A continuación se muestran todos los mensajes del año seleccionado:

Mensaje del día 7 de enero de 1984, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, os vengo a decir que tengáis paz y amor. Sin paz y sin amor entre vosotros no conseguiréis el Cielo, hijos míos. También os pido el sacrificio junto con la oración.
Sí, hija mía, tú tienes que sufrir mucho para salvar almas; por eso te pido humildad; humildad, hija mía. Vale la pena tener humildad para luego conseguir esto, hija mía.
Luz Amparo:
Yo quiero quedarme aquí, yo quiero quedarme, déjame aquí.
La Virgen:
No, hija mía, tienes todavía que sufrir para alcanzar esta morada.
Luz Amparo:
Veo una morada completamente amarilla; hasta el césped y las rocas son amarillos, con destellos como si fueran de oro. Las personas que veo en esta morada están rodeadas de una aureola de luz amarilla. Algunas de estas personas tienen el pelo muy largo, casi hasta la cintura.
La Virgen:
Besa el suelo, hija mía, besa el suelo en acto de humildad... En acto de humildad, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo. Sí, hija mía, si eres fiel a mi Hijo, conseguirás esto.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos... Hija mía, todos los objetos han sido bendecidos.
Sed humildes, hijos míos, sin humildad no conseguiréis el Cielo.
Adiós, hijos míos, adiós.

Mensaje del día 24 de marzo de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, mi Corazón rebosa de alegría al ver que todos los humanos han sido consagrados a mi Inmaculado Corazón, hija mía. El Vicario de Cristo, mi amado hijo, hija mía, este hombre ha consagrado el globo terrestre, hija mía; ahora corresponde a los humanos coger esas gracias que mi Corazón derrama diariamente por todos mis hijos.
Ha sido muy importante, hija mía, esta cita, porque tengo que darte un aviso muy importante, hija mía: cuidado con todos estos «profetas» que están acudiendo por decenas a este lugar. No hablan en contra de Dios, pero no están cumpliendo con el octavo mandamiento de la Ley de Dios, hija mía: «No mentirás»; y están mintiendo, hija mía. Nuestros nombres los cogen como un niño cuando coge un juguete: lo destroza. Ten cuidado, hija mía, con esos «profetas».
También voy a pedir, hija mía: quiero que se haga una estatua en honor a mi nombre, con el escudo de mi amado hijo, el Vicario de Cristo; también con el color amarillo y blanco.
Te costará mucho conseguir esto, hija mía. Tú tienes que ir directamente al Cardenal. Que nadie se oponga en tu camino, hija mía; tú piensa que te humillarán, pero que a mi Hijo le humillaron y tú no eres más que mi Hijo, hija mía.
Ya te he avisado: cuidado con los profetas falsos, que no hablan en contra de mí, pero van en contra de nuestros nombres, hija mía, porque no están cumpliendo con ese mandamiento que fue instituido por la Iglesia y para la Iglesia, hija mía.
Mira, hija mía: tu sufrimiento ha sido tan grande, que vale la pena sufrir; piensa que eras miseria y que mi Hijo te está puliendo para poder subir alto, muy alto. Hazte muy pequeña, hija mía: sé humilde; a veces tampoco cumples con este mandato... (Palabra ininteligible) de tu Madre, hija mía…
Hace mucho, hija mía, que no bebes del cáliz del dolor; vas a beber unas gotas; ya sabes que se está acabando este cáliz. Cógelo, hija mía.
Luz Amparo:
¿También esto?...
La Virgen:
¿Está amargo, hija mía? Pues, ¡cuántos preferirían sentir esta amargura antes que ir al fondo del abismo! Dije que mis avisos se acababan, hija mía; pero, ¡estoy con este gozo tan grande de ver que mi Corazón Inmaculado depende..., depende de vosotros, hijos míos!
Yo os estoy avisando. Soy como una madre y, como madre, tengo el deber de avisaros, hijos míos. Cuando una madre ve que su hijo va a caer por un precipicio, corre tras él y le pone con gozo en su regazo, hija mía.
Tú no sabes la semilla que ha germinado, hija mía; ha caído en tierra firme. Tú no sufras por esas pocas semillas que han caído entre abrojos; porque han caído entre abrojos, se han ahogado; pero porque ellos han querido, hija mía, porque yo estoy dando avisos hace muchos años para que se conviertan.
Penitencia, hijos míos, penitencia y sacrificio acompañados de la oración.
Haced visitas al Santísimo, hijos míos; mi Hijo está triste y solo.
Quiero que esta estatua, hija mía, sea llevada a Roma, para que el recuerdo de mi hijo sea eterno, hija mía. Te va a costar mucho esto que pido; pero con mi ayuda lo conseguirás.
Levantad todos los objetos, hijos míos... Todos estos objetos han sido bendecidos, hija mía; servirán para la salvación de las almas. Es lo más importante: el alma, lo que más importancia tiene. Ya te he repetido muchas veces, que el cuerpo no vale ni para estiércol, hija mía.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Humildad, hija mía, humildad te pido. Si te calumnian, humíllate, hija mía; que a mi Hijo le calumniaban, le llamaban «el endemoniado», «el vagabundo»; y no va a ser más el discípulo que el Maestro, hija mía. Besa el pie, hija mía, en recompensa a tus sufrimientos... (Luz Amparo da un beso muy fuerte en el aire con grande gozo).
Adiós, hijos míos, adiós.

Mensaje del día 1 de abril de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, vengo a aclararos unas cosas, hija mía.
En mi mensaje del sábado hubo varios humanos que dudaron de tres preguntas, hija mía. Te han preguntado y no has sabido qué contestar. Tú también has dudado, hija mía... (Luz Amparo comienza a llorar con mucha pena).
No llores, hija mía. Eres muy poco humilde por dudar de mis preguntas. Tú antes me has preguntado y no te he contestado; pero quería que todos los aquí presentes supiesen que eres muy poco humilde, hija mía. Antes de aclararte estas tres preguntas, besa el suelo, hija mía; por tu humildad, hija mía, y por todos los humanos…
La primera pregunta que te voy a contestar, hija mía, es sobre el Cardenal. Hace mucho tiempo que te dije que fueses a hablar con el Arzobispo. Hija mía, no has cumplido con lo que yo te dije. Por eso te digo ahora que vayas al Arzobispo y que vayas al Cardenal, hija mía.
La segunda duda es sobre la Iglesia; sobre los mandamientos de la Iglesia, porque te dije, hija mía, que habían sido hechos por la Iglesia y para la Iglesia. Sí, hija mía, porque todo el ser humano es Iglesia, hija mía. Y como todos los humanos son Iglesia... (Ininteligible por el llanto), por eso los mandamientos los hizo Dios para la Iglesia y por la Iglesia, hija mía. Y todos sois Iglesia.
La tercera duda, hija mía, es sobre la Consagración en el mundo. El mundo fue consagrado el domingo. Y os dije que os unieseis a mi amado hijo, el Vicario de Cristo, para que la Consagración no fuese el mismo día, hija mía; pero la Consagración estaba ya en el pensamiento de mi amado hijo, hija mía. Por eso te digo que eres poco humilde para dudar de mí, hija mía. Esto ha sido la causa de mi presencia, hija mía, para aclararte estas preguntas.
Ahora vas a besar el suelo por los pobres pecadores... Por los pobres pecadores, hija mía; en reparación de todos los pecados del mundo.
Nada más quería avisarte, hija mía, para que seas humilde y nunca dudes de mis palabras, aunque te digan que el enemigo puede confundir todo esto, que puede ser obra del enemigo.
Sigue adelante, hija mía, que en una ocasión te dije: «El enemigo nunca puede hacer buenas obras; siempre destruye, hija mía; nunca construye». Por eso pido humildad, que con humildad el enemigo no puede apoderarse de las almas, hija mía. Y no tengas dudas; tienes que ser muy humilde, muy humilde, hija mía.
No llores, porque la humildad consiste en proponérsela uno mismo.
Luz Amparo:
(Entre sollozos) ¡Tantas cosas!... ¡Son tantas cosas!...
La Virgen:
Pero, hija mía, ¿de qué sirven estas cosas del mundo para todo el que goza de ellas, si luego, en un segundo, va a perder su alma, hija mía?
Luz Amparo:
¡Ayúdame!, ¡ayúdame!
La Virgen:
Yo te ayudo, hija mía; pero piensa que eres víctima, víctima de reparación de todos los pecados del mundo. Humildad y sacrificio. Sin sacrificio y sin humildad no podréis conseguir el Cielo, hijos míos.
No dudéis de los mensajes del Cielo, nunca pueden confundirse con los del enemigo. Y no sigáis a profetas falsos. El mundo está invadido de profetas falsos.
Os voy a dar mi bendición, hijos míos. Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Hijos míos, para que veáis que os quiere vuestra Madre, hoy os voy a bendecir todos vuestros objetos. Levantad todos los objetos... Todos estos objetos han sido bendecidos; servirán para la conversión de los pecadores.
Adiós, hijos míos, adiós.

Mensaje del día 7 de abril de 1984, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, este aviso va a ser corto, hija mía: pedid, hijos míos, por esta falsa paz que hay en el mundo. Os pido, hijos míos, que pidáis por la perversidad de los hombres, para que no ofendan más a Dios, porque está muy ofendido.
Su Divina Majestad, la Divina Majestad del Padre va a mandar un castigo sobre toda la Humanidad.
Hijos míos: todos aquéllos que os llamáis hijos de Cristo y que cumplís con los mandamientos, entraréis en el Reino de los Cielos; pero, ¿cuántos son ante los hombres unos grandes santos, hijos míos, pero están ofendiendo al Padre Eterno?
Mira, hija mía: te he mostrado muchas veces cómo ponen el cuerpo de Cristo los pecados de los hombres... (Luz Amparo aumenta sus sollozos, al ver cómo los ángeles le muestran el cuerpo de Cristo totalmente desfigurado por los pecados de la Humanidad).
Con sacrificio, hijos míos, y con oración se salvarán muchas almas, porque estamos al fin de los fines, hijos míos.
Tú, hija mía, tienes que ser humilde; ya sabes que mi Hijo te ha cogido víctima de reparación.
Los hombres, hija mía, son ingratos, no corresponden a las gracias que mi Corazón derrama diariamente.
Voy a dar mi bendición a todos los aquí presentes. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos... Estos objetos, hijos míos, sirven para la conversión de los pobres pecadores.
Van a ser marcados varios de los aquí presentes, hija mía. Varios, hija mía, de los aquí presentes han sido marcados; pero tienen que corresponder a esa marca, hijos míos. Tenéis que ser firmes en la fe, hijos míos, en la caridad, hijos míos, porque si no hay caridad, no se puede amar al prójimo, hijos míos. Es la virtud..., la caridad y la humildad, las virtudes más grandes para entrar en el Reino de los Cielos, hijos míos. Pero siempre con la fe por delante.
Y tú, hija mía, ofrécete como víctima por los pobres pecadores.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 8 de abril de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, voy a avisarte dónde va a ser el lugar para hacer la Capilla, hija mía... (Luz Amparo camina en éxtasis siguiendo las indicaciones de la santísima Virgen). Descálzate, hija mía. Desde este lugar a aquella parte del último árbol, hija mía, a lo ancho y a lo largo; a lo ancho, hija mía, hasta este lugar, hija mía... (Luz Amparo camina hasta ese árbol y continúa descalza entre el barro y las piedras).
Ya lo he dicho todo, hijos míos. Medid, este lugar, hijos míos, a lo ancho y a lo largo. Vuelve, hija mía, al lugar donde te encontrabas... (Luz Amparo, en éxtasis, vuelve caminando al lugar inicial).
Y ahora, hija mía, sólo te quería avisar cómo me gustaría que fuese mi Capilla, hija mía: que acudiesen a este lugar todos aquéllos que viniesen de cualquier parte del mundo y que pudiesen entrar en esa Capilla, hija mía. Medid donde os he indicado. No hay excusa, hija mía, porque ya te lo he dicho todo.
Luz Amparo:
(Entre lágrimas). No depende de mí, no, no depende... ¡Ay!...
La Virgen:
Te he dicho que vayas a hablar con el Obispo, hija mía; hace mucho tiempo te lo he comunicado.
Luz Amparo:
(Sollozando). ¡Ay,... no puedo, y no puede ir allí!...
La Virgen:
Vete, hija mía; es el momento. Y después ya te indicaré que vayas al Cardenal. La estatua, hija mía, que he pedido, hay que hacerla, pero primero hay que ir a hablar con el Obispo; por eso, hija mía, me manifiesto tan a menudo, porque quiero que se cumpla este mensaje.
Luz Amparo:
No puedo, ¡ay, no puedo, yo no puedo, ay...! (No se alcanzan a entender con claridad estas palabras por la fatiga y el llanto).
La Virgen:
Ve donde sea, hija mía. Decídete; pero no dejes un minuto, hija mía. Vas a sufrir, te van a llamar loca.
Luz Amparo:
No, Tú no lo consientas; eso no.
La Virgen:
Ya te he dicho, hija mía, que tu destino es ser víctima. Hija mía, obedece a mis mensajes; luego, hija mía, si no conceden lo que yo pido, no dependerá de ti, hija mía.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecadores, hija mía…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 14 de abril de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, estos días, hija mía, tienen mucho valor el sacrificio y la oración.
Pensad en Cristo, hijos míos: Cristo en la Cruz muriendo por toda la Humanidad. Que vuestra caridad, hijos míos, salga de dentro de vuestro corazón, no de vuestros labios, hijos míos. Podéis ayudar a Cristo a llevar la Cruz, hijos míos; la Cruz es para todo aquél que la acepta con humildad, hijos míos.
Tú, hija mía, sé humilde y ofrécete, como te he repetido, como víctima para la salvación de las almas.
Besa el suelo, hija mía, en acto de penitencia…
Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas. Por eso pido en estos días sacrificio, hijos míos; sacrificio acompañado de la oración.
Si en estos días, hijos míos, llega algún mendigo a vuestra puerta, recibidle con amor, hijos míos, que vuestra caridad salga del corazón; puede ser Cristo Jesús, como un mendigo, para probar vuestra caridad, hijos míos.
Mira, hija mía..., mira mi Corazón; hace mucho que no lo ves. Está cercado de espinas por todas las almas consagradas; por aquéllas que no cumplen. Quita una espina, hija mía, la que está en el centro de mi Corazón...; pero tira, ¡tira de la espina, hija mía! Mi Corazón está dolorido de que los hombres no dejan de ofender a Dios.
Vas a beber otras gotas del cáliz del dolor, hija mía; son unos días muy importantes para la Humanidad. Si hiciese sacrificio, si la Humanidad..., se salvarían muchas almas. Coge el cáliz, hija mía,... Está muy amargo, hija mía; así siente mi Corazón la amargura por los pecados de los hombres.
Te dije, hija mía, que el cáliz se estaba acabando. Pero mira, hija mía, ¡qué poco queda del cáliz!, y, cuando esto se acabe, hija mía, será horrible el Castigo que caerá sobre la Humanidad.
Por eso os pido, hijos míos: rezad el santo Rosario; me gustaría que se rezasen las tres partes, y ofrecerlo por la salvación de las almas.
El Infierno es terrible, hijos míos. Si algunos pensáis que no existe el Infierno, es mentira, hijos míos. Si alguno os ha dicho que Dios es misericordioso y no os castigará...; Dios es misericordia y amor, hijos míos, pero para todo aquél que pide perdón de sus culpas.
Por eso, hijos míos, sacrificio, hijos míos. Os lo pido con toda la fuerza de mi Corazón: ¡sacrificio! Ayudad a salvar a esas almas que no quieren recibir la gracia de mi Corazón.
Vuelve otra vez a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas, ¡las ama tanto mi Corazón!, ¡y qué mal corresponden a este amor!... Todo esto sirve, hija mía, para esas pobres almas. Pedid por ellas, hijos míos, son débiles, y el demonio, que es muy astuto, oscurece sus inteligencias; os lo he repetido, hijos míos: les muestra el camino de los placeres para apoderarse de sus almas.
Por eso, hijos míos, ¡podéis ayudar a tantas almas!; porque muchas almas se condenan porque nadie, ¡nadie!, se acuerda de rezar una oración por ellas.
Os sigo repitiendo que hagáis sacrificio y seáis humildes, hijos míos.
Os voy a dar mi bendición... por medio del Hijo y con el Espíritu Santo. (Palabras entrecortadas por la fatiga y casi ininteligibles).
Estos días, hijos míos, es una bendición especial.
Levantad todos los objetos; todos estos objetos son bendecidos…
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 15 de abril de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía; hoy también, hijos míos, hago mi presencia. Para ti, hija mía, es una prueba muy grande, porque los humanos no pueden creer que yo puedo manifestarme tantas veces, hija mía. ¿Quién son los humanos para decir cuántas veces me puedo manifestar para que todos cambien, hija mía? Para ti será duro, hija mía, todo esto último que te he comunicado, hija mía. Todo no será fácil; no creas que mi Hijo te pondrá las cosas fáciles; tendrás que luchar, hija mía, tendrás que sufrir; pero ya sabes, hija mía..., que no hay sufrimiento sin premio, hija mía. Por eso te digo, hija mía, que los humanos son crueles, hija mía.
Me manifiesto tantas veces, porque quiero, hija mía, que se cumpla lo que yo quiero, hija mía. Pedí hace tiempo que me gustaría que en este lugar se hiciese una capilla en honor a mi nombre, y ¿qué caso hacen a mis avisos, hija mía? Tienes que pedir mucho por las almas consagradas. Piensa en Cristo, hija mía; piensa en la cruz que Jesús te ha dado; y, aunque los humanos digan que no me puedo manifestar, no hagas caso, hija mía, porque estoy realmente presente. Para todos sería sencillo lo que tú pides, hija mía: que hiciese un milagro.
Luz Amparo:
Hazlo; te pido que hagas algo, para que crean; que no creen. ¡Haz algo!
La Virgen:
¿Para ti no tiene significado la salvación de las almas, hija mía? Ése es el mayor milagro; lo que pasa que los humanos piden por el cuerpo y tienen su alma vacía. Tú, hija mía, haz caso a mis avisos. No te dejes guiar por nadie.
Yo me manifiesto, como te dijo mi Hijo en una ocasión, cuando quiero y donde quiero. Besa el suelo, hija mía... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas consagradas. Hoy te doy también permiso para que saques otra espina, hija mía; se ha purificado otra alma consagrada. ¡Sácala, hija mía!
Luz Amparo hace lo que le pide la Virgen, mientras sigue sollozando; por ello, las palabras siguientes casi no se entienden.
Luz Amparo:
¡Ay...! ¡Ay, qué dolor...! ¡Ay, qué dolor...! ¡Qué dolor...! ¡Qué dolor...!
La Virgen:
Sí, hija mía, sientes tal dolor en tu corazón; pues mira cómo está el mío.
Estos días, hija mía, con el sacrificio se pueden salvar muchas almas. Os lo pido a todos los que estáis aquí presentes, hijos míos. Y tú, sé humilde, hija mía, y no dudes de mí, porque ya te he dicho: puedo manifestarme en cualquier momento y donde yo quiera, hija mía. ¿Quién son los humanos para prohibirme en dónde me tengo que aparecer?
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay..., ayúdame! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame...! (Estas palabras se entienden con especial dificultad por lo continuado de los sollozos).
La Virgen:
Te ayudo, hija mía; pero las víctimas tienen que sufrir. Y ya sabes que te he dicho que tu tiempo se aproxima y tienes que sufrir todo el tiempo que te queda. Se salvarán muchas almas, hija mía. Siguen viniendo profetas falsos a este lugar, hija mía; ten cuidado, que no te confundan. Y tú piensa que mi Hijo coge almas incultas y humildes, para confundir a los grandes poderosos. Por eso siempre coge almas humildes; muy pocas veces ha escogido almas sabias, hija mía.
Estos días quiero, hijos míos, que hagáis mucho sacrificio y mucha oración y que los paséis en silencio, hijos míos. Tú, sé humilde; te lo he repetido muchas veces: la humildad es la base principal y tiene la llave de tu morada, hija mía; pero siempre que seas víctima de reparación. Vuelve a besar el suelo otra vez, hija mía, por la conversión de todos los pecadores... No te avergüences, hija mía, de esta humillación. Piensa que el que se humilla será ensalzado, hija mía. Bebe otra gota del cáliz del dolor, hija mía…
Luz Amparo:
Está muy amargo.
La Virgen:
Una gota…
Luz Amparo:
Está amargo.
La Virgen:
Lo último está más amargo, hija mía, porque mi Corazón sufre cada día más y más de ver que los hombres no cambian. Por eso os pido sacrificio, hijos míos... Llora, hija mía, que yo también lloré al pie de la Cruz y sigo llorando por todos mis hijos, ¡por todos!; aquí no hay razas de ninguna clase, hija mía. Os voy a dar mi bendición, hijos míos. Quiero que con esta bendición os corrijáis cada día de vuestros defectos, hijos míos. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo. Muchos van a ser marcados, hijos míos... No digas los nombres, hija mía; pero tú ya sabes que con una mirada pueden comprender el que ha sido marcado, hija mía.
Sé humilde y haz sacrificio. Hacen falta almas víctimas, porque dije que quería escoger apóstoles para los últimos tiempos. A ver cuál de vosotros, hijos míos, se corrige más de sus defectos para ser apóstol... (Enseguida, le muestra unas imágenes, ante las cuales, Luz Amparo solloza amargamente).
Luz Amparo:
¡Ay, mira lo que hay allí! ¡Ay..., ay, eso es..., eso es horrible! ¿Y también hay eso? ¡Ay, ay, ay...! Pero, ¿cómo puede ser esto? ¿Pero Dios puede hacer eso también?
La Virgen:
Dios no hace esto, hija mía; lo hacen los hombres, porque los hombres clavan diariamente a mi Hijo, no tienen compasión de su cuerpo, que dicen que mi Hijo no sufre. Mi Hijo sigue sufriendo, hija mía, porque para Él no hay tiempo, ni pasado, ni futuro, todo es presente, hija mía; y en este mundo presente, los hombres cada día son peor, hija mía.
No los castigues así, no los castigues así... Perdónalos. Allí... ¡No los lleves allí! ¡A esa parte no...! ¡A esa parte no...! ¡Llévalos al otro sitio!
Todo, hija mía, todo aquél que haga méritos, pasará al otro sitio. Pero tú nunca digas que «cómo Dios puede hacer eso», hija mía. Eres soberbia, hija mía, porque no comprendes que no es Dios, que son los humanos los que se precipitan en este abismo. Besa el pie, hija mía.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 21 de abril de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, mi Hijo dijo a los Apóstoles: «Me iré, hijos míos, y no me volveréis a ver por ahora, pero después vendré a por vosotros».
Sí, hija mía, se fue, se fue con el Padre, pero, ¿sabes para qué? Para preparar las moradas. Las moradas están preparadas para todo aquél que quiera pedir perdón de sus pecados. Pero, ¿no sabéis, hijos míos, que antes de marchar mi Hijo, dejó dicho: «Vendrá el Espíritu Santo para prepararos para conseguir esas moradas»?
No hacéis caso, hijos míos; pero el tiempo apremia, y no cambiáis. Si los hombres no cambian, me veré obligada a dejar caer el brazo pesado de mi Hijo. Por eso os digo, hijos míos: está a punto de que Cristo vuelva en una nube, pero rodeado de ángeles; pero todo aquél que no esté a su derecha, no entrará en el Reino del Cielo.
No creáis que es política esto, hijos míos; la derecha del Padre quiere decir para todos los escogidos, no para todos aquéllos que sean de derechas, como muchos de vosotros estáis pensando. Las políticas no las mezcléis en este Rosario, hijos míos; las políticas sirven para condenarse.
Sed humildes y cumplid con los mandamientos, pues Cristo va a bajar con su gran poder y su gran majestad; pero le dará a cada uno según sus obras, hijos míos. Os lo he repetido muchas veces: yo, cuando mi Hijo subió a los Cielos, me quedé en la Tierra sola, muy sola, hijos míos; pero quedé para dar testimonio de mi Iglesia; pero, ¡pobre de mi Iglesia!, ¿qué han hecho de ella? Mira, hija mía, mi Corazón está triste.
Pero esta tristeza la siente mi Corazón, porque veo que los tiempos se aproximan y los hombres no dejan de ofender a Dios. El Castigo será horrible.
Luz Amparo:
Dales tiempo, más tiempo, dales más tiempo.
La Virgen:
Mira, está muy próximo: grandes ciudades serán derrumbadas, hija mía; parecerá, como he dicho otras veces... Es peor que cuarenta terremotos juntos. Y todo porque los hombres no dejan de ofender a Dios. No lo ofendáis más, hijos míos, que Dios Padre va a descargar su ira de un momento a otro.
Pedid por las almas consagradas, hijos míos; ¡mi Corazón las ama tanto!..., pero no corresponden a ese amor. ¡Cuántos, hija mía, el demonio oscurece sus mentes para precipitarlos en el fondo del abismo! Sed humildes, hijos míos, y haced sacrificio, sacrificio, hijos míos, y oración. Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas, hija mía; porque esas almas, que arrastran al abismo, pagarán por su pecado y por el pecado de esas almas. Pedid por ellas, hijos míos; están muy necesitadas de oración. Sed humildes, que sin humildad no podéis conseguir el Cielo.
Quita otra espina de mi Corazón, hija mía, de otra alma consagrada. Mi Corazón está cercado de espinas; todo el centro de mi Corazón también está lleno, hija mía…
¡Siente mi Corazón, siente un gran dolor!, pero al mismo tiempo siente una gran alegría, sólo con un alma que se haya purificado.
Vas a escribir un nombre en el Libro de la Vida, hija mía; hace mucho tiempo que no has escrito ningún nombre. Coge el bolígrafo, hija mía... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida, hija mía; ¿ves cómo vale la pena el sacrificio, aunque sólo sea un alma la que se purifique? Este nombre, hija mía, lo he dejado en recompensa a tu sufrimiento. Ya hay otro nombre más. Hoy, hija mía, voy a darte todas las pruebas, hija mía. Coge el cáliz del dolor y bebe unas gotas; ¡qué poco queda!
Luz Amparo:
No quiero beberlo todavía, para que haya más tiempo.
La Virgen:
Tienes que beber otra gota, porque los hombres no tienen dolor de ofender a Dios... Lo último está muy amargo, hija mía, porque es el fin de los tiempos el que se aproxima. Mira cómo quedará el mundo, como en un desierto, hija mía; no se verán más que cadáveres por todos los sitios; pero todos aquéllos que sean escogidos, quedarán como en un éxtasis, hija mía; no les afectará absolutamente nada en su cuerpo.
Luz Amparo:
¿Y todos ésos? ¡Ay, todos! ¡Ay! No te los lleves todos, no. ¡Ay...!
La Virgen:
Ya te he dicho, hija mía, que muchos serán los llamados y pocos los que entrarán por esta puerta. Mira qué pequeña es esta puerta; por aquí entran pocos, hija mía; pero mira este camino, qué ancho es, cuántos van al fondo del precipicio. Por eso, hijos míos, os doy tantos avisos: para que os salvéis. Todavía estáis a tiempo, hijos míos; sacrificio, sacrificio y oración. Con penitencias, sacrificios y oraciones salvaréis vuestras almas. Vuelve a besar el suelo, hija mía, por la conversión de los pobres pecadores... Este acto de humildad, hija mía, para la salvación de los pobres pecadores.
Levantad todos los objetos. Es un día muy señalado, hija mía. Os voy a bendecir todos los objetos... Ya están bendecidos; con estos objetos podéis convertir a tantas almas, hijos míos…
Te voy a dar un premio, hija mía, pero no porque seas humilde, sino en recompensa a tu sufrimiento. Besa el pie... Tienes que ser más humilde; con humildad podrás ayudar a muchas almas. Humildad os pido, hijos míos, y sacrificio. ¡Cuánto os estoy repitiendo el sacrificio!; pero qué poco hacéis, hijos míos; no sólo con rezar un rosario o dos o tres vais a estar salvados, hijos míos; con el sacrificio, con la penitencia, con eso os salvaréis, hijos míos; y cumplid con los diez mandamientos. Acercaos a la Eucaristía; pero antes, hijos míos, por el sacramento de la Confesión. Tú, hija mía, sé humilde.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos, adiós.

