A continuación se muestran todos los mensajes del año seleccionado:

Mensaje del día 6 de enero de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, hay que seguir orando, pues el corazón de las almas está muy endurecido. ¡He dicho tantas cosas, hija mía, tantas cosas!; y los hombres no quieren aceptar mis palabras. Tienen ojos y no ven y orejas y no oyen, hija mía. Su corazón no está dispuesto para aceptar mis palabras ni para aceptar la voluntad de Dios, hija mía. Por eso no quieren aceptar mis leyes y quieren imponerme a mí sus leyes.
Corazones endurecidos, infieles, soberbios, ¿quiénes sois vosotros para decir lo que tiene que hacer Dios y a quién tiene que manifestarse, dónde y cuándo? ¡Ay, incrédulos!, corazones fríos, que no os dais cuenta de la situación del mundo y por eso predicáis que todo está bien, porque vosotros vivís en abundancia; los graneros los tenéis llenos y no os dais cuenta de la situación del mundo, hijos míos. ¿Hasta cuándo, necios, tengo que estar avisando?
Hace mucho tiempo, hijos míos, os dije que mis palabras se estaban acabando. Y es que todo lo tengo dicho, desde el principio hasta el fin. Y como veis, hijos míos, todo se va cumpliendo.
Pero, ¿cómo sois tan crueles, hijos míos, y no aceptáis el mensaje de todo un Dios?, si sólo os pido, hijos míos, que cambiéis vuestras vidas. No tenéis nada más que exterior, pero, ¿y vuestro interior, hijos míos? Me arregláis el templo para atraer a la gente, pero, ¿y el templo de vuestra alma, cómo está, hijos míos? Preferiría un cuchitril, hijos míos, lleno de humildad, de fidelidad, de caridad, de ternura con las almas. ¿De qué manera atraéis a las almas, hijos míos, si vuestro ejemplo no es bueno? Todo se queda en el exterior, hijos míos. Vuestra función no es ésta, vuestra función es las almas; por eso me rechazáis y por eso perseguís estas manifestaciones, hijos míos, porque os digo verdades que no queréis aceptar, hijos míos. Por eso vuestra soberbia os ciega y no reconocéis y escogéis lo bueno que hay en ello. Perseguís y claváis el aguijón, e intentáis hacer desaparecer lo que yo he manifestado a los hombres.
¿Cuántas veces os voy a decir, hijos míos, que soy Dueño de vuestra vida? Y os estoy dando oportunidad, pero que os puedo llamar a mi presencia, y aunque digáis que no, hijos míos, mi justicia será terrible. ¿Cómo guardáis mi justicia y empleáis sólo mi misericordia? Predicad a los hombres las verdades del Evangelio. No estéis siempre atacando, hijos míos. ¿Qué caridad es la vuestra? ¿Y vuestra conciencia está tranquila, hijos míos, persiguiendo y atacando? Os creéis dioses y por eso no aceptáis mis consejos.
¿Cuántas veces he dicho, hijos míos, que me oculto a los poderosos y me manifiesto a los humildes, porque me comprenden más que vosotros? Sois tan soberbios, hijos míos, que no aceptáis mi divina palabra. Cogéis, quitáis y ponéis a vuestro antojo, y los que lo cumplen y aceptan mi voluntad les hacéis la vida imposible, hijos míos.
Yo pido, a aquellos sacerdotes santos, que no tengan miedo, que yo soy su fortaleza, y no se dejen arrastrar por aquellos infieles pastores, que ni entran ni dejan entrar en el Cielo a las almas.
¡Cómo podéis tener un corazón tan cruel, hijos míos! Yo, que os di un poder para hacer y deshacer, hijos míos; sed justos, que cuando os presentéis ante mí, hijos míos, será terrible no haber empleado bien vuestra justicia. Os repito: volved vuestra mirada a Dios, sed pastores de mi Iglesia, que mi Iglesia está necesitada de pastores santos que reúnan todos los rebaños. No seáis funcionarios, vuestra función está en la Iglesia. Obedeced a los obispos. Obedeced al Santo Padre y habrá un orden y todo cambiará, hijos míos. Si vosotros cambiaseis, hijos míos, el mundo iría mejor.
Por eso pido a esos sacerdotes fieles y santos, que sean fuertes y sigan adelante y lleven el camino recto del Evangelio, sin darles vergüenza y dando testimonio de pastores santos de la Iglesia.
Y aquéllos que juzgan ligeramente, sin tener motivos, ¡ay, cuando lleguéis ante mi divina presencia!... Por eso os pido: bajad la cerviz, y venid a mí y cambiad vuestras vidas. Yo seré el que fortalecerá vuestro espíritu, pero que vuestro corazón esté dispuesto siempre a aceptar mi palabra. Hijos míos, ¿queréis contentar a Dios?: sed pastores fieles, y que vuestro interior esté resplandeciente y limpio, que no os fijéis tanto en el exterior, hijos míos, preocupaos de vuestras pobres almas.
¡Qué tristeza ha sentido mi Corazón cuando muchos pastores han llegado a mi presencia y no han sido fieles a las verdades del Evangelio y he tenido que decir: «No te conozco»! Por eso os aviso, hijos míos, porque os quiero y no quiero repetir estas palabras, sino abriros los brazos de par en par... Y venid, hijos de mi Padre, a gozar de la presencia de la Divina Majestad de Dios. Que oigáis esas palabras, hijos míos.
Sed humildes y no seáis témpanos de hielo, que vuestro corazón está endurecido; tened compasión de las almas, no las trituréis, ni las persigáis tan cruelmente, hijos míos. Muchos de vosotros intentáis hundir esta Obra, hijos míos, pero es Dios el que la rige. Preocupaos y escoged lo bueno, para que habléis, hijos míos, con la verdad.
Cuántas conversiones, cuántos pecadores han llegado a este lugar desesperados, en tinieblas, y han encontrado la luz y la paz; porque han encontrado a Dios, y viven felices perseverando años y años. ¿Por qué no os fijáis en eso, hijos míos?: en el cambio de vida que dan las almas, en la gloria que me dan. Sed pastores justos, no seáis pastores ingratos, y amad a las almas, que es vuestra obligación. Amad a todas las almas.
Y vosotros, pecadores, hijos míos, acercaos a mi Corazón, que mi Corazón llenará el vuestro de gracias. Orad y no os abandonéis en los sacramentos. Confesad vuestras culpas, hijos míos; confesad vuestros pecados con el sacerdote, que muchos de vosotros, hijos míos, no os acercáis al sacramento de la Penitencia y comulgáis en pecado mortal. Confesad vuestras culpas, hijos míos, arrepentíos y orad, e id al sacramento de la Eucaristía, ahí está la vida.
Y tú, hija mía, ora mucho, porque las persecuciones no se acabarán, hija mía. Son obstinados y crueles, a veces. Pero tú protégete en nuestros Corazones.
Oración y penitencia, hijos míos. Orad por los que no oran y haced sacrificios por los que no lo hacen, que los hombres viven cómodamente; el sacrificio no existe y han olvidado la oración; y la fe, cada día, va desapareciendo de los hogares. Por eso, en los hogares no hay paz entre los padres y los hijos; no se entienden, porque Dios falta en esos hogares. Rezad el santo Rosario en familia, hijos míos. Id a Misa y oíd el Santo Sacrificio de la Misa con devoción, y acudid a este lugar, que yo fortaleceré vuestro espíritu.
Muchos de ellos, hija mía, míralos: fueron sellados con una cruz en la frente; y mira, muchos de ellos, lo que han alcanzado: la eternidad. Ése es el mayor cielo: estar con Dios; y el mayor infierno es carecer de la presencia de Dios, hija mía; no hace falta otro infierno más tormentoso que ése. Por eso, mira cuántos han llegado a este lugar.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay, Dios mío! ¡Qué grandeza, Señor!
El Señor:
¡Y que los hombres no se den cuenta de tantas gracias como he derramado en este lugar! ¡Qué necios sois, hijos míos, y qué ciegos estáis!
La Virgen:
Oración y penitencia pido; visitas al Santísimo, que están olvidados, los hombres, de Dios. Se han olvidado de visitar a Dios en el Sacramento del Altar. Sed humildes, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para la conversión de los pecadores…
Tú, hija mía, acepta todas las pruebas que el Señor te mande y reza mucho por todos ellos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 3 de febrero de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, aquí está Jesús, consuelo de los hombres. Grita, hija mía, que Jesús quiere hacer un llamamiento a los hombres, para que cambien sus vidas. Este llamamiento lo hace al mundo, y el mundo le vuelve las espaldas.
Grita que yo vengo a salvar a las almas, a abrasarlas y a consumirlas en mi amor. Pide por ellas, hija mía. Nada te asuste y nada te entristezca: ni las calumnias, ni las difamaciones. Tú, sigue siendo fiel a nuestras palabras. Grita que eres portadora de la palabra de Jesús. Y yo hago contigo lo que quiero, hija mía; por eso te digo que no tengas miedo a nada ni a nadie. Tú, transmite mi palabra. Ten celo por las almas, hija mía. No dejes de orar, la oración lo puede todo. Mira las almas que te encomendé, hija mía; ten celo por ellas, que vendrán a mí, te lo aseguro, hija mía.
Yo te daré fuerzas para gritar que no enojen a Jesús los hombres, que Jesús está muy enojado. Si sólo vengo a decir que tengo hambre y sed de almas, de almas que me correspondan. Yo quiero, hija mía, abrasar a esas almas y consumirlas en mi amor. Pero esas almas tienen que vaciar su corazón, para yo hacer un cielo de cada alma y poderme refugiar en ellas; tienen que destruir lo que llevan dentro: la soberbia, el orgullo, que los lleva a consumar todos los pecados.
Sólo os pido que os vaciéis de todo lo terreno, que yo os daré todo lo necesario. Yo soy la Luz, venid a mí y os haré ver lo que no habéis visto, hijos míos. ¿Cómo siendo yo la Luz os vais a la tiniebla, donde os quedáis ciegos, hijos míos? Si vengo a mostraros mi amor, mi perdón y mi misericordia, hijos míos, ¿cómo no cambiáis vuestras vidas? No me enojéis más, hijos míos, que mi Corazón sufre por los hombres y por mis almas consagradas, por mis sacerdotes eternos.
