A continuación se muestran todos los mensajes del año seleccionado:

Mensaje del día 4 de enero de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hoy vengo lleno de majestad, pero lleno de tristeza, porque los hombres no escuchan los avisos de mi Madre. El mundo, hija mía, está lleno de ingratitud y de malicia. Los hombres viven, hija mía, aferrados al pecado. Mi Padre está indignado, hija mía, con todos aquéllos que no cumplen con las leyes que se instituyeron para la Tierra. Mi Padre está indignado, hija mía, que nada ni nadie va a poder sostener su ira.
Un espantoso castigo va a caer sobre el mundo, hija mía. En los hogares no se habla casi de Dios. En los colegios tampoco, hija mía. La juventud está enferma con una enfermedad mortal que sólo yo podría curar, hija mía. En las iglesias estoy casi solo. Los hombres rechazan mis gracias; cierran sus oídos a la oración y al sacrificio. Me abandonan todos, hija mía; todos o casi todos.
¿No os da pena de mí, hijos míos, no os da pena que yo todavía sigo abriendo mi Corazón para todos los seres humanos? Mi Corazón está triste, hija mía, con una tristeza muy grande. ¿No os da pena del «Prisionero», que estoy prisionero de amor por vosotros, hijos míos? Tened compasión del «Prisionero» rendido a vuestro amor. Estoy cerrado aquí por vosotros; para daros alimento de vida eterna, hijos míos. ¡Amadme!
¿Dónde están esas almas, ese gran grupo que había antes, hijos míos, grandes grupos que amaban a mi Corazón? Pero ahora, cuando presento a mi Padre esas almas, me responde: «¡No me sirven, no me sirven! Te han abandonado aquéllos que estaban entregados en la oración y en el sacrificio». Se han abandonado, hijos míos; no encuentro almas capaces de reparar los pecados de la Humanidad. Aquéllos que se llaman cristianos rechazan la cruz; se acobardan para hablar del Evangelio, hijos míos. Meditad mi Pasión, para que veáis que yo di mi vida para salvaros, hijos míos, para salvaros y daros vida eterna.
Quisiera hacer comprender a los humanos lo indignado que está Dios Padre con ellos, hijos míos, con vosotros, porque ya no es capaz de detener su brazo. Ni la vista de mi Cruz, ni el espectáculo de mis sufrimientos son capaces de sostener su ira, hijos míos.
Os pido mucho amor. También os pido que pidáis por aquéllos que se llaman hijos míos y me ofenden constantemente, cometiendo grandes sacrilegios, al recibirme en sus cuerpos…
Luz Amparo se lamenta con dolor.
El Señor:
Amadme, hijos míos, que yo todavía os sigo amando. ¡Qué pocas almas hay, hijos míos, capaces de entregarse víctimas, víctimas de holocausto, hijos míos, para la salvación del mundo!
Y a ti, hija mía, te pido humildad, mucha humildad, porque la humildad va acompañada de todas las virtudes, hijos míos. Sed humildes. Amad a vuestro prójimo. Sed mansos... (Pausa en la que Luz Amparo vuelve a lamentarse) Y sed pobres de espíritu, porque poseeréis la Tierra, hijos míos. Hija mía, mi Corazón está triste, muy triste, porque los que sí eran míos me han abandonado; y aquellas almas consagradas lozanas y frescas también están marchitas, hijos míos. ¡Qué pocos hay que amen de verdad a Cristo! Porque antes, hijos míos, cuando el ser humano me ofendía, me refugiaba en mis almas consagradas. Pero ahora, ¿dónde busco refugio, hijos míos? ¡Qué pocos son los que me dan consuelo!
Vas a beber una gota, hija mía, del cáliz del dolor... Cada día queda menos, hija mía; y aviso, aviso a los humanos, pero cierran sus oídos a mi llamada. Di que la Divina Majestad de Dios está gravemente ofendida, hija mía, gravemente ofendida. Que ya traspasan los pecados de los hombres la bóveda del cielo, hija mía. Por eso os pido a este pequeñito grupo: estad unidos. Uníos, hijos míos, en el amor, en la caridad y en la fe; también en la esperanza, hijos míos. Y ayudad a esas almas, que son débiles, hijos míos, aunque hay muchas almas cobardes, y a mí no me gustan los cobardes; me gustan los fuertes que sean capaces de dejar todo por mí. Que no sirvan a dos señores: al mundo, al dinero y a la carne... Y Dios, ¿dónde lo dejáis, hijos míos?
Tenéis que ser muy puros, puros, muy puros, porque la pureza también es una gran virtud. Mortificad vuestra carne, hijos míos, vuestros sentidos; hasta que no mortifiquéis vuestros sentidos, no llegaréis a mí, hijos míos. Cuesta mucho, pero a mí me gusta lo que cuesta.
Sed amables, hijos míos, amables y cariñosos con los demás. ¿No os da pena cuando esas personas, hijos también de Dios, se ven ofendidos por vosotros, hijos míos? Tened mucho cuidado; vosotros tenéis que ser modelos, modelos de perfección. En vuestro carácter, hijos míos, tenéis que llevar alegría, alegría y simpatía para los demás. Lo que se lleva dentro del corazón se refleja en la cara, hijos míos; por eso tenéis que reflejar en vuestro rostro que estáis llenos de Dios. Dad ejemplo, hijos míos.
Y tú, hija mía, sé muy humilde, muy humilde. Y da ejemplo de humildad.
La Virgen:
Hija mía, no podía faltar vuestra Madre; vuestra Madre, aunque viene transida de dolor porque los hombres no paran de cometer crímenes atroces. No respetan la vida del ser humano; se entregan en el placer, en los vicios; y matan, matan sin respetar los diez mandamientos.
Consolad a mi Hijo, hijos míos. Mi Hijo está triste, triste y solo, hijos míos, porque ve que el mundo se mete en el precipicio y cada día está más cerca de la condenación, hijos míos. ¡Amo tanto a las almas, hijos míos!... Pero ya no puedo, no puedo sostener más el brazo; es pesado, hijos míos, y no puedo más. El brazo de mi Hijo va a descargar sobre la Humanidad la cólera de Dios.
Amad mucho a vuestra Madre. Venid, hijos míos, que yo os llevaré a mi Hijo, y mi Hijo os presentará al Padre.
Hijos míos, avisad a esas almas que acuden a ese lugar. Están ofendiendo gravemente. Juegan con el Padre Eterno, hija mía, juegan. ¡Pobres almas! Avisad de que no acudan a ese lugar. Aquí no hay interferencia diabólica, hijos míos. Repetidlo: aquello es falso, hijos míos. Poned el mensaje, que todos lo escuchen. Allí no está Dios; allí está Satán engañando, hija mía, a todas las almas. Me estoy manifestando en muchos lugares, pero en ese lugar no estoy, hija mía; en muchos lugares del mundo. Pero cuidado, hijos míos, cuidado; aún estáis a tiempo; salid de ahí; sois engañados. ¡Qué pena! ¿Cómo habrá almas capaces de jugar con nuestros nombres, hija mía?
Mi Corazón también está triste porque veo cómo reaccionan los humanos hacia donde no tienen que ir. Son soberbios, hija mía; por eso no quieren escuchar mis palabras. Quitaos vuestro «yo», hijos míos, humillaos y venid a mí.
Luz Amparo:
(Entre sollozos). No hacen caso. No hacen caso... ¡Ayyy! ¡Ay!
La Virgen:
¿Cuántas veces voy a repetir que están jugando con nuestros nombres? Rezad por ellos, hijos míos, son engañados, rezad por ellos. Son vuestros hermanos y la oración lo puede todo, hijos míos.
Vas a besar el suelo, hija mía, por esas pobres almas que son engañadas. Son engañadas, hija mía; pero aman mucho a mi Corazón. Pedid por ellas, para que reviva la luz que yo les mando. Que vean dónde está la verdad, hijos míos.
Y vosotros, hijos míos, sed fuertes y publicad el Evangelio por todos los rincones de la Tierra, por todos, hijos míos; no seáis cobardes. O sois de Dios, o sois del mundo. Y pensad que se os dará según vuestras obras, que se os dará ciento por uno.
Voy a dar una bendición especial, hija mía. Esta bendición va a coger a todo el ser humano. Pero antes voy a bendecir todos los objetos, hijos míos.
Levantad todos los objetos... Voy a bendecir... (Palabra ininteligible) todo el género humano.
Pausa. Las siguientes palabras hasta el final son casi ininteligibles.
La Virgen:
...bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos, adiós.

Mensaje del día 1 de febrero de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hace mucho tiempo que mi Corazón sufre por el ser humano, porque veo, hija mía, lo que Dios tiene preparado sobre la Humanidad. Oro día y noche para evitar que seáis castigados, hijos míos. Pero ya no puedo más. Se hace duro este brazo pesado de mi Hijo, hija mía. Yo quiero evitar la cólera de Dios. Pero Dios —está escrito—, Dios es Juez y Creador del mundo. Yo oro constantemente día y noche; oro a mi Hijo, hijos míos, para que os perdone; pero sólo vuestra oración, vuestro sacrificio y vuestra penitencia podrá salvaros. Refugiaos en mi Inmaculado Corazón.
Amad a vuestro prójimo, hijos míos, y que vuestra oración salga de lo más profundo de vuestro corazón. Amad mucho a mi Hijo, escuchadle, hijos míos.
El Señor:
Estoy muy indignado con los hombres. Quiero que vuelvan al buen camino; por eso estoy derramando gracias sobre ellos, ¡y me vuelven su espalda! ¡Qué desconsuelo siente mi Corazón cuando veo que aquéllos que amo tanto me vuelven la espalda, hijos míos! «Venid a mí —les grito—. Venid a mí todos aquéllos que estáis cargados, que yo os descargaré. Venid a mí todos aquéllos que tenéis hambre, que yo os daré de comer». También grito: «Venid a mí todos aquéllos que estáis sedientos, que yo os daré de beber. Venid a mí todos los que estáis tristes, que yo os consolaré». Pero cerráis los oídos, hijos míos, a estas llamadas. Mi Corazón está desconsolado.
Soy el padre, hijos míos, del hijo pródigo, que tengo preparado un banquete para todos aquéllos que queráis venir a mí. Pero, ¿qué hacéis, hijos míos? Cuando os llamo, rechazáis mi llamada. Sí, abrís los oídos a Satán, hijos míos, porque él os pone el manjar, el placer; pero, ¿sabéis para qué, hijos míos? Para que caigáis en esa trampa maldita y sellar vuestras frentes y vuestras manos y hacerse dueño absoluto de vosotros.
El mundo está corrompido, hijos míos. Los hombres no piensan nada más que en el gozo y en el placer. La carne, hijos míos, es la que lleva a muchas almas al Infierno. Los pecados de la carne... Pero no escuchan mi llamada cuando grito: «Venid a mí»... (Se oye llorar a Luz Amparo).
Han transformado la Tierra, hijos míos. La habéis transformado en escenario de crimen, de envidia y de placer. Hay muy pocos hogares virtuosos, hijos míos. A los hijos se les educa en el escándalo y en la desunión, en el adulterio y en toda clase de vicios, hijos míos. Por eso pido oración, porque en las familias la oración está muerta.
