Mensaje del día 6 de enero de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
La Virgen:
Hija mía, los hombres no cambian, porque su suciedad y su dureza de corazón no les hace ni les deja comprender la Ley de Dios. La Ley de Dios es pisoteada y ultrajada por los hombres; no se dan cuenta, hija mía, de la gran tribulación que va a caer sobre la Tierra.
Hija mía, los hombres no cambian, porque su suciedad y su dureza de corazón no les hace ni les deja comprender la Ley de Dios. La Ley de Dios es pisoteada y ultrajada por los hombres; no se dan cuenta, hija mía, de la gran tribulación que va a caer sobre la Tierra.
Mira mi Corazón, hija mía, míralo bien. Mi Corazón está herido gravemente por la maldad y la perversidad de los hombres. Los hombres confunden las leyes, hija mía. Mira mi rostro, cómo se ruboriza. Las mujeres, hija mía, han perdido el pudor y la modestia. Satanás les ha hecho perder la vergüenza y perder su dignidad, hija mía. Se ocupan de las modas inmodestas, y el pecado de la carne, de la lujuria, está haciendo estragos en la Humanidad.
El demonio, hija mía, también ha seducido a la mayor parte del clero, y se vale de la Ley divina de la Escritura para confundir las palabras y arrastrar a grandes masas hacia doctrinas falsas, hija mía; se han dejado seducir por Satanás, se han abandonado en la oración y en el sacrificio, hija mía, y la soberbia les ha hecho caer en la lujuria. Por eso mi Corazón está herido gravemente, hija mía.
Besa el suelo, por tantos y tantos pecados como cometen a mi Inmaculado Corazón, hija mía.
Por eso mis ojos, hija mía, derraman sangre y lágrimas de dolor, porque amo a todos mis hijos. Lloro porque rechazan mis avisos; lloro porque los hombres se odian, hija mía; lloro porque mis almas consagradas han perdido la fe verdadera. Por eso sufre mi Corazón de Madre.
Hago un nuevo llamamiento a todas estas almas que han perdido la dignidad y que pisotean las leyes de Dios: que cambien su vida, que hagan una buena Confesión y Comunión.
El Padre Eterno va a rechazar mis súplicas y va a aplicar su justicia sobre los hombres. Por eso está mi Corazón entristecido, hija mía, porque los hombres se olvidan de Dios y se ocupan de sí mismos. Por eso quiero almas capaces de reparar los pecados de la Humanidad, hija mía; porque los hombres se entretienen en las cosas del mundo y no se ocupan de Dios
¡Qué tristeza siente mi Corazón, hija mía! Quieren esconder mi nombre, porque Satanás me odia, como odia la Eucaristía. Por eso, hija mía, el enemigo hace que las almas tengan escrúpulos para recibir a Cristo; y también hace que odien mi nombre, porque somos los dos caminos de salvación: la Eucaristía y María.
Venid todos los que estéis atribulados a mi Inmaculado Corazón, hijos míos, que yo seré vuestro refugio y vuestra guía. ¡No me defraudéis, hijos míos!
Y todos aquéllos que os habéis desprendido de vuestros bienes materiales, olvidaos de ellos y pensad en los bienes espirituales. Ya sabéis que mi Hijo os da el ciento por uno, hijos míos. Amad nuestros Corazones, que ellos os preservarán de las asechanzas del enemigo.
Os quiero desprendidos, hijos míos; quiero que os queráis como hermanos y que os humilléis, pues el hombre que se humilla en la Tierra es grande ante los ojos de Dios. Sed humildes, hijos míos, y no dejéis de rezar el santo Rosario todos los días; es mi plegaria favorita. Acercaos a la Eucaristía, hijos míos, dadle valor al Santo Sacrificio de la Misa; es la renovación de Cristo en el Calvario. Sed mansos y humildes de corazón.
Y vosotros, almas consagradas, volved a vuestro ministerio y sed pastores limpios. No estéis ciegos, hijos míos; ¿no veis que Satanás quiere apoderarse de vuestras pobres almas? Volved a mí, que yo soy la Madre pródiga del hijo pródigo, y mi Corazón Inmaculado os espera para protegeros.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, en reparación de tantos pecados que se cometen en mis almas consagradas…
Y tú, hija mía, sé humilde, muy humilde; y repara los pecados de la Humanidad. No puedes tener gloria en la Tierra y gloria en el Cielo. Las almas víctimas tienen que ser víctimas en todo, hija mía.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para vuestras pobres almas, hijos míos, para que se pueda trocar el hielo de vuestros corazones en fuego divino... Todos los objetos, todos los que rodean a este lugar, han sido bendecidos, hijos míos, con bendiciones especiales.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós
Mensaje del día 3 de febrero de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
La Virgen:
Mira mi rostro, hija mía, cómo refleja el dolor de la amargura que siente mi Corazón al oír gritar a los hombres que no conocen a Cristo.
Mira mi rostro, hija mía, cómo refleja el dolor de la amargura que siente mi Corazón al oír gritar a los hombres que no conocen a Cristo.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en la Humanidad…
Hoy, hija mía, vamos a recorrer el Calvario; tú me vas a acompañar, hija mía. (Luz Amparo ve, en este momento, a Jesús en Getsemaní).
Mira mi Hijo orando. Mira, ¡cómo mana la sangre de su rostro! Mira, hija mía, la ingratitud de los hombres. Toca, hija mía. (Llanto de Luz Amparo. Extiende las manos para tocar y, enseguida, aparecen ensangrentadas a la vista de los presentes).
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por el dolor que siente mi Corazón…
Y así es derramada la Sangre de mi Jesús. ¡Hasta dónde llega la ingratitud de los hombres, hija mía! Copioso sudor, hija mía, brota de su cuerpo; sus venas se abren como manantiales y su divino cuerpo queda ensangrentado, hija mía.
Mira mi Hijo orante, para enseñar a los hombres la oración y el amor, hija mía; ora con la cabeza en el suelo. Mira, hija mía, nadie es capaz de alargar su mano para consolar a Cristo. Se sigue repitiendo la negación de Pedro, hija mía, y la traición de Judas; pero con una diferencia, hija mía, de la negación de Pedro: que Pedro lloró su negación durante toda su vida, y los hombres se regocijan en el pecado. ¡Qué ingratitud, hija mía!
Jesús es condenado a muerte; pero Él no siente su condena. Su Corazón está entristecido por la condenación de las almas, por la ingratitud. ¡Consoladle, hijos míos! Se sigue repitiendo la historia.
Los hombres, hija mía, han ofendido gravemente a Dios y siguen ofendiéndole. Satanás está construyendo una nueva sociedad y los hombres quieren vivir en esa sociedad de odios, de envidias, de rencores, hija mía, y de crimen; las madres matan a sus propios hijos dentro de sus entrañas; los hogares están destruidos, hija mía, y los padres dan un mal ejemplo a los hijos con su falta de amor. Satanás, hija mía, se apodera de la Humanidad; lo hace tan invisiblemente que los hombres no se dan cuenta de que Satanás, con su astucia, quiere ir demoliendo el mundo, hija mía.
Mira la juventud: los padres no se preocupan de su alma, sólo piensan en que disfruten de su cuerpo, y Satanás los introduce en el vicio de la carne, de la droga, del alcohol..., y los arrastra al camino de la perdición.
Mira mi Hijo, hija mía, ¡tened compasión de Él! ¿Cómo los hombres pueden decir que mi Hijo no sufre, si el pecado, cada día, aumenta más en la Humanidad? También hay un gran grupo de almas consagradas víctimas de Satanás, que se dejan arrastrar y seducir por él y no cumplen el Evangelio, y llevan consigo millares y millares de almas al camino de la perdición; y muchos de aquéllos que se llaman hijos de Dios, hija mía, su cobardía no les deja dar testimonio de su verdadera fe y hacen una entrega a medias; no se entregan total a Cristo; y cuántas veces responden: «No le conozco, yo no conozco a ese hombre».
La historia sigue, hija mía, y gran número de masas de almas se quedan sordos y ciegos a las verdades del Evangelio. No escuchan mis llamadas a la oración y a la penitencia, hija mía, y sus corazones están tibios y bloqueados por grandes bloques de hielo. Quieren la paz, hija mía, y en su boca la palabra paz es vana; no conseguirán la paz, si ellos no construyen la unidad, el amor. Sólo se construirá la paz si los hombres se aman y no se odian a muerte.
¿Cómo puede sonreír mi rostro, hija mía, si los hombres malvados se dejan arrastrar por las asechanzas del enemigo y arrastran a cantidad de almas hacia el abismo, hija mía?
Aprended a orar, hijos míos, y sed mansos y humildes de corazón. Haced vuestro corazón semejante al de Cristo. Miradle, hijos míos, miradle crucificado en la Cruz por el amor a los hombres. Y mi Corazón traspasado de dolor viendo que la Humanidad se introduce cada día más en el cieno del pecado. Sólo se puede hacer un reinado de paz cuando el hombre aprenda a amar y a practicar la caridad. Ése es el primer mandamiento de la Ley de Dios.
Por eso, hija mía, necesito víctimas de reparación para salvar a la Humanidad, y quiero que estas víctimas se vayan desgastando, día a día, por los pobres pecadores.
Quiero que todos los días me acompañéis un ratito, hijos míos, en el camino del Calvario.
Pon el rostro en tierra, hija mía, y ora como Cristo, hija mía, con el rostro en tierra. Si los hombres se humillasen, comprenderían la verdad del Evangelio. Aprende de Cristo orante en la oración en el Huerto, hija mía. Los hombres no saben orar, por eso no saben amar, hija mía.
Sólo cuando el hombre sea capaz de humillarse e hincar la rodilla ante Dios, su Creador, el mundo dará un giro. Los hombres son cobardes, y muchos, aun después de recibir tantas y tantas gracias, se quedan en la mitad del camino por su cobardía, por miedo a ser despreciados y marginados. Dad testimonio de la verdad, hijos míos, y refugiaos en mi Corazón. Yo soy el camino para ir a Cristo.
Y seguid, hijos míos, el Evangelio, tal como está escrito. Quiero que la juventud aprenda el Evangelio tal como es, y vayáis de pueblo en pueblo enseñando a los hombres la verdad y la palabra de Cristo. No os durmáis, hijos míos, y haced una renuncia de vosotros mismos. Aquéllos que han renunciado a sus bienes, que renuncien a sus gustos, que no se queden a medias.
Hija mía, otro día seguiremos el camino del Calvario, sigue siendo víctima de reparación por la Humanidad. Pero te quiero humilde, muy humilde. Y haz que conozcan los hombres la verdad. La verdad es Cristo; Cristo en la Cruz por el amor a los hombres. ¿Cómo los hombres son tan ingratos, hija mía? ¡Pobre Hijo de mis entrañas!
El mundo, cada día, aumenta en esa falsa paz. Amad a la Iglesia, hijos míos; Jesucristo es la piedra angular de ella, no le despreciéis porque los hombres no cumplan con las leyes tal como están escritas; todo aquél que no cumpla será juzgado y recibirá su castigo, hija mía, pero no hagáis lo que ellos hacen, ya que ellos no entran en el Reino del Cielo.
Orad vosotros, hijos míos, formad grandes comunidades donde reine el amor, la unión y la paz. Y gritad fuertemente que sois católicos, aunque los hombres quieran confundirlo. Cumplid como buenos católicos y amad a la Iglesia con todo vuestro corazón. Amad al Papa, hijos míos; él sufre también mucho viendo que los pastores, muchos de ellos, sus corazones están tibios. Rezad por ellos, para que vuelvan a su ministerio, para que vuelvan al rebaño de Cristo y para que todas aquellas almas que escuchan doctrinas confundidas, invoquen al Espíritu Santo y vean la luz y la verdad de la doctrina.
Amaos unos a otros, hijos míos, como mi Hijo os ama.
Y tú, hija mía, sigue contemplando el rostro de Cristo despreciado y ultrajado por los pecados de los hombres.
Luz Amparo:
¡Ay, Dios mío, Dios mío! ¿Qué puedo hacer, Dios mío, para ayudarte a reparar tanto dolor?
¡Ay, Dios mío, Dios mío! ¿Qué puedo hacer, Dios mío, para ayudarte a reparar tanto dolor?