Mensaje del día 22 de abril de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Estoy aquí, hija mía. Que nada te asuste. Has visto a tus tres verdugos, hija mía. Ofrece todos tus sacrificios por ellos, hija mía. Piensa en esos tres verdugos que iban azotando a mi Hijo. No los mires como enemigos; míralos como amigos.
Son crueles, hija mía. No han tenido bastante con martirizarte, que han venido a asustarte, hija mía. No te asustes; pueden matar tu cuerpo, pero tu alma nadie podrá matarla... (Comienza a llorar). No tengas miedo, hija mía.
Luz Amparo:
No tengo miedo; pero los he visto aquí. ¡Ayyy! ¡Los he visto! ¡Ay, los he visto!
La Virgen:
Pide por ellos, hija mía. El demonio está apoderado de sus almas. Se ha apoderado de sus almas... (Murmullo entre los asistentes).
No os asustéis, hija mía. No os asustéis. Tranquilos, hija mía. No corráis. Sed humildes, hija mía. Sed humildes. ¿No cumplís? ¿No perdonáis, hijos míos? Perdonad a vuestros enemigos. Si vuestros enemigos, hijos míos, os sirven para la condenación, apartaos de ellos; pero si veis que podéis ayudarlos con vuestra gracia, hijos míos, con vuestra... (Luz Amparo llora).
Pide gracias para ellos; aunque te dije, hija mía, que hay tanta maldad en los humanos que es el último grado de la perversidad... Si no tuvieron compasión de mi Hijo, si le martirizaron, si le ultrajaron, ¿cómo vas a ser tú más que ellos, más que Cristo Jesús?
Luz Amparo:
Yo los perdono, los perdono. Yo los perdono. Estaban riéndose de mí... ¡Ayyy!
La Virgen:
Perdona, hija mía; que si yo no hubiese perdonado a todo aquél que ha maltratado a mi Hijo, no habría humano sobre la Tierra. Piensa en Cristo Jesús; piensa lo que sufrió por toda la Humanidad. ¡No tengas miedo, te repito! Podrán con tu cuerpo, pero nunca jamás podrán con tu alma. Besa el suelo, hija mía, por la salvación de tus enemigos, hija mía. En este momento, piensa que el demonio se ha apoderado de sus almas.
Hoy es un día muy grande para los humanos. Pero mi Hijo sigue sufriendo, hija mía; sigue sufriendo, porque hay almas que son perversas. Pero yo te pido que pidas por ellos, aunque no quieran recibir la luz divina.
No pienses en tus sufrimientos, hija mía; piensa en Cristo en la Cruz, que estaba muriendo por toda la Humanidad, y era inocente, hija mía. Y ya sabes que te he repetido muchas veces que el discípulo no es más que su maestro.
Sacrificio, hijos míos; sacrificio y oración, os sigo repitiendo; no guardéis rencor a vuestros enemigos. Mira cómo está mi Corazón, hija mía; sufre por todos ellos. Ahí están tus tres verdugos, tuyos también, hija mía.
Quita otra espina. Se ha purificado una espina de este alma... Se reirán de ti, hija mía; te humillarán, pero piensa que el que se humilla será ensalzado, hija mía. Vuelve a besar el suelo... Sirve para la salvación de las almas.
No pienses más en tus enemigos. Piensa siempre que el cuerpo no vale para estiércol. Cuántas veces te lo he repetido, hija mía: todo aquél que está aferrado a las cosas terrenas, —y entre las cosas terrenas está la carne, hija mía—, piensa que la carne no sirve para nada. Si matan tu cuerpo, recibiremos tu alma; y eso es lo que importa, hija mía.
Mi Hijo está glorioso, ¿lo ves, hija mía? Pero para poco tiempo; dentro de poco le verás con una cruz a cuestas, porque ya te he repetido otras veces que no hay pasado ni futuro para mi Hijo, que todo es presente. Y los hombres no dejan de pecar, ni de ofender a Dios. Por eso pido, hija mía, que hagas sacrificio para que se salven tantas almas que están tan necesitadas.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos... Todos los objetos han sido bendecidos, hijos míos.
Todos aquéllos que no estéis en gracia de Dios, pensad que el tiempo está muy próximo, que en cada nación que haya más pecado, aquella nación será destruida. Por eso os pido —que estáis a tiempo, hijos míos—: no os riais de mis mensajes, pues mi Hijo va a descargar su ira; vendrá con sus ángeles. ¡Y será horrible, hija mía! Todo quedará destruido. Todo lo que los hombres han construido, en un segundo será destruido, hija mía. Por eso os pido, hijos míos: penitencia, y visitad a mi Hijo. No sabéis la dicha que tenéis, hijos míos, cuando recibís el Cuerpo de Cristo. Pensad que cada día mi Hijo está triste y solo. Y todo por la salvación de las almas. Quiso morir para salvar a las almas. Pero, aun con su muerte, los hombres no cambian.
Tú, hija mía, sé humilde y pide por tus enemigos.
Luz Amparo:
Me da miedo; he sentido miedo. ¡Ayyy! He sentido mucho miedo. ¡Ayyy, ayyy!
La Virgen:
Mi Hijo también sintió miedo al ver toda su Pasión; porque mi Hijo, antes de pasar la Pasión, vio todo lo que iba a pasar. Y era Hijo de Dios.
No es malo sentir miedo, hija mía. Lo que es malo es sentir rencor.
Luz Amparo:
¡Ayúdame, ayúdame! ¡Ayyy...!
La Virgen:
Te pido humildad y más sacrificio, hija mía. Y a todos los aquí presentes, aunque muchos de ellos no creen en mi existencia, pero los voy a bendecir a todos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 28 de abril de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Sólo vengo a daros mi bendición, pues todo os lo tengo dicho. Todo lo que os he dicho se cumplirá, hijos míos; desde el primer mensaje hasta el último. Por eso os pido, hijos míos, sacrificio, sacrificio y oración. Mi Corazón está muy triste; pero, hija mía, también siente alegría porque muchas almas se están convirtiendo. Mirad al Sol, hijos míos. ¿A ver qué veis en ese Sol? Mi presencia está en él... (Pausa durante la que se escuchan exclamaciones de alegría y admiración entre los asistentes ante este fenómeno solar, que durará aproximadamente cincuenta minutos).
Venid a pedir la salvación de vuestra alma. Me estoy apareciendo en muchos lugares del mundo, pero no hacen caso de mis avisos, hija mía. Son los mismos mensajes que en este lugar.
Os voy a dar mi bendición, ésta será especial para todos... Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo…
Estaré presente hasta terminar el santo Rosario. Hijos míos: amaos los unos a los otros, como mi Hijo os amó. Todo aquél que no ame a su enemigo, no entrará en el Reino del Cielo. Por eso te pido, hija mía, que perdones a tus enemigos.
Luz Amparo:
Que te vean, que te vean todos. ¡Todos! ¡Ay!...
La Virgen:
Unos me verán, hijos míos, pero, ¿es preciso ver para creer? Dichoso el que cree sin ver. Todo aquél que no vea aquí en la Tierra, que esté preparado, que verá en el Cielo, hija mía.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Mirad cómo gira el Sol, hijos míos. ¡Cómo gira! Dichosos los ojos que ven y los oídos que oyen.
Adiós, hijos míos, adiós; pero estaré presente durante todo este Rosario... (Luz Amparo permanece en éxtasis y los asistentes, atentos, continúan contemplando el fenómeno solar).
Estad alerta, hijos míos; mi presencia es muy clara, hijos míos. Mirad bien. ¡Mirad, en este momento mi Hijo está conmigo, hijos míos! Mirad bien... (Luz Amparo manifiesta emoción y se levanta un murmullo de asombro entre los presentes con inevitables comentarios).
Pedid perdón de vuestras culpas todos los que estáis aquí presentes, hijos míos. Estad alerta, porque mi Hijo puede llegar como el ladrón... Todavía seguís viendo la imagen de Cristo, hijos míos. Estad alerta; mirad en este momento... (Pausa en la que los asistentes se muestran conmovidos mientras miran al Sol).
Cuando el momento llegue, vendrá mi Hijo rodeado como esta luz, hijos míos.
Mirad qué rosa más perfecta, hijos míos.
Sed fuertes, hijos míos, y no dejéis que lo de mi Hijo se destruya. En muchos lugares me he manifestado, pero no han hecho caso de mis avisos. No creen en mi existencia, hija mía. Vosotros no neguéis a Cristo, porque el que niegue a Cristo no entrará en el Reino..., no entrará en el Reino del Cielo, hija mía, porque los ángeles están preparados para el Juicio Final; por eso os pido, hijos míos, sacrificio.
Lo mismo que gira el Sol, hijos míos,... (Palabras en lenguaje desconocido). Esto sólo lo puedes saber tú, hija mía.
Luz Amparo:
(Lamentándose). Yo quiero irme ahí, ¡ay! Yo quiero, ¡ay! Yo quiero irme ahí, ¡ay!, yo quiero irme ahí. ¡Ay!, yo quiero irme ahí. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay...!
La Virgen:
Tu hora se aproxima, hija mía. Pero piensa que se han salvado muchas almas. (Siguen escuchándose las observaciones de los asistentes). Estaré presente durante todo este Rosario, hija mía…
Luz Amparo prosigue con la voz entrecortada el cuarto misterio del Rosario, que se había interrumpido.
Luz Amparo:
¡Qué bonita estás! ¡Ay!...
¡Qué azulada en este momento, qué azul! (Estas palabras son casi ininteligibles).
La Virgen:
Todo el que haya visto algo que dé un testimonio, hija mía, porque quiero la Capilla y no escuchan mis avisos, hija mía; por eso os pido, hijos míos, que con vuestros testimonios no sólo vengáis a pedir la salud del cuerpo, pedid la salvación de vuestra alma.
Luz Amparo:
¡Qué alegría! ¡Ay, qué guapa, Dios mío! ¡Ay, no hay nadie como Tú en el mundo! ¡Ay, Madre mía, ay! Ayúdame.
La Virgen:
Sé humilde, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, ayúdame. Yo quiero hacer lo que me pides, pero no puedo... ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay...!
La Virgen:
Ya te he dicho, hija mía, que pondré almas en tu camino para que se pueda hacer la Obra que yo pido. Por eso os pido sacrificio y humildad, acompañado de la oración, hijos míos.
¡Ah, hijos míos, cuán dicha tiene mi Corazón cuando veo que un alma se convierte! Acercaos al sacramento de la Eucaristía, pero antes al sacramento de la Confesión, hijos míos. No os dé vergüenza de confesar vuestras culpas. Más vale humillarse en la Tierra que no entrar en el Cielo, hijos míos; que condenarse para toda, toda una eternidad.
Y a ti te pido, hija mía, que seas humilde. Besa el suelo, hija mía... Este acto de humildad sirve por las almas consagradas. Pedid por ellas, hijos míos; pedid por sus almas. Son débiles muchos y el demonio quiere mostrarles el mundo de placeres, las riquezas del mundo para condenarlos, hija mía. Pedid por ellos; pedid para que sean buenas almas consagradas.
Mirad el azul del cielo. ¡Qué azul más perfecto, hijos míos! Ésta es la segunda morada. Es ese azul tan perfecto que estáis viendo... ¡Qué maravilla, hijos míos! ¿No estáis viendo una maravilla? Seguid contemplando la maravilla de Dios, hijos míos. Seguid contemplando, porque esto muchos no lo contemplarán; pero todo aquél que consiga subir a las moradas, contemplará todos estos colores. No hay color en el mundo que se parezca ni tenga semejanza a este color. Cada color que veis, hijos míos, tiene... (Habla en lenguaje extraño).
Luz Amparo:
Dilo que lo entiendan todos, dilo…
La Virgen:
Qué hermosura, hijos míos. Esta hermosura sólo puede contemplarse por todo aquél que quiera seguir a Cristo, hijos míos. (Los presentes contemplan cómo gira el Sol de modo misterioso).
Todos los que estáis aquí presentes y habéis contemplado esta maravilla, tenéis que seguir a Cristo. Luego, cuando os presentéis ante mi Hijo, os va a pedir cuenta, hijos míos. Por eso quiero que seáis perfectos como el Padre Celestial es perfecto. Claro, hijos míos, que el humano nunca puede igualarse a ningún ser celestial; pero, hijos míos... ¡Qué maravilla! Todos lo estáis contemplando, hijos míos. Pero hay ojos que no ven y oídos que no oyen, hijos míos. Aun viendo, no querrán decirlo, hijos míos.
Luz Amparo:
(Llorando). Manifiéstate a todos, que te vean..., que te vean.
La Virgen:
Sería muy fácil para ti, hija mía; pero piensa que eres víctima, y las víctimas tienen que seguir sufriendo hasta el final. Por eso os pido, hijos míos, que todos aquéllos que no os habéis acercado al sacramento de la Confesión, hacedlo hoy mismo; pensad que puede llegar la muerte como el ladrón, sin avisar. Que estamos en el fin de los fines... Mi presencia va a desaparecer, hijos míos; pero seguid contemplando ese lugar, porque dichoso todo el que alcance ese lugar.
Luz Amparo:
¡Qué maravilla es eso! (Habla entre expresiones inarticuladas de gozo) ¡Ay! ¡Qué bonito es eso! ¡Ay! Las segundas moradas son azul-rosa. Las segundas moradas del Padre son azul y rosa. Esto seguirá hasta que terminemos el Rosario. Bueno. ¡Ah! ¿Por dónde llevamos el Rosario? ¡Ay! ¡Rosa! ¡Rosa! ¡Rosa!
Se refiere a los tonos de color rosa que perciben también algunos de los presentes. Continúa el rezo del Rosario interrumpido con expresiones de Luz Amparo, quien parece seguir contemplando a la Virgen. Se desconoce si las siguientes palabras fueron pronunciadas en éxtasis o en un estado próximo al mismo.
Luz Amparo:
En acto de desagravio a tu Corazón por tantas blasfemias como se cometen diariamente, vamos a rezarle la Salve y el Credo. Vamos a rezar por el Papa, por el Papa, por el Santo Padre; vamos a rezar tres avemarías por el Papa, para que sigamos todo lo que el Papa dice, que seamos fieles a su palabra... Vamos a rezar ahora por los difuntos, para que (en voz baja) te acuerdes de todos ellos, de todos. Vamos a rezar por todas las almas de todos los difuntos, que se presentan ante Ti, ante su Padre, ante Ti; y por todos los difuntos de todos los aquí presentes, para que les des gracias a las almas que, en este momento, están agonizando; dales una luz para que se conviertan, aunque tengan que pasar por las penas del Purgatorio.
(Dirigiéndose a la Virgen). Otra vez has dicho que el Purgatorio..., muchas personas la mitad del Purgatorio lo pasan en la Tierra; por eso hay que aceptar todas esas cruces que nos das. Claro, porque es el Purgatorio también algo de esto, ¿no? Una parte del Purgatorio... Pero que te acuerdes luego de los que sufrimos aquí. ¡Acuérdate! De todos los que estamos aquí.
Y a los que no creen, dales luz... ¿Lo vas a hacer, eh? ¡Hazlo!, porque todos los que están aquí, unos vienen por primera vez, otros por curiosear; pero dales la gracia para que pidan perdón. ¿Me lo vas a decir de verdad? Yo te lo pido, pero Tú cúmplelo. Por todos los que están aquí... para que no se condenen. ¿Qué, Madre? Dilo, que si me lo vas a conceder esto que te pido; ¿lo vas a conceder?...
Bueno; ya lo sé que todos tienen que cumplir, pero Tú tienes que ayudarles, ¿verdad? A todos, ¿eh? Con tu ayuda, pues, podremos todos salvarnos. Pero, si no nos ayudas..., ¿dónde vamos a ir todos? ¡Ayúdanos!
Los pecados de impureza son los que más condenan al hombre; y los de soberbia, como me has dicho. Pero..., es que son humanos, ¡todos somos humanos! Perdónanos todos nuestros pecados, Madre mía. Yo te pido que le implores a tu Hijo por todas estas pobres almas que se encuentran en este lugar... (Palabras ininteligibles). ¡Ah!, bueno..., pero tu Hijo se lo pide al Padre... El Padre que nos perdone a todos. Todos tenemos que hacer sacrificios y estar en gracia de Dios, para poder alcanzar la morada que nos corresponde. Yo, aunque sea la marrón..., quiero ir; aunque sea la última. Pero que me ayudes... La marrón es la que menos... ¡Ay!, pero es igual, estando Dios allí…
Tú tienes que ayudarnos..., que eres toda nuestra Madre; de todos. Yo te prometo que pediré..., pero Tú..., ¿qué dices?... ¿Que sí lo harás?... (Palabras ininteligibles). ¡Bueno! ¡Ay, Madre mía! ¡Qué hermosa eres, Madre! A pesar de todos los que estamos aquí, yo lo sé que todos no creen, que se ríen de tus palabras; pero dales gracia para que no se rían... (Otra palabra que no se entiende). Yo los perdono a todos, a todos los que me han hecho daño. (Llora). Yo los perdono por Ti; pero por eso Tú tienes que perdonarnos a todos; ¿lo vas a hacer?... Aunque sea pesada, pero, ¿lo vas a hacer?... A todos, te lo pido; a todos los que vienen a este lugar, les des una gracia para que se conviertan. Ya no te pido nada más. Nada más... Eso es lo que más interesa. ¡Bueno!, yo te lo prometo, lo que he prometido, que lo cumpliré, ¿eh?
¡Todavía sigue! Hay algo del Cielo, ¿verdad? Bueno; vamos a rezar por todos los difuntos, para que los que están en este momento agonizando, aquéllos que no están en gracia de Dios, Tú les tienes que dar la gracia en este momento. ¡Bueno! Padre nuestro... ¡Bueno! Dios te salve, María; también Dios te salve…
(Reza el responso en latín de forma imperfecta). Yo lo rezo como me enseñaron; pero yo no puedo hacerlo tan claro como él. Yo lo sé por eso... Con que lo diga..., ¿no te enfadas? ¿No?... Te lo prometo que lo haré. Tengo que estar mirando mientras esté ahí. Eso que es tan grande, ¡qué grande es eso! Todo esto es basura. ¡Todo! Pero lo que se ve ahí, ¡Dios mío!, ¡ay!..., ¡qué grande es eso! Muchos están deseando de irse, pero, ¡que se aguanten aquí! Mientras estás Tú ahí presente... ¡Que se aguanten!
Bueno..., ahora, ya te vas, ¿no? Bueno, pues adiós... ¡Adiós, Madre mía!... ¡Adiós! ¡Adiós!

Mensaje del día 5 de mayo de 1984, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo:
¡Qué pronto has venido!
La Virgen:
Hija mía, quiero que vuestra oración salga de dentro de vuestro corazón; que no sea mecánica vuestra oración. Si todos los humanos rezasen el santo Rosario, el mundo, hija mía, se hubiera salvado.
No quiero, hija mía, que sólo recen el Rosario el Mes de Mayo; quiero que me recen el Rosario todos los días del año, hija mía... (Habla en idioma desconocido).
Ya te lo he dicho, hija mía, la primera trompeta ha sonado; pero en este momento va a sonar la segunda; ¡va a sonar, hija mía! (Luz Amparo comienza a llorar).
Si los hombres, hija mía, hubieran acatado las leyes de Dios, Dios no hubiera mandado sus plagas de castigo sobre la Tierra.
Tampoco me gusta, hija mía, que la juventud se quede en sus casas sin venir a rezar el santo Rosario. Sólo van a Misa las personas mayores, los ancianos, hija mía. ¡Cuán dicha sentiría mi Corazón si viese que toda la juventud cumpliese con los mandamientos de la Ley de Dios!
Los hombres mismos, hija mía, han buscado su propia condenación. Ellos buscan las guerras, no buscan la paz. Por eso pido hija mía: hay que hacer mucho sacrificio, acompañado de penitencia y de oración.
Ya te dije, hija mía, que, aunque muchos verían, no lo creerían. ¡Cuántos, hija mía, no han dado su testimonio! Pero ya dije en una ocasión, hija mía, que todos éstos, hija mía, disfrutarán de las moradas celestiales.
Mira las almas, hija mía; pero mira este otro lado, pues esto es horrible, hija mía.
El que diga que no hay Infierno está mintiendo, hija mía. Te lo he repetido: Dios es infinitamente bueno y misericordioso; estáis a punto de pedir misericordia y de pedir perdón.
El Señor:
Dios no os condena, hijos míos; os condenáis vosotros con vuestros propios pecados. Y ¡ay de aquél que no cumpla con la palabra de Dios, más le valiera no haber nacido! Estas mismas palabras se las dije a uno de mis discípulos; más vale que no hubiera nacido, que se colgase una piedra de molino al cuello y se arrojase al mar.
Todo no es Infierno, hija mía; también hay Gloria; y esta gloria es para la eternidad, hija mía. La eternidad es la condenación y la salvación.
Vas a beber unas gotas del cáliz del dolor, hija mía. Ya te dije que queda poco; se está acabando. Y cuando el cáliz se acabe..., será horrible, hija mía…
Yo no os quiero asustar, hijos míos, quiero que os pongáis a bien con Dios para salvar vuestra alma... Está amargo el cáliz, hija mía, pues esta amargura siente mi Corazón por todos vosotros, hijos míos. ¡Por todos, sin distinción de razas!
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados... Este acto de humildad, hija mía —te lo he repetido siempre—, sirve para la salvación de las almas.
Ningún ser humano, hija mía, si no tuviese una misión que cumplir —como te he repetido muchas veces—, vería mi rostro. Tú piensa que no has podido ver el rostro del Padre Eterno. Es imposible, hija mía, que ningún ser humano pueda ver su cara, porque su cara es la luz, y la luz daña a veces en los ojos, hija mía; la luz exterior del cuerpo, no la interior. Por eso te pido, hija mía: tened cuidado porque están acudiendo a este lugar muchos profetas falsos. ¡Alerta, hija mía, estad alerta! Están cogiendo de aquí y de allí para confundiros, hija mía. Por eso te pido, hija mía: sé astuta como una serpiente, pero sé sencilla, hija mía, y humilde como una paloma, hija mía.
Pide por mis almas consagradas, mis almas consagradas, hija mía. ¡Las ama tanto mi Corazón!... Y ¡qué mal corresponden a mi amor!
Mira mi Corazón, cómo está cercado de espinas; cercado de espinas, hija mía, por todos los pecadores del mundo. Vas a quitar dos espinas, hija mía; se han purificado dos. Tira sin miedo, hija mía. Mi Corazón sangra de dolor por toda la Humanidad, hija mía, ¡por toda!
La Virgen:
Hijos míos, rezad las tres partes del Rosario; es mi plegaria favorita. La que más os cuesta, hijos míos, pero la que más agrada a mi Corazón.
Mi mensaje es corto, hijos míos, porque os lo tengo todo dicho. Y os he dicho que se cumplirá desde el primer mensaje hasta el último.
Ya ha sonado la segunda trompeta. Estad alerta, hijos míos, pues el enemigo quiere apoderarse de vuestras almas. Pero con sacrificios y con oración el enemigo no podrá nunca con vuestras almas. ¡Cuántos de los aquí presentes habéis pedido gracias y os han sido concedidas, hijos míos, y luego no habéis cumplido con vuestra Madre, hija mía!
Os dije, hijos míos, que habría grandes sequías, y las hubo. Pero mi Corazón tuvo misericordia de vosotros y le pidió al Padre que cayera lluvia sobre la Tierra. Lluvia os ha dado, hijos míos. Pero estad alerta, porque, cuando la Luna empiece a enrojecer y los astros empiecen a perder su brillo, el tiempo se aproxima, hijos míos. Observad que esto está sucediendo.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas. Por las almas consagradas, hija mía, para que sean fieles a Cristo y para que el enemigo no se apodere de sus almas. ¡Pobres almas! Porque esas almas pagarán por sus pecados y por las almas que arrastran al abismo, hija mía. Por eso os pido, hijos míos: pedid mucho por ellos; son débiles, hijos míos, y se dejan engañar por los placeres del mundo.
También os digo, hijos míos, que améis a vuestro prójimo, porque, si no amáis al prójimo, no amáis a Dios, hijos míos.
Besa el pie, hija mía... En recompensa a tu sufrimiento, hija mía.
¡Cuántos, hija mía, cuántos hay aquí presentes —podría señalar hacia ese lugar, hacia este lugar— que no creen en la existencia, hija mía, en la existencia de su Madre!
He dicho, hija mía, que los mensajes se estaban acabando; pero mi Corazón está lleno de dolor y tiene que avisar, como una madre a sus hijos, del peligro que les acecha.
Seguiré haciendo mi presencia en este lugar, hija mía, hasta que se cumpla mi palabra. Aunque todo lo tengo dicho.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos... Todos estos objetos, hijos míos, han sido bendecidos, ¡todos!, hija mía.
Ninguno de los que estáis aquí presentes podréis disculparos cuando lleguéis ante el Padre, porque mi Corazón derrama gracias para vuestra conversión. Pero no queréis aceptarlo, hijos míos. ¡Pobres almas, hija mía! ¡Qué pena de almas!
Luz Amparo:
Por ellas, ya pido por ellas. ¡Ay, ay! Sé que hay muchos que no creen aquí; pero Tú lo prometiste, que les darías las gracias. Ayúdalos..., ayúdalos.
La Virgen:
Las gracias, hija mía, estoy dando hace cientos de años.
Luz Amparo:
(Palabras en voz baja e ininteligibles)... Lo has prometido, ¡lo has prometido Tú! Y Tú lo vas a cumplir, ¿eh?
La Virgen:
Hija mía, no seas soberbia. No me digas que yo tengo que cumplir. Yo cumpliré, hija mía, pero si ellos corresponden a mi amor.
Luz Amparo:
Ayúdalos, ¡ayúdalos! Muchos no creen en Ti, ni en tu Hijo tampoco.
La Virgen:
Yo prometí ayudarles, hija mía; pero que quede claro: prometo ayudarles con su ayuda. Si ellos no quieren corresponder a esa ayuda, yo no podré hacer más por ellos, hija mía. Estoy constantemente sujetando el brazo de mi Hijo, para que no se descargue sobre vosotros, hija mía; ¿qué más queréis, hijos míos? Con las oraciones y con el santo Rosario podríais haber evitado estos grandes castigos, hijos míos; pero el mundo no ha cambiado, hija mía; el mundo sigue cada día peor.
Voy a dar mi bendición, hijos míos. Y esta bendición será especial para todos. ¡Mira si derramo gracias, hija mía! El que no corresponda a esto, aunque me viese con sus propios ojos, hija mía, no creería. Y si mi Hijo bajase, le volveríais a crucificar, hija mía.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¡Madre mía!, ¡Madre mía!, ¡Madre!... Yo te lo pido…
La Virgen:
¡Adiós, hijos míos! ¡Adiós!

