A continuación se muestran todos los mensajes del año seleccionado:

Mensaje del día 6 de enero de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, los hombres han olvidado que soy el Creador. Yo deseo que todos los hombres vivan en paz. Es mi deseo, hijos míos, que todos los hombres vivan mi palabra. ¡Ay, pastores de mi Iglesia: predicad mi palabra como os la he enseñado! Yo os di la sabiduría y os sigo dando para que entendáis mis Escrituras, las viváis y las prediquéis a los hombres tal como están escritas, hijos míos. El mayor presente que podéis hacer a mi Corazón es el de apartaros del pecado; venid a mí, que yo os perdonaré todas vuestras culpas. Quiero que todos gocéis de la vida eterna.
Hijos míos, muchos pastores se dejan infiltrar el enemigo y en sus necios conocimientos confunden la palabra de Dios, que es la verdad, en mentira. Hijos míos, predicad el Evangelio, pero no lo desfiguréis. Los hombres, muchos de ellos, están confusos. Muchos de vosotros, hijos míos, pastores de mi Iglesia, amáis a la creatura pero no amáis a su Creador.
¡Ay, pastores santos: os pido a vosotros que seáis fuertes y valientes y prediquéis la palabra de Dios, pues en la Iglesia hay mucho trabajo, hijos míos, y pocos que quieran trabajar para ella! Sed obedientes a la Roca y a aquél que tiene las llaves de la Iglesia, al representante de Cristo, y seguid el camino santo que vivís y practicáis, hijos míos. No os dejéis engañar por aquellos otros pastores tibios que desfiguran mi Evangelio y no trabajan para la Iglesia, pero se sirven de la Iglesia. Los pastores tienen que trabajar para su grey.
Hijos míos, no seáis asalariados, ni trabajadores del mundo, trabajad para la Iglesia y en la Iglesia. ¡Hay tanta necesidad de predicar la palabra de Dios, de predicar un Dios misericordioso, justo, que el último día juzgará a los hombres según sus obras y según para la empresa que hayan trabajado! Hijos míos, trabajad para mi empresa, que hay muchas almas que tienen ansia de Dios, hijos míos, pero tienen un desconocimiento muy grande de Él, hijos míos.
¿Hasta cuándo todo un Creador, Creador de todo, de Cielos y Tierra, tiene que estar avisando a sus creaturas? Yo pido, hijos míos, que cumpláis las leyes y las enseñéis a los hombres, y el mundo irá mejorando, hijos míos. No veis la corrupción que hay en el mundo, porque el hombre está sin Dios; y vosotros, donde veis que hay fruto, no lo recogéis, hijos míos. ¡Ay, pastores de mi Iglesia tan amados por mi Corazón, aquéllos que no seáis capaces de vigilar vuestro rebaño para que sea gobernado por un solo pastor y una sola Iglesia, la Iglesia que fundó Jesucristo!
Os quedáis en lo humano, repito, hijos míos, y estáis apartando todo lo divino. ¿Cómo no explicáis, hijos míos, que la Palabra se hizo carne para habitar entre los hombres, que el Hijo de Dios se humanizó para que los hombres se divinizasen, para llegar un día a la divinidad increada? Y todo, hijos míos, fue por una sola palabra de una creatura que dijo: «Hágase en mí según tu palabra». La virginidad de María, hijos míos..., y en la virginidad de María se engendró el Hijo de Dios; virgen antes y después de ser Madre del Verbo Encarnado.
La Virgen:
¿Cómo los hombres pueden dudar de mi virginidad, hijos míos? Yo grito que mi virginidad fue intacta. Fui inmaculada, sin mancha, para ser Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Hijos míos, sacerdotes queridos por mi Inmaculado Corazón, enseñad a los hombres el Evangelio tal como está escrito y amaos unos a otros como Cristo os enseñó.
El Señor:
Todos los que cumplís mis leyes, las leyes del Evangelio, que fueron escritas para los hombres, para su salvación; ¡ay, pastores, aplicadlas!, aplicadlas y enseñar a los hombres la fe, la penitencia y que se alimenten de la Eucaristía, pues yo dije: «Estaré con vosotros hasta el fin del mundo» y «el que coma mi Cuerpo y beba mi Sangre tendrá vida eterna».
Por eso, hija mía, pido a los hombres de buena voluntad que cambien sus vidas y que vengan a mi Corazón, que mi Corazón los espera. Por muy grandes que sean sus pecados, mayor es mi misericordia. Pero si no quieren, hija mía, vendré como juez, no vendré como amigo. ¿Hasta cuándo, hijos míos, vais a tener el corazón tan endurecido? Si yo os doy todo lo que necesitáis, hijos míos. Pedís la lluvia, aquí la tenéis, y con mucha inmensidad. Pedís perdón de vuestros pecados, y aquí estoy con los brazos abiertos para perdonaros, hijos míos. ¿Cómo sois tan ingratos conmigo?
En el mundo existen las guerras, las discordias, los crímenes, la corrupción, el desorden, porque Dios no está en él; porque los hombres han despreciado a la Divina Majestad de Dios, y el hombre sin Dios se gobierna por sí mismo y así está el mundo, hijos míos, porque el hombre no se deja gobernar por... (Palabra ininteligible).
Luz Amparo:
¡Oy!... ¡Ay, qué horror!...
El Señor:
Sí, hija mía, así está el mundo.
Luz Amparo:
¡Ay, cómo triunfan los pecados! ¡Ay!
El Señor:
Satanás, hija mía, se aprovecha de las almas y más de las almas queridas por mi Corazón; se infiltra en muchos conventos; se filtra para que los hombres se contagien unos a otros, y el mundo está en manos de Satanás. Sed valientes, hijos míos, amad a la Iglesia de Cristo. Amad los mandamientos y cumplidlos. No os avergoncéis de Dios. Sacerdotes míos queridos, tan amados por mi Corazón, sed valientes y predicad la palabra según está escrita.
Y vosotros, aquéllos que os avergonzáis de Dios y del distintivo de vuestro sacerdocio, hijos míos; ¡ay!, por esa confusión que estáis sembrando en la Tierra, hijos míos, no seréis revestidos de la vestidura santa, porque os habéis querido quitar esa vestidura tan bella, hijos míos, que os distingue y que os protege de tantos y tantos pecados. Lo mismo que la señal del cristiano es la santa Cruz, la señal del sacerdote es la vestidura, hijos míos; ¿cómo la habéis arrinconado? Teméis perder la vida; no temáis a los que os pueden quitar la vida, temed a perder el alma, hijos míos.
Mira, hija mía, cuántas almas, privilegiadas por mi Corazón, fieles a él, están en un lugar disfrutando de la presencia divina del Dios Increado.
Luz Amparo:
¡Ay!, ¡ay, Dios mío, qué grandezas!, ¡ay, Señor!
El Señor:
Este día, hijos míos, el presente que os pide mi Corazón es el de la humildad, la obediencia a la Santa Madre Iglesia; que cumpláis las leyes de Dios. Y vosotros, hijos míos, amad mucho al Vicario de Cristo; él representa a Cristo en la Tierra, orad por él, sufre mucho y es muy despreciado por muchas almas cercanas a él. Orad, hijos míos, y acercaos al sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía.
Y vosotros, sacerdotes, acercaos a los confesionarios para pastorear a las almas y llevarlas al rebaño de Cristo; es vuestra misión, hijos míos. Trabajad con las almas, ésa fue la misión que yo encomendé a mis Apóstoles: ¡id por toda la Tierra y predicad la palabra de Dios!; y así se quedó escrito para que los sucesores de ellos sigan predicando la palabra.
¡Ay, hijos míos, qué confusión hay entre los hombres! Quiero que os fortalezcáis en mi amor y no tengáis miedo y seáis valientes a predicar la palabra de Dios y a servir a la Iglesia. Vuestra alma está desfigurada, de muchos de vosotros, por los apegos materiales; amáis más a las creaturas, os repito, olvidándoos de vuestro Creador. Primero vuestro Creador y luego la creatura.
Mira, hija mía, también este lugar fúnebre, triste y angustioso, porque carecen de la presencia de Dios; ése es el mayor infierno que el hombre puede sentir cuando está en este lugar.
Luz Amparo:
¡Ay, ay...! ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, cuántos hay, Dios mío...!
El Señor:
También hay ministros, hija mía, que han predicado la palabra distinta a como está escrita; la han desfigurado por miedo, hija mía, a quedarse so
¿Y cómo, hijos míos, los que están conmigo vais en contra de ellos y buscáis los que están en contra de mí? Aprovechad los frutos, hijos míos, y reuníos todos para ser más fuertes, pero no os contagiéis del mal que Satanás está sembrando hoy en la Humanidad.
Y vosotros, católicos, aprended de mi pobreza, aprended de mi humildad. Yo os enseñé el Padrenuestro, ¿quién lo cumple, hijos míos? Tenéis los graneros llenos. ¡Ay de vosotros, cuando os presentéis ante Dios, que no os habéis acordado de los pobres y necesitados y, como el rico avariento, sólo pensáis en contar y en guardar! ¡Ay, la palabra no sirve sin la obra, hijos míos! No mováis tanto los labios, no os dejéis engañar por el enemigo; las obras son las que le gustan a Dios, vuestro Creador.
A vuestra Madre del Cielo, muchos la llamáis Madre, pero ¡qué malos hijos que sois, hijos míos, que no cumplís el Evangelio de su Hijo y las leyes de la Iglesia! No os queráis ver muchos donde el rico epulón, hijos míos, aunque os veáis en la Tierra como el pobre Lázaro; pero mira, hija mía, dónde está Lázaro y mira dónde está el epulón, hija mía, el rico avariento que no daba ni de las migajas que le sobraban.
Luz Amparo:
¡Ay, qué horror! ¡Ay!...
El Señor:
Por eso los hombres, te lo repito muchas veces, hija mía, se quedan en el tiempo, porque viven sólo de la palabra. Haced obras de amor y misericordia, hijos míos, y amad a Dios, vuestro Creador. Cambiad vuestras vidas y no estéis tan materializados, hijos míos.
Amaos unos a otros, y todos los que viven esta Obra, dejad unos que colaboren otros, y todos unidos que vaya creciendo, como yo he pedido, hijos míos; que no haya egoísmos entre vosotros, ni seáis centros ninguno; que el centro sea Dios, el centro que sea la Divina Majestad; pero dejad que todos colaboren y colaborad todos, hijos míos, para que se multipliquen las obras de amor y misericordia. ¡Hay tantas almas necesitadas de vuestras ayudas, hijos míos!
Este montaje lo he montado yo, hijos míos, pero no hay nada sucio en él, está abierto para todo el que quiera verlo; haced vosotros lo mismo, hijos míos: desprendeos de vuestras cosas, dádselas a los pobres y seguidme; pero ni lo hacéis ni dejáis que los demás lo hagan. ¡Ay!, no seáis como el joven rico, cuando oyó las palabras, hijos míos, de que lo dejara a los pobres todo y me siguiera, se fue llorando triste y con amargura; y, como te digo, hija mía, y te lo he repetido muchas veces, no se vuelve a nombrar a ese joven rico en el Evangelio porque no quiso aceptar mis palabras. Sed mansos y humildes, hijos míos, y venid a refugiaros en nuestros Corazones.
La Virgen:
Hijos míos, venid a mi Inmaculado Corazón, que mi Inmaculado Corazón intercederá por vosotros ante mi Hijo; por eso, hija mía, te pido muchos..., muchas y muchas veces que acudan a mí, porque Dios me ha puesto en la puerta del Cielo. Los hombres me apartan de la Tierra, y mi Hijo me ha puesto en la puerta del Cielo.
El Señor:
Venid, hijos míos, y cambiad vuestras vidas, amad a los pobres y necesitados y amad a la Iglesia y orad, orad para no caer en tentación.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos ultrajes como se cometen con nuestros Corazones, hija mía, tantos sacrilegios que cometen los hombres... ¡Cuántos, hija mía, se acercan al banquete celestial con el alma manchada y llena de pecados!... ¡Ay, sacerdotes, yo os di el poder de perdonar los pecados, estad en los confesionarios, hijos míos, para perdonar los pecados a las almas! Trabajad para la Iglesia, que hay mucho trabajo, repito, y pocos que quieran trabajar en ella. Vosotros no sois del mundo, sois de Dios; trabajad para Él, hijos míos.
