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Mensaje del día 1 de noviembre de 1986, primer sábado de mes

Festividad: Todos los Santos

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hoy vengo revestida de salvación para los hombres. Vengo a buscar a aquellas almas que se encuentran en las tinieblas y en la oscuridad para conducirlas por el camino de Cristo. Estáis viviendo, hijos míos, unos momentos graves sobre el globo terrestre. Grave para vuestra alma, hijos míos. Invocad mucho mi nombre. Decid: «Oh María, concebida sin pecado, ruega a la Divina Majestad de Dios que tenga misericordia de esta pobre Humanidad».
Invocad a san Miguel, hijos míos. Satán está haciendo la guerra.
También os pido: entronizad en vuestras casas el Corazón de Jesús y de María, para que Satán no entre en vuestros hogares. Venid a vuestra Madre, que todo el que me busca, me encuentra, hijos míos. Rezad el santo Rosario, orad por los sacerdotes, haced sacrificios por los pobres pecadores.
Mira, hija mía, hoy vengo vestida de luz. Y sobre mi pecho vas a ver el tesoro que tengo escondido. Dentro de mi pecho está el arca de oro, donde están escondidas las Tablas de la Ley, hijos míos. Dios las escondió en esta arca, para que no volviesen a ser destruidas, para el Día del Juicio presentarlas ante cada nación, a ver si han cumplido con estas santas Leyes; y ¡ay de aquéllos que no hayan cumplido con las santas Leyes de Dios, hijos míos! Mira cómo son las Tablas, hija mía... Aquí están los mandamientos: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas; amarás al prójimo como a ti mismo; no jurarás el Santo Nombre de Dios en vano; santificarás las fiestas; honrarás a tu padre y a tu madre; no matarás; no cometerás pecados impuros; no levantarás falsos testimonios ni mentirás; no robarás lo de otra persona... Y todo aquél que tenga deseos de lo que no le pertenece, tampoco cumplirá con estas leyes... Todo el que cumpla con estas leyes será salvo, porque la justicia de Dios está próxima. Mira, cuando se abre el arca, el tesoro que lleva dentro. Y también verás la justa ira de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay!, ¿ahí dentro?... ¡Ay, qué cosa más bonita! Pero hay ángeles, custodiando esto que hay ahí dentro. ¡Ay, está Jesús, ahí en un trono! Hace una señal a un ángel. Un ángel coge... —¿qué es eso?— una guadaña; se la entrega al Señor, y el Señor con la guadaña en alto le dice al ángel: «Vete y siega toda la hierba seca de la Tierra, y arrójala lejos, muy lejos, para que el fuego la consuma».
Manda a otro ángel otra señal, y le trae otra guadaña. La coge el Señor en la mano y le manda: «Vete por la otra parte y siega todos los racimos que no dan fruto y tráelos a este lugar, donde también serán arrojados y consumidos en ese fuego».
Y al otro también le manda traer otra guadaña, y le manda por la otra parte de la Tierra y le dice: «Aparta la cizaña de la buena cosecha y tráela a este lugar, donde será arrojada al fuego».
Manda a tres más y les dice: «Tocad la trompeta, para que todos aquéllos que estén sellados con una cruz en la frente y con el número doce, sean puestos en este lugar al lado del arca».
¡Ay! ¿Qué hay ahí?
El Señor:
Éstos participarán de este jardín. Y aquéllos serán malditos y arrojados al fuego para toda la eternidad. Tendrán sus mentes puestas en el mal y rechazarán el bien, porque la perversidad de su corazón no les permitirá amar. Todos éstos serán sellados con el número del enemigo y no podrán entrar donde está el tesoro de la alianza de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay, Dios mío, sálvalos a todos, Señor, sálvalos!
El Señor:
Por eso pongo a mi Madre de portadora del Evangelio.
Luz Amparo:
¡Ay!, la santísima Virgen trae un libro en su mano. ¡Ay!, son los Evangelios. ¡Ay, madre mía!, ¿qué hay que hacer para salvarse todos éstos?
La Virgen:
Hija mía: id por el camino del Evangelio. Llevad a todos los rincones del mundo el Evangelio de Cristo. Todo el que cumpla con los Santos Evangelios será salvo, hija mía. Quiero almas, almas preparadas para estos últimos tiempos. Orad, hijos míos, orad. El tiempo está próximo.
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía...! ¿Yo te puedo preguntar algo...? Yo quiero que se salven muchas almas. ¡Ayúdales tú, Madre mía...! Muchos vienen a este lugar, Señor y Padre mío. Tú que estás ahí también, ¡ayúdalos!