Limpiad vuestras culpas, hijos míos, y venid a mí y aprended la mansedumbre de mi Corazón. Trabajad para la gloria de Dios y para vuestra salvación y la salvación de las almas. Si es lo único que os pido, hijos míos: un poco de amor. ¿Me lo vais a negar, hijos míos?
¿Cómo no me comprendéis? ¿No habéis meditado, hijos míos, que es que la tiniebla no os hace ver y tenéis que buscar la luz? Entonces veréis, hijos míos, veréis maravillas. Pero cambiad, no esperéis más tiempo, hijos míos, y reconoceos a vosotros mismos. Dad gracias a todo un Dios, que viene a daros su amor y a invitaros, hijos míos, a que seáis amigos de mi Divino Corazón.
Convertíos, hijos míos; ¿no veis las calamidades que hay en el mundo, las catástrofes?; todo es por falta de amor a Dios. El hombre se ha convertido en un dios, y a Dios le quiere dejar como hombre, y Dios será siempre Dios, y la criatura tiene que estar debajo del Creador. ¿Cómo las criaturas, hijos míos, intentáis ser más que Dios? Sed humildes, amad a la Iglesia, hijos míos, sed sacerdotes eternos, entregaos a vuestro ministerio, sacerdotes de mi Corazón.
Hago también un llamamiento a los hogares, a todos aquellos hogares... ¿Cómo pueden funcionar vuestros hogares, hijos míos, si no está Dios en ellos? Por eso estáis en guerra constantemente, por eso los hijos se vuelven contra los padres y los padres contra los hijos. Reuníos todos, hijos míos, dialogad, y que haya paz en vuestros hogares. Rezad el Rosario en familia, veréis cuántas gracias recibiréis en vuestros hogares; pero como no está Dios, la esposa es infiel al esposo, el padre no aguanta al hijo, el hijo no respeta al padre, y sólo hay guerras en esos hogares.
En los conventos hay un relajamiento, que no viven una vida de contemplación; salen a la calle, se contagian del mundo y abandonan a Dios; por eso hay tan pocas almas donde yo pueda refugiarme; y las pocas que hay, aquéllos que no entran en el Cielo, no las dejan que entren tampoco, porque quieren ser fiel a sus reglas. ¿Qué habéis hecho, hijos míos, de vuestros votos, de vuestras promesas...; de vuestros sacramentos, matrimonios; de los mandamientos, hijos de los padres, que no respetáis el cuarto mandamiento de la Ley de Dios?
¿Hasta dónde quieren llegar los hombres, destruyendo las leyes que Dios ha impuesto? ¿No veis, hijos míos, que nadie está conforme con la Ley de Dios? Parece Sodoma y Gomorra la Tierra, hijos míos; no se respetan unos a otros: el que es hombre, quiere ser mujer; la mujer quiere ser hombre. ¿Cómo estropeáis las leyes de Dios, si Dios hizo al hombre y la mujer? ¿Por qué extorsionáis los planes de Dios y no os respetáis cada uno como sois, hijos míos? ¿Hasta dónde vais a llegar con vuestros escándalos, con vuestra inmoralidad, hijos míos, con vuestro impudor? ¡Estáis ciegos, a dónde está llegando el hombre!
E incluso, hijos míos, quieren convertirse en creadores de hombres. Pero, ¿cómo? ¿No os dais cuenta que muchas almas han sido castigadas por no aceptar la voluntad de Dios, por no obedecer, hijos míos? El Ángel cayó del Cielo, el Ángel más bello, por no obedecer a Dios, por su soberbia. Vuestros primeros padres, hijos míos, en esa desobediencia fueron arrojados del Paraíso.
La moral, hijos míos, no la respetáis. ¡Qué inmoralidad entre los hombres, qué falta de amor y qué desobediencia a Dios y a la Iglesia de Dios! Obedeced al Santo Padre, hijos míos, dejaos aconsejar.
Y vosotros, seglares, laicos, obedeced a la Iglesia, amadla con todo vuestro corazón y cumplid con el Evangelio. Acudid a este lugar, hijos míos, que os enseñará a amar a la Iglesia, a amar a los sacerdotes y a vivir el Evangelio. Haced visitas al Santísimo, acercaos a la Eucaristía y lavad vuestras culpas, hijos míos, en el sacramento de la Penitencia.
Y tú, hija mía, sé fuerte y no escuches lo que te pueda enturbiar, hija mía; lo que enturbia, hay que retirarse de ello. Humildad te pido, hija mía. Refúgiate en nuestros Corazones.
Oración, oración; pido a todos: rezad el santo Rosario, la plegaria que más me gusta, la que en los hogares se ha olvidado. Amaos unos a otros, perdonaos y uniros, hijos míos, para la gloria de Dios. ¡Ay de aquellos infieles a mi palabra! ¡Ay de aquéllos que buscan sus gustos y sus caprichos, sin importarles abandonar lo que Dios ha puesto en sus manos! ¡Ay, la infidelidad! ¡Ay, todos aquéllos que habéis abandonado la Obra de Dios, hijos míos, buscando vuestros caprichos y vuestros gustos! Todos los que habéis sido desagradecidos a tantas y tantas gracias como Dios ha puesto en vuestras manos, ¡pobres de vosotros, hijos míos!
Qué ingratos sois; decís que amáis a Dios, haciendo vuestro capricho y vuestro gusto. ¡Hipócritas fariseos! ¡Cómo os dejáis arrastrar por la influencia de Satanás! Muchos de vosotros tenéis en vuestros hogares a Satanás revestido en ángel de luz. ¡Ciegos, que estáis ciegos, y vuestra ceguera os lleva a renunciar las grandezas de Dios, para meteros en las miserias del mundo! Tenéis fuentes y bebéis en los charcos, hijos míos; fuentes limpias y cristalinas, y bebéis cieno.
¿Hasta cuándo os voy a avisar que tengáis cuidado, hijos míos, que el demonio es muy astuto y se reviste con piel de oveja, para engañaros? ¡Ciegos, más que ciegos, vosotros os sembráis la condenación con vuestra propia voluntad! Infieles: la infidelidad ante Dios es grave, hijos míos. Amaos los unos a los otros. Reuníos todos para darle gloria a Dios. La unidad es muy importante, hijos míos. No os separéis de la cepa donde podéis alimentaros.
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para el día de las tinieblas…
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 3 de marzo de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, aquí está la Divina Majestad de Dios ultrajada por los hombres. Hay que seguir reparando, hija mía, por las almas. Las almas son obstinadas e ingratas; ni ante la cruz, ni ante los ultrajes, el hombre se humilla, hija mía, y los hombres no ven la situación del mundo: que cada día Dios es olvidado, ultrajado y despreciado. Hija mía, cuántas veces grito a los hombres, desde la soledad del sagrario, que tengo sed y hambre de almas. Tengo frío, hijos míos, porque los hombres no me dan calor, su corazón parece un bloque de hielo. El hombre está más interesado en el mundo, y en las cosas que hay en el mundo, que en Dios.
Hago un llamamiento, hijos míos, a las almas: visitadme en el sagrario, hijos míos, recibid la Eucaristía. ¡Cuántas noches grito desde mi soledad: «¿Qué hacen las almas con la Divina Majestad de Dios?»! Quiero que los hombres se reúnan a orar y a pedir por los pecadores.
También hago un llamamiento a los señores obispos, para que reúnan a los señores sacerdotes y les enseñen a trabajar por su ministerio y que se dediquen sólo a las almas, que hay mucha mies y pocos operarios, que dejen de ser funcionarios y que expliquen a las almas la verdad del Evangelio; y que los señores sacerdotes hagan caso de los señores obispos; que enseñen quién es el Creador y quién es la criatura, porque los hombres se están convirtiendo en creadores y han dejado al Creador. No puede ser un creador el hombre, cuando ha sido creado. El Creador es el Increado. Enseñad a los hombres, hijos míos, las verdades, para que los hombres cambien sus vidas.
Se avecinan tiempos graves, hijos míos; con la oración, con el sacrificio ¡se puede evitar, hijos míos, tantas catástrofes!... Sed humildes y comprended la palabra de Dios. No hagáis como cuando el Diluvio, hijos míos, cuando Sodoma y Gomorra; siempre que Dios ha avisado, hijos míos, vuestra soberbia no os ha dejado ver las verdades, que Dios ha dicho, hijos míos. Dios no es catastrófico; es la verdad del Evangelio. Explicadles a los hombres todas las verdades.
Queridos hijos míos, sacerdotes: haced caso de mis queridos obispos, y predicad por todo el mundo, para que los hombres vuelvan la mirada a Dios. ¿No veis que cada día Dios está más olvidado? No os hagáis los sordos, hijos míos, escuchad mi palabra; dad ejemplo, hijos míos, de vuestra vida.
Y vosotros, laicos, amad a la Iglesia, amad al Santo Padre, hijos míos, pedid por él. Reuníos todos a orar, hijos míos, el mundo está necesitado de oración. Si los hombres oraran, las almas se convertirían. Orad. Orad, hijos míos. Rezad el santo Rosario, hijos míos; si podéis, rezadlo en familia, que los hogares están destruidos. Las familias se separan unos de otros y crecen sin conocerse unos a otros. ¡Qué pena de familias, hijos míos! ¿No os da pena de no respetar la Ley de Dios, hijos míos? Vivid en el santo temor de Dios, seguid el Evangelio, amaos unos a otros.