Mensaje del día 6 de mayo de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, hoy es el día de todas las madres; vengo a felicitaros, hijas mías, porque sois madres y os preocupáis de vuestros hijos. Pero bienaventuradas aquellas madres que no se preocupan sólo del cuerpo, que se preocupan del alma, hijos míos. También yo soy Madre, por eso he venido a felicitaros. Yo soy Madre de toda la Humanidad.
Rezad, hijos míos, rezad el santo Rosario; me agrada tanto esta plegaria, hijos míos... ¡Cuántas madres, hijos míos, os preocupáis sólo del cuerpo de vuestros hijos! Educadlos en la doctrina de Cristo, hijas mías, vosotras vais a ser responsables cuando os presentéis ante el Padre, hijas mías; por eso os pido: educad a vuestros hijos, pero educadlos desde niños, porque el árbol se le educa desde pequeño, como a un niño, hija mía; se le cuida, se le riega para que crezca y dé buen fruto. Eso os pido, hijos míos: que crieis a vuestros hijos en el santo temor de Dios.
¿Cómo este día, hijos míos, podía faltar vuestra Madre para felicitar a esas madres que son esclavas de sus hijos? Pero aquellas madres que por sus diversiones no se preocupan de sus hijos, que no hacen nada más que coquetear y gastarse lo que Dios les ha dado... Bienaventurados, hijos míos, aquéllos que habéis tenido el don de adquirir riquezas y las distribuís con los pobres y no las gastáis en lujos, hijos míos. Tendréis que dar cuenta.
Mira, hija mía, en una ocasión te dije, hace mucho tiempo, que, cuando llegue el momento, de que los ancianos sueñen y los niños vean, el tiempo se aproxima, el fin de los fines. Cuántos ancianos han venido diciendo que han soñado con las maravillas del Cielo. Es verdad, hija mía, porque ¡esto es verdad!
Luz Amparo:
¡Y yo no haber hecho caso de eso! ¡Ay, no he hecho caso! ¡Ay..., ayyy..., ayyy...!
La Virgen:
Tú piensa, hija mía, que mi Hijo te ha dado el don de la luz para saber lo que es verdad y lo que es mentira. Pero por eso te advierto que seas astuta también, hija mía. Pero escucha a aquellos ancianos y aquellos niños, pues son inocentes, hija mía. Cumplid con el Evangelio de Cristo. Todo el que cumpla con el Evangelio de Cristo entrará en el Reino del Cielo, hija mía.
Hoy sólo he venido a felicitaros, madres, madres de todos los hijos de la Tierra, porque yo soy Madre de toda la Humanidad.
¿Ves cómo las oraciones purifican a las almas, hija mía, y los sufrimientos? Saca tres espinas de mi Corazón; se han purificado tres.
Luz Amparo:
¡Ay, Madre, cómo están en el Corazón! (Las palabras anteriores son casi ininteligibles). ¡Ay, ayyy...!
La Virgen:
Está lleno de espinas porque los hombres son cada día peor, hija mía. ¡Cuánto me agradan los rosarios! Hace mucho tiempo que no se rezaba el santo Rosario en este lugar, hija mía. También me agradaban los cánticos que se oían detrás de los misterios, hija mía. Quita una espina primero y detrás quita las otras dos que están más profundas.
Luz Amparo:
(Con fatiga). ¡Ah, ah...! ¡Ay...! ¡Ayyy...! ¡Ay!
La Virgen:
Tira sin miedo.
Luz Amparo:
Están muy profundas. ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Ayyy...!
La Virgen:
Están profundas esas dos, hija mía, porque ha costado mucho su purificación. Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas. Ya te lo he dicho mucha veces: hazte muy pequeña, hija mía. Humíllate para que puedas gozar de la presencia de Dios. Eres víctima de reparación y las víctimas tienen que sufrir, hija mía,... (Sollozos de Luz Amparo); pero sin lágrimas, hija mía.
Luz Amparo:
A veces no puedo, a veces no puedo... Es mucho... mucho.
La Virgen:
Nunca digas que es mucho, hija mía. Piensa en Cristo en la Cruz; no rechistó, hija mía, no dijo nada. Estaba muriendo y perdonando a sus enemigos.
Me gusta, hija mía, que después de cada misterio cantéis una canción de aquéllas que cantabais anteriormente: «Con flores a María, que Madre nuestra es». Soy vuestra Madre, hijos míos; es verdad. Por eso me agrada esa plegaria, hijos míos.
Ahora os voy a bendecir a todos. Y a muchos de vosotros seréis marcados con una cruz en la frente, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Ahora, hija mía, en este momento, voy a marcar muchos de los aquí presentes... Di cómo son marcados, hija mía, con un crucifijo igual a éste (Luz Amparo levanta el crucifijo de su rosario girando de un lado a otro), pero de otro tamaño, hija mía, en forma de «Y»; son marcados con una cruz en la frente. Sólo con hacer con la cruz así alrededor de todos los humanos, hija mía; todos estáis sellados con la cruz, con la cruz de los escogidos, hijos míos... Este sello, hijos míos, es el sello de los escogidos; el sello de la cruz. Por eso, hijos míos, tenéis que coger la cruz y seguir a Cristo por el camino del dolor. Vale la pena con este sello seguir a Cristo, hijos míos. ¿De qué valen al hombre todas las riquezas del mundo, todos los placeres, si en un segundo va a perder su alma, hijos míos? Ya sabéis que tenéis una obligación con Cristo, hijos míos; estáis sellados con el sello de los escogidos.
Luz Amparo:
¡Aaah, aaay, ay, ay, aaah...! ¡Ay, qué alegría! ¡Ay, lo has cumplido! ¡Ay, qué alegría! ¡Ay! ¡Ay, Madre mía, qué alegría más grande! ¿Y si no te corresponden?...
La Virgen:
Yo les daré una gracia, hija mía, para que respondan a ese sello.
Luz Amparo:
Aunque me digas que soy muy soberbia, ¡cuánto te lo he pedido, Madre mía!, ¡cuánto te lo he pedido! ¡Ay, Madre mía, qué alegría, ay, ah, ah! ¡Ay, qué alegría siente mi corazón! Mi corazón está lleno de alegría, Madre mía.
La Virgen:
También el mío, hija mía, porque sé que estas almas van a corresponder a mi sello. Lo sé, hija mía, que corresponderán a mi amor. También te pido: que me agrada que, después de cada misterio, cantéis esta canción: «Venid y vamos todos con flores a María, con flores a María, que Madre nuestra es». Luego sigue otra estrofa, hija mía. Pero hacedlo, os lo pido, hijos míos. Así iré salvando a muchas almas.
Luz Amparo:
¡Aaah, ay, ay, ay, ay, qué alegría! Mirad arriba.
La Virgen:
Mirad arriba, hijos míos. Mirad y dad testimonio... (Se oye un murmullo de admiración entre los asistentes), hija mía. Todo es hermoso lo que se ve arriba, hijos míos. ¡Qué colores más maravillosos! Pensad que cada color es el de una morada, hijos míos. ¡Qué maravilla! Estoy haciendo maravillas en este lugar, hijos míos. Corresponded a estas gracias que os estoy dando: milagros del alma; milagros de cuerpo también he dado, y las maravillas de ver mi rostro reflejado en ese Sol... (Se repiten los gritos de admiración entre los asistentes). Mirad mi rostro, hijos míos, ¿no es una maravilla? ¡Qué colores más maravillosos! Seguid mirando, hijos míos, no os canséis de mirar hasta que desaparezca este color, hijos míos... ¡Cuántas maravillas está obrando mi Corazón en este Prado, hija mía!
Luz Amparo:
¡Aaah, aaah, ay, Madre! Haz que algunos no lo vean, algunos; porque si no, van a decir que es una sugestión. ¡Que todos no lo vean, no!
La Virgen:
¡Qué dicha, hijos míos, qué dicha siente mi Corazón cuando habéis quedado sellados con el sello de amor, hijos míos! Seguid observando los colores tan maravillosos. ¡Cómo vibra el Sol, hijos míos! ¿Quién puede hacer eso si no es Dios? Ningún ser humano puede hacer estas maravillas…
Hijos míos, ¡cómo rebosa mi Corazón de alegría! ¡Qué alegría siente mi Corazón de que veáis todas estas maravillas! ¡Dichosos los ojos que ven y los oídos que oyen, hijos míos, porque ellos también entrarán en el Reino del Cielo! Pero aquellos oídos que oyen y no quieren cumplir con mis mensajes serán castigados gravemente, hijos míos.
Levantad todos los objetos. En este momento que muchos de vosotros observáis el rostro, mi rostro en el Sol, hijos míos, os bendigo todos los objetos... ¡Qué maravilla! Han sido bendecidos todos los objetos. No es sugestión, hijos míos. Lo estáis viendo con vuestros propios ojos... ¡Qué color, hijos míos! También está el rosa, hijos míos; observad qué rosa más maravilloso, hijos míos. (Se escuchan expresiones que denotan alegría entre los oyentes del mensaje). ¡Dichosos estos ojos que estáis viendo, hijos míos! ¡Dichosos los ojos que ven esto! Pero tampoco se pongan tristes aquéllos que no lo ven, porque si no sería... (Palabras en idioma extraño).
Luz Amparo:
(Los sollozos y la respiración entrecortada hacen muy difícil entender las palabras siguientes). ¡Llévame ahí contigo! Ahí contigo. Yo quiero subirme contigo ahí... y quedarme, aunque sea en este sitio... No quiero volver otra vez al otro sitio..., ya no quiero. Quedarme aquí en este sitio mismo, pero en el otro no quiero estar... Yo quiero estar aquí cerca, pero allí no, allí abajo no, no. No me bajes allí abajo... (Palabra ininteligible) sufrir, cuando yo quiero estar aquí. Antes de irte, déjame aquí. ¿Ya te vas? No te vayas. ¿Ya me dejas aquí?... Antes de irte, llévame, aunque no me subas más arriba; yo quiero estar en éste de abajo. (Sigue hablando con palabras entrecortadas por la fatiga). ¿Vas a volver a ir al otro sitio?
La Virgen:
Estaréis observando un rato más este prodigio, hijos míos. (Se oye un murmullo de admiración entre los asistentes).
Luz Amparo:
¡Qué bonito es! ¡Ay, ay, qué bonito es eso...! ¡Ay, llevadme, ay...!
La Virgen:
No seáis incrédulos, hijos míos. No queréis mirar. Mirad para ver, hijos míos; porque sois muchos como santo Tomás, que tenía que meter la mano en la llaga para creer. Pues habéis visto, ahora, ¿cómo corresponderéis a este privilegio, hijos míos?
Luz Amparo:
Entonces, ¿no me dejas aquí? ¿Me mandas otra vez allí abajo? ¡Ay, otra vez! ¡Ay, qué sufrimiento estar abajo!
La Virgen:
Pero te estás labrando tu morada, hija mía.
Luz Amparo:
Sí, pero ya está bien eso: «Te estás labrando», ¿no? ¡Ya está bien!
La Virgen:
No te quejes, hija mía.
Luz Amparo:
¿Que no me queje? —dice—. ¡Si no me quejo! Pero es que después de ver esto, ahí me mandas otra vez…
La Virgen:
Mi prodigio seguirá, hijos míos; pero os voy a decir adiós, aunque siga el prodigio.
¡Adiós, hijos míos, adiós!...
Continúa el rezo del santo Rosario, que se había interrumpido al iniciarse el cuarto misterio. Pero, durante la meditación, Luz Amparo pronuncia unas palabras ininteligibles y, seguidamente, establece un nuevo diálogo con la Virgen.
Luz Amparo:
El otro primer sábado que hay más gente. Entonces sí que los marcas a todos. No soy egoísta, no; es que quiero que los marques a todos con ese sello. Porque también dices que el enemigo está marcando. ¡Bueno!, pues el primer sábado lo haces, ¿eh?
Bueno, yo también haré lo que Tú me pides; pero te lo pido de corazón, ¿eh? ¡Hazlo! No quiero que me digas que soy soberbia por pedirlo; pero es que las almas..., pues a mí me da tanta alegría cuando veo que se convierte un alma —¡ah!— que, desde luego —ya lo he dicho muchas veces—, esa noche duermo muy feliz.
¡Ay!, espérate al primer sábado, que estén muchos. Y cuando estén todos, séllalos con ese mismo sello. ¿Lo vas a hacer? ¡Bueno!, yo también te prometo eso que Tú sabes. Pero ¡hazlo!, porque son hijos Tuyos; igual que yo tengo mis hijos, pues Tú tienes todos los demás.
Te pido también por mis hijos. También te lo pido que los salves. ¿Los has sellado también? Pero, ¿y los otros que no están? Séllalos también, aunque sea allí.
¡Bueno, Madre! Eso te pido y quiero que lo hagas, aunque tenga que sufrir toda la vida. ¿Me lo prometes? ¡Prométemelo otra vez!
La Virgen:
Sí, hija mía, te lo prometo.
La respiración es, de nuevo, fatigosa; las palabras se entienden con dificultad durante esta prolongada intervención de Luz Amparo.
Luz Amparo:
Bueno, pues eso quiero. Te pido por mis hijas también. Pero también los que no están aquí. ¡Hazlo! por lo que yo sufra, hazlo. Pero séllalos, porque haré lo que me pidas. Y por todos los del primer sábado también, ¿eh?
Ya te he pedido muchas cosas; pero no son para mí, porque son para todos los demás. Yo quiero que me ayudes a sufrir, pero sálvalos a todos. Y no sé si seré egoísta, pero quiero que salves primero a mis hijos. Los otros también. Pero yo pido por todos, no por ellos solos, no; ¡por los demás! Hazlo y yo te prometo sufrir más, más y más, para salvarlos a todos con mi sufrimiento. Pero me tienes que ayudar, ¿eh?, porque es que yo sola no voy a poder con todo eso.
¡Ay, cómo estás! ¡Ay, huy, que se me mete dentro ese rayo que tienes en la cara...! ¡Ay, cuánto has hecho esta tarde, has hecho muchas cosas! Y has estado mucho tiempo sin hacerlo... ¡Tanto como te lo he pedido...! Bueno; que estoy muy contenta, ¡muy contenta!
¿Vas a seguir ahí? Pero sólo el resplandor del Sol es como estar allí. Está otra vez igual; otra vez igual está. ¡Si estaba todo nublado!... ¿Y cómo Dios hace estas cosas? ¡Ay, Dios mío! Estaba casi lloviendo; pero todo... ¡Ay, eso sí que es bonito! ¡Ah, ah!, pues llévalos ahí. Primero a los míos; luego, a los otros... (Palabras ininteligibles) ¡Oy, qué amarillo! Ese amarillo, ¿para quién es?
Bueno, ya no te voy a cansar más; no te quiero cansar. Nada más que pedirte que lo hagas otra vez, aunque se rían de mí aquellos presentes que se están riendo. Pero Tú sálvalos, porque no saben —¡pobrecitos!—, están muy necesitados, y han tenido alguna cosa que los han engañado; pero en su interior te quieren, aunque creas Tú que no. Ellos... les estás haciendo por dentro de su alma una cosa muy grande. No creas que no te quieren; que te quieren todos, ¡todos! Yo te digo a Ti que todos los que están aquí, están con el corazón lleno de alegría, aunque no lo demuestren; pero sí, lo sé yo.
Y te quiero pedir más cosas, Madre mía: sana a Charo también —¡pobrecita!—, está sufriendo mucho, pero acórtale luego el sufrimiento —con esos sufrimientos que ella está pasando—, aunque su vida ha sido muy ligera..., pero Tú, ¡perdónala! Que esté poco tiempo sufriendo, te lo pido; y si es que es tu voluntad..., pues, haz lo que quieras; pero que se purifique.
Piden otras cosas materiales, pero es que yo no puedo pedir esas cosas. Tú hazlo, si lo sabes. Cosas materiales... Ya lo sabes. Y otra, otra señora que está muy grave; también te lo pido: que la salves, porque es muy mayor, ¡pobrecita!
Bueno, ya se me está acabando el diálogo contigo... Pero, ¿cuándo volverás otra vez a tener este diálogo conmigo, eh? Bueno; yo, aunque no tenga diálogo..., séllalos a todos el primer sábado.
Y ya no soy más pesada. Me voy a santiguar (Palabras casi inaudibles) y del Espíritu Santo. Amén.
¡Ay...! ¡Ay! ¡Ah...! ¡Vaya! ¡Vaya Sol! ¡Ay! Hay muchas moradas en ese Sol, muchas; se ven muchas. ¡Ah! ¡Ay! ¡Ay, qué buena eres! ¡Qué buena es la Virgen! ¡Oy, todavía sigue ese color ahí! Pero, ¡bueno!... Todos están amarillos, verdes y rosas. ¡Estáis todos con un color...! ¡Ay, qué color tienen todos, qué color! Amarillo, rosa, verde... ¡Ay, las joyas...! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
(Como recuperándose del éxtasis y con extrañeza). Bueno; ahora vamos a seguir el Rosario, ¿no?
Se continúa con la lectura de las meditaciones del Rosario.

Mensaje del día 12 de mayo de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, sólo voy a daros mi santa bendición. También os doy las gracias porque acudís por centenas. Acudid al santo Rosario; acudid, hijos míos. El Rosario será vuestra salvación, siempre que estéis, hijos míos, en gracia de Dios. Con el Rosario alcanzaréis todas las cosas del mundo, hijos míos. Mi mensaje es éste, hijos míos: sacrificio, sacrificio y penitencia…
Luz Amparo se pone a llorar; la respiración es agitada.
La Virgen:
Éstos son... Para todos aquéllos que no cumplan, hija mía, es este lugar; porque mi Corazón es misericordioso, es porque el Padre Eterno es Juez, hija mía.
Os sigo repitiendo, hijos míos: no os riais de mis mensajes. ¡Cuántos se están riendo de mis mensajes, hija mía! ¡Pobres almas!
Os voy a bendecir, hijos míos. Ya lo tengo todo dicho. Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Hijos míos, levantad todos los objetos... Todos los objetos han sido bendecidos.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 13 de mayo de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, es una fecha muy importante. En estas fechas, hace años, me aparecí a unos niños; hice mi presencia, pero ¡cuánto costó creerlo!, hija mía; pues los niños sufrieron mucho...; pues, por eso te digo, hija mía, que tú tienes que sufrir mucho.
No sería fácil que todo saliera como tú quieres, hija mía. Haced penitencia, hijos míos, sacrificio y oración, porque el tiempo se aproxima y la eternidad está cerca, hijos míos. Es para toda la eternidad…
Pedid al Padre Eterno, hijos míos. El Padre Eterno os ama y os tiene preparados a cada uno vuestra morada.
Todo esto, hija mía, no creas que es fácil; se consigue a base de sacrificio, de penitencia y de oración. Por eso este día es muy señalado, hija mía. ¡Cuánto cuesta creer en mi presencia! Los humanos son crueles, hija mía.
Piensan, como te he dicho en otras ocasiones, que yo no puedo aparecerme en cualquier lugar del mundo ¿Quién son ellos, hija mía, para decirme a mí dónde yo tengo que aparecerme y cuándo tengo que manifestarme? ¡No será fácil, hija mía! Piensa que siempre que me he manifestado, la incredulidad de los humanos ha sido muy grande. Por eso te pido, hija mía, y os pido a todos, sacrificio y penitencia, como pedí a aquellos niños. Con sacrificio y penitencia podréis salvar muchas almas, hijos míos. Pues empieza, hija mía, que este camino no es fácil. ¿Qué significado tendría —tú en la vida— si mi Hijo te pusiese los caminos fáciles? Sacrificio, hijos míos, sacrificio y penitencia para poder alcanzar las moradas, pues las moradas están preparadas.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos... Estos objetos, hijos míos, tienen gracias especiales para convertir a las almas.
Yo he dado mi mensaje, hija mía. Bebe unas gotas del cáliz del dolor... ¡Qué amargo está este cáliz!, te he repetido muchas veces, hija mía. Piensa que lo poco que queda del cáliz, es lo poco que queda para el gran Castigo que va a caer sobre la Humanidad.
Piensan que Dios es misericordioso y no va a castigar a la Humanidad. Dios es misericordioso; pero, si no perdonó a su Hijo que muriese en una cruz para salvar a la Humanidad, ¿cómo va a ser misericordioso con vosotros si no queréis pedir perdón de vuestros pecados?
Todos aquéllos que cumplan con los mandamientos de la Ley de Dios serán salvados, hijos míos. Seguid el camino del Evangelio de Cristo; no os aferréis a las riquezas del mundo; no sirven al hombre nada más que para condenarse…
Tú, hija mía, piensa que no te va a ser fácil este camino; pero, si está Dios contigo, ¿a quién puedes temer, hija mía? No tengas miedo a los humanos. Los humanos, a veces, son crueles y no tienen caridad con el prójimo, hija mía. Pero vale la pena el sufrimiento si luego se alcanza la eternidad, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, qué cosas! ¡Ay, Dios mío!, ¿qué es eso tan grande? ¿Me dejas en este lugar ya? ¡Ay! ¡Ay! ¿Todavía no he sido humilde para alcanzarlo?
La Virgen:
No, hija mía. Tú tienes que quedarte todavía para dar testimonio de mi presencia; se están convirtiendo muchas almas. Muchas vienen a buscar el milagro también, hija mía; pero se van con el alma limpia. En seguida que salen de aquí, de este lugar, buscan a un confesor, hija mía, para que cure sus culpas.
Luz Amparo:
Pero, ¿yo ya estoy salvada? ¿Estoy salvada ya?
La Virgen:
No, hija mía. Hasta el final no se sabe quién se salva y se condena.
Luz Amparo:
¡Ay...! ¿Todavía dices que no me voy a salvar? Con todo esto, ¿no me salvo? ¿No me dijiste que tenía la llave de la morada?
La Virgen:
Te salvarás, hija mía, según tus méritos. Por eso te pido humildad, hija mía; humildad, acompañada del sacrificio.
Luz Amparo:
¡Anda!, ¿he de hacer más sacrificio? Hacer... ¿No me llevas a ese lugar?
La Virgen:
Ya te he repetido muchas veces, hija mía, que no seas soberbia, que seas humilde.
Luz Amparo:
Sí, pero yo quiero irme de este lugar ya. Yo no quiero condenarme hasta el final. Si no me voy a salvar, pues entonces, ¿de qué vale este sacrificio que hago?
La Virgen:
Este sacrificio, hija mía, sirve para la salvación de las almas.
Luz Amparo:
Y la mía, ¿qué?
La Virgen:
La tuya...; ya sabes que hasta el final no sabe nadie si salvará su alma. Mi Hijo te escogió víctima; pero tienes, hija mía, que corresponder a ese sacrificio.
Luz Amparo:
¿Más todavía? No sé qué quieres que haga más.
La Virgen:
Que seas humilde, hija mía.
Luz Amparo:
(Con mucha fatiga y la voz entrecortada). ¡Ayúdame a ser humilde! ¡Ayúdame a ser humilde! Yo quiero ayudar a las almas, pero sálvanos a nosotros también. Yo no puedo estar aquí más, en este sitio.
La Virgen:
Te voy a transportar a un lugar muy importante, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ah! ¡Ah! ¡Aaah! ¡Aaah...! (Luz Amparo hace exclamaciones de gozo y satisfacción).
La Virgen:
¡Qué felicidad, hija mía! ¡Tu cuerpo siente una felicidad de gloria, hija mía!
Luz Amparo:
¡Aaah...! ¡Ay!, si después de ver esto me mandas al Infierno... ¡vamos! ¡Ah! ¡Ah! No me mandes al Infierno, porque, si no, no haberme enseñado esto... ¡Ay, ay! ¡Déjame en este lugar; no me mandes ahora! Yo prometo que ya no vuelvo a ser soberbia.
La Virgen:
Aquí, hija mía, no entra carne, en el Cielo, hija mía... Te he hecho ver esta visión…
Luz Amparo:
¡Ay!, pues déjame otro rato más. ¡Ay! ¡Ay! ¡Aaay...! No me mandes para abajo, no. Yo no quiero ir para abajo. ¡Ay, yo no quiero...! Estoy aquí muy bien. No quiero bajar ahí abajo; yo no quiero. No me digas que soy soberbia, porque es que yo quiero quedarme, quiero quedarme aquí. Ya, ya se han salvado bastantes almas. ¿Qué quieres que haga ya más? ¡Se han salvado muchas! ¿No dices que, cuando salvas una, tú tienes la tuya salvada? ¿Por qué no podré yo salvar la mía por esas almas?
La Virgen:
No, hija mía, porque tu misión es sufrir y sufrir. Sabes que de niña, desde niña te escogió mi Hijo para el sufrimiento.
Luz Amparo:
Pues por eso, ¡ya está bien este sufrimiento de madre!; yo dije que —en una ocasión que estaba un señor—, que no podía ser Dios así de cruel, me contestaste que no era cruel, que era misericordioso, lleno de amor. Entonces, ¿por qué me manda otra vez para abajo? Déjame aquí, que yo no quiero volver otra vez allá abajo. ¡Ah...! ¡Ay! ¡Ah! ¡Ah...! Abajo a sufrir, no. No quiero. Ayúdame, ayúdame, porque es mucho lo que tengo, y ¿qué va a pasar con eso que Tú sabes? Cuando vaya mañana, ¿estarás allí Tú o qué?
La Virgen:
No, hija mía. Es una prueba más para que te defiendas. Pero, si Dios Padre iluminó a los Apóstoles, ¿cómo no te va a iluminar a ti, hija mía, en ese momento?
Luz Amparo:
Sí, pero... ¡que son cinco y nosotros, tres!... (Palabras en voz muy baja e ininteligibles). Por eso que te pido, ¿eh?... Déjame otro poquito aquí, otro poquito... Ayúdame a sufrir abajo, porque si consigo esto..., tiene que ser con tu ayuda, porque la Tierra... ¡Ay, Madre mía, lo que pasa!... Me llaman loca, me llaman endemoniada, me llaman tantas cosas…
La Virgen:
Ya te dije, hija mía, que el discípulo no es más que su Maestro. Y a mi Hijo se lo llamaban.
Luz Amparo:
¡Claro!, pero Él sabía que era Hijo de Dios; pero yo, ¿qué? Soy hija de Dios, pero soy floja. ¡No puedo!... ¿Qué?, ¿ya me vas a mandar abajo, verdad? No me mandes allí. Si eres Madre, ¡déjame aquí!... ¡Déjame aquí!...
La Virgen:
Sí, hija mía, tu prueba todavía no se ha acabado. Te llamarán loca y otras cosas más fuertes... Pero ofrécelo a Cristo Jesús.
Luz Amparo:
(Palabras ininteligibles)... Sí, claro; las cosas, ¡qué bien se dicen! Pero, si no ayudas, no podré hacerlo.
La Virgen:
Mañana, hija mía, no creas que va a salir bien; no te lo creas. Aunque los veas, muchos de ellos son lobos vestidos con piel de oveja.
Luz Amparo:
Pues, ¡vaya!, lo que tiene la Tierra. (Esta frase es casi ininteligible). Si..., si ¡son consagrados! ¡Vaya, cómo son! A ver por qué tengo que sufrir más por ellos, si no quieren... Tócales Tú el corazón para que se salven, porque están... ¡Ah!... ¡Cómo están, Dios mío!... Déjame que sólo te toque el manto; sólo el manto. (Luz Amparo hace ademán de tocar el manto de la Virgen). ¡Ah! ¡Aaah! ¡Ay! ¡Ay! ¡Aaah...! ¿Ya no me dejas más aquí?
La Virgen:
Se acabó tu felicidad, hija mía. Sufrir, te toca sufrir. Coge la cruz y sigue a Cristo.
Luz Amparo:
¿Más cruces? Pues, ¡anda! No sé ya cuántas cruces. Ayúdame, ayúdame; yo quiero ser humilde, pero si no me ayudas... Es que oigo tantas cosas, y todos se meten conmigo muchas veces…
La Virgen:
Te he dicho que pienses en Cristo Jesús.
Luz Amparo:
Sí, pienso en Cristo, pero..., pero que soy un ser humano…
La Virgen:
Por eso no podrás entrar en el Reino de los Cielos hasta que mi Hijo te pula bien pulida, hija mía.
Luz Amparo:
(Con voz muy baja). Pulirme, ¿qué es?; pulirme, ¿qué es? ¿Qué es pulir? ¡Ay! ¡Ah! ¡Ayyy! ¡Ay! ¡Santificarme! ¡Ah, pues anda que hasta que me santifique! (Las siguientes palabras son casi imperceptibles). ¡Ayúdame, ayúdame, Madre! ¡Ayúdame! Te prometo; te lo prometo ser humilde. Lo que pasa es que hay veces, que es que no puedo. ¡Ay! Pero ¡sólo de ver estos lugares...!
La Virgen:
¡Esto no es un lugar!... ¡Esto es la Gloria, hija mía!... ¡Una de las glorias, hija mía!
Luz Amparo:
Yo quiero que sea en esta gloria; aunque sea en ésta. ¡Aaah! (Suspira de felicidad).
La Virgen:
No creas que es fácil salvarse, hija mía. Por eso doy tantos avisos a los humanos, porque por la puerta estrecha entran muy pocos, y por el camino ancho van millares y millares de almas.
Luz Amparo:
Pues yo te prometo que les voy a ayudar a salvarse. Pero yo no quiero a cambio de que me des nada. Tú sabrás lo que estás haciendo. Pero haced caso de lo que te estoy diciendo. Yo lo dejo en tus manos; Tú, luego, hablas con tu Hijo, y tu Hijo, pues que hable con el Padre y luego el Padre a ver lo que hace... Pero te pido por todos, ¡por todos! ¡Que se salven todos!
¡Ay! ¿Nos vas a dar la bendición? ¡Pero ya estoy en el otro lugar! ¡Pero yo no lo veo!
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
¡Adiós, hijos míos! ¡Adiós!