La Virgen:
Besa el suelo, hija mía…
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos por la conversión de todos los pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
¡Adiós, hijos míos!

Mensaje del día 3 de febrero de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, nuestros Corazones están muy tristes y afligidos porque los hombres son esclavos de los pecados, de sus propios pecados, hija mía; niegan el Nombre de Dios, rechazan su Ley. Los hombres, la mayoría, se comportan peor que las fieras; no se respetan unos a otros, se matan unos a otros. ¿Cómo no va a estar triste mi Corazón si el hombre no parece un ser humano? Las fieras se portan mejor que los hombres, porque las fieras defienden sus camadas y los hombres se destruyen unos a otros.
Yo bajé a la Tierra y puse mi cuerpo en alto, en una cruz. Fui crucificado para salvar a la Humanidad y para reunirlos a todos y para que todos los hombres fuesen hermanos, hijos míos. Fundé una Iglesia para que todos se reuniesen en ella, como hijos míos, y los sellé con el sello del Espíritu Santo, pues ésa es la herencia de la salvación; pero los hombres son tan ingratos, hija mía, que ni la muerte de Cristo ni los dolores de María ablandan sus corazones.
El mundo va, de día en día, peor. La inmoralidad aumenta. El mundo vive una corrupción y los hombres siguen ciegos. La única tabla de salvación es el amor a Dios y al prójimo; ahí están las leyes, para que las cumpláis, hijos míos; pero pisoteáis la Sangre de Cristo y ultrajáis el Nombre de Dios.
La mayoría de la Humanidad está cambiando de piadosos a impíos; pero, hijos míos, ¿cómo os abandonáis en la oración y en el sacrificio? ¿Cuántas veces os voy a repetir, hijos míos, que bebáis de las fuentes de la Iglesia y que alimentéis vuestro espíritu, hijos míos?; pero los hombres están tan metidos en el pecado que no distinguen dónde está la gracia y dónde está el pecado; no quieren distinguir. A mis llamadas con tanta insistencia no hacen caso, cierran los oídos. ¡Ay, Humanidad, cómo os habéis deshumanizado! ¡Cuánto os cuesta, hijos míos, amar a Dios vuestro Creador y cómo os dejáis arrastrar por los placeres de la carne, de la soberbia!
La Virgen:
Hijos míos, cambiad vuestras vidas, refugiaos en mi Inmaculado Corazón, que, por muy graves que sean vuestros pecados, mayor es la misericordia de mi Hijo; yo os mandaré a Él, hijos míos, y Él os abrazará como amigos y perdonará vuestras culpas. Amad a la Iglesia, hijos míos, y reuniros en ella; ahí hay fuentes que alimentarán vuestra alma y la fortalecerán.
Amad a los sacerdotes, hijos míos, son ministros de Cristo; son débiles también; pedid por ellos, para que sean buenos pastores y lleven a sus ovejas donde hay buenos pastos, para que las ovejas se nutran de las gracias; orad por ellos, hijos míos, y orad por vosotros. El mundo está en una situación muy grave por causa del pecado y del desamor que hay en el mundo.
Amad a los necesitados, hijos míos, y compartid con ellos vuestras herencias y vuestras haciendas. No seáis ingratos, hijos míos, y no hagáis sufrir a nuestros Corazones. Amad mucho al Vicario de Cristo, a ese santo varón que sufre tanto por los componentes de la Iglesia y por las almas infieles que no cumplen con la Ley de Dios.
Penitencia y sacrificio, hijos míos. Reuníos todos en este lugar, que seguiré derramando gracias para vuestras almas; aprovechadlas, hijos míos, y venid a mí, que yo con mi manto os protegeré de las asechanzas de Satanás.
Orad y acercaos al sacramento de la Eucaristía, al sacramento de la Penitencia. Muchos, hijos míos, vais sacrílegamente a recibir el Cuerpo de Cristo. Para que vuestra alma esté limpia, hijos míos, primero tenéis que lavarla. Si no pasáis a lavar vuestra alma, vuestros pecados no serán perdonados. La misión de los pastores es la de perdonar los pecados, hijos míos. Id, confesad vuestras culpas y cumplid la penitencia, y recibid el Cuerpo de Cristo y Él os fortalecerá. Humildad os pido a todos, hijos míos.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en la Humanidad... Sed misericordiosos, hijos míos, y amaos unos a otros; éste es el mandamiento muy importante que a Dios le agrada, porque el que ama a Dios ama al prójimo, y el que ama al prójimo no le daña. Pedid, hijos míos, por tanta y tanta corrupción como hay en el mundo y tanta inmoralidad. Ya os dije que llegaría el momento en que cada individuo se gobernaría por sí mismo y el poder eclesiástico y el civil sería hollado por los propios seres humanos.
Hijos míos, todos los que acudís a este lugar, cambiad vuestras vidas y entregaos a los pobres y necesitados; amaos unos a otros.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales…
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos estos objetos, que han sido bendecidos, servirán para los pobres pecadores.

Mensaje del día 2 de marzo de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hijos míos, hoy hago un llamamiento al Pueblo de Dios para que crezca en la caridad. El mundo está falto de amor. Los pastores de la Iglesia, que empleen su sabiduría en conducir a las almas a pastos eternos de felicidad, que enseñen a las almas los misterios de Dios; por eso son elegidos de Dios, para que conduzcan a la grey al rebaño de la Divina Majestad de Dios.
Todo lo tengo dicho, hijos míos, y el hombre se hace el sordo, no quiere escuchar mis palabras; en vez de cumplir la Ley de Dios, cumple la ley del pecado. El hombre rechaza a Dios y, al rechazar a Dios, pierde la gracia, y, al perder la gracia santificante, se encuentra en tinieblas; y la ley del pecado la lleva en su cuerpo. Sí, hija mía, así es el hombre de ingrato. Yo vine, repito, a darles vida y ellos me dieron muerte. Yo dejé mi Evangelio y puse unas leyes, y los hombres se quedan sordos y no hacen caso a mis llamadas.
En el mundo hay corrupción y lo ven lleno de virtudes. ¡Ay, ciegos y sordos: cumplid la Ley de Dios y no cumpláis la ley de vuestros miembros, hijos míos! ¿¡Hasta cuándo tiene Dios que estar dando avisos a los hombres!? El hombre está tibio y en su tibieza busca el placer, la felicidad terrena; no busca la felicidad eterna.
Yo soy el Buen Pastor que conduzco a mis almas a fuentes de vida eterna y enseño a mis pastores a que prediquen el Evangelio por todas las partes del mundo; no ven la gravedad del mundo. ¡Ay, pastores de la Iglesia, muchos de vosotros tenéis una responsabilidad muy grande para salvar a las almas! Con vuestra caridad, vuestras palabras de sabiduría, podéis llevar a las almas a que beban de los canales que hay en mi Iglesia, que son canales de vida eterna. ¡Ay, si vosotros os dedicaseis más a las almas, hijos míos! ¡Cuántas almas se pierden porque no saben el camino de la verdad! Yo soy la Verdad y la Vida, hijos míos, y el que venga a mí tendrá vida eterna; pero guiaros por las leyes que están escritas. Pensad que se salvarán los que cumplan con mis mandamientos.
¡Ay, padres, que no sabéis educar a vuestros hijos; los educáis para el mundo y no os importa la perdición de su alma! ¡Cómo os preocupa tanto el cuerpo y los títulos terrenos y olvidáis el título más grande, que es el Evangelio, hijos míos! Amaos unos a otros y haced el bien unos a otros. Amad a Dios con todo vuestro corazón. El que ama a su madre, a su padre, a su hermano, a su hermana, a su esposo o a su esposa más que a mí, no es digno de llamarse hijo mío. Si me amáis a mí, hijos míos, yo pondré amor en vuestros corazones, para que vosotros améis a los demás.
¡Cuántas familias están destruidas, hijos míos, porque Dios no está en los hogares! Se va faltando el respeto el uno al otro y se han quitado la dignidad. ¡Cuántas madres matan a sus hijos dentro de sus entrañas! ¡Qué tristeza siente mi Corazón cuando el hombre se ha convertido más en fiera que en un ser humano! ¡Ay, padres que tenéis hijos: conducid a vuestros hijos por el camino y la senda de la eternidad! No os preocupéis tanto porque sean grandes y con grandes carreras; preocupaos por la más importante carrera: la carrera de la eternidad.
Tened fe, esperanza y caridad, hijos míos. No perdáis nunca la caridad. El hombre sin Dios es un desdichado. Sí, hija mía, sí, mi Corazón se derrite de amor por los hombres, pero los hombres son tan ingratos que viven en una ceguera, y repito, hija mía, que viven la ley del pecado, y la ley del pecado es guerra, odios, destrucción, envidia, soberbia, desamor, desunión, lujuria; y cuando el hombre está viviendo la ley del pecado no tiene luz. ¡Ay, hijos míos, caminad hacia la luz y conservad la caridad en la Tierra y en la eternidad!
La Virgen:
Acudid a este lugar, hijos míos, que recibiréis gracias para vuestra salvación, hijos míos. Venid a mí, hijos míos, que yo os enseñaré a amar a mi Hijo, os conduciré a esos canales para que bebáis y comáis de ellos, hijos míos. Sed humildes, hijos míos. Mi Corazón está muy dolorido por los pecados de los hombres.
¡Ay, sacerdotes queridos por mi Corazón, conducid a las almas al camino de la salvación, hijos míos! Vosotros podéis arrastrar muchas almas al rebaño de Cristo, y coged donde veáis buena semilla y aprovechadla para colaborar en la Santa Iglesia de Cristo, hijos míos. No desaprovechéis los frutos. ¡Cuántos frutos buenos tenéis a vuestro alcance, hijos míos, y los estáis rechazando! ¡Ay, os vais a por los árboles estériles, rechazando los árboles frondosos y llenos de frutos para la Iglesia!
El Señor:
Estáis ciegos, hijos míos, ¿cuántas veces repito en el Evangelio que el que está conmigo no está contra mí? ¿Por qué vosotros os empeñáis en ir contra los que están conmigo? Del fruto se distingue el bueno del malo, y por eso os he dado sabiduría, para que no confundáis los pecados en virtudes, ni las virtudes en pecados.
La Virgen:
Sí, hijos míos, amad mucho a vuestro Creador, guiad a vuestros hijos por el camino de la salvación. La juventud se está corrompiendo, hijos míos; llevadla al Incorrupto y retiradlos de lo corrupto, hijos míos. Amaos los unos a los otros y sed humildes y sencillos; no seáis orgullosos, hijos míos, ni tengáis vanidad.
Hija mía, refúgiate en nuestros Corazones; nuestros Corazones te aliviarán. Piensa que no has nacido para gozar, que has nacido para sufrir, hija mía; pero luego, la eternidad la gozarás al lado de los bienaventurados, hija mía.
Sé humilde y ofrécete víctima por la reparación de los pecadores, hija mía. Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo... Aunque te parezca largo el camino, hija mía, no es largo tu camino; sé paciente y alaba a los que te calumnian y pide por los que te maldicen, hija mía.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los enfermos, hija mía... Todos han sido bendecidos con bendiciones especiales para los pobres enfermos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 6 de abril de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Orad, hijos míos, orad; levantad vuestro corazón de la Tierra y despegaos del mundo corruptor. El mundo, hijos míos, es triunfador del rey de la mentira, porque los siete pecados capitales están en triunfo, hijos míos; por eso hay que orar mucho y hacer penitencia. Levantad vuestro corazón y vuestro espíritu a Dios, y Él os hará gozar las grandezas de Dios.