¿Sabéis lo que hace un Rey poderoso y creador?: valerse de dolores y calamidades para poder salvar a las almas; cuando con un sólo dedo —como he dicho otras veces— podría hacer arder al mundo entero. Me valgo de las almas para purificar a la Humanidad, hijos míos, y mando a esta Humanidad dolor, calamidad, catástrofes, terremotos, para purificarla, hijos míos.
¡Cuántas veces te he dicho, hija mía, que donde hay dolor no existe el pecado! ¿Sabes por qué? Porque el ser humano se ocupa de su dolor, no se ocupa del mundo. Pero yo estoy allí. Donde hay dolor, estoy, hijos míos.
Sólo la oración puede llegar a mí, hijos míos. Vuestra oración y vuestro sacrificio... (Se expresa en idioma extraño). Mira si está próximo, hija mía.
Será terrible la calamidad que caiga sobre la Tierra. Jamás se ha visto ningún castigo semejante a éste... Cuando esto suceda, hija mía, habrá grandes monstruos gobernando y no respetarán los Sacros Alimentos de las iglesias. Porque los dictadores del mundo serán verdaderos demonios encarnados y destruirán todas las cosas santas. Martirizarán a mis almas consagradas. Aquellos pocos que queden santos, serán martirizados por las manos de un verdugo, hija mía.
¿Y mi Vicario? Mi Vicario será atormentado.
Luz Amparo:
¡Pobrecito..., pobrecito!...
El Señor:
Haced mucha oración y mucho sacrificio, hijos míos. Comunicaos con Dios constantemente. Todavía es la hora de la misericordia. Pero, dentro de poco, será la hora de la justicia.
Besa el suelo, hija mía, por mis almas consagradas... ¡Pobres almas, las ama tanto mi Corazón!
Voy a dar una bendición especial sobre estos objetos. Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos.
Amad mucho a mi Madre, hijos míos; sufre mucho por la Humanidad. Amadla mucho.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
¡Adiós!

Mensaje del día 1 de marzo de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, bajo del Cielo a la Tierra, para que aviséis por todos los lugares del mundo que quiero que se haga triunfar a mi Corazón Inmaculado. Moveos, hijos míos, trabajad, que estáis en unos momentos críticos. Id de pueblo en pueblo llevando a todos los hogares la devoción a mi Inmaculado Corazón.
Soy Madre, hijos míos, de todo el linaje humano; por eso mi Corazón sufre; porque veo lo que se avecina sobre la Humanidad.
Quiero, hijos míos, que reparéis por vuestros pecados y por los pecados de las almas que ultrajan y ofenden constantemente a Dios, mi Creador. No estéis en la oscuridad, hijos míos; moveos y extended la palabra de Dios por todos los rincones de la Tierra. Dios es gravemente ofendido, hijos míos; hay que reparar esas ofensas.
También ruego a mis almas consagradas que sean fuego que inflame la Tierra; no sean tibios, hijos míos. Quiero fuego en las almas. Mis almas consagradas, que se embriaguen de Cristo; que Cristo las ama.
Sed firmes en vuestro ministerio, hijos míos. Aquellas almas consagradas que se desvían del camino del Evangelio, que vengan a mi Inmaculado Corazón, que yo les daré gracias para ser fieles en su ministerio.
Mi Hijo me manda a muchos países del mundo para avisar que hagan oración y penitencia. Mi Hijo lo exige, hijos míos, la oración y la penitencia.
Es tanto el amor que siento por los hombres, que mi Corazón, hija mía, se derrite en ese fuego. Haced triunfar mi Corazón. Venid a mí, hijos míos. Yo os llevaré a mi Hijo. Mi Hijo será la Puerta del Cielo; y yo, hijos míos, cerraré la puerta del Infierno para que no entréis en él. Pero es preciso la oración, hijos míos; rezad el santo Rosario con mucha devoción, hijos míos. El santo Rosario os salvará…
Cuando llegue el momento que venga Cristo, hijos míos, yo vendré con Él, porque Dios Padre así lo ordena. Dios Padre ordenó que viniese la Luz al mundo engendrándose en mis entrañas; y Dios Padre ha ordenado que venga la segunda vez con mi Hijo a ayudarle a salvar el mundo.
Mi Corazón Inmaculado triunfará, hijos míos; por eso os pido extender la devoción a mi Inmaculado Corazón.
Penitencia pido, hijos míos; no cerréis vuestros oídos a mis llamadas. ¡Mi Corazón ama tanto las almas!... Por eso da avisos constantemente.
El Nombre de Dios, hijos míos, es ultrajado gravemente, y su cólera está a punto de caer. Los hombres no hacen caso a tantas calamidades como hay en la Tierra. Todo lo ven natural. Mi Hijo está purificando la Tierra. Satán quiere reinar en las almas, hijos míos; y está haciendo sus estragos en muchas naciones. La oración y la penitencia espantarán a Satán, hija mía. No os abandonéis en la oración. Amad mucho a mi Hijo y amad a vuestra Madre.
Quiero templos vivos para, cuando llegue el momento, ayudar... (Habla en idioma desconocido). Tú, hija mía, no te abandones... Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo…
Refúgiate en mi Inmaculado Corazón. Él será tu consuelo, hija mía. Y vosotros, hijos míos, amad mucho a mi Corazón. Es preciso extender la devoción a este Inmaculado Corazón... Vuelve a besar el suelo, hija mía, por mis almas consagradas; para que se embriaguen de Cristo... Quiero que sean la sal de la Tierra para ayudar a las almas a salvarse, hijos míos; pedid mucho por ellos. ¡Mi Corazón los ama tanto!... Pero muchos de ellos se han desviado de su camino, hija mía. Mi Hijo los ama tanto, que se entrega a ellos diariamente. Aunque sus manos estén manchadas, se deja que lo conduzcan donde quieran. Les pido a esas almas que sean fieles a su ministerio; que tengan compasión de mi Hijo. Sólo les pido amor. ¡Amor!... Besa el suelo, hija mía, por esas pobres almas…
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos; y esta bendición servirá para todas las almas que pisen este lugar, hija mía. No tengas duda que esta bendición sirve, como te dije. Para nosotros cuenta el presente, hijos míos. Mi bendición abarca todo el mundo... Levantad todos los objetos... Todos los objetos han sido bendecidos.
Os voy a pedir, hijos míos: quiero que todos llevéis mi escapulario sobre vuestro cuello. El verdadero escapulario será hecho de la misma tela. Que esta tela sea de lana. Mortificaos un poco si os molesta, hijos míos.
Quiero que llevéis el rosario constantemente con vosotros. Y vuelvo a repetir que muchos de los que acudan a este lugar, serán marcados con una cruz en la frente. Hay muchas marcas en las frentes, hijos míos; marcas de mis escogidos. Pero, ¡cuidado con vuestras obras y con vuestra vida, hijos míos; que Satán está sellando en la frente y en las manos! Con la oración y con el sacrificio Satán no vendrá, hijos míos, a vuestras frentes.
Poneos a bien con Dios todos aquéllos que todavía no lo hayáis hecho; que es muy importante que en estos momentos todos estéis preparados, hijos míos. Os repito que la muerte llega como el ladrón, sin avisar. Si estuvieseis preparados y supieseis cuándo llega la muerte, sería espantoso antes que llegase este momento.
Mira, hija mía, cómo salen rayos de luz de mis manos sobre todos vosotros, sobre todo este lugar, salen gracias especiales.
Luz Amparo:
¡Ay, qué rayos! ¡Ay, qué rayos en todo el cuerpo! ¡Ay, de las manos, de la...! ¡Uh... de la cabeza! ¡Ay, de los pies, del Corazón...! ¡Ay, qué cosa más bonita! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, ay...!
La Virgen:
Derramo esta luz sobre todos los corazones que quieran venir a mí, que soy Madre de amor, de gracias y de misericordia.
Sé muy humilde, hija mía; ¡muy humilde! Te repito que la humildad es muy importante en las almas.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 5 de abril de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, aunque mi Corazón sigue con mucho dolor, hoy no vengo vestida de dolor. Vengo vestida de blanco, porque hay muchas almas que todos estos días, hija mía, se han ofrecido víctimas de holocausto por la salvación de los pecadores. Han correspondido mucho a la oración y al sacrificio. En agradecimiento a sus oraciones, hija mía, vengo vestida de blanco.
La sociedad, hija mía, sigue, sigue ofendiendo gravemente a la Divina Majestad de Dios. Y grandes calamidades van a seguir cayendo sobre la Humanidad.
Cuidado, hijos míos, que los espíritus de las tinieblas rondan el mundo para apoderarse de las almas. Esos espíritus con su malicia se introducen dentro de aquellos corazones que todavía están calientes en la oración y en el sacrificio. Se introducen para hacerlos bloques de hielo y para que la oración la abandonen y sus almas queden tibias y aletargadas, hija mía.
No os abandonéis en la oración, hijos míos. El espíritu de Satán está entre la Humanidad. Quiere hacerse dueño de esos corazones; hacerse dueño de los corazones, de las almas que están entregadas a mí, hija mía.
En el globo terrestre, hija mía, las malas lecturas abundarán; dirán terribles cosas y calumnias atroces contra las cosas santas; y aquéllos que verdaderamente están entregados a Dios, al oír estas cosas, dudarán de su existencia. No hagáis caso, hijos míos, porque los poderosos quieren destruir las cosas santas y que reine en el mundo el ateísmo y el espiritismo poco a poco, hija mía. Y querrán hacer desaparecer toda palabra de Dios.
Cuidado, hijos míos, que Satán tiene mucha astucia. El rey de las tinieblas ha hecho un pacto con varias naciones; y estas naciones, hija mía, serán la ruina de la Humanidad. Sólo con oración y con sacrificio se podrá evitar un gran Castigo, hija mía. Satán enturbia las almas de los hogares. Los matrimonios, por cosas sin importancia, arman grandes guerras. Se apodera de sus almas con la pereza. Muchos, hija mía, serán sellados con el sello de Satán. Pero aquellas almas que vengan a mí, yo las llevaré a mi Hijo, y mi Hijo las llevará al Padre.
Mi Hijo no hace justicia sobre el globo terrestre si no es obligado por las almas. Primero derrama gracias, amor, misericordia. Y si estas almas rechazan esas gracias y ese amor, mi Hijo, con la espada de la justicia, hará justicia sobre la Tierra.
Amaos los unos a los otros, hijos míos. No seáis materialistas. No seáis perezosos, hijos míos. No os abandonéis en la oración.
Siguen las discordias entre los seres humanos. En los hogares, hijos míos, no hay amor entre vosotros. Amaos como Cristo os ama, hijos míos. Mirad si os ama Cristo, que todas estas gracias las derrama sobre el mundo. Abarcan a toda la Humanidad. No mira ni raza ni color. Todos son hijos míos y sobre todos derrama las gracias.
También pedid mucho por los guías de la Iglesia, porque Satán introducirá en los seminarios y en los conventos a espíritus del mal encarnados, para destruir las órdenes religiosas. Satán, con su astucia, hija mía, quiere hacerse dueño. Pero venid a vuestra Madre, que vuestra Madre es el camino seguro para ir a Cristo.