Hay que enseñar al hombre para lo que fue creado. En primer lugar, sacerdotes queridos, enseñadles a los hombres que han sido creados para amar y glorificar a Dios, no para idolatrar a los hombres ni para idolatrarse ellos mismos, mientras Dios es despreciado y olvidado. ¿No os da pena de las ofensas tan graves que cometéis contra Dios, hijos míos? Frenad vuestros sentidos, hijos míos. El mundo está lleno de inmoralidad, y cuando el hombre cae en lujuria se queda ciego. Ya la desobediencia es la primera, hija mía. Cuando el hombre desobedece a la Ley de Dios se queda sordo y ciego; y el pecado de la lujuria es el que está reinando entre la Humanidad.
No le dan importancia, hija mía; los pecados los ven virtudes y las virtudes pecados. ¿Por qué escondéis el Evangelio y no lo explicáis tal como es, hijos míos, para que los hombres sepan las verdades?
Orad. Haced mucha oración. Confesad vuestras culpas, hijos míos. Haced visitas al Santísimo, acompañadme alguna noche, hijos míos. Los hombres se han olvidado de mi soledad. ¡Qué frialdad encuentro en muchos sagrarios, hija mía! En muchos sagrarios estoy olvidado. Visitadme, hijos míos. Amaos unos a otros con un amor limpio y puro, hijos míos. Sed humildes y comprended la verdad, hijos míos. ¿No os da miedo de frenar a Dios, hijos míos?
Tú, hija mía, sigue reparando por estas almas, para ver si llegan a mí. ¡Qué duras son las almas! Cuánto les cuesta, hija mía; con lo fácil que es amar, pero confunden el amor con la pasión. No saben lo que es el verdadero amor, venido de Dios. El hombre ama con pasión y por egoísmo. Así está el mundo, hijos míos. Sacrificio pido y penitencia. Os enseño a amar a la Iglesia, hijos míos. Todos los que acudís a este lugar: confesad vuestros pecados, hijos míos; amad mucho a la Iglesia, a los sacerdotes, al Santo Padre, y orad, para no caer en tentación.
La Virgen:
Sí, hija mía, es necesario sacrificarse y orar por las almas, aunque las almas sean ingratas, hija mía, no te canses de orar por ellos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos para el día de las tinieblas…
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 7 de abril de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Aquí estoy, hija mía, como Madre Dolorosa, como Madre de los pecadores. Los hombres se mofan de mis palabras y de mis mensajes; pero, ¡ay de aquéllos que les sirve de mofa, en vez de arrepentirse y mirar a Dios! Mi nombre lo pisotean, y de mis palabras se mofan.
Una vez más me manifiesto, no para decir nada nuevo a los hombres, sino para abrir los oídos de los sordos y los ojos de los ciegos; que no quieren escuchar la doctrina y les sirve de risa y mofa. Y dicen que para qué tantos mensajes, hijos míos. ¿No veis, siervos inútiles, que el mundo está en manos de Satanás, y os hacéis los sordos y los ciegos, y una Madre viene a recordar a sus hijos el peligro que hay en el mundo?
¿Cuántas veces os he dicho, hijos míos: mis mensajes se van a acabar? Pero los hombres no cambian, y cuántas veces una madre avisa a sus hijos: «Hijos míos, no os aviso más», y viendo que el hijo está metido en la perdición, la madre sigue avisando el peligro que acecha al hijo. Pues eso hago yo, como Madre de los pecadores: avisarles que vuelvan su mirada a Dios, porque el mundo no se puede arreglar sin Dios.
Y vosotros, guías de los pueblos, ¿cómo os podéis mofar de mi nombre y del Nombre de Dios? En vez de humillaros y bajar la cerviz, os sirve para ensoberbeceros más. ¿Quién sois vosotros para limitar a Dios?
El Señor:
Sí, hijos míos, el Hijo de Dios vivo os habla y os dice, hijos míos, que no os moféis de las palabras del Cielo. Os di poder para perdonar los pecados, os ungí de mis gracias, y vuestra misión es aplicar la caridad con los hombres, con ternura a los pecadores, como un padre aconseja a sus hijos. Pero, ¿qué clase de guías sois de los pueblos, si os mofáis, hijos míos, de mi Nombre y os sirve de risión entre vuestras amistades?
¿Hasta cuándo, hijo mío, tengo que estar avisando? Implorad a Dios perdón por las almas y luz para que vean; y para vosotros también, recibid la luz para discernir los dones del Espíritu Santo. Hijos míos, cuántos de vosotros os reunís para destruir, no para construir. No perdáis el tiempo, hijos míos. Sed un buen abono para la tierra, para que salgan flores de vuestros corazones. No seáis abrojos que ahoguéis la semilla por vuestra soberbia y vuestra infidelidad. Y todavía decís, hijos míos, que ¡tanto mensaje! Estáis ciegos.
Cambiad vuestras vidas, hijos míos. Y aquéllos que veis que llevan el camino recto y seguro, les ponéis zancadillas, porque ni entráis ni queréis que entren en el Cielo. Cuántas veces os he dicho que el que está conmigo no va contra mí, hijos míos. Vosotros vais contra mí; que ni hacéis ni dejáis hacer. Dejad a los sacerdotes santos que cumplan su misión y que prediquen el Evangelio como está escrito, y no les hagáis la vida imposible. Convertíos y arrepentíos.
¡Ay, pueblo, que parece el pueblo de Israel! ¡Ay, guías del pueblo, que no encamináis a las almas al camino de la salvación! ¿No sabéis, hijos míos, que todo el que va contra Dios recibe su merecido? Estudiad el Corazón de Dios, y encontraréis en él dolor de vuestras infidelidades y de vuestro mal ejemplo. No seáis funcionarios; sed pastores de almas, hijos míos. Abrid las iglesias para que las almas puedan visitar al «Prisionero». Dedicaos a las almas, veréis qué paz tendréis en vuestro interior. ¡Ay, hijos míos, ¿hasta cuándo os tiene que estar Dios avisando?! Y decís que cómo Dios va a manifestarse a los hombres. ¿Acaso no hacéis motivos para que Dios dé avisos? La infidelidad a Dios es grave, hijos míos.
Venid, hijos míos, y refugiaos en mi Corazón; que por muy graves que sean vuestros pecados, mayor es mi misericordia, pero bajad la cerviz y no seáis soberbios, hijos míos. Yo me manifiesto a los humildes, a los incultos, para confundiros a los letrados y a los poderosos. ¿Por qué no dejáis a Dios que obre? Sed humildes, hijos míos. Atraed a las almas, no las persigáis y les clavéis el aguijón. Constantemente estáis clavando el aguijón. Tened cuidado, hijos míos, que puede volverse contra vosotros el aguijón. Sólo quiero que cambiéis.
Hago un llamamiento a los seglares, a los sacerdotes, a los religiosos; que reaviven la fe y que no se dejen arrastrar por las pasiones, ni la astucia del enemigo. Predicad el Evangelio tal como está escrito; no lo dejéis en metáforas. El Evangelio es siempre el mismo. Y ¡ay del que ponga o quite algo de él, cuando se presente ante la Divina Majestad de Dios! ¿¡No tenéis temor de Dios, hijos míos!? Para temer a una cosa hay que saber, hijos míos, que eso existe; y muchos de vosotros ni creéis en la Divina Majestad de Dios.
A los hogares hago una familia... —¡Ah! (Interrupción de Luz Amparo)—...Hago familias santas a todos aquéllos que quieren aceptar mi divina voluntad. Hago un llamamiento a todos los hombres: amad a la Iglesia, hijos míos, confesad vuestras culpas. Satanás está reinando en la Humanidad. ¿No veis, hijos míos, que sin oración no se puede vivir, hijos míos? El alma necesita alimentarse y comunicarse con Dios, y los hombres se han abandonado.
Confesad vuestras culpas y acercaos al Santísimo Sacramento del Altar, hijos míos. Haced visitas a Jesús, que está triste y solo; obras de amor y misericordia unidas a la oración y al sacrificio. Sed humildes, hijos míos, y respetad mi palabra. No hagáis mofa de ella, que Dios hará justicia sobre todos vosotros, hijos míos.
Y vosotros, sacerdotes santos, caminad por el camino recto del Evangelio, y nada os acobarde, ni nadie. Llevad el distintivo de sacerdote, hijos míos; pues los sacerdotes hoy no se les conoce, porque no llevan ni un distintivo. ¡Qué pena de vestidura que arrinconan!, una vestidura sagrada la tienen arrinconada; no os avergoncéis de ella: es un freno para vuestras vidas, hijos míos.
La Virgen:
Mis mensajes serán muy cortos, porque ya os he dicho que todo lo que he dicho se cumplirá; y como sabéis, muchas cosas se han cumplido, y otras faltan que cumplir. Pero recordaré la penitencia y la oración, porque los hombres os olvidáis de las obligaciones de cristianos, hijos míos. ¡Y dicen que por qué me manifiesto! Si Dios es olvidado y los hombres hoy no se acuerdan de los sacramentos, viven como animales, juntos, sin necesitar sacramentos. ¿Y decís que está bien el mundo, hijos míos?...
Por eso vengo a abriros los ojos y los oídos. Ya hace muchos años que os vine avisando y habéis seguido sordos y ciegos: humildad, oración y sacrificio; amad a la Iglesia. Respetad a los obispos: sacerdotes y seglares; acercaos a la Eucaristía y al sacramento de la Penitencia; ayudad a los sacerdotes y orad por ellos; sed humildes para reconocer vuestras culpas.
Todo el que acuda a este lugar será bendecido y marcado con una cruz en la frente.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos para los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 5 de mayo de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, aquí estoy como Madre Dolorosa, como Madre de los pecadores, como Madre de los afligidos.
El Señor:
Sólo voy a dar un aviso a las almas; y a ti, hija mía, te voy a pedir: déjate manejar por mis manos, que yo te manejaré para mi gloria y para el bien de las almas. No te angusties, hija mía; a veces son pruebas dolorosas para probar la fe de los hombres. Tú no te angusties, hija mía, por nada; yo permito todo. ¿Cómo le permití a Abraham que fuese al monte a sacrificar a su hijo?: para probar su fe. Así, hija mía, quiero probar la fe de los que más te aman.