Hija mía, los hombres, cada día están más ciegos para ver la situación del mundo y sordos a mi palabra. Amad nuestros Corazones, hijos míos, que si amáis de verdad nuestros Corazones, amaréis con la verdad a vuestros prójimos; pero si no amáis a Dios, vuestro amor no será verdadero, hijos míos. El mundo está falto de Dios. En todos los hogares de la Tierra quiero que triunfe el Corazón Inmaculado de mi Madre. Hijos míos, yo tengo fuentes de agua de vida eterna para todo el que venga a mí; yo abro esos canales y los sumerjo en mis manantiales, para fortalecerlos en la fe, para creer en mi Palabra y para predicar y practicar la caridad. Hijos míos, yo, el Hijo de Dios vivo, el Espíritu de Dios y su gloria, os pido que os améis unos a otros como el Padre y yo nos amamos.
Yo vine a hacer la voluntad de mi Padre a la Tierra, y quise aceptar su voluntad para redimir a los hombres con mi preciosísima Sangre. ¡Ay, ingratos, muchos de vosotros, creaturas del Creador, cómo despreciáis mi Pasión realizada para la salvación vuestra, hijos míos! ¿Qué clase de cristianos sois, hijos míos, si rechazáis la cruz? ¿Qué clase de católicos sois, hijos míos, si no practicáis mis leyes?
Os digo, hijos míos: arrepentiros y convertiros, que los tiempos son graves y los hombres no habéis alcanzado a ver la justicia de Dios, porque sólo os quedáis en la misericordia, hijos míos. Yo emplearé mi justicia para los injustos y mi misericordia para los justos. ¿Hasta cuándo tengo que estar dando avisos a los hombres? Hija mía, mi misericordia te he dicho que es muy grande, pero mi justicia es inmensa. Yo pido a todos los hombres de buena voluntad que escuchen mis palabras y practiquen mi doctrina.
Sí, hija mía, los hombres fueron echados del Paraíso por el pecado y mandados al globo terrestre, para que con sus trabajos y sus sudores volviesen a recuperar la gracia perdida; pero el hombre quiere vivir sin trabajar y cree que está vivo sin Dios; y el hombre sin Dios está muerto, hija mía. Las riquezas que hay en la eternidad, hija mía, no hay nada en la Tierra que las pueda comparar. ¿Cómo los hombres se vuelven locos por las miserias de la Tierra?
Pedid por los sacerdotes, para que sean pastores de mi rebaño; repito, hija mía, que muchos de ellos son asalariados, no son pastores de la Iglesia, son funcionarios. ¡Qué pena, tanta mies como hay y tan pocos segadores para segarla! Hablan de Dios, hablan de mi doctrina, pero muchos de ellos se quedan en la palabra.
¡Ay, sacerdotes de Cristo, volved vuestra mirada a la Divina Majestad de Dios, que Él volverá la gracia a vuestro espíritu para que trabajéis en su rebaño! Hay mucho trabajo y pocos operarios. Se les ha olvidado el sentido de la verdad del Evangelio. El sacerdote... Sí, mira, hija mía, el día que el sacerdote se entrega a Dios, lo reviste de su gracia en un esplendor divino; míralo, hija mía...; pero mira también cuando la pierden... Son «cadáveres» que funcionan sólo con el cuerpo, sin acordarse de su entrega a Dios. Te repito, hija mía, que muchos se sirven de la Iglesia pero que no sirven a la Iglesia.
Dejad de ser funcionarios, hijos míos, y sed sacerdotes de Cristo. Recoged todo ese rebaño que está esparcido por tantos lugares; están a la intemperie, hijos míos, esas almas esperando que venga cualquier fiera a devorarlas. Proteged el rebaño de Cristo. Pero el pastor tiene que estar con sus ovejas, en el lugar que Dios le ha indicado. ¡Cuántas almas podéis salvar, almas queridas de nuestros Corazones, con vuestro ejemplo y vuestra vida de virtud! Pero sólo sois sacerdotes unos momentos de vuestra vida; muchos de vosotros, la mayor parte, sois funcionarios asalariados. Dejad las funciones materiales del mundo y que funcione mi Iglesia.
Sí, hijos míos, ¿no os dais cuenta que Satanás destruye lo que yo he construido? ¡Ay, cuánta cuenta tenéis que dar, hijos míos! ¡Vosotros más que los laicos seglares, hijos míos, porque habéis hecho una promesa con Dios!
La Virgen:
¡Qué pena, hijos míos! Antes había un gran número de almas donde mi Inmaculado Corazón podía refugiarse, pero ahora, hasta la mayoría de los conventos, hijos míos, están marchitas las flores.
¡Qué pena...! Yo quiero, hijos míos, consolaros a vosotros, pero hoy vengo para que consoléis mi Corazón. Mira cómo está mi Corazón, hija mía, lleno de espinas muy profundas, porque mi Corazón ama tanto a mis almas consagradas que las espinas son más dolorosas; por eso pido oración y penitencia, porque, hijos míos, los hombres están deshumanizados, viven los placeres del mundo, matan sin respetar la vida de los demás. Las madres matan los hijos dentro de sus entrañas, y la juventud está corrompida por los vicios del alcohol, las drogas, la carne; por eso te digo, hija mía, que los pecados capitales van en triunfo y los hombres no ven pecado donde existe el pecado. No puedes tocar ninguna espina, hija mía, ¡están tan profundas!
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en la Humanidad…
Mi Corazón, hija mía, siente mucho dolor, porque los hombres son ingratos, y no comprenden que nuestros Corazones sufran; por eso, hija mía, tienes que sufrir muchas pruebas morales y físicas.
Luz Amparo:
Dame fuerza, Señor, dame fuerzas, Señor. ¡Ay, Dios mío, yo quiero que me des fortaleza, quiero reparar los pecados de los hombres, pero soy muy débil muchas veces; dame humildad, Madre mía!
La Virgen:
Mira, hija mía, cómo sangra mi Corazón lleno de dolor por los pecados de la Humanidad. ¡Ay, aquéllos que os llamáis católicos y pensáis más en el mundo y en los placeres del mundo que en agradar a Dios vuestro Creador! No se puede servir a dos señores; si estáis sirviendo al mundo y estáis, hijos míos, cayendo en las pasiones, ¿cómo decís que servís a Dios y le amáis?; no podéis alcanzar la gracia, hijos míos. ¡Ay, juventud, juventud, cómo os dejáis arrastrar por el Dragón de las siete cabezas! Despertad, hijos míos, despertad a la fe y recibiréis la gracia. No os ceguéis con la tiniebla de Satanás, hijos míos, y abrid vuestros oídos.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas, para que sean fieles en su consagración…
El Señor:
¿Hasta cuándo, hijos míos, la Divina Majestad de Dios tiene que estar avisando a los pobres pecadores? Cumplid mis leyes, hijos míos, que todo el que cumpla mis leyes tendrá vida eterna. Todo el que acuda a este lugar, que acuda con devoción; que muchos de vosotros, de los que acudís a este lugar, hijos míos, os dedicáis a dividir a las almas. ¡Cuántas veces te he dicho, hija mía, que el demonio divide y Dios une! Donde haya división no hay paz. Amaos unos a otros.
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos para la consolación de los pobres moribundos y enfermos...Todos los objetos han sido bendecidos.

Mensaje del día 4 de mayo de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, como verás, vengo con el Corazón transido de dolor. Los hombres, hija mía, viven en un desconcierto y creen vivir en un paraíso, hija mía. Para ellos, los placeres, los vicios, es un paraíso, hija mía, los odios, los rencores, las envidias. ¿No ves, hija mía, cómo enseñan a sus hijos, de generación en generación, el odio, la guerra, la discordia?; y muchos de ellos —te repito— dicen amar a Dios, se sirven de las Sagradas Escrituras para corromper el Evangelio y no le dan sentido a la grandeza que hay en él, pierden todo el sentido de la gracia. El Evangelio de Cristo es el amor, la verdad, la vida, y entre ellos mismos, hija mía, existe esa desunión, ese desamor, esa discordia y esa guerra.
¿No es una pena, hija mía, que enseñen a sus hijos el odio y el rencor de un pasado? ¡Cómo mi Corazón no va a estar triste, hija mía! Y ¡cómo los pastores de mi Iglesia, muchos de ellos, no creen en que la Madre de Dios puede manifestarse a los humanos! No ven la situación del mundo; ¿estáis ciegos, hijos míos?
El mundo está en un caos terrible. Donde Dios no está, no puede haber paraíso, hijos míos. ¡Cómo no va a estar triste mi Corazón y cómo muchos de mis sacerdotes no piensan que una Madre siente tristeza en el corazón cuando ve que sus hijos van por el camino de la perdición!
Sí, hijos míos, sí, yo me manifiesto para recordar a los hombres que son hermanos, que no sean enemigos y que vivan el Evangelio. ¿Es que Dios no puede hacer lo que le plazca, hijos míos? ¡Hasta dónde, mentes retorcidas, sois capaces de meteros en los planes de Dios! Yo me manifiesto a los pecadores para que vuelvan la mirada hacia el Creador; y los hombres ingratos, cada día son peores.
El Señor:
¡Ay, Iglesia mía, qué ultrajada eres, como es ultrajado tu Fundador!; a eso hace miles de años que me manifesté en la Tierra: para recordar a los hombres la verdad del Evangelio. Si los hombres cumpliesen las leyes de Dios, no haría falta que la Madre de Dios bajase a la Tierra a avisar a los hombres que cumplan con la verdad y con la Ley.
La Virgen:
¡Ay, ingratos, ciegos! ¿No veis la situación del mundo, hijos míos? ¿No veis que la juventud Satanás se está haciendo dueño de ella? ¿No veis que las madres meten a sus hijos en esa libertad, que es un libertinaje, donde cometen toda clase de pecados, hijos míos? ¡Ay, madres y padres que no corregís a vuestros hijos y no les enseñáis la verdad del Evangelio! No veis el peligro que tienen vuestros hijos, y cuando queréis, hijos míos, daros cuenta, ya están perdidos. Enseñadles la religión, hijos míos. Ya te digo muchas veces, hija mía, que la religión es un freno para el alma.
¡Ay, almas que sólo os ocupáis de que vuestros hijos vivan la vida! Así terminan vuestros hijos, hijos míos: pensando que la esperanza se acaba después de la muerte y ya no hay otro fin nada más que éste, hijos míos. Sí, la esperanza se acaba, pero la eternidad sigue, hijos míos; cuántos ponéis vuestra esperanza en vanidades y caprichos del mundo, en apegos humanos, y cuando os presentéis ante la Divina Majestad de Dios será terrible, hijos míos, porque no habéis querido cumplir con sus leyes y no os conocerá como vosotros no habéis querido conocerle. Y si algunos de vosotros queréis conocerle, tenéis que conocerle tal como es, hijos míos, no a vuestro capricho, a vuestro antojo, con vuestras libertades. En esas libertades escogéis el camino de la perdición.
¡Ay, padres que no sabéis educar a vuestros hijos!, cuando lleguéis a presentaros ante todo un Dios, ¿qué os responderá, hijos míos?, si vosotros sois culpables de esa situación porque no habéis sabido conducir a vuestros hijos a la Verdad, al Camino y a la Vida; los habéis dejado introducirse en la muerte y han muerto para la eternidad celeste, hijos míos.
Estos «paraísos» que se forman los hombres en la Tierra, el que los rige, hijos míos, es el rey de la mentira, del engaño, de la destrucción. Esto no es un paraíso, esto es corrupción, mentira, destrucción, vanidad, desunión, guerras, matanzas...; pero, hijos míos, ¿por qué llega el hombre a esa situación? Porque el hombre se queda ciego y no ve a Dios. ¿Cómo no va a estar triste mi pobre Corazón? Y ¿cómo mis sacerdotes pueden pensar que yo, Madre de los pecadores, no vengo a avisarles, viendo su necedad, para que se conviertan? ¡Ay, necios, ¿quién sois vosotros para pensar lo que Dios tiene que hacer, hijos míos?! Dios se manifiesta a quien quiere y cuando quiere y donde quiere, para sacar frutos de su manifestación.
Pero qué poco humildes sois, almas tan queridas por nuestros Corazones. ¿Por qué estáis ciegos?, porque sois infieles y no veis la gracia; porque vosotros también estáis materializados y vivís más la materia que el espíritu; por eso, hijos míos, os digo que no os quedéis sólo en la palabra, id a la obra. Las palabras, a veces son muy bonitas, pero los hechos son desastrosos, hijos míos. ¿Hasta cuándo, hasta cuándo, hijos míos, os tienen que estar dando avisos? Si vosotros, pastores de mi Iglesia, no predicáis el Evangelio tal como es, ¿cómo los hombres van a ver la verdad? Muchos confunden el Evangelio porque no habláis con claridad, hijos míos, muchos de vosotros; sed claros y hablar la verdad.
