los mensajes de su Madre! No saben que su Madre sólo quiere salvar las pobres almas, ¡pobres almas!
Mira mi Corazón, está transido de dolor por las almas consagradas. Te voy a dar una gran alegría: se han purificado cinco... Seguid rezando el santo Rosario, haced sacrificios, haced oración. Para purificar almas es preciso hacer oración y sacrificios. No toques mi Corazón.
Besa los pies, hija mía, en recompensa de tus sacrificios…
Hijos míos, ¡podéis salvar a tantas almas! ¿De qué le vale al hombre tener todas las riquezas del mundo, si pierde su alma? No os aferréis a las cosas terrenas. Repartid, repartid vuestras riquezas, dad y recibiréis.
Fundad y haced buenas obras para el bien de las almas; también haced sacrificios y oración por los pobres pecadores, porque recibiréis vuestra recompensa.
Os bendigo como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.
Sed humildes, amad a vuestro prójimo; quien no ama al prójimo, no ama a mi Hijo.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 25 de junio de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, sólo os recuerdo lo que os he dicho otras veces, hijos míos: sacrificio, hijos míos, sacrificios y oración. Se están purificando muchas almas con vuestras oraciones. Cuántas almas, hijos míos, se están acercando a la Eucaristía por vuestras oraciones, hijos míos. ¡Cuántas ovejas perdidas han vuelto al rebaño de mi Hijo!
Seguid rezando el santo Rosario, hijos míos; ¡me agrada tanto esa plegaria! Y en el Rosario, hijos míos, y por el Rosario, podéis salvar millares y millares de almas, hijos míos. Con la Confesión y la Comunión, hijos míos, haced actos de desagravios por tantos sacrilegios, hijos míos, que se están cometiendo diariamente en la Eucaristía.
Sí, hijos míos, es duro decirlo, pero para salvaros, tenéis que hacer sacrificios y oración. Pensad que Dios Padre es todo misericordia y amor, pero pensad, hijos míos, que como juez es muy severo, hijos míos. Sacrificios, sigo repitiendo. Hace muchos años, hijos míos, que os estoy avisando, y los días pasan y hay muchas almas que no han conocido todavía la gracia de Dios, hijos míos.
Hijos míos, publicad la santa palabra de mi Hijo: los Santos Evangelios, hijos míos.
Mira, hija mía, mira qué premio espera a esas almas que han querido aceptar la palabra de Dios Padre, hija mía... Vale la pena, hija mía, vale la pena sufrir y hacer sacrificios, para luego recibir esta recompensa. Sí, hija mía, pero también vas a ver derrumbarse naciones enteras y ser sepultadas sin quedar de ellas ni rastro, hija mía. Mira, varias naciones quedarán como este lugar, hija mía.
Explica después Luz Amparo que vio como un campo sin vegetación ni vida y, a la entrada de un túnel muy oscuro, muchas personas de aspecto horrible, con ojos de odio, que se llevaban arrastrando a los que estaban fuera. Se lamenta y llora ante esta visión estremecedora.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! ¿Dónde los llevas a todos? ¿Dónde los llevas? ¡Ay, ay, ay...!
La Virgen:
Parte de esta nación, hija mía..., será parte de Europa... Naciones enteras, hija mía, serán engullidas, no quedará de ellas ni una sombra. Por eso os pido, hijos míos, sacrificios, sacrificios y oración por estas pobres naciones, para que se salven muchas almas, hijos míos. Roma, hija mía, quedará destruida.
Pedid, hijos míos, por el Vicario de Cristo. El Vicario de Cristo está en un gran peligro, hijos míos. Oración, oración y sacrificios. Sin oración y sin sacrificios no os salvaréis, hijos míos, ni ayudaréis a salvar almas. Haced apostolado, hijos míos, todos podéis ser apóstoles de los últimos tiempos, hijos míos. Con vuestra oración y vuestro sacrificio, Dios os dará esa gracia, hijos míos.
Sí, hija mía, es preciso sufrir para salvar almas. ¡Cuántas almas están empeñadas que Dios Padre no puede castigar! Dios Padre no castiga, se castigan ellos mismos, hijos míos. Dios Padre es misericordia y amor, pero es juez y tiene que dar a cada uno según sus obras, hijos míos.
Besa el suelo, hija mía, para salvación de las almas... Este acto de humildad sirve para salvar muchas almas... Tienes que volver a besar el suelo por las almas consagradas, hija mía... Pedid por las almas consagradas. El demonio, hija mía, se está apoderando del honor de los conventos. Las flores de los conventos, hija mía, están marchitas, hija mía. ¡Qué pena de almas! ¡Las amo tanto, hija mía! Pedid que el enemigo no se apodere de ellas. El enemigo está formando la batalla entre la Humanidad para llevarse el mayor número posible; pero mi Corazón Inmaculado será el que triunfe, hijos míos; triunfará sobre toda la Humanidad. Pedid gracias, hijos míos, que mi Corazón las derramará sobre vosotros.
Tú, hija mía, tienes que sufrir como víctima de reparación por todos los pecadores del mundo; pero vale la pena sufrir, hija mía, si luego vas a recibir la recompensa para toda la eternidad.
El Señor:
Humildad pido, hija mía. También tú sufres por los tuyos, hija mía; sufre como madre, como esposa, porque mi Madre sufrió como madre al pie de la Cruz, y a ti te he dado otra prueba más como esposa, hija mía. Sé humilde, hija mía, sé humilde; sin humildad no se consigue el Cielo.
Luz Amparo explica después: «Vi al Señor en la Cruz, y a la santísima Virgen agarrada a la Cruz con la cabeza en el suelo. Dos mujeres tratan de levantar y consolar a la santísima Virgen».
La Virgen:
Os bendigo a todos, hijos míos, como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos, hijos míos; serán bendecidos por vuestra Madre celestial. Todos serán bendecidos, hijos míos…
Me manifiesto en muchos lugares, porque el tiempo apremia, hija mía, y las almas no viven muchas la gracia de su Madre, hija mía.
Extended los mensajes por todas las partes del mundo; según vuestras obras, recibiréis vuestro premio, hijos míos.
A ti, hija mía, te dije ayer: tienes que unirte a Teresa de Jesús; tienes que fundar obras de misericordia y amor para los pobres, hija mía, para que se salven muchas almas. El tiempo se aproxima. Cada día, hija mía, cada día que pasa las almas se aproximan al abismo; por eso te pido sacrificio y humildad, hija mía.
Sí, hija mía, aunque sea duro tienes que sufrir; mientras haya víctimas para expiar los pecados de los demás, se salvarán muchas almas.
Adiós, hija mía. Adiós.

Mensaje del día 29 de junio de 1983, miércoles

Festividad: San Pedro y San Pablo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hoy es un día importante, hija mía, día de los Apóstoles de Cristo, hija mía. Sed imitadores, imitadores de los discípulos de Cristo; pero para ser discípulos, hijos míos, tenéis que ser perfectos como vuestro Padre Celestial fue perfecto, hijos míos.
Necesitamos apóstoles para los últimos tiempos, pero tenéis que ser humildes y sentir amor, amor hacia vuestros semejantes. También pensad, hijos míos, que sin humildad no se puede ser apóstol de Cristo. Sed como san Pablo, hijos míos, que decía: «¿De qué importa todo esto, hijos míos? ¿Qué importa todo el sufrimiento de la Tierra para el premio que espera en el Cielo?». Esto lo decía san Pablo constantemente, hijos míos; por eso os digo que, para seguir a Cristo, tiene que ser por el camino del sacrificio.
¿Cómo, hijos míos, cómo podéis pensar que Dios es tirano? Dios es misericordia y amor, pero dará a cada uno —os he repetido muchas veces— según sus obras, hijos míos.
Hablad de Cristo por todas las partes del mundo, por todos los rincones de la Tierra. Llevad la luz de los Evangelios. Estamos en los últimos tiempos, hijos míos, y es preciso que se publique la palabra de Dios por todas las partes.
¡Cuántos sois como san Pedro, hijos míos! ¡Cuántos hay aquí que negáis a Cristo! Pero, hijos míos, estáis a tiempo; san Pedro se arrepintió con tiempo; vosotros podéis hacer lo mismo.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hijos míos, sirve para salvar almas. Vosotros podéis hacerlo diariamente y ofrecerlo por esas almas que no han conocido a mi Hijo.
Hijos míos, seguid rezando el santo Rosario, ¡me agrada tanto esa plegaria!, y con el Rosario se pueden salvar muchas almas, hijos míos. También os pido que hagáis visitas al Santísimo, ¡mi Hijo está triste y solo esperándoos a todos, hijos míos!
Sed humildes, hijos míos, sed humildes para poder conseguir el Cielo. El mundo está cada día peor y las almas se meten cada día en el Infierno por sus pecados, porque no quieren, hijos míos, no quieren recibir la gracia de Dios. ¡Pobres almas, hijos míos! Pedid por las almas consagradas. Pedid, hijos míos, como decía mi Hijo: «Pedid y recibiréis».
Mira, hija mía, mi Corazón sangra de dolor por todos mis hijos, por todos sin distinción de razas, hijos míos. Os quiero salvar a todos, hijos míos, pero hay almas que no quieren recibir la gracia que les doy. Mira cómo está mi Corazón, hija mía... (Luz Amparo, ante esta visión, llora desconsoladamente).
Pero, hija mía, se han purificado tres almas; vuestras oraciones están salvando muchas almas. Quita tres, hija mía, quita tres espinas de mi Inmaculado Corazón... No toques más, hija mía, no toques más, siguen sin purificar, hija mía.
Haced sacrificios, hijos míos, haced sacrificios y oración. Con el sacrificio y la oración, podéis salvar muchas almas, hijos míos.
Escribe un nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Hay muchos nombres, hija mía, en el Libro de la Vida.
Seguid rezando mi plegaria favorita, hijos míos; seguid rezando para la salvación de las almas. ¡Cuántas almas, hijos míos, se condenan porque nadie reza por ellas!
Besa los pies, hija mía, en recompensa de tu sufrimiento, hija mía…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 2 de julio de 1983, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hija mía, los hombres siguen pecando, hija mía, y siguen ofendiendo a Dios, pero mi Inmaculado Corazón, sigue derramando misericordia, misericordia y amor sobre toda la Humanidad, y la Humanidad sigue pecando, sigue provocando a Dios Padre; sigue, hija mía, desafiando a Dios. Pide, hija mía, a todo el mundo que cambien de vida, que la ira de Dios está próxima y va a caer de un momento a otro, hija mía. Sí, hija mía, que cambien esa vida de pecado y de desorden que llevan. Hija mía, también pido que lo publiques por todos los rincones del mundo.
Tendrás enemigos, hija mía, pero sé fuerte en la fe de Cristo; con la fe de Cristo triunfarás contra todos los enemigos.
Sí, hija mía, Satanás se ha apoderado de altos puestos para detener la marcha... (Palabra ininteligible), hija mía. Sí, también se ha metido en las altas cumbres de la Iglesia para destruir las almas consagradas. Se ha introducido en los cuerpos de hombres sabios para destruir la mayor parte de la Humanidad. Hijos míos, seguid el camino del Evangelio de Cristo.
Todos aquéllos que se llaman hijos de Dios y no cumplen con los mandamientos de la Ley de Dios, no son hijos de Dios, hija mía; se llaman hijos de Dios, pero están sirviendo al enemigo, y mi Hijo dijo: «Debes de servir a un dueño sólo», hijos míos. Tenéis que tener sólo un dueño, y ese dueño que sea Jesús, que es el Dueño de vuestra alma. Que el enemigo no se apodere de vuestras almas. ¡Cuántos, hija mía, de los aquí presentes, dicen servir a Dios! Pero, ¿de qué manera creéis, hijos míos, que se sirve a Dios? Cargando la cruz y siguiendo su camino, hijos míos. Mi Hijo, hijos míos, se inmoló por vosotros, por la salvación de vuestras almas. Quiere, hija mía, quiere almas víctimas para reparar la salvación de la Humanidad. El tiempo se aproxima, hijos míos, y los hombres no cambian; de un momento a otro va a venir el gran Castigo, hijos míos.
Por todos mis hijos, hijos míos, por todos pedid, pedid y haced sacrificios. Para ganar el Cielo, hijos míos, hay que ser buenos y puros, y caritativos con vuestros semejantes, hijos míos. Sin caridad no os salvaréis.
Mira, hija mía, mira mi Corazón. Mira cómo está, transido de dolor por todos mis hijos, por todos sin distinción de razas, hijos míos... Quita tres espinas, hija mía; se han purificado tres con vuestras oraciones y con tus sacrificios... No toques más, hija mía, no toques más, las demás no están purificadas. La parte del Corazón, hija mía, es parte de las almas consagradas. ¡Pedid por las almas consagradas, hijos míos, pedid, que el enemigo no se apodere de esas almas que pertenecen a mi Hijo, hija mía!
Seguid rezando el santo Rosario, hijos míos; con el Rosario se salvan muchas almas; pero también os pido que os acerquéis al sacramento de la Confesión y al de la Eucaristía. Es muy importante recibir el Cuerpo de Cristo, para daros fuerza para luchar contra el enemigo.
Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Ya hay otro nombre más, hija mía, en el Libro de la Vida. Estos nombres no se borraran jamás, hija mía.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para reparar los pecados de los hombres, hija mía.
Sé humilde, hija mía. Tienes que sufrir mucho; mi Hijo te ha cogido como víctima, como víctima para sufrir por la salvación de los pecadores. Sí, hija mía, tendrás muchas pruebas, pruebas fuertes de dolor, pero ya te he dicho otras veces que mi Hijo no te va a dar más de lo que puedas resistir, pero es preciso que haya almas víctimas para la salvación de las almas. No te importen las burlas, hija mía, ni te importen las humillaciones; si está Dios contigo, ¿a quién puedes temer, hija mía?
No, hija mía, no se encuentran apóstoles de los últimos tiempos. Los apóstoles tienen que ser humildes, puros, mortificados y sacrificados, hija mía, para el bien de la Humanidad; pero, ¡qué pocas almas se encuentran para elegir almas de los últimos tiempos! Estamos en el fin de los fines, hija mía.
Seguid haciendo sacrificios. Sin sacrificios y oración no os salvaréis, hijos míos.
Pedid por las almas consagradas, ¡las amo tanto, hijos míos, y qué mal me corresponden esas almas! Sí, hijos míos: sacrificios, sacrificios y oración pido. Hijos míos, os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos, hijos míos; serán bendecidos... Sed humildes, hijos míos; está llegando el tiempo para escoger apóstoles para los últimos tiempos. Sí, hijos míos, el camino para llegar al Cielo es por el camino del sufrimiento y del dolor. Pensad en Cristo, cómo se inmoló por todos vosotros, por la salvación de vuestras almas, y qué mal le correspondéis, hijos míos. Seguid rezando... (Palabras en idioma desconocido).
Pide por el Vicario de Cristo. Lo que te he dicho, hija mía, es un secreto. Sólo puedes comunicárselo a él. Sigue pidiendo por el Vicario de Cristo, está en un gran peligro, hija mía.
Oración y sacrificio os pido, hijos míos. Eso os pide vuestra Madre. Correspondedme con la oración y con el sacrificio, que mi Inmaculado Corazón derrama gracias sobre toda la Humanidad, hijos míos. Será el que triunfe; será el que triunfe, hijos míos.
Pedid, que recibiréis, si os conviene para vuestras almas. No pidáis para vuestro cuerpo nada más; pedid el milagro del alma, que es el más importante, hijos míos.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 7 de julio de 1983, jueves