Luz Amparo:
Señor, son pruebas tan duras... ¡Ay, Señor! ¡Ay, no permitas eso, Señor! A veces, Señor…
El Señor:
Tú di sí a todo lo que yo quiera, hija mía; y no a lo que yo no quiera, aunque no lo veas claro, hija mía. Yo permito a los hombres... (Luz Amparo ve en este momento, según explicación posterior suya, que Dios permite atentar contra personas e instrumentos divinos, sin especificar más).
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío; haz lo que quieras, Señor! ¡Ay..., todo lo que quieras, eso y más! Yo estoy en tus manos…
El Señor:
Por eso te pido, hija mía: déjate manejar por mí, que yo lo hago para mi gloria y para bien de las almas; y pruebo la fe en lo más profundo de los corazones y, a veces, la pruebo para que vean la oscuridad donde está la luz. ¡Cuántas veces, hija mía, te has quedado en tinieblas, y yo lo he permitido!
Luz Amparo:
Señor, haz de mí lo que quieras, pero, sobre todo, dame fuerzas para saber decir sí a todas las cosas, que no me defienda en nada.
El Señor:
Hija mía, yo quiero almas víctimas, almas dóciles, almas desinteresadas, y por eso, a veces, pruebo a las almas con estas pruebas tan terribles. Sólo desde la santidad pueden comprender el misterio de Dios. Tú obedece en todo, hija mía.
Luz Amparo:
Señor, haz de mí lo que quieras, pero a veces, ¡es tan duro! ¡Ay, perdóname, Señor, por todas mis flaquezas y mis miserias! Quiero hacer lo que Tú quieras, aunque no lo comprenda ni lo entienda, Señor.
El Señor:
Eso es lo que quiero enseñar a las almas, hija mía: a comprender sin entender.
Oración pido, hija mía. También pido un poco consuelo para nuestros Corazones afligidos por los pecados de los hombres. Orad, hijos míos, mucho. Orad, y nunca desfallezcáis en la fe, pase lo que pase, hijos míos.
Yo, a veces, permito la tentación al diablo, para ver si los hombres están fortalecidos en la fe.
No dudéis, hijos míos, no dudéis de mi palabra y de mis acciones. Oración pido, y pido a los sacerdotes, obispos y cardenales que estén en constante unión con el Santo Padre, ese varón lleno de santidad, sacrificado. Imitadle, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay, qué capacidad de sacrificio!...
El Señor:
Toda su vida, hija mía, la ha dejado —mira— para la unidad de los cristianos y para el bien de la Iglesia. Es un varón incansable, lleno de la sabiduría del Espíritu Santo, hija mía. Y que no se asuste nadie si digo que es el varón más santo que pisa sobre la Tierra. Amadle mucho, obedecedle, señores sacerdotes, obispos y cardenales; imitadle. Su vida la ha ido dejando en todos los lugares que ha ido yendo, para bien de las almas y para beneficio de la Iglesia. Hago un llamamiento para que os unáis a él, hijos míos, y oréis mucho, para que los hombres de buena voluntad se reúnan en los rebaños que han dejado.
Hijos míos, pastoread a las almas; es el último aviso que os doy, hijos míos: amad mucho al Santo Padre, amad a la Iglesia, hijos míos; predicad el Evangelio y conquistad a las almas para Dios.
Orad, que el mundo está en esta situación por falta de oración. Amaos los unos a los otros; acercaos al sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía; fortaleceos, hijos míos, y nunca dudéis de la obra que Dios ha puesto en vuestras manos, hijos míos; estad todos unidos, hijos míos.
Y tú, hija mía, oración pido; ofrécete víctima de reparación por los pecados de los hombres; tiene mucho valor, hija mía, porque el dolor es más fuerte de los más allegados, de los que más amas, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, Señor, es muy duro esto, Señor! ¡Ay, ¿por qué me tienes aquí ya, Señor, si yo aquí ya no hago nada?! ¡Llévame contigo, Señor! ¡Llévame contigo, Señor! ¡Ay, ay, yo no tengo fuerzas, a veces, Señor! Y tengo que, en silencio, guardar tantas cosas, Señor…
El Señor:
Tienes nuestra fortaleza, hija mía, si no, no hubieras podido sobrevivir. Desde muy niña has tenido nuestra protección, hija mía.
Ofrécete víctima de reparación. Nunca, hija mía, hemos desaparecido de tu lado. Sabes que en tus miserias y en tus dolores, siempre has encontrado una mano amiga que te ayudara, hija mía.
Luz Amparo:
Perdóname, Señor. Soy tan ingrata que, a veces, me quejo de todo, Señor. Perdóname y ayúdame.
El Señor:
Aunque te aguijoneen, hija mía, aunque te persigan, y aunque oigas barbaridades, hija mía, nunca des un paso atrás. Sé fuerte, que yo siempre estaré contigo, aun en la oscuridad.
Luz Amparo:
Gracias, Señor.
El Señor:
También quiero, hija mía, que recibas un gozo: apunta diez nombres en el Libro de la Vida; te los doy a escoger, hija mía... Estos nombres, hija mía, no se borrarán jamás. ¿Ves cómo tiene valor el sacrificio y el sufrimiento, hija mía? Y, a veces, el silencio.
Luz Amparo:
Gracias, Señor.
El Señor:
Todo el que acuda a este lugar, será bendecido y marcado con una cruz en la frente.
Rezad el santo Rosario, hijos míos; no olvidéis esa plegaria tan favorita de María, y que tanto bien hace a las almas. Con el santo Rosario se puede evitar grandes catástrofes, hija mía. El Rosario tiene mucho valor, y los hombres lo han olvidado. Rezad el Rosario en familia, hijos míos. Padres: enseñad a vuestros hijos la oración del santo Rosario, que es unidad. No os abandonéis y no abandonéis a vuestros hijos en la oración.
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores…
Reza, hija mía, por esas almas infieles; por esas almas ingratas, que las deslumbra el mundo y abandonan a Dios por cualquiera placer y cualquier gusto, hija mía. Haz oración por ellos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Esta bendición sirve para la conversión de los pobres pecadores. Los objetos bendecidos sobre las almas: se convertirán.

Mensaje del día 2 de junio de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo:
¡Qué bella vienes!...
La Virgen:
Mira, hija mía, hoy vengo con el manto de oro de tantas y tantas avemarías que he recibido de este lugar. Por eso te digo, hija mía: ¿ves cómo hay muchas almas que me aman? Todas las avemarías están recogidas, para cada uno colocarlas —los ángeles— en el lugar que le corresponde en la eternidad.
El Señor:
Es una riqueza la oración. Pero la oración sin la obra no es nada. Hay muchos que mueven los labios y no mueven el corazón, hija mía. Hay que mover los labios, para mover el corazón. Por eso he pedido obras de amor y misericordia; porque todas estas almas, la riqueza de su oración las ha llevado a la acción. La oración sin obras no sirve. Un alma que ora y odia no puede servirle la oración. La oración sirve para amar, para ayudarse unos a otros, para comprenderse; pero aquél que se da muchos golpes de pecho y luego ve a su hermano que está desamparado y triste, y le dice: «Dios te ampare», ¿de qué le sirve la oración al hombre, si su corazón está paralizado?
Y también quiero que vuestras obras no las pongáis al son de trompeta: que lo que vuestra mano derecha haga, no lo sepa vuestra izquierda. Te lo he dicho, hija mía, que muchas almas se quedan sólo en el tiempo, porque les gusta que se vean sus obras. Por eso os digo, hijos míos: todo el que quiere seguirme no tiene que ser halagado ni buscar glorias en la Tierra. Buscad la eternidad. Pero, ¡ay de todos aquéllos que os gusta que os recreen los oídos con lo que hacéis: son obras muertas! Dejaos reprender, hijos míos.
Tú, hija mía, quiero que obres con sencillez, con naturalidad. Cuánto me gusta que te acerques a nuestros Corazones. Tú, hija mía, di las cosas, grítalas, para que las almas no estén engañadas. Me gustan las almas sencillas, las almas naturales. Grita lo que yo te digo; te buscarás enemistades, pero no perderás mi amistad, hija mía. Sé sencilla. Aprende a ser humilde. Bienaventurados los que se humillan, porque ellos serán ensalzados.
Ama a los que te persigan, hija mía. Ora mucho y quiere mucho a los que te odian. Yo, por decir la verdad, hija mía, fui a la Cruz; mi verdad fue mi crucifixión. Por eso tuve tantos enemigos: por decir la verdad. Pero yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; y el que hace lo que yo le enseño y camina por donde yo camino, no será abandonado de mi gracia.
Orad, hijos míos, por los pobres pecadores. Qué tristeza siente mi Corazón cuando los pecadores se alejan y me rechazan, pero qué alegría cuando vuelven arrepentidos a mi regazo. Grita que yo soy un padre tierno, que espera a sus hijos, para abrazarlos y perdonar todas sus miserias. Sí, hija mía, aunque sus pecados sean gordos, mi amor es grande para todo aquél que se arrepienta.
Acudid a este lugar, hijos míos, y orad con devoción. Aprended a amar a la Iglesia. Acercaos a la Eucaristía, pero antes pasad por el sacramento de la Penitencia. El que come mi Pan y bebe mi Sangre tendrá vida eterna. Amaos los unos a los otros, hijos míos. Sed pacientes unos con otros; ése es el mandamiento más importante, hijos míos: el que os améis unos a otros. Padres, educad a vuestros hijos, enseñadles que no sólo de pan vive el hombre, que tienen que alimentarse de la palabra de Dios. Si aman a Dios, hijos míos, os respetarán y os amarán a vosotros.
Rezad el Rosario en familia, no os acostéis ni una sola noche sin rezar esta plegaria tan hermosa: Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Ahí está la Madre y el Hijo, los dos participaron en la Redención. Y el que ama a María, ama a Jesús. María y Jesús son un Corazón. Por eso quiero que se la conozca como Madre de todos los pecadores. Mi Madre tiene el Corazón tierno, tan tierno como un niño «chiquitito», y os ama tanto que le he dado poder para aplastar la cabeza del Dragón, para estar en la puerta del Cielo y como refugio de los pecadores.