Como te digo, hija mía, la verdad es cruda y les da miedo de decir esa verdad. Sólo dejan y hablan de la misericordia de Dios; por eso cada individuo quiere gobernarse por sí mismo y quiere una libertad, porque como Dios es misericordioso, hagan lo que hagan, Dios aplicará su misericordia, según mis sacerdotes, muchos de ellos. Pero, ¿cómo, hijos míos, no enseñáis dónde está el pecado y dónde está la virtud? Que veis el pecado virtud y la virtud pecado. Sed claros, hijos míos, y suaves. Con claridad y con suavidad conquistaréis muchas almas.
Ya sabéis, hijos míos, que el rebaño de Cristo está esparcido y cada día está más desunido; ¿por qué, hijos míos? Porque no hay oración, porque no hay sacrificio, porque cada uno queréis vivir según vuestros gustos, sin que nadie os ponga unas leyes, hijos míos. ¡Ay de vosotros, hijos míos, si no sois fieles al Evangelio y a la palabra que es la verdad! No andéis con escondites, sino hablad claramente a los hombres. Os entenderán mejor, hijos míos. ¡Qué falta de amor hay entre los hombres, qué falta de comprensión y de unidad!
Haced oración, hijos míos, acercaos al sacramento de la Penitencia, confesad vuestras culpas, para que vuestras culpas sean absueltas, hijos míos. ¡Cuántos decís que os confesáis directamente con Dios! ¡Ay, hijos míos, que os da vergüenza que os conozcan como sois! Id al sacerdote, que son pastores de la Iglesia y tienen la obligación y el deber de estar en el confesionario, para recibir a los pobres pecadores. Y confesad vuestras culpas, hijos míos, para que vuestros pecados sean perdonados.
Tú, hija mía, sé humilde, haz oración y sacrificios por los pobres pecadores, hija mía. Y ¡ay de aquéllos que forman discordias y guerras! ¡Ay de aquéllos que meten el odio a los pequeñuelos en su corazón y les enseñan a odiar desde que tienen uso de razón! ¡Ay, más les valiera no haber nacido, hijos míos!
Orad, orad, hijos míos; la oración es un freno. Y amad a los desvalidos. Y todos, hijos míos, levantad esta Obra, para que vaya creciendo y podáis ir haciendo bien a la Humanidad. De todos es la Obra, hijos míos, porque todos habéis recibido gracias muy especiales. Amad mucho nuestros Corazones, que por muy pecadores que seáis, hijos míos, si venís contritos y arrepentidos, yo os daré un abrazo de amistad, hijos míos.
Sí, hija mía, sí, los espíritus del mal están afectando la Tierra; lo mismo al hombre que a la materia. ¡Cuántas veces te he dicho, hija mía, que el hombre quiere alcanzar a Dios con su inteligencia!; y lo que hace es destruir parte y, poco a poco, a la Humanidad. Los misterios de Dios nadie los comprenderá, por muchos sabios que indaguen y muchos que quieran meterse en esos misterios; eso corresponde a la Divina Majestad de Dios. Por muy cultos que seáis, hijos míos, y mucha inteligencia que tengáis, si no la encamináis a la Ley de Dios y a su Evangelio, vuestra sabiduría y vuestra inteligencia está en manos de Satanás, porque no la dedicáis para el bien, la dedicáis para el mal.
Así está hoy la Humanidad, que cada uno quiere investigar las altezas que hay en el cielo, destruyendo la Tierra. ¡Ay, hijos míos, si sólo estáis en el globo terrestre para amaros, trabajar y ganar el pan con el sudor de vuestro rostro, hijos míos!, ¿por qué perdéis el tiempo en cosas inútiles? Sí, hija mía, mira las consecuencias de los hombres.
Luz Amparo:
¡Ay, qué deformación! ¡Ay, los seres humanos no parecen seres humanos...! ¡Ay, son como fieras, como animales salvajes!
La Virgen:
Así llegará el momento en que el globo terrestre esté rodeado con todos estos experimentos, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, ¡ay, qué horror, ay!
La Virgen:
El hombre no deja a la naturaleza llevar su curso como Dios quiere; se mete en los planes divinos y ésta es la consecuencia, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, Dios mío!
La Virgen:
Muchos seres humanos quisieran estar muertos antes de ver esta situación, hijos míos. Para que veáis cómo el hombre sin Dios no puede hacer nada más que destrozos en el mundo. Si el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, ¿cómo quiere el hombre cambiar lo que Dios ha creado? Cuando esto suceda, los vivos envidiarán a los muertos, hija mía; por eso pido oración, penitencia. El hombre no se da cuenta de la situación del mundo y del caos tan terrible que puede venir sobre la Humanidad.
Orad, hijos míos, para que los hombres sean humildes y hagan la voluntad de Dios. Desde el principio de la Creación, el hombre no hizo la voluntad de Dios, y por eso, hija mía, ha sido castigada la Tierra tantas veces.
Oración pido y obediencia a la Ley de Dios. Sed humildes, hijos míos, y no vengáis sólo a curiosear, sino con intención de corazón limpia, para que a vuestra alma, hijos míos, llegue la gracia y los dones de Dios.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales, para el día de las tinieblas…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 1 de junio de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, ¡cuánto sufren nuestros Corazones —sigo repitiendo—, porque los hombres no hacen caso a mis palabras!; no se dan cuenta de la gravedad y de la situación que hay en el mundo. Los hombres quieren alcanzar al Creador; pero, ¿de qué forma quieren hacerlo, hija mía?: no cumpliendo las leyes que el Creador ha impuesto para su salvación, sino haciéndose ellos «creadores».
El hombre hace más caso a las palabras de los hombres que a las palabras de Dios; su soberbia, hija mía, los va a hacer destruir el planeta terrestre, hija mía; quieren crear nuevas razas, y lo que van a hacer es crear fieras, para que desaparezca la raza humana. Nunca el hombre podrá ser creador de un ser humano, porque sólo Dios tiene poder para crear el alma, que es lo que hace racional al hombre. Un cuerpo sin alma no es un ser racional, y el alma, hija mía, solo la puede crear el Creador Increado. ¿Hasta dónde queréis llegar, vosotros que os creéis sabios?, ¿hasta la destrucción del planeta Tierra y de vuestras propias almas?
El hombre no tiene entrañas, hija mía. El ser humano va a unas velocidades hacia la destrucción. Orad mucho, hijos míos, para que esas mentes que son dirigidas por Satanás, destruya el Ángel de la Verdad todos sus planes para la destrucción del globo terrestre. Será horrible, hija mía, pero es que los hombres están desnaturalizados, no piensan en Dios Creador, en Dios Salvador, en el Dios Increado; se piensan ellos mismos seres privilegiados para crear.
¿Hasta dónde y hasta cuándo, hijos míos, os voy a estar avisando que no os metáis en los planes de Dios, hijos míos, que nadie puede llegar a la sabiduría de Dios?, porque Dios fue increado, existía antes de todos los siglos, y Él es el que tenía poder para crear; pero vosotros, que en vez de aprovechar vuestra sabiduría en hacer el bien a los seres humanos, la aprovecháis para convertiros en «creadores» de destrucciones.
El hombre está como las fieras; su corazón está bloqueado; y no piensa, hija mía, en el ser humano, sino cada día más se introducen en misterios ocultos, que no saben el mal que pueden causar a la Humanidad. Seguid las leyes de Dios, hijos míos, y no investiguéis tantas cosas que pueden hacer daño a la Humanidad. Razonad como seres humanos; no os creáis sabios y poderosos; sólo Dios es poderoso y sabio para crear. Pero, ¿qué queréis hacer vosotros del mundo, hijos míos? Orad mucho, porque será terrible si esto lo llega a realizar el hombre. No perdáis el tiempo, hijos míos, para destruir la raza humana. Ganad el tiempo para salvar vuestras almas y para ayudar a los pobres y necesitados.
¡Qué pena y qué falta de fe tienen los hombres! Dicen que quieren construir cosas nuevas para hacer el bien a la Humanidad, y lo que hacen es destruir esta Humanidad que Dios creó para que participasen de su divinidad. Todo lo quieren cambiar, hija mía. No ven los pecados donde el pecado existe, ni la virtud; porque Dios, para ellos, no existe, porque se forman un Dios a su manera y a su antojo; si no, su soberbia no les llevaría tan lejos, hija mía.
Vivid el Evangelio, hijos míos, y caminad por el camino de la salvación. Amaos como hermanos, y dejaos conducir y escuchad mis palabras, hijos míos. Será tremendo el caos que puede venir sobre la Humanidad. Orad todos juntos y pedid unos por otros, que reine la caridad entre todos.
Y tú, hija mía, no te angusties porque los hombres no tengan entrañas para hablar; piensa que los míos no la tuvieron para mí. ¡Cómo va a ser más el discípulo que el Maestro, hija mía! No tengas ningún remordimiento, hija mía, porque tú has luchado para criar a tus hijos, trabajando con el sudor de tu frente, para sacarlos adelante, hija mía. Te he probado desde muy niña, y te he enseñado el sufrimiento y el dolor. Nada te puede afectar ahora, hija mía, ni las palabras ni las calumnias de los seres sin entrañas, porque sólo un ser sin corazón puede escribir esas palabras. Por eso te digo, hija mía, que ya estás acostumbrada a sufrir; luego que no te quede ninguna herida en el corazón por esa crueldad de los hombres.
Tú has dicho a los hombres las palabras que yo te he comunicado, y sigue repitiéndolas, hija mía, porque, ¡ay, madres —repito— que introducís a vuestros hijos en los placeres del mundo para darles libertinaje! ¿Qué va a ser de vosotras? Y ¡ay, padres, que no los sabéis educar en el santo temor de Dios!; y que no tenéis excusa, porque muchos de vosotros no podéis luego excusaros de que no teníais tiempo, de que teníais que trabajar. No, hijos míos, preferís que vuestros hijos se pierdan en el mundo, estudiando grandes carreras, y se os olvida lo más importante: la palabra de Dios, hijos míos.
Tú, hija mía: nadie te enseñó la palabra y te di un marido enfermo y siete hijos para mi gloria, y tuviste, hija mía, que trabajar mucho para sacar a tus hijos adelante. Si entre ellos siempre hay una oveja que se desvía..., pero tú no te encuentres responsable, hija mía, porque tú has estado pendiente de ellos, y no hagas caso a las palabras crueles de esas almas sin corazón. No seas tan sensible; sé fuerte. La santidad no es débil, tiene que tener fortaleza para aceptar todo lo que venga de la mano de Dios y de los hombres. Yo lo permito, hija mía.
¡Y piensa que Satanás destruye, no construye, hija mía!; y tú intentas construir, no destruir. Todo está claro, hija mía, y todo se puede ver a la luz; pero a veces, donde menos te figuras, hija mía, hay un judas que te vende y te traiciona.
Orad mucho, hijos míos, y pide por esas almas tan necesitadas de la gracia. Yo doy la gracia, hija mía, pero mira lo que hacen con ella: pisotearla muchas almas. Yo amo a los que son fieles, pero rechazo la infidelidad de las almas. Amo la nobleza y rechazo los dobleces. El alma que tiene dobleces, hija mía, no tiene limpieza de corazón, siempre tendrá discordias y guerras fuera y dentro de sus hogares.
¿No he dado bastante, hija mía? Pero, ¿cuántas almas tenían que estar día y noche, de rodillas, dando gracias por tantas gracias que se les ha dado? Y mira qué reacciones tienen ante la corrección, ante las palabras y ante la verdad. Yo odio la hipocresía; los soberbios y los que no son limpios de corazón los desprecio, porque son hipócritas fariseos.