No os dejéis sellar por Satanás. Dejaos sellar por el Ángel del bien con la señal de los escogidos, hijos míos. No os abandonéis en la oración. Si os abandonáis en la oración, vuestras almas quedarán tibias y aletargadas; y es un modo de Satán poderse aprovechar de ellas. Pedid gracias, hijos míos, que, si vuestras oraciones salen de dentro de vuestro corazón, todo lo que pidáis se os concederá, hijos míos.
El Anticristo, hija mía, se apoderará de Roma. Hay muchos secuaces del Anticristo; y él quiere sentarse en la Sede. Pedid mucho por mi hijo, mi Vicario. Es muy perseguido, hijos míos; y el Anticristo está cerca para hacerle sufrir, hija mía. Uníos a él en oración y ofreced vuestras oraciones por él. Nuestros Corazones le aman.
Oración y sacrificio, hijos míos. Haced mucha oración para que vuestra Madre pueda venir vestida de blanco y se quite la ropa de dolor. Muchos no rezáis el Rosario todos los días. Os habéis abandonado, hijos míos.
Os lo pido: ¡rezad el Rosario en familia todos los días! Educad a vuestros hijos en un hogar cristiano. No debe de faltar la Palabra de vuestro Cristo ni de vuestra Madre María Santísima, Pura, Dolorosa, hijos míos. ¡Mi Corazón os ama tanto!...
Dios Padre ama tanto a la raza humana, que no ha querido extinguirla. Le da oportunidad, oportunidad para salvarse.
Besa el suelo, hija mía, por los pobres pecadores…
Sé muy humilde, hija mía, muy humilde. A todos mis hijos, a todos les pido humildad.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con gracias especiales, hijos míos... Todos han sido bendecidos.
Penitencia, hijos míos, penitencia y oración. Pedid por las almas consagradas, porque quiero pastores de almas; pastores santos, que ayuden a mi Iglesia a salvar almas.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 3 de mayo de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, sigo haciendo llamadas de urgencia a la oración. También quiero que escuchéis mi voz..., que viva en vosotros para que Él os conduzca vuestra vida.
Gritad a los pueblos que Cristo tiende la mano a todo el ser humano para sacarlo de la ciénaga del pecado. Es preciso la oración, hijos míos, para estar siempre con nosotros.
Muchos de los que habéis llegado a este lugar estáis cambiando vuestras vidas por un camino recto y seguro para ir a Jesús. Seguid adelante, hijos míos; no os acobardéis, que, si antes habéis cerrado vuestros oídos a mis palabras, ahora estáis a tiempo. Estáis en el rebaño de mi Hijo; ¡no os salgáis de él! Ahí estáis seguros, hijos míos, porque Cristo es la Luz, que donde hay luz no existe la tiniebla.
Os pido, hijos míos, que obréis de la palabra de Dios y que habléis de la palabra de Dios a todos aquéllos que están fuera de mi rebaño, para que participen de estas gracias que día a día derrama mi Corazón.
Orad, hijos míos, para fortificar vuestro espíritu.
Todo el que sigue el camino del Evangelio recibirá una gran recompensa. Yo estoy con vosotros y nunca abandono a aquéllos que vienen a mí.
Quiero, hijos míos, sacaros de la esclavitud del pecado. Vuestra vida depende de un hilo, hijos míos. Por eso os pido: dejaos conducir por Cristo, que Él es el camino seguro y recto. Y no escondáis la luz bajo el celemín; sacadla, que todos la vean; y hablad por todos los pueblos. Gritad que Cristo los ama, y Cristo los espera a todos.
Grandes calamidades, hija mía, van a caer sobre la Humanidad, porque muchas almas cierran sus oídos a mi llamada. Sigue hablando, hija mía, porque aquellos corazones endurecidos se están ablandando.
Tu misión en la Tierra es ayudar a las almas, hija mía.
Luz Amparo:
Yo quiero, claro. ¡Ay! Quiero ayudarlas; pero si se dejan ayudar. Pero yo también quiero que me ayudes…
La Virgen:
No puedo hacerte feliz, hija mía. Tu misión no es ser feliz en la Tierra. Tu misión es sufrir para salvar a las almas. Pero te prometo que no te haré feliz aquí, pero te haré feliz toda una eternidad.
Luz Amparo:
Bueno, pero es que cuesta. ¡Ay, lo que cuesta!...
La Virgen:
No se hace lo que yo he pedido, hija mía. ¡España será castigada! He pedido que en este lugar se construya una capilla en honor a mi nombre y que se venga de todos los lugares del mundo a meditar la Pasión de Cristo que está olvidada, hija mía.
Muchas almas consagradas se han desviado del camino de la oración y del sacrificio. No son pastores de almas; son destructores de almas.
La Virgen:
Grita que no robo almas de la Iglesia; que llevo almas a la Iglesia. Que me manifiesto en muchos lugares para que las almas vayan a la Iglesia a cumplir con los mandamientos; pero que ellos mismos quieren confundir mis palabras.
Grita a los sacerdotes que sean pastores de almas; que están tibios muchos de ellos y se abandonan en la oración y en el sacrificio. Que se ocupen de su ministerio. Que los quiero pastores de mi Iglesia santos, para llamar a mi rebaño y conducirlo por el camino de la caridad, de la fe, de la pureza, de la humildad y de la esperanza. Que hablen de Cristo y que prediquen el Evangelio. Que hacen sufrir mucho a mi Corazón. Y ¡ay de aquéllos que cierran sus oídos a mis llamadas, hijos míos!
Besa el suelo, hija mía... Besando el suelo se salvarán muchas almas. Cuando alguien te grite que es de fanáticos... Mi Hijo besaba el suelo diariamente, ¡siendo el Hijo de Dios! No te avergüences de besar el suelo, hija mía, por la salvación de las almas.
Bebe unas gotas del cáliz del dolor... ¿Está amargo, hija mía? Mi Corazón siente esta amargura cuando mis almas consagradas no son fieles a mi Hijo, y mi Corazón ¡los sigue amando! Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados de las almas consagradas... Y ámalos mucho, hija mía; sacrifícate por ellos.
Mis mensajes van a ser muy cortos, de ahora en adelante. Os recordaré la oración y la penitencia. Pero estaré presente, hija mía, seguiré presente, porque el mundo sigue obstinado en los placeres y en los pecados. Por eso, hijos míos, porque os amo, no puedo dejaros solos. Tengo que derramar gracias sobre vuestros corazones, para alentaros y para fortificaros.
Hablad mucho, hijos míos: que las almas vayan al templo de Cristo y que laven sus pecados en el sacramento de la Penitencia. Que el tiempo se acaba. Que quiero salvar a todas las almas. Y seguid adelante fuertes, hijos míos. Y pedid a vuestra Madre, que Ella no os abandonará.
Yo soy el camino para ir a mi Hijo, y todo el que venga a mí, irá a Cristo.
Tú, hija mía, ya te he dicho que no te puedo dar la felicidad en este mundo; pero, si eres fiel, la felicidad será eterna; porque vas a sufrir mucho físicamente. Para las almas que mi Hijo coge víctimas no existe la felicidad del mundo. La felicidad está en nosotros. Sigue amándonos y fortifícate en la oración y en el sacrificio, hija mía; y déjate conducir por mi Hijo, que mi Hijo es el Camino, la Verdad y la Vida; y todo el que crea en Él vivirá eternamente.
Amaos los unos a los otros. Sed todos uno, hijos míos, que estoy muy orgullosa porque veo que vuestros corazones ya no son bloques de hielo. Tenéis fuego y se está derritiendo ese hielo en amor hacia Cristo, hijos míos.
Sed fuertes en el amor de Cristo, valientes para no negarle. Y pedid mucho al Ángel de la Paz, porque el mundo está en peligro y grandes calamidades, grandes catástrofes caerán sobre él.
Hace muchos años pedí por la conversión de Rusia. Pero no se hace lo que yo pedí. Pido la consagración a Rusia particular.
Y estad unidos al Papa, hijos míos, al Vicario de mi Iglesia, al representante de Cristo en la Tierra. Sufre mucho, hijos míos, porque le rodean lobos revestidos con piel de cordero. Pedid mucho por él, hijos míos. ¡Mi Corazón le ama tanto!... Sed muy humildes.
Y prometo que todo el que pise este lugar recibirá gracias especiales, porque mis ángeles están custodiando este lugar…
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos van a ser bendecidos…
Conservad vuestro cuerpo, hijos míos, como sagrario limpio, para que mi Hijo pueda esconderse en él, hijos míos. Sed muy puros, muy puros y muy humildes.
Amad mucho a la Iglesia y amad a vuestra Madre; que vuestra Madre os ama con todo su Corazón.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hija mía.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 7 de junio de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Mira, hija mía, qué gloria espera a todos aquéllos que recen con devoción el santo Rosario. Son perlas preciosas, cada cuenta del Rosario; perlas preciosas para llevarlas a las moradas.
Mira el Infierno que había preparado para muchas almas, hija mía.
Luz Amparo:
(Exclama con horror). ¡Ay! ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Ay!
La Virgen:
Tú hubieras estado entre ellas…
Luz Amparo vuelve a lamentarse.
La Virgen:
Pero mi joya, que es el Rosario, librará muchas almas de este gran peligro.
Mira, cada avemaría es una rosa que sale por la boca de cada ser humano y llega directamente al Cielo. Procurad rezar el Rosario de rodillas con mucha devoción. Después de la Santa Misa, es la memoria de la Pasión más grande. Se renueva la Pasión de Cristo en cada cuenta del Rosario.
Mira las luces que salen de esas cuentas del rosario. Y mira cómo vengo vestida de oro, de tantos y tantos rosarios como me han rezado en este lugar. Otras veces me has visto con ropa, casi como una mendiga; ¿sabes por qué? Porque las almas no rezan el Rosario con mucha devoción. Pero mira el valor que tiene rezándolo con devoción, pausadamente y bien meditado.
Luz Amparo:
¡Ay, qué grandeza! ¡Ay, qué grande!…
La Virgen:
No os acostéis ni un sólo día sin rezar esta plegaria que tiene tanto valor. Cuando un alma está en gracia, hija mía, y reza el santo Rosario bien meditado, se le perdonan muchos pecados de su vida pasada, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay, qué hermosa eres! ¡Ay, qué grande eres! ¡Ay, qué hermosura!
La Virgen:
Pedid mucho, que soy Madre de todas las gracias... Y sigo repitiendo: todo el que venga a este lugar, será bendecido. Y muchos hoy serán marcados con una gran cruz en la frente, que unos a otros la verán... (Luz Amparo expresa admiración).
Pero no me defraudéis vosotros, hijos míos. No os acostéis sin renovar la Pasión de Cristo.
Luz Amparo:
¡Ayyy, ya llegó (casi inaudible), ay!...
El Señor:
Os voy a dar un consejo a todos. Son palabras del Evangelio: amaos los unos a los otros, como yo os amé y os sigo amando.
Le muestra el cáliz de la Pasión y Luz Amparo se lo pide.