Mensaje del día 15 de mayo de 1984, martes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hoy, hija mía, hago mi presencia porque para los humanos este mes es muy importante; pero no sólo este mes tenía que ser importante. Todos los meses del año y toda la vida soy vuestra Madre, hijos míos; no sólo en este mes. Pero yo complazco a los humanos porque sé que en este mes les agrada rezar, no todos, pero muchos de ellos, el santo Rosario.
Tú, hija mía, has sido muy poco astuta, muy poco astuta. Te lo avisé anticipadamente: que fueses astuta, porque muchos de los que tú ya sabes, hija mía —no quiero dar nombres, pero son astutos—... También tú tenías que haber sido astuta. Ya te dije, hija mía, que eran lobos, pero forrados con piel de cordero... (Luz Amparo llora amargamente y se lamenta al escuchar estas palabras). Pero no tengas miedo, hija mía, porque tu astucia no sirvió (las siguientes palabras son casi ininteligibles) como la de ellos.
Ahora vienen las pruebas gordas, hija mía; enfréntate a ellas. Ya te dije que no sería fácil, pues esto va a suceder... También te he dicho que te fueses a hablar con el Arzobispo, hija mía; directamente a él.
Luz Amparo:
A ver, ¿cómo iba yo allí correcto a hablar, si no me dejan? ¿Si no me dejan?...
La Virgen:
Piensa que los que llevaron a Cristo a la Cruz, hija mía, fueron todos éstos. Que te he dicho que fueras astuta, hija mía... No creen, hija mía, no creen, muchos de ellos, en mi existencia. Por eso ahora vendrá la lucha...; pero ya lo has hecho, hija mía, y lo escrito, escrito está.
Luz Amparo:
Pero Tú... Tú, hazlo; haz algo Tú. Si yo he ido donde me habéis dicho...; has dicho que fuera, que fuese obediente; y yo he ido porque he obedecido.
La Virgen:
La obediencia es muy importante, hija mía, pero la astucia también.
Luz Amparo:
Yo, yo lo he hecho todo; ellos serán los culpables. Yo he dicho que, si me decían que no viniese, que no venía. Pero, si Tú vienes aquí, yo vengo. Yo vengo, aunque lo he dicho: «Que no...».
La Virgen:
Tú piensa, hija mía, que ellos serán responsables. Yo me he manifestado en este lugar, y no hay nadie que pueda quitar el que yo me he manifestado en este lugar. Siempre, siempre este lugar será consagrado a mi Corazón, hija mía. Para que lo comprendas mejor: para mí, cada lugar en que he hecho mi presencia, es sagrado para mí, hija mía.
También te digo, hija mía, que no pienses más en todas estas cosas; ya están hechas, hija mía. Nunca hagas lo que Judas hizo, aunque después de matar a Cristo —porque fue él el que lo mandó a la muerte—, quiso arrepentirse; pero ya estaba hecho todo.
Luz Amparo:
Yo no sé qué he dicho que estaba mal. ¿Qué he dicho que estaba mal? Porque yo he dicho a todo lo que estaba bien.
La Virgen:
Para ti está bien, hija mía, todo lo que has dicho; pero ya te he dicho que todos, todos no aman a mi Corazón. Y si no me manifiesto en este lugar, me manifestaré en otro, hija mía. Pero este lugar es sagrado, porque han pisado mis pies sobre este lugar. Piensa que, en otras ocasiones, también han quitado que vayan a ver mis manifestaciones; pero no lo han podido conseguir, hija mía, porque, si no es dentro, es fuera. Pero seguiré manifestándome.
Piensa, hija mía, que a lo largo de la Historia ha habido grandes santos; pues ha habido muy grandes santos, y hoy, hija mía, precisamente hoy, es el día de uno de ellos. ¡Y cuántas calumnias le levantaron, hija mía, mientras oraba y los ángeles de Dios hacían sus trabajos y él iba a orar! Le calumniaban, hija mía. Por eso te digo que no te ocupes mucho de las cosas terrenas; ocúpate de las cosas de Dios, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, yo no he dicho nunca que Tú eres más que Dios. Yo no he dicho nunca que Tú eres más que Dios. Yo he dicho que Tú eres después de Dios. Primero Dios, y luego tu Hijo y Tú. Pero yo nunca he dicho que Dios era después de todo, de tu Madre. Señor, Señor, Tú lo sabes también. ¡Ay, aaah!, ¡ay, Señor!, ¡ay, Señor! ¡Ay! ¡Ayyy, Señor! (Júbilo de Amparo por la presencia del Señor).
El Señor:
Sí, hija mía; soy yo también en este momento. Te advierto, hija mía, que has sido poco astuta. Pero no sufras, hija mía. Peor para aquél que vaya con la astucia por delante, hija mía. Pero los humanos son crueles. No quiero nombrar los nombres que he dicho como mi Madre, hija mía… (Se suceden varias exclamaciones de Luz Amparo).
No tengas miedo, hija mía; estando Dios contigo, ¿a quién puedes tener miedo?
Luz Amparo:
¡Ay!, ¿a quién? ¡A los hombres! ¡Aaay...! Pero no a estos hombres. ¡Ay, aaay, aaay...! A éstos, no; son a los otros que Tú sabes. ¡Ay, Señor! ¡Y que digan que no puede ser esto...!
El Señor:
Ésos son los hombres los que dicen que no puede ser. Yo me manifiesto, como mi Madre, a quien quiero y donde quiero. Me manifiesto a los humildes para confundir a los grandes poderosos.
Luz Amparo:
¡Ay, Dios mío! ¡Aaay, aaay, aaah...!
El Señor:
Por eso te pido: no tengas miedo, hija mía. Si está Dios con vosotros, ¿a quién podéis tener miedo?
Sed firmes, hijos míos. No dejéis de acudir a este lugar. Ya sabéis que este lugar está consagrado porque los pies de mi santa Madre han pisado en este lugar.
Luz Amparo:
¡Ay, ay! Si lo prohíben, ¿qué hago? ¡Ay!, ¿qué hago si lo eligen que no? ¡Ay...!
El Señor:
Tú obedece, hija mía; pero todos aquéllos que, de verdad, quieren la presencia de Dios y han acudido a este lugar, que sean firmes, que sigan acudiendo a este lugar, que no se dejen por la astucia del enemigo, que es cuando entonces verán que este lugar ha sido sagrado, hija mía.
Esto mismo, hija mía, esto que te está sucediendo a ti, sucedió a mis discípulos, hija mía. Los perseguían, en cuanto hablaban de Cristo, los apedreaban, los tiraban, los echaron al abismo de los leones... ¿Sabes quién me entregó, hija mía? Todos éstos, todos éstos... (Palabras en lengua extraña).
Luz Amparo:
¿Ellos fueron? ¡Ayyy, ayyy...! ¡Ay, ellos fueron, ellos todos...! (Palabras ininteligibles. Llora desconsoladamente).
El Señor:
Sí, hija mía,... (Palabra que no se entiende) ellos. Pero, ¿sabes, por qué? Porque querían ser más que Dios. Tampoco fueron todos, hija mía; todos no fueron, pero muchos de ellos me entregaron a la muerte.
Luz Amparo:
¡Ay, qué valor! ¡Ay, ayyy! No me extraña que Tú sigas diciendo que vayan todos ellos... ¡Aaay, que..., ay! ¡Ayyy!
El Señor:
No creen, hija mía, que la ira de Dios es grande. Pues sí; está escrito, hija mía; lo que pasa que no han leído ni los Santos Evangelios, muchos de ellos, para ver que está escrito que la ira de Dios es terrible. Aunque Dios es misericordioso, es su ira muy grande, hija mía.
Luz Amparo:
¡Aaah! Pero, por lo menos, sálvanos a nosotros. ¡Ay!, aunque yo te pido por ellos también; pero... es que ellos, si son así... ¡Ay!, pues no se puede más ya por ellos pedir... ¡Aaay! ¡Claro! ¡Cómo viven!, ¿eh? ¡Aaah, claro! ¡Ay! Pero, ¿no puedo decir los que son? ¿Ni siquiera decirlos? ¡Aaah...! Pues, ¡vaya con lo... qué secretos que me estáis dando!
El Señor:
No, hija mía; no podrías decirlo porque destruirías la Iglesia de mi… (Se ahoga la voz con el llanto de Luz Amparo).
Luz Amparo:
Pero la Iglesia, ¿de quién es la Iglesia? ¿La Iglesia es Tuya?... La Iglesia es de Dios.
El Señor:
Ya te dije, hija mía, que todos sois Iglesia; pero dentro de la Iglesia quiero templos vivos; no quiero templos muertos. Y la mayoría de esos templos están muertos, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, pobrecitos!, pues, si están muertos, Tú resucítalos... Pero que nosotros no nos condenemos, ¿eh?; ya que hoy estás Tú también aquí. ¡Ay!, es que yo lo sentía dentro. Lo sentía que ibas a venir aquí. ¡Ayyy! ¡Ay!
El Señor:
Fijaos en una tormenta. Cuando una tormenta desparrama los rayos por toda la faz del mundo... Así será la ira de Dios Padre; peor que una tormenta.
Luz Amparo:
Pues entonces, ¡vaya, vaya! ¡Oooh, aaay! ¿Tan grande es su ira? ¡Ay!, pero no nos tiene que dar miedo.
El Señor:
Al contrario, hijos míos. Todos, todos aquéllos que cumpláis con los mandamientos de la Ley de Dios, seréis salvados, hijos míos, porque ahí entra todo, todo lo que instituyó Dios por medio de Moisés, hija mía.
Luz Amparo:
Bueno, pues entonces... ¿no te puedo ni tocar hoy? ¡Ay! ¡Ay!, pero, ¡déjame que te toque un poquito! ¡Ayyy! ¡Ay!, sólo el pie. Yo no quiero nada más que un cachito de esto que llevas puesto, de la túnica. ¡Ayyy! ¡Huyyy! ¡Ayyy, ay! ¿Nos vas a bendecir Tú? ¡Ay!, ¿después? ¡Ayyy!, las dos bendiciones. Venga, ¡ay!, ¡ay!
El Señor:
Sí, hija mía, todo este Mes de Mayo serán las manifestaciones seguidas de mi amada Madre.
Luz Amparo:
¿Tanto la quieres? ¡Oy!, pero, ¿es que los hijos quieren tanto a su madre?
El Señor:
Todos los hijos, hija mía, tendrían que respetar a sus padres, como yo respeté a los míos. Desde doce años, me fui al Templo a explicar la doctrina de Dios Padre. Mi padre adoptivo me crio en un santo temor y en un amor al prójimo. Por eso os pido, hijos míos, que crieis a vuestros hijos con ese santo temor... Ya lo pone en un mandamiento: «Honrarás a tu padre y a tu madre». Y ¡ay de aquél que no honre a su padre y a su madre! Como Él dijo, también será castigado, como el padre ha castigado al hijo.
Luz Amparo:
¿Y el padre que no quiere a los hijos? ¿Qué le pasará? ¡Aaay! ¡Aaay!... Yo los quiero mucho; pero, a veces, también soy soberbia con ellos. Pero, ¿sabes por qué? Porque quiero que sean buenos y que cumplan con todo. Pero yo los quiero, ¿eh?... (Llora). Lo que pasa... ¡Anda que seguirte a Ti!, es duro, ¿eh?...
El Señor:
Seguirme a mí es duro, hija mía, pero no pensáis que para mí fue duro también lo que escogió mi Padre para salvaros: ¡la muerte! Y esa muerte de cruz no fue una muerte, una muerte placentera, hija mía. Yo lo llevé con humildad hasta la muerte, pero ¡qué dolor sintió mi Corazón en la Cruz muriendo y viendo que los hombres seguían pecando..., seguían pecando, hija mía!
Luz Amparo:
¡Ay!..., ¡ay!... Pero no me has contestado a lo de los padres que no quieren a los hijos. ¿Qué les pasará, eh?
El Señor:
Pues lo mismo que a los hijos que no quieren a los padres. Será el mismo castigo.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay! ¿Tú qué crees, que yo me voy a salvar? ¡Ay!, porque, ¡si no me salvo!... ¡Vamos!
El Señor:
Te lo dijo mi Madre: hasta el final nadie, nadie puede decir que está salvado. Y aunque yo supiese que tu alma está salvada, tampoco te lo diría, hija mía.
Luz Amparo:
Pues, ¡vaya!, ¡anda!, ¿eh?; así yo, aunque me lo dijeras, seguiría igual.
El Señor:
No, no seguirías igual. Entonces el enemigo se apoderaría de ti, hija mía.
Luz Amparo:
¡Aaay...! ¡Ay, ay, ay...! Venga ya, danos la bendición a todos.
El Señor:
Os bendigo, como el Padre os bendice por medio de mí y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¡Aaay...!, pero esa bendición no es igual.
El Señor:
Esa bendición es la bendición de mi cruz, porque mi cruz fue en esta forma, hija mía. Señálala.
Luz Amparo:
Así y así y así. (Hace con la mano un signo semejante a una «Y» griega). ¡Ay!, pero la otra cruz no es igual. ¡Ay!, pero lo tenemos que hacer todo lo que digan, ¿eh?
El Señor:
Claro, hija mía, porque dijo Cristo: «Lo que atareis en la Tierra, será atado en el Cielo; lo que desatareis en la Tierra, será desatado en el Cielo». Por eso cumplid con mi Iglesia, hijos míos; santificad las fiestas, dedicad el séptimo día a mí, hija mía. No sólo a mí, porque si lo dedicáis a mí, lo dedicáis a mi Padre, y también honráis a mi Madre.
Luz Amparo:
¡Ay!, ¿ya te vas? Pero acompaña a tu Madre, ¡oh!, no la dejes ahí. ¡Aaay!
El Señor:
Yo me voy, hija mía, porque sigo preparando las moradas de mi Padre Celestial. Todavía faltan muchas que preparar.
Luz Amparo:
O sea, ¿que hay muchas más? ¡Ay, ay..., ay! ¡Ayyy...!
La Virgen:
Hija mía, ¡qué día más importante!; aunque parece que es un día como otro cualquiera. ¡Se ha manifestado mi Hijo!
Luz Amparo:
Pero, ¡cómo vienes! ¡Ay, qué alegría!... ¡Ay!, ¡que digan que no puede ser!... ¡Vamos! ¡Ay!, que me digan que si lo veo dentro..., que si no es así... ¡Vamos! ¡Si es que lo he tocado! Y si ya lo he tocado más de una vez... ¡Ay!, pues, aunque me metan en un manicomio, yo digo que lo he tocado, y lo he tocado.
La Virgen:
Claro, hija mía; tienes que ser fuerte. Y piensa que aquél que niega a Cristo en la Tierra, le negarán delante del Padre los ángeles celestiales.
Luz Amparo:
Por eso te digo que, aunque me maten, aquí me estoy; pero yo no digo que no.
¡Ay!, ¡ay!, ¡qué grande eres, Madre mía! ¡Y no poder estar aquí para siempre! ¡Vamos! ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay! Yo te he pedido que antes de que yo ofenda ninguna cosa de Dios y que la niegue, que me lleves. Llévame, para que no niegue las cosas que he visto, que no las niegue. Llévame antes. ¡Ay...!, porque, ¿qué sé yo lo que están haciendo?
La Virgen:
Aquí empiezan las pruebas, hija mía. Es el principio.
Luz Amparo:
Pero yo te digo que si ves que yo me pongo un poco... me llevas, ¿eh? No, que no tengo miedo a nada, ya lo sé; pero si tú estuvieras delante..., ¡verías!
La Virgen:
Estoy delante de todos los humanos, hija mía. Y en todos los lugares del mundo al mismo tiempo. Es difícil creer este misterio, como otros tantos misterios que hay en el Cielo, hija mía; pero procurad alcanzar el Cielo, y se os revelarán los secretos que hay, hija mía…
Luz Amparo expresa satisfacción y gozo.
La Virgen:
Levantad todos los objetos, hijos míos... Todos han sido bendecidos, hija mía.
¡Cuántas gracias derrama mi Corazón, y qué poco caso hacen a estas gracias que mi Corazón derrama!
Humíllate, hija mía; que el que se humilla será ensalzado; y el que se ensalza será humillado.
Luz Amparo:
¡Ay!, son todos iguales. Tienen la misma cara todos. ¡Ay! En ese lado, ¡ay, qué caras!... Y, ¿por qué son todas iguales, todas esas caras de esos ángeles? Pero tienen la misma cara. ¡Huyyy!
La Virgen:
Porque para Dios no hay nada imposible, hija mía. Dios, lo mismo que formó al hombre, puede hacer las cosas que quiera, hija mía.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos, ¡adiós!

Mensaje del día 19 de mayo de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, vengo a daros mi santa bendición, como os he prometido. También os voy a hablar un poquito de Cristo, hijos míos.
Acercaos al sacramento de la Confesión y al sacramento de la Eucaristía. Seguid el camino del Evangelio. Quien come el Cuerpo de Cristo y bebe su Sangre, vivirá eternamente, hijos míos…
Pausa en la que Luz Amparo se queja repetidamente.
La Virgen:
Hija mía, te he dicho en otras ocasiones que ¡cuántas ovejas han vuelto al rebaño de Cristo! Estaban descarriadas y han vuelto al camino de Cristo, hija mía…
Vuelve a lamentarse Luz Amparo.
La Virgen:
Cristo, hija mía, dio la vida por sus ovejas; por eso quiero que sus ovejas correspondan a esa Sangre que derramó Cristo, hijos míos. Las ovejas del rebaño de Cristo sois cada uno de vosotros. Por eso os pido, hijos míos: con sacrificio y con oración, podréis alcanzar la vida eterna, hijos míos.
No penséis que todo aquél que confiesa directamente con el Padre Celestial será salvado, hijos míos. Dios Padre puso a esas almas, para que os humillaseis, a confesar vuestros pecados, hijos míos. Ya te dije a ti, hija mía, en una ocasión, que sólo un hombre de carne y hueso puede comprender cómo ofendéis a Dios, hijos míos. Un ángel del Cielo nunca podría comprender de esta manera que ofendéis a Dios, hijos míos. Por eso os pido sacrificio, hijos míos, y acercaos al sacramento de la Confesión y haced penitencia. Recibid a Cristo, que, cuando Él subió al Padre, se quedó para daros fuerzas en el Santo Sacramento, hijos míos.
No concibe mi Corazón cómo los hombres, hijos míos, sois tan crueles con Cristo, y ofendéis tanto al Padre Eterno.
Hay quien dice que Cristo no sufre. Cristo sigue sufriendo diariamente, hijos míos, porque vosotros no habéis dejado de pecar. Como seguís pecando, Cristo sigue muriendo en la Cruz para redimir a toda la Humanidad; pero el sufrimiento más grande, hijos míos, es que no se va a poder salvar toda la Humanidad. Por lo menos queremos salvar la tercera parte de la Humanidad.
¿Cómo se consigue, hijos míos? ¿Cómo se consigue la presencia divina de Dios Padre? Cumpliendo los mandamientos que Él instituyó. Cada uno de sus mandamientos hay que cumplir, hijos míos, porque todo aquél que no cumpla uno de esos mandamientos, nunca verá la presencia del Padre, si no pide perdón a Dios Padre.
Mi Corazón, hija mía, cada vez está más cercado de espinas; pero te voy a dar una gran alegría, porque se han purificado cinco. Por eso pido que con el sacrificio y con la oración, hijos míos, podéis salvar muchas almas.
Vas a sacar tres espinas de mi Corazón, hija mía… (Luz Amparo emite repetidas quejas al realizar esta acción).
Tira sin miedo, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, ¡ay!, está muy profunda metida... ¡Ay...!
La Virgen:
Tira, hija mía, está purificada; pero sus pecados han sido más horribles, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! (Repetidas veces expresando vivo dolor compartido con la Virgen). ¡Ay, qué dolor! ¡Ay, qué dolor! ¡Ayyy...!
La Virgen:
Sientes dolor, hija mía; pero hay cinco almas que se han purificado.
Luz Amparo:
¡Ay!, pero tengo dolor al tirar, ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay...! Siento ese dolor adentro…
La Virgen:
Pero ponte muy contenta, hija mía; se han purificado cuatro almas, y por una sola alma, hija mía, ese día hay una gran fiesta en el Cielo.
Luz Amparo:
¡Aaah...! ¡Ay, ay, ay...!
La Virgen:
Ahora vas a hacer un acto de humildad, hija mía; vas a besar el suelo, para que se vuelvan a purificar más almas, hija mía,... (Luz Amparo hace lo que la Virgen le pide). Este acto de humildad, hija mía, sirve para la purificación de las almas. Por eso te digo, hija mía, que vale la pena sufrir, porque aquí todo se acaba; pero todo luego es eterno, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, enséñame otras cosas de ahí. Otras cosas de las que he visto antes, ¡enséñame! ¡Ay, así me ayuda más a sufrir! ¡Ay! ¡Enséñamelo! ¡Ah! ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Ayyy...!
¡Ay, llévame allí! ¡Ay, llévame! ¡No me dejes más aquí, llévame! ¿Cuántas veces quieres que te lo pida? ¡Ay...! ¡Ay, qué felicidad! (Con profundo gozo). ¡Ay, que digan que no hay de esto! ¡Vamos! ¡Ay, otro poquito, déjame nada más otro poquito, porque quiero disfrutar de cada una de ellas para saber cuál es la mejor! ¡Ay...! Mira que si luego no consigo ir a ninguna de éstas, ¿eh? ¡Ay!, sólo te pido una, ¿eh? ¡Ay!, aunque sea la última, ¿eh? ¡Ay!, ¿todavía hay más?; pero hoy no quieres enseñármelas, ¿eh? ¿Que ya he visto bastantes...? ¡Otro poquito!, ¡otro poquito! ¡Ay! ¡Ah...! Sólo es lo último que te pido. ¡Ah!... ¿Que me enseñas la siguiente? ¡Ay!, pero ¡bueno!
¡Ay!, esas piedras, ¿qué son? ¿Brillantes? ¡Ay...! Y esos carros que hay ahí, ¡si son de oro! ¡Aaah...!, pero hay en forma de un bicho, ¿no? ¡Ah!, de una langosta. ¡Ay, ésos, qué bonitos son! Al levantar atrás, eso que tienen atrás, ¿a ver qué sale? ¡Huy! ¡Ay! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, desprende fuego de ahí! ¡Ay...!, pero, ¿cómo desprende fuego? ¡Ay...! ¡Que me quema! ¡Ay...!, ¡Madre mía! Pero ¡bueno!, ¿por qué desprende de ahí eso? ¡Ay...!
La Virgen:
Hija mía, porque cuando la lucha llegue, éstos serán los que luchen y desprendan fuego por sus colas, hija mía, y arrasarán la mies seca de la Tierra. Éstos son los carros del Señor.
Luz Amparo:
¡Aaah! ¡Ay! Pero... ¡no son iguales! ¡Ay, qué forma tiene eso! ¡Ay! ¡Aaah! ¡Ay! ¡Ay...!
La Virgen:
También los tiene el enemigo, hija mía; pero el enemigo matará a todo ser que está sellado con su sello, pero no tocará a ningún sello viviente que sea marcado por el Ángel del Señor o por mí, hija mía.
Luz Amparo:
Eso quiere decir el sello, ¿verdad? ¡Ah! ¡Ay, ay, ay...! Lo que veo allí, más allá, ¿qué es aquello? Eso ya lo he visto otra vez; esos veinticuatro hombres, ¿qué son?; pero no son tan viejos, con esa barba. ¡Ay! ¡Ah! Ésos son los que van a...
¡Ay! ¿Que no lo diga? ¡Ah...! Pues dímelo Tú. Yo lo sabía de otra forma, pero... (Palabras en idioma desconocido).
¡Ah, bueno!, pues eso: te lo prometo, que está en secreto... ¡Cuántas cosas hay ahí arriba!, y ¡qué pena que se condenen tantas almas! ¡Ayyy! Ayúdalas Tú, porque vale la pena aquí sufrir, pero para ver luego todo eso. ¡Ay! ¡Ay!... ¿Todos no?, ¿irán ahí todos?, ¡ay! Pero, ¿por qué, si Dios es grande?
La Virgen:
Pero es sumamente justo, hija mía.
Luz Amparo:
¡Bueno!, pero que perdone; porque si Él nos ha hecho, pues, a ver, ¿por qué pecamos?... Tú has dicho que nos condenamos nosotros; pero no nos queremos condenar. ¿Por qué un hombre se va a querer condenar? ¿No es Dios el que nos juzga?
La Virgen:
Sí, hija mía; pero, si se presenta con las manos vacías, ¿qué premio va a recibir, hija mía? Procurad, hijos míos, cuando os presentéis ante el Padre, ir con las manos llenas de obras, ¡veréis qué gran premio!
Luz Amparo:
¡Ay! Yo, si quieres que bese el suelo veinte veces, lo beso; pero si se salvan más almas, estoy besándolo todo el día. ¡Ay! ¡Ay! ¿Tú crees que si beso tanto el suelo se salvan?
La Virgen:
Eso es un acto de humildad que puede servir, hija mía, para ayudar a las almas; pero no es que se salven las almas, aunque estés todo el día besando el suelo.
Luz Amparo:
Pues entonces, ¿para qué me mandas besar todas las veces el suelo? ¡Ah...! ¿Otra vez? ¡Bueno!, pues si sirve para algo... Ya lo he besado otra vez. A ver qué haces ahora Tú, porque si no tiene valor, ¿por qué me agacho? ¡Ah, ah!
La Virgen:
Claro que tiene valor, hija mía. Ya te he dicho muchas veces que, orando con la cabeza en el suelo, imitaréis a Cristo, porque Cristo así estaba durante todo el día.
Luz Amparo:
Pero, ¿todo el día, todo el día? ¡Ay!, si no se puede resistir todo el día… La Virgen:
La Virgen:
No quiero decir que estés todo el día con la cabeza en el suelo, hija mía; pero Cristo lo hizo por salvar a la Humanidad. Dio su vida, y pensad que Dios Padre no es el culpable, porque Dios Padre puso a su Hijo y le dio muerte de cruz para salvar a la Humanidad. Claro que con vuestros pecados llegó a la Cruz, hijos míos, porque si, cuando en Sodoma y Gomorra vinieron los ángeles a avisar, el mundo se hubiese convertido, no sufriría Cristo, hijos míos, pero claro…
Luz Amparo:
¡Oh, claro! ¿Cómo somos así...? Pues manda el Castigo y ya está, y verás cómo espabilan todos; pero es que..., porque es que les estás diciendo las cosas y no se lo creen; pues haz Tú alguna cosa y verás cómo ya se enteran bien de todo.
La Virgen:
Ya te dijo mi Hijo en una ocasión que, si bajara en estos momentos, volveríais a crucificarle, hijos míos.
Luz Amparo:
¿Yo también? ¡Vamos! ¡Ah! ¿Yo también iba a crucificarle?
La Virgen:
Tú harías lo mismo que todos, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, yo no quiero. Yo quiero que te aparezcas y que te vean todos, para que luego no digan que Tú no te apareces en este lugar.
La Virgen:
Yo haría mi aparición, hija mía, y tu misión se habría acabado. Eso sí que te gustaría, ¿verdad?
Luz Amparo:
¡Ay!, no es que me guste, pero... ya no tendría tantas cosas, ¡vamos! Tú fíjate, ahora, todo lo que estás haciendo ahí, ¿a ver cómo salgo yo de ésta? A ver, a ver: si Tú no me pones en el camino..., ¿quién es el que lo hace? ¡Ay, ah, ah...!
La Virgen:
Ésas son las pruebas, hija mía; las pruebas empiezan en este momento. Ya te he dicho, hija mía, que qué fácil sería... (Habla en idioma desconocido).
Luz Amparo:
¡Claro! ¡Qué bien, sí..., ay!; pero para mí sí que sería fácil.
La Virgen:
Y yo haré mi presencia en el momento que a mí me apetezca, hija mía. Sí, me verían y aún dudarían. ¿No han visto mi presencia en el Sol y la presencia de Cristo, y muchos lo han negado?
Luz Amparo:
Pues que no lo vean ésos, o que lo vean los que no lo nieguen; porque si lo niegan, no sé para qué les haces que lo vean.
La Virgen:
Porque ya tienen más responsabilidad hacia Cristo, hija mía.
Luz Amparo:
¡Bueno!, pues Tú harás lo que quieras, pero yo quiero que un día te aparezcas, y que te vea todo el mundo. ¡Todos!
La Virgen:
Tampoco lo creerían, hija mía; dirían que estáis sugestionados y que todos habéis visto lo mismo.
Luz Amparo:
Pero es que todos no lo han visto lo mismo y... Y no dicen igual. ¡A ver!... Tú ayúdanos a todos los que podemos ir a donde Tú dices, porque si no..., a ver dónde me pongo yo; allí en la puerta hasta que se haga lo que Tú quieres, y ya está. ¡Ah, ah!... Yo me pongo, pero luego... ¡verás lo que hacen conmigo!
La Virgen:
Tú piensa, hija mía, que si yo me he manifestado y te he comunicado este secreto, tendrás oportunidad de poder revelarlo.
Luz Amparo:
Sí, ¡ya! ¡Claro! Pero a ver, ¿cuándo?, porque si estás diciendo que tardo, que tardo... ¡A ver! Cuando lo del Obispo, que el Cardenal; cuando el Cardenal, que el Obispo. Pues si no había Obispo, ¿por qué decías que Cardenal? Y si había Obispo, ¿eh? ¿Dices que Cardenal?
La Virgen:
Eso son las pruebas. Piensa que los grandes santos han tenido pruebas muy duras; más duras que las tuyas... Tú no eres una grande santa.
Luz Amparo:
Si ya lo sé que yo no soy santa; ya lo he dicho yo, que yo no quiero estar en el altar; yo lo único que quiero es cumplir lo que dices; pero que Tú ayudes, porque sola, a ver cómo puedo yo solucionarlo todo esto. ¡A ver! Y... y si tenemos que morir, pues morimos; pero ayúdanos.
La Virgen:
Por eso te pongo, hija mía, a muchas personas que pueden ayudarte en tu camino.
Luz Amparo:
Esas personas están como yo, ¿eh?; porque no saben por dónde empezar, ¿eh? ¡A ver, qué vamos a hacer! Tú ayúdanos y ponnos, pero un camino, para que lleguemos a donde Tú quieres; porque si ésta es la prueba, ¡a ver cómo llegamos!
¡Ay, Madre mía! Si ya lo sé que eres ¡más guapa! ¡Ay, no poder estar siempre ahí contigo! ¡Otra vez aquí abajo! ¡Vamos! ¡Ay, Madre mía! Pero, ¿cómo se puede alcanzar ir ahí?, ¡vamos! ¡Ay! ¿Que dices que me está puliendo tu Hijo? Pero me debe de faltar bien de pulir, ¿eh? ¡Ah! Porque con todo lo que está pasando, ¡vamos! Y todo lo que no te quiero decir, que Tú lo sabes..., y yo quiero hacerlo; pero es que me dicen que me estoy asesinando. ¿Tú crees que porque haga eso me asesino?
Si es sacrificio, es penitencia, y el sacrificio es de una forma y la penitencia de otra, ¿no? El sacrificio es en el cuerpo, ¿no? Y la penitencia es... ¡Ah!, pero ¡bueno!, eso ya lo sabía yo, que es en la comida, en el postre, en los alimentos, en una cosa que te gusta. Pero el sacrificio es de la otra forma. Pues eso. Pues nada; aquí no puedo hacerlo tampoco. (Las siguientes palabras son pronunciadas en voz baja, como en tono confidencial). Ayúdame Tú, para que lo pueda hacer, pero que no se enteren. Tú hazlo de una forma cuando nadie te vea, ¿eh? Me lo das, y yo hago lo que Tú dices, ¡bueno! ¡Ah!, pero Tú nos quieres a todos mucho, ¿verdad?
La Virgen:
Si no os hubiese querido, hijos míos, no me hubiese manifestado hace cientos de años para avisaros del gran peligro que os espera. Y también me manifesté hace mucho tiempo en este lugar; pero nadie ha querido... nadie ha querido sacar adelante esta manifestación; la han confundido, hija mía.
Luz Amparo:
Bueno, y si te presentaste aquí, ¿por qué no dijeron que te habías presentado aquí? ¡Vaya lío ahora! ¡Ah!... Yo no lo puedo decir, ¿no?
La Virgen:
No, no…
Luz Amparo:
¡Huy! ¡Qué lío!... ¡Vamos, pues lo que me faltaba ahora! ¡Ay! ¿Y qué pasó?...
Palabras en lengua desconocida, como si respondiera a la pregunta.
Luz Amparo:
Pues, ¡si que están bien también los de arriba!... Pero, no me hagas que lo diga, ¿eh? Porque entonces... ¡Madre mía, lo que se armaría! ¡Uh!... ¡Ay, bueno! Ahora, ¿no vas a bendecir los objetos? Antes de irte.
La Virgen:
Sí, hija mía. Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Luz Amparo:
¡Ah..., ay!... ¡Ay...! Yo aunque me muera, que me muera, no lo voy a decir. ¡Ay!, pero hay cosas que te pueden sacar para decirlo, ¿no? Pero yo no voy a esos sitios y no lo pienso decir. Tú sabrás lo que haces.
¡Ay! ¡Déjame que te toque un poquito el pie!, ¡sólo el pie...! ¡Ay, qué frío está! ¡Ay! ¡Si parece que estás mojada! ¡Ay...! ¡Qué pie tienes más bonito! Bueno, no tienes nada feo, ¿eh? Todo lo tienes bonito, ¡todo! ¿Cómo habrá gente?... ¡Ay!, pues, ¿cómo se dice?
La Virgen:
Hija mía, nunca digas «gente», di «tu prójimo».
Luz Amparo:
Pues bueno, pues mi prójimo, ¿cómo habrá?... El prójimo mío es todo. Y todos somos «prójimo», pero aquí se llama gente... ¡Y que no lo crean lo que Tú estás haciendo, Madre mía! Pero ¡haz algo gordo!
¡Ay! Sí, ¡claro!... La salvación de las almas, ¡ya! ¡Claro!, pero lo otro también es bueno... Porque yo te lo pido, que lo hagas; y ¡tantas veces!
La Virgen:
Eso es ser soberbia y meterte, hija mía,... (Palabras ininteligibles).
Luz Amparo:
¡Ay!, pero si yo no quiero eso, pues, ¿qué quieres que haga por soberbia?
La Virgen:
Besar otra vez el suelo.
Luz Amparo:
Pues sí, ¡estamos bien!... Ya he besado otra vez el suelo, ¿no dices que no tiene importancia? ¿Por qué me mandas tantas veces besarlo? ¡Bueno!, pues esto se queda para Ti y para mí. Nadie, pero ¡nadie! Te lo prometo. ¡Ay!, ¿vas a estar viniendo? Bueno, pues Tú dices que el mes de mayo, y nos dices a nosotros que sólo te rezamos en el mes de mayo; ¿y Tú sólo vas a aparecer así todo el mes de mayo? ¡Ay!, pues aparécete también diario, en otras ocasiones; no sólo en el mes de mayo.
La Virgen:
Yo podría, hija mía, manifestarme en todos los lugares del mundo al mismo tiempo; pero no, no quiero manifestarme porque hay personas…
Luz Amparo:
¡Ah, bueno!, «personas» ya es otra cosa.
La Virgen:
Hay personas que ni viendo ni oyendo, hija mía, hacen caso de mis mensajes; podrías levantarte en este momento —pero sería vergonzoso— y señalar uno por uno de los que no creen, hija mía.
Luz Amparo:
Pues, ¿para qué vienen entonces? Pues, que no vengan. ¡Oh! ¡Ay...! ¿Así suben, así...?, ¿así todas? ¡Ay!, pero déjalo, que los que no crean, peor para ellos; que no van a subir ahí... Ábrelo así más: ¡el camino! ¡Oh, qué camino...!
La Virgen:
Ningún ser humano, hija mía, podría soportar esta presencia, si no fuese por una misión. Por eso te digo que no hagas caso de los profetas falsos, porque no pueden ver mi rostro y quedarse como... (Habla en idioma desconocido).
Luz Amparo:
¡Ay!, pues ya se lo he dicho; a muchos se lo he dicho. ¡Ay!, pero bueno, y las almas que se salvan, ¿qué?
¡Ay, no te vayas! ¡No te vayas! ¡Ay!, déjanos otro poquito aquí, no te vayas... ¡Oy, lo que he visto de fino! ¡Huy!, esto no es de la Tierra, ¿eh? Pues, ¡vaya cosas que tenéis por arriba!, ¿eh...?
Bueno, quiérenos mucho, porque nosotros te queremos mucho todos, ¿eh?; aunque haya aquí alguno que no, pero verás cómo te quiere, porque yo te lo voy a pedir y... ya sabes lo que voy a hacer.
¿Nos vas a bendecir? ¡Ah!, pero, ¿de qué forma?, porque es que tu Hijo nos bendijo de una forma que... ¡vamos! ¡Otro lío! Porque, si pone la cruz de esa forma y la cruz de aquí es de otra forma, pues ya tenemos el lío. ¡Ah!...
La Virgen:
Yo te señalo, hija mía, en la Cruz que murió Cristo, pero tú sigue la cruz de aquí, en el globo terrestre... (Habla en idioma extraño).
Luz Amparo:
Bueno, pues a ver cómo fue la de tu Hijo, a ver si la haces igual; y luego nos das la otra.
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¡Ah! Pues ahora danos la otra. ¡Ah! ¡Ah! Es igual, igual, que la he visto yo, igual.
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¿Ya te vas?
La Virgen:
Adiós, hijos míos. Adiós.