¿Quién me vendió a mí, hija mía? El que más cerca estaba. ¿Cuáles fueron los que me llamaban Belzebú y se asustaban porque...? (Luz Amparo expresa admiración). Sí, mira esas escenas, hija mía; porque hacía la caridad en sábados. Mira qué insultos...; mira, hija mía, lo que yo recibí. La caridad no tiene día: todos los días son buenos para aplicar la caridad.
Hija mía, sabes que todo el que ama a Dios con todo su corazón es perseguido y calumniado. Refúgiate en nuestros Corazones y no desfallezcas, sino con aliento de águila, hija mía, un día darás un vuelo muy alto donde te encuentres con tu Creador. Vale la pena sufrir, porque son los que te siembran el camino de la salvación. Te pido mucha humildad, hija mía, y mucha fortaleza, pues sabes que tu felicidad no está aquí abajo; está arriba, hija mía.
La Virgen:
Acudid a este lugar, hijos míos, que recibiréis gracias muy especiales para vuestra salvación. ¡Qué ingratos sois aquéllos que habéis recibido gracias para salvar las almas de vuestros seres queridos, y no sabéis corresponder a la gracia! ¡Qué pena me dais, hijos míos! Amaos como hermanos y estad unidos siempre en el amor, como Cristo vino a enseñar a los hombres.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantas y tantas ofensas como se cometen contra Dios el Creador…
Levantad todos los objetos; todos los objetos serán bendecidos para la conversión de los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 6 de julio de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hijos míos, quiero que todos pertenezcáis al mismo rebaño. Yo, Fundador de mi Iglesia, instituí el Sacramento con mi Cuerpo y mi Sangre, para que todos los hombres tuvieseis vida eterna, hijos míos. También os dejé, hijos míos, unos sacerdotes para que os instruyan en la vida temporal. Os dejé manantiales divinos, para que el hombre se acerque a ellos y se unja con las gracias que hay en esos manantiales y todo su ser quedará ungido de la gracia divina. ¡Qué pocos operarios hay, hijos míos, y cuánta mies!
Los hombres, hija mía, han convertido el mundo en destrucción y en corrupción. ¡Cuántas veces la Divina Majestad de Dios tiene que avisar a los mortales!; pero los hombres cierran sus oídos, y los pecados, cada día, son mayores. Los hombres son ingratos, hija mía. ¡Qué crueldad, no les importa el espectáculo de mi Cruz!; cada día se meten más en los placeres y en los vicios. ¿En qué han convertido, hija mía, esta Humanidad? Más que seres humanos, hija mía —te lo repito muchas veces—, actúan como fieras. El hombre no deja de cometer crímenes; la madre de matar a sus propios hijos dentro de sus entrañas. ¿Hasta dónde, hijos míos, hasta dónde vais a llegar?
En el mundo no hay amor. El amor lo convierten en pasión. ¡Ay, ingratos, mirad: vuestros pecados son la causa de la muerte de todo un Dios! Sí, hijos míos, yo di mi vida por los hombres, derramé mi Sangre para que ellos tuvieran vida eterna. ¿Qué habéis hecho, hijos míos, de mi pasión y de mi muerte?: desprecio, mofa. ¡Hasta dónde el hombre es capaz de comportarse como una fiera! El hombre no tiene sentimientos, hija mía, por eso actúa de esta manera; y es que Dios ha desaparecido, hija mía, de los hogares, de la mayoría de los conventos. Y muchos me quieren echar de mi Iglesia; pero yo fui el Fundador de ella y nadie podrá echarme. Su ingratitud es, cada día, mayor. Los hombres no tienen o no quieren tener noción del pecado, hijos míos.
La Virgen:
¡Pobres almas! ¡Qué triste está mi Corazón viendo que los hombres, cada día, hija mía, se introducen más en el pecado de la carne!; las impurezas ofenden mucho mi Corazón. ¡Ay, hijos míos, no le dais importancia al pecado de la carne, pero mira, hija mía, cómo el rey de la lujuria lo lleva en triunfo!... Sí, hija mía: los hombres con los hombres, las mujeres con las mujeres; ya el hombre no distingue el sexo, hija mía, le da igual; estamos llegando como Sodoma y Gomorra. ¡Cuánto ofenden mi Corazón Inmaculado los pecados de la carne, hija mía! Mi Corazón está entristecido porque casi nadie le da importancia a ese pecado tan grave, hija mía. Mira, desde ese pecado dónde los conduce Satanás a los demás pecados, hija mía…
Orad, hijos míos, y haced penitencia. Y los padres: ocupaos de vuestros hijos. Y que vuestros hijos estén recogidos en vuestros hogares, hijos míos. ¿No veis que Satanás quiere arrastrar a la juventud a la perdición —la mayor parte del mundo, el demonio se ha apoderado ya de ella—, al alcohol, a las drogas, a los placeres de la carne, hija mía? Están tibios, los ha dejado aletargados; por eso el hombre se ha quedado sin luz, está ciego y no puede ver la belleza de Dios. Convertíos y arrepentíos, hijos míos, y no ofendáis más a Dios, que está muy gravemente ofendido, y no clavéis más espinas en mi Inmaculado Corazón. El pecado de impureza ofende mucho mi Corazón, hijos míos.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen de impureza... Así está el mundo, hija mía: en tinieblas, porque mi Hijo es la Luz, y yo soy la que trajo la Luz al mundo. Pobres pecadores, hija mía. No hacen caso los hombres ni al Evangelio ni a mis palabras. Los hombres están vacíos porque no tienen a Dios, hija mía. Los matrimonios, hija mía, no se aman con amor sincero y verdadero; la mayoría existe un egoísmo entre ellos. Las familias se destruyen por esa falta de amor que hay en las casas, hija mía.
Ora mucho, hija mía, y no te angustie la difamación ni la calumnia. El que abre su fosa, en ella caerá, hija mía. El que te clave una espada, en su corazón revertirá. Yo haré que beban de la misma amargura, hija mía. Repara y ora. Ocúpate de los pobres pecadores y nada te angustie, hija mía. Yo soy el consuelo de los afligidos. Nunca te separes de mi Corazón, hija mía. Sé humilde, con humildad conseguirás todo.
Acudid a este lugar, que muchos de vosotros habéis sido sellados con el sello del Espíritu Santo, hijos míos, no lo perdáis, que Satanás está para destruir. Acercaos al sacramento de la Confesión, hijos míos, y de la Eucaristía.
Amad mucho a la Iglesia; amadla con todo vuestro corazón y amad a Dios, vuestro Creador, con vuestros cinco sentidos y con todas vuestras fuerzas, hijos míos. Todos los que sois perseguidos y calumniados, un día tendréis una recompensa en la eternidad. Retiraos de los que os halaguen; aquéllos no os siembran el camino de la salvación, hijos míos. Si yo estoy con vosotros, ¿por qué teméis?
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía!, perdóname, que muchas veces soy muy impaciente, no soy humilde, Madre mía; hazme humilde. Y me enojo cuando me difaman o cuando me calumnian. Yo quiero sentir alegría cuando me pase todo eso. Ayúdame, Madre mía.
La Virgen:
Hija mía, no se entristezca tu corazón. Mi Hijo fue difamado y calumniado y perseguido. Nada te turbe, hija mía. Refúgiate en nuestros Corazones. Vas a quitar tres espinas de él. ¿Ves cómo vale la pena el sufrimiento y el dolor, hija mía? Claro que tiene valor. ¿Cómo los hombres lo han olvidado? Esto te alegrará, hija mía... Vas a escribir cinco nombres en el Libro de la Vida; también en premio al dolor y al sufrimiento... Estos nombres no se borrarán jamás, hija mía.
Sacrificio y penitencia pido, oración. Amaos los unos a los otros, y no os avergoncéis, hijos míos, de pertenecer a esta Obra.
Hoy es una bendición especial del Espíritu Santo a todos los objetos para la conversión de los pobres pecadores. Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos con una bendición muy especial.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 3 de agosto de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Sí, hija mía, yo soy el que sufre. Yo soy el Omnipotente. Yo soy el Dador, el que da la vida. Yo soy el Verbo Divino, al cual mi Padre me dio «atríbutos», atributos para enseñar a los hombres la palabra. Yo me arropé con el ropaje de los hombres para hacerme amigo de ellos, para ser amigo de los hombres, consolador de los afligidos, dador de vida. Yo soy la Luz, el que sufre, pero no se va porque sufre; siempre estoy presente, hija mía. Aquí me quedé hasta el fin de los siglos, para comunicar a los hombres que soy el centro de su vida, que soy la Luz que los alumbra; pero ellos se empeñan en buscar la tiniebla, hijos míos.
Así, hija mía, dejé el Cielo para darles todo y cómo me desprecian. El hombre se ha olvidado de mí, ha perdido la razón, y al perder la razón, hija mía, se ha metido en la tiniebla, donde no ve la luz y está a oscuras, hija mía. Yo vine a poner manantiales divinos y cristalinos para limpiar su alma, y ellos beben en charcos contaminados de la tierra.
Yo vine, y me hice pastor para recoger mi grey, para reunir mi rebaño, y mandé a mis pastores para que se ocupasen de él. Yo les dejé que me condujesen en sus manos, en el sacramento de la Eucaristía, para alimentar a los hombres y fortalecerlos; pero el hombre ¿qué ha hecho de todo esto, hija mía?; no busca nada más que espectáculo, placer, vanidad.
El hombre se ha quedado sin gracia, y, al quedarse sin gracia, hija mía, no encuentra a Dios; por eso Dios no reina en las familias, en los conventos, en las naciones; porque el hombre no piensa nada más que en el hombre. El hombre piensa en sí mismo, en sus negocios. El hombre hoy no es un cristiano, es un asalariado. El hombre no tiene paz, porque no busca a Dios; busca negociar, busca montar empresas. Mira, hija mía, cómo van de acá para allá, han perdido la razón; por eso, al perder la razón, el hombre no busca a Dios, se busca a sí mismo.
¡Ay, hombres de poca fe, ¿cómo podéis pensar que el Creador, que está por encima de todas las creaturas, os está vigilando y con los brazos extendidos os llama, hijos míos?! Pero vosotros habéis hecho, de la misericordia de Dios, pecado; porque, hijos míos, mi misericordia la empleé para vosotros. ¿Cómo, hijos míos, no tenéis compasión de mi pobre Corazón, que abandonó su Patria para juntarse a la vuestra y para vivir con vosotros, para que un día todos estuvieseis junto a mí?
Yo soy la Palabra hecha carne y me quedé para enseñaros, y habéis olvidado, hijos míos, que bajé a la Tierra y os dejé un Evangelio escrito para vuestra santificación; y no bajé a gozar, hijos míos; bajé a sufrir al hacerme hombre…
Luz Amparo:
¡Ay, ay, Dios mío!
El Señor:
...en las entrañas de una Virgen. No tuve ningún colegio, ni ningún maestro, hijos míos, pues yo era el Maestro de todos los hombres y así os demostré, dejándoos escrito unas leyes para que caminaseis por caminos rectos y seguros. Y os digo y os dije: «Venid a mí todos los que estáis cargados y agobiados, que yo os aliviaré»; pero ni mi misericordia, hijos míos, queréis aceptarla. ¿Cómo queréis deformar la misericordia de Dios, hijos míos? Con vuestra incredulidad, con vuestra falta de fe, ¿hasta dónde vais a llegar?
¡Ay, criaturas corruptas, que no queréis lavar vuestros pecados en la fuente de la Vida! ¡Ay de vosotros, que andáis sucios y queréis hacer ver en el exterior que estáis sin mancha y limpios! ¿No sabéis que a los hombres los engañáis, pero que a Dios no lo podéis engañar, hijos míos? Lavaos y dejad los charcos cenagosos y lavaos en las fuentes divinas, que yo dejé para todos vosotros. El hombre ha perdido la fe y, sin fe, se ha quedado ciego.
¡Ay, pastores de mi Iglesia, trabajad, que tenéis muchos rebaños que reunir! Y no perdáis el tiempo en cosas vanas, hijos míos, y no estéis tan materializados. Vivid para los pobres y con los pobres, y reunid a todos los pecadores, hijos míos, y ocupaos de sus almas. No perdáis el tiempo en acumular para vosotros, porque cada uno trabaja para sí mismo sin acordarse de los que sufren y de los que padecen. ¡Ay de vosotros, hijos míos, que habéis torcido el camino, ¿hasta cuándo pensáis que se os va a estar dando avisos?! Mi copa está llena, hijos míos, y estoy sosteniendo que oigáis el trueno.