Basílica de «Santa María la Mayor», Roma (Italia)

Éxtasis y estigmatización de Luz Amparo en la basílica de Santa María la Mayor en Roma, en la capilla del Santísimo Sacramento, después de participar en la Misa.
La Virgen:
Por la humildad se puede alcanzar el Reino del Cielo. Todos aquéllos que no cumplan con los mandamientos que Cristo instituyó en la Tierra, no entrarán en el Reino de Dios. Seguid el camino del Evangelio de Cristo; Cristo lo dejó todo dicho en sus Santos Evangelios, hijos míos. Publicad la palabra de Dios por todos los rincones de la Tierra. Ésa es la sal del Evangelio, la que dice mi Hijo que la extendáis por todas las partes. Sed buenos hijos de Dios, hijos míos, para que luego podáis entrar en el Reino del Cielo.
Besa el suelo, hija mía... Por las almas consagradas, hija mía. Este acto de humildad sirve en reparación de todos los pecados del mundo. Vuelve a besar el suelo, hija mía... Por las almas consagradas, por todos mis hijos, sin distinción de razas, hijos míos. Sed humildes, hijos míos, y sentid amor por los demás; si no sois amantes de vuestro prójimo, no entraréis en el Reino del Cielo. Sacrificios, hijos míos, sacrificios y oración para poder conseguir las moradas celestiales, hijos míos.
Sí, hija mía, el Infierno está lleno de pecados de impureza; sed puros como vuestra Madre fue pura e inmaculada, para poder entrar en el Reino del Cielo, hijos míos.
Seguid, hijos míos; haced apostolado por todas las partes del mundo. El mundo está muy necesitado de que se publique la palabra de Dios por todos los rincones de la Tierra. Sí, hijos míos, os quiero pequeños, pequeños, para luego que podáis ser grandes, muy grandes, y subir muy alto a las moradas que el Padre está preparando.
El fin de los fines se aproxima y los hombres no dejan de ofender a Dios. Como los hombres no cambien, hija mía, la Humanidad, la mayor parte de la Humanidad, quedará destruida, hija mía. Meditad la Pasión de Cristo; está olvidada, hijos míos. Humildad es lo que pido con sacrificios y oración.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice en el nombre del Padre con el Hijo y en el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 8 de julio de 1983, viernes

San Giovanni Rotondo (Italia)

Éxtasis y estigmatización de Luz Amparo en el Convento de los Padres Capuchinos de San Giovanni Rotondo [Italia], lugar donde san Pío de Pietrelcina quedó estigmatizado por vez primera. Al mismo tiempo, recibió el siguiente mensaje. En la grabación, como fondo, se escuchan los cánticos religiosos entonados en el templo.
La Virgen:
Hija mía, sé imitadora, hija mía, de esta alma consagrada; vas a sufrir mucho, pero él también sufrió, hija mía, para la salvación de las almas. Es preciso, hija mía, coger almas víctimas para la salvación de los demás. Imítale, hija mía, imítale; pero sé fuerte; vas a recibir pruebas de dolor más fuertes, hija mía; imita a esta alma consagrada, que por estas almas y por otras muchas, hija mía, se salvará la tercera parte de la Humanidad, hija mía.
Sé fuerte, sé fuerte, porque los humanos, hija mía, te harán mucho daño, hija mía.
Besa el suelo, hija mía, besa el suelo... Por las almas consagradas, hija mía, por estas almas, para que sean imitadores a esta alma víctima que escogió mi Hijo y que está gozando de su presencia, hija mía. Tú, todavía no ha llegado el momento; sé fuerte, vas a sufrir, pero es preciso sufrir para conseguir la Gloria, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay...! (Pausa de silencio). ¡Padre!
Posteriormente, Luz Amparo explica: «Al padre Pío le vi joven, vestido con una túnica blanca, sin llagas, resplandeciente, con un cáliz rodeado de luz. De este cáliz tomó una Sagrada Forma y me la dio. Yo no pensaba decir que el padre Pío me había dado la Comunión, si no me hubiera dicho el arcángel san Gabriel que lo revelara». ¿Confunde «cáliz» por «copón», que es el vaso sagrado que contiene las formas consagradas?.
La Virgen:
Mira, hija mía, dónde se encuentra esta alma víctima, esta víctima de reparación…
Continúa explicando Luz Amparo en otro momento: «Vi una morada llena de luz blanca; vi allí otras almas resplandecientes vestidas totalmente de blanco».
Luz Amparo:
Para todos los que escoge mi Hijo está preparado este puesto, hija mía. Vale la pena, hija mía, vale la pena sufrir... (Luz Amparo emite un largo lamento).
La Virgen:
Todavía no has cumplido la misión, hija mía, sé fuerte, no tengas miedo a nadie. Mi Hijo está contigo y, estando contigo mi Hijo, ¿a quién puedes temer, hija mía? Imita a esta alma; has visto a esta alma consagrada, hija mía; sufrió mucho también, sufrió mucho para salvar las almas... (Luz Amparo se lamenta durante unos instantes).
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice con el Hijo y con el Espíritu Santo.
Sé humilde, hija mía, la humildad es la base principal para llegar al Cielo.
Adiós, hija mía. ¡Adiós!

Mensaje del día 23 de julio de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Mira, hija mía, mira cómo han dejado los pecados de los hombres, en qué lugar han dejado a mi Hijo, mira cómo está su cuerpo... (Luz Amparo llora ante esta visión). Para que digan los humanos que mi Hijo no sufre, hija mía; mi Hijo está con la Cruz diariamente por la salvación de toda la Humanidad. (Luz Amparo ve cómo los ángeles depositan en el regazo de la santísima Virgen el cuerpo llagado del Señor).
Quiero, hijos míos, que se haga una capilla en este lugar, en honor a mi nombre, hijos míos, pero no me hacen caso los humanos. Quiero que se medite la Pasión de Cristo; está completamente olvidada, hija mía. Seguid rezando, hijos míos, el tiempo se aproxima y los hombres no dejan de ofender a mi Hijo. El Padre Eterno está enfadado; implorad al Padre, hijos míos, que tenga misericordia de la Humanidad, porque, de un momento a otro, va a descargar su ira, hijos míos.
Sed humildes, como vuestra Madre fue humilde, y sed puros, como vuestra Madre fue pura también, hijos míos. No os riais de los mensajes de vuestra Madre; de un momento a otro va a llegar el Castigo, hijos míos, y los hombres no dejan de ofender a Dios; ¡qué crueles son, hija mía!, no hacen caso; me manifiesto en tantos lugares, pero qué poco caso hacen a mis avisos, hija mía; no hacen caso a los avisos de su Madre.
Besa el suelo, hija mía... Esto lo haces por las almas consagradas, ¡las amo tanto, hija mía!, ¡y cuántas almas consagradas se han retirado del camino de Cristo y se han introducido en la vida de placeres, hija mía! Besa el suelo en reparación de sus pecados... Nunca, hija mía, te avergüences de la humillación; todo el que se humille será ensalzado, hija mía. Este acto de humildad sirve en reparación de todos los pecados del mundo, de las almas consagradas, hija mía. ¡Pobres almas, hija mía! Se han oscurecido sus mentes y se ha metido el demonio para llevarlos por el camino de la perdición, hija mía. ¡Qué oscuras están sus mentes, hija mía; pobres almas!
Tened presente que el enemigo está entre los cuatro ángulos de la Tierra para apoderarse del mayor número de almas; por eso os pido, hijos míos: con el sacrificio y con la oración podéis ayudar a esas pobres almas, para que no se condenen, hija mía.
Pensad que el mundo pasa, que la Tierra no vale para nada; pero que las moradas están preparadas para todo el que quiera seguir a mi Hijo, hijos míos. Coged la Cruz de Cristo y cargárosla; pero no os quejéis cuando llevéis esa cruz; hacedlo con humildad, y que vuestra cara no demuestre el sufrimiento, hijos míos. Sed humildes; humildad, hijos míos, para poder conseguir las moradas. La lucha del enemigo también está próxima, hijos míos.
Estad sellados con el número de María Inmaculada, de vuestra Madre María Inmaculada. No os dejéis sellar por el número del enemigo, que es el 666. El enemigo está en la lucha, hijos míos, está entre vosotros; retiraos de aquéllos que os quieran llevar por el camino de la perdición, hijos míos; sed discípulos, hijos míos, no seáis herodes. Humildad es lo que pido y sacrificio; haced, hijos míos, penitencia y acercaos al camino de vuestro Padre Celestial; ese camino es el de las espinas, hijos míos. Satanás os lleva al camino de la «felicidad», hijos míos; no os vayáis por el camino de las rosas, coged las espinas, porque el enemigo os quiere confundir. Sed humildes, hijos míos, y seguid rezando el santo Rosario.
Pero también os pido que muchos de aquí presentes no os habéis acercado al sacramento de la Confesión, hijos míos. Si no os habéis acercado a ese sacramento, no os salvaréis. Bienaventurados aquéllos que cumplen los diez mandamientos de la Ley de Dios. También os pido que hagáis vigilias, hijos míos, en reparación de esas almas que no han conocido a mi Hijo.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Sacrificios, hijos míos, sacrificios pide vuestra Madre; no os riais, hijos míos. Cuando os presentéis ante el Padre, que los ángeles no os rechacen. Sí, humildad es lo que pido, con el sacrificio y con la caridad.
Adiós, hijos míos.