Mensaje del día 20 de mayo de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía, ay, qué hermosa vienes!
La Virgen:
Estoy aquí, hija mía, como os he prometido, durante todo este mes daros la santa bendición. También os voy a bendecir todos los objetos. Levantad todos los objetos, hijos míos... Todos han sido bendecidos…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
No te vayas todavía.
La Virgen:
Os tengo que decir poco, hijos míos, pues todo os lo tengo dicho. Sólo os pido como siempre, hijos míos, sacrificio y oración, pues no se hace sacrificio, hijos míos; y para salvar vuestra alma tenéis que hacer sacrificio, porque Cristo os dio ejemplo muriendo en una cruz para enseñarnos al al... (Habla en idioma desconocido. Luz Amparo se lamenta).
Pero todo el que cumpla con los diez mandamientos, hija mía, será el que entre a este lugar. ¡Cuántas veces te he repetido que pocos serán los que entren por esta puerta tan estrecha! Y ¡cuántos se irán por ese camino que ves tan ancho! Es más fácil, hija mía, seguir al enemigo que seguir a Cristo; pues Cristo os enseñará a sufrir para poder alcanzar cada uno la morada que le corresponde. Porque Él os dio ejemplo, hijos míos.
Os lo he repetido muchas veces: no os apeguéis a las cosas terrenas, porque no sirven al hombre nada más que para condenación. Y todo aquél que ha tenido la dicha de recibir riquezas, que las distribuyan con los pobres; porque los pobres, ya lo dijo Cristo: de los pobres será el Reino de los Cielos. Pero también de aquéllos que sepan administrar sus riquezas y las distribuyan con los pobres. Hijos míos, el camino de Cristo es duro; pero la eternidad es larga. Y la eternidad puede ser la salvación o la condenación.
Luz Amparo:
Pero Tú no nos condenas, ¡ay!, porque Tú pedirás al Padre que nos perdone todos los pecados. ¡Ah, ay! Todos queremos salvarnos, todos; pero depende de nosotros, como nos has dicho.
La Virgen:
Hijos míos, depende de vosotros vuestra condenación y vuestra salvación. También repito otra vez, hija mía: quiero que se haga una capilla en este lugar; pues este lugar, te he dicho, está sagrado porque mis pies han pisado en él.
Luz Amparo:
¡Aaay! ¡Ay, ay, ay, qué alegría, ay! ¡Ah, ah! Eso que sobresale, ¿qué es? ¡Aaah, ah...! ¡Ay, qué difícil es salvarse! ¡Ayyy! Pero Dios es misericordioso; no nos puede condenar…
La Virgen:
Hijos míos, si Él no os condena, os condenáis vosotros con vuestro pecado. Por eso, si alguien os dice que el Infierno no existe, hijos míos, no le hagáis caso. Cumplid la palabra de Dios. Y cumplid con los Santos Evangelios.
Publicad por todas las partes del mundo la palabra de Dios, hijos míos; ¡os estáis de demorando mucho tiempo! Os lo he repetido varias veces: que vayáis de pueblo en pueblo; no de dos en dos como esos falsos testigos, sino de grupo en grupo, publicando los Santos Evangelios de Cristo.
Imitad a Cristo en la pobreza, pues Él sólo tuvo una túnica; y no tenía otra de repuesto, hijos míos.
Luz Amparo:
¿Por qué te apareces tantas veces? Así dicen que no puede ser.
La Virgen:
Yo me aparezco, hija mía, donde quiero y cuando quiero. Todo aquél que diga que no puede ser, ¿quién es él para decirme a mí cuándo y dónde tengo que manifestarme? Os aviso, hijos míos, como una madre avisa a su hijo cuando corre un gran peligro; pues hay un gran peligro, hijos míos, que va a caer sobre la Humanidad por hombres sabios, que el demonio se ha metido en sus mentes para «predicar»... fabricar artefactos atómicos, hija mía, para destruir el mundo. Pero no se podrá destruir todo el mundo hasta el fin del fin del mundo, hija mía... Será horrible, hija mía; la Tierra temblará de espanto. Pero con sacrificio y con oración, hijos míos, podréis evitar una gran guerra. Pero está muy próximo el Castigo. Varias naciones quedarán en ruinas, hija mía. Ya te he dicho que lo que los hombres han construido, en un segundo será destruido.
Luz Amparo:
(Con fatiga). ¡Ah..., ah..., ay! Nos metes miedo.
La Virgen:
No os quiero meter miedo, hijos míos. Sólo os aviso, porque no quiero que os condenéis.
Luz Amparo:
¿No? Pues... ¡ayúdanos!, que no hacen caso de lo que Tú dices.
La Virgen:
¡Pobres almas, hija mía, pobres almas! Que hace cientos de años estoy dando avisos y no hacen caso de mis avisos. Ya he repetido en otras ocasiones: «Más les valiera no haber nacido».
Luz Amparo:
Madre mía; pero Tú tienes que hacer... hacer algo, que vean algo…
La Virgen:
Muchos no podrán verme, hija mía; pero si cumplen con los mandamientos de la Ley de Dios, ya me verán, hija mía. También ha habido varias curaciones, pero que no han dado el testimonio, hija mía. Son velas encendidas esos testimonios para la salvación de las almas.
Luz Amparo:
Tu Corazón está triste. Tienes muchas espinas en él…
La Virgen:
Pedid por las almas consagradas, hija mía. ¡Pobres almas! ¡Las ama tanto mi Corazón!... Y, ¿cuántas de ellas corresponden a este amor? Pocas, hija mía, pocas son las que corresponden.
Vas a sacarme cuatro espinas, hija mía, para que veas que los sacrificios y las oraciones tienen mucho poder. Estas cuatro almas..., son de almas consagradas…
Luz Amparo se lamenta repetidamente.
La Virgen:
¿Lo siente tu corazón? Pues, estate contenta de ver con qué alegría se han purificado cuatro almas.
Luz Amparo:
¡Qué miedo al tirar de ellas! Al tirar de ellas, ¡qué miedo! Parece que se viene el Corazón para acá.
La Virgen:
Si tú sufres, piensa, hija mía, cómo estará mi Corazón. ¿Lo ves cómo está cercado de espinas? Pero los sacrificios pueden purificar a las almas. Por eso, no creáis que estáis salvados, hijos míos. Si alguien os dice que estáis salvados, está mintiendo, hijos míos. Sin el sacrificio y sin la oración, no se salvarán las almas.
Vas a escribir un nombre, hija mía, en el Libro de la Vida. Primero escoge tú uno; y luego, yo te diré dos... Ya hay uno de los que tú has escogido. Escribe otros dos, hija mía…
Luz Amparo:
¡Ay, qué alegría! ¡Ay! Tres nombres y cuatro purificaciones... ¡Ay, qué alegría!
La Virgen:
¡Ay, hija mía! A pesar de mis manifestaciones, siguen los hombres burlándose. Yo no quiero decir que son los hombres, porque los humanos da lo mismo hombres que mujeres. Se ríen, se ríen de mi existencia, hija mía. Pide por esas almas. Tú sabes cuáles son. Cuando salgas de este lugar, echa una mirada sobre ellas y sus corazones quedarán contritos y arrepentidos.
Luz Amparo:
¡Si se ríen!... Pues peor para ellos.
La Virgen:
No digas eso, hija mía. Pide por ellas y haz sacrificios por ellas. Se llaman hijos de Dios, pero no son buenos hijos de Dios. Hoy lo vas a pasar todo, hija mía, todo, hasta el cáliz del dolor. Y vas a beber sólo una gota…
Luz Amparo:
¡Ah, ah...! ¡Ay, ay, ay, ay, qué amargo! ¡Ay!...
La Virgen:
¿Está amargo, hija mía? Tú piensa qué amargura siente mi Corazón cuando millones y millones de almas se precipitan en el fondo del abismo. Vas a presenciar un cuadro, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ayyy...! ¡Ay, eso es horrible! ¡No puede ser..., no puede ser que Dios haga eso...! ¡No puede ser, no, no! ¡Ah..., ay! ¿No pueden salir de ahí ya más? ¡Ay, que no...!
La Virgen:
¡Para siempre, para siempre, hija mía! ¡Para toda la eternidad! Y no es Dios; son ellos por su propia voluntad.
Luz Amparo:
¡Ay, ay...! (Palabra ininteligible). Dime lo que puedo hacer para que no vayan ahí…
La Virgen:
No para ti sólo, hija mía; sino para todos: sacrificio, sacrificio y penitencia, acompañado de la oración. Rezad el santo Rosario todos los días, hija mía. Pensad que es mi plegaria y yo os puedo dar muchas gracias.
Luz Amparo:
¡Es horrible eso! Es horrible.
La Virgen:
Esto les hice ver, hija mía, a esos tres niños, y ¡cuánto les hicieron pasar! ¡Cuántas crueldades, hija mía! Pues este mismo aprieto tuvieron ellos.
Luz Amparo:
Pero es espantoso; ¡es espantoso eso! ¡Ay, ay! ¡Ah...!
La Virgen:
Pide por las almas consagradas, hija mía.
Luz Amparo:
Sí, pido por ellas; ya pido por ellas.
La Virgen:
Id de pueblo en pueblo publicando el Evangelio, que vosotros también lo podéis hacer, hijos míos; no sólo las almas consagradas, porque la palabra de Dios se puede hablar por cualquiera de los humanos; cualquier humano puede hablar de Dios, hija mía, en cualquier lugar.
Besa el suelo, hija mía, en acto de humildad por los pobres pecadores... ¡Por los pobres pecadores, hija mía! Y lo vas a volver a besar por las almas consagradas, para que ellas al demonio lo rechacen, hija mía, porque el demonio les pone los placeres del mundo para apoderarse de sus almas. ¡Pobres almas! Besa el suelo otra vez, hija mía... Por las almas consagradas, hija mía, ¡las ama tanto mi Corazón!
Por eso os pido sacrificios, os lo repito muchas veces: ¡sacrificio! Sacrificio y oración para poder salvar la tercera parte de la Humanidad. Por lo menos quisiera salvar esas almas.
Y tú, hija mía, sé humilde; no seas soberbia. Sigue ayudando a esas almas. ¡Qué gran obra, hija mía! Tú no sabes mi Corazón cómo ha rebosado hoy de alegría.
Luz Amparo:
¡Ay...! Pero, ¿lo he hecho bien? ¿Lo he hecho bien como Tú has dicho? ¿Todo ha salido bien, todo? ¡Ay! ¡Qué alegría tan grande cuando quiero que haya un alma... (Estas últimas palabras no se entienden bien), va corriendo y quiere hablar, y sólo con unas palabras se convierte! ¡Qué alegría, Madre mía! Pero muchos no quieren confesar. ¿Sabes lo que dicen? Que han confesado con Dios y que como han confesado con Dios, que no van a confesar con un hombre. ¡Ay! Pero Tú repite lo que dices: que hace falta que se confiesen. Repítelo, Madre mía.
La Virgen:
Sí, hijos míos, el sacramento de la Confesión es muy importante. Os he dicho otras veces que, si Dios hubiese puesto un ángel para confesaros, el ángel no podría comprender cómo sois tan crueles para ofender a Dios constantemente. Por eso os ha puesto un hombre, a un hombre que está consagrado, pero que es lo mismo que vosotros, para que comprendáis y él os comprenda a vosotros, hijos míos. Acercaos al sacramento de la Confesión y acercaos al sacramento de la Eucaristía. Visitad a mi Hijo, hijos míos, que está triste y sólo en el sagrario.
Luz Amparo:
¡Hay tanta gente y tantos que no te aman, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! Díselo Tú a tu Hijo, que les dé un poquito de luz para que puedan convertirse. ¡Ay, Dios mío! Yo ya no puedo hacer más cosas; pero, si Tú me pides otras cosas, yo lo haré. Pero dime cómo, para que se conviertan.
La Virgen:
Piensa que vieron morir a Cristo en la Cruz y todavía siguen pecando, hija mía. Es imposible que se pueda salvar toda la Humanidad, porque los hombres siguen pecando cada día más, hija mía, y la ofensa al Padre Eterno es terrible. Las almas consagradas ofenden tanto a este Corazón, hija mía, que estoy…
Luz Amparo:
Pero ellos también son débiles. Ayúdalos también Tú, porque, si los hubieras puesto como los ángeles, no pecarían. Ayúdales Tú también. Yo pediré mucho; pero Tú tienes que ayudarles.
La Virgen:
Si todas las almas consagradas rezasen diariamente el Rosario, el mundo estaba salvado, hija mía. Pero, ¡cuidado!, que para rezar el santo Rosario, primero hay que cumplir con Dios. Primero está Dios, hija mía, luego está Cristo, y luego estoy yo; pero yo soy la intercesora para acudir a Cristo, hija mía. Para subir al Cielo, imploro constantemente al Padre, para que os perdone los pecados y os dé gracias para arrepentiros, hijos míos. Y ya lo tengo todo dicho, hijos míos, y lo he repetido muchas veces: todo se cumplirá, desde el primer mensaje hasta el último. Poneos a bien con Dios, hijos míos. No os acostéis sin antes poneros a bien con Dios. Pensad que la muerte llega sin avisar.
Luz Amparo:
Ahora dame que te bese el pie otra vez. ¡Ay! ¡Sólo un poco los dedos! ¡Ay! ¡Qué fino...!
La Virgen:
Hijos míos, seguid rezando mi plegaria favorita. Me agrada tanto, hijos míos, me agrada tanto el santo Rosario... Pero vosotros, ¡cuánto os cuesta rezarlo, hijos míos! Agradadme, hijos míos, aunque sólo sea un Rosario diario. Me gustaría que fuesen las tres partes; pero me conformo con una sólo, hija mía. Es para el bien de vuestras almas y para la salvación de la Humanidad. Evitaréis muchas guerras y muchos castigos terrenos con vuestras oraciones, hijos míos.
Hijos míos, ¡adiós!

Mensaje del día 26 de mayo de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía, Madre mía, ay, ay...!
La Virgen:
Hijos míos..., vengo a dar mi santa bendición. Os pido, hijos míos, que pidáis perdón de vuestros pecados. Pensad que Dios os creó sin vuestra voluntad, pero para salvaros, hijos míos, tiene que ser con vuestra voluntad.
Mirad para arriba al cielo, hijos míos, observad lo que estáis viendo en él.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo…
Es muy importante el alma, hijos míos. Pensad en el alma. ¡Cuántos estáis pidiendo por el cuerpo, y vuestra alma está en pecado! Yo os pido, hijos míos, que todos aquéllos que no os hayáis acercado al sacramento de la Confesión, lo hagáis hoy mismo, hijos míos; es muy importante ponerse a bien con Dios.
Mirad, cómo veréis mi imagen, hijos míos. ¡Qué dolor, hijos míos, que aun viendo no creáis! ¡Qué color más espléndido, hijos míos!... (Se oye como un murmullo de admiración entre los asistentes).
Y todos aquéllos que no cumplan con los mandamientos de la Ley de Dios, porque Dios los instituyó por medio de Moisés para vuestra salvación. Ya os he dicho, hijos míos, que os creó Dios sin vuestra voluntad, pero para salvaros, tiene que ser por vuestra propia voluntad. De vosotros depende la salvación o la condenación, porque Dios Padre dio libertad a todo ser humano, para que supiese... (Durante unos instantes habla en idioma extraño).
Luz Amparo:
¡Ay, ay, qué color!
La Virgen:
Estad atentos, hijos míos. ¡Cuántos, después de haber visto todo esto, lo negaréis, hijos míos!
Vuestra Madre os quiere salvar, y pide al Padre Eterno por vuestra salvación, hijos míos. Decid muy a menudo: «Santo Dios, Santo Inmortal, libra al mundo de todo mal», hijos míos, de todos los peligros que acechan al globo terrestre. El mundo está en peligro, hijos míos, como no cojáis el arma en las manos. Que el arma vuestra sea vuestro rosario, para poder salvar a la Humanidad, hijos míos. El Rosario es un... (Palabras ininteligibles).
Hija mía, dilo tú de otra manera.
Luz Amparo:
¡Ah, que fuiste Tú la que lo dijiste por primera vez!
La Virgen:
¡Ay, qué colores, hijos míos! Observad el cielo, ¿no os parece maravilloso en un día como éste, que todo este resplandor que sale sea de Dios, hijos míos? Mi imagen está allí, observadla, hijos míos. (Como fondo, se sigue escuchando el murmullo de los asistentes). Que nadie os diga, hijos míos, que es una sugestión vuestra. Lo estáis viendo, hijos míos, que nadie os confunda. El mundo está en un gran peligro, porque el mundo, hijos míos, será destruido, si no sois capaces de ir de pueblo en pueblo publicando el Evangelio, hijos míos. Publicadlo por todas las partes. Por artefactos atómicos, hijos míos, el mundo está en gran peligro. Pedid a vuestra Madre, para que vuestra Madre pida a su Hijo, y su Hijo pida al Padre, hijos míos. No os acordáis del Padre Eterno; es el Juez y será el que juzgue a toda la Humanidad, porque Cristo vino a salvar al mundo, pero Dios Padre será el que juzgue, hijos míos.
¡Qué maravillas, hijos míos! ¡Dichosos esos ojos que ven, y esos oídos que están oyendo todas estas palabras que salen de mi Corazón!
Vuelve a besar el suelo, hijos míos, servirá para la salvación de las almas... Este acto de humildad, hijos míos, sirve para salvar a las almas.
Estad alerta, hijos míos, estad preparados; os he avisado muchas veces que la muerte llega como el ladrón sin avisar, y puede llegar en cualquier momento.
Las maravillas del Cielo, hijos míos, no pueden confundir a nadie. Estad alerta y mirad al cielo. Estad alerta, hijos míos, y luego cada uno de aquéllos que habéis visto, dad testimonio, hijos míos, porque servirá para ayudar a las almas.
Luz Amparo:
¡Ay, qué maravilla! ¡Ay, qué azul, ay, qué azul! ¡Ay, ay, qué cosa más bonita! ¡Qué bonito es, ay! ¡Ay, qué bonito! ¡Madre mía, qué cosas más bonitas estoy viendo! Pero los veo con los ojos del alma, no con los del cuerpo. ¡Ay, qué azul y qué rosa! ¡Ay, qué cosa más grande, ay! ¡Ay, qué maravilla! ¡Madre, cómo da vueltas, ay, ay...! ¡Ay, qué grande! ¡No hay otra cosa más grande como esto...!
La Virgen:
Pero para que veas que todo no es gloria, hija mía, verás una parte de Infierno.
Luz Amparo:
(Entre sollozos). ¡Ay, ay, ay, ayyy...! Pero, ¡bueno! ¡Ay, ay, ay...!
La Virgen:
Esas llamas que salen de su boca es porque han publicado doctrinas falsas.
Luz Amparo:
¡Ay!, ¿y están siempre así? ¡Ay, ay, ayyy...! ¿Y ese brazo está ardiendo también?
La Virgen:
Cada miembro, que ha cometido un pecado, será atormentado, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, a ésos retírales las llamas. ¡Si yo eso no lo había visto de las llamas! Parecen hierro los cuerpos que están ardiendo, como si fueran un hierro que está al rojo; lo tiran para arriba y para abajo. ¿Eso es siempre?
La Virgen:
Estas almas, hija mía, están constantemente diciendo: «¡Maldita boca, malditos brazos..., con todo mi cuerpo sea maldito, que no me ha servido nada más que para la condenación! ¡Maldito sea mi cuerpo!».
Luz Amparo:
Pero ésos, ¿no pueden salir de ahí más, tampoco? ¡Ay, Dios mío!...
La Virgen:
Los miembros de vuestro cuerpo, hijos míos, que hayan cometido un pecado serán eternamente atormentados. Por eso os digo, hijos míos: si vuestro ojo os hace pecar, arrancároslo y tiradlo lejos. Y si vuestro brazo os hace pecar, arrancároslo fuerte y tiradlo muy lejos, porque más vale entrar sin ojos y sin brazos en el Cielo, que no con todo el cuerpo en el Infierno.
Luz Amparo:
Pero, ¿cuántos infiernos hay?, porque ya son muchos.
La Virgen:
En cada infierno, hija mía, se consumirán según su pecado. (Esta frase es casi ininteligible).
Luz Amparo:
Pero ¡ya está bien, todos los que tiene!
La Virgen:
Porque a todos no se puede dar el mismo castigo, hijos míos. Dios Padre le dará a cada uno según el castigo que merece. Como las moradas, hijos míos, cada uno recibiréis según vuestras obras.
Luz Amparo:
En cualquier morada no se sufre, ¿no?
La Virgen:
No, hija mía, con todos es felicidad, todo es amor; pero unos están más cerca de Dios Padre que otros; pero no sienten ningún dolor, ni ningún tormento y no necesitan de nada; están gloriosos, hija mía. No creas que es sólo mi Corazón el que está cercado de espinas, mira el Corazón de Cristo.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...!, pero ¿también el Tuyo? ¡Ay, ay, ay...!, de ese Corazón, ¿no se pueden quitar espinas?... Déjame que te quite alguna a Ti también.
¡Ay..., qué hermosura, ay! ¡Ay, Señor! ¡Ay, qué cosa más guapa! ¡Ay, si cada día eres más guapo! ¡Ay, ay, déjame que te toque un poquito...!
¡Ay! ¿No puedo sacar una espina de tu Corazón? ¡Anda, déjame que la saque, como la he sacado de tu Madre! ¡Ay, qué pena, cómo está tu Corazón también! ¿No tienes bastante con la Cruz?...
El Señor:
Te la voy a descargar un momento, hija mía. Cógela y cárgatela.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! ¿Por qué está tan pesada? (Palabras casi ininteligibles al ser pronunciadas en tono de voz muy bajo). No me la quites, déjamela, ¡déjamela! ¡Ah, ah, ay! ¡Pesa mucho! ¡Ah, ah, ay, ah...!
El Señor:
Sólo un segundo, hija mía. Dame esa cruz.
Luz Amparo:
¡Ay! No, no quiero, déjamela a mí, déjamela. (Casi ininteligible).
El Señor:
Dame la cruz, hija mía.
Luz Amparo:
Tómala, Tú que quieres, Tú, toma. ¡Ay, ay, ay...! (Emite quejas durante unos instantes). Que quite una espina, sólo una espina de tu Corazón. A ver cuál es la que puedo sacar.
La Virgen:
La del centro del Corazón que está en Cristo.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, Señor!, te voy a sacar una; ya sé que te voy a hacer daño. ¡Ay!, yo la veo muy clavada. ¡Ay, ay, ay..., cómo sangra ese Corazón Tuyo también!
La Virgen:
Sangra, hija mía, por toda la Humanidad, por toda, porque está llegando el momento de que los ángeles bajen a segar la mies seca de la Tierra. Mira el Ángel... (Palabra ininteligible) de la ira de Dios, hija mía.
Luz Amparo:
¡Oy, oh!, pero ¿cómo puede hacer eso? ¡Ay!, pero ¿cómo puede hacer eso el Ángel?
La Virgen:
No es el Ángel, hija mía, es mandado por Dios Padre. Vendrán ejércitos, ejércitos de ángeles, para recoger los buenos frutos, y tirar lejos, muy lejos, la mala hierba y quemarla, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay!, pero ¿cómo puedes hacer eso?; pero si es que hay menos frutos que mala hierba. Mucha más hierba y muy pocos frutos. ¿Qué vas a hacer con todos éstos que no quieren saber?
El Señor:
Estoy pidiendo al Padre misericordia, y mi Madre pide misericordia por la Humanidad; pero ya os he dicho otras veces que no consiento más el sufrimiento de mi Madre; que no hay cacharro en el mundo, donde pudieran recogerse las lágrimas de mi Madre.
Luz Amparo:
Bueno, entre los dos lo podéis hacer. Entre los dos, ayudándonos un poquito, lo hacéis y nos salváis a todos.
La Virgen:
No, hija mía, porque la ira de Dios está próxima. ¿Sabes cómo está el Ángel preparado? Con la... (Palabra ininteligible) y la guadaña, para segar la mies de la Tierra.
Luz Amparo:
Pero ¿con qué la va a segar?, ¿con eso que sale por la cola de ese carro? ¡Ay..., pero ten misericordia de todos Tú!, porque Tú eres Madre, y todas las madres, cuando queremos a nuestros hijos, pues aunque sean malos, los seguimos queriendo.
La Virgen:
Yo intercedo a mi Hijo, hijos míos, pero es el Padre el que descargará su ira..., y nadie os acordáis de rezar al Padre Eterno, y el Padre Eterno es el Juez.
Luz Amparo:
¡Ah!, yo sí que me acuerdo, yo me acuerdo de rezar. Por eso has dicho que digamos eso, ¿no? Pero el Señor no será el que juzgue. ¡Ay, ay!, bueno, pues lo que Tú quieras.
Eso es oro, lo que llevas en esa parte, ¿es oro? ¿Ese rosario es de oro? ¡Ay!, yo creía que no te gustaba el oro a Ti. ¡Ay!, pues llevas un rosario de oro... ¡Ay!, pero el oro es donde hay riquezas, y si Tú no quieres las riquezas, ¿por qué pides que seamos pobres y Tú llevas ese rosario de oro tan grande? Pero si te lo ha dado el Padre, yo no digo nada, ¿eh?
¡Ay!, bueno, pues si Tú te vas ya también, déjame un poquito que bese también tus pies, como los de tu Madre.
La Virgen:
Lo que te pido es humildad, para poder salvar a las almas. Hay que dar ejemplo, hijos míos: con la humildad, y con vuestra pureza, podréis salvar a la Humanidad. La caridad es muy importante también con el prójimo; es la primera virtud, hijos míos: la caridad. Si no hay caridad, no puede haber amor a Dios.
Luz Amparo:
Eso sí que es verdad, porque el que no quiere a la gente no puede querer a Dios. Eso ya lo he dicho yo tantas veces; pero, a ver, ¿qué quieres que les diga? ¿De qué forma se lo digo?
La Virgen:
Con tu sacrificio y con tu humildad darás ejemplo, hija mía. Ya sabes que el camino de Cristo es el camino del sufrimiento y del dolor.
Luz Amparo:
¡Ay!, más y más y más, pues, anda, ¡que ya está bien!
¡Ay, ay!, déjame que te voy a dar un beso, pero en el pie. ¡Ay!, yo no quiero besarte nada más que el pie; me conformo con el pie. ¡Ay, pero, ¿la mano?! ¡Ayyy, ay, ay..., qué mano! ¡Ay, pero qué fría está! Pero, ¿dónde estáis, que estáis tan fríos?
¡Ay, Madre mía!, pero, ¿me lo puedes decir, aunque sea en el idioma que Tú sabes, dónde estáis?... (Palabras en idioma desconocido).
Pues anda, que sí que estáis bien. Pues a nosotros ponernos a vuestro lado, no lejos de vosotros; muy lejos, no. ¡Ay!, porque si encima nos mandas lejos..., ¡vamos ya!; yo no sé lo que pasaría.
¡Ay!, ¿Tú también vas a bendecir? ¡Ay, qué alegría!, porque así todos éstos que no creen, recibirán esa luz. Venga, bendícenos.
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¡Ya estamos otra vez con la cruz!, pero hazlo de la otra forma, porque verás qué lío se va a armar. ¡Vete tú diciendo ahora que yo hago la señal de la cruz así, de esa forma! Bueno, yo la hago como Tú digas, pero cuando no me vean, porque si me ven, van a decir que eso no es Tuyo. Así que Tú verás lo que haces; díselo a los demás, o manifiéstate y díselo, porque me cargas a mí todo. ¡Ah, claro!, yo sola no puedo defenderme. ¡Ay, ay!
El Señor:
Piensa en esos tres niños, cómo se enfrentaron, hija mía, y eran niños; ¡cómo los humillaban, para que negaran la existencia de mi Madre!
Luz Amparo:
Sí, pero eran tres y yo soy sola, ¿qué? Yo sola con todos, ¿eh?, y ellos, tres; pero yo sola, ¡vamos!, a ver con quién me refugio yo.
El Señor:
Ya te he dicho que te refugies sobre mi Corazón, que cuando estés triste, te refugies sobre mi Corazón.
Luz Amparo:
Sí, ya, un rato, ¿y luego? ¡Hala!, todo entero.
¡Sólo un ratito y luego todo, todo para mí sola!
¡Ay!, pero Tú harás lo que quieras, porque yo estoy aquí para que lo hagas Tú y, después, para que me premies también, ¿no?, ¿o me vas a dejar después con... (Palabra ininteligible), eh? ¡No, sin premio, no! ¡Ay!, dirás que soy muy egoísta; pero, es que ¡cualquiera se mete en el Infierno! ¡Oy, por Dios, qué horror!, ¡y es horrible!; no lo permitas Tú, ¿eh?, porque, si lo permites...; además, ¿sabes lo que pasa?: que me enfado muchas veces contigo, porque es que te pido cosas, y no me las haces. Claro, por eso me enfado. Si soy soberbia, pues yo pediré perdón, pero es que eres tan cuco Tú también. ¡Claro!, ¿no te gusta que te diga que eres cuco? ¡Ay!, pero yo te lo digo porque es que eres cuco de verdad. ¡Ay, qué grande eres!, pero te lo digo porque te quiero, no porque te quiera insultar; es que Tú eres muy cuco para salvar a las almas. ¡Ay!, pero ayúdame, ¿eh? Bueno, pues aquí me quedo con tu Madre; y Tú tienes que hacer lo que te pida. Bueno, no lo que te pida, lo que convenga, ¿eh?
¡Ay, ay, qué cosa siento en mi corazón! Es que me quema dentro. ¡Ay!, seguro que hasta tengo una herida dentro, porque siento que me quemas; ese rayo que te sale de ese lado del Corazón..., ese rayo, ¿de dónde viene? Pues si es como el Sol. ¡Ay, ya! ¡Ahí está el misterio, claro! Ya, ya, ya, cómo me señalas, ¿eh? ¡Qué grande!, por eso está en todos los sitios, ¿eh? Claro, claro. ¡Ay, ay, Jesús mío, qué hermoso eres!, ¡ay, es que tiembla mi cuerpo de emoción! ¡Ay, qué cosas Dios mío! ¡Y que sean así los hombres, ¿eh?, que no hagan caso de lo que les digo! Pues, mira, ellos se lo pierden, porque si luego no te ven, peor para ellos. ¿Eh? ¡Ah!
El Señor:
Bueno, hija mía, humildad te pido; sin humildad no conseguirás el Cielo.
Luz Amparo:
¡Vaya, estaría bien, que tampoco consiguiera el Cielo! ¡Ah...! ¡Ay!, ¿ya te vas? ¡Bueno!, ¿otra vez?... ¡Ay, qué cosa más grande, Madre mía! ¡Tu Hijo es lo más hermoso! Pero es que Tú tampoco te quedas atrás, ¿eh? ¡Cómo eres de guapa! ¡Ay, ay, Madre mía! Ayúdanos para que todos..., dales una luz, para que todos se arrepientan, porque he ido a un hospital, y ¡tú no veas esa mujer, qué ojos me echaba! Y decía que no quería saber nada de Ti. ¡Fíjate, ni en ese momento! ¡Ay, pero bueno!, ¿cómo puede hacer Dios eso? ¿O no es Dios el que lo hace?
La Virgen:
No, hija mía, son los hombres, porque ya he dicho que Dios es misericordia y amor. Pero es Juez, y deja a cada uno la libertad para salvarse o condenarse
Luz Amparo:
Pues no nos tenía que haber dado libertad, porque para condenarnos... ¡Vaya, lo que hizo! ¡Vamos! ¡Ay..., ay! Pues tu Corazón está más vacío de espinas. ¡Qué alegría! ¡Ay!, ¿por qué habrá sido eso?
La Virgen:
Con vuestros sacrificios y con vuestras oraciones... Lo digo en plural, hija mía, pero muchos, muchos, no habéis hecho sacrificio.
Luz Amparo:
Bueno, pues ya lo harán. ¡Ay, es que es tan duro eso! Pero yo creo que con la oración también…
La Virgen:
Pero la oración sin sacrificio, ¿de qué sirve, hijos míos? Como esa oración que sale mecánica de vuestros labios.
Luz Amparo:
Bueno, pues desde ahora saldrá de nuestro corazón; te lo prometemos todos los que estamos aquí, porque, si no lo hacemos, fíjate lo que nos espera. ¡Ay, ay, qué alegría de ver el Corazón así!
La Virgen:
Pero, hija mía, pero las almas siguen pecando y pecando. El hombre es cruel y no se arrepiente de sus pecados. Por eso pido sacrificio para todo aquél que no recibiera... (Palabra ininteligible) gracia divina.
Luz Amparo:
Que la rechaza o que no quiere... ¡Ay, ay! Yo quiero también besar tu pie, porque si me ha dado la mano tu Hijo, pues yo quiero el pie Tuyo. ¡Ay..., lo que siento dentro! Yo no sé si esto será una cosa que me pasa aquí... ¡Qué alegría, porque se están salvando más almas!
¿Quieres que levantemos los objetos?, ¿o hoy no quieres bendecirlos? Bendícelos, anda.
La Virgen:
Mira, hija mía, voy a daros otro premio de bendición sobre los objetos.
Luz Amparo:
¡Ay!, pero con indulgencia, ¿eh?
La Virgen:
Todos han sido bendecidos, hija mía, y estos objetos, como me has pedido, tienen indulgencia para la conversión de los pecadores, para los moribundos, para que en ese momento reciban la luz divina de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues ya nos podemos dedicar a ir a los hospitales, ¿eh?, porque están todos... ¡Vamos!
¡Ay, Madre mía, ay, qué cosas siente mi corazón!; es una cosa tan grande. ¡Ay!, luego otra vez a la misma historia.
¿Ya te vas a ir? ¡Ay, bueno!, ya sabes que te queremos mucho todos, aun los que no creen, te quieren; que están aquí, y el corazón les está haciendo bien de palpitaciones, ¿eh? ¡Ay!, ¿nos vas a bendecir?
La Virgen:
Hijos míos, os bendigo, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
Tú eres una cruz y tu Hijo otra. ¡Anda que..., vaya lío!
La Virgen:
Hijos míos, debéis obediencia a la Iglesia y, si en la Iglesia está esa cruz, vosotros seguid con esa cruz.
Luz Amparo:
Bueno, pues seguiremos con ella; pero yo cuando estoy sola lo hago de la otra forma también. ¡Ay! No, no creo que te enfades.
La Virgen:
No puedo enfadarme, hija mía, por una cosa que ha hecho mi Hijo.
Luz Amparo:
Venga, ¿ya te vas a ir? Bueno, pues, ¿cuándo vas a volver?... (Palabras en idioma extraño). Bueno, pues sí, yo quiero que hagas una cosa grande.
La Virgen:
¡Ay!, para ti, lo más grande, ¿qué es?, ¿que me vean o que se conviertan, hija mía?
Luz Amparo:
Hombre, es que si te ven, se convierten.
La Virgen:
(Con sonido de voz muy bajo). Pues no; me verían y no se convertirían.
Luz Amparo:
Pues, vaya corazón. Bueno, pues si haces algo, bien, y si no, lo que Tú quieras, ¿eh? Pero yo haré lo que Tú quieres también. ¡Hala! Adiós, Madre; adiós, Madre mía.
La Virgen:
¡Adiós!