Acercaos a los sacramentos, pero con propósito de enmienda, hijos míos. Haced penitencia, haced oración, hijos míos. Acudid a este lugar, que vuestras frentes quedarán selladas y vuestra debilidad quedará fortalecida. Pero no habrá más excusas, hijos míos; porque más palabras, más consejos y más repetición de que viváis el Evangelio, de que los sacerdotes se dediquen a sus ministerios y se retiren del mundo, donde son contagiados de impurezas... ¡Ay, pastores de mi Iglesia, cuánto bien podríais hacer a las almas, si todos juntos os dedicaseis a toda esa grey que hay por ahí perdida!
La Virgen:
¡Qué tristeza sienten nuestros Corazones, porque el mundo camina cada día más hacia la corrupción, hacia el desastre! El hombre camina sin Dios, y, sin Dios, no andará por el camino derecho. Orad y acercaos a los sacramentos, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 7 de septiembre de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, hoy vengo a consolarte yo. Tantas veces me has consolado mi Corazón, que hoy quiero consolar el tuyo, hija mía. Sabes que te dejé la cruz al desnudo, hija mía; en el último mensaje te lo dije: «Te quedas con la cruz, hija mía»; te la dejé para revestirla, revestirla de un crucificado. Te faltaba participar en mi Pasión con mi Madre y conmigo ese dolor. Ya se ha consumado ese dolor también, hija mía. Ya sabes lo que siente una madre al pie de una cruz.
La Virgen:
Tu hijo está en un lugar seguro; sabes que te lo prometí: que su alma la cogería. Dentro de poco, te enseñaré en el lugar tan bello que está.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, Madre mía! ¡Ay, Madre mía!, ¡ay!
La Virgen:
Sí, hija mía, la pena también la sufrí yo. Los hombres no lo comprenden. Una cosa es que se alegre tu espíritu, y otra cosa es que tengas pena, hija mía. A mí no me evitó Dios la pena, también la pasé al pie de la Cruz. Pero lo he cogido yo y está bajo mi tutela, hija mía. No pienses nunca que tu hijo ha podido ir a ningún lugar tenebroso, hija mía.
Jesús Barderas:
¡Mamá, mamá! Estoy más seguro que en la Tierra, mamá. Es un destierro solamente; he comprendido al llegar aquí, mamá. He creído, mamá, en todo, pero he sido débil y he estado rodeado de muchos demonios que no me dejaban, ni uno ni otro. Así está la Tierra, mamá, llena de demonios que no dejan a los hombres seguir el camino de Dios. No sufras, has sido una buena madre. No sufráis por mí; estoy en un lugar muy bello, y quiero que lo alcancéis vosotros también. Enseñad a la niña el camino de esta salvación; que no tenga un camino sin retorno, que tenga un camino de salvación y de gloria. ¡Ay, qué felicidad se siente! Ya se me han ido las angustias y los tormentos.
No sufras, mamá. Gracias a todos los que han rezado una oración por mi alma. Pero María estuvo conmigo y la cogió antes de caer; Ella la sacó de dentro de mí. No sufras, mamá, ni sufráis por mí. Estad contentos, que he llegado a un lugar bello y seguro. Luchad vosotros para llegar a él también. La angustia se me ha convertido en tranquilidad y felicidad. Aquí tengo sosiego y alegría. Aquí, a donde están los ángeles y todos los que han sufrido.
Rezad por todos los que no tienen quien rece. Hay muchas almas que no reza nadie una oración por ellos. Partid mis oraciones para estas pobres almas. Cuando recéis por mí, pedid por ellas. Tranquilizaos. Mamá, un día verás dónde estoy, qué lugar más bello. Adiós, mamá; adiós, seres queridos míos.
La Virgen:
¿Cómo pensabas, hija mía, que yo iba a abandonar tu sufrimiento, tu dolor y todas las almas que han llegado a este lugar gracias a tu oración, a tu sacrificio? ¿Cómo iba yo a permitir que un alma tan querida tuya...? Ya te lo dije, hija mía, antes de suceder: que su alma no sería dañada, aunque fuese dañado su cuerpo.
Luz Amparo:
¡Gracias, Dios mío, gracias! Aunque sienta la pena en mi alma, pero gracias.
La Virgen:
Sólo os separa el destierro este, hija mía, pero será corto este destierro. Pido a todos los hombres que se conserven en la fe fuertes, y todos aquéllos que están separados y han tenido fe, que vuelvan a unirse al vínculo de la fe. Tened una fe firme, hijos míos, y una caridad ardiente. Bendecid mi nombre, hijos míos, que todo el que bendiga mi nombre serán bendecidos sus labios.
Sed buenos cristianos, no sólo, hijos míos, aparentéis serlo. Muchos frecuentáis la iglesia en cuerpo, pero no lo frecuentáis en corazón. Hijos míos, aquéllos que sólo frecuentan la iglesia en cuerpo están unidos a Satanás; los ha engañado y los conduce por el camino de la perdición y de la mentira. Yo quiero que estéis unidos en cuerpo y corazón. Bendecid mi nombre, hijos míos. Todos los habitantes de la Tierra, que bendigan mi nombre. Predicad el Evangelio, hijos míos.
El Señor:
¡Ay, sacerdotes míos, queridos, que no os dedicáis a inculcar a las almas a vivir en la gracia y a cumplir mis leyes! ¡Cuánta mies hay para recoger, y qué tibieza tenéis, hijos míos, muchos de vosotros! Despertad de ese letargo y trabajad por las almas, hijos míos. No os dediquéis sólo a la función del mundo, que el mundo tiene un veneno que, el que entra en él, el demonio no le deja escapar. Hijos míos, sed pastores de todas esas almas que están perdidas; recuperadlas y llevadlas a las fuentes de agua viva.
¡Qué pena, hijos míos, que mis templos están cerrados todo el día, y mis sacerdotes se dedican más a funcionar en el mundo que a ser pastores de mi Iglesia! Quiero que reunáis a todas esas almas que están separadas del rebaño y las unáis al rebaño, que hay un solo rebaño con un solo pastor, que es el sucesor de Pedro.
Enseñadles a todas las iglesias y a todas las religiones que se unan a vosotros, hijos míos, pues la Iglesia fue fundada por Jesucristo, y fue Pedro el que se quedó como representante de ella. Que todos se unan a la Cátedra de Pedro. Que vengan de donde vengan: del Norte, del Sur, del Este, del Oeste, todos serán recibidos en ella; pero que no se queden engañados, hija mía. Mira, cómo Lutero engañó a montones y montones de almas, y mira dónde las arrastró.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, Dios mío...! (Así, repetidas veces se lamenta). ¡Ay, cuántas!, ¡ay, cuántas!
El Señor:
Todas se dejaron arrastrar por él. ¡Ay, pastores de mi Iglesia, sed firmes y fuertes, que hay mucho trabajo en ella! Trabajad y no os quedéis tibios, que el tibio se queda sin fuerza y no trabaja para Dios, trabaja para el mundo, para sus gustos y sus placeres. Sed firmes, pastores, que nuestros Corazones os aman; volved al camino de vuestro ministerio, con firmeza y con fortaleza, enseñad a las almas la verdad, hijos míos. Los hombres viven en la mentira; se comen la mitad del Evangelio. A los hombres hay que enseñarles la verdad del Evangelio.
No seáis cobardes, hijos míos; dejad el mundo, dejad la carne, las pasiones, y cada uno vivid en gracia, y no convirtáis ni os convirtáis como en Sodoma y Gomorra, como la Roma pagana. ¡Ay, hijos míos, por eso dice mi Evangelio que muchos serán los llamados y pocos los escogidos! Adoráis al hombre, y ultrajáis a Dios
Sed buenos cristianos, hijos míos, formad comunidad como buenos cristianos. Si pensarais un poquito, hijos míos, que es temporal lo que estáis en la Tierra, que hay una eternidad y que vale más que el tiempo. Hijos míos, sed firmes y uníos a estas ramas, hijos míos, que aquí está la raíz; donde he pedido que se forme comunidad y se ame a los pobres y necesitados.
Haced oración y apostolado, pero no olvidéis la obra hacia el necesitado; la palabra sin obra no sirve ante Dios, hijos míos. Orad, haced penitencia y amaos los unos a los otros. En el mundo hay una falta de amor, que es lo que destruye a la Humanidad. El amor que tienen los hombres es egoísta, es pasional. El amor de Dios no es pasión, es entrega hacia los demás, sin esperar a cambio nada, hijos míos. Sed fuertes, y acudid a este lugar, que todos seréis bendecidos y sellados, pues el demonio está sellando frentes.
La Virgen:
Cuidado, hijos míos, que hay muchos videntes falsos que os dicen que ya estáis salvados, que sois escogidos. Para entrar en el Cielo hay que ir de la Tierra con un cheque de sacrificios y de dolor, y el dolor se acabará en la puerta del Cielo. Montones y montones de cruces se quedan en la puerta para entrar a la Gloria de la Resurrección. Tened caridad ardiente y amaos unos a otros, y no os apeguéis a las cosas, al dinero, a las herencias, hijos míos. Cuántos dicen amar a Dios y están guardando en los graneros sus herencias para el mañana. No pensáis dónde vino Cristo a nacer y a morir. Así es el buen cristiano: viviendo como vivió Cristo.
No puede llamarse cristiano aquél que piensa en sí mismo y en el mañana y no se acuerda del que sufra y del que padece. Orad por los pobres pecadores, hijos míos; rezad por ellos.
Y tú, hija mía, consuélate; piensa que un día no lejano vendrás y estarás con él y con los demás bienaventurados. Todos los que sufrís por él, rezad y orad por esas pobres almas que no tienen quien sufra ni quien ore por ellas.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo…
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales…
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 5 de octubre de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, ya sé que tu dolor sigue vivo en tu corazón. Piensa, hija mía, que estás aquí para sufrir, no para gozar, sino para colaborar conmigo. Cuando yo me manifesté ante ti, hija mía, ¿qué respuesta diste a mis palabras?, cuando decías: «No lo puedo soportar, ¿qué es esto, qué es esto, este dolor tan inmenso?». Mi respuesta fue, hija mía: «Esto es la Pasión de Cristo». Y te pregunté: «¿La aceptas, hija mía?»; y tú me respondiste: «No sé, Señor, con tu ayuda lo soportaré». Pues así, hija mía, como tú me respondiste a mí, yo te dije, hija mía: «Con tu dolor se puede salvar un número de almas». Y tú me respondiste: «Señor, ayúdame». Pues para ayudarte, hija mía, y para que tú me ayudes a mí, tengo que ir modelándote y dándote golpes, hija mía.
Esta vez el golpe ha sido más duro. Esta vez ha sido un camino de dolor y de amargura; pero, hija mía, cuando te ofrecí la cruz, te dije que la Cruz era muy dolorosa porque en ella redimí yo al mundo. Pues así es como modelo a las almas: con golpes. Primero las voy de... golpeando despacito, para acostumbrarlas a los golpes duros. Éste es el mayor golpe que has sentido, hija mía, pero Satanás no ha podido cumplir sus planes. A Satanás lo he reducido a cenizas, y, al fin, hemos triunfado; porque, hija mía, este dolor y esta angustia —sé que es muy duro, hija mía, decírtelo—, pero es la redención y la salvación de tu hijo, hija mía. Tu dolor es más agudo que el de otras madres, hija mía, porque yo he perfeccionado tu amor, no está desfigurado; por eso tu dolor es más fuerte, y tu angustia más profunda; pero yo también sentí el dolor de mi Madre.
La Virgen:
Sí, hija mía, mi Corazón se traspasó de dolor cuando en mis brazos pusieron a mi Hijo, desgarrado, ensangrentado. Mi Corazón se traspasó por un dolor tan inmenso, hija mía, que no sólo me duró ese día, sino que me quedó para toda la vida; por eso soy la Virgen Dolorosa, hija mía. No comprendo cómo las madres pueden matar a sus hijos dentro de sus entrañas; cómo las madres pueden rechazar a ese ser que lo alimentan de su propia sangre.