La Virgen:
Tú, hija mía, protégete bajo este manto, será tu alivio y tu fortaleza. Protegeré a todos los tuyos y, sobre todo, hija mía, para que entren en el Cielo. Esto no quiere decir que dejes de sufrir, hija mía; tu misión es sufrir desde que naciste, pero mi protección nadie te la quitará, hija mía. Los hombres cambian pero yo no cambio. Yo te escogí como instrumento de mi Obra para que hagas este trabajo, y te he ido puliendo, hija mía, en dolores y sufrimientos, calumnias, desalientos, pero ése es el Cielo, hija mía.
Luz Amparo:
Yo te pido, Madre mía, por todos mis hijos, por todos los pecadores del mundo, y amo a todos los que me odian y haré sacrificio por todos los que me calumnian.
El Señor:
Madres, luchad por vuestros hijos, pedid por ellos. Las madres que sean leales se salvarán por los hijos. Te dije, hija mía, en una ocasión, que la madre asciende o desciende como el hijo. Procurad, madres, hacer oración por ellos y darles buenos ejemplos. Pero tampoco os dejéis, aquellas madres, arrastrar por vuestros hijos; pedid por ellos.
Ora por la Iglesia, hija mía, la Iglesia está en Getsemaní, y el mundo está cada vez peor, aunque los hombres no quieren ver la situación del mundo. Ama mucho, hija mía, por eso tu corazón se dilata, por el amor que tienes, hija mía; has sido como una gallina que protege a sus polluelos. Tu vida la has basado en tus polluelos, hija mía, y aunque hayas recibido sinsabores, también has recibido alegrías, hija mía.
Yo pongo a prueba las almas, para ver hasta dónde son capaces de no dejarse engañar y de no dudar nunca de la palabra de Dios. Pero el demonio es muy astuto, no duerme, hija mía, y está siempre maquinando a ver cómo puede hacer ver lo que no es, hija mía. A veces son pruebas dolorosas, pero el alma víctima tiene que pasar por todas esas pruebas, hija mía. Ora y nunca te abandones, hija mía, te pase lo que te pase; no te desanimes, sigue adelante. El tiempo aquí no va a ser largo, hija mía, y allí es la eternidad. No cambies esto por aquello.
Luz Amparo:
¡Ay, qué felicidad!…
El Señor:
Has sentido la felicidad. Bebe unas gotas del cáliz del dolor... Está amargo, hija mía, pero éste es el camino de la reparación. Ahora vas a escribir en el Libro de la Vida diez nombres; escógelos tú... No se borrarán jamás estos nombres, hija mía, están escritos en el Libro de la Vida, en recompensa a tu dolor, a tu sufrimiento, a las calumnias, a las persecuciones. ¡Ves cómo recompenso, hija mía!
Luz Amparo:
Gracias, Señor.
El Señor:
¡Cuántos miles de almas se han salvado, hija mía! ¡Cuántos frutos! ¡Qué alegría sienten nuestros Corazones por todas estas almas que han llegado a lugares como éste, hija mía, porque han aprendido a orar y amar a la Iglesia!
Luz Amparo:
¡Ay, cuántas, Señor! ¡Gracias! ¡Gracias, Señor! ¡Oy, cuántas almas! ¡Ay, cuántas! ¡Qué grandeza, Dios mío! Gracias, Señor, gracias.
El Señor:
Todos son bienaventurados. Esta recompensa es la que te tiene que animar, hija mía. ¡Adelante! Oración y amor, hija mía.
Seguid luchando. Y también derramaré muchas gracias sobre todo el que colabore en esta misión.
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Gracias, hijos míos, por todas vuestras oraciones.

Mensaje del día 7 de julio de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, aquí estoy otra vez más, para acompañaros, para fortaleceros y para protegeros, hijos míos. Os vengo a pedir oración, sacrificio y penitencia; lo que los hombres hoy han olvidado. El mundo está sin Dios y por eso camina hacia la perdición; pero los hombres están ciegos y no ven que los hombres se han desmoralizado y se han deshumanizado, hija mía, y quieren vivir cada uno su libertad y cada uno gobernarse sin que nadie lo gobierne. Pero los hombres siguen obstinados en no verlo.
Repito otra vez más: que los hombres sin Dios no son humanos, porque el hombre tiene un alma dentro del cuerpo, y el alma pertenece a Dios, pero los hombres no se preocupan del alma. Por eso os pido a vosotros: orad.
¿Y cómo los hombres no quieren que me manifieste, si cada día los hombres están más olvidados de Dios, de los sacramentos, del sacramento del Matrimonio?; la mayoría de los hombres no quieren el sacramento del Matrimonio. El hombre está como las fieras y no quiere que nadie lo socorra espiritualmente
Por eso pido una vez más: oración, sacrificio y penitencia. Amad mucho a la Iglesia. Visitad a mi Hijo en el sagrario; ¡a veces está tan triste! Frecuentad los sacramentos, hijos míos, acercaos a la Eucaristía, amad al Santo Padre y orad por él. No os abandonéis en la oración, hijos míos. Haced buenas obras, porque muchos movimientos... Sólo mueven los labios, pero no se acuerdan de mover el corazón, y el hombre, si no mueve el corazón, no le sirve para nada el movimiento de los labios.
El Señor:
Sí, hija mía, hay que pedir mucho. Nada te angustie, hija mía, ni las persecuciones ni las calumnias. Yo puse esta Obra en tus manos, para que me glorifiques y para que todos los que pertenecen a ella me glorifiquen, porque el mundo me glorifica poco, porque nadie quiere vivir el Evangelio; lo ven crudo. Por eso hay muchos que son infieles, porque quieren estar, como los fariseos, en los primeros puestos, con apariencias, pero sin vivir el Evangelio.
Te pido, hija mía, que corrijas; porque corregir es amar y hacer reconocer a muchas almas sus heridas, porque no quieren reconocerlas. Sólo cuando se intenta desinfectar la herida, para que no mueran —porque hay heridas mortales—, y les escuece, es cuando se dan cuenta; pero su orgullo y su soberbia, hija mía, no les dejan reconocer, y por eso no quieren ser corregidos.
Yo quiero que todo el que pertenezca a esta Obra me ame y me glorifique, ame a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, que es de lo que el hombre se ha olvidado; pero algunos quieren ser glorificados, no glorificarme. Sólo uno es vuestro Señor, vuestro Dios. Pero también hay algunos, hija mía, que se entregan a las medidas de sus fuerzas y me alaban y me glorifican; se dejan corregir, porque aquéllos que hacen mi voluntad, aquéllos son los que más me agradan. Pero aquéllos que piensan en sí mismos, en los suyos, sin acordarse del que les tiende una mano, para ayudarle, protegerle…
El amor, hijos míos, es la moneda más grande para ganar el Cielo y para ir a la Patria celestial. Un alma helada no sirve para nada, por mucho que mueva los labios; es un témpano de hielo que, si no ama, de nada me sirven sus obras, hija mía. El hombre está creado para amar: para amar a su Creador y a sus criaturas; por eso quiero que os entreguéis en cuerpo y alma a los pobres y a los necesitados. Y ¡ay de aquéllos que sólo piensan en ellos y en los suyos; y aquéllos que no ejercitan el corazón y mueven los labios, aquellos fariseos que no socorren al pobre!
Los que pertenecéis a esta Obra entregaos en cuerpo y alma; ayudad, para que se extienda por todos los rincones del mundo. No queráis estar en los primeros puestos donde todo el mundo os vea; escondeos cuando hagáis las obras, y que nadie os dé palmaditas ni que escuchéis halagos. Eso os gusta a algunos mucho, hijos míos, y esas palabras están vacías de Dios, llenas de mundo, de orgullo y de vanidad. Matad vuestro orgullo, sed humildes y aprovechad tantas y tantas gracias como estáis recibiendo, hijos míos.
Yo os prometo que todo el que colabore con los pobres y necesitados tendrá un lugar en la eternidad.
Y el que ama a Dios con todo su corazón, con todas sus fuerzas y con sus cinco sentidos, ama al prójimo; por eso los hombres fallan en el amor, porque no aman a Dios como hay que amarlo. Cuando Dios los pone a prueba, rechazan la cruz y no quieren que nadie les hable ni de cruz ni de obediencia, porque quieren hacer su voluntad: la libertad de los hijos de las tinieblas; porque la libertad que Dios da al hombre es para ser amante de Dios y del prójimo. Por eso, otra vez más, pido que vuestras obras estén unidas al amor de Dios, y tendréis el Paraíso ganado. Ésa es la moneda que yo doy a cambio del amor hacia los necesitados.
Nada te angustie, hija mía; sé humilde y fortalécete cada día más en nuestros Corazones.
La Virgen:
Acudid a este lugar, hijos míos, que seréis bendecidos y marcados con una cruz. Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos para los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 4 de agosto de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, mi Corazón viene de dol... (Interrumpe Luz Amparo con expresión admirativa) de dolor lleno, atravesado por tantas y tantas espinas. Los hombres ingratos no dejan de clavar espinas en mi Corazón, hijos míos. Reparad todas estas ofensas. Por cada avemaría vuestra, hijos míos, os prometo proteger vuestras casas de las asechanzas del enemigo, hijos míos. Acudid, acudid a este lugar; recibe mi Corazón mucho consuelo.
El Señor:
Hija mía, busco corazones donde refugiarme, y encuentro tan pocos..., porque la mayoría de los corazones están apegados al mundo, a la carne y a la sangre. Los hombres, hija mía, se han olvidado de Dios; su orgullo destruye el amor y no se aman desinteresadamente; se aman egoístamente. Por eso pido oración y sacrificio, y los hombres se hacen los sordos. Los hombres quieren estar por encima de Dios y quieren imponer a Dios sus leyes, no aceptar las leyes de Dios, los hombres. Cuántas almas, hija mía, les he dado millares y millares de gracias y las han convertido en destruirse, porque las han rechazado y pisoteado; no aceptan la palabra de Dios. El hombre es tan orgulloso que le impone a Dios lo que tiene que hacer.