Luz Amparo:
Dame un poquito…
El Señor:
Todavía sigue habiendo almas ofendiendo gravemente la Divina Majestad de Dios. Os sigo repitiendo: con la medida que midiereis, seréis medidos. No queráis para otros lo que no queráis para vosotros. No juzguéis y no seréis juzgados. De la manera que juzguéis, seréis juzgados, hijos míos. No seáis hipócritas, que queráis quitar la mota en el ojo de tu hermano, teniendo una viga en el vuestro. Quitad vuestra viga y veréis con claridad. Y después podéis quitar la paja en el ojo de vuestro hermano. Dad y se os dará. Por media medida que deis, se os dará rebosando, hasta arriba. Es un consejo que os doy, hijos míos.
Cumplid con el primer mandamiento: amad a Dios sobre todas las cosas. Dejad todo por Él, si Él lo pide. Y amad a vuestros hermanos con todo vuestro corazón. Pero no los juzguéis; ¿quién sois vosotros para juzgar? Amaos con todo vuestro corazón.
Pido que haya paz en los hogares. Es la hora de la misericordia todavía. También pido que todo el que quiera, vaya a los pueblos predicando el Evangelio…
La Virgen:
Hija mía, sé humilde, muy humilde. Con la humildad ¡podrás ayudar a tantas almas!... No te abandones en la oración. La oración fortalece, hija mía.
Voy a dar una bendición especial. Servirá para la conversión de las almas y para todos aquellos enfermos que padecen gravemente dolores y no saben ofrecerlo por la salvación de las almas. Esta bendición va acompañada de la de mi Hijo.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Amad mucho a vuestra Madre, que vuestra Madre os ama con todo su Corazón, y extended la devoción al santo Rosario, hijos míos, en reparación de todos los pecados del mundo. Acercaos al sacramento de la Eucaristía; pero antes al de la Penitencia, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Hijos míos, penitencia y sacrificio pido.
¡Adiós!...

Mensaje del día 5 de julio de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Ruego, hijos míos, perseveréis en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre. Estad unidos a mí como yo a Él, para que la unión sea perfecta, hijos míos. Sin mí no sois nada. Cumplid con mi doctrina, hijos míos. No ocupéis los primeros puestos. Amad sin esperar ser amados. Si sois capaces, hijos míos, de amar de verdad y dar la vida por vuestros hermanos, vuestro Padre Celestial os recompensará, hijos míos. No deis a cambio de que os devuelvan más. Los pecadores dan para que les recompensen dobles a medida. No estéis apegados a las cosas del mundo, hijos míos.
Cuántas veces os voy a repetir: quiero que seáis todos uno; hasta que no seáis todos uno, vuestro Padre Celestial no os recompensará, hijos míos. Amad si queréis, hijos míos, recibir vuestra recompensa.
También pido que améis con amor de hijos a mi amantísima Madre. Sufre por toda la Humanidad, y la cólera de Dios va a caer de un momento a otro. Os ocupáis, hijos míos, más de lo que tenéis que comer y vestir que de vuestro Creador. Cumplid mi doctrina, porque quiero apóstoles para los últimos tiempos. Pero para apóstoles de los últimos tiempos tenéis que desprenderos de las cosas materiales. No se puede servir a dos señores: a Dios y al mundo, el dinero y la carne. Si estáis entretenido con uno, no podéis amar al otro.
Perfeccionad vuestras vidas, hijos míos. Sólo pido amor, desprendimiento, caridad.
La Virgen:
Hija mía, soy vuestra Madre, Madre de amor y de misericordia, pero Madre de dolor, porque sufro por todos mis hijos. Yo ruego a mi Hijo que tenga piedad de vosotros. Quiero salvaros, hijos míos; pero basta ya de sacrilegios, de desprecio hacia mi Hijo. Los humanos, hija mía, no sienten en su corazón la Pasión de mi Hijo. No aman a Dios su Creador. No sois capaces, hijos míos, de entregaros víctimas de holocausto por la salvación de las almas. Mi Hijo derramó hasta la última gota de su Sangre. ¡Qué poco respeto hacia la Eucaristía, hijos míos! ¡Cuántas veces he dicho: no me agrada, ni agrada a mi Hijo, que manos que no estén consagradas toquen su Cuerpo, hijos míos!
En el Evangelio de Cristo dice: todo humano de Cielo y Tierra, hasta los que están en la profundidad de los Infiernos, doblegarán la rodilla ante su Rey, ante este Rey Celestial. ¡Qué poco respeto, hijos míos, y qué poco amor a mi Hijo! Mi Hijo está indignado con el ser humano.
Luz Amparo:
Yo quiero reparar, pero yo no puedo sola. ¡Ay, ay, qué pocos me siguen! ¡Ay! ¿Qué queréis que haga? ¡Yo no puedo ya más! ¡Ay...! Pero ayudadme, porque yo ya no puedo más. ¡Ay...!
El Señor:
Sí, hija mía, unos son víctimas para que otros se salven, hija mía. El ser humano es cruel, hija mía. Pero hay muchas almas, que acuden a este lugar, que te ayudan a sufrir en silencio. Estamos contigo, hija mía, no te abandonaremos, aunque te encuentres en la soledad y a veces en la tristeza. Estamos contigo. Ofrécete más víctima, más, hija mía, y por mis almas consagradas, por esos pastores fríos, tibios, que han abandonado la oración.
Luz Amparo:
¡Ayúdame, ayúdame, Madre mía!
La Virgen:
Hijos míos, buscad la humillación voluntaria. La soberbia no conduce al hombre a grandes fines, hija mía. Sed humildes, hijos míos, y amaos con todo vuestro corazón. Sólo pido un poquito de amor para mi Hijo, tened compasión de Él. Pido a los seres humanos amor a Cristo. Basta de sacrilegios y de profanaciones. No recibáis el Cuerpo de Cristo sin antes haber ido al sacramento de la Penitencia.
¡Qué ofendido está mi Hijo, hijos míos! Necesitamos almas para reparar los pecados. Amaos, hijos míos, con todo vuestro corazón. Y tú, hija mía, sé muy humilde, muy humilde. Ya sé que tu corazón sufre, pero es preciso sufrir, hija mía, por las almas. Han olvidado los humanos que el camino del dolor es el camino del Cielo. Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Quiero pastores de almas, hijos míos. Aquellas almas consagradas que os habéis desviado del Evangelio, volved al camino del Evangelio, hijos míos. Mi Corazón os ama tanto.
Y vosotros, hijos míos, también sois almas mías, que os amo con todo mi Corazón. Amad a mi Hijo, tened compasión de Él, y tened compasión de María.
Luz Amparo:
¡Tened compasión! ¡Ay, pobrecito! ¡Ayyy, ayyy, cómo sufre...! ¡Yo también les pido que tengan compasión...!
La Virgen:
Olvidaos de los placeres, hijos míos, y llenaos de la oración. No estéis tan materializados y amaos unos a otros. Sólo el amor es el que recibe la recompensa, hijos míos. Mi Hijo va a dar una bendición especial. Recibid todas estas gracias, hijos míos. Quiero templos vivos, los templos muertos no sirven.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales…
Luz Amparo:
¡Ay, Madre! Yo te quiero mucho, aunque no te quieran los demás. ¡Ay! Yo te prometo hacer lo que me pedís, pero ayudadme…
La Virgen:
¡Adiós, hijos míos! ¡Adiós!

Mensaje del día 2 de agosto de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Mi Corazón está triste, porque los hombres siguen en el mundo llenos de pecado; y grandes desgracias, hija mía, van a caer sobre toda la Humanidad. Aumentarán las catástrofes, hija mía: terremotos, trombas de agua, que casi cubrirán del cielo a la Tierra; fuertes huracanes, que los hombres temblarán, pero no se arrepentirán muchos de ellos.
Y lo que más aflige mi Corazón, hija mía, es el poco amor y el poco respeto de mis almas consagradas —de ese gran número— hacia mi Hijo y hacia la Eucaristía, hijos míos. La Eucaristía es sacrílegamente profanada por muchas manos... (Pausa larga y llanto de Luz Amparo). Este gran número, hija mía, de almas profanan diariamente la Eucaristía. Reparad; os pido —a aquel pequeño número que todavía queda— un poquito de amor dentro de vuestro corazón hacia mi Hijo y hacia mí, hijos míos.
Reparad por estas pobres almas. Todos no son así, hijos míos. Hay otro número de almas consagradas que aman a mi Hijo y son fieles a su vocación. Pero sufren mucho, hija mía, por estos otros, porque son calumniados y ultrajados. Pero, que sean valientes y que sean fieles hasta el final, que recibirán su gran recompensa.
El Dragón de las siete cabezas, hija mía, se está adueñando de la mayor parte del mundo, especialmente de mis almas consagradas, de muchos altos puestos de la Iglesia. Se introduce Satán para arrebatarlos de nuestro Corazón, y ellos se dejan arrastrar. Triunfó en el mundo, hija mía, los siete pecados capitales.
Los hombres se dejan inducir por las fuerzas del mal. Pedid a mi Inmaculado Corazón. Él reinará, hijos míos; y triunfará. Aplastará la cabeza a ese Dragón cuando haya nuestro número de escogidos.
Rezad, hijos míos, rezad aquella oración que mi Hijo enseñó a sus Apóstoles, que es la oración tan sencilla del Padrenuestro. Es sencilla, para los sencillos. Pero no añadáis muchas palabras a vuestra oración. No hagáis lo que hacen los paganos, que hablan y hablan sólo porque les gusta ser oídos, pero dentro de su corazón hay odio y su corazón está empedernido por los rencores.
Rezad con amor, hijos míos, porque esta oración lo dice todo. En ella existe el amor, la caridad y la oración y la penitencia. Rezad muchas veces el Padrenuestro; pero no os pongáis a rezar para que regalen vuestros oídos, porque os guste ser escuchados. No me gusta la oración mecánica, hijos míos.
Vuestra caridad tiene que ser escondida. No hagáis la caridad al son de trompeta, hijos míos, porque os aseguro que todo aquél que haga su caridad al son de trompeta, ya ha recibido su premio, hijos míos. Pero todo el que la haga en silencio, el Padre Celestial, que está en los Cielos, les dará una gran recompensa.
Cuando ayunéis, hijos míos, no andéis cabizbajos y desfiguréis vuestro rostro para que la gente lo note. Sólo vuestro Padre que está escondido en lo más alto del Cielo, será el que os tiene que ver. Lavad vuestro rostro, hijos míos, para que no os noten vuestro ayuno; y perfumad vuestros cabellos. Pero no andéis cabizbajos ni angustiados como los farsantes para ser vistos y oídos. No tendrá valor ni vuestra oración ni vuestro sacrificio, hijos míos.
Meditad mucho la Pasión de Cristo, hijos míos. Veréis qué gran valor tiene para las almas.
Y tú, hija mía, une tu sacrificio, tu sufrimiento, al de Cristo, para que tenga más valor para la salvación de las almas.
Os pido oración, hijos míos, oración meditada. La oración y la penitencia es lo que más valor tiene, hijos míos. Pero que salga de lo profundo de vuestro corazón. No recéis como los fariseos, hijos míos, ni os guste ocupar los primeros puestos.