¿Y a Ti, Madre mía? ¡También tu Corazón está traspasado por grandes espinas! ¡Enséñame a orar, Señor! ¡Enséñame a ser más víctima, para consolar vuestros Corazones y para enseñar a los hombres que consuelen vuestros Corazones!
La Virgen:
Enseña a los hombres que aprendan a orar con el corazón, no con la boca, hija mía. Sólo mueven los labios, pero su corazón no se ejercita.
Enseña a los hombres que aprendan a orar con el corazón, no con la boca, hija mía. Sólo mueven los labios, pero su corazón no se ejercita.
Como he dicho, hija mía: si los hombres se pusieran por penitencia la caridad, conseguirían el amor, hija mía. Pero los hombres no aman porque no practican la caridad. Sólo piensan en rezar mecánicamente, como los fariseos, hija mía, hipócritas fariseos.
Moved vuestro corazón y no mováis tanto vuestros labios. Me gusta la oración que sale del corazón porque es la oración que se comunica con Dios.
Hoy habrá una bendición especial para todos aquéllos que acudan a este lugar y todos quedarán sellados de cualquier parte del mundo que vengan. Será una protección para su alma, hija mía.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos, hija mía, con bendiciones especiales para su salvación…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
La paz os dejo, hijos míos. Adiós.
Mensaje del día 3 de marzo de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
La Virgen:
Hija mía, ya estoy aquí llena de dolor; pero mi Corazón también viene lleno de compasión. Vengo otra vez, hija mía, y hoy mi Corazón está más dolorido, porque vengo a avisar a los centinelas del pueblo de Dios que se han dormido y dejan arrastrar el rebaño de Cristo en las manos del enemigo.
Hija mía, ya estoy aquí llena de dolor; pero mi Corazón también viene lleno de compasión. Vengo otra vez, hija mía, y hoy mi Corazón está más dolorido, porque vengo a avisar a los centinelas del pueblo de Dios que se han dormido y dejan arrastrar el rebaño de Cristo en las manos del enemigo.
Hija mía, las almas tibias y débiles no se esfuerzan para luchar contra las pasiones; las almas atribuladas no buscan el consuelo y la paz en Cristo, y cada día su corazón está más atribulado y el enemigo hace mella en sus corazones; las almas «piadosas» cada día están más tibias y no ven la profundidad del pecado; las almas consagradas han abandonado el camino de su ministerio, que es enseñar a los hombres el amor a la Iglesia y su doctrina. ¡Ay, almas consagradas, que no avisáis a los pueblos el gran peligro que hay en el mundo!
Grandes calamidades caerán sobre la Tierra; grandes catástrofes destruirán la mayor parte de la Humanidad. ¿De qué le sirve al hombre construir, si lo que el hombre ha construido va a ser derribado por el producto del pecado?
¡Pastores de la Iglesia, volved a vuestro ministerio y practicad la doctrina y vigilad el rebaño de Cristo!
Y vosotros, aquéllos que os llamáis católicos, ¿de qué os sirve el nombre de católicos si no practicáis la doctrina de Cristo? Volved a vuestro camino y practicad los sacramentos, hijos míos. Orad, hijos míos, que como no oréis ni hagáis penitencia todos pereceréis juntos, hijos míos.
Mi Corazón está triste, porque el hombre no conoce los planes de Dios, y como te he dicho otras veces, hija mía: sólo esperan en su misericordia, pero sin acatar sus leyes.
Orad, almas consagradas, ayunad. Sólo con el ayuno y la oración podréis entregaros en cuerpo y alma a la Piedra Angular. ¿De qué os sirven, hijos míos, todas las cosas del mundo si vais a perder vuestra alma? Enseñad a los hombres, pastores de la Iglesia, que se amen como hermanos; enseñadles a orar. Sólo por el camino de la oración y de la penitencia el hombre podrá salvarse. Desprendeos de las cosas terrenas, hijos míos, y luchad contra la tentación de la carne. Mi Corazón está herido por la perversidad de los hombres.
Siento tanto dolor, hija mía, porque los hombres no son capaces de humillarse ante Dios su Creador... La situación del mundo es grave, gravísima, hija mía, y la tiniebla los ciega; y el poder de Satanás está apoderándose de la mayor parte de la Humanidad. Quiero que se salve por lo menos la tercera parte, hija mía, pero veo que aun de esta tercera parte el enemigo está apoderándose de ellos.
Venid a este lugar, hijos míos, y dejaos señalar vuestras frentes para que el enemigo no haga mella en vuestras almas. La astucia de Satanás, hijos míos, está invadiendo el mundo. No os durmáis; orad, orad, hijos míos, y comunicaos con Dios, vuestro Creador. No os dejéis arrastrar por el rey de la mentira. Venid contritos y arrepentidos a nuestros Corazones; dejad la soberbia, hijos míos, que la soberbia no vale nada más que para introducir al hombre en las mazmorras eternas. Humildad, unidad, hijos míos, amor y entrega.
Todo el que acuda a este lugar recibirá gracias especiales para su alma; y muchos también las recibirán para el cuerpo.
El mundo está al borde del precipicio, y los hombres... Los ciega la tiniebla.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como ofenden a nuestros Corazones…
Y vosotros, almas consagradas, aquel pequeño número que todavía queda —no os digo, hijas mías, entregadas totalmente a vuestro Dios, sino entregadas a medias—, olvidaos del mundo, hijas mías, y trabajad para Dios. Que mi Corazón pueda refugiarse para recibir consuelo de aquel pequeño grupo de almas; ¡es tan reducido, que casi no encuentro consuelo en ellos!
Dios está mandando a la Tierra grandes calamidades; el fin de los tiempos se aproxima. Grandes terremotos caerán sobre la Tierra; fuertes huracanes; el agua se desbordará de los mares y arrasará con grandes ciudades. Cuando todo esto suceda, un pequeño número de almas quedará en la Tierra en una desolación, porque la Tierra quedará como en un desierto y el hombre no encontrará ni alimentos ni bebidas, y ni aun en esa situación el hombre clamará a Dios, ¡hasta dónde llega la perversidad de los hombres!
¡Es tan sencilla la salvación, hijos míos, con el amor! El hombre, si se impregnara del amor del Costado de Cristo, se salvaría.
Orad, hijos míos, que cada vez que oréis yo estaré con vosotros, para que esa oración sea más valiosa ante los ojos de Dios. Hincad vuestra rodilla, hijos míos, no seáis soberbios, sólo hay un Señor de señores al que toda criatura tendrá que hincar su rodilla.
Y tú, hija mía, únete a los dolores de Cristo y repara con Él tantas y tantas ofensas como se cometen en el mundo. Si los hombres se amasen como hermanos, Dios tendría compasión de ellos; pero son como fieras heridas y devoran las presas como lobos hambrientos…
Mira, hija mía, hasta dónde llega la perversidad del hombre: se matan unos a otros, matan a los inocentes, sus corazones están empedernidos de odio y malicia. ¡Tened compasión del Corazón de Cristo y del Corazón de vuestra Madre! ¡Pedidme, hijos míos, que yo soy Madre de todas las gracias, y yo las concederé! Acercaos al sacramento de la Penitencia..., y buscad el sacrificio, que no sólo de pan vive el hombre, hijos míos; y vosotros sólo pensáis en el pan, no pensáis en el sacrificio.
Tú, hija mía, sigue siendo víctima por los pobres pecadores.
Todo lo tengo dicho, hijos míos, tomaos en serio mis mensajes, que cuando queráis arrepentiros no habrá tiempo, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para la salud del cuerpo y del alma.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Mensaje del día 7 de abril de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
El Señor:
Hija mía, yo, como Hijo del Dios vivo, ordeno a todos mis ángeles que sellen todas las frentes de mis hijos. Por eso, hija mía, es la insistencia tan grande de que acudan a este lugar. Todas las frentes serán selladas y esta señal que el rey de la mentira, de la envidia, de la lujuria y de la perversidad, perseguirá; pero no podrá con esta señal, hija mía, porque las puertas del Infierno no prevalecerán abiertas.
Hija mía, yo, como Hijo del Dios vivo, ordeno a todos mis ángeles que sellen todas las frentes de mis hijos. Por eso, hija mía, es la insistencia tan grande de que acudan a este lugar. Todas las frentes serán selladas y esta señal que el rey de la mentira, de la envidia, de la lujuria y de la perversidad, perseguirá; pero no podrá con esta señal, hija mía, porque las puertas del Infierno no prevalecerán abiertas.
Pero todos los habitantes de la Tierra, hija mía, que no quieran reconocer a Dios como Creador, tendrán que apurar las heces del cáliz de la cólera de Dios, producto de todos sus pecados y de tantas y tantas ofensas como han hecho sufrir a nuestros Corazones.
Cuando los hombres me reconozcan el poder que tengo, aplicaré mi justicia. Quiero que se reconozca a mi Madre como Madre de la naturaleza divina, no como los hombres la reconocen: sólo como Madre de la naturaleza humana.
La Virgen:
Aquí estoy, hija mía, como Madre de la Iglesia.
Aquí estoy, hija mía, como Madre de la Iglesia.
Amad a la Iglesia, hijos míos; cuanto más améis a la Iglesia más amaréis a Cristo. Cristo dio su vida por la Iglesia y para la Iglesia. La santidad de la Iglesia viene de la santidad de Cristo, hijos míos. La Iglesia es rica porque en ella hay canales de gracias para la salvación de los hombres; la Iglesia es rica, hijos míos, porque en ella está el Manjar exquisito de vida eterna.
¡Ay, pastores que os retiráis de la Iglesia y hacéis sufrir nuestros Corazones! Tened conciencia, hijos míos, de lo que hacéis; que mi Hijo os dio poder para hacer y deshacer, pero con justicia y con santo temor de Dios, no a vuestro antojo y a vuestro capricho. ¡Ay, hijos míos, qué cuentas tan estrechas tenéis que dar a Dios! ¿No os da pena, hijos míos, del Corazón de todo un Dios entristecido? Vuestros corazones de bronce, hijos míos, hacen sufrir a nuestros Corazones. Volved a vuestro ministerio, hijos míos, que todo el Corazón de un Dios sale todos los días a vuestro encuentro, para que os humilléis e inclinéis vuestra rodilla ante su Divina Majestad. ¡Ay, guías del pueblo! ¿No os da pena de tantos malos ejemplos como estáis dando a la Humanidad?
Mi Corazón os ama, hijos míos, por eso os aviso, porque vuestro pecado es terrible; al Cielo está clamando venganza, hijos míos. Sed buenos pastores de almas y dedicaos a vuestro ministerio y dejad las cosas del mundo. Satanás quiere aprovecharse de vuestras almas, y nuestros Corazones sufren, hijos míos. El pueblo necesita de vosotros, hijos míos, necesita de que prediquéis el Evangelio tal como está escrito, hijos míos. Enseñad a los hombres a amarse para que se acaben las violencias y las guerras. Enseñadles a orar, hijos míos. ¡Ay, hijos pródigos!, volved a la casa paterna del Padre, que os revestirá con una nueva vestidura de gracias.
Acudid a este lugar, hijos míos, que seréis protegidos del 666. Los tiempos son graves, muy graves, hijos míos; el enemigo, el rey del Infierno, está haciendo estragos en la Tierra. ¿No os dais cuenta, hijos míos, de la perversidad que hay en el mundo? ¡Despertad, que estáis aletargados, hijos míos! Sólo el rey de la mentira y de la destrucción puede aletargar vuestras almas para que os quedéis sordos y mudos a la gracia.
Mira, hija mía, qué ejército de ángeles está dedicado a sellar frentes. Por eso mi insistencia y mi llamada urgente, hija mía, es para salvar a la Humanidad.
Todos seréis sellados, hijos míos, para que seáis protegidos contra el enemigo. Miles y miles de ángeles están sellando frentes.
¿Ves cómo vale la pena el dolor y el sufrimiento, hija mía? Tienes recompensa a tu dolor. Tú, hija mía, sé humilde, muy humilde, para que el enemigo no pueda hacer estragos en las almas.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo…
Levantad vuestro corazón, hijos míos, estad alerta; orad y arrepentíos de vuestros pecados, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos, hijos míos, con bendiciones especiales para proteger vuestras almas... Todos han sido bendecidos.