Mensaje del día 24 de julio de 1983, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, me manifiesto a menudo, hijos míos, porque el mundo está al borde del precipicio, y los hombres no hacen caso. Sacrificio os pido, hijos míos, sacrificios y oración, para poder salvar por lo menos, hijos míos —os sigo repitiendo—, la tercera parte de la Humanidad. Los hombres no dejan de ofender a Dios, pero con el sacrificio y con la oración, hijos míos, podéis ayudar a tantas almas. Hija mía, se van a presentar profetas falsos; ten cuidado, hija mía, que entre la Humanidad está la raza maldita del Anticristo, y el Anticristo está entre los cuatro ángulos de la Tierra, para confundir a las almas; pero con sacrificio y con oración, hijos míos, y con humildad, nunca el enemigo se podrá apoderar de vuestras almas.
El cáliz está lleno, hijos míos, está saliéndose, y la mano de mi Hijo va a hacer justicia sobre toda la Humanidad.
Humildad pido, hijos míos, no os dejéis engañar por la astucia del enemigo; el enemigo quiere sellar con el 666 a sus almas, hijos míos, no os dejéis engañar; sacrificio, sacrificio y oración.
Confesad vuestros pecados, hijos míos; el Padre Eterno está triste y enfadado, porque muchos no os habéis acercado a ese sacramento; ¡qué pena, hijos míos! No os metáis en la profundidad de los placeres del mundo, el mundo no sirve nada más que para vuestra condenación. Sí, hija mía, tu sufrimiento y el de otras almas víctimas sirven para la salvación de la Humanidad.
Se reirán de ti, hija mía, se burlarán, te levantarán calumnias, pero piensa en Cristo; Cristo Jesús fue calumniado, hija mía, fue calumniado, y ¿qué podían calumniar?... (Palabras en idioma extraño).
Sí, todo esto tenlo presente, hija mía, todo esto lo recibirás. Serás martirizada, hija mía; pero recibirás la palma del martirio, porque vale la pena todos los sufrimientos del cuerpo para luego que tu alma esté en una morada, en la morada de las almas escogidas, hija mía. Hazte pequeña, pequeña como mi Hijo te dice, hija mía, para poderte subir muy alta; pensad que todas las almas pequeñas, tienen un puesto elevado en las moradas.
No os aferréis a las cosas terrenas, hijos míos; sólo sirven para condenar vuestra alma.
Besa el suelo, hija mía, por los pecadores, hija mía... Este acto de humildad, hija mía, sirve en reparación de tantos pecados como se cometen, hija mía, y los ultrajes a mi Inmaculado Corazón.
Refugiaos en el Corazón Inmaculado de vuestra Madre. Mi Corazón triunfará, hijos míos. Sed humildes, sed humildes, hijos míos, y sed sacrificados; las almas sacrificadas son las que importan en el mundo de pecado, hija mía; el alma sacrificada es el alma pura e inmaculada que Dios quiso por Madre, hija mía. Dios se sacrificó por el bien de la Humanidad, pero su Madre fue también víctima de dolor al pie de la Cruz, hija mía. Yo estuve amarrada, amargamente amarrada al pie de la Cruz, hija mía, viendo agonizar a mi Hijo; por eso tú eres madre, hija mía; pide por tus hijos, que en mi Corazón hay espinas de ellos también, hija mía.
Piensa que si uno de tus hijos —te lo he repetido muchas veces— le vieses cómo se profundizaba en el fondo del abismo, hija mía, ¡qué dolor tan inmenso, porque eres madre, hija mía! Así está mi Corazón diariamente, sufriendo por todos mis hijos, por todos, sin distinción de razas, hija mía. Sed humildes, hijos míos…
Luz Amparo llora desconsoladamente y explica después: «Veo como un planeta muy oscuro y muy seco con piedras y polvo, sin nada de vegetación, y veo a muchas personas muy desnutridas, que buscan desesperadamente agua».
La Virgen:
Estas almas, hija mía, se encuentran aquí, porque no han querido recibir la llamada de Cristo, hija mía, para toda la eternidad, hija mía. Nada más que piensa diariamente en que la condenación es para toda, toda una eternidad; por eso pido, hijos míos, que hagáis sacrificio y oración por las almas que no han conocido la llamada de Dios, hijos míos, esta luz divina. Hay muchas almas que están muy necesitadas, pero que nadie, nadie reza una oración por ellas, hijos míos. Humíllate, hija mía, vuelve a besar el suelo por estas pobres almas, hija mía... Nunca te avergüences, hija mía, de ser humillada; piensa lo que dijo mi Hijo: «Bienaventurados los que se humillen, porque ellos serán ensalzados».
Hija mía, seguid rezando el santo Rosario; se están salvando muchas almas. Me agrada, hija mía, que vengáis a este lugar a rezar el santo Rosario.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, en el nombre del Padre con el Hijo y en el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 25 de julio de 1983, lunes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, pedid por la paz del mundo entero, pero pedid por España, hijos míos; sed unos buenos apóstoles como vuestro patrón fue un buen apóstol; pero no luchéis con espada, hijos míos, luchad con la oración y con el sacrificio en reparación para la salvación del mundo, hijos míos. Pedid por Rusia, hijos míos, en Rusia está el Dragón de las siete cabezas, hijos míos, que quiere apoderarse de la mayor parte de la Humanidad. Pedid a mi Corazón Inmaculado para que sea convertida Rusia. Rusia, hijos míos, si no hacéis oración y sacrificio, será el azote de la Humanidad; pedid que se convierta, hijos míos, pero con oración y con sacrificio.
No saquéis vuestra espada para luchar, meted vuestra espada en la vaina y coged vuestra arma, que es el santo Rosario. Sin oración y sin sacrificio, hijos míos, el mundo no se salvará.
Os pido sacrificio, sacrificio, hijos míos, por esas pobres almas, ¡están tan necesitadas de oración!, que el demonio se ha metido en sus mentes y ha oscurecido sus inteligencias y las han aprovechado para construir artefactos atómicos, para destruir la mayor parte de la Humanidad.
Sí, hijos míos, pedid por Rusia y China, para que se convierta; puede ser la destrucción de la mayor parte del mundo, hijos míos; pero con el arma del Rosario podéis salvaros y también salvar a vuestros enemigos, hijos míos. Sacrificios, sacrificios, repito, hijos míos; haced caso a vuestra Madre y pedid a mi Inmaculado Corazón, porque este Corazón Inmaculado será el que triunfe al final, hijos míos.
Ayudad a Cristo a descargarse esa cruz que lleva por esas pobres almas que no quieren aceptar la palabra de Dios; sed apóstoles, hijos míos, y publicad por todas las partes del mundo la palabra de Dios. Todos unidos, hijos míos, llegará el momento en que vosotros tendréis que ser los que salvéis el mundo, hijos míos. Pero Cristo triunfará, hijos míos, aunque la Bestia quiere apoderarse de muchas almas.
Oración, hijos míos, oración os pido; seguid rezando el santo Rosario, rezad la tercera parte, porque con el Rosario, hijos míos, se salvarán muchas almas; pero repito que os pongáis antes a bien con Dios, hijos míos; antes acercaos al sacramento de la Confesión para luego recibir el sacramento de la Eucaristía; haced visitas al Santísimo, hijos míos. Mi Hijo está triste y solo; consoladle, hijos míos, consoladle, porque el mundo está al borde del precipicio, y los humanos no cambian, hijos míos.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la reparación de todos los pecados del mundo; humíllate, hija mía, piensa que el que se humilla será ensalzado ante los ojos de Dios; no te avergüences, hija mía, pero sé humilde, sé humilde y ofrécete como víctima en reparación de todas las almas.
¡Cuántas almas, hija mía, por no haber conocido la palabra de Dios, por no haber tenido quien les hable de mi Hijo, están tan necesitadas, hijos míos! Publicad la palabra de Dios por todos los rincones de la Tierra; ésa es la sal que habla mi Hijo en el Evangelio. Sed apóstoles, hijos míos; todos podéis ser apóstoles y ayudar a vuestros hermanos; el que no ama a su hermano, no ama a mi Hijo, hija mía, y el que no ama a Cristo no entrará en el Reino del Cielo.
Vuelve a besar el suelo, hija mía; con este acto de humildad, aunque se rían, hija mía, aunque se rían, tiene mucho valor, hija mía. Mi Hijo, cuando estaba en la Tierra, se humillaba constantemente ante el Padre con la cabeza en el suelo... Hija mía, tiene mucho valor el acto de humildad de besar el suelo. Hija mía, te pido que seas humilde, que seas muy humilde; sin humildad no se consigue el Cielo.
Me agrada tanto, hijos míos, que vengáis a rezar el santo Rosario de todas las partes del mundo. Todo el que venga a rezar el santo Rosario será bendecido, hija mía, y, como dije al principio, hija mía, muchos de ellos serán marcados con la cruz de los escogidos.
Pero, hijos míos, tenéis que ser humildes y tenéis que hacer sacrificios. Hace miles de años, en las primeras apariciones que hice en la Tierra, hijos míos, avisaba el sacrificio, el sacrificio y la oración; haced caso para que el mundo se salve. Sin sacrificio y sin oración no se puede salvar el mundo, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos…
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 30 de julio de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, el mensaje va a ser corto, hija mía, porque todo lo tengo dicho desde el principio hasta el fin. Di a los humanos, hija mía, que no ofendan la Divina Majestad de Dios Padre; está muy ofendido y su cólera va a caer sobre la Humanidad de un momento a otro, hija mía. Os pido sacrificios, hija mía, sacrificios y oración. Éste es mi mensaje, hija mía: que os améis los unos a los otros como mi Hijo os amó, hija mía.
Sí, hija mía, los humanos han convertido el mundo en escenario de crímenes y de placeres y de envidias, hija mía. No seáis «caínes», hijos míos; sed como Abel, que ofrecía a Jesús los mejores frutos de su cosecha; haced vosotros lo mismo, hijos míos. No os riais de los mensajes de vuestra Madre; ¡cuántos, hija mía, cuántos se ríen de mis mensajes! ¡Pobres almas, me dan tanta pena, hija mía! Tú, hija mía, te sigo repitiendo: hazte pequeña, humíllate, hija mía, sé humilde, porque sin la humildad, hija mía, no se puede conseguir el Cielo.
Besa el suelo, hija mía, en acto de humildad, en reparación de todos los pecados... Bienaventurados, hija mía, bienaventurados los que se humillan —ya te lo he repetido muchas veces—, porque ellos serán altos, muy altos; subirán a las moradas más altas del Padre Eterno. Por eso, hijos míos, sin humildad, sin caridad y sin fe no se puede conseguir el Cielo. Sed humildes, hijos míos; mi Hijo quiere apóstoles, pero no los encuentra, hija mía; quiere apóstoles para los últimos tiempos, pero la Humanidad no corresponde, hija mía, no corresponde con sus sacrificios y con sus oraciones.
Sí, hija mía, las almas consagradas están muy necesitadas de oración, hija mía, y los pecados de las almas consagradas están clamando al Cielo venganza, hijos míos; pedid por esas pobres almas, ¡me dan tanta pena, hijos míos!, ¡los amo tanto! Los ángeles del Cielo harán justicia, hija mía, sobre esa venganza.
Por eso os pido, como Madre de amor y de misericordia que soy, que pidáis por todas las almas; no quiero que se condenen, todos son mis hijos, hija mía, todos sin distinción de razas; por eso os aviso, hija mía, para que pongáis orden en vuestras vidas y para que hagáis oración y sacrificio, pues el tiempo está próximo, muy próximo, hijos míos, muy próximo; faltan segundos, hijos míos, os lo vengo advirtiendo hace mucho tiempo, hijos míos.
Quiero que hagáis sacrificio, que os acerquéis al sacramento de la Confesión y que hagáis visitas al Santísimo; mi Hijo está triste y solo con los brazos abiertos esperándoos a todos, hijos míos; dedicadle media hora, hijos míos, ¡está tan triste y tan solo!
Pedid gracias a mi Inmaculado Corazón; quiere este Corazón Inmaculado derramar las gracias sobre todos vosotros, hijos míos. Pedid como decía mi Hijo: «Pedid y se os dará», hijos míos; pero pedid para vuestra alma, no pidáis sólo para vuestro cuerpo; el cuerpo no vale para nada, hijos míos; tened presente que es el alma lo más importante; depende de vosotros vuestra salvación o vuestra condenación, hijos míos; pero aquello que escojáis, será para toda, toda una eternidad, hijos míos.
El mundo se acaba, pero quiero que los hombres cambien, quiero que ordenéis vuestras vidas. Hijos míos: se os dará un Aviso y os veréis reflejados, vuestra alma como en un espejo, de lo que habéis sido durante vuestra toda existencia, hija mía, toda vuestra existencia. Ése es el misterio de Dios, que el hombre nunca ha llegado a descubrir, hijos míos; muchos, en ese momento, se horrorizarán, hija mía, y no querrán creer ni en la palabra de Dios. Por eso os pido, hijos míos, que pidáis luz al Espíritu Santo para, cuando llegue ese momento, estéis iluminados para poder comprender los designios de Dios cómo son misteriosos y ocultos.
Sí, hija mía, todavía te queda que sufrir, pero piensa que es para bien de la Humanidad; las almas víctimas las escoge mi Hijo para la salvación de los hombres.
Vuelve a besar el suelo por las almas consagradas, hija mía, por esas almas que ofenden la Divina Majestad de Dios... Es preciso, hija mía, que esta humillación la recibas diariamente; besa el suelo diariamente, hija mía, durante todo el día. Es un acto de humildad para ti también, hija mía, en reparación de tus pecados. Piensa que mi Hijo te ha escogido por miserable y pequeña, hija mía, no te ha escogido por mística, hija mía, sino porque eras una miserable. Por eso te pido que te humilles, hija mía, y te dejes humillar. También esta humillación sirve para todas las almas. Durante el día, ese acto de humildad sirve para salvar la Humanidad, hija mía; en reparación de todos los pecados del mundo.
Sed humildes, hijos míos, y con vuestra oración y vuestro sacrificio podéis salvar muchas almas, hijos míos; por eso me manifiesto tan a menudo, porque el tiempo se aproxima y los hombres no cambian. El fin de los fines está cerca, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad los objetos, hijos míos; todos los objetos serán bendecidos y muchos objetos recibirán gracias especiales para la curación de algún enfermo…
Recibid mi bendición, hijos míos.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 6 de agosto de 1983, primer sábado de mes