Amad con todo vuestro corazón... Hay que reparar, hijos míos, los pecados de los hombres. Os pido, a aquéllos que queráis seguir a Cristo, oración. El mundo está necesitado de buena oración, hijos míos. Os repito: ¡oración!
Hoy vas a beber unas gotas, hija mía, del cáliz del dolor. Es preciso que te prepare mi Hijo con esta amargura, porque tienes que sufrir mucho. Te confortará, aunque sientas amargura, hija mía. Te dará fuerza para el dolor... Tienes que ayudar, hija mía, y es preciso recibir esta amargura. Si no, no podrías soportar el sufrimiento ni el dolor. Después serás reconfortada, hija mía. Piensa que no puede haber felicidad aquí y felicidad allí. Las almas que escoge mi Hijo, las fortifica con el cáliz del dolor y las purifica con su Sangre, para que éstas unan su dolor al de Él.
El mundo sigue cada vez peor, hija mía. Sigo dando avisos, ¡y qué pocos cambian su vida! No se desprenden de lo terreno, hija mía. Mi Hijo dice: «Entregaos a Dios, hijos míos, y no os preocupéis del mañana. Rezad y orad, que lo demás se os dará por añadidura». Pero piensan más en la añadidura que en rezar y en meditar y en desprenderse, hija mía.
Al hombre le cuesta mucho dejar lo terreno. Y si no se desprende de aquí, no podrá llegar a conseguir el Cielo.
Amaos, hijos míos, y oración y penitencia pido a todos los seres humanos. Os lo pide vuestra Madre, que os ama con todo su Corazón. Quiero salvaros, hijos míos; pero abrid vuestros oídos, porque mi Hijo me ha puesto para refugio de la Humanidad. Refugiaos en mi Inmaculado Corazón; él triunfará al final, hijos míos.
Pedid por la conversión de Rusia, hijos míos. Y pedid también por mi amado hijo, el Vicario de Cristo. ¡Mi Corazón le ama tanto! Y es despreciado por muchos altos puestos de la Iglesia, hijos míos... Su corazón sufre mucho, hija mía, porque ve cómo están los pastores. ¡Qué gran número de pastores de almas se aletargan y se abandonan en la oración! Haz mucho sacrificio por ellos. Hijos míos, vosotros también.
Besa el suelo, hija mía, por mis almas consagradas...; para que sean leales y fieles pastores y prediquen el Evangelio. Hace mucha falta predicar el Evangelio por todo el mundo, hijos míos.
¡Humildad os pido, oración y penitencia!
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con una bendición especial para la conversión de las almas…
Todos han sido bendecidos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 15 de agosto de 1986, viernes

Festividad: La Asunción de la Virgen María

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, quiero que participes hoy de alguna parte del tránsito de mi vida terrestre a la del Cielo, hija mía. Primero mi alma y todo mi cuerpo.
Cuando Dios mi Creador mandó a un cortesano para comunicarme que iba a ser Madre del Verbo Humanado, mis entrañas se estremecieron de gozo en ese mismo instante.
Luego, hija mía, cuando nació el Verbo y lo tuve en mis brazos, también sentí un gran gozo; esta criatura no era digna de ser Madre de Dios mi Creador, pero mi cuerpo se estremeció de una gran alegría. Pero luego, el dolor atravesó mi Corazón de parte a parte por una espada.
Cuando el Niño iba creciendo y acariciaba sus manitas, veía sus clavos en ellas y sus manos manchadas de sangre; esa Víctima inocente... Cuando acariciaba sus cabellos rubios como el oro, hija mía, entre mis dedos tocaba las espinas que un día iban a punzar su cabeza. Esa cabecita tan pequeña sería bañada en sangre por los pecados de los hombres. Cuando le veía que venía con sus bracitos abiertos a abrazar a su Madre, veía sobre ellos la Cruz que atravesaría sus manos de parte a parte. Cuando acariciaba sus pies, veía los clavos atravesados de un lado a otro.
Mi Corazón sufrió mucho tiempo, hija mía, porque vio, desde Niño, la amargura que iba a pasar mi Hijo. Luego, cuando iba creciendo, veía su rostro tan bello —esa belleza no era de este mundo—... Veía sus grandes ojos y ese rostro tan divino, lleno de hermosura, cómo iba a quedar desfigurado por la maldad de los hombres, hija mía. Todo esto lo sufrió mi Corazón.
Luego, cuando mi Hijo iba creciendo, le acompañaba en sus predicaciones y mi Corazón rebosaba de gozo, hija mía. Pero esa espada seguía clavada dentro de mi Corazón. Y el dolor más grande fue cuando me quedé en este destierro tanto tiempo sola, en silencio, para reparar los pecados que los hombres cometerían a la Iglesia de mi Hijo; y quedé aquí para dar testimonio de esa Iglesia; porque mi Hijo la hizo santa, pero los hombres la han «desartificiado», ¡con la santidad que tenía!…
Luego, cuando llegó mi hora, después de mucho tiempo de dolor y de silencio, recogimiento y de reparación de los pecados de las almas, sentí este gran gozo de ser mi alma transportada al Cielo. Dios, mi Creador, me hizo ver este momento feliz que vas a ver, hija mía.
Luz Amparo:
Veo a la Virgen orando en una cosa cuadrada de madera, de rodillas; está orando por los pecados de la Humanidad. Dice que su hora se acerca, que sólo faltan tres días. Llama a los ángeles que la acompañan y les dice: «Id a Roma y avisad a Pedro. Que también venga Pablo y vengan todos los Apóstoles. Comunícales que su Madre y Reina va a dejar este mundo. Ha llegado la hora»…
Dice: «Gracias, Dios, mi Creador, que me vas a hacer participar de tu gloria».
¡Ay, cuántos llegan! ¡Ay!, Pedro, Pablo, Juan también, Santiago —¿es él?—, Andrés, él es. Ése, ¿cuál es? Manuel, otro... ¡Ay, cuántos llegan! ¿Quién son todos ésos? ¡Ah!, son discípulos. Los llama Pedro. ¿Qué va a hacer? Y les dice a todos... —¡huy, cuántos!—: «Sentaos, hermanos míos; tengo que daros una dura noticia; muchos no lo sabéis. Me ha comunicado un cortesano que María, nuestra Madre, nos va a dejar. Siento un gran dolor dentro de mi corazón. Siempre nos ha protegido y nos ha guiado. Ha sido nuestra Madre y nuestra Reina y nuestro refugio aquí, en la Tierra». Está llorando; todos lloran... «No sé si podré seguir dándoos la noticia, hermanos míos; la garganta se me hace...». ¡Ay, pobrecito, cómo llora! «¡Ah! Se me despedaza el corazón. Se nos va, ¡ay! Pero tenemos que ser fuertes... Tú, Juan, vete y dedica todo tu tiempo a estar con Ella y prepara todo para su tránsito».
¡Cómo lloran, pobrecitos! ¡Ay! Miran al Cielo y dicen: «Dios celestial...». ¡Ay, los deja solos...! Pedro dice: «Siempre estaremos con Ella. Esta amargura que siente nuestro corazón..., un día se convertirá en felicidad estando cerca de Ella. Tenéis que ser fuertes. Ya no tenemos una Madre que nos proteja y nos guíe y nos aconseje; pero hay que seguir; y todos daremos la vida por Jesús. ¡Seremos fuertes!».
Se van; bendice a todos; se van llorando todos. Llegan ahí, a donde están esas mujeres de ahí…
¡Ay! ¿Dónde estás, pobrecita? (Se refiere a la Virgen). ¿Ya estás preparada?... ¡Ay! Está ahí acostada en esa...; eso es un tarimón de ésos, igual que lo que había allí, en mi pueblo. El tarimón ese... ¡Ay! Está acostada ahí. Pero, ¡qué guapa estás!
¡Ay! Llegan todos y se ponen ahí, a su alrededor. Inclinan la cabeza (Luz Amparo, de rodillas, imita ese gesto e inclina la cabeza hasta el suelo). ¡Ay!, la saludan. Ella se levanta. Pedro no quiere. «No os mováis, Señora», le dice.
¡Huy! ¿Qué va a hacer? ¡Pobrecita, si ya no puede!... No tiene fuerza. ¡Ay!, se pone de rodillas. Le dice a Pedro: «Pedro, quiero seguir dando testimonio de la Iglesia hasta mi último momento aquí, en la Tierra. Os repito, como os decía mi Hijo: seguid predicando y amaos unos a otros».
¡Ay, pobrecitos todos!
(Prosigue la Virgen). «Quiero que uno por uno me deis vuestra bendición. He hecho en todo la voluntad de Dios para dar testimonio de la Iglesia. He orado, he reparado los pecados de los hombres. Pero, si algo hice mal, o algo malo hice con vosotros, os pido perdón; dadme vuestra bendición. Tú, Pedro, tienes que ser fuerte. Sufrirás mucho. Tú, Pablo, también. Juan también; Andrés y Santiago, y todos vosotros. Yo he sido una buena Madre para todos; pero perdonad si alguna falta he cometido contra vosotros».
(Continúa Luz Amparo emocionada pintando la escena). Le da Pedro la bendición. ¡Ay, pobrecito! ¡Ay, los otros también! Uno por uno, todos, todos... ¡Ay, ay, pobrecita! Pero si Ella no necesita tantas cosas…
«Os pido que se cumpla, Pedro, mi última voluntad, la que pedí a mi Hijo: que mi cuerpo no sea tocado por nadie. Sé que has mandado a Juan para que las doncellas entren y perfumen todo mi cuerpo; pero mi última voluntad es que mi cuerpo no sea tocado por nadie. Toda mi vida, nadie ha visto mi cuerpo. Sólo mi rostro, para ser conocida, he dejado al descubierto. También te pido, Pedro: tengo dos túnicas de gran valor regaladas por mi prima Isabel. Ruego las repartas a estas doncellas que tan bien y tan humildemente han vivido conmigo durante toda su vida. También os digo: perseverad en la caridad y perseverad en la humildad».
Todos lloran. Agachan las cabezas y la saludan. ¡Ay, pobrecita! Se pone Ella sobre la tarima. Todos agachan el rostro al suelo. Pedro dice: «Adiós, Reina y Señora de todo lo creado. Madre nuestra, ruega ante Dios celestial que nos dé fuerzas para poder amar hasta el fin de nuestra vida al Divino Redentor, a Dios nuestro Creador y a Vos, Madre bendita. Que seamos fieles vasallos en la Tierra hasta los siglos de los siglos».
¡Oy!, ¿qué tiene en el pecho? La Virgen tiene en el pecho una gran luz, como un sagrario, ahí... ¡Oy, eso es!... ¡Ay!, ¿qué es eso?
«En la hora de mi muerte, doy testimonio de la Eucaristía. En este sagrario he conservado a mi Hijo durante toda mi vida. He reparado las ofensas que han hecho los seres humanos y los sacrilegios que han cometido con este divino Cuerpo».
¡Oy, está ahí en el centro! ¡Ay, viene a por Ti! ¡Sale de ahí el Señor! ¡Ay, ay, ay, qué cosas!... ¡Ay, y sale de ahí...!