Rezad el santo Rosario todos los días para que vuestra Madre, hijos míos, os proteja de Satanás. Yo seré la que pisaré su cabeza; pero ahora es su tiempo, es el reinado del enemigo; por eso tiene miles y miles de ángeles de la tiniebla haciendo estragos en la Humanidad, dividiendo los pueblos y entibiando los corazones; porque cuando llega la tibieza al corazón, ya el hombre le da igual todo, se queda sordo a todas las gracias.
¡Despertad, hijos míos, despertad, almas consagradas, guías del pueblo de Dios, no endurezcáis vuestro corazón a Dios; y volved al Evangelio y predicadlo tal como está escrito! Sed buenos imitadores de Cristo: renunciad a las cosas del mundo, vivid en pobreza, humildad, castidad y obediencia, hijos míos. Yo estaré con vosotros, no os dejéis engañar por Satanás.
Adiós, hijos míos.
La paz os dejo.
Mensaje del día 5 de mayo de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
La Virgen:
Hija mía, hoy mi Corazón, como tantas y tantas veces, viene lleno de dolor, pues los hombres, hija mía, no hacen caso a las llamadas del Cielo y van a perecer como cuando Sodoma y Gomorra; los hombres cerraron sus oídos y perecieron todos juntos, hija mía. Vuelvo a hacer una llamada para creyentes y no creyentes.
Hija mía, hoy mi Corazón, como tantas y tantas veces, viene lleno de dolor, pues los hombres, hija mía, no hacen caso a las llamadas del Cielo y van a perecer como cuando Sodoma y Gomorra; los hombres cerraron sus oídos y perecieron todos juntos, hija mía. Vuelvo a hacer una llamada para creyentes y no creyentes.
Vosotros creyentes, que os llamáis creyentes y estáis ajenos al Evangelio, vivid de la fe, de la esperanza y de la caridad. Vivid, hijos míos, el Evangelio. Los tiempos son muy graves y no hacéis caso a las llamadas de vuestra Madre.
Y vosotros, jóvenes, que os dejáis arrastrar por el enemigo, y os introduce en las drogas, en el alcohol, en la carne, en todos los vicios, para apartaros de Dios, hijos míos, ¡no veis la astucia del enemigo! Porque el demonio os muestra fácil el camino para vuestra perdición, hijos míos.
El hombre no tiene hambre de Dios; tiene hambre del mal; el hombre, su soberbia, hija mía, le engríe y se cree muy grande y fuerte. Si el hombre se reconociese su pequeñez, pensaría más en Dios y se humillaría. El hombre cree que se puede valer por sí mismo. ¡Ay, ciegos y necios!; sin Dios no tendréis vida, hijos míos; Dios es el Principio y el Fin, el Camino y la Vida. Donde no está Dios, hijos míos, no habrá paz; sólo habrá muerte.
Y vosotros, ministros de la Iglesia, ¡qué indiferencia sentís ante Cristo! Le abandonáis, hijos míos, le dejáis solo y abandonáis vuestro ministerio. Mi Corazón está triste, hijos míos, porque vosotros habéis recibido más gracias. Mi Hijo ha dejado que le conduzcáis en vuestras manos manchadas de pecado.
Y vosotros, aquel pequeño número de almas que seguís el Evangelio, consagraos a mi Inmaculado Corazón y consagrad toda vuestra voluntad y haceos víctimas de reparación por los pecados de vuestros hermanos, para que la agonía de mi Hijo no sea tan dura, hijos míos. Mi Hijo sigue en agonía por sus almas consagradas.
¡Despertad, hijos míos, que vais a perecer todos juntos!
Acudid a este lugar, que en este lugar seréis bendecidos y protegidos.
Todo está próximo, hija mía. Mira, cuando esto suceda…
Luz Amparo:
¡El Santo Padre!... ¡Ay, yo le veo como si se muriese el Santo Padre!... ¡Ay, ay!...
¡El Santo Padre!... ¡Ay, yo le veo como si se muriese el Santo Padre!... ¡Ay, ay!...
La Virgen:
Cuando este santo varón desaparezca, hija mía, la Iglesia irá cada día peor.
Cuando este santo varón desaparezca, hija mía, la Iglesia irá cada día peor.
Luz Amparo:
¡Ay!, pero, ¿es pronto, Madre mía?
¡Ay!, pero, ¿es pronto, Madre mía?
La Virgen:
Muy pronto, hija mía, va a suceder todo esto.
Muy pronto, hija mía, va a suceder todo esto.
Luz Amparo:
¡Ay...! ¡Ay, Madre mía, no lo permitas...!
¡Ay...! ¡Ay, Madre mía, no lo permitas...!
La Virgen:
Los hombres están faltos de oración, sacrificio y penitencia. El mundo está al borde del precipicio.
Los hombres están faltos de oración, sacrificio y penitencia. El mundo está al borde del precipicio.
Tú, hija mía, que nada te desaliente, el sacrificio y el dolor que sufras por Cristo y por la salvación de las almas. Mi Hijo elevará tu espíritu, hija mía, y te dará fuerza; piensa que el dolor se queda en el tiempo; el tiempo es corto y tus dolores, hija mía, irán disminuyendo. Pero la eternidad es larga.
¡Ay, la juventud, hija mía! Pide por la juventud, que sus corazones están empedernidos por los vicios; Satanás los deja ciegos y sordos a su palabra de... Los hace ver, hija mía, que sólo el cuerpo está hecho para gozar de él. Para su palabra les hace abrir los oídos, pero para la palabra del Evangelio los hombres la cierran; cierran fuertemente el oído y no quieren entender el Evangelio; se lo aplican tal como a ellos les conviene. ¡Pobre juventud, cómo es arrastrada al vicio y a los placeres del mundo!
¿No os da pena de Cristo, hijos míos? ¡Cómo aumentáis su flagelación y cómo hacéis su agonía más dura!
Venid, creyentes y no creyentes a este lugar para fortalecer vuestro espíritu y veáis con claridad la verdad del Evangelio. Amad a la Iglesia, hijos míos, amad al Vicario de Cristo; rezad mucho por él, pues poco tiempo estará entre vosotros, hijos míos.
Sólo la oración, el sacrificio y la penitencia... puede compadecerse de vosotros Dios Creador, hijos míos. ¡No seáis ingratos! ¡Dad un poco consuelo a nuestros Corazones!
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo…
Los tiempos son graves, hija mía, el tiempo apremia y los hombres no cambian. Pedid mucho por el Vicario de Cristo. El corazón de la juventud está endurecido y no respetan las leyes de Dios.
¡Madres, pedid por vuestros hijos y haced sacrificio y penitencia por ellos! Vuestros corazones sufrirán mucho viendo cómo vuestros hijos se arrastran hacia el camino de la perdición; pero no, hijos míos, por falta de gracias, sino porque les gustan los placeres y los gustos del mundo. Y vosotras, madres, la mayoría de las veces sois culpables de los pecados de vuestros hijos. Educadlos en el santo temor de Dios y exigidles penitencia y sacrificio, y vigilad a vuestros hijos, hijos míos. Se han escapado de las manos de Dios. Pero vosotras sois responsables y tendréis que dar cuenta ante Dios vuestro Creador, hijas mías; solo queda que o…
Pausa en la que Luz Amparo muestra admiración.
La Virgen:
Mira, hija mía, así viven en la hipocresía, en la mentira, en el engaño; siguen engañando y mintiendo.
Mira, hija mía, así viven en la hipocresía, en la mentira, en el engaño; siguen engañando y mintiendo.
Luz Amparo:
¿Qué tengo que hacer yo, Señor? Yo ya no puedo hacer más: pido por ellos y rezo por ellos, y me sacrifico por ellos; ¿qué más puedo hacer, Señor? Me ofrezco víctima de reparación por todos los pecados del mundo. Dame fuerzas, Señor.
¿Qué tengo que hacer yo, Señor? Yo ya no puedo hacer más: pido por ellos y rezo por ellos, y me sacrifico por ellos; ¿qué más puedo hacer, Señor? Me ofrezco víctima de reparación por todos los pecados del mundo. Dame fuerzas, Señor.
La Virgen:
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por tantas ofensas hechas a nuestros Corazones…
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por tantas ofensas hechas a nuestros Corazones…
Mira nuestro Corazón, hija mía; cada vez están más profundas las espinas, hija mía... (Llanto profundo de Luz Amparo, que se prolonga al mismo tiempo que transmite el mensaje).
Por eso, hija mía, estas lágrimas que derramo las derramo con mucho dolor, porque veo que los hombres son ingratos a la gracia y la rechazan. Tú sigue sufriendo, hija mía, en reparación de todos los pecados que se cometen en el mundo.
Yo prometo que —a todo el que acuda a este lugar— derramaré gracias sobre sus almas y sobre sus cuerpos.
Acudid, hijos míos, y todos seréis bendecidos y marcados con una cruz en la frente.
Pero ¡cuidado de todos aquéllos que vais de pueblo en pueblo, de vidente en vidente, que la mayoría de todos ellos son falsos! Todo aquél que no vaya con la Iglesia va contra Cristo; todo aquél que diga que es reencarnado, es falso; la Iglesia no admite la reencarnación, y están desobedeciendo a la Iglesia; ¡cuidado, hijos míos! Orad y haced penitencia, que los tiempos son graves.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para la salvación de las almas…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Mensaje del día 2 de junio de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
La Virgen:
Hija mía, yo sigo dando avisos a los humanos y los humanos siguen obstinados en no abrir sus oídos a mis avisos. Como los hombres no cambien, hija mía, su salvación será difícil.
Hija mía, yo sigo dando avisos a los humanos y los humanos siguen obstinados en no abrir sus oídos a mis avisos. Como los hombres no cambien, hija mía, su salvación será difícil.
Id a Cristo, hijos míos, que allí está la luz, el camino y la vida. ¡Cuántos de vosotros, por no dejar las cosas de la Tierra, vais a perder las cosas del Cielo, hijos míos! Os gusta estar en la tiniebla. Id a Cristo, que es la paz, no busquéis las guerras, hijos míos.
Y vosotros, guías de los pueblos, guiad a las almas por el camino del Evangelio. No pongáis límites a mis mensajes; ¿quién sois vosotros para limitar ni mi tiempo ni mi mensaje? Dejad a los hombres que se conviertan, hijos míos, estudiad el espíritu del mensaje y veréis de dónde viene; pero no queráis estropear los planes divinos. No queráis estropear, hijos míos, el sacrificio de Cristo; Cristo vivió, murió y resucitó para pagar la deuda de los hombres. Dios es el Padre universal, no sólo de la palabra, hijos míos, sino de todo vuestro ser, aunque vuestra carne indigna sea la causa del pecado.
Para salvaros, hijos míos, es necesario que obréis el bien y que cumpláis con los mandamientos.
Ahora, hija mía, te voy a elevar a ver varias moradas; el guía que llevas te irá enseñando cada isla de la luz y cada paraíso. Mira, hija mía, ¿ves estos siete círculos redondos? Explica cómo los ves.
Luz Amparo:
Veo un círculo redondo grande, muy grande, como si fuese una puerta, como una rueda de carro, mucho más grande. Hay frondosas praderas dentro de ello…
Veo un círculo redondo grande, muy grande, como si fuese una puerta, como una rueda de carro, mucho más grande. Hay frondosas praderas dentro de ello…
Larga pausa.
La Virgen:
Son los siete paraísos de la luz, hija mía. Mira, aquí están los jinetes, van montados; uno de ellos va sangrando y derramando la sangre por todas las partes. Otro de ellos va segando y dando muerte a la mayor parte de este planeta. Éste es el jinete, hija mía, que va recogiendo el fruto de la cosecha. Éste es el jinete de los tres circuitos de la morada universal del Padre que abastece el Cielo y la Tierra.
Son los siete paraísos de la luz, hija mía. Mira, aquí están los jinetes, van montados; uno de ellos va sangrando y derramando la sangre por todas las partes. Otro de ellos va segando y dando muerte a la mayor parte de este planeta. Éste es el jinete, hija mía, que va recogiendo el fruto de la cosecha. Éste es el jinete de los tres circuitos de la morada universal del Padre que abastece el Cielo y la Tierra.
Mira, hija mía, el horno de luz; te abrasarías si no te hubiera puesto, hija mía, esa pantalla protectora por delante. Ésta es la morada universal del Padre; aquí mora el Padre Universal, el Hijo Eterno y el Espíritu Santo Infinito. (Explica después Luz Amparo que esta morada está protegida por tres misteriosos guardianes). De aquí se abastece todo lo creado. Aquí, hija mía, llegan pocos, sólo unos pocos bienaventurados.