Mensaje del día 27 de mayo de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...!, Madre, vienes hoy también. ¡Ay! ¿Sólo vienes a darnos la bendición? Dinos alguna cosa.
La Virgen:
Os digo, hijos míos, que acudáis al Padre Eterno; está muy triste y enfadado, porque nadie se acuerda de Él. También quiero que seáis humildes y puros, muy puros, para poder alcanzar la morada que os corresponde, hijos míos.
Mi Corazón está triste, muy triste. Pero ¿sabes esta tristeza que siente mi Corazón por quién es, hija mía? Por esas almas consagradas que no cumplen con sus votos. ¡Pobres almas, hija mía! Haz un acto de humildad y besa el suelo por esas pobres almas... Este acto de humildad sirve para la salvación de esas almas. ¡Pobres almas! Se van por el camino de la perdición, porque el enemigo les muestra los placeres del mundo. Aunque mi Corazón tiene menos espinas, hija mía, sufre por todas esas almas, porque mi Corazón las ama tanto, y ¡qué mal corresponden a ese amor! Se apegan a las cosas mundanas, y no se acuerdan de seguir el camino del Evangelio. ¡Pobres almas!
Luz Amparo solloza; dice una palabra ininteligible.
Luz Amparo:
...Pido perdón por ellas; que son también débiles como nosotros. Perdónalos; pide lo que Tú quieras para que las perdones.
La Virgen:
Es que esas almas, hija mía, esas almas..., el pecado de esas almas, está clamando al Cielo venganza, y la venganza es terrible, hija mía.
Luz Amparo:
Pero yo quiero que se salven también.
La Virgen:
Porque todos los pecados claman al Cielo venganza, pero los de estas almas, hija mía, ¡es terrible!
Luz Amparo:
Yo quiero que los perdones, pues las perdonas como a nosotros, porque si el demonio se mete dentro... Prométemelo que las vas a perdonar…
La Virgen:
Hija mía, la condenación depende de ellos mismos, porque, si no valen para ser almas consagradas, que se metan a carpinteros, a albañiles y…
Luz Amparo:
¡Pero es que el mundo está tan mal! ¡Oh!... Y claro, ellos con todo lo que hay en el mundo caen en el pecado. Pero perdónalos. Como te he dicho: pide Tú a tu Hijo y tu Hijo se lo pida al Padre, y que los perdone. ¿Lo vas a hacer? Porque también son tus hijos; por eso tienes que pedir por ellos.
La Virgen:
Por eso os doy estos avisos, hija mía, porque los ama mi Corazón tanto, ¡tanto los ama mi Corazón..., que está sangrando de dolor por ellos!
Luz Amparo:
¡Ay..., cómo sangra! ¡Ay! Y dicen que no puedes sufrir Tú porque estás gloriosa.
La Virgen:
Pero tú en estos momentos no me ves gloriosa, me ves llena de dolor y angustia de ver que el mundo está cada día peor.
Luz Amparo:
Pero yo creo que se va a poner mejor el mundo, porque vamos a hacer más sacrificio y más oración.
La Virgen:
¡Qué poco es el sacrificio que hacen esas almas, hija mía!
Luz Amparo:
Pero lo hacemos nosotros por ellos, y por eso Tú les perdonas... Pero no permitas que se condenen, porque son buenos. Pero ¿sabes quién es el culpable? ¡El demonio!, que es el que se mete en sus mentes.
La Virgen:
Pero ellos tienen un don de inteligencia para distinguir lo bueno de lo malo; por eso te digo que, si se condenan, se condenan por su propia voluntad.
Luz Amparo:
¡Pobrecitos! Por su voluntad no se condenan, es por la voluntad del enemigo; por eso Tú tienes que ayudarles.
La Virgen:
¡Qué pocas almas consagradas hay, hija mía, que aman mi Corazón, y que estén apegadas sólo a las cosas celestes! Están apegados a las cosas materiales, y el castigo que les espera... Tú has visto uno de esos castigos de un alma consagrada por publicar doctrinas falsas. Piensa que Cristo cogió a sus discípulos y les decía: «Seguidme», y dejaron todo para seguir a Cristo. Por eso ellos tienen que hacer lo mismo: no estar apegados a las cosas materiales, porque el alma es lo que importa, no es el cuerpo, hija mía.
Luz Amparo:
Hoy te ha dado por ellas, ¿eh? Hoy no es por nosotros, ¿o también estamos nosotros ahí?
La Virgen:
Todos, hija mía, todos, pero esas almas llenan mi Corazón de dolor ¡tan inmenso, hija mía!, y mi Corazón derrama gracias y no quieren aceptar esas gracias.
Luz Amparo:
Pues Tú, que puedes, hazlo de otra forma..., para que lo acepten.
La Virgen:
Pero tienen libertad para hacer lo que quieran, hija mía.
Luz Amparo:
Pues no sé para qué nos das la libertad: para que nos condenemos.
La Virgen:
Porque el hombre, para buscar su salvación, tiene que luchar, hija mía, ir por el camino del dolor para alcanzar la morada que le corresponde.
Luz Amparo:
(Con fatiga). ¡Ay, ay, ay...! Bueno, pues a sufrir y ya está. Yo se lo diré a todos los que puedan hacerlo; pero, si no hacen caso, ¡a ver qué quieres que haga yo! ¡Ay!, pero ¿los vas a sellar?, para que no se metan en las manos del enemigo. Séllalos a ellos también. ¡Ay, ay! Y a los que selles, pues hablan a los otros, y los otros hablan a los otros, y así se corre todo, porque ellos les van dando, y se van a Ti, Madre mía. ¡Ay, pero no seas tan severa, porque eres Madre!
La Virgen:
Madre de misericordia y de amor, hija mía. Mi Corazón rebosa de alegría cuando un alma se convierte, en el Cielo hay una gran alegría, y hay una gran fiesta, hija mía.
Luz Amparo:
Pues con todas las que se han salvado aquí, habréis hecho un montón de fiestas... Si cada día hacéis una fiesta..., pues, ¡qué alegría! Iré a hablar a todas las almas que están en pecado, para que te sigan. ¡Ah, bueno!
La Virgen:
Que sigan a Cristo y que sigan el camino del Evangelio, pero que no lo publiquen y ellos no lo cumplan. Que lo publiquen y lo cumplan, hija mía; que le imiten en la pobreza, en la pureza y en la humildad.
Luz Amparo:
¡Ay!, yo quiero que otra vez me enseñes a tu Hijo. ¡Ay!, enséñamelo. Sólo quiero que hable dos palabras. ¡Ay!, pero ¿quién es el que trae al Señor? ¡Ay!, pero ese hombre con esa barba... Pues si en el Cielo no hay carne. ¡Aaah! ¿Elías? ¡Ah!, ¿y ése será el que venga? Pues aquí te esperamos. Di unas palabras, Señor, para que se les meta dentro del corazón.
El Señor:
Quiero que las almas consagradas sean pobres, humildes y sacrificadas. Eso es lo que pido, hijos míos. Y esas almas hacen lo contrario de lo que yo pido. Viven una vida de placeres y se meten en el mundo, hija mía, y están apegadas a las cosas terrenas.
Luz Amparo:
¡Ay, pero todas no son igual! ¡Ay!, pero bueno... ¿Y todas ésas se condenan? ¡Ay, ay...! No permitas que se condenen. ¡Ay!, esas..., que sí que están en el Purgatorio. Pero es que no es como lo están diciendo aquí en la Tierra, que el Purgatorio es así. ¡Ah, claro!, o sea, que no se acaba aquí todo, todo, pero Tú ya sabes de lo que te digo. Respóndeme a la pregunta... (Palabras en lengua extraña).
¡Anda, otra vez, de nuevo! ¡Bueno! Pero, ¿es secreto? ¿No puedo decirlo? Pues no se lo diré a nadie, ¡a nadie!
¡Ay!, danos tu bendición, Señor, ¡porque es una cosa tan grande! ¡Qué guapo! ¡Estás cada día más guapo! Pues, ¿qué te hacen por ahí arriba para estar tan guapo?
¡Hala!, bendícenos. ¡Ay!, pero ¿cómo nos vas a bendecir? ¿De esa forma? Va a haber lío con esto, ¿eh? ¡Ay!, Tú dilo para que no haya lío.
El Señor:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
No salgo de un lío y me metes otro. ¡Ay, Madre mía, con esta cruz! Pero hazlo de la otra forma. ¡Ay!, yo no lo digo; cuando esté sola lo hago, pero ¿quién les dice que yo hago esa cruz? ¡No! ¡Ni hablar!, porque entonces sí que me dicen que estoy endemoniada.
El Señor:
A mí me llamaban «el endemoniado», «el vagabundo», y mira, hija mía, te he dicho que el discípulo no es más que su maestro.
Luz Amparo:
Si yo no soy más que Tú, pero, Tú podías soportar las cosas con la ayuda de tu Padre, pero a mí aquí me dejáis sola, ¡hala!, que me ventile sola, y no puedo.
El Señor:
Ya te he dicho que estando Dios contigo, ¿a quién puedes temer, hija mía?
Luz Amparo:
¡Ay!, qué bien se ven las cosas, pero aquí te quería yo ver a Ti también, en mi puesto.
¡Ay, Madre mía!, sólo quiero tocarte un poquito el pie. ¡Ay, aaah...! ¡Ay, qué grande! ¡Ay! ¿Ya te vas?
El Señor:
Me voy, pero dejo a mi Madre, para que os dé avisos, porque he puesto a mi Madre como Medianera de la Humanidad; pero no hacéis caso, hijos míos. Me voy, como os dije al pie de la Cruz, me voy, pero ahí se queda mi Madre; pero si no hacéis caso ni a mi Madre, hijos míos, ¿cómo podré salvaros a todos? Por lo menos, la tercera parte de la Humanidad quiero salvar.
Luz Amparo:
Pues qué pocos vas a salvar. ¿De tres uno? ¡Huy, Madre mía!, pues donde haya siete, ¿qué haces? ¿Y si esos siete son buenos?
El Señor:
Ya te he dicho que todo el que cumpla con los mandamientos de la Ley de Dios, llegará a conseguir las moradas.
Luz Amparo:
¡Ay!, ¿ya te vas? ¡Ay, ah...!
La Virgen:
Hijos míos, como os ha dicho mi Hijo, me ha puesto por Medianera para salvaros a todos, hija mía. Estaré en la puerta del Cielo, para implorar a mi Hijo y al Padre Eterno. Primero al Padre, luego al Hijo, hija mía; yo tengo que pasar por estas dos... (Palabras en idioma desconocido).
Luz Amparo:
Bueno, ¿y Tú sola no lo puedes hacer?
La Virgen:
Todo depende de Dios, hija mía; pero que Dios no os condena, os condenáis vosotros con vuestro pecado. Por eso os pido, hijos míos, que os acerquéis al sacramento de la Eucaristía, pero cuidado con todos aquéllos que no han ido antes al sacramento de la Confesión: están cometiendo muchos sacrilegios. Humillaos y confesad vuestras culpas, hijos míos.
Luz Amparo:
Yo te aseguro que se van a confesar todos los que yo hable con ellos.
¡Ay, qué grande eres! ¡Qué guapa! ¡Ay!, pues por ahí es que no hay nadie feo, ¿eh? ¡Ay!, porque hasta ése que ha venido con la barba, ¡cuidado qué cara tiene!, ¿eh?
La Virgen:
Es que todo el que está en gracia de Dios, nunca puede ser feo, hijos míos. A lo mejor veréis a un niño que está subnormal por fuera, lo veréis feo, hijos míos; pero cuántas veces os he dicho que por dentro tienen el alma pura, muy pura, y tú lo que ves es el alma de muchas almas.
Luz Amparo:
Pero si yo no veo alma, yo veo el cuerpo.
La Virgen:
Te parece que ves el cuerpo en forma de alma, hijos míos. Por eso os digo que hagáis sacrificio, para poder alcanzar las moradas, pues están preparadas las moradas para todos aquéllos que queráis seguir el Evangelio de Cristo.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por los pobres pecadores..., los pobres pecadores, hija mía. ¡Pobres almas que ofenden a Dios! Diles que no ofendan a Dios tanto, que ya le han ofendido bastante, y su cólera va a caer de un momento a otro sobre el globo terrestre, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, dales más tiempo para que se conviertan. ¡Ay!, pero ¿todo eso va a suceder? Pero espérate un poco más.
La Virgen:
Ya viste el Ángel, el Ángel de la ira de Dios está preparado, hija mía, y sus ejércitos también están preparados. Con un sólo dedo que mueva Dios Padre, será segada la mies seca de la Tierra. Así os pido, hijos míos, y os estoy dando avisos muy a menudo para que os convirtáis, porque hace cientos de años que me he aparecido en muchos lugares; pero hacen desaparecer mi nombre en muchos lugares en los que mi presencia hice, hijos míos. Donde yo he hecho la presencia, han hecho desaparecer el nombre de su Madre.
Luz Amparo:
Aquí no; aquí... ya veremos a ver lo que pasa, pero yo lo diré, y se lo diré a todo el mundo y todo el mundo lo sabrá, y si me matan, aunque me maten —ayúdame—, pero yo no quiero negarlo. ¡No quiero negarlo!
La Virgen:
En otros lugares, hija mía, han negado mi existencia, porque han coaccionado a esos niños, hija mía, y han negado por miedo.
Luz Amparo:
Yo no quiero por miedo negar nada. Ayúdame, yo seré fiel. Te prometo que no quiero ofender a Dios y quiero hacerlo todo, pero si todavía dices que no me... (Palabra ininteligible) la morada, no me la he ganado todavía... Pues anda, pues ¿cuánto se necesita para ya coger la morada?
La Virgen:
¡Cuántas gracias estoy dando, hijos míos! Habéis visto mi imagen en el Sol, el rostro de Cristo lo habéis visto también, hijos míos. ¡Cuántas veces lo habéis visto!, y observad en este momento cómo muchos lo verán, pero otros no podrán ver, hijos míos. Primero veréis los colores y luego será la imagen de vuestra Madre; observadla con atención, hijos míos; estad atentos, esos colores son maravillosos.
Luz Amparo:
¡Ay, qué colores!
La Virgen:
Estad alerta, hijos míos, porque ya os he dicho que cuando haya señales en el Sol, en la Luna y en las estrellas el tiempo se aproxima, y todo esto está sucediendo. Algunos de los aquí presentes no podrán ver, hija mía; no porque sean peor que otros, sino porque dirían que estáis sugestionados, hijos míos. Por eso mirad, mirad hacia el Sol, veréis lo que veis; mi rostro está allí, y el rostro de Cristo... en esos colores tan maravillosos. ¡Qué colores, hija mía! Esto no existe en el globo terrestre.
Luz Amparo:
¡Ay, qué bonito es eso, ay! ¡Ay!, pero lo que tienes que hacer es bajar aquí, no ahí tan arriba; para que te vean bien.
La Virgen:
Si aun viéndome, haciendo esta prueba, hijos míos, no habéis creído muchos de vosotros, aunque bajara, no creeríais en mi existencia. Observad con atención el cielo, hijos míos. Los colores son maravillosos. ¿Quién puede hacer esto? Sólo Dios Padre puede hacer girar... (Palabras en lengua desconocida).
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía! Ayúdanos, para que seamos santos, pero no para que nos pongan en el altar; para que subamos al Cielo, a uno de esos cielos, que el altar a mí no me importa, porque ¿para qué quiere estar una estatua ahí si no consigo el Cielo? No, yo quiero ser santa pero en el Cielo, y pido por todos los que hay aquí presentes, que les des una gracia, para que se conviertan muchos de ellos. Hazlo, Madre mía, que lo vean.
La Virgen:
Observad con atención, hijos míos, observad, veréis cómo eso no puede hacerlo ningún hombre de la Tierra. Ningún ser humano puede hacer girar el Sol, y con esos colores tan maravillosos.
Luz Amparo:
¡Ah, pero cuántas cosas estás haciendo! ¿Qué más quieres, eh? ¡Ah! ¡Ay!, nos estás conquistando, ¿eh? ¡Ay!, pues qué bien, para que no nos condenemos.
¡Ay!, haz lo que quieras para que las almas se conviertan. Si es por eso, que se conviertan, pero que vayan al sacramento de la Confesión, porque, como Tú dices, muchos no confiesan y se guardan los pecados que quieren, ¿sabes? Los que no les conviene no los dicen; eso es un sacrilegio, ¿a que sí?
La Virgen:
Pero eso está pasando constantemente, hija mía; esos sacrilegios... hasta las mismas almas consagradas tapan esos pecados, para que ante la Humanidad los tengan por santos, pero luego ante Dios están condenados, hija mía.
Seguid contemplando, hijos míos, seguid contemplando esos colores tan maravillosos. ¡Qué azul, qué rosa, hija mía!
Luz Amparo:
¡Qué amarillo más bonito, Madre mía! ¡Ay, qué verde y qué azul! ¡Ay!, pero yo, ¿cómo los veo, cómo me dices que los veo?
La Virgen:
Los ves con los ojos del alma, no con los ojos del cuerpo.
Luz Amparo:
Pero el alma, ¿tiene ojos? No me digas que el alma tiene ojos.
La Virgen:
Ya te lo explicaré esto más despacio, hija mía, te lo explicaré a ti sola, el significado del alma con ojos.
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía!, haz que se conviertan todos los que no han venido para verte, sino que han venido para curiosear; que se conviertan, dales esa gracia.
¿Nos vas a bendecir los objetos? Bueno, pero que tengan una gracia especial, ¿eh?, porque con estos objetos se están salvando muchas almas, ¿eh? Y además..., pero personas que no han confesado nunca, y se van corriendo a confesar; hasta de noventa y un años, fíjate; fíjate, noventa y un años sin saber nada de Ti.
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Luz Amparo:
¡Ay!, ¿es especial esta gracia?
La Virgen:
Sirve, hija mía, para la salvación de las almas, y para los agonizantes, para que en ese momento se arrepientan de su mala vida; todos aquéllos que han llevado esta vida de pecado, hija mía, y de ofensa a Dios.
Luz Amparo:
¿Otra vez me vas a mandar el besar el suelo? Pues sí que me mandas veces; pero, ¿para qué sirve?, si te lo he dicho otras veces, y parece que no les das importancia. ¿Tiene mucha importancia besar el suelo?
La Virgen:
Cristo lo besaba diariamente; un acto de humildad. Se humillaba, hija mía, diariamente, para salvar a las almas.
Luz Amparo:
Pues bueno, pues vamos a besar el suelo otra vez... Ya lo hemos besado muchas veces, pero si cada vez que besamos el suelo, se puede convertir un alma, pues yo me estoy todo el día besándolo, ¿eh? Pero Tú haces lo demás; yo lo beso, y Tú haces lo demás.
¡Ay, Madre mía, quién pudiera estar ahí contigo siempre, siempre!, no volver otra vez allí con todos. ¡Ay, Madre mía!, no sabes qué dolor es volver otra vez a ese lugar; aquí en este lugar ¡se está tan bien! ¡Ay, déjame otro poquito! ¡Ah, sólo un segundo! ¡Oye!, y tus segundos, ¿cuánto tiempo son?, porque eso es lo que yo no entiendo; el tiempo de Jesús, ¿qué tiempo es? ¿Es igual que el de la Tierra?…
Bueno, pues todos son secretos; pues ya me lo puedes decir, para que lo avise.
La Virgen:
Lo más importante, hija mía, es que estéis preparados, y no tengáis miedo, ni a la muerte, ni a quien os pueda perseguir por Dios, hijos míos. Aquél que os persiga por la causa de Dios..., bienaventurado será, y entrará en el Reino del Cielo.
Luz Amparo:
Pues a mí me han perseguido y todavía dices que no tengo la morada ganada; entonces, ¿qué tengo que hacer ahora? ¿Más todavía? Pero, ¿me queda mucho?
La Virgen:
Un poco, hija mía.
Luz Amparo:
Pero yo lo que quiero es saber ese poco, ¿cómo es? ¡Ah..., ah! ¡Ay, que no puedo! Pues sí, aproximadamente dímelo. ¡Ay!, pues bueno lo que Tú digas.
¡Ay!, pero quiere a todos los que han acudido a este lugar, y a los que no han acudido también, ¿eh? Te lo pido como hija Tuya que soy, y piensa que soy hija Tuya de toda la vida, porque yo no he tenido madre nunca, no la he conocido, y sabes que, aun no creyendo en nada, a Ti te quería tanto. ¡Tanto te quería, Madre mía!
La Virgen:
Por eso, estabas preparada, hija mía, para este sufrimiento, para irte puliendo poco a poco, y se te ha ido puliendo desde niña, aunque has sido pecadora; pero mi Hijo escoge a los pecadores, no escoge a los justos; ya sabes por qué escoge a los humildes y a los pecadores: para confundir a los grandes poderosos.
Luz Amparo:
Y ¿quién son los grandes poderosos? ¡Ay!, si aquí en la Tierra no tiene que haber poderosos, porque por eso vienen todos los pecados: por los poderosos. Si no tuviéramos ni dinero, y Tú nos «mantenieses» como a los pájaros, como dices Tú, y a las flores, pues no teníamos que andar pecando.
La Virgen:
Ése es el castigo del ser humano, el que comerá el pan con el sudor de su rostro; pero no comerá el pan con el sudor del rostro de los demás. Por eso, hijos míos, no os apeguéis a las cosas terrenas; sólo sirven para condenaros.
Luz Amparo:
Pues yo estoy un poco apegada a mis hijos, ¿sabes?, porque como... Yo es que no lo comprendo que pueda querer más a Dios que a tus hijos, pero también yo quiero mucho a Dios, ¿sabes? A Dios; bueno, yo no a Dios, a Jesús, porque yo al Otro no le he visto. ¡Ah! ¿Me explicarás también ese misterio, que tenemos que dejarlo todo por Cristo? ¿De qué forma?, porque, ¿cómo no vas a querer a tus hijos, vamos? ¿Y vas a dejar a tus hijos por querer antes a Dios?
La Virgen:
Qué soberbia eres, hija mía.
Luz Amparo:
(Llorando). No quiero ser soberbia, es que lo veo muy difícil, porque yo al Señor le quiero mucho, mucho, mucho, pero, es que es de otra forma, ¿eh? Yo cada día le quiero más, pero todavía tengo esto.
La Virgen:
Piensa en los discípulos, que dejaron todo por seguir a Cristo.
Luz Amparo:
Sí, pero ellos eran ellos; pero yo a ver cómo los dejo y me voy, ¡anda! ¡Qué cosas tienes, vamos! ¿Y te crees que yo no me metería en un convento para siempre? Pero tengo mis hijos, y no creo que me vayas a pedir eso, vamos, porque a mí me gustaría, pero aquí puedo hacer más que dentro, ¿eh?
La Virgen:
No, hija mía, tienes el deber de cuidar a tus hijos, como madre que eres, pero ante Dios no hay nadie.
Luz Amparo:
Bueno, pues entonces lo intentaré: que ante Dios no haya nadie, pero detrás de Dios... y de Ti..., mis hijos, ¿no? Bueno, el Señor, pero como son lo mismo, pues si quiero al Señor, lo quiero a Dios, porque, ¿no son los tres iguales?: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, porque salió del cuerpo de ese Hombre tan grande, que llegaba hasta el cielo, pero que esa cara yo no se la pude ver, porque estaba el Sol en su cara. ¡Ay, qué Hombre!, pero... sin cara yo no he visto una cosa igual, un cuerpo sin cara, sólo el Sol en esa cara, y salían del cuerpo esos rayos, y se formaba el Señor y luego una Paloma de ese cuerpo, con rayos. ¿Y cómo puede ser con los rayos?
La Virgen:
Pues, lo mismo que hizo los mandamientos por medio de Moisés, con esos rayos formó las tablas de la Ley.
Luz Amparo:
Vaya misterios que tenéis por ahí, ¡Madre mía!, el día que se descubran…
La Virgen:
Nadie, nadie, ni el hombre más sabio del mundo, podrá descubrir los misterios del Cielo.
Luz Amparo:
Pues sería mejor que los descubriéramos, porque así yo creo que se convertirían más almas.
La Virgen:
No, hija mía, el hombre tiene que ganarse a pulso su salvación o condenarse por su propia voluntad.
Luz Amparo:
Bueno, pues hoy ya no te pido más cosas, nada más que: que a todos los que están aquí, los que no han confesado, Tú, cuando se acuesten, les haces alguna cosa para que confiesen. Haz algo, Madre mía, porque es que yo sola..., me dejas sola, como dicen ahí en la Tierra, sola ante el peligro. No creas que no estoy, ¡ay!, por un lado y por otro, pero yo me defenderé como pueda.
Te prometo ayudarte, y Tú a mí déjame que te bese los pies, porque me das una fuerza dentro que me quema el corazón... ¡Ay..., el corazón, el corazón! ¡Ay, que se me derrite de que parece que se me quema!, y eso que estás fría, ¿eh? ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, por Dios, ay, qué cosa más grande es esto! ¡Y que digan que no!... ¡Vamos! ¡Vaya unos zoquetes!, ¿eh? Todos ésos que dicen que no, ¡qué cabeza tan dura tienen!, pero Tú tienes que ablandársela, porque Tú tienes..., bueno..., poder no quiero decir más que Dios, pero también tienes mucho poder.
Ya no te pido más, sólo quiero que no nos abandones y que a mí, sobre todo, me des fuerza, para no negar nada, nada, aunque me maten.
La Virgen:
Tú piensa en esos momentos, aunque te veas sola, hija mía, que Cristo está contigo, y si Cristo está contigo, ¿a quién puedes temer, hija mía?
Luz Amparo:
¡Ay!, ¿que a quién temo? A los humanos. ¿A quién voy a temer?, ¡vamos! ¡Ay!, pero aquella vez me abandonasteis del todo, ¿eh? Ahí sola, sola, ante tres hombres que me iban a matar, y yo no os veía por ningún sitio, por ninguno. ¡Ay, qué astucia tenéis! Sí, las pruebas; pero sin vuestra ayuda, no voy a poder.
La Virgen:
Pero, hija mía, piensa que pasó hasta donde Cristo quiso. Mira cómo cuando intentaron ese pecado de deshonra, Dios no lo permitió.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay..., cuántas gracias te doy de haberte conocido, Madre mía! Pero pido tu ayuda. Tú me ayudarás y yo te ayudaré a Ti a salvar almas. Cuando salvo un alma, ¡me acuesto más contenta!, ¡qué contenta me acuesto! Pero cuando se rebela ese alma, ¡qué pena siento! ¡Ay, Madre, no me extraña que Tú sufras!
La Virgen:
Pues sí, hija mía, mi Corazón sufre por toda la Humanidad, porque todos son hijos de mi Corazón ¡y los ama mi Corazón Inmaculado tanto!, y quiero que pidan a este Corazón Inmaculado, porque mi Corazón Inmaculado reinará sobre toda la Humanidad.
Luz Amparo:
Bueno, Madre mía, ¿ya te vas a ir? ¡Ay, qué pena otra vez mandarme al mismo sitio!... Pero, ¿nos vas a bendecir? Bueno, pues venga.
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos, ¡adiós!