«He llevado conmigo, durante toda mi vida, este tabernáculo sagrado»…
¡Huy, qué luz tiene! ¡Huy, qué guapa estás! ¡Ay, ahí estás Tú también! ¡Oy!, viene a transportar a su Madre, ¿también? ¿Quién viene también ahí? ¿Todos? ¡Ay, ésa es la madre de la Virgen!, ¿también? Y su padre. ¡Huy!, todos los que nac... ¡Huy!, los que se murieron antes. Están todos ahí juntos. ¡Huyyy! Todos van a acompañarla, ¡todos! Ya se ha dormido. ¡Oy, pobrecita! ¡Ay, ay, no la toquéis, porque no quiere!
Luz Amparo —según explicación suya posterior—, al contemplar esta visión, intenta desdoblar un pliegue del manto de la Virgen y nota que la ropa está rígida. En las imágenes grabadas se ve claro el ademán de Amparo y cómo muestra extrañeza.
Luz Amparo:
¡Ay! Pero, ¿cómo tiene esto así? ¡Está pegado! ¡Uh!...; ¡ay!, el traje está pegado a la tabla..., porque nadie podrá tocar su cuerpo. ¡Huy!... ¡Ay, el Señor, pobrecito, va con Ella también! Pues, si te has muerto antes, ¿cómo estás... todos ahí? ¡Puf, huyyy, cuántos ángeles, cuántos, cuántos! ¡Buuuy! ¿A dónde la vais a llevar ahora? ¡Ay, qué luz! Y ¡cómo cantan todos! Todos cantan. Le hacen una reverencia con la cabeza hasta el suelo. Ya se la van a llevar. ¡Huy, pobrecitos! ¡Pobrecita! ¿Dónde la lleváis? ¡Mira, qué día también, el Viernes Santo!... ¿También se muere Ella? O ¿se duerme?... Y ¡qué calor! Hace el mismo calor que cuando te..., te estabas en la Cruz Tú. ¡Ay, Señor, qué grande eres! ¿Dónde la vais a llevar?
«La llevaré con todos mis cortesanos, todos los profetas, todos los mártires, todos los santos, Adán y Eva..., al Valle de Josafat».
¡Huy..., ay! ¡Ay!, don... ¿Otra vez la...? Pues, si es igual que lo Tuyo la piedra esa. ¿Van a meter ahí? ¡Uuuh!
«Por ser Madre de Dios, resucitará igual que yo, al tercer día. Su alma será llevada al Paraíso y su cuerpo permanecerá tres días en este mismo lugar».
¡Huy..., bueno! Huy, una se queda y otra se va. ¡Es el alma! ¡Huy, cómo es!... ¡Ay, qué luz!... ¡Ay, sale una luz de ahí! ¡Ay!, ¿dónde la lleváis ya? Pues está ahí, está ahí. ¡Ay!, ése es el espíritu, y ése es el cuerpo. ¡Bueno, qué lío! ¡Ay!, ¿dónde va a entrar? ¡Qué voz se oye! Una voz —¡qué fuerte!— la llama: «Sube, hija mía, amada mía, entra en el trono que hay preparado para Ti. Nadie ha pisado en este lugar. Sólo tu planta virginal es la que pisará».
¡Uf! ¡Hala, todos!... ¡Qué luces! Ahora la misma que ha subido baja, ¡huy..., se mete ahí dentro del sepulcro! ¡Huy, cómo se mueve ese otro cuerpo! ¡Huyyy, qué cosas..., qué luz..., huy, qué luz! ¡Ay, se la llevan ya!... ¡Ay, cómo sube con todos los ángeles! Se vuelve a oír la voz: «Sube, María, hija mía. Ya has dejado ese destierro de dolor y te sentarás en el trono como Emperatriz de Cielo y Tierra».
Ahora se oye otra voz, que es la del Verbo: «Madre mía, ¡sube, sube!, que estamos esperando en el trono que tenemos preparado para Ti. Gracias, Madre, por haberme alimentado y criado con tu leche virginal. Serás casi igual a mí. Todos los títulos serán concedidos por las tres Divinas Personas; por el Padre, por el Hijo, que soy el Verbo». Y el Espíritu Santo le dice: «Ven, Esposa mía, amada mía, paloma mía, ven, que serás coronada y tendrás gran poder sobre el mundo y para salvar a la Humanidad. Tu planta virginal aplastará al enemigo, y serás Reina de Cielo y Tierra».
¡Ay, ay, le ponen esa corona!... ¡Ay, qué guapa estás!
«Pero nadie pisará este lugar; ni aun los serafines ni los querubines. Está preparado sólo para Ti».
¡Ay, ay, qué grande es eso! ¡Ay...! Vuelven a reverenciar los ángeles todos…
(Tras larga pausa interviene un ángel): «Reina y Señora, aquí estamos postrados a tus plantas virginales. Somos vasallos Tuyos; ordénanos, que haremos cuanto nos ordenes»... (Luz Amparo expresa admiración).
La Virgen:
Hijos míos, ¡qué grandeza cuando me presenté ante estas tres divinas Personas! Sufrí mucho en la Tierra, hijos míos, pero tened esperanzas, porque están las moradas preparadas. Ya se lo dijo mi Hijo a los Apóstoles: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas». Y en cualquier morada será una felicidad, hijos míos. Aprended a amar, aprended a sufrir, aprended la humildad, la castidad... Veréis cómo un día estaréis cerca de mí. Y tú, hija mía, sé muy humilde, muy humilde, para que un día no muy lejano, puedas participar con nosotros de tu morada, que también está preparada, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay...! Pero, ¿cuánto? ¡Ay!, ¿cuándo? ¿Cuándo me vas a tener aquí? ¿Hasta cuándo? ¡Ay, yo no quiero ya estar aquí, llévame!, ¡ay, llévame ahí, aunque sea en el otro sitio más allá!, ¡ay, llévame, llévame, yo no quiero estar aquí, yo no quiero...!
La Virgen:
Todavía te queda un poco de purificación, hija mía. No te abandones en la oración. Reza por los que no rezan, hija mía, y haz penitencia por los que no lo hacen. Ama mucho a nuestros Corazones y refúgiate en ellos, hija mía.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con unas gracias especiales…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!...

Mensaje del día 6 de septiembre de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía: gracias por acudir a mi cita, hija mía. Me gusta que acudas a este lugar. Mi Corazón sigue triste, hija mía, porque los hombres siguen obstinados en cerrar sus oídos a mis llamadas de oración y de sacrificio. No se dan cuenta, hija mía, que están viviendo los últimos tiempos y que viven una falsa paz, y dentro de poco se acabará esta falsa paz. Sigo dando avisos, hija mía, y sus corazones siguen endurecidos.
Los gobernantes, hija mía, quitan todos los principios religiosos, para que dentro de los corazones se meta el vicio y el pecado. No hay lugar dentro de los corazones para mi amado Hijo Jesús, hijos míos. Los tenéis ocupados en el mundo, en los placeres, en el dinero. Sigo, sigo dando avisos como una madre que ama mucho a sus hijos, y los avisa del peligro que les acecha; pero ellos siguen cerrando sus oídos sin escuchar mis llamadas.
Quiero, hija mía, que se haga una llamada de urgencia a aquellas almas que están escondidas en el olvido, en la oración, en el sacrificio, en el desprecio, en la castidad, en el olvido de ellos mismos... Ya va siendo hora, hijos míos, que salgáis de vuestros escondites para llevar la luz a la Tierra. Almas que viven la luz del Evangelio, quiero que salgáis porque sois los apóstoles de los últimos tiempos.
Todo el que quiera seguir a Cristo, tiene que vivir el Evangelio. Pero, ¡cuidado, hijos míos, mucho cuidado! Hay millares y millares de profetas falsos que se llaman apóstoles de los últimos tiempos, y viven en la abundancia, en el placer. Muchos de ellos están acudiendo a este lugar y arrastran grandes masas de almas; y estas pobres almas se dejan arrastrar por el orgullo y la soberbia. Hijos míos, os sigo avisando: no abráis vuestros oídos a todos esos profetas falsos, porque todos están sellados con el número del enemigo y quieren arrastraros a vosotros para caer en sus redes. Abrid vuestros oídos a mi llamada, hijos míos. La penitencia y la oración y el sacrificio os hará humildes y veréis la luz, hijos míos.
No os dejéis engañar, porque es el tiempo del precursor del Anticristo, que se reúne con grandes ejércitos de ángeles del mal y está sellando frentes y manos para el día final, que está no muy lejano. Harán la guerra, hijos míos, pero ¡mucho cuidado!, estáis viviendo el fin de los tiempos, y Satán está suelto haciendo su guerra.
Almas imitadoras de Jesucristo, vuestra oración, vuestro dolor, vuestro sacrificio y vuestras lágrimas llegan al Cielo, hijos míos, y ayudarán a todas estas almas que, por ignorancia, se dejan arrastrar.
Hijos míos, pido más oración y más sacrificio... (Habla en idioma extraño). Mira si está próximo, hija mía. Muchas almas, cuando llegue este momento, gritarán a la muerte, y dentro de sus entrañas recibirán... (Idioma extraño). Y cuando griten a la muerte, la muerte no les querrá oír. Dios está muy enfadado con el ser humano. El ser humano... (De nuevo, palabras en idioma extraño).
Luz Amparo:
¡Ay! Perdónalos, perdónalos, ¡ay!, dales más tiempo, ¡ay!, dales más tiempo.
La Virgen:
La cólera de Dios está próxima, hija mía. El hombre no respeta la vida humana. Ni aun la propia naturaleza del planeta es respetada. Sólo la idea del hombre es destruir, hija mía.
Parte del mundo quedará como en un desierto; hasta las fieras, cuando llegue este momento, saldrán de sus guaridas y darán terribles aullidos. Sólo una parte de la naturaleza no será tocada, porque Dios no permitirá que ni los árboles ni las plantas de ese lugar sean arrasados. Pero las demás partes del mundo quedarán desiertas por grandes catástrofes; grandes terremotos, hija mía, engullirán todo lo que los hombres han hecho, porque la perversidad de los hombres sigue en sus corazones y no escuchan la llamada de Dios, hijos míos.
Os pido, a aquéllos que todavía estáis a tiempo, sacrificio, hijos míos, sacrificio y oración. No dejéis de rezar el santo Rosario todos los días. El santo Rosario es un arma muy potente para salvar a la Humanidad, hijos míos. No os abandonéis en los sacramentos. Haced visitas al Santísimo; mi Hijo está triste y solo.
Cuando llegue el momento terrible, los malvados entrarán en los hogares y matarán a todos los seres inocentes. Será terrible, hija mía. Haz sacrificio y penitencia y ama mucho a nuestros Corazones, hija mía.
Besa el suelo por los pobres pecadores, hija mía…
Y os repito: cuidado con los profetas falsos; acuden a este lugar para destruir a las almas. Yo sigo derramando gracias sobre este lugar. Todo el que venga aquí recibirá gracias especiales; y muchos, hija mía, sigo repitiendo, serán marcados con una cruz en la frente, que será la protección de Satán. Hay un precursor del Anticristo que acude a este lugar para arrastrar a las almas. Muchas de ellas han sido selladas en la mano izquierda y en sus frentes con el número 666. Sabréis distinguir esta marca, porque se verá en las frentes.