Mira esas otras moradas, todos esos puntos que rodean de luz, son veintiuna puerta más, hija mía, con veintiún guardián dentro, para que nadie pueda entrar dentro de ella. Veinticuatro hombres las guardan, hija mía. Esto está preparado para todos aquéllos que guarden los mandamientos. Mira, hija mía, qué riachuelos, mira qué luz, qué energía divina sale de todo este lugar. ¡Y que los hombres sean tercos y no escuchen mi voz!... Todas éstas, hija mía, son islas de la luz del Padre; pero tu espíritu no puede llegar más arriba. Hay billones y billones de almas dentro de ellas, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, qué belleza, Dios mío! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, qué grande! ¡Ay, Dios mío, y que no crean los hombres! ¡Ay!...
¡Ay, qué belleza, Dios mío! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, qué grande! ¡Ay, Dios mío, y que no crean los hombres! ¡Ay!...
La Virgen:
Aquí en el centro vive la Familia Trinitaria: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y te repito: se abastece todo el Universo y todo el globo terrestre de esta energía divina.
Aquí en el centro vive la Familia Trinitaria: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y te repito: se abastece todo el Universo y todo el globo terrestre de esta energía divina.
¡Hombres de poca fe! ¿Cuándo vais a abrir vuestro corazón a Dios y vais a abrir los oídos y escuchar mis palabras? Por muy pecadores que seáis, hijos míos, id contritos y arrepentidos, que Cristo os espera con los brazos abiertos. Pero, ¡ay de los hombres que cierran sus oídos!
Luz Amparo:
¡Ay, ay, Dios mío, ay, ay!
¡Ay, ay, Dios mío, ay, ay!
La Virgen:
Mira lo que se pierden, hija mía, y mira dónde van…
Mira lo que se pierden, hija mía, y mira dónde van…
Luz Amparo llora y se lamenta al comprobar la condenación de las almas.
La Virgen:
No penséis tanto, hijos míos, en las cosas terrenas y elevad vuestro espíritu a Dios, vuestro Creador.
No penséis tanto, hijos míos, en las cosas terrenas y elevad vuestro espíritu a Dios, vuestro Creador.
Mira mi Corazón, hija mía, está afligido por los pecados de los hombres. Y más todavía sufre mi Corazón por aquellos pecados de mis almas consagradas.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo…
No endurezcáis vuestro corazón, hijos míos; escuchad mis palabras, haced oración y sacrificios por los pobres pecadores. ¿Qué puedo decir más, hijos míos, si ya lo he dicho todo? No os apeguéis al mundo, que os quedáis en el tiempo por estar apegados a lo material, hijos míos.
Otro día, hija mía, seguirás viendo parte de las moradas.
Orad, hijos míos, y haced sacrificios. Acudid a este lugar. Todo el que acuda a este lugar recibirá gracias especiales para el cuerpo y el alma. Pero pensad más en vuestra alma que en vuestro cuerpo, hijas mías.
Y vosotras, aquéllas que os habéis retirado del mundo, no tengáis vuestros pensamientos en la Tierra; que vuestro pensamiento esté siempre elevado hacia Dios, vuestro Creador. Renunciad a todos los gustos y caprichos y vanidades de la Tierra.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para vuestra salvación…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Mensaje del día 7 de julio de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
La Virgen:
Orad, hijos míos; si no oráis perderéis la mirada de Dios, hijos míos; no estaréis en comunicación con Él. Contempladle, hijos míos, y adoradle. Yo desde muy niña estuve en constante contemplación con el Padre y en constante oración; estuve unida a su Palabra.
Orad, hijos míos; si no oráis perderéis la mirada de Dios, hijos míos; no estaréis en comunicación con Él. Contempladle, hijos míos, y adoradle. Yo desde muy niña estuve en constante contemplación con el Padre y en constante oración; estuve unida a su Palabra.
Por eso, hijos míos, la Palabra se encarnó dentro de mí; la Palabra que un día tenía que ser explicada a los hombres. Yo tuve el don, hijos míos, de muchas gracias; el privilegio de ninguna criatura lo tuve yo. Todas estas gracias me vinieron por medio de mi Hijo, el Verbo encarnado en mis entrañas. Por el «sí» que di al Padre, hijos míos, me concedió todos estos privilegios. Y no sólo me concedió ser Madre del Verbo encarnado, que también me concedió ser Madre de la Iglesia; y los hombres quieren apartarme de ella. Hijos míos, ¿cómo queréis apartar a vuestra Madre de vosotros, si os tiene que enseñar el camino de salvación? Sin Ella, hijos míos, estáis huérfanos.
Orad, hijos míos, y no os apartéis de la oración. Alabad a Dios y haced sacrificios en desagravios a su Divina Majestad. No seáis cobardes, hijos míos, y dad testimonio de la verdad. Vuestros corazones están tibios, hijos míos, y los vicios los veis virtudes y las virtudes vicios. Os quedáis en tinieblas al no tener fe, hijos míos, y os guiais por vosotros mismos. Dejaos guiar por vuestra Madre, que Ella os enseñará a amar a la Iglesia, hijos míos.
¡Ay, guías del Pueblo, explicad a los hombres el Evangelio tal como es! Si no, hijos míos, cuando os presentéis ante el Padre, ¡qué tristeza sentirá mi Corazón cuando os diga: «Id, malditos de mi Padre, al fuego eterno»!
Mira, hija mía, este guía divino, va a guiarte al Maestro Universo.
El Señor:
Mira, hija mía, aquí está mi Trono. Oyes mi voz y no me ves, pero existo. Yo soy el que soy. Déjate guiar por el Monitor de misterio, hija mía. Todo el que se deje guiar por el Monitor de misterio será protegido y será salvo.
Mira, hija mía, aquí está mi Trono. Oyes mi voz y no me ves, pero existo. Yo soy el que soy. Déjate guiar por el Monitor de misterio, hija mía. Todo el que se deje guiar por el Monitor de misterio será protegido y será salvo.
Hija mía, el que me ve a mí ve al Padre. Somos como la lluvia que empapa los campos con buenos fines y desembocamos en grandes cascadas, donde todas las criaturas se abastecen de este Maestro Universo. Vas a ser conducida ante las puertas de la Divina Sabiduría. Mira, hija mía, aquí están las puertas de la Divina Sabiduría. Aquí están las Tres Divinas Personas; sólo Ellas conocen los caminos de los grandes paraísos. Todo aquél que se deje guiar por el Monitor de misterio, llegará a tener esta sabiduría y entendimiento.
Todo el que cumpla las leyes divinas llegará a este lugar; todos sois llamados para ello, hijos míos. Todo el que se deje por este Monitor de misterio navegará a grandes universos sin fin, hasta encontrar el centro más importante del Universo, donde está la chispa de la divinidad.
Los hombres no entenderán, hija mía, estas palabras.
Pero sí que os digo, hijos míos, que todos los que seáis capaces de aceptar con buena voluntad el Evangelio y mis palabras, seréis conducidos por estos lugares. Mira, hija mía, la Isla eterna; de aquí salen ríos frondosos. Éste es el cimiento de la Creación; si no existiese este cimiento nada existiría, hija mía. Ésta es la Isla eterna, la Isla del Amor, la Isla que no tiene tiempo.
Vale la pena renunciar a tantas y tantas cosas de la Tierra para alcanzar esta belleza, hija mía.
Los hombres se matan unos a otros por envidias, por las riquezas y los placeres, y no llegan a gozar de esta eternidad, hija mía. Todo el que llegue aquí, a este Maestro Universo, a la Isla del Amor, vivirá eternamente gozando, hija mía.
Por eso os pido oración y sacrificios. Los hombres se han olvidado de Dios y del mandamiento principal del amor.
Y muchos de vosotros, hijos míos, de los que acudís a este lugar, y habéis recibido gracias y las negáis ante los hombres y os avergonzáis de dar testimonio de ellas, mi Padre os negará ante los ángeles.
La Virgen:
Rezad el Rosario todos los días, hijos míos; todo el que rece el santo Rosario estará en mi rebaño y será protegido con mi manto y asistido en la hora de la muerte.
Rezad el Rosario todos los días, hijos míos; todo el que rece el santo Rosario estará en mi rebaño y será protegido con mi manto y asistido en la hora de la muerte.
Amaos unos a otros y renunciad a vosotros mismos, hijos míos.
El Señor:
Y tú, hija mía, ocúpate de amarme con todo tu corazón y con todas tus fuerzas. Lo demás déjalo en mis manos, hija mía.
Y tú, hija mía, ocúpate de amarme con todo tu corazón y con todas tus fuerzas. Lo demás déjalo en mis manos, hija mía.
Yo soy el que todo lo puede; yo te dije que pondría personas en tu camino para levantar mi Obra; así está siendo, hija mía.
Que nada te angustie y que nada te entristezca.
La Virgen:
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo.
Los pecados de los hombres, hija mía, afligen mucho mi Corazón y el Corazón de Cristo.
Sed mansos y humildes de corazón y no arméis discordias unos contra otros.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos con gracias especiales para el cuerpo y el alma…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos.
Mensaje del día 4 de agosto de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
La Virgen:
Lo primero, hija mía, besa el suelo en reparación de tantas y tantas ofensas como se cometen en la Humanidad…
Lo primero, hija mía, besa el suelo en reparación de tantas y tantas ofensas como se cometen en la Humanidad…
Y ahora, hija mía, vas a beber unas gotas del cáliz del dolor para fortalecer tu espíritu…
Mi Corazón está entristecido, hija mía, porque los hombres convierten este lugar en lugar de recreo y acuden a él muchos profetas falsos. Hija mía, ¡qué tristeza siente mi Corazón cuando los hombres juegan con las cosas sagradas! ¡Cuántos ignorantes siguen a todos estos profetas falsos! ¿Sabéis lo que buscan, hija mía? Protagonizar y confundir a las almas.
Yo me manifesté en este lugar y cogí a un instrumento para comunicar al mundo el mensaje universal. ¿Cómo jugáis, hijos míos, con cosas tan sagradas? Apartaos de todos esos profetas falsos, hijos míos, que no buscan nada más que ser admirados. ¡Qué ignorantes!, ¿no sabéis discernir la doctrina de Cristo y la falsedad de los hombres?
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por tantas y tantas irreverencias que cometen en este lugar, y tantas ofensas como hacen a mi Inmaculado Corazón.
Vigilad este lugar, hijos míos; sólo pensad que mis plantas virginales se han posado en él. Estad alerta, hijos míos, con esos falsos profetas. Los hay por millares, hijos míos. Cada grupo se busca su «profeta».
Mira, hija mía, lo que sufre mi Corazón por todas estas almas. Cada vez que vienen y cometen todas esas falsedades, clavan profundas espinas en mi Corazón, hija mía. Mira cómo está rodeado de espinas. Pide por todos ellos, hija mía, y por todos aquéllos que los rodean, para que sepan discernir la luz de la tiniebla.
Ahora vas a ver, hija mía... Mira, otra vez, el Maestro Universo. Mira y explica, hija mía.
Luz Amparo:
Veo una rueda blanca grande, muy grande, llena de gloria, y dentro de la rueda hay cien mil billones de universos.
Veo una rueda blanca grande, muy grande, llena de gloria, y dentro de la rueda hay cien mil billones de universos.
La Virgen:
En este universo, hija mía, del norte paraíso, está la Escuela de Dios. Ahí hay siete espíritus, hija mía. Esos siete espíritus enseñan a los hombres los atributos..., todos los atributos que tiene Dios. Él ha creado toda la Creación; Él ha creado al hombre, le ha dado vida y le ha dado también para que transmita vida. Él vigila todos los mundos.
En este universo, hija mía, del norte paraíso, está la Escuela de Dios. Ahí hay siete espíritus, hija mía. Esos siete espíritus enseñan a los hombres los atributos..., todos los atributos que tiene Dios. Él ha creado toda la Creación; Él ha creado al hombre, le ha dado vida y le ha dado también para que transmita vida. Él vigila todos los mundos.
Mira ese espíritu y escúchale, hija mía.