Mensaje del día 31 de mayo de 1984, jueves

Festividad: La Ascensión del Señor

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Os vuelvo a repetir, hijos míos, el milagro sigue sucediendo en el Sol. Los colores siguen tan maravillosos como siempre. Mi imagen está ahí presente, hijos míos, pero de todos aquéllos que estáis aquí presentes, muchos no lo veréis.
Luz Amparo:
¡Ay, qué cosa más grande eres!, ¿eh?
La Virgen:
Hijos míos, os doy un aviso, como siempre os estoy avisando: no ofendáis a Dios Padre, porque está muy ofendido. Pedid perdón de vuestros pecados.
Os ruego, hijos míos, que escuchéis mis súplicas, haced oración y penitencia, hijos míos; ofrecedlo por la conversión de Rusia, Rusia está a punto de esparcir sus errores sobre todo el mundo, hijos míos. Habrá grandes guerras, si vosotros con vuestra oración no lo evitáis. Sacrificio, hijos míos, sacrificio y la penitencia. Sí, hija mía, en esta gran guerra se verán cadáveres por todas las partes del mundo, porque Rusia, os he dicho hace muchos años, es el azote de la Humanidad.
Estamos, hijos míos, estamos aquí presentes mi Hijo y yo. Mirad al Sol, hijos míos.
Os aviso, hijos míos, porque estáis en un tiempo muy crítico; por eso no deja vuestra Madre de avisaros. Con el sacrificio, hijos míos, podréis salvar a la mayor parte de la Humanidad. Todos unidos, hijos míos, podéis hacer tantas cosas y salvar ¡tantas almas!
Ya te he avisado antes, hija mía: lucharán hermanos contra hermanos, suegra contra nuera y padres contra hijos; y esto está sucediendo; cuando se aproximaba este tiempo, avisé hace muchos años: estad preparados.
Dios Padre quiso engendrar a mi Hijo por obra del Espíritu Santo, y lo hizo hombre para salvar a la Humanidad. Murió en la Cruz, para redimir al mundo, pero ¡qué poco caso hacen a mis avisos! ¡Qué ingratos son los humanos!
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Por todos los pecados del mundo, hija mía, en reparación de esas ofensas que diariamente cometen hacia mi Corazón, hija mía. Yo te dije que, si vosotros me ayudabais, el mundo estaría salvado, hijos míos. Pero, por lo menos, quiero salvar a la tercera parte de la Humanidad.
Cuando llegue este momento, hijos míos, todo aquél que esté en sus casas y en sus campos, de tres será escogido uno; pero si de esos tres están preparados, y están cumpliendo con los mandamientos de la Ley de Dios, serán esos tres salvados, hijos míos. Uno será tomado y otro será dejado, pero es porque cumplís muy poco con los mandamientos de la Ley de Dios.
Mira, hija mía: habrá muertes por todos los sitios, y el aire pestilente de esas muertes se fijará por todos los rincones de la Tierra. Y estad alerta, hijos míos, porque el Anticristo está entre la Humanidad, con todos sus secuaces; por eso tenéis que estar atentos, hijos míos, porque quiere apoderarse de vuestras almas. Querrá sellaros con el número 666. No os dejéis sellar por el enemigo, hijos míos.
Luz Amparo:
Tú ayúdalos; ayúdalos Tú, Señor. Ayúdalos. ¿Está tan pronto todo esto?
El Señor:
Si los hombres no cambian, está muy próximo, hija mía.
Luz Amparo:
Tú ayúdalos también. Tú, Señor, Tú puedes más que tu Madre.
El Señor:
Pero no puedo más que el Padre, hijos míos.
Luz Amparo:
Pero puedes ir al Padre derecho, y pedir que se salven todos.
El Señor:
Ya te he dicho, hija mía, que ya vine a salvar la Humanidad; pero la Humanidad está vacía, no quiere salvarse.
Luz Amparo:
Sí quieren salvarse muchos, ayúdalos Tú.
El Señor:
Ya he dicho, hijos míos: os puse a mi Madre por mensajera, para salvar a la Humanidad, y ¿qué hacen? Se burlan de mi Madre, hijos míos, se mofan de sus mensajes; ya no puede más su Corazón dolorido, hijos míos.
Luz Amparo:
Otra vez, otra vez está lleno. ¡Qué poco le ha durado! ¿Se ha purificado alguna?
La Virgen:
Una gran alegría, hija mía: se han purificado cinco almas. Los sacrificios y la oración tienen mucho poder, hija mía, para purificar a las almas. Quita cinco espinas de mi Corazón.
Luz Amparo:
¡Ay, pero están muy metidas...! ¡Ay, ay, ay..., ay, qué dolor, al estirar, ay, parece se viene el Corazón!
La Virgen:
Sientes dolor, hija mía, pero al mismo tiempo siente alegría, porque se están purificando muchas almas. Además, vas a tener el privilegio de escribir cuatro nombres en el Libro de la Vida.
Luz Amparo:
¡Ay, qué alegría! ¡Ay, ay, cuántos..., pero uno es de los que Tú sabes! ¡Ay!, aunque sean uno a uno, pero, que se vayan salvando todos. Y si hago más sacrificio, ¿me haces que apunte dos y dos?
La Virgen:
Ya te he dicho, hija mía: el sacrificio tiene mucho valor; pero, si todos unidos, hijos míos, hicieseis sacrificio y penitencia acompañado de la oración, ¡cuántas almas salvaréis!, pero antes, hijos míos, tenéis que poneros a bien con Dios, confesando vuestras culpas y acercándoos al sacramento de la Eucaristía.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas... por las almas consagradas, hija mía, ¡las ama tanto mi Corazón!, y ¡pobres almas! ¿Cuántas almas consagradas están correspondiendo a este amor que siente mi Corazón? ¡Qué pocas, hija mía! Pedid por ellos, hijos míos, son débiles, y el enemigo es muy astuto para mostrarles las cosas del mundo, y caen una y otra y otra vez; pero no es que caigan, es que no quieren arrepentirse de su pecado.
Luz Amparo:
(Llorando). Pido por ellas; pido, pero, si no quieren…
La Virgen:
¡Cuánto me agradaría, hija mía, que se hiciese la Capilla en este lugar!, y que todos unidos, ¡todos!, de todas las partes del mundo, vinieseis a meditar la Pasión de Cristo. ¡Cuántas almas podréis salvar, hijos míos!
Luz Amparo:
Pero nosotros no podemos. Díselo Tú, para que podamos hacerlo; que Tú eres Madre, pues hazlo por todos, y, si no nos pones las cosas fáciles, porque cada vez nos estás metiendo en más líos... No salimos de uno y ya estamos en otro.
La Virgen:
¿Que te crees, hija mía, que a esos pastorcillos fue fácil? ¿Y a esa Bernadette fue fácil? No, hija mía, no; costó mucho sacrificio hasta alcanzar lo que yo pedía.
Luz Amparo:
Pues entonces, no nos digas que vayamos, porque si todavía tenemos que hacer más cosas. ¿Tú quieres que lo hagamos enseguida?
La Virgen:
Enseguida, hija mía, porque el tiempo ha pasado, y los hombres no han cambiado, por eso corre prisa, hija mía. Pero ya te he dicho que no es fácil; es más fácil alcanzar lo malo que lo bueno.
Luz Amparo:
Claro, porque todo lo malo es bueno para los demás, y lo bueno es malo. Pero Tú ayúdanos y, con tu ayuda, podemos conseguirlo todo.
¿Y lo de la cruz de tu Hijo? Ya te he dicho que vaya lío —¿eh?— con esa cruz, porque ya me están diciendo que si es esa cruz... Y ya verás Tú lo que va a pasar; así que, además, la otra cruz…
La Virgen:
Te voy a enseñar una imagen de Cristo en crucifijo, hija mía.
Luz Amparo:
Pues si ya lo he visto muchas veces.
La Virgen:
Pero estate alerta. ¿Cómo ves a Cristo? ¿A lo largo y lo ancho, o en forma de una «Y» griega?
Luz Amparo:
¡Ay!, yo no sé, porque, a veces, parece que está abierto los brazos y otras está como los brazos para arriba.
La Virgen:
Fíjate en esta imagen.
Luz Amparo:
¡Ah!, no es una imagen, es que es de verdad, ¡ay!
La Virgen:
¿Qué forma tiene? Señálala, hija mía.
Luz Amparo:
Sí, otra vez. ¡Ay, Madre mía, lo que me vas a buscar! La voy a señalar. ¡Ay! Así tiene los brazos, aquí y aquí, y luego para abajo. ¡Ah!, ya decía yo que eso era tan difícil. ¡Ay, ay, Señor, ay! Y ¿por qué pusisteis la otra cruz? Pero bueno, menuda me has metido, pues yo sigo con la otra. Cuando se pase un montón de años que yo no esté, entonces dices que hagan la otra.
La Virgen:
Esa cruz, hija mía, lo tiene mi Hijo dicho: «Lo que atareis en la Tierra, será atado en el Cielo, y lo que desatareis en la Tierra, será desatado en el Cielo». No sólo esto del sacramento del Matrimonio, sino para todas las cosas que la Iglesia manda. La Iglesia Católica, Apostólica.
Luz Amparo:
Pues sí; ¡vaya lío con la Iglesia ahora! Yo no puedo ir a decir que si yo soy de la Iglesia; pero yo, ¿cómo digo que es esa cruz? Cuando me lo pregunten, ¿qué digo?
La Virgen:
Tú dices que Cristo murió en la Cruz que ves, pero luego sigue las normas de la Iglesia.
Luz Amparo:
La de la Iglesia es ésta, ésta, ésta, ésta y ésta. ¡Ah!, ¿y la otra, la de tu Hijo? Pues entonces haré las dos, para que no se enfade ni tu Hijo, ni Tú tampoco, porque si Tú eres Madre de la Iglesia... Pues la Iglesia, ¿de quién es? ¡Ah!, la Iglesia de Cristo, claro. ¡Ay, Madre, cuántos líos!, ¿eh? ¡Ay!, no creas que no es difícil desenredar esto, ¿eh?..., pero, la Iglesia Católica y Apostólica y ¿qué más?... Y Romana. ¿Ésa es la verdadera?; y todos los que van a las otras iglesias, ¿qué?
La Virgen:
Todos son pastores falsos, hija mía, como todos éstos que dicen que ven a Cristo o que ven... (Continúa en idioma desconocido).
Luz Amparo:
Anda, pues sí, pues dilo que lo entiendan todos, y aquí, ¿hay también? Vaya, vaya…
¡Ay, pero yo no dejo de ver lo guapa que estás!
¡Ay, Tú qué guapo estás! Te lo diré siempre, porque, aunque pasen los años, Tú igual, ¿eh?, y los demás aquí nos estamos arrugando. ¡Ay, Madre mía!
El Señor:
Un cuerpo glorioso nunca envejecerá, hija mía.
Luz Amparo:
Pero bueno, si no hay cuerpo, ¿eh? ¿Apropias el cuerpo al alma gloriosa, o qué? ¡Anda que yo lo que veo son cuerpos! Tú, ¿qué dices a esto, ¡ay!, eh?
El Señor:
Te hago ver los cuerpos, pero son la luz del alma, lo que ves tú, hija mía.
Luz Amparo:
Pues vaya, un alma con ojos. ¡Ay!, entonces, dentro de nosotros, ¿tenemos los ojos también?
El Señor:
Es un modo de ver, hija mía; ya te he dicho que los misterios del Cielo ningún sabio podrá descubrirlos.
Luz Amparo:
Bueno, pero descúbremelos a mí ahora. ¡Ah! ¿Y cuándo viene lo último, lo último de todo?
El Señor:
Sólo Dios Padre sabe el Castigo final.
Luz Amparo:
¿Ni Tú tampoco? Pues ¡vaya un Padre, no decírselo a su Hijo! Ni Tú tampoco no sabes nada más que lo que va a pasar ahora, pero lo de lo último, ¿no? ¡Ay, pues vaya! ¿Cómo no tiene confianza contigo, si Tú eres el Hijo, y el Padre, y si sois iguales, por qué no te lo dice? ¡Ah!, es otro misterio. Pues vaya, estáis llenos de misterios.
¡Ay, qué cosa más grande, ay, lo que se sale, que se me sale una cosa!
El Señor:
Ya te he dicho que lo estás viendo todo con los ojos del alma.
Luz Amparo:
Pues por eso te digo que tiene el alma ojos, que todos tenemos ojos en el alma. ¿Sólo en el Cielo? ¿Y todos ésos que hay ahí? ¡Ay, Dios mío, qué cosa más grande! Pero, ¿cómo sabéis hacer todas esas cosas? ¡Ay!
El Señor:
Dios Padre hizo el mundo y Dios Padre tiene poder para hacerlo todo.
Luz Amparo:
Ya lo creo que tiene poder, ya lo creo. ¡Ay!, si quieres beso cuatro veces el suelo y me dejas aquí. ¡Ay!, seré soberbia, pero ¿quién ata esto de estar aquí? ¡Vamos, que... volver otra vez a lo mismo!...
¡Ay, ay, Dios mío, ay!, yo te digo a Ti, Señor, porque a Dios es imposible poderle ver el cuerpo. Ese cuerpo que vi, ¿de quién era? Claro, pero la cara era el Sol. Otro misterio. ¡Ay!, si quieres vuelvo a besar el suelo otra vez, pero este beso para que salves muchas almas, ¿eh? Lo beso cuatro veces, si quieres. ¡Ay, déjame que lo bese, ay, ay!
La Virgen:
Sí, besar el suelo, hija mía, es un acto de humildad. Cristo lo besaba diariamente, hija mía, se humillaba para la salvación de las almas, como se humilló en la Cruz.
Luz Amparo:
¡Ay, pero yo quiero verlo así, no con la Cruz! ¡Ay, quítale la Cruz, que yo no quiero verlo con esa cruz ahora!
¡Ay!, pero si sé que no estáis arriba; ni estáis arriba ni estáis abajo; entonces, ¿dónde estáis? ¡Ay, voy a volverlo a besar! ¡Ay, qué feliz soy, ay! ¡Ya te digo que soy tan feliz!... Esto parece como cuando estás enferma, y te dan una medicina y te pones buena. Pues así parece, como si me hubierais dado una medicina, pero esa medicina no es de la Tierra. ¡Ay, qué difícil es alcanzarla!, ¿eh?
¡Ay!, ¿Tú ya no nos dices nada?
¡Ah, bueno!, pues, por lo menos, bendícenos; pero a ver cómo Tú quieres bendecirnos. Primero Tú y luego tu Madre.
El Señor:
Os bendigo, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¡Ah!, ya estamos otra vez, ¡ay!; pero, ¿será posible? Y ahora no sé cuál cruz voy a hacer, ¿eh? Bueno, yo haré la que ha dicho tu Madre, y cuando esté sola hago la Tuya; pero las dos valen, ¿no?
El Señor:
Claro que valen, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, déjame que te toque un poquito, eso que llevas por encima, como la otra vez. ¡Anda, déjame! ¡Ay!, no me extraña que se enamoren de Ti, ¿eh?, porque ¡cuidado que eres guapo!, ¿eh? ¡Ay, yo no he visto un hombre igual!
¡Ay, ay, Madre!; ahora, ¿qué nos dices Tú? Venga. ¡Vaya Hijo que tienes!, ¿eh? ¡Ay!, ninguna madre tiene igual que tu Hijo. Ninguna, ninguna como ese Hijo, ¡ay!, de guapo y de todo, ¿eh? ¡Qué cara, Dios mío!, si no podría decir ni cómo es.
¡Ay, yo no sé lo que veo! ¡Ay!, por la espalda no os veo. ¿Qué misterio es ése también?, que os vais para allá y para acá, para arriba y para abajo, y la espalda, ¿dónde está? Ya no te pregunto más porque dirás que es otro misterio.
La Virgen:
Yo os pido, hijos míos, humildad y sacrificio. Si no sois humildes, no podréis alcanzar el Cielo.
Amad a vuestros semejantes, hijos míos, porque si no amáis a vuestros semejantes, no amáis a Dios, porque Dios está en cada uno de vuestros semejantes.
Luz Amparo:
Pues eso digo yo. Pero que de amar, nada, ¿eh? Estará en los semejantes, pero, ¡qué poco nos amamos! Aunque yo ahora estoy queriendo a mucha gente, ¿eh? ¡Ay, si nos amásemos todos! A que Tú le ayudabas a tu Hijo para que tu Hijo fuese al Padre a salvarnos. Pero es imposible eso, ¡somos tantos!
¡Ay! ¿Vas a bendecir los objetos? Pues ya han servido muchos de ellos para convertirse, ¿eh? Y también para curarse.
La Virgen:
Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos, y todos estos objetos seguirán derramando gracias para la salvación de las almas. Y ahora os voy a dar mi bendición, hijos míos. Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 2 de junio de 1984, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, todos seréis sellados con el sello de Cristo, hijos míos. Muchos de los que estáis aquí presentes, todavía no os habéis puesto a bien con Dios, hijos míos.
Pensad que este sello es muy importante para la protección de vuestras almas y del enemigo, hijos míos.
Mira, hija mía: antes de sellar, di lo que estás viendo.
Luz Amparo:
Cuatro ángeles, ¡ay!, cuatro ángeles.
La Virgen:
Pues esos cuatro ángeles tienen la misión de destruir la Tierra. Pero mira ahora en el otro lado de Oriente, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ahí hay otro ángel!
La Virgen:
La misión de este ángel es decir a esos cuatro ángeles que no toquen nada de la Tierra, ni el mar, ni los árboles hasta que no sean sellados todos los hijos de Dios con ese sello que el enemigo no podrá destruir. Pero si las almas no aceptan cumplir con los mandamientos de la Ley de Dios, no se salvarán, aun con ese sello, hijos míos. Todo será destruido por esos cuatro ángeles cuando esté el número de sellados, porque todavía no está el número completo.
Luz Amparo:
¿Qué tiene ese ángel en la mano? ¿El sello? ¿Ése es el sello? ¡Ay!, ¿cómo los va a sellar? ¿A todos? ¿Cómo podrá sellarlos a todos?
La Virgen:
Muchos sentirán en su frente este sello, hija mía. Pero, ni aun sintiendo la marca, querrán salvarse.
Luz Amparo:
Tú séllalos, y, si después no se quieren salvar, que no se salven. ¡Ay!... (Pausa prolongada).
La Virgen:
Todavía sigo sellando.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay! ¡Todos! ¡Cuántos han sentido la marca en la frente! Pero, ¿lo dirán todos? Ahí hay algunos que no son dignos de esa marca; pero, aun siendo así, séllalos con ese sello, para que el enemigo no se apodere de sus almas.
La Virgen:
Piensa, hija mía, que, aun en el momento de la muerte... Tú lo sabes, porque te ha sucedido a ti: estar agonizando y rechazar la luz divina de Dios.
Luz Amparo:
(Sollozando). No se condenan. No, no se condenan. Se ríen y se ríen de todas las cosas Tuyas. No los condenes, aun a todos éstos que están aquí delante, que no creen. Tú dales una luz para que crean. Y todos los que hay detrás también, aunque hay muchos que no creen.
El Señor:
No creerían, hija mía, aunque bajase en este momento lleno de luz, como te he dicho. Cuando esto suceda, bajaré con mi gran poder y mi gran majestad. Juzgaré a cada uno según sus obras.
Luz Amparo:
Pero, no son malos; es que no han tenido quién les hable de Dios.
El Señor:
Muchos reniegan de la fe de Cristo. Y muchos de ellos están frente a ti, hija mía.
Luz Amparo:
¿Los podrías señalar?
El Señor:
No, hija mía, porque mi Corazón todavía rebosa misericordia para ellos.
Luz Amparo:
Pero así se corrigen. Si yo los señalo, se corregirían.
El Señor:
Entre ellos hay una chica, hija mía. No cree en nada.
Luz Amparo:
¡Pobrecita, pobrecita! Pero Tú le vas a dar esa luz para que crea. Porque me da mucha pena de ella. Y dentro de ella, a lo mejor tiene alguna cosa..., que cree.
El Señor:
Pide por todos ellos, hija mía; sigue haciendo sacrificios, pues tus sacrificios valen para la salvación de las almas. Pronto escogeré apóstoles de los últimos tiempos. Verás cómo irán vestidos los apóstoles de los últimos tiempos.
Luz Amparo:
¡Oh! Pero ése no es uno de aquí abajo. Estoy entre la Tierra y el Cielo; pero ése no es de abajo. ¡Ah!, ése será el que vendrá el último tiempo. ¡Cómo van vestidos!: con una sotana negra; un cinturón blanco; en la solapa llevan unos broches dorados. Y eso que llevan por encima, ¿cómo se llama?
El Señor:
(Palabra ininteligible)... Una esclavina.
Luz Amparo:
¡Ay, una esclavina! Yo no sé lo qué es eso de la esclavina. Pero también llevan dos broches dorados. Y a lo largo de la sotana caen flecos amarillos. ¡Ay!, ¿qué pone en ese cinturón? Hay tres letras a la derecha y tres letras a la izquierda. ¡Ay!... Hay una «H», una «D» y una «M», en el lado derecho. Y en el otro lado una «M», una «P» y una «J». ¡Ah!, luego me explicarás lo que es eso. Y los zapatos blancos, y unos sombreros en la cabeza. ¡Qué raros son esos sombreros! Pero parecen como si fuesen de pico. No son redondos... ¡Ay!, ¿así tendrán que ir vestidos? ¿Y dónde están esos apóstoles para escogerlos?
El Señor:
Por eso pido que se purifiquen las almas, para coger apóstoles de los últimos tiempos.
Luz Amparo:
Y ése que viene ahí, ¿quién es? Porque los demás, ¿dónde están?... ¡Ah! ¡Ah!, pero, ¿Elías también? Pero, bueno, pues vaya barba que tiene. ¡Ay!, ¿ése también será uno vestido igual que éstos que has dicho?
El Señor:
Sí, publicarán la doctrina de Cristo de los últimos tiempos. Pues ya sabes, hija mía, que el tiempo se aproxima y los hombres no cambian.
Luz Amparo:
Alguno habrá cambiado, ¿no? Todos no son... ¡Ay! ¡Perdónalos, Señor! Perdónalos, porque no son malos. Pero otros... ¿Qué pasa? Que, ¿qué?... (Palabras en lengua extraña). Y ésos son los que no quieren creer. Pero yo no quiero decir esto porque, si no, van a decir que soy política; y yo no entiendo de nada; ni de política, ni de unos ni de otros. Yo sólo pido por ellos; pero no entiendo nada, nada. ¡Ay! ¡Perdónalos a todos! Ya que los has sellado por el Ángel, tienes que perdonarlos.
El Señor:
Pero siempre que pidan perdón y que se humillen a un hombre que, para ellos, es como ellos; pero que es un alma consagrada. Muchas almas consagradas no cumplen; pero, ¡pobres almas! Lo que se les avecina. Pagarán por su pecado más por el pecado de las almas que han arrastrado hacia el abismo.
Luz Amparo:
Pero también son débiles; ¡perdónalos!
El Señor:
Pero ellas tendrán que dar más cuenta porque son consagradas.
Luz Amparo:
¡Ay! Bueno; pero los otros también tienen que dar cuenta; no sólo ellos. ¡Ah! ¿Les vas a dar gracias también y los perdonas?
El Señor:
Pero ya he repetido que el enemigo oscurece sus inteligencias para mostrarles los placeres del mundo.
Luz Amparo:
¡Ay, pobrecitos también! Pero ya van a pedir perdón también de sus pecados, aunque sean tantos. Pero unos se ayudarán a otros, como nosotros nos estamos ayudando. (A continuación, parece dirigirse a la Virgen). ¡Ay, ah!, ¡ay!, yo quiero que hicieras una cosa grande para que creyeran. Es que muchos te quieren ver…
La Virgen:
Pocos serán los que vean mi imagen, hija mía.
Luz Amparo:
Pero alguno habrá, ¿no? ¡Ay...!, de que no son dignos..., tampoco soy yo digna. Por ahí hay otras personas que son mejores; que te vean. ¡Ay, permítelo!
La Virgen:
Todos aquéllos que no han visto mi imagen tendrán mayor premio, porque ya está dicho: «Dichoso el que cree sin ver».
Luz Amparo:
Pero, si te vieran, sería mejor. ¡Ay!, que Tú no sabes cuántas personas quisieran verte para convertirse. ¡Y me dejas a mí aquí, sola ante todos! Haz algo. ¡Ah...! ¡Ay!, pero, bueno, ¡qué pesada soy!, ¿eh? ¡Ay!, pero para mí sería más fácil.
La Virgen:
Claro que sí, para ti sería más fácil, pero las almas, muchas de las que hay presentes, aun viendo mi imagen no creerían, hija mía.
Luz Amparo:
Bueno, eso de que no creerían... Si te ven, sí que creen. Nada, que no quieres, ¿eh?
La Virgen:
¿Te parece poco la salvación de las almas?
Luz Amparo:
Pero, si te ven se salvan más. Bueno, pues a ver cuándo lo haces. Hoy los ha sellado el Ángel; pero, ¿cuándo vas a hacer otra cosa más grande?
La Virgen:
¿Más grande que el sello de Cristo, hija mía?
Luz Amparo:
Ya, pero ni aun con el sello dices se van a salvar... Entonces, ¿qué van a hacer? Y el otro, ¿quién es? ¿Henoc? Y ¿quién es Henoc? Pues, ¡vaya barbas que tienen! ¡Ay, ay! Pero no me mandes para abajo todavía. Déjame otro rato, para que vea más cosas.
La Virgen:
Éstos son... serán... lo gran... (Palabras en lengua extraña).
Luz Amparo:
Ya estás otra vez. Pues dilo claro, para que todos te entiendan. ¡Ay! ¿No se puede decir? Siempre igual, siempre igual. Y el otro que hay a su lado, ¿quién es? ¡Bueno!, ¿pero no están muertos? ¡Madre, los misterios que tenéis! A ver cuándo descubrís uno, ¡vamos! Porque por eso la gente no cree. ¿Esos dos bajarán? ¡Bueno!, bajarán y morirán. Y luego volverán a resucitar. Entonces será cuando crean, porque, si no... Aunque hagas muchas cosas no creerán. ¡Ay, qué bien se está aquí! Déjame aquí, no me mandes para abajo. ¡Ay! ¡Ay! Estoy como entre... entre el Cielo y la Tierra. Se ven tan pequeñas..., pero, ¡cuántas, cuántas hay! ¡Madre mía! Pues, por cada rosario, fíjate las almas que se pueden salvar…
¡Ay, qué alegría...! ¡Qué rosario tienes! ¡Ay!, pero si es que todo es luz. ¡Ay!, si ése es de tu Madre, ¿no? Porque yo se lo he visto a Ella. Y yo os digo que es de oro. Y si no os gusta el oro, ¿por qué tenéis ese rosario?
El Señor:
Ya te he dicho de quién es este rosario, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ah, bueno! ¿Tú besas el suelo? Pero si no hay ahí, en esa parte... ¡Bueno!, pues vamos a besarlo, por la salvación de las almas…
La Virgen:
Yo también beso el suelo, aunque los humanos creen que mi Corazón no sufre. Mi Corazón sufre por toda la Humanidad, y el Corazón de mi Hijo también está triste, porque los hombres no dejan de ofender a Dios.
Luz Amparo:
¡Ay, pero, qué guapos estáis los dos! ¡Ay, que no crean! ¡Ay, qué cosas tan maravillosas! ¡Ay, ay, qué bonito! ¡Y qué luces, Madre mía! ¿Y eso es un misterio también?...
La Virgen:
Vuelve a besar el suelo por las almas consagradas, ¡las amo tanto! ¡Y qué mal corresponden a mi amor!... Hija mía, este acto de humildad sirve para la salvación de las almas consagradas.
Luz Amparo:
¡Ay, qué imagen más guapa! Pero no de imagen, ¿puedo tocarte el pie? ¡Ay, ay, qué frío! ¡Ay, qué frío! Pero, ¿dónde estáis, que estáis tan fríos?... Yo quiero besar el pie, pero también quiero tocar la mano de tu Hijo. Dame que bese el pie... Me conformo con el pie de tu Hijo también. Aunque se ría la gente, a mí no me importa... ¡Ay!, pero ¿qué os pasa en el cuerpo, que estáis tan fríos? Bueno, pues parece que estáis con agua; como cuando se seca uno y está frío. ¡Ay!, ése es el misterio, ¿verdad? ¿Tampoco lo descubres? Pues ya está bien con tantos misterios.
La Virgen:
Ya te he dicho que los hombres nunca llegarían a descubrir los misterios de Cristo. Los misterios de Dios son muy ocultos ante los ojos de los hombres. Ni el hombre más sabio del mundo llegará a descubrirlo.
Luz Amparo:
¡Ay...! Yo no digo que te quieren poco, porque aquel día me dijiste que no dijera nunca que te querían poco, porque te queremos mucho. También te voy a pedir una cosa muy especial por un chico que Tú sabes. Pero le tienes que ayudar, porque, si no, el pobrecito, ¡cómo está! ¡Ayúdale y déjame que yo haga por él lo que pueda!
¡Ay, el Libro! ¿Hay que escribir más nombres?
La Virgen:
Vas a escribir cuatro. Dos escogidos por ti en recompensa a tu sufrimiento; y dos que yo te mande…
Luz Amparo:
¡Ay, qué alegría, dejarme escribir los nombres! Pero, ¿no lo sabrán? Porque, si me ven escribirlo... Y ¿por qué escribo así, de ese lado para acá, si se escribe de la otra forma?
La Virgen:
Porque yo escribía así.
Luz Amparo:
¡Ay! ¿Y todos los demás? ¡Qué alegría! Si no sé escribir; sé muy poquito. Pero quiero aprender para escribir muchas cosas. Quiero aprender a escribir bien. ¿Tú me dejas que aprenda?
La Virgen:
Mi Hijo te escogió así, hija mía; y como te escogió sin cultura, sin cultura te quiere. Porque, ¿tú no sabes que se manifiesta a los incultos y a los humildes para confundir a los grandes poderosos?
Luz Amparo:
Ya; pero, porque ellos no se confundan... Yo no sé escribir; yo quiero saber escribir mejor y tengo quién me enseñe…
La Virgen:
No te va a servir para nada el saber leer y escribir bien, porque mi Hijo te ha escogido inculta e inculta te quiere.
Luz Amparo:
¡Ay, pues, vaya, qué gracia! No quererme dejar aprender. ¡Ay!, podría hacer tantas cosas... Pero, si Tú no quieres, yo no aprendo... ¡Ah, bueno!, ya lo sé. Dímelo para que lo entienda... (Palabras en idioma desconocido como respuesta).
¿Por eso es? ¡Ah!, pues entonces quiero no saber leer ni escribir. ¡Nada!, aunque no lo entienda. Te pido por todos, por todos los que están aquí. Ayúdalos a ésos que no han recibido todavía esa gracia Tuya. ¡Es tan grande recibir tu gracia! ¡Ay, qué cosa más grande! ¡Ay, como no saben lo que es!; pero, si lo supieran... ¡Ayúdales! ¡Ay, ay, qué hermosa eres!... Te lo tengo que decir que eres muy guapa.
La Virgen:
También te pido, hija mía: pide por el Vicario de Cristo.
Luz Amparo:
¿Otra vez está en peligro? ¡Ay! Pues entonces seguiremos pidiendo. Y por otros que también lo necesitan, ¿eh? Porque no quieren hacer lo que Tú pides... La Capilla, ¿quién la tiene que decir?... Pues por él también te pido. ¡Ah, ése! Pero no lo digas, porque, si no, van corriendo a por él. Yo lo sé quién es el que tiene que autorizarlo… (Palabras en idioma extraño).
Bueno, pues, como lo sé ya... Pero no lo digas fuerte a nadie y con las palabras que se entiendan; porque si no, se lo cargan. ¡Ay! Y es bueno, ¿eh?, porque es muy bueno; ya lo sabes Tú. Porque Tú lo has dicho en una ocasión, que era muy amante de la Virgen. Y si es amante de la Virgen, no puede ser malo. Por eso, que todo se arregle como pueda ser; pero que sea por las buenas.
¡Ay! ¿Vas a bendecir los objetos? Pues vamos a levantarlos todos. ¿Y éstos tendrán gracias especiales? Anda, dales gracias especiales para que se conviertan.
La Virgen:
Levantad todos los objetos.
Luz Amparo:
¡Ah, ah, ay! Todos han sido bendecidos. Verás cómo se convierten. Y bendice a este chico que te he pedido especial, para que haga lo que yo le he dicho, ¿eh? Bueno, Tú ya sabes quién es. Si quieres te digo la primera letra y la última, la del apellido. Empieza con «B», y el apellido termina..., no termina, no, empieza con «P». ¿Ya sabes quién es? ¡Ay, ay! Ya lo sé que le quieres. Anda que..., si le metieras en un convento... Eso sí que sería bueno, ¿eh? ¡Cuántas almas salvaría!
Bueno, yo ya no te voy a pedir más. No más que... que nos bendiga tu Hijo. Pero a ver cómo lo hace, ¿eh? Que lo estoy viendo lo que va a hacer.
El Señor:
Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¡Ay! Ya lo ha hecho otra vez. ¡Vaya líos! ¡Vaya lío, vaya lío! ¡Ay!, yo te he dicho que no hagas esa cruz; que hagas la otra, porque con esto va a haber un lío, y bien gordo.
El Señor:
Pero ahora bendecirá mi Madre con la cruz de la Iglesia, porque por eso es Madre de la Iglesia.
Luz Amparo:
¡Ay, qué alegría! ¡Ay! Bendícenos a todos.
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Sed humildes, hijos míos, que el tiempo se aproxima. Poneos a bien con Dios.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 9 de junio de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, Dios...! ¡Ay, ay, Madre! ¡Ay...!
La Virgen:
Hoy va a ser muy corto el mensaje, hija mía; sólo te pido que seas astuta, y que las pruebas empiezan en este momento. Sé fuerte, hija mía, ¡muy fuerte!
Luz Amparo:
¡Ay...!, no puedo resistir esto que me pasa. ¡Ay, ah...!
La Virgen:
Te advierto, hija mía, y te lo vuelvo a repetir, que ahora es cuando empiezan las pruebas, y estas pruebas serán duras.
Luz Amparo:
(Empieza a sollozar). ¿Por qué, por qué van a ser duras?
La Virgen:
Ya lo irás viendo, hija mía, a lo largo de este camino. Pero, no seas cobard
Luz Amparo:
¡Ay, tengo mucho miedo!
La Virgen:
Aunque te calumnien, aunque te llamen loca, sé fuerte y no niegues el nombre de Cristo; no niegues mi nombre, piensa que están intentando destruir mi Obra.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! ¿Y qué puedo yo hacer, para que no la destruyan?
La Virgen:
Sé humilde, y sé obediente, hija mía, que la Obra de Dios no podrán destruirla. Esto ha sucedido a lo largo de la Historia, hija mía: han intentado hacer desaparecer mi nombre de muchos lugares. Lo han conseguido, hija mía, pero ahí está, y de esto cada uno tendrá que ser responsable de sus propios actos.
Luz Amparo:
¡No quiero que se destruya! ¡Ay, ay, ay...! ¡Tú haz algo para que no se destruya!
La Virgen:
Sois vosotros, hijos míos, los que tenéis que ser fuertes y tener valor.
Luz Amparo:
¡Qué bien!, se dice todo muy bien; pero ¡hay que pasarlo!... Ayúdanos Tú, y con tu ayuda podremos.
La Virgen:
Ésa es la prueba, hija mía.
Luz Amparo:
Pues, ¡vaya una prueba! No quiero esa prueba.
La Virgen:
¡Cuánto han sufrido, hija mía, muchas personas escogidas por mi Hijo! ¡Cuánto han sufrido!, hasta por sus propios hermanos. Sufrieron y han sido fuertes hasta la muerte.
¡Cuántas gracias estoy derramando, hija mía, y qué pocos las recogen! Hoy derramo gracias sobre todos los aquí presentes, porque es un día importante para mí.
Luz Amparo:
Pues todos los días son importantes, no sólo hoy.
La Virgen:
Pero es que, por medio del Espíritu Santo, se pueden convertir muchas almas, aun en la agonía, hija mía. No sufras por estas almas que crees que no se han comunicado con la luz divina, porque el Espíritu Santo, en ese momento, les ha dado la luz para morir en gracia de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, qué alegría! ¡Ay, ay, pues a mí no me hizo caso!
La Virgen:
El Espíritu Santo está entre vosotros, hijos míos, para prepararos para cuando llegue el tiempo que Cristo venga resplandeciente, en una nube, con su poder y su gran majestad, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, ayúdanos a todos!, aunque todos te queremos mucho. Yo cuento a todos, porque, aunque hay muchos que no te quieren, pero yo los cuento también. ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, si supieran lo que hay ahí arriba! ¡Ay, Madre mía! Ni estoy arriba ni estoy abajo. ¡Ay, qué pena de esas almas que no quieren saber nada de Ti...! Pero se salvarán muchos, ¿no?
La Virgen:
En ese momento, hija mía, muchos serán los llamados y pocos los escogidos.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, escoge a muchos...!
Afectada por lo que contempla, Luz Amparo se va lamentando, a la vez que comunica el mensaje de la Virgen.
La Virgen:
Verán derrumbarse las montañas y estrellarse los astros sobre la Tierra, y sólo del terror morirán... Ya lo tengo todo dicho, hijos míos: oración y sacrificio, para poder alcanzar las moradas.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Por todos los pecados del mundo, hija mía. Por las almas consagradas vuelve a besar el suelo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas.
Luz Amparo:
Pues entonces, ¡cuántas almas se tienen que salvar por estar todo el día besando el suelo! ¡Ah..., ay! Pero aunque estén en pecado, ¿se salvan? ¿Reciben la gracia para salvarse?; y sirve esto mucho, ¿verdad? Pues ya sabes lo que voy a hacer todos los días, aunque que lo estoy haciendo; pero, besar en un sitio más sucio tiene más importancia. No te quiero decir lo que beso... ¿Y se salvan más almas?... ¡Madre mía, qué gloria!...
¡Ay, qué alegría! ¡Ay!, pues les diré a todos que besen mucho el suelo, para que se salven muchas almas; pero para que les dé la luz para confesar, ¿verdad?; porque, ¿sabes lo que dicen?: que confiesan sólo, y que comulgan sólo por la salvación de las almas, ¿verdad? ¡Ay, Madre mía, cuánta gloria! ¡Ay!, pero, ¡Madre mía, qué gloria más grande! ¡Ay!, pues bendícenos. ¿Nos vas a dar la bendición?
La Virgen:
Hijos míos, sed fuertes y no seáis cobardes, pues los cobardes son los que crucificaron a Cristo.
Luz Amparo:
¡Ay!, yo no quiero ser cobarde; yo quiero ser fuerte; yo, con tu ayuda, quiero ser fuerte.
La Virgen:
Lo que os pido, hijos míos, que seáis fuertes cuando veáis las pruebas, porque no habéis probado todavía las pruebas. ¡Ahora empiezan, hija mía!
Luz Amparo:
¡Ay!, pero ¿qué empieza?, ¿qué va a empezar?
La Virgen:
La persecución, hija mía. Piensa que a mis discípulos, discípulos de Cristo, también los perseguían por todas las partes, y ¿quién entregó a Cristo a la muerte? ¿Sabes quién entregó a Cristo a la muerte?
Luz Amparo:
Todos, todos.
La Virgen:
Pero especialmente... (Palabras en idioma desconocido).
Luz Amparo:
Bueno, pues entonces sí que vamos a salvar bien a las almas; pero fueron ellos y nosotros también. Bueno, yo no, porque no estaba, pero todos los que estaban sí.
La Virgen:
Pero ellos pusieron el primer voto, para que le crucificasen. Por eso te pido: pide mucho, hija mía, por mis almas consagradas. Pide que sean puras, humildes y sacrificadas. Y os repito, hijos míos, que seáis fuertes cuando os quiera atacar el enemigo. Seguid cumpliendo lo que vuestra Madre os ha pedido; seguid rezando el santo Rosario. Que no que pase en este lugar lo que hace muchos años sucedió.
Os voy a bendecir los objetos, hijos míos. Tendrán gracias especiales para la salvación de las almas, aun de los moribundos, hijos míos.
Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos, hijos míos. Y ahora os voy a dar mi santa bendición a todos vosotros, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Sé fuerte, hija mía, y sé humilde.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 10 de junio de 1984, domingo