Festividad: La Transfiguración del Señor

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, Dios Padre todavía tiene misericordia de los humanos; todavía sigue dándoles oportunidad para salvar su alma, hija mía.
Pide, hija mía, pide por las almas consagradas. Pide, hija mía, y haz sacrificio. Dios Padre hace mucho tiempo que está dando avisos por medio, primero, de sus ángeles, hija mía; los mandó a Sodoma y Gomorra, para avisarles de tanto pecado de impureza, de toda clase de vicios. Pero, como no hicieron caso a sus mensajes, las destruyó con nube de fuego. Destruyó dos ciudades, hija mía; pues aquí va a pasar igual, hija mía. Toda la raza humana se rebela contra Dios.
En los conventos, hija mía, hay abominaciones, y en las iglesias, en muchas iglesias, ha llegado la abominación con el pecado, hija mía; pide por esas almas. ¿Dónde están esas flores puras y lozanas que estaban en los conventos, hija mía? No se encuentran almas. Sacrificio pido, sacrificio y oración.
El enemigo astuto, hija mía, se apodera de esas almas, para escoger el mayor número para cuando llegue el momento. Claro, hija mía, tú tienes que ser víctima en reparación de los pecados del mundo.
Sí, hija mía, vas a sufrir mucho. Pide por las almas consagradas. El demonio se apodera de muchas almas y las introduce dentro de esos conventos. Hija mía, los conventos que todavía quedan, que siguen la vida de Cristo con la vida de sacrificio, de amor, de caridad, de fe, de pureza, el demonio quiere destruir esa obra. Que estén alerta, hija mía, para ver a quién meten en esos conventos, porque el demonio se quiere hacer el rey de todos esos corazones para destruir la obra de mi Hijo. ¡Pobres almas, hija mía, necesitan oración y sacrificio! Las almas que quiere mi Hijo tienen que ser pobres, humildes, puras y sacrificadas, hija mía. ¿A dónde se encuentra esto?
El enemigo, con su astucia, se está apoderando de todas esas almas; por eso pido, hija mía —hace muchos años que estoy pidiendo—, sacrificio y oración.
Mi Hijo, primero, puso a sus ángeles por mensajeros para la raza humana; y luego ha puesto a su Madre por mensajera, para coger instrumentos pequeños y humildes, para comunicárselo a la raza humana; que tenga cuidado, hija mía, que el mundo está a punto de ser destruido.
Dios le da pena de destruir esta raza; pero los hombres le pagan con crímenes, hija mía, con pecados de impureza y con todas las clases de vicios. Por eso os pido, hijos míos: el tiempo se aproxima y los hombres no cambian, y Dios Padre va a descargar su ira de un momento a otro, hija mía. Que hagan sacrificio, que se arrepientan, que Dios Padre los está esperando a todos con los brazos abiertos, hija mía. Que pidan luz al Espíritu Santo, que Él los iluminará para estar en gracia de Dios.
Hija mía, besa el suelo en sacrificio por las almas consagradas... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de los pobres pecadores; por las almas consagradas, ¡las amo tanto, hija mía, y qué mal me corresponden! Por eso os pido, hijos míos, que hagáis sacrificios por los que no lo hacen y que hagáis oración por los que no rezan, hijos míos.
La ira del Padre se aproxima, y mi Corazón está transido de dolor. Las profecías que yo he dado hace mucho tiempo, hija mía, a Melania y a Bernardita se van a cumplir. Estamos en el fin de los fines, en el fin de los tiempos, hija mía, y no encontramos almas para ser apóstoles de los últimos tiempos. Sólo, hija mía, con que hubiese diez almas, diez almas puras, mi Hijo imploraría a su Padre que no descargara su ira sobre esta Humanidad. Pero no encontramos almas víctimas, hija mía; no encontramos almas que quieran reparar los pecados de los demás.
¿Qué han hecho con la Iglesia de mi Hijo, qué han hecho, hija mía? ¡Qué pena de almas! Pedid por ellas, hijos míos, porque Dios Padre les va a dar por su pecado y por los demás, por los demás que han arrastrado al abismo.
Vas a ver un momento, hija mía, la Transfiguración de Cristo. No podrás tocar, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! (Se lamenta repetidas veces y continúa hablando entre sollozos). ¡Ay, qué luz! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, ay! ¡Ay, qué luz! ¡Ay! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, ay, ay...! ¿Quién es ésos que hay ahí, quién son...? Moisés, es Moisés, y Henoc. ¡Ay!, pero, ¿qué le pasa al Señor? ¡Ay, qué cara! ¡Qué luz! ¡Ay, qué luz...! ¡Ay, ay, ay..., qué luz! (Atraída por el misterio, extiende la mano para tocar). ¡Ay, ay, ay..., qué luz tan densa, ay, ay...! ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, ay, ay...!
La Virgen:
Esta luz, hija mía, es la Transfiguración de Cristo. Has visto su cara, hija mía, como el Sol de brillante, como el Sol. Nadie, nadie puede alcanzar esa energía divina. ¡Nadie, hija mía! No intentes tocarla, ¡no intentes!
Luz Amparo:
¡Ay, lo que sale, ay, lo que sale, ay de la luz del cuerpo, ay del cuerpo ese tan grande! ¡Ay, lo que sale! ¡Huy! ¡Ay, se forma, se forma un brazo! Se está formando otro brazo. ¡Ay, se forma el cuerpo! ¡Ay, se forma la cara! ¡Un pie, el otro pie! ¡Con rayos que salen del cuerpo, de ese cuerpo tan grande! Del centro del pecho salen los rayos; se ha formado un hombre. ¡Ay, es el Señor ese hombre! ¡Ay, es el Señor! ¡Ay, con pelo y todo lo ha formado!
Ahora siguen saliendo rayos de dentro de ese cuerpo. ¡Ay, que se forma un ala, otra ala! ¡Ay, una cabeza de un...! ¡Ay, una paloma, una paloma! ¡Ay, se ha formado también una paloma! ¡Ay, de esos rayos de ese cuerpo tan grande! ¡Qué hombre, si no puedo verle la cara!; el pelo muy largo y la barba; pero la cara no puedo verla. ¡Qué pies tan grandes, ay! ¡Qué brazos tiene, Dios mío! ¡Ay, ¿quién es ése tan grande?! ¡Ay, por eso no lo puedo ver!
La Virgen:
Ése, hija mía, es Dios Padre; nadie, nadie le podrá ver ni tocarle, hija mía. Es la luz divina, la luz para toda la Humanidad. Y ahora, hija mía, vas a ver cómo esos cuerpos se destruyen lo mismo que se han construido y se meten dentro de ese cuerpo.
Luz Amparo:
¿Qué van a hacer ahora? ¡Ay!, pero ¿cómo lo hacen? Se está quitando otra vez. ¡Ay!, los rayos se meten dentro de ese cuerpo otra vez. ¡Ay!, todo se está destruyendo otra vez. ¡Ay!, se han metido dentro de ese cuerpo tan grande. La paloma también se ha metido dentro de ese cuerpo. Pero, ¿qué es esto, Dios mío, qué es eso? ¡Ay!
La Virgen:
Esto, hija mía, son las Tres Divinas Personas: el Padre, que nadie le ha podido ver, el Hijo y el Espíritu Santo. Todo viene del Padre, hija mía: de la energía divina del Padre se forma el Hijo y se forma el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¿Y esos brazos tan grandes?
La Virgen:
Significan que quieren abarcar todo el Universo, hija mía; así es de grande Dios Padre. Pero, a veces, hija mía, la raza humana le hace tan pequeño, tan pequeño, y está tan ofendido, que va a descargar su cólera de un momento a otro, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, Dios mío, Dios mío! ¡Ay, Dios mío; perdónalos, Dios mío! ¡Ten misericordia de todos, Dios mío! ¡Ay, ay, ay, si es que no hacen caso, Dios mío! ¡Ay, ay, ay...!
La Virgen:
Por eso te digo, hija mía, y te he repetido muchas veces, que la raza más «rebeladora» es la raza humana; la que más se ha rebelado contra Dios. Y, sin embargo, hija mía, Dios Padre tiene misericordia de ellos. Pedid que se convierta, hija mía, quiero que se salve... (Habla en idioma desconocido durante unos segundos).
Luz Amparo:
¡Ay, Dios mío! ¡Ay!, ¿tan poco falta, Señor, tan poco falta? Pido que se conviertan todos, Dios mío.
La Virgen:
Vas a ver otra clase de castigo, hija mía... (Luz Amparo se lamenta con la voz entrecortada por el llanto). Por eso mi Corazón de Madre sufre tanto; por eso no quiero que se condenen; por eso mi Hijo me ha puesto por mensajera para la salvación de la Humanidad.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por los pobres pecadores... Por todos los pecadores, por todos mis hijos, hija mía, sin distinción de razas. Pido, hija mía, sacrificio y oración; haz sacrificio y penitencia con la oración, hija mía. Vale la pena seguir para recibir una recompensa en las moradas celestiales.
Mira cómo está mi Corazón transido de dolor por todos mis hijos, hija mía, por todos, por mis almas consagradas... No puedes quitar ninguna espina, hija mía, no están purificadas. Pero te voy a dar una oportunidad de que escribas otro nombre en el Libro de la Vida, hija mía... Ya hay otro nombre más, hija mía, en el Libro de la Vida. Estos nombres no se borrarán jamás, hija mía. Todavía queda algún alma, hija mía, que aman nuestros Corazones, hija mía. Que pidan gracias a mi Inmaculado Corazón, que él derramará gracias sobre toda la Humanidad. Pedid que se conviertan los pobres pecadores; ¡me dan tanta pena, hija mía!
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad los objetos, hijos míos. Todos los objetos serán bendecidos, hijos míos; muchos de ellos recibirán gracias especiales que servirán para la conversión de muchas almas, hija mía…
Os pido sacrificio, hija mía, sacrificios y humildad.
Adiós, hijos míos. Adiós. Adiós.

Mensaje del día 15 de agosto de 1983, lunes

Festividad: La Asunción de la Virgen María

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hija mía, en un día tan importante como hoy no podía faltar, hija mía. Lo mismo que participas de los dolores de la Pasión de Cristo, vas a participar también de mi gloria, hija mía.
Vengo, hija mía, como Madre vuestra de misericordia y de amor. Velo constantemente, hija mía, por todos mis hijos, por todos, porque todos sois hijos míos; es la herencia humana, hijos míos, es la herencia que me corresponde.
Yo viví, hija mía, setenta y tres años en la Tierra entre la raza humana; viví igual a mi Hijo, seguí el camino del Evangelio; pude pecar, hija mía, pero nunca lo hice. Di ejemplo, ejemplo de humildad, di ejemplo de pobreza, y di ejemplo de pureza. También di ejemplo, entre toda la raza humana, de fe, para que tengan fe a Cristo. Dejé esa herencia entre la raza humana. Ése es el ejemplo que di, hija mía, durante toda mi vida.
También José, mi esposo, Dios Padre le otorgó el privilegio de ser padre adoptivo del Verbo Divino que se engendró en mis entrañas. Le educó en el santo temor de Dios, hija mía, y le dio todo su amor. Por eso pido a todas las familias cristianas que eduquen a sus hijos en el santo temor de Dios, para que luego puedan participar, después de la muerte que participó Cristo mi Hijo, también puedan participar de la herencia de su resurrección, hijos míos. Por eso os pido sacrificios, hijos míos, sacrificios acompañados de oración.
¡Me gusta esta plegaria tanto, hijos míos! Os he dejado terminar esta plegaria hasta el último misterio, ¡porque me agrada tanto, hijos míos! Es mi plegaria favorita. Con el Rosario, hijos míos, pero siempre pensando estar en gracia de Dios; antes, el sacramento de la Confesión y de la Eucaristía; después, mi plegaria favorita es ésta, hijos míos. Con esta plegaria se puede salvar toda la Humanidad; os pido, hijos míos, os pido sacrificios y oración.
Pedid por esas pobres almas que no han conocido la gracia de Dios. Vivid como yo viví, escondida en la oración y en el sacrificio, y esperando que llegase este día, hija mía, este día.
Vas a ver, en estos momentos, cómo dos ejércitos de ángeles me transportaron a las moradas del Padre, y para mí ¡fue un gozo tan grande presentarme ante Dios mi Creador en cuerpo y alma gloriosa, hija mía! Mira, hija mía, vas a participar de esta visión tan importante.
Luz Amparo:
Estás muerta, estás muerta. ¡Ay, cuántos ángeles, ay!; pero la Virgen está muerta, está muerta.
La Virgen:
No, hija mía, fui dormida y transportada en manos de mis ángeles.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...!
La Virgen:
Me transportó Dios mi Creador como Reina y Señora de todo el género humano, y también como Reina de todos los ejércitos celestiales. Son billones y billones de ejércitos de ángeles, hija mía. Mira, cuántos ángeles: billones y billones.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...!, yo quiero quedarme aquí. Yo quiero quedarme aquí. ¡Ay!, yo quiero quedarme aquí.
La Virgen:
No, hija mía, todavía no has cumplido tu misión. Tienes una misión que cumplir; cuando cumplas esa misión... (Habla en idioma desconocido).
Luz Amparo:
¡Ay, pero todavía ese tiempo...! (Llora con pena).
La Virgen:
Tienes que ofrecerte, hija mía; piensa que mi Hijo te ha escogido víctima para el bien de la Humanidad. Sí, hija mía, y también piensa que mientras haya víctimas para reparar los pecados de los demás, las almas se irán salvando.
Pide por las almas consagradas, hija mía —¡las amo tanto!—, y algunas de esas almas ¡cómo me corresponden, hija mía!
Besa el suelo en acto de humildad por la salvación de las almas... Hija mía, este acto de humildad vale mucho para la salvación de las almas; con este acto de humildad te ves que no vales nada, hija mía, nada, que eres una miseria y que todavía tienes que purificarte y purificar con tus sufrimientos a tantas almas, hija mía, que tanto lo necesitan.
Muchos creen, hija mía, que Dios no puede manifestarse a los humanos. Dios se manifiesta a los humildes para confundir a los poderosos. Sí, hija mía, si Dios quisiese, sólo con mover un dedo podría hacer arder el mundo entero, hija mía, pero está dando avisos por medio de almas humildes como tú y como otros instrumentos, que coge para salvar a la Humanidad, hija mía; pero hay que ser muy humilde y pensar que eres muy poca cosa, que no eres nada, que mi Hijo te ha escogido por miserable y pecadora, no por mística ni santa, hija mía.
Por eso tienes que decir muy alto a los humanos que cambien sus vidas, que sean humildes y que ordenen su vida, hija mía, que están viviendo en un mundo de desorden y de vicio, y que la juventud, hija mía, está cometiendo muchos pecados de impurezas; muchas ofensas se están cometiendo a Dios Padre, y Dios Padre va a descargar su cólera de un momento a otro, hijos míos. Por eso os pido que vistáis con pudor vuestros cuerpos, para no ocasionar escándalo al ser humano.
Sí, hija mía, con sacrificio y con oración se pueden salvar muchas almas.
Vuelve a besar el suelo por todos los pecadores del mundo, por todos sin distinción de razas... Te sigo repitiendo, hija mía, que durante todo el día puedes hacer este sacrificio. Sirve, hija mía, como humillación ante el Padre para la salvación de las almas. Mi Hijo, hija mía, se pasaba días enteros humillándose con la cabeza en el suelo, para la salvación de los pobres pecadores.
Seguid rezando, hijos míos, mi plegaria favorita. También os pido que sigáis haciendo vigilias, ¡me agradan tanto, hijos míos! ¡Me agrada tanto la oración!
También os digo, hijos míos, que améis a vuestro prójimo, que todo aquél que no ama al prójimo, no ama a mi Hijo.
También a ti, hija mía, te digo: no tengas miedo —te lo he repetido muchas veces—, estando Dios contigo, ¿a quién puedes temer, hija mía?
También, hija mía, hay muchas personas de la raza humana que son, como cuando Cristo estaba en la Tierra, sepulcros blanqueados, que ante los ojos de los hombres parecen justos, hija mía, pero ante los ojos de Dios están condenados. No seáis fariseos, hijos míos.
Con el corazón, con el corazón implorad a Cristo, que vuestra oración no salga de vuestros labios, que salga de vuestro corazón. Haced visitas al Santísimo, hijos míos; mi Hijo os está esperando. Está triste y solo; consoladle, hijos míos, consoladle, que, para mí, hija mía, es el mayor orgullo el que consoléis a mi Hijo; como cualquier madre buena, hija mía, que le hacen una caricia a su hijo, ¡qué gozo siente, hija mía!; pues el mismo siento yo cuando veo que todos amáis a mi Hijo.
Sí, hijos míos, sacrificios y oración pido.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos, hijos míos; recibirán gracias especiales…
Besa el pie, hija mía, te voy a conceder este privilegio de que beses el pie…
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 2 de septiembre de 1983, primer viernes de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo entra en éxtasis, recibe los estigmas de la Pasión; se la ve sangrar por la frente, manos y pies. Al rato, la santísima Virgen le comunica el siguiente mensaje.
La Virgen:
Sí, hija mía, aquí estoy para consolarte y para ayudarte a soportar este sufrimiento. Mi Hijo también sufre diariamente para la salvación de las almas; por eso mi Hijo coge víctimas como tú y otras para reparar los pecados de los hombres.
Sufre, hija mía, que mi Corazón también sufre. Porque estoy dando avisos para toda la Humanidad. La Humanidad no hace caso, está vacía; por eso sufro, hija mía. Mi Corazón está transido de dolor por todos mis hijos, no hacen caso a mis avisos y el mundo sigue peor.
Esta raza humana se rebela contra Dios; todos los días se precipitan en el abismo millones de almas para toda la eternidad. ¡Qué pena de almas! Haced sacrificio y oración. Al pie de la Cruz, mi Hijo os dejó una herencia, y esa herencia es ser yo Madre de toda la Humanidad; por eso soy Corredentora del género humano.
Quiero avisar que el tiempo se aproxima y los hombres no dejan de ofender a Dios. Os pido sacrificio y oración para la salvación de las almas. Vale la pena sufrir y no condenarse para toda la eternidad. Es para toda una eternidad vuestra condenación o vuestra salvación. Por eso os pido que no os abandonéis en la oración. Acercaos al sacramento de la Confesión y la Eucaristía.
Mira, hija mía, cómo está mi Corazón transido de dolor por todos mis hijos sin distinción de razas... Sí, hija mía, mi Corazón no deja de sufrir —como cualquier madre que sea buena sufre— al ver que millones de hijos se precipitan al abismo, se condenan por su propia voluntad. Por eso os pido oración y sacrificio. ¿De qué os vale tener todas las cosas del mundo si en un segundo podéis perder vuestra alma?
Los humanos tienen el corazón endurecido, no tienen compasión de este Corazón Inmaculado, que será el que triunfe sobre toda la Humanidad. No puedes tocar el Corazón de tu Madre, hija mía, no se ha purificado ningún alma. Qué ingratos son los humanos, hija mía.
Escribe un nombre en el Libro de la Vida; en recompensa, escribe el nombre que tú quieras, hija mía... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida, otro nombre que no se borrará jamás.
Vale la pena sufrir para recibir la recompensa. Mira qué recompensa espera a estas almas víctimas por la salvación de la Humanidad... (Luz Amparo expresa alegría ante la visión que le presentan). ¡Qué felicidad se siente aquí, hija mía! Aquí no hay envidias ni guerras, aquí no hay más que paz, amor y felicidad. Vale la pena hacer sacrificios y oración para conseguir las moradas que están preparadas. Es duro este camino, pero luego, ¡qué recompensa tan grande, qué recompensa!
Pedid a mi Inmaculado Corazón gracias, que él os las concede para la salvación de las almas.
Sed humildes y amaos como mi Hijo os ama. Vale la pena este amor para luego gozar de su presencia.
Yo os bendigo, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 3 de septiembre de 1983, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, empiezo con el sacrificio y con la oración y os termino diciendo: sacrificio y oración, hijos míos.
La sociedad, hijos míos, está a punto de ser castigada con un castigo terrible, hijos míos. La Tierra temblará para todos aquéllos que no han querido cumplir con los mandamientos de la Ley de Dios; serán castigados, hija mía. También para aquellas almas consagradas que fingen servir a Dios y se han abandonado en la oración y en el sacrificio, para adorarse ellos mismos. Sí, hija mía, será terrible, porque Dios Padre los va a abandonar en manos de sus enemigos. Sí, hija mía, el golpe fulminante de la cólera de Dios está próximo; está próximo, hija mía, porque los hombres con sus desórdenes y con sus crímenes han traspasado las bóvedas del cielo, hija mía; por eso os pido, hijos míos, sacrificio y oración.
Sí, hijos míos, en aquellos lugares que haya más pecado habrá mayor castigo. París, hija mía, será envuelto en llamas y grandes naciones serán engullidas bajo la tierra, hija mía. Por eso os pido, hijos míos, que pidáis perdón a Dios Padre, que todavía tenéis tiempo para arrepentiros, hijos míos.
Por eso os pido que améis a vuestro prójimo, porque si no amáis a vuestro prójimo, no podéis amar a Dios; porque el amor viene de Dios, y todo aquél que no ama no es nacido de Dios, hijos míos. Por eso os pido: amad a vuestros semejantes, porque si no amáis a vuestros semejantes, no podéis amar a Dios, hijos míos, porque el amor viene de Dios. También, si alguno os dice, hijos míos, que ama a Dios y no ama a su prójimo, no le creáis, hijos míos, porque está mintiendo, está mintiendo; no puede amar a Dios que no lo ve, si no ama a su hermano que está viéndole diariamente, hijos míos.
Por eso os pido que hagáis sacrificios, sacrificios y oración, y que pidáis por aquéllos que no rezan y que améis a vuestro prójimo; porque los carros de fuego de Dios Padre están preparados, hijos míos, para transportaros a la Tierra Prometida. Pero estad atentos, hijos míos, que muchos sois los llamados hijos de Dios, pero pocos seréis los escogidos, hijos míos.
No os aferréis a las cosas terrenas, hijos míos; no podéis servir a dos amos: al dinero, a los placeres y al mundo..., y a Dios; tenéis que dejar uno de los dos, hijos míos; o los placeres y el dinero o a Dios Padre, hijos míos. Pensad, hijos míos, que las riquezas no iban a servir nada más que para condenaros, hijos míos. Pensad lo que mi Hijo dejó escrito, hijos míos: «Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos». Es más difícil, hijos míos, que un rico entre en el Reino del Cielo, que un camello por el ojo de una aguja, hijos míos. Por eso os pido que no os apeguéis a las cosas terrenas. Que si tenéis dos túnicas, dad una a vuestro hermano, hijos míos; dad una a vuestro hermano. Llevad la vida de Cristo, que iba por los caminos con una alforja y una túnica y unas sandalias sin tener de repuesto nada, hijos míos.
Hija mía, es duro el camino de Cristo, porque para seguir a Cristo hay que seguir por el camino del dolor. Todos aquéllos que estáis disfrutando de todas vuestras riquezas y de vuestros lujos, hijos míos, tendréis que dar cuenta a Dios Padre.
Tú, hija mía, esparce la simiente por todas las partes, déjala caer en todos los corazones, pero el que quiera que la coja, hijos míos, y dé fruto de ella, y el que no, dará cuenta a Dios.
Sí, hija mía, es muy fácil vivir como el rico avariento sin acordarse de dar las migajas a los pobres. La vida de Cristo es el sacrificio y la oración, hijos míos, y el amor a vuestro prójimo.
Mira, hija mía, cómo tienen mi Corazón los pecados de los hombres... Quita dos espinas; sólo se han purificado dos... No toques más, hija mía, sólo se han purificado dos.
Seguid con vuestras oraciones. Haced vigilias, hijos míos; ofrecedlo por la salvación de las almas.
Sí, hija mía,... (Habla en un idioma extraño durante unos instantes).
Este tiempo falta para destruir la mayor parte de la Humanidad; por eso, hija mía, os pido oración y sacrificio por esos pobres corazones que rechazan la gracia de Dios, que están tan duros, hija mía.
Besa el suelo, hija mía, por la salvación de las almas... No te importe, hija mía, esta humillación. Piensa que el que se humilla será ensalzado ante Dios, hija mía; no te importen las burlas ni que te calumnien. Piensa en Cristo Jesús, a Él también le calumniaron siendo inocente, hija mía. Tu misión es la de salvar almas; por eso te pido que seas humilde, hija mía; con humildad, con oración y sacrificio puedes salvar a muchas almas para la salvación del mundo, hija mía. Piensa en Cristo Jesús y hazte pequeña, pequeña, para luego que subas alta, muy alta.
Las moradas están preparadas, hijos míos; haced sacrificios para poder alcanzar las moradas; ya sabéis que el camino de Cristo es muy estrecho, hijos míos, y el camino del enemigo es ancho, muy ancho, y lleno de felicidad y de placer.
Hijos míos, os pido oración y sacrificios para poder salvar por lo menos la tercera parte de la Humanidad.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo, hijos míos.
Levantad los objetos, hijos míos, serán bendecidos; todos los objetos recibirán gracias especiales para la curación de los enfermos y para la conversión de los pecadores, hijos míos…
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 9 de septiembre de 1983, viernes