No os abandonéis, hijos míos, ni os dejéis arrastrar. Imitad a los verdaderos apóstoles y predicad el Evangelio.
Tú, hija mía, conocerás las marcas; pero, ¡cuidado!... (Idioma desconocido).
Luz Amparo:
¡Ay!... ¡Ay, ya lo siento! ¡Ah, ese rechazo, sí!
La Virgen:
Te haré sentir dentro de tu alma ese rechazo hacia esa marca. Ayuda a los pobres pecadores y diles que mi Corazón Inmaculado los espera para refugiarlos en él. Que en el corazón de una madre caben todos sus hijos. Que mi Corazón es tan grande, que cabe el mundo entero dentro de él. Que vuelvan al buen camino, que su Madre los espera, y que este Corazón será el que triunfe sobre toda la Humanidad.
Pedid mucho por mi amado hijo, el Vicario de Cristo. Es muy perseguido, hija mía, por aquellos corazones endurecidos y perversos que no quieren llevar la doctrina de Cristo, como está escrita, sino quitar y poner a su gusto lo que ellos quieren. Por eso es perseguido, hija mía, porque nuestro Corazón le ama con todo... (Idioma extraño).
Amadlo mucho, hijos míos, y seguid su doctrina. Estad en constante unión con él.
Sacrificio pido y penitencia, hijos míos.
Acudid a este lugar, que recibiréis muchas gracias, hijos míos.
Y tú, hija mía, sé muy humilde, muy humilde. Sin humildad no se consigue el Cielo.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos... Y te repito, hija mía: esta bendición sirve en todos los momentos; como te dijo el Ángel: para nosotros el pasado y el futuro no existe, existe el presente…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 4 de octubre de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Venid, hijos de Adán, venid a mí; dejad los placeres del mundo y sus vanidades. Quiero reuniros a todos; no quiero que os salgáis de mi rebaño, hijos míos; os quiero a todos en un mismo rebaño. Yo sufro, hijos míos, vuestra desunión, vuestra vanidad, vuestra soberbia, vuestra falta de caridad. Os quiero congregar a todos para enseñaros a llevar el estandarte de mi Cruz. Pero para llevar este estandarte, hijos míos, tenéis que ser humildes, muy humildes, y no ocuparos de las cosas del mundo. Sólo ocuparos de las cosas divinas.
Necesito gran número de almas, y busco a gritos; dejaos encontrar, hijos míos, que necesito almas de buena voluntad, para llevar el estandarte de mi Cruz. Venid a mí, que yo no os rechazaré como los mortales rechazan al ser humano. Yo os busco porque os amo, y quiero revestiros de Gloria y desnudaros del mundo.
Retiraos de aquéllos que os alaban, hijos míos, y buscad a aquéllos que os desprecian. Yo vendré a ensalzar a los humildes y a revivir a los poderosos...; a juzgarlos, no redimirlos. Vendré a derribar a todos los soberbios, hijos míos. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados aquéllos que son calumniados y perseguidos a causa de mi nombre…
Repite, hija mía: vendré a redimir a toda aquella alma de buena voluntad, pero, ¡ay de aquellos poderosos que su mente está sólo en las riquezas y en su sabiduría, y que esta sabiduría la emplea para las cosas del mundo! Más le valiera no haber nacido, hijos míos; porque me manifiesto a los humildes, para confundir a los grandes y poderosos.
Y vosotros, almas consagradas, ¡despertad de ese sueño tan profundo! Satán os tiene engañados y no reconocéis la ofensa a vuestro Dios ni reconocéis vuestras culpas. Volved al buen camino, hijos míos, mi Corazón sufre porque os ama. Repetid diariamente las palabras de «Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros»; porque yo seré el que tendré misericordia de toda la Humanidad que quiera seguir el Evangelio.
Amaos, hijos míos, y pensad que los humildes serán los que conquistarán el Cielo. Mis ángeles armarán una gran guerra contra los soberbios y contra los poderosos que no quieran oír mi voz.
Y vosotros, almas consagradas, os repito: venid a mí, que soy el Camino, la Verdad y la Vida. No os dejéis dominar por Satán; es un tiempo crítico para las almas. Satán quiere reinar y armará la guerra, pero mis ángeles congregarán a todos los escogidos y los sellarán, para que Satán no se apodere de ellos. Pero alimentaos de la oración y del sacrificio, para que Satán no haga estragos en las almas. Os ama tanto mi Corazón, hijos míos, que os grita de lo más profundo de su corazón: venid a mí, que os espero, hijos míos.
Y tú, hija mía, cuanto mayor dolor, mayor prueba, mayor sufrimiento..., mayor premio, hija mía; más cerca estarás de nosotros.
Sed humildes y rechazad a aquéllos que os alaben. La vanidad es un pecado peligroso para el alma, hijos míos.
Como te he dicho en otras ocasiones, hija mía, sólo Dios puede reinar en las almas.
No os creáis el centro, eso te lo he enseñado a ti: sólo el centro es Dios…
Luz —te repito—, ámame mucho; ¿me amas?, quiero oír de tus labios esas palabras; ¿me amas, Luz?
Luz Amparo:
¡Ay, te amo, Señor! ¡Te amo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas! ¡Ay, cuánto te amo Señor...!
El Señor:
Ya sabes que me gustan los corazones sedientos de amor.
Luz Amparo:
¡Ay...! ¡Ah! ¡Cuánto te amo, Señor!
El Señor:
Sigue amándome, porque quiero almas que me amen, pero que se entreguen enteras a mí, que no pertenezcan al mundo.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, qué guapo eres! ¡Ay, qué belleza! Te amo, Señor, te amo. Mi corazón está inflamado de tu amor. Aunque soy débil a veces y me dejo dominar por mis sentidos. Pero quiero ser Tuya, ¡Tuya, Señor! ¡Ay, Señor!, ¡qué amor tan grande...!
La Virgen:
Hijos míos: amad mucho a mi Hijo. No desfiguréis su rostro con vuestros pecados, mi Corazón sufre mucho porque os ama. Mi Corazón Inmaculado, hijos míos, será el que triunfe en la Humanidad. Habrá grandes purificaciones en la Tierra; grandes catástrofes, hijos míos. No os abandonéis en la oración ni en el sacrificio; sed humildes, hijos míos; sin humildad no se consigue el Cielo.
Y tú, hija mía, sigue ofreciéndote víctima de reparación por los pecadores, hija mía. Besa el suelo en reparación de todos los pecadores del mundo…
Yo os sigo repitiendo: amad a la Iglesia, hijos míos, amad a mi Vicario; obedecedle en todo y pedid por él; sigue en un gran peligro.
Repito: en este lugar, mi Corazón está derramando muchas gracias, hijos míos. Habrá muchas curaciones de alma, y también de cuerpo, hijos míos. Seguid acudiendo y rezad el santo Rosario con mucha devoción.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con gracias especiales, hijos míos... Todos han sido bendecidos.
Os repito, hijos míos: humildad, y no salgáis de mi rebaño, porque el rebaño de mi Hijo, es el mío; y en este rebaño seréis vestidos de Gloria, hijos míos, si cumplís con nuestras palabras. Predicad el Evangelio por todos los rincones de la Tierra.
Hoy va a bendecir mi Hijo.
El Señor:
Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
La Virgen:
¡Adiós, hijos míos! ¡Adiós!

Mensaje del día 1 de noviembre de 1986, primer sábado de mes

Festividad: Todos los Santos

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hoy vengo revestida de salvación para los hombres. Vengo a buscar a aquellas almas que se encuentran en las tinieblas y en la oscuridad para conducirlas por el camino de Cristo. Estáis viviendo, hijos míos, unos momentos graves sobre el globo terrestre. Grave para vuestra alma, hijos míos. Invocad mucho mi nombre. Decid: «Oh María, concebida sin pecado, ruega a la Divina Majestad de Dios que tenga misericordia de esta pobre Humanidad».
Invocad a san Miguel, hijos míos. Satán está haciendo la guerra.
También os pido: entronizad en vuestras casas el Corazón de Jesús y de María, para que Satán no entre en vuestros hogares. Venid a vuestra Madre, que todo el que me busca, me encuentra, hijos míos. Rezad el santo Rosario, orad por los sacerdotes, haced sacrificios por los pobres pecadores.
Mira, hija mía, hoy vengo vestida de luz. Y sobre mi pecho vas a ver el tesoro que tengo escondido. Dentro de mi pecho está el arca de oro, donde están escondidas las Tablas de la Ley, hijos míos. Dios las escondió en esta arca, para que no volviesen a ser destruidas, para el Día del Juicio presentarlas ante cada nación, a ver si han cumplido con estas santas Leyes; y ¡ay de aquéllos que no hayan cumplido con las santas Leyes de Dios, hijos míos! Mira cómo son las Tablas, hija mía... Aquí están los mandamientos: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas; amarás al prójimo como a ti mismo; no jurarás el Santo Nombre de Dios en vano; santificarás las fiestas; honrarás a tu padre y a tu madre; no matarás; no cometerás pecados impuros; no levantarás falsos testimonios ni mentirás; no robarás lo de otra persona... Y todo aquél que tenga deseos de lo que no le pertenece, tampoco cumplirá con estas leyes... Todo el que cumpla con estas leyes será salvo, porque la justicia de Dios está próxima. Mira, cuando se abre el arca, el tesoro que lleva dentro. Y también verás la justa ira de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay!, ¿ahí dentro?... ¡Ay, qué cosa más bonita! Pero hay ángeles, custodiando esto que hay ahí dentro. ¡Ay, está Jesús, ahí en un trono! Hace una señal a un ángel. Un ángel coge... —¿qué es eso?— una guadaña; se la entrega al Señor, y el Señor con la guadaña en alto le dice al ángel: «Vete y siega toda la hierba seca de la Tierra, y arrójala lejos, muy lejos, para que el fuego la consuma».
Manda a otro ángel otra señal, y le trae otra guadaña. La coge el Señor en la mano y le manda: «Vete por la otra parte y siega todos los racimos que no dan fruto y tráelos a este lugar, donde también serán arrojados y consumidos en ese fuego».
Y al otro también le manda traer otra guadaña, y le manda por la otra parte de la Tierra y le dice: «Aparta la cizaña de la buena cosecha y tráela a este lugar, donde será arrojada al fuego».
Manda a tres más y les dice: «Tocad la trompeta, para que todos aquéllos que estén sellados con una cruz en la frente y con el número doce, sean puestos en este lugar al lado del arca».
¡Ay! ¿Qué hay ahí?
El Señor:
Éstos participarán de este jardín. Y aquéllos serán malditos y arrojados al fuego para toda la eternidad. Tendrán sus mentes puestas en el mal y rechazarán el bien, porque la perversidad de su corazón no les permitirá amar. Todos éstos serán sellados con el número del enemigo y no podrán entrar donde está el tesoro de la alianza de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay, Dios mío, sálvalos a todos, Señor, sálvalos!
El Señor:
Por eso pongo a mi Madre de portadora del Evangelio.
Luz Amparo:
¡Ay!, la santísima Virgen trae un libro en su mano. ¡Ay!, son los Evangelios. ¡Ay, madre mía!, ¿qué hay que hacer para salvarse todos éstos?