Pero, hijos míos, yo soy el Todopoderoso, el Creador, el Increado. ¿Cuántas veces os voy a decir que bajéis la cerviz y reconozcáis a Dios como Creador vuestro? No le impongáis a Dios vuestros deseos y dejad a Dios que obre según su voluntad.
Hijos míos, los hombres se han convertido en fieras heridas y no aceptan la presencia de Dios, ni las manifestaciones. Dios quiere que los hombres cambien, hija mía. El hombre ha sido creado para amar y glorificar a Dios, no para glorificarse ellos mismos. ¿A dónde estáis llegando, hijos míos?: a quitar a Dios el puesto que le corresponde; nadie como Dios, hijos míos. Su soberbia no les deja aceptar que Dios se manifiesta donde quiere y cuando quiere.
Yo instituí la Eucaristía por amor a los hombres, y los hombres no saben amar, sólo odiarse y no respetar la Ley de Dios. ¡Cuántas veces os voy a repetir, hijos míos, que reconozcáis el pecado, que no veáis la virtud pecado y el pecado virtud!
¡Qué pocos siguen el Evangelio tal como está escrito! ¡Cuántas veces te lo he dicho, hija mía!: anteponen a su madre, a su padre, a su hermano, a su hermana antes que a Dios. La infidelidad de las almas consagradas es el apego a la carne y a la sangre. Las vacaciones, hija mía, destruyen las vocaciones. Sí, te lo repito una y otra vez: las almas no son fieles a su vocación.
¡Ay, almas ingratas, que no sois fieles a vuestros compromisos y a vuestros votos! Vuestro compromiso y vuestro voto está en el Cielo escrito, y ¡ay de aquellas almas que se introducen en el mundo y dejan su vocación, hijos míos! La infidelidad es algo que ofende tremendamente a Dios, y cada día hay más infidelidad en las almas. ¡Ay, almas ingratas: más os valiera no haber nacido! La infidelidad a Dios es más grave todavía que la infidelidad a los hombres; es un pecado eterno. No hay que jugar con Dios, hijos míos.
Id al sagrario cuando encontréis dificultades, y allí me encontraréis, para daros fuerzas y ánimos para que sigáis adelante. Pero no hagáis caso de la astucia de Satanás, que os introduce en el mundo y os posee vuestras almas; y las almas que son fieles queréis destruirlas, hijos míos. Dejad a aquellas almas que son fieles a Dios que vivan la vida que han escogido. No seáis como los paganos, que ni entran ni dejan. Laicos: amad a la Iglesia, amad al Santo Padre, amad a los obispos, respetadlos.
Y tú, hija mía, sigue siendo fiel a nuestros Corazones, hija mía. Vas a beber unas gotas del cáliz del dolor... Está muy amargo, hija mía, pero fortalecerá tu espíritu.
Vengo a consolarme en tu corazón, hija mía. Tú sabes que te amo y que de niña, hija mía, te he protegido de tantos y tantos peligros. Tu corazoncito tierno, hija mía, a veces lo he juntado con el mío, para protegerte de tantos y tantos peligros como había a tu alrededor y para consolarte de tantos dolores y tantos sufrimientos; que ese corazoncito tan pequeño empezó a sufrir la incomprensión de los seres humanos. Tú pedías socorro, hija mía, y yo te protegía, te cogía con mis manos y te sentaba sobre mis rodillas. Yo he sido tu protector cuando eras pequeñita, hija mía. ¡Cuántos peligros te acechaban, hija mía!; y de todos te saqué.
Apriétame sobre tu corazón. Hija mía, no dejes de amarme, no antepongas a nadie a mí; tu corazón y el mío que estén unidos, hija mía; unidos hasta la eternidad. Sé fuerte, hija mía, mi Corazón te ama. Ámame mucho, y no temas a nadie, ni las difamaciones, ni la calumnia, ni las habladurías, hija mía. Sé fuerte y sé fiel hasta la muerte, hija mía. Que tu corazón siga compartiendo y amando a los seres humanos, a los pobres y a los necesitados, como siempre has compartido, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, Dios mío, perdóname si alguna vez me enfado o alguna vez peco de omisión, de no hacer lo que me pides! Señor, perdóname porque tengo tantas miserias y estoy tan llena de defectos, mi Señor, que no soy digna de amarte, Señor, pero te amo con todo mi corazón y con mis cinco sentidos.
El Señor:
Ámame, Luz querida; que las almas que me aman de esta manera, yo me entrego a ellas y soy bálsamo que me derrito en ellas. A ver si reparamos, todo este mes, los pecados de estas almas, hija mía, ya que son tan ingratas que no quieren reparar sus pecados; vamos a reparar, hija mía. ¡Les he dado tanto y me han correspondido tan poco, hija mía!..., pero todavía mi Corazón las sigue y las persigue. Vamos a ver, hija mía, si somos capaces de ablandar sus corazones.
Sé humilde, hija mía, la humildad es la base principal de todo, y la obediencia; ésa es la virtud más hermosa. Ora mucho por los pecadores. Los pobres pecadores, hija mía, son los que entristecen mi Corazón, ¡el abandono que hay en el mundo de las almas, hija mía!... ¡Y que digan los hombres que el mundo está bien!; están ciegos, porque cada uno vive según sus gustos y según sus caprichos, no según la voluntad de Dios, hija mía. Son tan pocos, que yo a aquellas almas consagradas que me son fieles, las ama tanto mi Corazón que siempre estoy con ellas y no las abandono nunca.
Orad, hijos míos, orad. Haced penitencia y sacrificios, que el mundo está necesitado de oración bien hecha, no de una oración mecánica que sólo mueve los labios. Amad a los pobres y necesitados. Entregaos en cuerpo y alma a todos aquéllos que os necesiten, hija mía: ésta es mi Obra de Amor y de Misericordia. Que seáis para los demás y os entreguéis en cuerpo y alma a esta Obra venida de mis manos. El amor, hija mía, que resplandezca; el amor a Dios y al prójimo.
Hijos míos, todos los que acudís a este lugar: protegeré vuestros hogares de las asechanzas de Satanás. Acudid a recibir gracias, hijos míos, pero no me defraudéis y después las pisoteéis. Ayudad al pobre y al necesitado; éste es el Evangelio: el amor.
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos para los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 1 de septiembre de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, aquí estoy, una vez más, para recordar a los hombres que cumplan la Ley de Dios. Aunque los hombres dicen que no es necesario, para salvarse, cumplir con la Ley de Dios; el Evangelio está escrito: ¿quién se salvará? El que cumpla con los mandamientos. ¿Quién cumple con los mandamientos, hija mía? ¡Qué pocos son los hombres que cumplen con los mandamientos! Por eso me manifiesto una y otra vez, porque quiero que los hombres cumplan los mandamientos de la Ley de Dios. Los hombres han hecho unos mandamientos como ellos han querido, hija mía. Por eso, ¡cuántos se presentarán ante Dios, y Dios no los reconocerá, hija mía!
¿Cómo los hombres se quejan que cómo me manifiesto tantas veces, si los hombres no dejan de ofender a Dios y no cumplen con la Ley de Dios?
El Señor:
Hijos míos, cumplid con los mandamientos, acercaos a los sacramentos y no seáis tan ingratos. Hoy el único «mandamiento» que resplandece, que el hombre lo ha creado, es la pasión, el placer. Han deformado todos los sacramentos, hasta el sacramento del Matrimonio.
Yo podía haber creado ángeles y querubines, y, sin embargo, quise que el hombre naciera del hombre por amor. Por eso dejé la libertad al hombre y le hice racional; y a los animales les dejé «brigidez»…
Luz Amparo:
¿Frigidez?
El Señor:
...y no les di una inteligencia racional como al hombre. El hombre fue creado con el fin de procrear, y ¿qué han hecho de este sacramento?: aberraciones, placeres, pasiones..., y han destruido el amor; porque el hombre se ha degenerado, y el amor ha desaparecido con la pasión y el placer. Por eso el hombre tiene que dar cuenta a Dios de esos pecados de adulterio, de placer, de pasión. El hombre se ha vuelto loco, sólo piensa en el sexo, hija mía; no encamina ese sacramento a la Ley de Dios con el amor; que Dios está en ese momento tan hermoso, que es que el hombre ame con todo su corazón, pero con la gracia que viene por el sacramento.
El hombre hoy es como un animal, pero racional. Los animales los he dejado yo, hija mía, con esa frigidez, pero al hombre le he dado libertad para llegar a Dios por el amor, y la gloria que se le da a Dios en ese matrimonio lleno de amor, de pureza y de belleza.
¡Ay, criaturas, que no hacéis nada más que cometer pecado tras pecado y lleváis el pecado de la carne en triunfo! ¿No veis, hijos míos, que el mundo se ha desbocado en una degeneración? El hombre no respeta la dignidad que Dios le ha dado; se ha vuelto un animal salvaje; no le da importancia al pecado; por eso el mundo está en esta situación, hija mía. Sólo pido, hijos míos, que conservéis la Ley de Dios, procreéis por amor, con ese amor que viene del costado de Cristo y que, por la gracia del sacramento, se impregna en vuestros corazones.
¡Ay, criaturas, hasta dónde llegáis con la pasión y el placer! Todo es la falta de amor que hay entre los hombres, y todo lo han convertido en pasión y placer; no buscan nada más que sus propios gustos y sus propios placeres. Es lo que vengo a recordar, hijos míos, y el hombre no quiere oír. ¡Cuántos llegan ante la Divina Majestad de Dios y tienen que oír las palabras: «¡No te conozco, porque no cumpliste mis leyes!». Cumplid los mandamientos, amad a la Iglesia y bebed de sus fuentes, hijos míos, pero que esas fuentes eleven vuestro espíritu a la Divina Majestad de Dios; no os quedéis en los placeres del mundo. Desprendeos del mundo, hijos míos; amad a vuestros hermanos.