Sí, hija mía, es un dolor inmenso el que siente tu corazón; pero, hija mía, para sacar buen fruto, hay que abonar la tierra con dolor, con sacrificios, y regarla con lágrimas. Así me quedé yo cuando murió mi Hijo. De mis ojos brotaban las lágrimas en abundancia y regué la tierra, para que los hombres supiesen entender el dolor de mi Corazón y a lo que vino mi Hijo al mundo: a redimirlos; pero ¿qué hacen los hombres?: se olvidan del dolor, de la Cruz, de la Pasión, del sufrimiento. Ése es el mayor dolor: que los hombres no se comportan como seres humanos; a veces, se comportan como fieras, hija mía, porque un ser humano no es capaz de derramar la sangre de otro ser humano. Mira, hija mía, mira qué dolor.
Luz Amparo:
(Luz Amparo llora amargamente). ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay...! ¡Ay, hijo mío! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay, qué crueles...!
La Virgen:
No quiero evitarte ese dolor que pasé yo también, hija mía, pero quiero sellar tus labios y que sea la Divina Justicia de Dios la que los juzgue.
Hija mía, sella tus labios hasta la muerte; Dios los juzgará…
Luz Amparo llora con profundos gemidos ante las escenas de la muerte de su hijo.
Jesús Barderas:
Mamá, sufrí mucho, pero fueron segundos. Mira dónde estoy: entre la Reina del Cielo, una Señora tierna, muy tierna, que me cogió bajo su amparo, y me protegió, aunque participé también del dolor y de la amargura; pero perdónalos, mamá. Ahora es cuando he conocido la incomprensión de los hombres... Ahora, mamá, el seguir a Dios les ha costado a muchos la vida. Una venganza terrible, mamá, por el sólo hecho de ser tu hijo; pero mira qué gozo y qué felicidad. Estoy entre la ternura y las manos de la Señora más bella, la Reina del Cielo y de la Tierra. Mira qué lugar, mamá, mira.
No sufráis por mí, porque esta Señora tan bella, que tantas veces tú hablabas, mamá, me ha comprendido, y mi alma ha estado en sus manos como en las manos de mi Creador. Aquí lo comprendo todo, mamá, los misterios que no comprendía en la Tierra; y a todos os comprendo también; aunque llores mi ausencia, un día todos estaremos juntos. Soy muy feliz. Ya no huyo de la persecución, mamá, ni de la incomprensión de los hombres. Aquí me han sabido comprender y entender, y los hombres no seguirán atormentándome ni despreciándome. Aunque los hombres no lo crean.
La Virgen:
¡Cuántas...! ¡Ay!, mira, hija mía, cuántas almas se pueden salvar por la oración y por la penitencia y el sacrificio.
Jesús Barderas:
Pedid por ellas, mamá. Muchos pobrecitos no tienen quién rece ni una oración pequeña por ellos; pedid. Mira, mamá, éstos son mis verdaderos amigos, mis verdaderos hermanos, no todos los demonios que rodean el globo terrestre.
Luz Amparo:
¡Ay, hijo mío!, ¡ay! ¡Ay, qué belleza! ¡Ay!
La Virgen:
¡La belleza del alma!
Jesús Barderas:
He pasado por un lugar un poco tenebroso, pero, sin embargo, más eran mis culpas y las ofensas que cometí contra mi Creador; pero el Todopoderoso es tan misericordioso que, por el hecho de salvar tú tantas almas...; que muchas las reconocerás aquí.
Sí, unas tienen la misión de consolar, de ángeles consoladores. Mira esta hermana, qué bella; también fue mi ángel consolador en esos momentos. Y tantos y tantos ángeles como hay; mira, en todo este lugar, al lado de esta gran Señora.
Sacrificaos y cumplid con los mandamientos, practicad los sacramentos, y un día nos juntaremos todos; y aquí está la verdadera felicidad, no en la Tierra, donde todo ha sido angustia, persecución, tristeza, desprecios; pero esta tierna Señora, con estas manos puras y bellas, mira, cómo unge mi cabeza. Ya me llevan a este bello lugar.
Luz Amparo:
¡Hijo mío, ay!...
Jesús Barderas:
Yo intercederé por todos vosotros. Sed fuertes y amad mucho al Creador.
La Virgen:
Creed, hijos míos, creed en la Divina Majestad de Dios.
Jesús Barderas:
Y vosotros todos, hermanos, no estéis tristes, estad alegres, aunque la ausencia siempre es triste; pero ¡de cuánto dolor me he liberado!
Aquí estoy, mamá. Orad por todas esas almas que no les llega ni una oracioncita, para que lleguen a este lugar. Gracias por todos los que rezáis por mí, porque yo aplicaré también mi comunicación hacia los que lo necesitan. ¡Adiós, mamá! ¡Adiós, hermanos!
Luz Amparo:
¡Ay, cómo sube, Dios mío, qué grandeza! ¡Ay, qué grandeza! ¡Ay, Dios mío!, ¿cuándo me vas a llevar a mí, Dios mío, cuándo? ¡Ay!, ¿me queda mucho, Señor? ¡Ay, ay, qué gozo Señor...! Pero yo haré tu voluntad; tenme aquí hasta que quieras, si con ello puedo salvar almas. ¡Soy tan miserable y tan poca cosa! ¡Señor, que se haga tu voluntad!
La Virgen:
Hija mía, ¡cuánta corrupción hay en el mundo!; los hombres no creen en Dios, y los que dicen creer se están enfriando. ¡Como los hombres no vuelvan la vista hacia Dios su Creador!... No quieren oír de castigos, no quieren oír de catástrofes, pero, sin embargo, el pecado no le dan importancia, y el pecado se extiende y aumenta como la levadura.
A todos los que llegan a este lugar, recibirán gracias muy especiales para su salvación.
El Señor:
Sí, hijos míos, estáis faltos de doctrina, de una doctrina verdadera.
¡Pastores de mi Iglesia, os pido —y grítalo, hija mía, aunque se hagan los sordos—: que prediquen la doctrina con la verdad del Evangelio! Que las almas están necesitadas, están sedientas de que se les hable las verdades de Cristo. Que Dios está siendo muy misericordioso con la Humanidad, pero puede desencadenarse, de un momento a otro, una gran catástrofe, donde los buenos, que se llaman buenos, morirán junto a los malos; porque ni son tan buenos los buenos, ni los malos quieren ser buenos.
Formad comunidades, donde Dios reina; con defectos, hijos míos, y con flaquezas. Amaos unos a otros y vivid como buenos cristianos. Amad a la Iglesia, amad al Vicario de Cristo y bebed de las fuentes que hay en la Iglesia, y dejaos ungir por el Espíritu Santo, que muchos ni siquiera han recibido esa gracia de ser ungidos por el Bautismo.
¡Torpes!, pero ¿qué va a ser de vosotros el día que lleguéis ante la Divina Majestad de Dios? Ni llanto ni lamentos servirán. Orad, hijos míos, ahora. Dejad la carne y vivid el Evangelio, y no seáis egoístas y avaros, hijos míos; que muchos no vivís nada más que para vosotros mismos, no vivís para los demás.
¡Sacerdotes de los pueblos: predicad el Evangelio y vivid como sacerdotes en vuestro ministerio, conquistando a las almas para el Reino de Cristo! Los tiempos se aproximan, y vosotros no hacéis caso, hijos míos; os va a pasar como en los tiempos del Diluvio, que no hacían caso y les pilló sorprendidos la justicia que Dios aplicó sobre ellos.
El mandamiento del amor es muy importante, hijos míos; no penséis sólo en vosotros y en los vuestros, pensad en los que sufren, en los que tienen hambre, en los perseguidos, en los enfermos; practicad las obras de misericordia. Todos los que acudáis a este lugar recibiréis bendiciones muy especiales, hijos míos, para la salvación de vuestra alma. Y tú, hija mía, si tienes ganas de gemir, gime, no te oprimas; y los hombres que no se asusten por tu llanto, porque yo lloré y mi Madre lloró. Hay que darse cuenta de esas madres crueles, que evitan la vida del ser humano y muchas buscan el placer, no buscan el procrear para Dios; y de esas otras madres que matan a sus hijos en sus entrañas, si se puede decir que son madres, porque han nacido de tales. Pero, ¡qué crueles y qué perversidad hay en el mundo!
La Virgen:
Besa el suelo, hija mía, por tantos y tantos pecados como se cometen en la Humanidad…
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para vuestra pobre alma y las almas de los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 2 de noviembre de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, hoy vengo como Madre de todos los pecadores, como Reina de todos los afligidos. Hoy traigo un manto de oro, y de este manto saldrán rayos de luz que cubrirán la Tierra. Yo soy Madre de todos los que sufren y mi Corazón los ama. Mira, hija mía, cómo hoy voy a este lugar y con mi manto voy a sacar a muchas almas y, protegidas bajo él, van a volar hacia la Patria celeste.
Luz Amparo:
¡Ay, cuántas almas salen hoy a gozar! Ya entran en tropel. ¡Ay, cuántas salen!
La Virgen:
Hoy se concede el privilegio a las almas de llegar aquí ante los bienaventurados; pero he tenido muchas veces que consolarlos porque estaban afligidos, purificando sus culpas. Hoy gozan de la Divina Majestad; por eso soy Madre de los que sufren; Madre de todos los pecadores.
Venid a mí, que yo os llevaré a mi Hijo y yo intercederé ante Él, para que perdone vuestras culpas. Yo soy la Madre del Divino Redentor. Me han dejado el timón de Pedro en mis manos; por eso soy Madre de la Iglesia, y quiero reunir todo el rebaño para que ame a la Iglesia y se conviertan tantos y tantos pecadores como ofenden a la Divina Majestad de Dios. Hoy derramaré gracias especiales para esos pobres pecadores.
El Señor:
Sí, hija mía, que los guías del pueblo se dediquen a predicar bien mi palabra. Pastores de mi Iglesia, que vuestro corazón esté en el Cielo, que no esté en el mundo; porque muchos de vosotros, hijos míos, mientras os dedicáis al mundo, yo soy desconocido, ultrajado y despreciado. El sacerdote tiene una misión como pastor: la de proteger a su rebaño y examinar dónde está la luz; no esconderla, sino mirar todo y quedarse con lo bueno, y dar testimonio de la verdad; pero hay muchos de vosotros que escondéis la verdad y lleváis la mentira en vuestros labios para dañar allí donde yo derramo tantas gracias.
¡Ay de vosotros, que quitáis las palabras del Evangelio y añadís lo que queréis! ¿Cómo podéis deformar, muchos de vosotros, el Evangelio? Cuando resucité, descendí a los Infiernos; ¿cómo podéis esconder a los hombres que existe el Infierno? ¿Habéis leído el Evangelio, las veces que repite la palabra Infierno y castigo? Dios castiga a los malos y premia a los buenos; si no, no sería un Dios justo. ¡Cómo deformáis la palabra de Dios! ¿Cómo decís que no se puede meter miedo a las almas?, si está escrito: «¿Quién se salvará? El que cumpla con los mandamientos»; y vosotros, guías de mi Iglesia, muchos de vosotros no queréis entender, ni los demás comprender, que existe el Infierno. ¡Ay, predicad el Evangelio como está escrito, no lo pongáis siempre como ejemplos!...
Luz Amparo:
¡Ay, qué deformación
El Señor:
¡O como parábolas que no existieron! Todo lo que está escrito, está escrito con la Sangre del Redentor; así lo atestiguaron los que lo vieron. Entonces, hijos míos, ¿de qué sirve el Credo?: Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y Tierra. Creo en Jesucristo, único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció debajo del poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los Infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos, y subió a los Cielos y está sentado a la derecha del Padre. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, y la vida del mundo futuro. Así es.
¿Cómo os coméis esas palabras? Estoy sentado a la derecha del Padre y descendí a los Infiernos; Hijo de María Virgen; y no lo dudéis, porque el que dude estas palabras, anatema se puede llamar.