La Virgen:
Hija mía: id por el camino del Evangelio. Llevad a todos los rincones del mundo el Evangelio de Cristo. Todo el que cumpla con los Santos Evangelios será salvo, hija mía. Quiero almas, almas preparadas para estos últimos tiempos. Orad, hijos míos, orad. El tiempo está próximo.
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía...! ¿Yo te puedo preguntar algo...? Yo quiero que se salven muchas almas. ¡Ayúdales tú, Madre mía...! Muchos vienen a este lugar, Señor y Padre mío. Tú que estás ahí también, ¡ayúdalos!
La Virgen:
Hija mía, pide que tengan fe. No que vengan sólo a este lugar, sino que sus corazones estén inflamados del amor a Cristo. Sin fe no se salvarán. Pide la fe, hija mía. Y pide que respeten este lugar. Y respeto a la Eucaristía. Que vengan a mí, hija mía, que soy la Madre del Salvador; y yo imploraré a mi Hijo que tenga compasión de todas las almas. Para mí todos son hijos míos. No me importa el color de la carne, ni la clase de lenguas; porque todo está bajo el dominio de mi Hijo.
Luz Amparo:
¡Ay! Yo te voy a pedir que ames mucho a los hijos que te quieren, Madre mía, porque te aman y vienen a este lugar. Si no, no pasaban frío ni calor. ¡Madre, ámalos mucho!
La Virgen:
Diles, hija mía, que tengan más fe y que pidan el don de oración y el don de sabiduría, para poder transmitir el Evangelio por todas las partes. Todos, hijos míos, tenéis que hablar del Evangelio.
Luz Amparo:
¡Ay, qué grandezas hay ahí, Señor! ¡Ay, qué corona llevas...! ¡Como Rey, ahí en el trono!
La Virgen:
Ese trono es el de la Justicia.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues cuando yo me presente ahí, yo quiero llevar todo limpio, para que tu justicia sea santa. ¡Ay, Señor, cuánto te amo, Señor! Pero yo quisiera todavía amarte más y más. Y a Ti, Madre mía, tú que has sido siempre mi protección, te pido me guíes, para que pueda presentarme ante el trono de la Divina Justicia, limpia y reluciente, como todas esas almas que hay ahí. ¡Ay, Madre mía, ámanos mucho, porque nosotros te amamos! Tú eres mi Madre. Ya lo sé que eres Madre de todos. ¡Ay, Dios mío, te amo!
La Virgen:
¡Mi pequeña Lucecita! Sigue amando; amando con todo tu corazón a tu Jesús.
Luz Amparo:
¡Te amo, Señor, te amo! No permitas que te ofenda. Antes quiero morir que ofenderte, Señor. Yo voy a hacer este pacto contigo: antes que cometa un sólo pecado mortal, ¡quítame la vida, Señor! ¡Ay, qué feliz soy amándote, Señor! ¡Ámalos a todos, que todos te aman, Señor!
El Señor:
Repito: cumplid con las Leyes y amad a Dios, vuestro Creador. Él os espera a todos. Pero tenéis que doblar la rodilla ante Él. La vanidad, el orgullo, la soberbia, la ira, es un pecado grave, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía! ¡Danos humildad, Señor y Madre mía! ¡Ay, yo quiero ser muy fiel a Ti y amar mucho a las almas y sufrir por los sacerdotes, para que sean santos! Amo mucho al Santo Padre, porque sé que es un santo varón. Amo a la Iglesia y quiero sufrir para que los sacerdotes sean santos y amen mucho también a tu Vicario, Madre mía. Y te pido por los pecadores, para que no te ofendan.
La Virgen:
Seguid rezando, hijos míos, el santo Rosario diariamente, y acercaos a la Eucaristía. Y entregaos, como os he dicho otras veces, no a medias. Me gusta la entrega, pero total, de las almas.
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía! Hazme una cruz, Señor, en la frente. Quiero que los selles a todos; porque todos quieren amarte, Señor. Son débiles, pero te aman. ¡Ámalos mucho Tú! Yo te voy a pedir por un enfermo. ¡Ay, Señor! Pero haz lo que quieras con él... Ya sé que ese alma te ama mucho y ha trabajado mucho por tu gloria, Señor. Pero sobre todo no le hagas sufrir, ¡pobrecito! Y te pido también por tantos como hay enfermos…
El Señor:
Me interesa la curación del alma más que la del cuerpo. Aunque habrá grandes prodigios en este lugar. Pero primero, las almas tienen que venir con mucha fe.
Luz Amparo:
¡Gracias, Señor, gracias...! ¡Dame humildad, Dios mío!
La Virgen:
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Hijos míos, amad mucho a vuestra Madre, que vuestra Madre os ama ¡con todo su Corazón! Y pensad que mi Corazón triunfará, este Corazón Inmaculado, sobre toda la Humanidad. Hoy vamos a dar una bendición muy especial, pero antes vas a ver cuántas almas, por medio de la oración, dejan de sufrir las penas del Purgatorio, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, cuántas! ¡Son palomas todas! ¡Miles y miles de palomas llenas de luz! ¡Huyyy, Dios mío!
La Virgen:
Para que veas el valor y el poder de la oración, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, cuántas, Dios mío! ¡Ay, cuántas, Señor...! ¡Si se ha tenido que quedar vacío...!
La Virgen:
Todavía hay muchas almas, hija mía, que tienen que purgar sus faltas y sus pecados. Seguid rezando por ellas. Y seguid rezando por los pobres pecadores, para que no participen de las penas del Infierno. Satán es muy astuto; no duerme. Estad alerta, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
¡Adiós, hijos míos! ¡Adiós!

Mensaje del día 6 de diciembre de 1986, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, mira qué poco vale la oración mal hecha, mira cómo vengo vestida, como una mendiga. Cuando la oración no sale de lo más profundo de vuestro corazón, tiene menos valor, hija mía. Cuando la oración es bien hecha vas a ver cómo me visto, hija mía. Cada oración bien hecha es una flor que sale de vuestra boca, hijos míos, y llega al Paraíso y allí se forman hermosos jardines para la eternidad. Haced la oración bien hecha. Ahora más que nunca, hijos míos, es necesario orar, porque cada día aumenta la cizaña en el trigo y sólo con la oración, hijos míos, podéis ser árboles que deis buenos frutos. No sufráis por aquellos sarmientos secos. ¿Cómo comprendéis que el árbol malo dé buen fruto, hijos míos? El árbol malo seguirá dando malos frutos y el árbol bueno dará buen fruto, hijos míos.
El Señor:
Mirad, hijos míos: no os duela que os calumnien, que se rían de vosotros, que seáis perseguidos. Todo el que ama a Cristo es perseguido y calumniado. Yo fui calumniado, hijos míos, en aquel tiempo, por defender la verdad. ¡Cristo fue calumniado, hijos míos!
Mira la Divina Majestad. Yo fui calumniado, hijos míos, gravemente en aquellos tiempos por amar a los pobres, por curar a los ciegos, por hacer andar a los paralíticos, por defender la verdad. Fui calumniado gravemente y sigo en este tiempo; sigo calumniado gravemente con palabras que en mis labios casi no puedo pronunciar. En aquel tiempo me llamaban endemoniado, me llamaban «el impostor», me llamaban farsante. Y en este tiempo, hija mía, ¿cómo me llaman los hombres? ¡Qué palabras más vergonzosas, hija mía! En aquel tiempo me dieron muerte, pero mi muerte no tiene importancia, porque era como uno de tantos, un fracasado, hija mía, según los hombres. ¡Qué poco valor le dieron a mi dolor, hija mía!
Mi Iglesia llora, llora amargamente, porque mi Iglesia la han convertido... casi en un negocio, hija mía. Se sirven de mi Iglesia, pero no sirven a mi Iglesia. Se ha introducido Satanás en esa amada Esposa mía.
Pedid mucho por mis almas consagradas. ¡Yo grito a mis almas consagradas que se retiren del mundo, que no pertenecen al mundo, que pertenecen a Dios! Yo les he dado poder para hacer y deshacer. Pero lo mismo que pueden salvar muchas almas, pueden destruir muchas almas. ¡Almas consagradas mías, volved al camino del Evangelio! Os habéis abandonado en la oración y en la penitencia, y vuestra alma está anémica, hijos míos.
Bebe unas gotas del cáliz del dolor…
Luz Amparo:
¡Ay, qué amargo! ¡Ay! ¡Ay, qué amargo!
El Señor:
Esta amargura siente mi Corazón por mis almas consagradas, ¡las ama tanto mi Corazón..., y qué mal corresponden a mi amor! No le dan importancia al pecado. Quitan y ponen a su antojo. ¡Pobres almas! Volved a mí, que mi Corazón os espera.
Y vosotros, pueblo mío, convertíos; no os vaya a pasar como cuando Noé: los hombres comían, bebían, fornicaban, hasta que Noé se metió en el Arca y perecieron todos.
Pueblo mío, pedid perdón a Dios, vuestro Creador. Y hago una llamada a la oración y a la penitencia. Y vosotros: no os importe ser calumniados y perseguidos. La mejor prueba de que sois míos es el silencio, hijos míos. Amaos los unos a los otros.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, qué grande eres! ¡Ay, qué grande, Dios mío! ¡Ay, ay, te amo Señor! ¡Ayúdame, Señor! ¡Ayúdame! ¡Ay, Madre mía, qué hermosura, qué grandes sois...! ¿Qué quieres, Madre mía?…
Durante unos instantes, se escucha hablar en idioma desconocido.
Luz Amparo:
Yo se lo diré, Madre..., en secreto…
De nuevo, palabras en idioma desconocido.
Luz Amparo:
¡Ay, qué grande! ¡Te amo, Señor, te amo! ¡Ay, ay! ¡Señor, haznos que todos te queramos! ¡Te amo...!
El Señor:
Pedid por mi Iglesia, hijos míos. Mi Iglesia sufre porque el rebaño de Cristo está dividido. Y dije: habrá una sola Iglesia con un solo rebaño y un solo pastor.
La Virgen:
Los hombres, hija mía, están ansiosos de ver y van de un lugar a otro con el deseo de ver. ¡Cuidado, hijos míos, que el enemigo es muy astuto y os puede hacer ver lo que no existe, hijos míos! ¡No andéis de un lugar para otro! Amad mucho nuestro Corazón, que nosotros os amamos con nuestros Corazones.
Hoy voy a dar una bendición muy especial, hijos míos. Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo…
Amaos unos a otros y sed humildes, hijos míos. Si no hay humildad, no hay caridad.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Todos los objetos han sido bendecidos, hijos míos.
Aunque martiricéis vuestro cuerpo, y aunque os creáis que estáis cumpliendo por poneros en los primeros puestos en las iglesias para que os vean, si no amáis, no tiene ningún valor aquello que hagáis, hijos míos. Haced honor a vuestro nombre: amor, unión y paz. A ver si meditáis estas palabras, hijos míos. Y haced mucha oración. Velad mucho por los sacerdotes. Mi Corazón los ama. ¡Pobres almas, cómo corresponden a ese amor!
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo. ¡Adiós!