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo cae de rodillas lamentándose de fuertes dolores y comienza a sangrar por la frente y las manos, presentando los estigmas de la Pasión del Señor.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, Dios mío...! (Así repetidas veces). ¡Ay, Jesús! ¡Ay, Jesús...! (Continúa lamentándose con expresiones semejantes durante unos minutos).
La Virgen:
Hija mía, mi Hijo te ha escogido víctima, hija mía; tienes que ser fuerte. Te escogió como víctima para bien de toda la Humanidad, hija mía, para la salvación de las almas; por eso, hija mía, las pruebas son terribles, hija mía, pero tienes que ser fuerte, tienes que ser fuerte. No te abandones, hija mía; tendrás que sufrir mucho. La mayor parte del sufrimiento, hija mía, te la producirán los humanos, hija mía; pero tú ofrécete como víctima reparadora para la salvación de las almas; mi Hijo se vale de almas víctimas, para poder salvar por la tercera parte de la Humanidad; por eso, hija mía, mientras haya víctimas que reparen los pecados de los hombres, se irán salvando muchas almas, hija mía.
Te pido sacrificio, hija mía, sacrificio y oración; ofrécete, hija mía, y hazte pequeña ante los hombres, para que mi Hijo pueda subirte alto, alto, muy alto, hija mía. El camino de Cristo es duro, pero vale la pena, hija mía, porque luego recibirás tu recompensa. Piensa que no eres nada, hija mía, piensa que eres miseria y que por eso te escogió mi Hijo, por pequeña y por miserable, hija mía; por eso tienes que ser muy humilde, hija mía, muy humilde para poder conseguir que se salven muchas almas, hija mía.
Mi Hijo te escogió a ti como ha escogido a otras almas víctimas, pero vale la pena el sufrimiento, hija mía, vale la pena, porque el sufrimiento y la oración valen para la salvación del mundo, pero vale la pena sufrir para recibir la recompensa. Hazte pequeña, pequeña, para que mi Hijo pueda ponerte en un sitio, donde estés alta, muy alta, hija mía.
Besa el suelo, hija mía, por los pecadores, hija mía... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas; piensa, hija mía, como te he dicho otras veces, que todo aquél que se humille, será ensalzado ante los ojos de Dios Padre, hija mía; por eso te pido oración y sacrificio, oración, hija mía. Recibe con humildad todas las pruebas, que en este mundo, hija mía, los humanos, los humanos son... (Habla en idioma desconocido).
Eso son, hija mía, pero vale la pena el sufrimiento para conseguir las moradas, hija mía; piensa que, para seguir a Cristo, hay que coger la cruz, cargársela, e ir detrás de Él, hija mía.
Mira, hija mía, qué premio espera a las almas víctimas, a esas almas víctimas que Jesús coge para la salvación del mundo.
Luz Amparo:
¡Ay, quiero quedarme aquí, quiero quedarme aquí! ¡Ay, ay, ay..., yo quiero quedarme aquí! ¡Ay..., yo quiero quedarme...!
La Virgen:
Ya llegará el día, hija mía, en que recibirás tu recompensa por tus sufrimientos, hija mía; pero hazte pequeña, hija mía, y humíllate ante los ojos de los hombres.
Os pido, hijos míos, sacrificios y oración, para poder conseguir el Cielo; sin sacrificio y oración no se puede conseguir, hija mía; por eso me agrada tanto la plegaria favorita, hija mía, mi plegaria, que es el santo Rosario. Con el santo Rosario, hijos míos, podéis ayudar a muchas almas. Sacrificio, hijos míos, sacrificios y oración.
En recompensa a tu dolor, hija mía, besa el pie…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 15 de septiembre de 1983, jueves