La Virgen:
Hija mía, pide que tengan fe. No que vengan sólo a este lugar, sino que sus corazones estén inflamados del amor a Cristo. Sin fe no se salvarán. Pide la fe, hija mía. Y pide que respeten este lugar. Y respeto a la Eucaristía. Que vengan a mí, hija mía, que soy la Madre del Salvador; y yo imploraré a mi Hijo que tenga compasión de todas las almas. Para mí todos son hijos míos. No me importa el color de la carne, ni la clase de lenguas; porque todo está bajo el dominio de mi Hijo.
Luz Amparo:
¡Ay! Yo te voy a pedir que ames mucho a los hijos que te quieren, Madre mía, porque te aman y vienen a este lugar. Si no, no pasaban frío ni calor. ¡Madre, ámalos mucho!
La Virgen:
Diles, hija mía, que tengan más fe y que pidan el don de oración y el don de sabiduría, para poder transmitir el Evangelio por todas las partes. Todos, hijos míos, tenéis que hablar del Evangelio.
Luz Amparo:
¡Ay, qué grandezas hay ahí, Señor! ¡Ay, qué corona llevas...! ¡Como Rey, ahí en el trono!
La Virgen:
Ese trono es el de la Justicia.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues cuando yo me presente ahí, yo quiero llevar todo limpio, para que tu justicia sea santa. ¡Ay, Señor, cuánto te amo, Señor! Pero yo quisiera todavía amarte más y más. Y a Ti, Madre mía, tú que has sido siempre mi protección, te pido me guíes, para que pueda presentarme ante el trono de la Divina Justicia, limpia y reluciente, como todas esas almas que hay ahí. ¡Ay, Madre mía, ámanos mucho, porque nosotros te amamos! Tú eres mi Madre. Ya lo sé que eres Madre de todos. ¡Ay, Dios mío, te amo!
La Virgen:
¡Mi pequeña Lucecita! Sigue amando; amando con todo tu corazón a tu Jesús.
Luz Amparo:
¡Te amo, Señor, te amo! No permitas que te ofenda. Antes quiero morir que ofenderte, Señor. Yo voy a hacer este pacto contigo: antes que cometa un sólo pecado mortal, ¡quítame la vida, Señor! ¡Ay, qué feliz soy amándote, Señor! ¡Ámalos a todos, que todos te aman, Señor!
El Señor:
Repito: cumplid con las Leyes y amad a Dios, vuestro Creador. Él os espera a todos. Pero tenéis que doblar la rodilla ante Él. La vanidad, el orgullo, la soberbia, la ira, es un pecado grave, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía! ¡Danos humildad, Señor y Madre mía! ¡Ay, yo quiero ser muy fiel a Ti y amar mucho a las almas y sufrir por los sacerdotes, para que sean santos! Amo mucho al Santo Padre, porque sé que es un santo varón. Amo a la Iglesia y quiero sufrir para que los sacerdotes sean santos y amen mucho también a tu Vicario, Madre mía. Y te pido por los pecadores, para que no te ofendan.
La Virgen:
Seguid rezando, hijos míos, el santo Rosario diariamente, y acercaos a la Eucaristía. Y entregaos, como os he dicho otras veces, no a medias. Me gusta la entrega, pero total, de las almas.
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía! Hazme una cruz, Señor, en la frente. Quiero que los selles a todos; porque todos quieren amarte, Señor. Son débiles, pero te aman. ¡Ámalos mucho Tú! Yo te voy a pedir por un enfermo. ¡Ay, Señor! Pero haz lo que quieras con él... Ya sé que ese alma te ama mucho y ha trabajado mucho por tu gloria, Señor. Pero sobre todo no le hagas sufrir, ¡pobrecito! Y te pido también por tantos como hay enfermos…
El Señor:
Me interesa la curación del alma más que la del cuerpo. Aunque habrá grandes prodigios en este lugar. Pero primero, las almas tienen que venir con mucha fe.
Luz Amparo:
¡Gracias, Señor, gracias...! ¡Dame humildad, Dios mío!
La Virgen:
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Hijos míos, amad mucho a vuestra Madre, que vuestra Madre os ama ¡con todo su Corazón! Y pensad que mi Corazón triunfará, este Corazón Inmaculado, sobre toda la Humanidad. Hoy vamos a dar una bendición muy especial, pero antes vas a ver cuántas almas, por medio de la oración, dejan de sufrir las penas del Purgatorio, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, cuántas! ¡Son palomas todas! ¡Miles y miles de palomas llenas de luz! ¡Huyyy, Dios mío!
La Virgen:
Para que veas el valor y el poder de la oración, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, cuántas, Dios mío! ¡Ay, cuántas, Señor...! ¡Si se ha tenido que quedar vacío...!
La Virgen:
Todavía hay muchas almas, hija mía, que tienen que purgar sus faltas y sus pecados. Seguid rezando por ellas. Y seguid rezando por los pobres pecadores, para que no participen de las penas del Infierno. Satán es muy astuto; no duerme. Estad alerta, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
¡Adiós, hijos míos! ¡Adiós!