Hijos míos, dedicaos a las almas, que los hombres están sedientos del Nombre de Dios. Dedicaos a vuestro ministerio, y reunid el rebaño, que está esparcido por todos los lugares de la Tierra, y no hagáis dudar a las almas del Evangelio. Amad a la Iglesia, obedeced al obispo, amad al Santo Padre. La obediencia es muy importante, hijos míos. No hagáis cada uno lo que os venga en gana. Predicad la palabra de Dios y llevad el consuelo a los afligidos.
Mira, hija mía, las fuentes de agua viva que los hombres dejan de beber porque están faltos de la palabra de Dios. Acercaos a estos canales, hijos míos, y bebed de ellos. En la Iglesia hay agua viva que da la vida —no la vida temporal—, la vida eterna. Cristo os enseña a amar. Cristo no rechaza a los hombres y, muchos de vosotros, vuestra soberbia no os deja entender ni comprender que Dios Todopoderoso puede manifestarse a lo más inculto, miserable y humilde, para confundiros a aquéllos que os creéis más grandes y poderosos. Sed humildes y no escondáis la luz, y escoged lo bueno y dejad lo malo; pero, hijos míos, ¿estáis ciegos? Yo os puse los ojos para ver y los oídos para oír, pero os fiais más de lo que escucháis que de lo que veis, hijos míos.
Sed buenos pastores de la Iglesia y no critiquéis a aquéllos que son buenos pastores y cumplen el Evangelio tal como está escrito. Ayudaos y volved vuestra mirada, y enseñad a los hombres lo que es pecado, porque no le dais importancia al pecado. Hoy, para vosotros, nada es pecado, hijos míos. Así está el mundo y así está la situación entre la juventud; todo es bueno entre las parejas. No hay pecado; por eso se usa tan poco los confesionarios, hijos míos.
Vuestro trabajo es pastorear el rebaño y dirigirlo y enseñarles las verdades que hay escritas. Cuántos de vosotros llegaréis ante mis ojos y oiréis estas palabras: «Id, malditos, porque no habéis cumplido con la misión que os encomendé». Revestíos con la vestidura de la pureza, de la humildad y de la caridad y veréis, hijos míos, cómo alcanzaréis la sabiduría y sabréis discernir el bien del mal.
La Virgen:
Hijos míos, acudid todos a este lugar. Confesad vuestras culpas y pedid perdón a Dios; que Él abrirá su Corazón y os dará un abrazo eterno que olvidará vuestras miserias y vuestros pecados, pero si vosotros os humilláis, hijos míos, y cumplís con las leyes de Dios.
Amaos unos a otros y compartid. Haced comunidades, hijos míos, y vivid en comunidad, donde reine el Creador del Universo. Vivid, hijos míos, en oración y en sacrificio; también la alegría es un don del Espíritu Santo; el que está en gracia está alegre, hijos míos. Estad alegres, porque tenéis el Espíritu de Dios con vosotros.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo…
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres moribundos, con gracias para que reciban la luz en la hora de su muerte y morir en gracia de Dios. Todos han sido bendecidos; todos los objetos, hija mía.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 7 de diciembre de 1996, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, hoy mi manto viene más envejecido, porque vuestras oraciones son muy pobres, hijos míos, y vuestra entrega no es constante; por eso, hoy no traigo el manto de oro, porque vuestras oraciones —os repito— hijos míos, tienen que ser más ricas. Orad, hijos míos, pero que vuestra oración salga de lo más profundo de vuestro corazón.
El Señor:
Quiero, hijos míos, que cumpláis bien con vuestro trabajo. Muchos de vosotros, hijos míos, escondéis los talentos, no los multiplicáis. Ofreced vuestro trabajo a Dios vuestro Creador, para la redención de las almas; pero vuestro trabajo, hijos míos, tiene que ser un trabajo lleno de alegría. Yo doy talentos a los hombres, y unos los esconden y otros los multiplican.
¡Ay, siervo, que escondes tus talentos! ¡Siervo perezoso, siervo holgazán, que vives para ti, comes y bebes sin ocuparte del trabajo y de entregarte a cumplir las leyes de Dios! Ni cumples con tu trabajo, siervo holgazán, porque escondes tus talentos, ni cumples con las leyes de Dios. Trabajas sin gana y sin alegría. Sólo te puedo decir: ¡vete, siervo inútil, que no me sirves para nada!
Pero, ¡ay, siervo abnegado, que multiplicas tus talentos, trabajas con alegría, entregándote a los demás! Eres un siervo útil que no tienes pereza, eres abnegado y te entregas al servicio de Dios y al servicio de los necesitados. Yo te digo que eres un siervo útil, porque has multiplicado los talentos y verás mi rostro, y saldré a tu encuentro, porque has sido muy útil, y has estado siempre al servicio de Dios y de los hombres; porque no te has preocupado de ti, sino te has preocupado de los demás, y no has cargado cargas sobre tus hermanos, sino que las has cargado sobre tus espaldas.
¡Hijos míos, ¿cómo muchos huis del trabajo, si el trabajo santifica al hombre y le fortalece?! ¿A quién cogí yo? A unos hombres rudos con sus manos encalladas por su trabajo y su sudor. ¡Cuántos os preocupáis sólo de carreras y de estudios, hijos míos! ¿Para qué queréis la inteligencia, si esas carreras y esos estudios, muchos de vosotros, os sirven para no alcanzar la eternidad? Sí, hija mía, hay muchos siervos holgazanes, pero, ¡ay de esos siervos holgazanes que no podrán alcanzar a ver mi rostro!
La Virgen:
Hija mía, sí, di a los hombres que Dios ha puesto el mundo en mis manos, no porque yo quiera quitar el puesto a Dios. Dios es el Creador, el Infinito, pero Dios, desde el principio, me escogió para poner a su Hijo dentro de mis entrañas.
El Verbo se encarnó por obra y gracia del Espíritu Santo, hija mía, y se hizo hombre y se igualó al hombre en todo menos en el pecado. Dios quiso escogerme como Madre de Dios. Desde que el mundo empezó a ser mundo ya Dios me había escogido. Me subió a los Cielos y me preparó, desde muy niña, para ser Madre de Dios.
Nunca quise resplandecer más que mi Hijo; me oculté porque yo era la creatura y Él era el Creador; pero Él me dio todos los dones: Madre de la Iglesia; pero no puedo quitar, ni quiero, el puesto al Representante de Cristo en la Iglesia. El ser Madre de la Iglesia y el que Dios haya puesto el mundo en mis manos, a nadie le quita el puesto que le corresponde, y el puesto que Dios ha escogido para él. Y me ha hecho Madre de Dios, Puerta del Cielo, Consoladora de los Afligidos y tantos y tantos dones y gracias que me ha concedido, como el de ser Virgen Pura e Inmaculada antes y después del parto. ¿Cómo los hombres quieren arrinconarme en un lugar donde no aparezca mi nombre, si soy la Madre de Dios? Donde está el Corazón del Hijo está el Corazón de la Madre.
Mira, hija mía, lo que tengo en mis manos: tu hijo. Mira: un lirio blanco y perfumado; me lo ha puesto el Amador de los lirios, el Creador. Soy Madre de los mártires y en el Cielo, hija mía, se ha celebrado la fiesta, aunque en la Tierra no se pueda celebrar. Mira qué lirio más perfumado ha llegado a mis manos virginales. En mejor lugar no puede estar, hija mía. Sé que tu corazón sigue sufriendo, como el mío siguió sufriendo durante toda mi vida.
Sí, hija mía, no pierdas tu mirada de la Pasión de mi Hijo. Yo no perdí un instante la mirada del sepulcro de mi Hijo y recorrí todos los caminos de su Pasión. Toda mi vida estuve recorriendo, con Juan y con Magdalena, los Lugares Santos por donde mi Hijo había pasado, hija mía. Ni un solo instante pude olvidarme de Él. Toda la vida recordando su Pasión, su Muerte, su Sacrificio por la Humanidad.
El Señor:
No te aflijas, hija mía, y no pienses que por qué los hombres te dicen que si la fe no te hace olvidar. La fe, a veces, te hace recordar más que olvidar, hija mía, y a ti te he dado una capacidad de dolor muy grande, como te he dado una capacidad de amor inmensa, hija mía. Pero ¿cómo no vas a sufrir y llorar si es tu hijo, que ha salido de tus entrañas? La fe no te quita el dolor ni el recuerdo, te repito, hija mía; te ayuda a soportar el dolor y el recuerdo.
Luz Amparo:
¡Ay, hijo mío...! ¡Cuánto daría por ir ahí!... ¡Cuánto daría, Señor!... ¡Ay..., ay..., lo bien que se está ahí, Señor!... ¿Hasta cuándo vas a querer que esté aquí?... ¡Ay, Señor!, ¿hasta cuándo? No quiero ser soberbia y quiero aceptar tu voluntad... Pero yo no puedo, Señor, ayúdame…
La Virgen:
Refúgiate en nuestros Corazones, hija mía; nuestros Corazones te aliviarán; yo soy Madre de los que sufren. Sé cómo está tu corazón, hija mía. No hay dolor que se parezca a ese dolor, te lo he repetido, hija mía, pero ya sabes que tu hijo, hija mía, lo han cogido mis manos virginales y ha sido un valiente, un héroe, hija mía, de dar la vida por esta gran Obra, hija mía.
El Señor:
Crimen perfecto, muy perfecto en la Tierra, pero ¡ay de vosotros, cuando os presentéis ante la Divina Majestad de Dios! ¡Qué juicio tan terrible os espera! ¡Convertíos y arrepentíos, malvados, ingratos, que no entráis en el Cielo, ni dejáis entrar a las almas! Dejad a los cristianos que vivan como cristianos y no entorpezcáis mis leyes. Yo soy el Creador y todos seréis juzgados. ¡Ay de vosotros! Por muy perfectos que hagáis los crímenes en la Tierra, cuando lleguéis ante Dios, vuestro Creador, toda vuestra perfección será destruida y muchos de vosotros lo pagaréis en la Tierra también, hijos míos.
Jesús Barderas:
Perdónalos, mamá, perdónalos y no sientas ningún rencor por ellos. Pide mucho por ellos, para que se conviertan, mamá. Nada ante los ojos de Dios será oculto; por eso te pido que pidas que se conviertan. En mejor lugar no puedo estar. Acércate a la Madre del Redentor, para que se calme tu dolor. No sufras por mí. Estoy gozoso y he dejado de sufrir.
Luz Amparo:
¡Ay, hijo mío, ay...! Cuando yo llegue ahí, Señor, ¡qué alegría! Yo quiero ser fiel, Señor, y haz lo que quieras de mí; pero dame fuerzas para poder soportarlo todo.
La Virgen:
¿Ves cómo también, hija mía, se convierten almas? ¿No has visto esa pobre alma, qué arrepentido y contrito está de sus ofensas, de sus calumnias y de su persecución, hija mía? No me pidas que se cure, hija mía, porque ahora es el momento, el momento de llevarlo a la eternidad; su dolor es profundo y su arrepentimiento es verdadero.
Luz Amparo:
¡Qué alegría!
La Virgen:
¿Ves, hija mía, cómo yo estoy en todos los detalles de las almas? Él me amó mucho, aunque a veces, ese amor era un poco desordenado; pero a todo el que ama mi Corazón, yo saldré a su encuentro; y saldré a su encuentro, pero no me pidas la curación de su cuerpo, porque más me ha llenado de alegría la curación de su alma. Sigue, hija mía, rezando y pidiendo por él, porque es el momento de cogerle, no dejarle.
Sigue amando al prójimo, hija mía, con todo tu corazón, y nunca tengas rencores hacia nadie. Tus sacrificios y tus dolores sirven para la conversión de las almas, ¿No sientes un gran gozo por la conversión de esta pobre alma? Muy inteligente, pero que su inteligencia, a veces, le servía para torcer los caminos que él trazó en su vida.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecadores del mundo…
Acudid a este lugar, que recibiréis gracias de alma y cuerpo.
Hijos míos, orad, para que el demonio no destruya los planes de Dios; pues quiero, hijos míos, daros una gran sorpresa. Por eso os pido que oréis. Oración y sacrificio os pido, hijos míos, y penitencia.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.