Festividad: Nuestra Señora de los Dolores

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, junta las manos para implorar al Padre por todos los pecadores. Hija mía, quiero estar presente todo el Rosario, para que juntos imploremos para la salvación del mundo. Mira cómo está mi Corazón de dolorido, hija mía; ¿sabes por qué está así mi Corazón? Por todos los pecadores, hija mía, por todos. Si supieran las almas cuánto las amamos mi Hijo y yo, hija mía, no nos rechazarían, ni nos despreciarían con esa frialdad, hija mía.
¡Cuántos, cuántos dicen amar a mi Hijo y a mí, pero cuando mi Hijo les da una prueba y les deja un poco la cruz, la rechazan, la tiran y gritan: «Fuera la cruz, fuera, no quiero la cruz»! La rechazan, la pisotean, y ultrajan el Divino Cuerpo de Cristo. Hija mía, en esos momentos Satanás se introduce dentro de sus almas y les pone el camino ancho, lleno de placeres y de vicios, y lleno de rosas, hija mía, pero en cada rosa hay un sello marcado, y ese sello es el sello del Anticristo, el 666.
Hija mía, se introduce dentro de ellos y cogen los placeres con alegría rechazando la cruz, pero esos placeres, después, los introducen dentro del abismo, hija mía; por eso mi Corazón, mi Corazón está triste, porque los hombres cada día son peor. Por eso coge mi Hijo almas para que sufran, víctimas para dar fuerza a otras almas, fuerza para que no caigan en el pecado, hija mía.
Sí, hija mía, mi Corazón sangra por todos los pecadores, por todos, sin distinción de razas, hija mía. Que pidan misericordia, que pidan gracias, hija mía, que mi Corazón derramará gracias sobre todo aquél que las pida, y mi Corazón Inmaculado los llevará a Jesús, y Jesús los llevará al Padre, y el Padre los está esperando con los brazos abiertos a todos aquéllos que quieran pedir perdón de sus pecados, hija mía.
Es preciso sufrir, hijos míos, es preciso llevar la cruz, como mi Hijo llevó la Cruz, para salvar a toda la Humanidad. También yo, hija mía, sufrí mucho, sufrí mucho amarrada a esa Cruz, desgarrándose mi Corazón de dolor por toda la Humanidad; y mi Hijo, hija mía, me dejó como Madre de todos los pecadores; por eso tengo que luchar, tengo que implorar a mi Hijo, para que mi Hijo implore al Padre que tenga piedad de todos los pecadores. Pero muchos pecadores no quieren recibir, no quieren, rechazan la gracia divina, hija mía, ¡pobres almas, pobres almas, hija mía!, ¡el castigo que se les avecina, hija mía! Por eso está mi Corazón triste, hija mía, porque veo millares y millares de hijos que se precipitan en el fondo del abismo. Por eso con sacrificio, hijos míos, con sacrificio y con oración podéis ganar las moradas, hijos míos.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecadores del mundo... Hija mía, este acto de humildad sirve para la salvación de las almas. Mira, hija mía, no te importe humillarte; piensa que el que se humilla será ensalzado, hija mía. Mira cómo está mi Corazón, hija mía... Por todos mis hijos; quiero que se salven todos, pero rechazan la gracia de su Madre, hija mía. Yo también lloro, hija mía; toca las lágrimas... Enséñalas; mirad, las lágrimas de vuestra Madre, hijos míos…
Después de realizar lo que le pide la Virgen, muchos de los presentes pueden apreciar los dedos de Luz Amparo húmedos y brillantes, como impregnados de lágrimas.
La Virgen:
Estas lágrimas, hija mía, estas lágrimas las derrama diariamente vuestra Madre por todos los pecadores, hija mía; por todos, sin distinción de razas, hijos míos. No habría envase en la Tierra que pudiera recoger mis lágrimas, hijos míos; por eso os pido, hijos míos, oración y sacrificios, oración por los pobres pecadores; no quiero que se condenen, hijos míos, no quiero que se condenen las almas; vosotros con oración y con sacrificios podéis ayudar a esas pobres almas.
Junta las manos, hija mía, para pedir al Padre por todos los pecadores, por todos, hija mía; únete a mí: «Padre Celestial, ten compasión de la Humanidad, ten compasión de todas las almas». Si las almas supiesen cómo están nuestros Corazones, llenos de amor y de misericordia, esperando que ellos pidan, para que mi Hijo les dé esas gracias, hijos míos…
Besa el pie, hija mía…
Sí, hija mía, es preciso sufrir para salvar almas; mi Hijo coge almas víctimas para reparar los pecados de los hombres, pero los hombres son tan ingratos, hija mía... ¡Qué mal corresponden a ese sufrimiento! Aunque te humillen, hija mía, ofrécelo a Cristo Jesús, a Él también le humillaban, hija mía, le llamaban «el endemoniado», «el vagabundo», hija mía, porque iba de pueblo en pueblo publicando la palabra de Dios, para la salvación de las pobres almas, hija mía; ¡pobres almas! También, hijos míos, os pido sacrificios por las almas consagradas, ¡las aman tanto nuestros Corazones, y qué mal corresponden a ese amor, hija mía!
Sí, hija mía, yo también lloro contigo, hija mía, porque veo que cada día hay más almas en el Infierno, hija mía. Satanás con su astucia quiere apoderarse del mayor número de almas, los sella con el 666, para que no se escapen, hija mía. Mira este infierno cómo está...; todos llevan el sello del enemigo…
Luz Amparo:
(Gime y se lamenta). ¡Sácalos, sácalos, sácalos! ¡Ay, ay, sácalos, ay...!
La Virgen:
No, hija mía, se han condenado por su propia voluntad, han rechazado las gracias que mi Corazón les daba, hija mía; por eso este Corazón está triste, están condenados para toda la eternidad, hija mía. De las almas depende su condenación o su salvación, hija mía; yo estoy pidiendo a mi Hijo constantemente por todos ellos, hija mía. Por eso os pido, hijos míos: con la cruz, con la cruz llegaréis a conseguir las moradas celestiales, no la rechacéis, hijos míos, ¡podéis ayudar a tantas almas con todas las cruces que mi Hijo os manda, hijos míos!...
El mundo está muy necesitado de almas víctimas, hijos míos. No sólo hay que ser cristiano de nombre, hijos míos, sino practicantes, practicantes. Muchos rezáis con los labios, hijos míos, pero la oración no sale del corazón; quiero que la oración salga del corazón, para que lleguen a las moradas vuestras oraciones.
Te pido, hija mía, que hagas sacrificio, sacrificio y oración por esas pobres almas que rechazan la gracia de Dios. Yo también sufro, hija mía, aunque los humanos dicen que mi Corazón no sufre, mi Corazón no ha dejado de sufrir, hija mía. Yo también estuve entre los humanos y viví igual a un humano, pues me parecí a los humanos menos en el pecado, hija mía; viví escondida después de la muerte de mi Hijo, escondida, pero sola, y sufrí mucho, hija mía; tenía que dar testimonio de la Iglesia, porque por eso soy la Reina de la Iglesia, hija mía. Pero esas almas, esas almas consagradas, muchos de ellos, han confundido el camino, hijos míos, ¡pobres almas!, pagarán por su pecado más por todas las almas que arrastran hacia el abismo.
Hijos míos, seguid haciendo vigilias, me agradan tanto, hijos míos, me agradan tanto... Y esta plegaria favorita, que es el Rosario, hijos míos; es mi plegaria, con mi plegaria ayudaréis a salvar muchas almas.
Levantad todos los objetos, hijos míos; serán bendecidos, hijos míos, recibirán gracias especiales para la salvación de las almas y para la curación de los enfermos…
Hijos míos, os voy a dar mi bendición, pero quiero estar presente durante todo el Rosario, para implorar al Padre por la salvación de las almas, hijos míos. Os bendigo, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo…
Luz Amparo continúa rezando el Rosario; en diferentes momentos vuelve a entablar diálogo con la santísima Virgen.
Luz Amparo:
¿Pido también por el Obispo?
La Virgen:
Sí, hija mía.
Luz Amparo:
Por el obispo Ángel, para que el Espíritu Santo le ilumine para gobernar el Pueblo de Dios.
La Virgen:
Se llama el Pueblo de Dios, hija mía; pero muchos se llaman hijos de Dios, pero pocos son los escogidos (...).
Que me pidan gracias, que yo les ayudaré a llevar esa cruz (...).
Soy vuestra Madre, hijos míos, soy Madre de la Iglesia, porque vosotros sois los templos, los templos. No los quiero los templos muertos, quiero templos vivos, hijos míos; por eso soy Madre de la Iglesia, porque vosotros formáis mi Iglesia, hijos míos (...).
Sí, hijos míos, Jesús murió en la Cruz para salvar a la Humanidad; pero vosotros sois cobardes, no sois capaces de dar la vida por Cristo. Mi Hijo quiere cirineos para que le ayuden a llevar la Cruz, pero la desprecian, la pisotean, ultrajan su Divino Cuerpo; Jesús muere por redimir el mundo, y las almas le corresponden con pecados y crímenes; no sois capaces, hijos míos, de dar la vida por Jesús; Él dio la vida por sus ovejas, pero vosotros no sois capaces de dar la vida por Él. Todo el que niegue a Cristo en la Tierra, los ángeles le negarán ante el Padre. No seáis fariseos, hijos míos, no neguéis a Cristo, no os avergoncéis de hablar de Cristo, Él no se avergonzó muriendo en una cruz por salvaros a todos, hijos míos; por eso os pido que le ayudéis a mi Hijo a llevar la Cruz y, si es preciso, dad la vida por Él, hijos míos (...).
Gracias, hijos míos; os sigo repitiendo: oración y sacrificios, hijos míos, para ayudar a salvar a la Humanidad.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 24 de septiembre de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, no podía faltar, hija mía, este día; no vengo rendida de dolor, hija mía, pero vengo llena de dolor. Mi Corazón sigue sufriendo porque los hombres no dejan de pecar, hija mía, no dejan de pecar, y el tiempo se aproxima. El día del Señor está próximo, hija mía, próximo. Vendrá Jesús en una nube, hija mía, rodeado de ángeles, como os he dicho otras veces, hijos míos, y a cada uno retribuirá según sus obras; por eso os pido, hijos míos, sacrificios, sacrificios y oración, hijos míos; el tiempo está próximo y los hombres no cambian, hijos míos.
Está muy próximo el fin de los fines. Prestad atención, hijos míos: habrá señales en la Luna, en el Sol y en las estrellas. Esto es muy importante, hijos míos, que prestéis atención, porque es el fin de los fines, y está mi Hijo dando avisos para toda la Humanidad; pero los hombres no hacen caso, hijos míos, no hacen caso de mis avisos. ¡Pobres almas! ¡Pobres almas, hija mía, qué pena me dan!
Pedid por las almas consagradas, ¡las amo tanto, hijos míos!, ¡y qué mal me corresponden a ese amor!
Mira, hija mía, vas a ver una escena de Cristo, hija mía; cuenta lo que ves…
Luz Amparo:
Veo a Cristo en un altar, lleva un libro en la mano, lleva un libro. Hay siete ángeles, cada uno tiene una trompeta en la mano. Uno va a tocar la trompeta. Ha tocado la trompeta. ¡Ay!, ¿qué pasa? ¡Ay...! (Llora desconsoladamente). ¿Qué está cayendo? ¡Ay!, ¿qué cae? ¡Ay!
La Virgen:
Hija mía, ha sonado la primera trompeta. El mundo está próximo... Por eso pido sacrificio y oración, que se conviertan, hija mía, que estamos en el fin de los fines.
No os riais, hijos míos, no os riais de mis avisos. Os estoy dando avisos constantemente, porque no quiero que os condenéis.
Luz Amparo:
Hay 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24 hombres, veinticuatro hombres. ¡Qué mayores son esos hombres! ¡Ay!, ¿quién son esos hombres que hay allí? ¡Ay...!
La Virgen:
Esos veinticuatro hombres, hija mía, tienen una misión muy importante que cumplir.
Luz Amparo:
¡Ay!, pero, ¿cómo pueden estar aquí así? ¡Ay, ay!, pero la cara no la tienen de mayor; son jóvenes... ¡Ay...! ¿Qué es eso que hay ahí?
La Virgen:
Hija mía, en esta parte vas a ver muerte y destrucción, por toda la parte de... (Habla en idioma desconocido).
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! (Llora durante unos instantes). Pero, ¿qué pasa ahí, Dios mío? ¡Ay...!
La Virgen:
Esto pasará, hija mía, si los hombres no cambian y dejan de ofender a Dios. Pero mira esta otra parte, hija mía... Aquí estarán los escogidos, hija mía. Vale la pena, hijos míos; haced oración y sacrificios para recibir la Tierra Prometida, hijos míos. ¡Vale la pena!
Luz Amparo:
¡Ay, qué bien se está aquí! ¡Ay, qué bien! ¡Ay...!
La Virgen:
Sí, hija mía, pero hay que sufrir mucho, hay que sufrir mucho para conseguir esta Tierra, y hay que ir por el camino del dolor y del sufrimiento. Con el sacrificio y con la oración podréis conseguirlo, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía! ¡Ay, llévame, llévame!
La Virgen:
Ya te dije en otra ocasión, hija mía: no seas soberbia, hija mía; cuando llegue el momento, mi Hijo será el que... (Palabras en idioma desconocido). Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas.
Seguid rezando, hijos míos, seguid rezando el santo Rosario. Con el Rosario se salvan muchas almas, hijos míos. Acercaos al sacramento de la Confesión y al sacramento de la Eucaristía, hijos míos; haced visitas al Santísimo; mi Hijo está triste y solo esperándoos a todos.
Vas a beber unas gotas del cáliz del dolor, hija mía; hace mucho que no lo has probado... Está muy amargo, hija mía; esta amargura siente mi Corazón por toda la Humanidad, por toda, hijos míos, sin distinción de razas.
Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida; este nombre no se borrará jamás, hija mía.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Por las almas consagradas, hijos míos; ¡qué pena me dan!
Levantad todos los objetos, todos serán bendecidos; servirán para curaciones de almas y cuerpos…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 29 de septiembre de 1983, jueves

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, vengo muy acompañada, vengo con mis tres arcángeles y con mis veinticuatro patriarcas, hijos míos.
Cuenta lo que ves, hija mía, cuenta lo que ves…
Luz Amparo:
Veo veinticuatro hombres, veo veinticuatro hombres. ¿Qué es eso, qué es eso?
La Virgen:
Estos veinticuatro hombres, hija mía, tienen una misión muy importante, también con los arcángeles, hija mía. El día de la venida de Cristo vendré rodeada de todos mis ángeles, de los veinticuatro patriarcas, de Henoc y Elías. Sí, cuenta lo que tiene cada Arcángel en la mano, hija mía.
Luz Amparo:
San Miguel tiene un peso en la mano, arriba tiene una cruz muy grande en una parte; en otra tiene... —¡oy!— como un globo, que sale de ahí un globo... ¡Ay, ay, con ventanas! En cada ventana hay una cruz, en el fondo del peso hay otra cruz. En la otra parte hay... —¡ay!— una cabeza de una serpiente con tres ojos; en el centro de la frente tiene tres seis, en el peso tiene tres seis; hay también ventanas que tienen tres seis puestos en la ventana. ¡Ay...!
El otro ángel tiene como si fuese un... —¿qué es eso?—. ¡Ay!, ¿cómo se llama eso? Un celemín, ¡ay!... Coge el trigo de un saco, lo echan en el peso... —¡ay, qué negro, se vuelve negro!—, en el peso de los tres seis. Se cae al suelo... ¡Ay, cuánta sangre!, ¡ay, cuánta sangre!, ¡ay...! ¡Se llena todo de sangre!... ¡Ay, las montañas se derrumban! ¡Ayyy..., cómo cogen a las personas de esa parte, ayyy...! Va un ángel a los conventos, hay muchos conventos, muchos, ¡huy! ¡Ay, cómo las sacan de ahí...! ¿Dónde las llevan? ¡Ay!, ¿dónde las llevan?, ¿dónde las llevan a esa parte negra? El Ángel las lleva allí, pero, ¿cómo puede hacer eso el Ángel? ¡Ayyy, ay!, otras las pone en la otra parte.
Cogen trigo del saco, lo echan en la parte de la cruz del peso. ¡Cómo sale de...!; eso, ¿qué es?: luz; eso parece oro... Los granos son de oro..., se vuelven oro en esta parte; se caen por todo el suelo, se vuelven luz, quita todas las piedras. ¡Ay!, la hierba se quita también... Esas personas las traen a esta parte; ¡ay, qué bien se está ahí en ese lado...! ¡El Señor está en el centro de esa parte! ¡Ay, qué bien..., lleva a todas ésas...! ¡Lleva..., llévate más a esa parte, llévate más! ¡Ay, del otro lado, cógelas!
La Virgen:
No, hija mía, todas las que están en esa parte no pueden pasar a este otro lado, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay...!, el Señor tiene un libro en la mano. ¡Ay, qué luz..., qué luz..., qué luz hay ahí!... ¡Ay, qué luz! ¡Ay, qué bonito es esto! ¿Pero qué es esta parte tan bonita?
La Virgen:
Todos los de esta parte, hija mía, son los escogidos, los marcados con la cruz en la frente, hija mía; todos los de la izquierda están sellados con el 666.
Luz Amparo:
¡Ayyy..., ya no pueden pasar a esta parte, ya no pueden pasar, ay, ay...!
La Virgen:
Todos los que están ahí, hija mía, se han condenado por su propia voluntad, hija mía... Sacrificio os pido, sacrificio y oración, hijos míos. ¿Ves este libro, hija mía?, lo va a abrir el arcángel san Rafael.
Luz Amparo:
¿Qué tiene ahí, qué es eso que tiene ahí? Está sellado con siete sellos...; ¿qué es?, ¿uno tiene ahí caballos? ¡Ay!, otro tiene otro caballo de otro color. ¡Ay!, ¿qué es eso?
La Virgen:
¡Éste es muerte y destrucción, hija mía! Los humanos no quieren salvarse, no dejan de ofender a Dios.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! ¡Ay!, ese ángel, ¿qué tiene?, ¿otra trompeta?
La Virgen:
Ésta es la última trompeta, hija mía, la trompeta que tiene este ángel; cuando suene esta trompeta, será el final, hija mía. Todavía estáis a tiempo, hijos míos; os pido sacrificios y oración, confesad vuestras culpas, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay...!, que estás fuera de ahí... ¡Ay!, ¿de dónde viene esa luz?, ¿de dónde viene...?
La Virgen:
Sí, hija mía, para conseguir las moradas, hay que hacer sacrificio y oración; sin sacrificio no se gana el Cielo, hijos míos.
Luz Amparo:
Y ése, ¿qué tiene ahí? Una flecha…
La Virgen:
La lucha está preparada, hijos míos; los ángeles del Cielo están esperando el aviso para destruir la mayor parte de la Humanidad. Estad preparados, hijos míos, que el enemigo quiere apoderarse, quiere apoderarse de vuestras almas, hijos míos. Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... En reparación de todos los pecados del mundo, hijos míos. Sí, hijos míos, los hombres no cambian, y la ira de Dios Padre está próxima.
Mira, hija mía, mira cómo está mi Corazón, hija mía, transido de dolor, por todos mis hijos... No puedes quitar ninguna espina, hija mía, no se han purificado. Yo también lloro, hija mía; enjuga mis lágrimas... (Luz Amparo eleva sus manos para realizar lo que le pide la Virgen). Enseña las manos, hija mía... Enséñalas, hija mía, que toquen mis lágrimas, que toquen mis lágrimas... (Algunas de las personas presentes tocan los dedos humedecidos de Luz Amparo).
Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos.