No existe el amor entre los hombres, ni entre los mismos matrimonios, hija mía; lo han convertido todo en sexo y pasión. Y repito, hijos míos, que yo quise que el hombre naciese del amor; si no, hubiese creado ángeles y querubines y serafines. Respetad este mandamiento.
Acudid a este lugar, hijos míos, que aprenderéis a amar a la Iglesia, al Santo Padre; porque las palabras que se dicen en este lugar son para ir al templo y para cambiar vuestras vidas, hijos míos. Es la doctrina que se os enseña. ¡Cuántos se han salvado que estaban condenados, porque el camino que llevaban era un camino de pecado y de destrucción, y recibieron la gracia, y cambiaron sus vidas, confesaron sus culpas, y aquí están, hija mía! Mira qué gran número de todos los que acudían a este lugar.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, cuántos, Señor...!
El Señor:
Este gran número de almas han recibido gracias muy especiales y han muerto con los sacramentos y en gracia, y aquí están, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, Dios mío! ¡Qué grande es Dios! ¡Ay, cuántos, Señor...!
El Señor:
Ésa es la grandeza de Dios, que derrama gracias para salvar a las almas. Unos las pisotean y las rechazan; y el que las recibe y las cultiva, mira dónde se encuentra; y otros muchos, hija mía, que han cambiado sus vidas totalmente para entregarse a Dios.
¡Cuánto le cuesta al hombre dejar el mundo y entregarse al pobre y al necesitado! Hijos míos, ayudad a los pobres, a los necesitados; cambiad vuestras vidas y amad mucho a nuestros Corazones de Jesús y de María.
La Virgen:
Todos los que acudáis a este lugar recibiréis gracias muy especiales, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores…
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 6 de octubre de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Aquí estamos, hija mía; yo estoy como Madre y refugio de los pecadores, como Madre de tantos y tantos afligidos.
El Señor:
Y yo estoy como Padre de justicia y de amor. Yo quiero consumir a las almas en mi amor; pero las almas no se dejan modelar. Yo quiero destruir, de dentro de sus almas, todas las miserias que hay en ellas, y hacer maravillas en sus almas y fortalecerlas, para que luchen y se retiren de tantas y tantas tentaciones que tienen en el mundo; y los arrastra, hija mía. Por eso te digo que hay que orar mucho, hacer mucha oración y mucha penitencia. A las almas las deslumbra el mundo y las pasiones; yo las llamo y ellas no quieren escuchar mi llamada. ¿No te da pena, hija mía?
Por eso te pido, hija mía: hay que sufrir, hay que reparar, porque yo me entrego a las almas, pero las almas se hacen las sordas. Yo me doy en alimento, para fortalecerlas, y ¡cómo correspondéis, hijos míos, a tantas y tantas gracias como recibís de la Divina Majestad de Dios!
Por eso te digo, hija mía, que la única manera de conquistar a las almas es con el dolor, con el sufrimiento. Te dije que estarías dos meses purificando los pecados y las miserias de estas almas. Mira, hija mía, cuánto cuestan, pero así vine yo a dar mi vida para salvaros, hijos míos. Por eso te pido, hija mía: hay que ir muriendo, muriendo poco a poco, para que los culpables vayan resucitando, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, Señor, yo ya no puedo más, ya no puedo, Señor, ya no puedo! ¡Ay, no tengo fuerzas Señor! ¡Ay, ay, Señor, dame fuerzas para soportarlo todo...!
El Señor:
Hija mía, tú sabes que yo estoy contigo también sufriendo, para salvar a las almas. ¡Qué ingratas son, hija mía!; pero hay almas que son tan obstinadas que se les quita la gracia y se les da a los demás, porque no quieren aceptar las gracias que yo les mando. Por eso, hija mía, tienes que ser fuerte y aceptar el sufrimiento y el dolor. Ya sé, hija mía, que no tienes nada en el cuerpo que esté a mi servicio, hija mía, que todo lo que tienes lo has puesto al servicio de Dios.
Toma unas gotas del cáliz del dolor, hija mía... Toma otro poco, hija mía... Está amargo, hija mía; es la amargura de los pecados, que los hombres son tan ingratos que se introducen en el pecado y se dejan arrastrar por la astucia del enemigo. Los hombres quieren servir al enemigo, no quieren estar al servicio de Dios, hija mía; pero mira los que están al servicio de Dios y los que han estado en la Tierra a su servicio en esta Obra, hija mía.
Pierre:
Gracias os doy a todos por haberme aceptado al servicio de esta Obra bendita de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay, Pedro, ay!
Pierre:
Mirad las gracias que he recibido, que aquí estoy en este lugar maravilloso de felicidad, de alegría y de paz. Dios me ha introducido en sus entrañas y me ha hecho ver su vida interior, donde está el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, y donde me están haciendo comprender maravillas y misterios divinos; a través de las entrañas de Dios Padre, está la grandeza de todo. ¡Qué feliz soy! Por eso pido a todos: trabajad para gloria de Dios, que hay una recompensa bella y eterna. ¡Qué hermosura y qué grandezas las de aquí! Pido a los míos que me imiten y sigan este camino para juntarnos en las maravillas de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay, qué grandeza!
Pierre:
No hay paz ni felicidad que se parezca a este lugar. Luchad, para que todos podamos llegar a la paz y a la felicidad eterna.
Luz Amparo:
¡Ay, Dios mío..., Señor!
El Señor:
¿Ves, hija mía, como te digo, que nada quedará sin recompensa? Cualquier cosa que se haga por los pobres, por los necesitados... Recibirán una recompensa tan grande que es más del ciento por uno, hija mía; pero, ¡ay, aquéllos que son cobardes e ingratos a lo que yo les he pedido, sólo por querer resplandecer en los primeros puestos, y por recibir halagos y palmaditas!; todo lo han perdido.
Cómo cambian, te lo he dicho muchísimas veces, hija mía: ¡cambian la eternidad por el tiempo! ¡Ay, pobres, les gusta estar en los primeros lugares! ¡Ay, que les gusta repetir su nombre y que estén dándoles palmadas en la espalda!; han cambiado la grandeza de Dios por la vanidad y la vanagloria de la Tierra.
Pero, hija mía, el modo de llegar al Cielo es la cruz, y el que la rechaza no caminará por el camino que caminó Cristo. ¿No os dais cuenta, hijos míos, que el amor que sentía por vosotros fue el que me dio muerte? Vosotros, ¿no podéis ofrecer cualquier humillación, cualquier persecución o cualquiera de las contradicciones que hay en el mundo? Sed humildes, hijos míos, y sabed ofrecer a Dios holocaustos, hijos míos. Los hombres se han olvidado de los principios que los llevaba a la santidad y a la Gloria.
Sacrificio, sacrificio y penitencia pido, amor entre los hombres. Orad mucho, hijos míos, porque el mundo, os lo he dicho otras veces, está al borde del precipicio; porque los hombres, con su orgullo y su vanidad, no reconocen los misterios de Dios, ni la Ley de Dios; la pisotean. Por eso, hija mía, si queremos ayudar a los débiles, tienes que ser fuerte y seguir sufriendo. El sufrimiento es amor, hija mía. El sufrimiento es redención.
«Orad, hermanos...», decís todos los días en el sacrificio de la Santa Misa; pero ¿sabéis lo que significan esas palabras, o estáis de rutina oyendo ese Santo Sacrificio? Es la palabra más hermosa: reunirse todos los hijos de Dios para comunicarse con Dios en la oración. No vayáis a recibir mi Cuerpo de rutina y con esa tibieza que muchos vais, hijos míos. Yo soy la Fortaleza, y el que ora con profundidad y su oración sale de lo más profundo de su corazón, yo estoy en comunicación con él; por eso os pido oración, oración y sacrificio.
Haced visitas al Santísimo; a veces, ¡estoy en una soledad! ¡Cuánta sed tengo de almas en esa soledad, hija mía! Tengo frío, pero frío de amor. Las almas no me abrigan, porque vienen sus corazones como témpanos de hielo; no me dan calor, ese amor sincero, sin egoísmo. Aquí estoy día y noche, hija mía, esperando a los hombres, en esta soledad tremenda; todo por el amor a ellos; por eso instituí este sacramento de la Eucaristía, y ¡qué mal correspondido soy!
Amaos los unos a los otros, y no carguéis cargas unos sobre otros. Y tú, hija mía, sé humilde y acepta todo lo que yo te mande; no te desesperes.
Luz Amparo:
Señor, con tu ayuda..., pero no tengo fuerzas, Señor; Tú sabes que no puedo, a veces.
El Señor:
No te separes de mí; yo soy la Fortaleza, el Camino, la Vida. Al que está conmigo, lo fortaleceré.
Luz Amparo:
Gracias, Señor.
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para el día de las tinieblas…
Orad mucho, pues el mundo está en un gran peligro constante, hijos míos.

Mensaje del día 3 de noviembre de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, mira cómo vengo: como Madre de los pecadores y Refugio de los afligidos. Mira cuántas almas, hija mía, están bajo mi protección. Dios Padre, hija mía, les otorga un día para comunicarse, por medio de la gracia, con sus seres queridos, pero no pueden llegar; la Tierra está tan corrompida, hija mía, que las almas no pueden llegar hasta ella; por eso vienen bajo mi protección.
Luz Amparo:
¡Ay, cuántas, Dios mío! ¡Ay, cuántas, todas conocidas!
La Virgen:
Todas estas almas, gracias a la gracia que han recibido desde aquí, hija mía... Sus vidas estaban desorientadas y, desde este lugar, fueron orientadas a la Iglesia y a los sacramentos, para su salvación. ¡Y cómo los hombres tan ingratos no aprecian esta grandeza!
Luz Amparo:
¡Ay, ay, cuántas almas, Dios mío!...