Espíritu:
Criatura humana, que existes, del globo terrestre; mira: aquí está el que todo lo puede, el que todo lo hizo, el que da la luz, el que os cubre por la noche, el que vigila hasta los más recónditos de vuestros pensamientos, el que sabe hasta el último cabello de vuestra cabeza, el que dirige todos los sistemas planetarios, el que llama a cada estrella por su nombre, el que manda en todos los ejércitos de ángeles, el que vigila las criaturas. Él es Espíritu, Él es Energía divina que abastece el Cielo y la Tierra... (Pausa con admiraciones de Luz Amparo).
Criatura humana, que existes, del globo terrestre; mira: aquí está el que todo lo puede, el que todo lo hizo, el que da la luz, el que os cubre por la noche, el que vigila hasta los más recónditos de vuestros pensamientos, el que sabe hasta el último cabello de vuestra cabeza, el que dirige todos los sistemas planetarios, el que llama a cada estrella por su nombre, el que manda en todos los ejércitos de ángeles, el que vigila las criaturas. Él es Espíritu, Él es Energía divina que abastece el Cielo y la Tierra... (Pausa con admiraciones de Luz Amparo).
La Virgen:
Ni una briza de hierba, hijos míos, crece sin su voluntad. Él ha hecho el tiempo y la eternidad... (Pausa con admiraciones). Dejaos, hijos míos, guiar por el ministerio... Este misterio sólo lo entiende el Monitor divino; dejaos guiar por él, para que él os lleve al Padre, hijos míos.
Ni una briza de hierba, hijos míos, crece sin su voluntad. Él ha hecho el tiempo y la eternidad... (Pausa con admiraciones). Dejaos, hijos míos, guiar por el ministerio... Este misterio sólo lo entiende el Monitor divino; dejaos guiar por él, para que él os lleve al Padre, hijos míos.
Toda la Creación está bien hecha, hijos míos; nada se rebeló contra Él; Él es la Deidad, Él es el que reina, Él es el que dirige. Y todo se dejó dirigir por Él menos el corazón endurecido y empedernido del hombre, que se rebeló contra Él y se sigue rebelando para hacer su voluntad, no la de Dios. Ningún hijo de Dios fue creado para dudar de Él; todos fueron creados para participar de su Gloria. Pero vosotros, criaturas terrestres, ¿qué hacéis con las leyes y la doctrina? Cada uno aplicáis la doctrina según vuestros gustos.
Dejaos conducir a la Escuela de Dios y aprenderéis todos los atributos que Dios tiene sobre la Tierra. Estáis ciegos como los topos, hijos míos, que les gusta vivir en sus oscuras galerías sin buscar otros mundos; no seáis topos, hijos míos, despertad a la luz y dejaos conducir a la Escuela divina del Padre.
Mira, hija mía, los hombres creen que viven en paz; viven en una falsa paz: piden con los labios la paz y con el corazón la guerra.
Cumplid, hijos míos, vuestras obligaciones como buenos cristianos y veréis a Aquél que ha hecho la luz y la materia. Pero no perdáis todos estos mundos por disfrutar de la materia, hijos míos. Vivid del espíritu y elevad vuestros corazones al Padre. Estos tiempos, hijos míos, sólo son de amor y de paz. El hombre tiene que orar sin cesar para conseguir el amor y la paz.
Aquí hay paz, hija mía; pero la Tierra se ha convertido, como te he dicho otras veces, en escenario de crímenes, y la Tierra está enrojecida de sangre por el pecado.
Orad sin cesar; estos tiempos son graves. Amad a la Iglesia, hijas mías, con todo vuestro corazón y aprended la doctrina para explicársela a los hombres. Que vuestro corazón sólo pertenezca a un dueño, no lo entreguéis a dos, hijas mías, porque si estáis ocupadas con uno, olvidáis al otro. Mi Corazón ha derramado gracias sobre vosotras, sed fieles a todas estas gracias, hijas mías.
Sed como la sal de la Tierra; que mi Hijo fije su morada en vosotros. A veces, hijos míos, mi Hijo no tiene dónde fijar su morada, porque dentro de los corazones no hay nada más que materia. Humillaos, sed humildes, hijos míos, sólo el que se humilla será ensalzado.
Y vosotros, almas consagradas, quiero que os preocupéis menos del mundo y más de vuestro Dios. Estáis materializadas, hijas mías, y donde no se rechaza la materia, no puede elevarse el espíritu. Aquéllas que quedáis todavía, que decís amáis a Cristo y dentro de vuestro corazón están las cosas del mundo, pensáis en el mañana, no cumplís el Evangelio, hijas mías. Dejad que Dios sea el que vele por vosotros. Ocupaos de orar, de hacer sacrificio y de amaros unas a otras, que en la mayoría de mis conventos no hay nada más que discordia. Almas consagradas, ¡amad a mi Hijo, que mi Hijo os ama con todo su Corazón; no le abandonéis, hijas mías!
Y vosotras que particularmente os habéis entregado al Señor, dadle gloria, hijas mías, con vuestros actos y vuestras plegarias.
Amaos los unos a los otros, ése es el mandamiento más importante que Dios ha instituido a los hombres. Pero los hombres han olvidado ese mandamiento y pierden el tiempo odiándose a muerte y almacenando riquezas. ¿Para qué queréis las riquezas, hijos míos, si no sabéis si las vais a poder aprovechar, hijos míos? Desprendeos de las cosas terrestres y tened vuestro pensamiento puesto en el Cielo. Cambiad vuestras vidas, hijos míos.
Yo derramaré muchas gracias sobre todos los que acudan a este lugar y muchos serán curados de cuerpo y otros de alma; pero todo el que pise este lugar recibirá gracias especiales.
Y tú, hija mía, comunica a los hombres la clase de profetas que hay falsos. Comunica lo que yo te digo, hija mía.
¡Cómo aceptáis —qué ignorantes— todos aquéllos que venís con vuestros «profetas» particulares, aceptáis para cada uno un mensaje, hijos míos! No os envanezcáis; Dios manda un mensaje universal para la Humanidad. Cumplid con este mensaje; ¿no veis que el demonio os arrastra para sacaros de donde recibís gracias, hijos míos? Despertad y sabed distinguir la verdad de la mentira.
Tú, hija mía, sé humilde y levanta tu corazón a Dios, tu Creador, Él te dará fuerzas, hija mía, para seguir luchando.
Vuelve a besar el suelo por tantos y tantos pecados como se cometen, y tantos y tantos ultrajes como hacen a la Divina Majestad de Dios.
Hija mía, tu misión es sufrir en la Tierra; pero vale la pena el sufrimiento, hija mía, para recibir la recompensa.
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía, a veces no puedo más! ¡A veces me fallan las fuerzas!
¡Ay, Madre mía, a veces no puedo más! ¡A veces me fallan las fuerzas!
La Virgen:
Piensa, hija mía, que tu misión es la de víctima inmolada por los hombres; ¡no te importe la calumnia! A mi Hijo le calumniaron, hija mía. ¡No te importe la ofensa! A mi Hijo le ofendieron y los hombres le siguen ofendiendo. Eleva más tu espíritu, verás cómo no te importa nada, hija mía. Nosotros fortaleceremos tu espíritu. Tú, ámanos con todo tu corazón y deja lo demás, hija mía. Tú sigue con tu Obra, que es mi Obra y la Obra de mi Hijo.
Piensa, hija mía, que tu misión es la de víctima inmolada por los hombres; ¡no te importe la calumnia! A mi Hijo le calumniaron, hija mía. ¡No te importe la ofensa! A mi Hijo le ofendieron y los hombres le siguen ofendiendo. Eleva más tu espíritu, verás cómo no te importa nada, hija mía. Nosotros fortaleceremos tu espíritu. Tú, ámanos con todo tu corazón y deja lo demás, hija mía. Tú sigue con tu Obra, que es mi Obra y la Obra de mi Hijo.
Dedícate a los demás, hija mía, que nosotros nos dedicaremos en ti. ¿No te dije, hija mía, que iría poniendo personas en tu camino que fuesen ayudando esta Obra? Y así es, hija mía, como tu Madre te ha prometido: yo iré poniendo en tu camino almas que saquen adelante tu Obra, hija mía. ¿No ves toda una juventud que ha dejado todo para entregarse a esta Obra tuya y mía? Si Dios es el Creador, hija mía, el que todo lo puede, no dudes ni un momento de que no sólo esta Obra, sino todas tus obras saldrán adelante, hija mía.
Luz Amparo:
¡Gracias, Señor y Madre mía!
¡Gracias, Señor y Madre mía!
Te doy gracias y perdonad mis dudas. A veces..., a veces dudo también si todo saldrá adelante, ¡perdóname, Madre mía y Dios mío! Yo quiero hacer vuestra voluntad y no la mía. A veces soy soberbia y no confío en vosotros. A veces me preocupa la Obra; pero tú sabes, Madre mía, que no me preocupo por mí, sino me preocupo por todos ellos.
La Virgen:
Tú, haz de monitor en la Tierra, hija mía, y deja lo demás en las manos de Cristo.
Tú, haz de monitor en la Tierra, hija mía, y deja lo demás en las manos de Cristo.
Luz Amparo:
¡Gracias, Madre mía! ¡Gracias!
¡Gracias, Madre mía! ¡Gracias!
La Virgen:
Seguid acudiendo a este lugar, hijos míos, a rezar el santo Rosario. El santo Rosario es un arma potente contra los pecados de los hombres y para la paz del mundo, hijos míos. Acercaos a los sacramentos y, sobre todo, limpiad antes vuestras almas. Yo estaré entre vosotros acompañándoos a rezar el santo Rosario. Algunos, hijos míos, sentiréis mi presencia.
Seguid acudiendo a este lugar, hijos míos, a rezar el santo Rosario. El santo Rosario es un arma potente contra los pecados de los hombres y para la paz del mundo, hijos míos. Acercaos a los sacramentos y, sobre todo, limpiad antes vuestras almas. Yo estaré entre vosotros acompañándoos a rezar el santo Rosario. Algunos, hijos míos, sentiréis mi presencia.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales, hijos míos. Y una bendición especial para todos vosotros, para que seáis fuertes en el espíritu y os olvidéis de las cosas del mundo.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos.
Mensaje del día 1 de septiembre de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
La Virgen:
Hija mía, hoy vengo como la Madre del Amor. El amor es hermoso. Así vengo vestida y vengo a enseñar a los hombres la falta de amor que hay en la Tierra. ¡Un sólo acto de amor, hija mía, puede salvar a tantas almas!... El amor es importante. Entre la Humanidad no existe el amor; existe la venganza, el odio, la destrucción, hija mía. Son los hombres los que atraen la tiniebla y las guerras con su falta de amor. Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantas ofensas como se cometen en el mundo…
Hija mía, hoy vengo como la Madre del Amor. El amor es hermoso. Así vengo vestida y vengo a enseñar a los hombres la falta de amor que hay en la Tierra. ¡Un sólo acto de amor, hija mía, puede salvar a tantas almas!... El amor es importante. Entre la Humanidad no existe el amor; existe la venganza, el odio, la destrucción, hija mía. Son los hombres los que atraen la tiniebla y las guerras con su falta de amor. Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantas ofensas como se cometen en el mundo…
¿Sabes por qué, hija mía, los hombres no aman ni dejan amar? Porque son como Caín, que, ni amaba, ni dejaba que su hermano amase, hija mía. Hay «caínes» en la Tierra, hija mía, aunque también hay «abeles». El que ama a los hombres, hija mía, no rechaza la cruz, la acepta con alegría; pero, ¡ay de aquellos hombres que pisotean la cruz y, en cuanto mi Hijo los prueba, la rechazan y la tiran, hija mía!
No quiero enseñarte el número tan reducido que hay de almas que aceptan la cruz, porque tu corazón se partiría de dolor, hija mía. ¡Son tan poquitos!... Y yo, Madre del Amor, quiero enseñar a los hombres que por la cruz se consigue el amor. ¿Cuántas veces te voy a enseñar, hija mía, que el amor y el dolor están unidos? Así es como tienes que enseñar a los hombres que, para aprender a amar, tienen que aprender a sufrir. Mira, hija mía, aquel Ángel tan bello, aquél que Dios puso toda su confianza en él... Por la envidia, por la soberbia, se rebeló contra Él; y él el... —¡Ah...! (Asombro de Luz Amparo)—... él, mira: arrastró millares y millares de ángeles.
Y mira, observa... (Pausa y asombro de Luz Amparo), ahí se encuentra para toda la eternidad. Mira y observa y escucha, hija mía. Vas a ver los hijos de la iniquidad. Mira por el ojo del tiempo y explica lo que ves, hija mía.