Mensaje del día 30 de septiembre de 1983, viernes

San Lorenzo de El Escorial

La Virgen:
Gracias, hija mía. Coge la cruz; coge la cruz sobre tus hombros, hija mía. Levántate, cárgate la cruz.
Luz Amparo:
¡Ay, cómo pesa, ay!
La Virgen:
Sujétala, hija mía, que mi Hijo la llevó horas enteras por todos los pecadores.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay, la cruz...! ¡Ay, la cruz! ¡Ay, Madre mía...! ¡Ay, la cruz!... ¡Ay, Dios mío!...
La Virgen:
Refúgiate en nuestros Corazones, hija mía. Mi Hijo se va a descargar un poco de la cruz y te la va a cargar a ti. Sujétala, hija mía; tienes que pasar esto... Mira qué luz más potente, hija mía; mira qué luz; esa luz te ayudará a llevar la cruz. Refúgiate en nuestros Corazones.
Luz Amparo:
¡Ay, qué dolor! ¡Ay, qué dolor!
La Virgen:
Bebe del cáliz del dolor, hija mía. El cáliz del dolor está a punto de acabarse. Bebe unas gotas, hija mía. Comparte con mi Hijo la Pasión…
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay!
La Virgen:
Sufre, hija mía, que, después del sufrimiento, vas a compartir la felicidad en recompensa de tus sufrimientos, hija mía.
Besa el suelo, hija mía... Este acto de humildad sirve para la salvación de las almas, hija mía, especialmente las de los sacerdotes. Oración acompañada de sacrificio... Por todos mis hijos, por todos, hija mía. Cada día son peor los humanos; no se quieren arrepentir de sus pecados. Sin humildad y sin sacrificio, hija mía, no se consigue el Cielo.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, mi espalda! ¡Ay, mi espalda!
La Virgen:
Estos golpes siente mi Hijo diariamente por los pecados de los hombres, hija mía. Sed humildes, hijas mías, sed humildes. Os bendigo en el nombre del Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijas mías, adiós.
Luz Amparo:
¡Ay, agua! ¡Ay, agua! ¡Ay, agua...!, Ángel mío, Ángel mío, Ángel mío, ¡ay, qué feliz! ¡Ay, límpiame otro poquito! ¡Ángel mío!... (Parece hablar en idioma extraño unas palabras). Otro poco, ¡ay, Ángel mío, qué dolor! ¡Ay, Ángel mío, límpiame por aquí! ¡Ay, qué dolor! ¡Ay, qué dolor! ¡Ay, por las rodillas! ¡Ay, por ahí! ¡Ay, qué dolor! ¡Ay, toma! (Como entregando algo al Ángel). ¡Ay, qué dolor!... (Palabras ininteligibles). Está amargo. ¡Ay, qué amargo! ¡Ay!, ¿qué me has hecho aquí? El hombro me duele mucho. ¡Ay, qué dolor! ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío...! No me la pongas (se refiere a la corona de espinas que intenta ponerle el Ángel); no me la pongas ahora. No me la pongas, ¡ay!... (Palabras que no se entienden). ¡No me la quites! Pónmela otra vez. ¡Sujétame! ¡Ay, sujétame!... (Palabras ininteligibles). Mis hombros, ¡ay, mis hombros! ¡Ay...!

Mensaje del día 1 de octubre de 1983, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, hijos míos, no cerréis vuestros oídos; el fin de los tiempos se aproxima. El globo terrestre, hijos míos, está cambiando de estaciones, los astros perderán, hijos míos, perderán sus movimientos; la Luna dará una tenue luz roja. Hijos míos, cuando esto, suceda estad preparados, porque está próximo el fin de los tiempos.
Sí, hijos míos, recibid vuestra... (Habla en idioma desconocido). Comunícaselo, hija mía.
Recibid las gracias, hijos míos, que mi Inmaculado Corazón derrama, porque se aproxima el fin de los tiempos.
La Tierra, la Tierra dará malas cosechas, malos frutos, hijos míos. El agua y la luz darán al globo terrestre grandes convulsiones, hijos míos; será espantoso, será horrible, hijos míos; grandes ciudades serán derrumbadas.
Hijos míos: enmendad vuestras vidas, no ofendáis más a Dios, que está muy ofendido. Pedid al Padre Eterno. Todo este movimiento, hija mía, está a punto de suceder.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la conversión de los pobres pecadores.
Hijos míos, os doy avisos, no os riais de mis avisos; el fin de los fines está próximo, hijos míos. Yo me manifiesto a las almas pequeñas e incultas, para confundir a los poderosos, hijos míos.
Mira mi Corazón, hija mía, cómo sangra de dolor por todos mis hijos, por todos, sin distinción de razas... (Luz Amparo llora ante la visión del Corazón de la Virgen). No lo toques, hija mía, no están purificadas.
¡Cuántos se ríen de mis mensajes, hija mía!, ¡pobres almas! Vuelve a besar el suelo, hija mía. Humíllate... No te importe humillarte, hija mía; piensa que el que se humilla será muy alto ante los ojos de Dios; ¡pobres almas todas aquéllas que se ríen de mis mensajes!
Y tú, hija mía, vas a recibir un pequeño mensaje... (Se comunica en idioma desconocido). Esto te lo pido, hija mía, te lo pido, que seas humilde, hija mía; sin humildad no se consigue el Cielo.
Escribe un nombre en el Libro de la Vida, hija mía... Este nombre, hija mía, no se borrará jamás; está escrito en el Libro de la Vida.
Vas a beber unas gotas del cáliz del dolor, hija mía; se está acabando, se está acabando, y cuando el cáliz se acabe será espantoso, hija mía... Está muy amargo, hija mía, está muy amargo; esta amargura siente mi Corazón, diariamente, de ver que millares y millares de hijos se precipitan en el fondo del abismo.
Estad alerta, hijos míos, que el enemigo está al acecho de las almas y los diez reyes del enemigo también están al acecho, hija mía; están repartidos entre los cuatro ángulos de la Tierra, para apoderarse del mayor número de almas.
Sed humildes, hijos míos, sin humildad no se consigue el Cielo; amaos los unos a los otros, como mi Hijo os amó en la Tierra, hijos míos. Os he repetido muchas veces que no podéis amar a Dios si no amáis al prójimo, porque Dios está en el prójimo, hijos míos, y si no amáis a vuestro prójimo, que le estáis viendo todos los días, ¿cómo vais a amar a Dios, que no le veis, hijos míos?
Haced apostolado por todas las partes del mundo, hijos míos; extended los mensajes, hijos míos. ¡Cuántos se ríen de mis mensajes! Llevadlos por todos los rincones de la Tierra.
Levantad todos los objetos; todos los objetos serán bendecidos, hijos míos…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos.

Mensaje del día 12 de octubre de 1983, miércoles

Festividad: Nuestra Señora del Pilar

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, hijos míos, os sigo trayendo la paz, hijos míos, pero vosotros seguís buscando la guerra. Haced la paz, hijos míos, que si vosotros no hacéis la paz, no tendréis paz, hijos míos. No busquéis la guerra, tampoco saquéis las armas de fuego para luchar, hijos míos; la mejor arma es la oración y el sacrificio; el arma más potente, hijos míos, es el santo Rosario; el santo Rosario es el ancla para vuestra salvación, hijos míos. Por eso os pido, hijos míos, que busquéis la paz, que el mundo está en un gran peligro, hijos míos. Pedid a mi Inmaculado Corazón, que mi Inmaculado Corazón derramará gracias para toda la Humanidad, hijos míos.
También os pido, hijos míos, que hagáis con devoción todos los primeros sábados de mes. El que haga los primeros sábados de mes, confesando sus culpas, y acercándose a la Eucaristía y rezando diariamente el santo Rosario, promete mi Corazón Inmaculado derramar gracias sobre toda la Humanidad, hijos míos, sobre todos aquéllos que hayan cumplido con lo que yo les pido, hijos míos. También les prometo asistirlos en la hora de su muerte y preservarlos del fuego del Infierno, hijos míos.
Sed humildes, hijos míos, y haced sacrificios y oración.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la conversión de los pobres pecadores.
Humildad pido, hijos míos, sin humildad no se consigue el Cielo.
Y tú, hija mía, hazte pequeña, muy pequeña, para que puedas subir luego alta, muy alta, hija mía. Vas a sufrir mucho, hija mía, tendrás muchas pruebas de toda la Humanidad, hija mía. Los hombres son crueles, hija mía, no corresponden al sacrificio y a la oración.
Mira, hija mía, cómo está mi Corazón... (Luz Amparo llora desconsoladamente). No lo toques, hija mía, no están purificadas estas almas.
Os sigo repitiendo, hijos míos: pedid por las almas consagradas, ¡las ama tanto mi Corazón, hijos míos!, y ¡qué mal me corresponden a ese amor!
Escribe un nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Este nombre, hija mía, no se borrará jamás; está escrito en el Libro de la Vida.
Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Este acto de humildad, hija mía, es por las almas consagradas; no te importe humillarte, hija mía; piensa que el que se humilla será ensalzado ante el Padre, hija mía.
Besa el pie, hija mía... En recompensa a tus sufrimientos, hija mía.
Sigue ofreciéndote como víctima en reparación de todos los pecadores del mundo, hija mía.
El tiempo se aproxima, hijos míos, y los hombres no dejan de ofender a Dios. Que no ofendan a Dios, hijos míos, que la ira del Padre va a caer sobre toda la Humanidad. Por eso os pido sacrificios, ¡sacrificios y oración, hijos míos! Seguid rezando el santo Rosario, con el santo Rosario se están salvando muchas almas, hijos míos.
Hija mía, sé humilde, sé humilde y no defraudes a mi Hijo; te dará muchas pruebas, acéptalas con humildad, hija mía, y ofrécete en reparación de los pobres pecadores.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 16 de octubre de 1983, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Sacrificios, hijos míos, sacrificio y oración. No ofendáis más al Padre, hijos míos; está muy ofendido, y la cólera de Dios está próxima. Por eso os pido, hijos míos: seguid rezando el santo Rosario; con oración y con sacrificios, podéis ayudar a salvar muchas almas, hijos míos.
Éste es mi mensaje, hijos míos: el sacrificio y el amor al prójimo.
Tú, hija mía, besa el suelo en acto de humildad... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas.
Te pido, hija mía, que sigas siendo víctima, hija mía, por los pobres pecadores.
Mi mensaje es muy corto, hijos míos; hoy sólo os pido sacrificios y oración. Acercaos al sacramento de la Confesión, hijos míos, confesad vuestras culpas, hijos míos; el tiempo se aproxima y los hombres no dejan de ofender a Dios. Por eso os pido, hijos míos: sed humildes, con vuestra humildad podéis dar ejemplo a muchas almas. Sacrificio, hijos míos. Hace cientos de años que os lo vengo repitiendo: sacrificio y oración; sin oración y sin sacrificio no podréis salvar vuestra alma, hijos míos.
Vuelve a besar el suelo, hija mía... No te importe, hija mía, que se rían de ti; piensa que el que se humilla será ensalzado ante los ojos de Dios.
¡Cuántos, hija mía, cuántos se ríen de mis mensajes!, ¡pobres almas, hija mía! Pedid por ellos, hijos míos, ¡están tan necesitados, hijos míos!
Levantad todos los objetos, hijos míos; serán bendecidos todos estos objetos, hijos míos. Sirven para la curación de los enfermos de cuerpo y alma, hijos míos. Para mí la más importante es el alma; os he repetido muchas veces: el cuerpo no sirve ni para estiércol en la tierra, hijos míos; mirad vuestra alma y poneos a bien con Dios, hijos míos.
Escribe un nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida. Todos estos nombres... están salvadas esas almas, hijos míos. Procurad, cuando llegue el momento de que Dios Padre mande su ira sobre toda la Humanidad, estar a la derecha del Padre, hijos míos; por eso me manifiesto en tantos lugares, hijos míos, porque no quiero que se condenen las almas; por eso me manifiesto como Madre llena de amor y de misericordia, derramando mis gracias para todos aquéllos que las quieran recibir, hijos míos. No quiero que os condenéis, hijos míos, confesad vuestras culpas, hijos míos, poneos a bien con Dios.
El fin de los fines se aproxima y los hombres son cada día peor, hija mía. Mira cómo está mi Corazón, hija mía, transido de dolor. Quita dos espinas, hija mía; se han purificado dos, pero mi Corazón está lleno de espinas por todos mis hijos, hija mía. Quita dos... Tira, hija mía. No toques más, hija mía; sólo se han purificado dos, hijos míos.
Seguid rezando el santo Rosario; con vuestras oraciones podéis salvar muchas almas, hijos míos. Y tú, hija mía: humildad te pido. Con humildad y con sacrificios puedes ayudar a muchas almas, hija mía, humíllate. Hija mía, serás humillada y serás calumniada, hija mía; ofrécelo a Cristo Jesús. Será horrible, hijos míos, el fin de los fines será horrible.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del hijo y con el Espíritu Santo.
Besa el pie, hija mía, en recompensa a tus sufrimientos…
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 22 de octubre de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Sólo, hija mía, voy a pedir sacrificio y oración, hija mía.
Sólo os quiero recordar que sigáis rezando el santo Rosario; con el santo Rosario se pueden salvar muchas almas, hijos míos.
Sigo repitiendo que me agradaría que hiciesen en este lugar una capilla, hijos míos, en honor a mi nombre; y también os sigo repitiendo: para que se venga a meditar la Pasión de Cristo, hijos míos; está muy olvidada, hijos míos.
Venid de todos los lugares del mundo a rezar el santo Rosario, hijos míos; el tiempo se aproxima, hijos míos, y los hombres no dejan de ofender a Dios.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo…
Hijos míos, me sigo manifestando en muchos lugares, porque el tiempo se aproxima y los hombres no cambian, hijos míos. Acercaos al sacramento de la Confesión, hijos míos; confesad vuestras culpas. El cáliz está lleno, hijos míos, y el fin de los fines se aproxima. Haced sacrificio, hijos míos, acompañado de la oración. Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas, ¡las amo tanto!, y ¡qué mal corresponden a este amor, hija mía!... No te importe humillarte, hija mía, que se rían de tu humillación; piensa que el que se humille será ensalzado ante Dios, hija mía.
¡Cuántos se ríen de mis mensajes! ¡En tantos lugares me he aparecido! Intentan hacer desaparecer mi nombre, hija mía. ¡Pobres almas!, ¡pobres almas, hija mía!
Seguid rezando, hijos míos, por los pobres pecadores. Mi Corazón está transido de dolor por todos ellos, hija mía. Mira, mira mi Corazón, hija mía... No se ha purificado ningún alma, hija mía; no puedes quitar ninguna espina.
Hijos míos, con caridad y la riqueza de la oración podéis salvar vuestra alma y salvar muchas almas, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Tú, hija mía, sé humilde, hija mía; vas a sufrir mucho, hija mía.
Levantad todos los objetos, hijos míos... Todos estos objetos, hijos míos, han sido bendecidos; servirán para la conversión de sus almas. Muchos de los aquí presentes, hijos míos, no creen en mi existencia. Para la curación de los enfermos también sirve esta bendición.
Adiós, hijos míos, adiós.