La Virgen:
Muchos vienen a dar las gracias, familiares de almas que están en esta Obra, familiares de aquéllos que colaboran en ella, y muchos pecadores, hija mía, que han llegado a este lugar y han conseguido la gracia de su conversión. Por eso dicen «¡gracias!», por todos aquéllos que hacen oración por los pecadores. ¿Sabes, hija mía, la oración que le gusta a Dios más que ninguna otra? La oración que se hace por los pecadores; esa oración nunca queda sin respuesta, esa oración alegra nuestros Corazones, hijos míos. Acordaos de los pobres pecadores, orad y rezad por ellos, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay, ay! ¡Qué grandeza!...
El Señor:
Mira la grandeza de Dios; qué lugares, hija mía, Dios prepara para sus almas queridas. Dios tiene su corazón consumido de amor por las almas. Dios aplica la misericordia con todas aquellas almas que se convierten y piden perdón. Dios es un Padre muy amable con sus hijos y se derrite su corazón cuando los pecadores piden perdón de sus pecados. ¡Qué grandeza la de Dios, hija mía! ¡Y cuántas almas no saben aprovechar estos dones! Ni mi Sangre, hijos míos, ha servido para muchas de las almas.
Mira, hija mía, muchas de estas almas, valiéndose de su poder, maquinan el mal para destruir mi Obra. Pero, ¿cómo, ingratos, podéis pensar que vais a destruir una Obra de Dios, aunque clavéis aguijones, aunque persigáis a las almas?; pero Dios está por encima de vosotros, hijos míos.
Mira, hija mía, estas almas se dedican en maquinar para destruir mi Obra. Si yo quisiera, hija mía, los haría desaparecer, pero quiero que tú repares sus ingratitudes y sus manipulaciones, hija mía. Manipulan a las almas para hacer desaparecer mi Obra. Pide mucho por ellos y ámalos con todo tu corazón. Si Dios con vosotros, nadie podrá contra vosotros. Pide por ellos, hija mía, son dignos de lástima. Tanto como mi Corazón los ama y se dedican a destruir; en vez de construir obras buenas, intentan destruir, hija mía, la Obra que yo he creado. ¿No te da pena de ellos, hija mía? Otra oportunidad más.
Acudid a este lugar, hijos míos, que, desde este lugar, recibiréis las gracias para ir al templo, hijos míos, para cambiar vuestras almas, para acercaros al sacramento de la Eucaristía y al sacramento de la Penitencia... Mi corazón está triste, pero también siento gran alegría al ver que tantas y tantas almas han llegado a la felicidad eterna. Vale la pena luchar, hija mía, para encontrar la calma y la felicidad. No temas a nadie, hija mía, refúgiate en nuestros Corazones y recibirás fuerza para luchar ante las tempestades.
Oración y sacrificio pido a todas las almas, pues la situación del mundo es grave, aunque se empeñen en no ver la situación del mundo. Sólo Dios puede solucionar todas estas calamidades. El mundo está al borde del abismo. Acudid a este lugar, hijos míos; este lugar es lugar de amor, de oración, de perdón. Aquí aprenden las almas a amarse y a perdonarse, aquí aprenden a amar a la Iglesia, e ir a la Iglesia a recibir los sacramentos y tantas y tantas gracias como hay en ella.
Por eso, quiero, hijos míos, que sigáis orando por los pecadores y que os améis unos a otros, pues las almas que no aman, esas almas tienen una posesión dentro que no pueden amar.
¡Cuántos rezan, cuántos aparentan ser lo que no son, pero su corazón está tan endurecido y tan frío, como un bloque de hielo, que no aman a las almas; no piensan nada más que en destruir! ¡Ay, aquéllos que se aprovechan de sus puestos para aguijonear a las almas! Cuando lleguen ante mi presencia, ¿qué respuesta me van a dar ante las preguntas que yo les haga?
Aplicad la caridad, hijos míos; sin caridad no hay Cielo, pero no a los que queráis vosotros y os agraden a vosotros, sino a todos los hijos de Dios; porque no es mejor aquél que practica la «caridad» por el gusto de que lo vean y por la apariencia, y luego acorralan a las almas para apedrearlas y difamarlas. Hijos míos, el mandamiento más importante: que os améis los unos a los otros como yo os amo, sin diferencia ni de idioma, ni de color, ni de clase.
Hija mía, refúgiate en nuestros Corazones, consúmete en nuestro amor y en amor para las almas. Te he dicho muchas veces, hija mía, que te dejes como un juguete en nuestras manos, como un juguete se pone en manos de un niño, para que nosotros hagamos lo que queramos contigo.
Repara las ingratitudes de tantas almas, almas que se creen elevadas y que todo el mundo las admira por sus apariencias, pero, ¡ay, cuando lleguen ante la Divina Majestad de Dios! ¿No os da miedo, hijos míos, vivir de apariencia? No seáis hipócritas ni fariseos. Convertíos, hijos míos, amad a todas las almas, y no queráis destruir mi Obra. Si yo tengo los brazos abiertos para todos vosotros, hijos míos, ¡¿cómo no os da miedo de difamar y calumniar, y de aprovecharos de estas pobres almas que todo lo han dado y lo han dejado por el amor a los hombres y el amor a Dios?! ¿Por qué no imitáis, y escudriñáis el camino que han escogido?, no que sin conocimiento actuáis. ¡Hijos míos, qué tristeza que mis almas obren así!
Y a pesar de todo, hijos míos, mi Corazón está abierto para vosotros. Y tú, hija mía, no dejes de orar por ellos. La oración es buena y nunca se pierde, hija mía. Vale la pena sufrir para luego encontrar la felicidad como estas almas
Luz Amparo:
¡Qué lugar más hermoso! ¡Qué lugar, Dios mío!... ¡Ay!...
El Señor:
Este lugar se lo tienen que ir labrando y cultivando las almas.
Luz Amparo:
¡Qué grandeza, Señor! ¡Cómo se perderán esto los hombres por el mundo y las cosas que hay en el mundo!
El Señor:
Los hombres, hija mía, la mayoría, han enloquecido por los placeres, por la carne, por los vicios, por las comodidades; han enloquecido de tal forma que no ven el pecado; para ellos nada es pecado, todo es virtud. Así está la Tierra, hija mía; los hombres están, la mayoría, desesperados; nada más piensan en los placeres de la carne, el demonio los ha absorbido y los tiene anulados como seres humanos, se convierten peor que fieras. Por eso hay que pedir mucho por la situación del mundo, hija mía.
Oración os pido, hijos míos, oración, sacrificio y penitencia. Los hombres se han olvidado de orar; por eso Dios no reina en sus corazones y el demonio es el rey del mundo. Gracias por todas las oraciones que hacen por los pecadores. Las almas son tan felices, hija mía; vuelve otra vez a verlas.
Luz Amparo:
¡Ay, qué grandeza, Dios mío! ¡Ay, Dios mío, qué belleza tienen!... Vale la pena sufrir, Señor, para ver estas almas.
El Señor:
Por eso piden las almas que estén en gracia sus seres queridos, para poderse comunicar, por medio de la oración, con ellos; es la Comunión de los Santos.
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos para la conversión de los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 1 de diciembre de 2001, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, aquí estoy otra vez más como Madre y Señora de todo lo creado, Madre de los pecadores, de los afligidos. Vengo a hacer un llamamiento a la oración y a la penitencia, hija mía. Cada día, hija mía, los hombres tienen menos fe en sus corazones; el mundo está de mal en peor. Dios es olvidado y ultrajado, y la naturaleza humana se rebela contra los soberanos derechos del Creador.
El Señor:
Sí, hija mía, los hombres se quieren convertir en creadores del mundo. ¡Hasta dónde van a llegar! ¡Cómo destruyen la vida humana! Te dije, hija mía, hace mucho tiempo, que el hombre estaba estudiando con el ser humano, sin darle miedo a convertirlo en un ser sin sentimientos. En muchos lugares, hija mía, están estudiando y mira qué monstruos.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, qué horror! ¡Ay!
El Señor:
Hasta ahí quieren llegar, hija mía. El hombre sin Dios no tiene vida, porque es una vida vegetativa; por eso os pido, hijos míos: orad, orad para que el hombre no sea tan soberbio y orgulloso que quiere quitar el puesto al Creador... ¡Y nadie como Dios! Porque el hombre es creatura creada por Él. El mundo está corrompido, hija mía, los hombres no tienen moral. ¡¿Hasta dónde, creaturas de Dios, queréis llegar?! El mundo está así porque los hombres han perdido el sentimiento; por eso pido oración; sólo la oración y la penitencia pueden ayudar a que el hombre baje la cerviz y se limite a no traspasar la Ley de Dios.
La Virgen:
Orad, hijos míos, acercaos a los sacramentos, amad mucho a Jesucristo y refugiaos en nuestros Corazones. El hombre está deshumanizado, y cuando el hombre no tiene sentimientos es peor que una fiera, arrasa todo lo que pilla. Por eso pido: amaos los unos a los otros, hijos míos, es lo que falta en el mundo; la caridad es el amor.
¿Qué más voy a decir, hijos míos, si ya lo he dicho todo? Sólo os pido que oréis y que no os durmáis, hijos míos. En la oración os comunicáis con Dios, y el que tiene a Dios, no tiene que temer a nadie, nada le falta.
Sed humildes, hijos míos, y amad a los que os persiguen y os calumnian. Acudid a este lugar, que seréis bendecidos.
Levantad todos los objetos, todos serán bendecidos para los pobres pecadores.
Hijos míos, os repito: orad, oración y penitencia, que al hombre se le ha olvidado orar; por eso el hombre no se conforma con su naturaleza, que cada uno cambia porque no está conforme con lo que Dios ha hecho en él. El hombre no es capaz de aceptar la ley divina y por eso se marcan ellos sus leyes, no se aceptan como son; y repito: el hombre quiere ser mujer y la mujer quiere ser hombre; no se aceptan a vivir limpia y puramente y aceptar la voluntad de Dios y a ser cada uno como es.
Se está convirtiendo el mundo como Sodoma y Gomorra, hija mía; será horrible andar hasta por las calles. No os dais cuenta del peligro del mundo ni de las asechanzas de Satanás. Vigilad vuestra alma, hijos míos, vigilad.
Os bendigo, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.