Luz Amparo:
Veo un ojo redondo, grande, muy grande, y, dentro de ese ojo, veo una multitud de gente. ¡Ay, ah!... Ansiosos gritan de poder, de venganza y de sangre, su envidia, su codicia y su falta de amor. Veo los mares embravecidos, veo ríos de «brava». ¡Ay!, ¿de «grava»?, de..., de fuego... candente. Veo fuertes huracanes y, en medio del centro del ojo, veo la muerte. ¡Ay! Todas esas frentes están selladas con el 666 y la marca del Dragón de las siete cabezas; es el nombre de «Hatejel» ... De ahí viene la muerte; de ahí viene la tiniebla... ¡Ay!, del centro del ojo... ¡Ay! Está Satanás y grita a todos los hombres que Dios no existe, que Dios es mentira, que los hombres engañan a los hombres, que él es el único dios verdadero, que le sigan; y multitud y multitud de hombres le siguen... ¡Ay...! ¡Tiene una gran belleza... para engañarlos y conquistarlos! ¡Se parece a Jesús!...
Veo un ojo redondo, grande, muy grande, y, dentro de ese ojo, veo una multitud de gente. ¡Ay, ah!... Ansiosos gritan de poder, de venganza y de sangre, su envidia, su codicia y su falta de amor. Veo los mares embravecidos, veo ríos de «brava». ¡Ay!, ¿de «grava»?, de..., de fuego... candente. Veo fuertes huracanes y, en medio del centro del ojo, veo la muerte. ¡Ay! Todas esas frentes están selladas con el 666 y la marca del Dragón de las siete cabezas; es el nombre de «Hatejel» ... De ahí viene la muerte; de ahí viene la tiniebla... ¡Ay!, del centro del ojo... ¡Ay! Está Satanás y grita a todos los hombres que Dios no existe, que Dios es mentira, que los hombres engañan a los hombres, que él es el único dios verdadero, que le sigan; y multitud y multitud de hombres le siguen... ¡Ay...! ¡Tiene una gran belleza... para engañarlos y conquistarlos! ¡Se parece a Jesús!...
La Virgen:
Pero, ¡cuidado, hijos míos! Cristo vendrá en la Cruz; no vendrá en el esplendor del mundo, de la avaricia, de la lujuria, de la tristeza, del crimen, de la sangre... No os dejéis arrastrar por el enemigo, hijos míos. Pero mira esta otra parte, hija mía. Explica lo que ves.
Pero, ¡cuidado, hijos míos! Cristo vendrá en la Cruz; no vendrá en el esplendor del mundo, de la avaricia, de la lujuria, de la tristeza, del crimen, de la sangre... No os dejéis arrastrar por el enemigo, hijos míos. Pero mira esta otra parte, hija mía. Explica lo que ves.
Luz Amparo:
Veo un ojo cuadrado y en el centro de ese ojo —¡ay!—... Hay un hombre grande, grande, con cabellos blancos. Hay un trono y en ese trono hay cuatro espíritus.
Veo un ojo cuadrado y en el centro de ese ojo —¡ay!—... Hay un hombre grande, grande, con cabellos blancos. Hay un trono y en ese trono hay cuatro espíritus.
La Virgen:
Son los cuatro espíritus de la potestad de Dios. Pero mira, aquí hay una multitud grande con su frente sellada con la cruz. Y esos cuatro espíritus cantan: «Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo, lleno está el Cielo y la Tierra de tu gloria». Y todos los que hay en este lugar se arrodillan, inclinan sus cabezas, y hay paz y hay alegría. El Sol calienta, la lluvia hace florecer los campos y hace crecer las cosechas. Las estrellas todas están en orden. Hay paz, amor; hay riachuelos de gracias.
Son los cuatro espíritus de la potestad de Dios. Pero mira, aquí hay una multitud grande con su frente sellada con la cruz. Y esos cuatro espíritus cantan: «Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo, lleno está el Cielo y la Tierra de tu gloria». Y todos los que hay en este lugar se arrodillan, inclinan sus cabezas, y hay paz y hay alegría. El Sol calienta, la lluvia hace florecer los campos y hace crecer las cosechas. Las estrellas todas están en orden. Hay paz, amor; hay riachuelos de gracias.
Luz Amparo:
Hay perlas preciosas, hay jaspe... ¡Ay!
Hay perlas preciosas, hay jaspe... ¡Ay!
La Virgen:
Todos éstos han llegado aquí, hija mía, perseguidos por la justicia, hambrientos, sedientos; han pasado dolor, frío, sed, hambre; han sido despreciados, calumniados. Todos éstos han llegado a este lugar, a la herencia del Padre. ¡Vale la pena dejarlo todo, hijos míos, para conseguir esta grandeza!
Todos éstos han llegado aquí, hija mía, perseguidos por la justicia, hambrientos, sedientos; han pasado dolor, frío, sed, hambre; han sido despreciados, calumniados. Todos éstos han llegado a este lugar, a la herencia del Padre. ¡Vale la pena dejarlo todo, hijos míos, para conseguir esta grandeza!
Luz Amparo:
Esos espíritus tienen seis alas: dos cubren sus ojos, dos cubren sus brazos y dos cubren sus pies. Inclinan sus cabezas ante el Todopoderoso y cantan himnos de alabanza y de gloria. ¡Ay! Todos están cantando…
Esos espíritus tienen seis alas: dos cubren sus ojos, dos cubren sus brazos y dos cubren sus pies. Inclinan sus cabezas ante el Todopoderoso y cantan himnos de alabanza y de gloria. ¡Ay! Todos están cantando…
La Virgen:
¡Qué diferencia, hija mía, la luz de la tiniebla! Dios es el que hizo la luz, y en el centro del Universo se encuentra la Energía divina, la que da luz a los hombres. ¡No os dejéis arrastrar por la tiniebla, hijos míos, y entended bien el Evangelio! Dios es Luz, es el Principio y el Fin, es eterno, no se muda. Y sobre este universo hay millones y millones de universos que no están habitados todavía, hija mía, porque los hombres rechazan la cruz y buscan el gozo.
¡Qué diferencia, hija mía, la luz de la tiniebla! Dios es el que hizo la luz, y en el centro del Universo se encuentra la Energía divina, la que da luz a los hombres. ¡No os dejéis arrastrar por la tiniebla, hijos míos, y entended bien el Evangelio! Dios es Luz, es el Principio y el Fin, es eterno, no se muda. Y sobre este universo hay millones y millones de universos que no están habitados todavía, hija mía, porque los hombres rechazan la cruz y buscan el gozo.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, en reparación de las ofensas que se cometen a nuestros Corazones.
Pide mucho por las almas, hija mía. Sacrifícate y haz penitencia por ellas. Tu corazón se entristece, hija mía, y se llena de dolor. No te angustie la calumnia, la persecución. Hija mía, sigue adelante; y humildad te pido. Con humildad se consigue el Cielo.
Luz Amparo:
Se cierra el ojo y las alas de los espíritus se abren. ¡Ay,... resplandor en el centro! ¡Ay...! Es como el Sol…
Se cierra el ojo y las alas de los espíritus se abren. ¡Ay,... resplandor en el centro! ¡Ay...! Es como el Sol…
La Virgen:
Pide, hija mía, para que los hombres se amen como hermanos y se ayuden unos a otros…
Pide, hija mía, para que los hombres se amen como hermanos y se ayuden unos a otros…
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos van a ser bendecidos con bendiciones especiales para tocar los corazones y los hombres aprendan a amarse unos a otros.
La situación del mundo es la falta de amor sincero y puro, hija mía. Hoy, en los amores de los hombres, existe el egoísmo, la materia... Renunciad, hijos míos, a vosotros mismos, a vuestros gustos y a vuestras cosas.
Todos han sido bendecidos, todos estos objetos, hija mía.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Mensaje del día 6 de octubre de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
El Señor:
Hija mía, mi mensaje hoy va a ser muy corto. Voy a dar una explicación a los hombres, que no han entendido lo que es el Maestro Universo y el Universo. Mira, hija mía, en la Isla de la Luz está el Maestro Universo. Ahí está el trono de Dios. Mira, aquí está el que por Él vivís, os movéis y existís. Aquí está el que hará justicia sobre la Tierra.
Hija mía, mi mensaje hoy va a ser muy corto. Voy a dar una explicación a los hombres, que no han entendido lo que es el Maestro Universo y el Universo. Mira, hija mía, en la Isla de la Luz está el Maestro Universo. Ahí está el trono de Dios. Mira, aquí está el que por Él vivís, os movéis y existís. Aquí está el que hará justicia sobre la Tierra.
¿Padre Eterno?:
Oirás mi voz; te enseñaré mis manos, pero no podrás ver mi rostro. Para ver mi rostro, hija mía, hay que morir. Aquí está el principio, el fin de todas las cosas. De mí salió el Verbo para hacerse hombre, para que el hombre pudiese hacerse Dios. Yo soy el Fuego y por eso mandé al Verbo, para que mandase fuego a la Tierra y ardiese la Tierra. Yo soy el que todo lo ha creado; el que ha creado a todas las criaturas. Mira mis manos; con estas manos he modelado todas las almas.
Oirás mi voz; te enseñaré mis manos, pero no podrás ver mi rostro. Para ver mi rostro, hija mía, hay que morir. Aquí está el principio, el fin de todas las cosas. De mí salió el Verbo para hacerse hombre, para que el hombre pudiese hacerse Dios. Yo soy el Fuego y por eso mandé al Verbo, para que mandase fuego a la Tierra y ardiese la Tierra. Yo soy el que todo lo ha creado; el que ha creado a todas las criaturas. Mira mis manos; con estas manos he modelado todas las almas.
Aquí está la Fuente viva de la Vida; aquí hay manantiales divinos; aquí está el Maná para que los hombres se sacien en él. De aquí saldrá la justicia para la Tierra y el premio para los que la hayan obrado según mis leyes. Yo amo lo que he creado; por eso no puedo odiarlo. No soy como las madres terrenas, que crían a sus hijos; después de alimentarlos con su sangre, los matan y los abandonan. Yo no os desprecio, hijos míos, sois vosotros los que me despreciáis a mí.
Yo soy el que enterró en las entrañas de la Tierra el uranio, el petróleo, el oro, para que cuando los hombres lo necesitasen darles inteligencia para buscarlo. De aquí sale todo, hija mía. Mira las grandezas que hay en este Maestro Universo, ¿cómo los hombres son tan necios y no entienden mis palabras? Abrid vuestros oídos, hijos míos, y sabed discernir mi mensaje.
No os ocupéis tanto de vosotros mismos. Adorad y glorificad a vuestro Dios. Muchos de vosotros, de aquéllos que acudís a este lugar, vais detrás de profetas falsos esperando que sean altos puestos de la Iglesia. ¡Qué ignorantes!, ¿cómo comprendéis vosotros que un dirigente de la Iglesia puede ser elegido por hombres? El Santo Padre siempre es dirigido por el Espíritu Santo. Cuando en la Tierra se nombra a un Papa, es el Espíritu... (Pausa en la que Luz Amparo expresa gozo, mientras ve unos rayos de luz que descienden de lo alto iluminando a los que eligen al Papa), el Espíritu Divino, el que lo nombra para que pueda regir la Iglesia, porque la Iglesia es santa y para dirigirla hay que nombrar a un varón santo. La Iglesia será dirigida por un varón consagrado a Dios —aunque los seglares sean los que levanten la Iglesia—, principal; tiene que ser un hombre elegido por Dios, que su vida esté consagrada a Él.
Aquí está, hija mía, en este trono, el que era, el que es y el que será. Aquí está el mismo Dios: el que ha existido, el que existirá y el que nunca jamás dejará de existir.
¿El Señor?:
Pedid, hijos míos, que todo lo que le pidáis de buena voluntad os lo concederá. Pero antes tenéis que limpiar vuestra alma de tanta y tanta suciedad que tenéis en ella; para poderos comunicar con Él, el alma tiene que estar limpia, para que en ella caiga la gracia santificante. ¡Cuántos falsos profetas acuden a este lugar! Hijos míos, cuidad este lugar. Este lugar está consagrado; las plantas virginales de María lo han pisado. Venid todos a mí, que yo soy el Camino y la Vida y la Verdad eterna.