Mensaje del día 23 de octubre de 1983, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Os pido, hijos míos, la salvación de las almas. Hijos míos, si no hacéis sacrificio y oración, no podréis salvar vuestra alma, hijos míos. Con sacrificio y con oración, se puede salvar a toda la Humanidad, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y del Espíritu Santo.
Adiós.

Mensaje del día 29 de octubre de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hija mía, me manifiesto en este lugar para que hagan una capilla en honor a mi nombre, hija mía. No hacen caso de mis avisos, hija mía, y los avisos se están acabando. Me he manifestado en muchos lugares, hija mía, pero en ningún lugar he dado tantos avisos como en este lugar, hija mía; no hacen caso y mi misericordia se está acabando.
Con sacrificio y con oración, hijos míos, podéis salvar muchas almas.
Mira lo que ves; es horrible, hija mía... (Luz Amparo llora con gran desconsuelo). La misericordia de Dios Padre se está acabando, hija mía, y su ira será horrible.
Mira, qué premio espera, hija mía, para todo aquél que se haya puesto a bien con Dios.
Luz Amparo:
Yo quiero quedarme, yo quiero quedarme, yo me quiero quedar aquí; yo quiero quedarme.
La Virgen:
Sé humilde, hija mía, tu tiempo también se aproxima.
Besa el suelo, hija mía, en acto de humildad... Humíllate, hija mía, que el que se humilla será ensalzado.
Mira mi Corazón, hija mía, mi Corazón está sangrando de dolor por todos mis hijos, por todos sin distinción de razas. No lo toques, hija mía, no se ha purificado ningún alma.
Hija mía, este pueblo es como el pueblo de Israel, hija mía, como el pueblo de Israel; pero si Dios no perdonó al pueblo de Israel, ¿cómo no va a castigar a este pueblo también, hija mía?
Piensa en Cristo Jesús, hija mía; humíllate, humíllate y hazte pequeña, muy pequeña, para la salvación de las almas, hija mía.
Di conmigo, hija mía: «Padre Eterno, te pido perdón por todos aquéllos que no lo hacen, me sacrificaré por todos aquéllos que no se sacrifican, y te amaré por todos aquéllos que no te aman. No permitas, Padre Eterno, que se condenen las almas; ten misericordia de todas ellas».
Esta oración la pido como Madre, como Madre de toda la Humanidad, hijos míos. Mi Corazón sufre de ver que mis hijos se precipitan en el fondo del abismo, y las almas consagradas, hija mía —¡pobres almas!—, van a pagar por su pecado y por el pecado de las almas que han arrastrado, hijos míos; ¡qué mal corresponden a nuestro amor esas almas! ¡Cómo precipitan a las almas en el fondo del abismo!
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Las almas consagradas, hija mía, ¡las ama tanto mi Corazón!, y ¡qué mal corresponden a este amor!
Pedid gracias a mi Inmaculado Corazón, hijos míos, mi Inmaculado Corazón será el que triunfe sobre toda la Humanidad.
Hijos míos, os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Bendecid, hijos míos, bendecid... (Habla en idioma desconocido). Este aviso es tuyo, hija mía, privado.
Levantad todos los objetos, hijos míos... Todos, todos los objetos, hijos míos, todos han sido bendecidos. Servirán para la curación de los enfermos y la conversión de los pobres pecadores, hijos míos.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 1 de noviembre de 1983, martes

Festividad: Todos los Santos

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
En este día tan importante, hijos míos, no podía faltar vuestra Madre para bendeciros, hijos míos. Me seguiré manifestando, hijos míos, aunque muchos humanos piensan que no es posible que me pueda manifestar tantas veces en este lugar; me manifiesto tantas veces, hijos míos, porque el tiempo se aproxima y los hombres no dejan de ofender a Dios; por eso, hijos míos, me he manifestado tantas veces. Hace muchos años os he dado estos mismos avisos, pero habéis cerrado vuestros oídos, hijos míos; por eso, hijos míos, mi mensaje es de sacrificio y de oración, hijos míos, para que podáis salvar vuestras almas.
Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Por las almas consagradas, hijos míos, ¡cuánto las ama mi Corazón!, y ¡qué mal correspondido es este amor!
Sí, hija mía, seguirás sufriendo pruebas físicas, pero ofrécelas para la salvación de la Humanidad. Piensa que hemos cogido muchas almas víctimas para reparar los pecados de los hombres, hijos míos.
Sacrificio, hijos míos, sacrificio y oración.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por la salvación de toda la Humanidad... Por todos los pecadores, hija mía, por todos sin distinción de razas, hija mía.
Pedid gracias a mi Inmaculado Corazón, que mi Inmaculado Corazón las derramará sobre todos vosotros, hijos míos, porque este Corazón será el que triunfe sobre toda la Humanidad, hijos míos; por eso os pido que hagáis oración acompañado de sacrificio, hijos míos.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos los objetos serán bendecidos, hijos míos, y servirán para la curación de los enfermos y la conversión de los pobres pecadores…
Sacrificio, hijos míos. Os repito, hijos míos: no defraudéis a vuestra Madre. Me agradaría, hijos míos, que en este lugar se levantase una capilla en honor a mi nombre, hijos míos, y para que vengan a meditar la Pasión de mi Hijo, que está olvidada, hijos míos, que vengan de todas las partes del mundo.
Tú, hija mía, sé humilde y hazte pequeña, muy pequeña, que a mi Hijo le gustas pequeña.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 5 de noviembre de 1983, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, aquí me tienes, hija mía; ya sé que sufres. Piensa que mi Hijo te ha escogido víctima de su amor; métete en su Corazón, hija mía, que su Corazón te consolará.
Mira, hija mía, mi Hijo está lleno de amor por todos los hombres, pero los hombres no quieren recibir ese amor, hija mía, ¡qué ingratos son, hija mía!
Los avisos se van a acabar, hija mía; serán muy cortos mis avisos, sólo de sacrificio y de oración. Me seguiré manifestando, hija mía, para dar la bendición a todos mis hijos, a todos, hija mía, sin distinción de razas.
Sí, hija mía, el primer sello está abierto, hija mía. ¿Sabéis cuál es el primer sello, hijos míos? Vendrán muchos pastores falsos, muchos, hijos míos; ya están entre la Humanidad. Irán de puerta en puerta, de dos en dos, con la Biblia en la mano para engañaros, hijos míos; no os dejéis engañar. El enemigo se ha metido en esos cuerpos; esas doctrinas, hijos míos, no es la de Cristo, hijos míos. ¿Cómo mi Hijo puede estar contento si desprecian a su Madre, hijos míos?
El segundo sello está a punto de ser abierto: guerra, hijos míos, detrás de la guerra vendrá el hambre, las pestes, las enfermedades; se levantará nación contra nación y reino contra reino, hijos míos, y grandes terremotos destruirán la mayor parte de la Humanidad. Por eso os pido, hijos míos: sacrificio, hijos míos, sacrificio y oración por los pobres pecadores. Besa el suelo, hija mía, por la conversión de los pobres pecadores... Por todos los pecadores, hijos míos, por todos, sin distinción de razas, hijos míos; ¡mi Corazón los ama a todos!, mi Corazón derrama las gracias para todos aquéllos que las quieran recibir, hijos míos.
El mundo está en un gran peligro, el tiempo se aproxima, los hombres no cambian y cada día ofenden más a Dios Padre. ¡Pobres almas, hijos míos, qué pena me dan, qué pena, hijos míos!
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas. Las almas consagradas, ¡las ama tanto mi Corazón!, pero, ¡qué mal corresponden a este amor, hijos míos! ¡Cuántas almas están arrastrando al fuego del abismo, hijos míos! ¡Qué pena de almas! Han olvidado la oración y se introducen dentro del mundo, en los placeres y el amor al dinero, hijos míos. Mi Corazón ¡los ama tanto!; ¡pobres almas, hijos míos! Vuelve a besar el suelo por las almas consagradas... Por las almas consagradas, para que olviden los vicios, los placeres, y se entreguen a extender el Evangelio de Cristo por todas las partes del mundo.
Todos, hijos míos, todos tenéis obligación de extender la palabra de Dios por todo el mundo.
Sí, hija mía, vas a seguir sufriendo mucho; ofrécelo por los pobres pecadores, hija mía. Mi Hijo te escogió, hija mía, no por santa ni por buena, hija mía, sino por miserable y por poca cosa, hija mía; por eso te pido: no nos defraudes ni a mi Hijo ni a mí, hija mía. Si te calumnian, hija mía, ofrécelo por Cristo Jesús; si se ríen de ti, hija mía, ofrécelo por Cristo Jesús. De Cristo se burlaban, se reían, le llamaban «el endemoniado», hija mía, y tú no vas a ser más que Cristo, hija mía. Sí, hijos míos, os pido sacrificio acompañado de oración. Rezad el santo Rosario; con el Rosario, hijos míos, podéis ayudar a salvar muchas almas.
Hijos míos, os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos, hijos míos... Todos los objetos han sido bendecidos, hijos míos. Si algún moribundo no está en gracia de Dios y está en la agonía, hijos míos, ponedle uno de estos objetos, para que muera en gracia de Dios. También servirán para la conversión de los pobres pecadores, hijos míos.
Hijos míos, os repito como os he repetido hace muchos años: sacrificio, sacrificio y oración.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 6 de noviembre de 1983, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

Durante el rezo del santo Rosario, Luz Amparo queda en éxtasis. Ve salir a las almas del Purgatorio de la forma que describe la Virgen en este brevísimo mensaje.
La Virgen:
Mira, hija mía, cuántas almas salen, por vuestras oraciones, en bandadas luminosas y blancas.

Mensaje del día 12 de noviembre de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo, hijos míos. Sólo os pido, hijos míos, oración y sacrificio, para poder salvar vuestras almas.
Tú, hija mía, ofrécete, por Cristo Jesús, en reparación de todos los pecados del mundo.
Oración y sacrificio, hijos míos.
Fuera del éxtasis, antes de iniciar el cuarto misterio del Rosario, Luz Amparo comenta: «Ha marcado la santísima Virgen a todos aquéllos que no estaban marcados con una cruz en la frente».

Mensaje del día 19 de noviembre de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, pide a mi Inmaculado Corazón, que será el que te ayude y el que triunfe sobre toda la Humanidad, hija mía. Pide a Dios, hija mía, por la conversión de todos los pecadores.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 3 de diciembre de 1983, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, os sigo repitiendo: oración y penitencia. Os prometí que todos aquéllos que hagan todos los días una visita al Santísimo y que confiesen los primeros sábados de mes sus culpas y comulgue, y rece el santo Rosario, os prometí, hijos míos, que os preservaría del fuego del Infierno. Pues ahora, hijos míos, os voy a prometer otra cosa, hijos míos: todos aquéllos que cumplan con todas estas cosas pasarán también por el Purgatorio, pero no irán a pasar las penas del Purgatorio, irán directamente a las moradas celestiales.
Por eso, hijos míos, os pido sacrificio y penitencia, hijos míos. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos... Todos estos objetos son bendecidos, hijos míos... Todos los aquí presentes han sido bendecidos, hijos míos.
Os acabo diciendo, hijos míos: sacrificio, que hacéis muy poco sacrificio, hijos míos, acompañado de oración. Sin el sacrificio y sin la oración no conseguiréis llegar a las moradas, hijos míos.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 8 de diciembre de 1983, jueves

Festividad: La Inmaculada Concepción de la Virgen María

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, soy la Inmaculada Concepción.
¡Ay, qué guapa vienes! ¡Ay, qué guapa vienes! ¡Ay, qué guapa vienes! ¡Ay, qué hermosa, ay!...
Así quiero que vuestras almas estén de hermosas, hijos míos, como yo vengo. Yo derramo mi luz por todas las partes; pero no hacen caso, hija mía.
Mira mi Corazón cómo está. Ves que vengo por fuera muy hermosa; pero mi Corazón está triste y lleno de dolor, hija mía. Mira cómo está mi Corazón... No puedes quitar ni una espina, hija mía; no se ha purificado ninguna. Mira mi Corazón. Este Corazón será el que triunfe sobre toda la Humanidad.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Sacrificio, hijos míos, sacrificio y oración.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 24 de diciembre de 1983, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, en este día no podía dejar de daros la bendición. Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Hija mía, vas a ver un momento dónde nació Cristo Jesús. Tenéis que imitarle en la pobreza, hijos míos; Él buscó la pobreza.
Luz Amparo:
¿Quiénes son ésos que hay ahí, quiénes son?...
La Virgen:
Los pastores.
Luz Amparo:
¡Ay, está desnudito el Señor, ay, ay, ay...!
La Virgen:
Hijos míos, tenéis que imitar a Cristo Jesús, tenéis que imitarle en la pobreza, y en la humildad, hijos míos; sin esas dos cosas, hijos míos, no os salvaréis, hijos míos.
Ahora voy a señalar en la frente a todos los aquí presentes, con una cruz, hijos míos; pero con esa cruz que mi Hijo lleva constantemente en los hombros; no la rechacéis, hijos míos, es un privilegio.
Todos habéis sido marcados con una cruz en la frente; esa marca, hijos míos, no es la marca del enemigo, es la marca de los escogidos; pero que ellos quieran seguir esa cruz, porque todo el que lleve la cruz y no cumpla con los mandamientos de la Ley de Dios, no se salvará, hija mía.
También, hija mía, vas a tener el privilegio de besar mis pies…
Sufre, hija mía, sufre, que yo también sufro por todos los pecadores. No digas nunca, hija mía, «no puedo más»; mi Hijo coge víctimas como tú y otras tantas, para la salvación del mundo; no le defraudes, hija mía; sé fuerte, sé fuerte hasta el último instante.
Oración y penitencia, hijos míos; hace muchos años que os lo sigo repitiendo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!