Pedid, hijos míos, que todo lo que le pidáis de buena voluntad os lo concederá. Pero antes tenéis que limpiar vuestra alma de tanta y tanta suciedad que tenéis en ella; para poderos comunicar con Él, el alma tiene que estar limpia, para que en ella caiga la gracia santificante. ¡Cuántos falsos profetas acuden a este lugar! Hijos míos, cuidad este lugar. Este lugar está consagrado; las plantas virginales de María lo han pisado. Venid todos a mí, que yo soy el Camino y la Vida y la Verdad eterna.
El Monitor es el Verbo Encarnado; es el que dirigirá hacia la Isla de la Luz a todas aquellas almas que se dejen conducir por Él.
Ya digo en mi Evangelio: «El que tenga oídos que oiga». No seáis sordos y ciegos, hijos míos. Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo…
Yo soy el Fuego que abrasa los corazones. Yo soy el que da la vida y la quita. Invocad al Espíritu Santo; está entre vosotros para comunicaros la verdad y para que sepáis entender todos estos misterios. Para entenderlos tenéis que ser muy humildes y no pensar en vosotros mismos; tenéis que olvidaros de vosotros y ocuparos más de los demás. Amaos, hijos míos, unos a otros, ¡ése es el gran misterio de la verdad! Todo aquél que ame con todo su corazón a su hermano tendrá vida eterna. La situación del mundo es grave y los hombres son miopes, hija mía, no alcanzan a ver la verdad.
Orad mucho, hijos míos, sacrificaos para que el mundo esté en calma. Grandes castigos caerán sobre la Humanidad. Y no despreciéis a Dios vuestro Creador, porque os prueba con la purificación, con el dolor. Dios os ama y por eso os corrige, hijos míos. A vosotros os gustan las alabanzas, no os gustan los sacrificios. Sin muerte no hay Cielo, hija mía. ¿Cuántas veces te he dicho que hay que morir para resucitar? Grítales a los hombres que tienen que ir muriendo a sus gustos, a sus vanidades, a sus caprichos, a ellos mismos para llegar a mí, y que crean en la Palabra, que soy yo. Mira, hija mía, ¿cómo no voy a amar a los hombres? Mira mis manos, ahí los tengo escritos a todos.
Ni una sola criatura ha dejado de pasar por mis manos, hija mía. Por eso te he dicho que amo a lo que he creado; y puse dentro de sus cuerpos un alma modelada y perfecta, pero ellos la han hecho imperfecta; ellos la han ensuciado con el rencor, con las envidias, con los crímenes, con la materia…
Todos, hijos míos, teníais alma de ángel, y en parte de vuestra alma la habéis convertido parte de ángel y parte de Satanás. Olvidaos de uno para que el otro reine dentro de vuestra alma; pero que ese otro, hijos míos, sea el mismo Dios, el que os ha creado para sus fines, para que podáis gozar de los billones y billones de universos que hay vacíos. Os quiero sacrificados, humildes y desprendidos. Amaos los unos a los otros como mi Corazón os ama.
Vuelve a besar el suelo por tantas y tantas ofensas como son hechas contra la Divina Majestad de Dios... «Referenciad» y reverenciad el Nombre de Dios con alabanzas.
Acudid a este lugar, hijos míos, que todo el que acuda a este lugar recibirá gracias especiales para su alma y su cuerpo. ¡Dejaos de ir detrás de profetas falsos! El apóstol de Dios tiene que desprenderse de sí mismo y de todas sus cosas. Tiene que imitar a Cristo en el Pesebre y en la Cruz. Muchos de vosotros os llamáis apóstoles de los últimos tiempos; ¿qué habéis dejado, hijos míos, si no os gusta nada más que las alabanzas, las riquezas, el mundo? No sois austeros, hijos míos. El apóstol de Cristo, cuántas veces tengo que decir que tiene que ser pobre, humilde y sacrificado. Cuando viváis como aquellos primeros cristianos que no tenían nada suyo —lo de uno era de todos y lo de todos era de uno—, entonces seréis apóstoles de los últimos tiempos. Pero grandes masas os amotináis para recrearos en vuestras palabras y envaneceros de vosotros mismos.
¡Ay de aquéllos que están jugando con mi Nombre! ¡Ay de aquéllos que se nombra cada uno un visionario particular, para que le recree los oídos con halagos y con vanidades! A Cristo se va por la cruz y por el dolor, por el sacrificio y la humildad, la obediencia, la castidad…
Dejaos de seguir mintiendo, hijos míos, que cuando os presentéis ante Dios, vuestro Creador, ¿qué va a ser de vosotros, hijos míos? Amad a la Iglesia y no la ultrajéis, hijos míos; el apóstol de Cristo ama a la Iglesia como a su propia vida. Amando a la Iglesia amáis a Cristo.
A ti te enseñé, hija mía, que la Iglesia era de Dios, aunque no es Dios, porque tiene fallos humanos, porque son hombres de carne y hueso —que te lo he enseñado, hija mía—, y caen en la tentación. Pedid por ellos y sacrificaos por ellos, en vez de ultrajarlos y difamarlos. Amad mucho a los representantes de Cristo.
Hoy voy a dar una bendición especial para vuestras almas. Si cumplís todo lo que os pido, hijos míos, y os purificáis voluntariamente en la Tierra —pensad que estáis en el último tiempo de purificación—, os prometo que no pasaréis por las penas del Purgatorio. Sed caritativos, hijos míos, y amaos como el mismo Cristo os ama.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Todos han sido bendecidos con bendiciones especiales para los moribundos y para vuestra conversión.
Os bendigo..., por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo.
La paz os dejo, hijos míos.
Mensaje del día 3 de noviembre de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
La Virgen:
Hija mía, la soberbia, la impiedad, hija mía, prevalecen en los corazones de los hombres. La Pasión de Cristo y la Muerte la han olvidado. Dios manda su Palabra por medio de su Madre, para que los hombres salgan de la oscuridad donde se encuentran. Yo quiero, hija mía, amistar a los hombres con Dios, pero los hombres le rechazan y le desprecian.
Hija mía, la soberbia, la impiedad, hija mía, prevalecen en los corazones de los hombres. La Pasión de Cristo y la Muerte la han olvidado. Dios manda su Palabra por medio de su Madre, para que los hombres salgan de la oscuridad donde se encuentran. Yo quiero, hija mía, amistar a los hombres con Dios, pero los hombres le rechazan y le desprecian.
Orad, hijos míos, para vivir según el espíritu, no según la carne. El diálogo con Dios hace vuestros corazones contritos e inocentes; pero que ese diálogo, hijos míos, salga de lo más profundo de vuestro corazón. Vivid según el Evangelio; si vivís según el Evangelio, hijos míos, viviréis el sacrificio, y el sacrificio os enseñará el amor. No viváis según vuestros deseos, hijos míos.
Los días están contados y los hombres siguen obstinados en la tiniebla. Orad para no caer en tentación. La oración, hijos míos, os llevará a que no os falte aceite en esas lámparas que tenéis que ser: lámparas encendidas; si no, os va a pasar como a aquellas vírgenes necias, que por su pereza y por su tibieza se quedaron con las lámparas vacías. Os quiero, hijos míos, pero no con ese corazón bloqueado por el hielo. Os quiero volcanes de fuego donde podáis abrasar a las almas con vuestro amor.
La situación del mundo es grave, hijos míos, y Dios va a mandar una purificación en la Tierra; quiero que estéis todos unidos por el sacrificio y el amor, para cuando llegue este momento, que seáis columnas fuertes donde el vendaval no pueda arrastraros. Quiero que vuestros corazones se hagan como niños, niños e inocentes, porque cuando vuestro corazón se haga como niño, comprenderéis mejor la palabra de Dios y el Evangelio. ¿No veis la situación del mundo, hijos míos? La mujer vive según sus gustos; la esposa no es sumisa al esposo; los hijos no respetan a los padres; las madres se ocupan sólo del cuerpo de sus hijos; la sociedad educa a la juventud para el vicio y los placeres; la juventud está corrompida por el vicio.
¿No veis, hijos míos, el final de los tiempos? No seáis sordos ni ciegos; el tiempo se aproxima y los hombres no cambian. El diálogo con Dios, hijos míos, en estos días es muy importante. No, hijos míos, no os pido... Sólo os pido, hijos míos, que les enseñéis el sacrificio y la penitencia, no pido que los llevéis al monte para degollarlos. Vosotros con vuestros gus…
¡Ay, Dios mío!
Vosotros los introducís... con los vicios y los caprichos y las vanidades…
Mira, hija mía, dónde está toda esta juventud; todo es producto del pecado y que los padres no se han ocupado del alma, nada más que del cuerpo, hija mía; no hay remedio para ellos.
Mira estos otros, hija mía, todavía pueden salir por el sacrificio y la penitencia.
Por eso os pido, hijos míos, sacrificio y penitencia. No hacéis caso de mis consejos, hijos míos, pero llegará el día terrible que no habrá solución para vuestras almas.
Todas estas almas, hija mía, han llegado a este lugar, y la mayor parte de ellas, sus propias madres han sido culpables, hijos míos. Criad a vuestros hijos en el santo temor de Dios. El hombre ha sido creado para amar y glorificar a Dios, no para glorificarse él mismo; y vosotros los glorificáis, hijos míos. Sólo desde el camino del sacrificio y de la penitencia llegaréis a Dios, hijos míos.
Os quiero a todos muy unidos, hijos míos; no perdáis el tiempo, el tiempo es precioso, hijos míos, para aprovecharlo para vuestra salvación.
No seáis soberbios y no queráis indagar en los misterios de Dios.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como los hombres cometen en la Humanidad.
Os quiero esas lámparas encendidas, para cuando llegue el Esposo le deis la mano, hijos míos. Pero, ¡ay de aquellas lámparas que se han quedado sin aceite por falta de humildad y de sacrificio! ¡Pobres almas, cómo se pierden la eternidad, hija mía! ¿No os da pena de Jesús? ¿No os da pena del Corazón Inmaculado de vuestra Madre, que os avisa constantemente porque no quiere que os condenéis? Quiere salvaros a todos; por eso bajo del Cielo a la Tierra para avisar a los hombres, y los hombres, necios y sordos, no hacen caso a mi llamada.
El Señor:
Oración quiero, que la oración lleva a la obra. Amad a vuestros semejantes, hijos míos, el mandamiento del amor es muy importante para la salvación; ¡qué poco lo practicáis! El mundo está destruido por la falta de amor; el mundo está convertido en escenario de crímenes y destrucción; los hombres se odian a muerte, se envidian, se destruyen unos a otros. ¿Hasta cuándo, hijos míos, vais a abrir vuestros oídos, y vuestro corazón lo vais a elevar a Dios, vuestro Creador?
Oración quiero, que la oración lleva a la obra. Amad a vuestros semejantes, hijos míos, el mandamiento del amor es muy importante para la salvación; ¡qué poco lo practicáis! El mundo está destruido por la falta de amor; el mundo está convertido en escenario de crímenes y destrucción; los hombres se odian a muerte, se envidian, se destruyen unos a otros. ¿Hasta cuándo, hijos míos, vais a abrir vuestros oídos, y vuestro corazón lo vais a elevar a Dios, vuestro Creador?
Despertad; os puede pasar, hijos míos, como cuando aquellos hombres comían y bebían y estaban metidos en el pecado de la carne y llegó el castigo sin avisar. No podéis decir, hijos míos, que no habéis recibido avisos; no habrá disculpas; no habrá oídos para escuchar vuestro llanto. Estad preparados, hijos míos, que en cualquier hora puedo llegar como el ladrón sin avisar, y ¡ay de aquellas almas que han rechazado mis gracias! Sacrificio y penitencia pido, hijos míos.
Tú, hija mía, te pido humildad; piensa que tienes que ser víctima de reparación, y sin la humildad la víctima no puede sacrificarse. Quiero que seas fuerte, hija mía; ven a mí, que yo soy la Fortaleza, yo soy la Vida, en mí está la salvación. ¡No desfallezcas, hija mía! El tiempo se acaba y la eternidad... ¡es eterna!
Rezad el santo Rosario todos los días, la plegaria favorita de mi Madre; en esa plegaria va toda mi vida; por eso mira, hija mía, ¡cómo mi Madre vive cuando me presentan en el Templo!, ¡cómo mi Madre vive de gozo en mi Nacimiento!, ¡cómo mi Madre sufre al pie de la Cruz!, ¡cómo mi Madre siente dentro de Ella esa gran alegría cuando ve que he resucitado! Toda mi vida, hija mía, está en los misterios. ¿Por qué crees que tiene tanto valor el santo Rosario? Porque está mi Pasión, mi Nacimiento y mi Gloria.
La Virgen:
Rezad el santo Rosario con mucha devoción. La situación del mundo cada vez empeora; por eso repito que va a haber una purificación en la Tierra; estad todos unidos para cuando llegue el día de la purificación estéis con Dios, hijos míos; y no afectará ni vuestro cuerpo ni vuestra alma.
Rezad el santo Rosario con mucha devoción. La situación del mundo cada vez empeora; por eso repito que va a haber una purificación en la Tierra; estad todos unidos para cuando llegue el día de la purificación estéis con Dios, hijos míos; y no afectará ni vuestro cuerpo ni vuestra alma.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales, para que cuando llegue el día de la purificación no afecte ni vuestros hogares, ni a vuestras almas, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
La paz os dejo, hijos míos.
Mensaje del día 1 de diciembre de 1990, primer sábado de mes
Prado Nuevo (El Escorial)
La Virgen:
Hija mía, ¡cuánto me gusta que me invoquéis en el Ángelus! Ahí vio mi Dios la humillación de su esclava. Si todos los hombres, hija mía, hiciesen la voluntad de Dios, te he dicho muchas veces que todo el contorno de la Tierra sería un paraíso, hija mía. Pero cada hombre hace su propia voluntad.
Hija mía, ¡cuánto me gusta que me invoquéis en el Ángelus! Ahí vio mi Dios la humillación de su esclava. Si todos los hombres, hija mía, hiciesen la voluntad de Dios, te he dicho muchas veces que todo el contorno de la Tierra sería un paraíso, hija mía. Pero cada hombre hace su propia voluntad.
Quiero que sigáis recitando el Ángelus, para que veáis mi humillación ante Dios y para que aprendáis a ser humildes, hijos míos.
La copa de la justicia de Dios se ha derramado ya sobre la Tierra, hijos míos; es la hora de Cristo, y Cristo quiere que los hombres sepan hacer su voluntad; y para que entiendan su poder.
El hombre, hija mía, no piensa nada más que en divertirse; sus corazones están empedernidos por el pecado. Retiraos de aquellos corazones que son fruto de Satanás y os introducen en el mal. Por eso, hijos míos, los hombres no tienen paz, porque Satanás reina en sus corazones. Se cree muy seguro de su victoria, hija mía, pero el poder está en Dios, y no le va a dejar hacer más de lo que Él quiera.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantas y tantas blasfemias como se cometen en el mundo a los Corazones de Jesús y de María.
Los hombres rehúsan el amor de todo un Dios y se introducen en la ciénaga del pecado. ¡Despertad, hijos míos! El mundo está en un gran peligro. Sólo en estos momentos vale la oración y el sacrificio. Olvidaos de los mundos de Satanás e implorad a Dios y levantad vuestra mirada al Cielo. Sólo faltan segundos, hijos míos —os lo he dicho—, para que la Tierra tiemble y fuertes huracanes hagan desaparecer de la Tierra todo lo que tiene vida; menos aquellas almas que están selladas con el sello de mi misericordia, porque han sido fieles al Evangelio, hijos míos. ¿Cómo aplicáis vosotros el Evangelio?
Mira, hija mía, otra vez, cómo siguen reinando los siete pecados capitales, cómo los hombres están en manos de Satanás. Ya es hora que baje Cristo a enseñar a los hombres que hagan su voluntad, no la voluntad de cada individuo; que quiere gobernarse por sí mismo cada uno y no quieren leyes celestiales. Ya es hora, hijos míos, que despertéis, porque el Castigo está más cerca de lo que vuestros ojos ven, hijos míos. Escuchad el Evangelio, pero aplicadlo tal como está escrito, porque…
Mira, todos éstos que dicen haber vivido el Evangelio. Mira, hija mía, como el rico avariento, ¿dónde se encuentran, hija mía? Pero mira al pobre Lázaro y mira estos otros pobres, sacrificados, que han pasado hambre, que han sido perseguidos por la justicia, que se han desnudado a las cosas de la Tierra y se han revestido de gloria. ¡Mira, qué diferencia, hija mía, de la luz a la tiniebla!
Éstos, hija mía, de tu derecha, son los que como el rico avariento no daban ni las migajas a los pobres. Dejaron la luz, hija mía, como te he dicho muchísimas veces, y se fueron a la tiniebla porque no querían renunciar ni a sus cosas ni a sus gustos.
Pero mira todos éstos, hija mía, todos los que han renunciado a sí mismos y a todas sus cosas, mira qué grandeza. ¿Dónde ves la diferencia, hija mía, de la luz a la tiniebla? Éstos jamás saldrán de este lugar por no haber querido renunciar a esos tesoros pequeños mundanos y terrenales. Ahí es donde está el tesoro, en el Cielo. Los tesoros de la Tierra son los que conducen al hombre a la perdición y a la condenación, hija mía. Eternamente estarán en este lugar.
Luz Amparo:
(Llorando amargamente). ¿No los puedes sacar de ahí, Dios mío? ¡Ay, ay, ay, qué horror! ¡Siempre, siempre ahí! ¡Ay, qué gritos! ¿No puedes tener compasión de ellos?
(Llorando amargamente). ¿No los puedes sacar de ahí, Dios mío? ¡Ay, ay, ay, qué horror! ¡Siempre, siempre ahí! ¡Ay, qué gritos! ¿No puedes tener compasión de ellos?
La Virgen:
Muchos años, hija mía, tuve compasión de ellos, pero su salvación la dejaban hasta el final. Ya se les acabó el tiempo, hija mía.
Muchos años, hija mía, tuve compasión de ellos, pero su salvación la dejaban hasta el final. Ya se les acabó el tiempo, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ten compasión de ellos! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay!... ¡Eternamente ahí!
¡Ten compasión de ellos! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay!... ¡Eternamente ahí!
La Virgen:
Tuvieron, hija mía, leyes para salvarse y profetas para dirigirlos; pero querían disfrutar de los placeres de la Tierra y de las comodidades. Por eso, hija mía, ahora se encuentran sin comodidades y llenos de sufrimiento.
Tuvieron, hija mía, leyes para salvarse y profetas para dirigirlos; pero querían disfrutar de los placeres de la Tierra y de las comodidades. Por eso, hija mía, ahora se encuentran sin comodidades y llenos de sufrimiento.
Pero mira todos éstos que han sufrido por la causa santa de Dios, mira qué gloria, hija mía, mira qué belleza tienen sus almas.
Vale la pena renunciar, hijos míos. No estéis pesarosos de lo que habéis hecho. Cuanto más sufrimiento y más dolor y más amargura recibáis en la Tierra, más gloria tendréis en el Cielo, hijos míos.
Luz Amparo:
Yo te pido, Madre mía, que des una señal, como dicen, para que los hombres vean tu verdad.
Yo te pido, Madre mía, que des una señal, como dicen, para que los hombres vean tu verdad.
La Virgen:
Los hombres son soberbios, hija mía, y está el Evangelio ahí —¡más señal, hija mía!—, que, como te he enseñado, fue escrito con la Sangre de Cristo. Ahí está el Evangelio; ahí están los Apóstoles cuando siguieron a Cristo, hija mía; y ahí está el joven rico, triste y desconsolado; ¡más señal que ésa, hija mía! Los hombres buscan el consuelo en los placeres y no miran al Cielo, ¡qué pena de almas! Quieren acumular sus tesoros en la Tierra y donde está el tesoro está el corazón. Por eso su corazón está en el tesoro que hay en la Tierra. Y yo les grito porque los amo: «Desprendeos, hijos míos, de las cosas materiales, para que no perdáis los bienes celestiales». Pero se hacen sordos a lo que les conviene, hija mía. No sólo, hija mía, con las palabras se llega al Cielo, sino con las obras. El hombre no lo entiende.
Los hombres son soberbios, hija mía, y está el Evangelio ahí —¡más señal, hija mía!—, que, como te he enseñado, fue escrito con la Sangre de Cristo. Ahí está el Evangelio; ahí están los Apóstoles cuando siguieron a Cristo, hija mía; y ahí está el joven rico, triste y desconsolado; ¡más señal que ésa, hija mía! Los hombres buscan el consuelo en los placeres y no miran al Cielo, ¡qué pena de almas! Quieren acumular sus tesoros en la Tierra y donde está el tesoro está el corazón. Por eso su corazón está en el tesoro que hay en la Tierra. Y yo les grito porque los amo: «Desprendeos, hijos míos, de las cosas materiales, para que no perdáis los bienes celestiales». Pero se hacen sordos a lo que les conviene, hija mía. No sólo, hija mía, con las palabras se llega al Cielo, sino con las obras. El hombre no lo entiende.
El Señor:
Necios y sordos: abrid vuestros oídos a las llamadas de mi santa y pura Madre. El tiempo es corto, aunque a veces os parezca una eternidad. El amor es el que prevalecerá en el Cielo. Practicad esa virtud tan importante, la virtud de la caridad. Amaos unos a otros, como está escrito, y practicad los mandamientos. No rechacéis tantas y tantas gracias, hijos míos, porque ¡ay de aquéllos que cuando llegue la hora hayan sido sordos! Mi Madre vendrá con un ejército de ángeles, y todos aquéllos que hayan sido sellados con el sello de la misericordia, no serán afectados en nada de lo que caiga sobre la Tierra.
Necios y sordos: abrid vuestros oídos a las llamadas de mi santa y pura Madre. El tiempo es corto, aunque a veces os parezca una eternidad. El amor es el que prevalecerá en el Cielo. Practicad esa virtud tan importante, la virtud de la caridad. Amaos unos a otros, como está escrito, y practicad los mandamientos. No rechacéis tantas y tantas gracias, hijos míos, porque ¡ay de aquéllos que cuando llegue la hora hayan sido sordos! Mi Madre vendrá con un ejército de ángeles, y todos aquéllos que hayan sido sellados con el sello de la misericordia, no serán afectados en nada de lo que caiga sobre la Tierra.
Besa el suelo, hija mía, por los pobres pecadores.
Es tiempo de penitencia y oración. La juventud no piensa nada más que en divertirse y pierde el tiempo en cosas vanas. Aprovechad el tiempo, hijos míos, para reparar los pecados de los demás. Yo quiero que se purifique la Tierra, y por eso permito tantas y tantas calamidades que caigan sobre la Tierra: para poder salvar a esas pobres almas; es de la única manera que los hombres pueden salvarse: con dolor y con sacrificio; con placeres el hombre está en manos de Satanás.
La Virgen:
Todos aquéllos que han renunciado a sí mismos, serán protegidos y los cubriré con mi manto. Amaos unos a otros; es el primer mandamiento el del amor, hijos míos. No rechacéis mis gracias.
Todos aquéllos que han renunciado a sí mismos, serán protegidos y los cubriré con mi manto. Amaos unos a otros; es el primer mandamiento el del amor, hijos míos. No rechacéis mis gracias.
Hoy voy a dar una bendición muy especial para los pobres pecadores y para el día de las tinieblas, para que allí donde haya un objeto bendecido reluzca como el Sol. Y cuando esto suceda, hijos míos, ventanas y puertas cerradas; y no miréis para atrás, y aunque viereis a vuestros propios hijos llamar a la puerta, no la abráis, hijos míos, será terrible lo que podría suceder, hijos míos.
Yo soy Madre del Amor y Madre de Misericordia, e intercederé a mi Hijo para salvar muchas almas. Todavía estáis a tiempo, hijos míos. Orad, orad, para no caer en tentación, hijos míos. Los segundos pueden acortarse en cualquier momento, hijos míos.
Y aunque nuestro tiempo no es vuestro tiempo, no os confiéis, hijos míos, y os echéis a dormir tranquilamente como hicieron los Apóstoles en el huerto de Getsemaní. Velad y orad. Sacrificio y penitencia.
Acercaos a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, ahí recibiréis la fuerza para todo lo que caiga sobre la Tierra, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para el día de la tribulación y para la conversión de los pecadores.
Todos han sido bendecidos con bendiciones especiales, hijos míos.
La paz sea con vosotros.