Festividad: Domingo de Pentecostés

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo:
¡Ay, qué luz! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, qué luz! ¡Ay...! ¿Qué estáis viendo? ¡Ay, lo que estáis viendo...!
La Virgen:
Hijos míos, os voy a pedir humildad desde el principio, y voy a terminar pidiéndoos humildad. Todos aquéllos que queráis estar los primeros, poneos siempre los últimos, hijos míos. También quiero que imitéis a los niños; haceos niños, hijos míos, para que podáis entrar en el Reino del Cielo. Pensad que los últimos serán los primeros. Tú, hija mía, hazte pequeña, pequeña, para que luego seas grande, muy grande. También te advertí, hija mía, que fueses prudente; piensa que hay lobos forrados con piel de oveja; y lo que es verdad dirán que es mentira, y lo que es mentira dirán que es verdad…
Os pido, hijos míos, que publiquéis el Evangelio por todas las partes del mundo, porque vosotros también sois hijos de Dios. Y todos, todos tenéis una obligación de publicar el Santo Evangelio.
También te digo, hija mía: hijos míos, sed humildes, muy humildes, porque sin humildad no podéis conseguir el Cielo.
Y tú, hija mía, sé muy prudente, porque por una imprudencia se pueden destruir las cosas de Dios; pero ¡pobre de aquél que destruya mi Obra!
Y haceos niños, hijos míos, porque, haciéndoos niños, conseguiréis llegar a la primera morada.
Que la luz del Espíritu Santo, en estos momentos, os ilumine a todos los aquí presentes... ¡Todos habéis recibido la luz divina del Espíritu Santo, hijos míos!
Sed fuertes, y cuando el enemigo intente destruir esta Obra, vosotros estad alerta, hijos míos, y haced lo que os pido: seguid viniendo a rezar el santo Rosario.
¡Pobres almas, hija mía! El enemigo les muestra los placeres del mundo, los ha introducido en el mundo, para gozar de esos placeres. Por eso, hijos míos, os pido que pidáis por las almas consagradas. ¡Pobres almas! Mi Corazón se destroza de dolor por ellas, y ¡qué mal corresponden muchas de ellas a este amor! Todos sois responsables, hijos míos, pero las almas consagradas son más responsables, porque están clamando al Cielo venganza, y la venganza será terrible.
Luz Amparo:
Yo te pido por ellas. Yo te pido por ellas... ¡Si no lo creen; ellos son los primeros que no lo creen!, pero yo te pido que los perdones.
La Virgen:
¡Ay de aquél que destruya mi Obra! Digo en esto como dijo mi Hijo en otros momentos: «Todo aquél que dé escándalo, y que dé lugar a escándalo delante de un niño, más le valiera no haber nacido; que le cuelguen una piedra de molino y le arrojen al mar, y que se lo coman los peces».
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! Yo te pido por todos; es que si los sellas a todos, se salvarán. Que quiero que algún día digas que los vuelves a sellar, y que vengan todos, pero que no se condenen.
La Virgen:
¡Cuántos gritarán, hija mía, en un momento en el que no haya remedio, que la puerta estrecha esté cerrada, porque les ha gustado irse por los caminos anchos de placeres!
Luz Amparo:
Pero Tú los perdonas, porque yo, si quieres, hago lo que Tú quieras; pero para que los perdones. Y todo esto que Tú dices que lo cumplan, que cojan y vayan por los pueblos publicando el Evangelio. Pero es que las mujeres no pueden ir a publicar el Evangelio, porque tienen que ser los curas.
La Virgen:
No, hija mía, todos sois hijos de Dios, y todo el que es hijo de Dios, puede coger el Libro y predicar el Evangelio por todas las partes del mundo y, cuando el Evangelio esté extendido por todas esas partes que aún no conocen la palabra de Dios, entonces será la tribulación, hija mía, y vendrá el gran Castigo.
Luz Amparo:
Pero es que los que van con esa Biblia por los pueblos, también ésos ¡cómo son! No son de tu religión.
La Virgen:
Yo no os pido que vayáis de dos en dos. Tened cuidado de ésos que van de dos en dos y de puerta en puerta; van publicando doctrinas falsas.
Luz Amparo:
Pues, ¿de cuántos en cuántos tenemos que ir?
La Virgen:
De grupo en grupo; da lo mismo que sean cinco, que sean seis, pero ir de grupo en grupo, y no tengáis miedo a publicar el Evangelio. Si os echan del pueblo, seguid adelante y no volváis la vista atrás.
Luz Amparo:
¡Qué bien!, o sea, ¿que no les podemos decir a los que nos echen que se salven?
La Virgen:
Os sacudís el polvo, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay! Pues eso no se puede hacer, hay que ayudarlos a todos.
La Virgen:
Pero si no quieren escuchar la palabra de Dios... ¡Pobres almas, hija mía!
Luz Amparo:
¡Ay! Haz algo, haz una cosa; yo tengo ganas de que hagas una cosa grande; y para mí ¡es tan difícil esto!... Hazlo, para que te vean.
La Virgen:
Te parece poco las gracias que estoy derramando, hija mía. Mi Corazón Inmaculado está derramando gracias por toda la Humanidad y para toda la Humanidad; pero la Humanidad está vacía.
Luz Amparo:
¡Ay, que no está vacía, que muchos te quieren, te quieren mucho! Lo que algunos son... —¡pobrecitos!—, que no tienen quién les hable de Dios.
La Virgen:
No hay condena para los ignorantes, hija mía, para ésos no hay condena, sino para los que conocen a Cristo y lo niegan.
Luz Amparo:
Bueno, pues, perdónalos, y otra vez los vuelves a sellar, para darles esa gracia.
La Virgen:
¡Cuántos, cuántos han visto mi imagen en el Sol, hija mía!, y, sin embargo, achacan a un fenómeno que no es, que no es nada natural, a un fenómeno natural. No es posible ver la imagen de Cristo y la imagen de vuestra Madre grabada en el Sol, siendo un fenómeno natural, porque es un fenómeno sobrenatural. Ya te he dicho que ni los grandes científicos podrán descubrir los misterios del Cielo.
Luz Amparo:
Bueno, pues yo te pido que los perdones; y yo hago lo que Tú quieras; pero perdónalos a todos, a los sacerdotes también, porque, porque si no los hubieras hecho de carne..., pero son de carne también. ¡Perdónalos! ¿Me prometes que los vas a perdonar?
La Virgen:
Yo les doy la gracia, hija mía, pero el Padre Eterno es el que perdona, porque es el que hará el Juicio Final.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues se lo dices al Padre Eterno, y el Padre Eterno es bueno, y los perdona a todos, en ese momento, cuando llegue el Castigo, pues entonces, ellos, que reciban la luz para pedir perdón.
Luz Amparo cambia el llanto en gozo ante la visión que se le presenta.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, qué bonito! ¡Ay, ése que tiene ese libro...! ¡Ay!, ¿ése fue también mártir? ¡Ah...! Pues yo quiero ser mártir, ¿eh? Para estar con él ahí a tu lado. Y ese libro que lleva, ¿qué es? ¿Los Evangelios de Cristo? ¡Ah!, yo quiero también publicar los Evangelios, pero no sé, pero de palabra lo publicaré; ¡te lo prometo! Pero Tú perdónalos a todos. ¡Ay!, ¿ése que fue quien le mató?, ¿y está ahí? Pero si está muerto, ¿cómo está ahí? ¡Ay, está lleno de luz! ¿San Juan?, pero, ¿qué san Juan? ¡Ah...!, ¡ay! ¿También publicó el Evangelio? Pues entonces todos vamos a empezar a publicarlo, para que nos veamos ahí con ése que está ahí a tu lado. ¡Ay...! ¡Déjame otro poquito, que ni estoy a tu lado ni estoy abajo!
La Virgen:
La luz del Espíritu Santo, hijos míos, os iluminará, para que publiquéis el Evangelio por todas las partes del mundo. Esta luz divina viene de la energía divina de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues, ¡qué energía más grande tiene! ¡Ay, qué luz, qué luz...! ¡Ay, qué luz...! Esa luz tan grande, ¿de dónde viene? ¡Ay, la luz!
La Virgen:
La luz del Espíritu Santo. Todos, hijos míos, habéis recibido la energía divina del Espíritu Santo. Corresponded a esta maravilla, hijos míos.
Luz Amparo:
Corresponderemos todos. ¡Te lo prometo yo por todos ellos!
La Virgen:
Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Por las almas consagradas, hija mía, ¡las ama tanto mi Corazón! ¡Pobres almas!, se dejan engañar por el enemigo, para sellarlos y apoderarse de sus almas.
Luz Amparo:
Pero, ¡no los selle, que no los selle, no lo permitas Tú que los selle, que sé cuántos números son! Con esos tres seis, que no. Que no los selle; ten misericordia de todos, Madre mía. Te lo pido: dales, dales más tiempo; verás cómo son todos buenos, y si Tú hicieras aquí una gran cosa, mejor sería. ¡Perdónalos!
La Virgen:
Todos los ojos no pueden ver, hija mía; ya me verá todo aquél que se haga niño, para poder alcanzar las moradas. Ya me verán resplandeciente en el Cielo.
Luz Amparo:
¡Ay, qué bien!, pero es que todos... No creas que es fácil salvarse, ¿eh?... ¿Otra vez quieres que bese el suelo? Pues, venga, lo voy a besar. Ahora, ¿por quién lo ofrecemos?
La Virgen:
Por todos los pecadores del mundo, por todos, hija mía, sin distinción de razas... Por todos, hija mía, sin distinción de raza; todos son mis hijos, y una buena madre quiere a todos sus hijos igual, hija mía. Soy vuestra Madre —ya lo sabéis—, mi Hijo lo ha dicho, lo dejó dicho en la Cruz.
Luz Amparo:
¡Ay!, pero dilo de otra forma. ¡Ay, yo lo digo también!
La Virgen:
Lo dejó dicho en la Cruz, hijos míos: «Ahí os dejo a mi Madre por Madre vuestra, por Madre de toda la Humanidad».
Luz Amparo:
¡Ay, bueno! Pero lo que tengas que decir, dilo que yo lo pueda entender, y todos los que están aquí lo puedan entender.
La Virgen:
Hay misterios que no se pueden revelar a los humanos.
Luz Amparo:
Pues entonces, a ver, a mí tampoco me los digas porque yo no los quiero saber, porque luego, a ver cómo los guardo yo.
La Virgen:
Mi Hijo te da una gran capacidad para no revelar los misterios del Cielo
Luz Amparo:
Pues dímelo como quieras... (Palabras en idioma desconocido, como si respondiera la Virgen). ¡Ay! ¿Tan poco? ¡Ay...! ¿Tan poco tiempo? Aunque yo quiero cuanto antes mejor, ¿sabes? Pero ya no es por mí; y los que no estén en gracia, ¿qué? Yo te pido por todos ellos, por todos; así que me lo tienes que conceder, porque yo no quiero que se condenen tantas almas, porque si Dios es misericordioso, ¿por qué va a hacer esto?
La Virgen:
El Castigo terreno lo podéis evitar con la oración y con el sacrificio, pero el Castigo divino del Cielo, nadie podrá evitarlo, hija mía, ni aun lo sabe el Hijo del Padre, que es Jesucristo; sólo el Padre lo sabe, ni los ángeles del Cielo.
Luz Amparo:
Pues ¡vaya!, mira que no decírselo a Jesús. ¡Ay!, si Él no va a decir nada…
La Virgen:
Está escrito: ni el Hijo del Hombre sabrá el Castigo que vendrá sobre la Tierra. No será agua, hijos míos, esta vez será fuego, y será producido por un astro, que se estrellará sobre la Tierra.
Luz Amparo:
Pero, ¿lo vamos a sentir?
La Virgen:
Todos aquéllos que estén en gracia de Dios, no les afectará absolutamente nada; se quedarán como en un éxtasis, hija mía. Procurad estar a la derecha del Padre, para poder salvar vuestras almas.
Luz Amparo:
¡Oy!, pues ya procuraremos estar a la derecha; ya se lo diré yo a todos. Pero es que no me van a hacer caso.
Yo quiero..., ya no te voy a pedir más, porque soy muy pesada, pero te voy a pedir que selles a muchos, a muchos de los que no has sellado antes. ¡Ay!, pero los que están sellados no, pero sella a los otros…
¡Ay! El Ángel va a sellarlos…
¡Ay, qué alegría! ¡Ay, a los que no estaban sellados los ha sellado! Tienen una protección; ¡ay, qué alegría más grande...! ¡Ay, qué alegría! Ahora voy a besar yo el suelo, pero para darte las gracias, y de alegría... ¡Ay, qué grande eres Madre mía! ¡Qué grande eres!... ¡Y que los hombres no crean en Ti! ¡Ay, qué pena!, con lo guapa que eres... ¡Ay, qué cosa más guapa...!
¿Me dejas que bese el pie? No me digas que voy a ser otra vez pesada; me conformo con besar el primer dedo... ¡Ay, gracias, gracias Madre mía! Te prometo ser mejor cada día, aunque también soy mala, ¿eh? ¡Ay, qué soberbia soy...! ¿Nos vas a bendecir?
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 14 de junio de 1984, jueves

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, es una fecha muy importante para olvidarla. No quiero que olvidéis esta fecha tan importante. En esta misma fecha, hice mi presencia en este lugar y te pedí, hija mía, que viniesen de todas las partes del mundo a rezar el santo Rosario, y que todo aquél que viniese a este lugar, sería bendecido con una cruz; también sería marcado en la frente; muchos de ellos serían marcados, pero otros serían bendecidos.
También pedí que en este lugar hiciesen una capilla en honor a mi nombre, y que se viniese de todos los lugares del mundo a meditar la Pasión de Cristo. Está olvidada, hija mía. No quiero que os olvidéis de esta fecha tan importante. Os pido, hijos míos, sacrificio y oración para poder salvar vuestras almas.
Luz Amparo:
¡Ay, qué alegría! ¡Ay...! No he olvidado esta fecha; sé que es una fecha muy importante…
La Virgen:
Sí, hija mía. Seguid rezando el santo Rosario, no seáis cobardes y no os dejéis engañar por la astucia del enemigo. Llegará un momento en que lleguen a prohibir rezar el santo Rosario, pero yo he dicho en otras ocasiones que, si no me manifiesto dentro, me manifestaré fuera, hijos míos; pero sed fuertes y no dejéis de frecuentar este lugar.
Luz Amparo:
(Sollozando). Madre mía, yo vendré aquí, no quiero que lo quiten.
La Virgen:
Tú tienes que ser obediente, hija mía, y tú debes obediencia, pero que nadie, ¡nadie!, deje de venir a rezar el santo Rosario.
Ya te he dicho que están empezando grandes pruebas, y ahora empiezan, hija mía. Con humildad y también con sacrificio, hija mía, se alcanzará todo. Yo pondré también mis manos en esa Obra, en esta Obra de mi parte.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... En reparación de todos los pecados del mundo, hija mía.
Piensa que el enemigo quiere destruir mi Obra y en otros lugares ha sido destruida, hija mía, han hecho desaparecer mi nombre.
Luz Amparo:
No quiero, pero ayúdanos Tú, ¡ayúdanos! Aunque me lo prohíban a mí, yo no vengo, pero que vengan los demás.
La Virgen:
Ahora vienen las pruebas duras, hija mía.
Luz Amparo:
Madre mía, ayúdanos Tú.
La Virgen:
Te dije, hija mía, que fueses directamente al Obispo.
Luz Amparo:
¿Cómo voy a ir, si no puedo? Yo no puedo ir.
La Virgen:
Porque el Obispo, hija mía, es una buena alma consagrada.
Luz Amparo:
No puedo, hay otros delante. Ayúdanos Tú; si nos ayudas Tú iremos a todos los sitios; no puedo sola. A mí no me importa sufrir, pero es que yo no puedo hacerlo sola. Ya sé que hace mucho tiempo que lo has pedido, pero, ¿qué hago yo?, no puedo nada más que rezar y rezar; Tú tienes que poner lo demás. Ayúdanos, Madre mía, ayúdanos, y nosotros también te corresponderemos.
¿No puedes quedarte ahí? Yo quiero que me lleves de aquí, ¡yo quiero que me lleves de aquí, porque no puedo estar sola más! En las moradas ¡se está tan bien! ¡No puedo más!
La Virgen:
Hija mía, hija mía, el tiempo se aproxima, y tu tiempo también se aproxima.
Luz Amparo:
Pero, ¿cuándo?, ¿cuándo?, porque yo no puedo más. Yo me encuentro mal; yo quiero ser fuerte, y te ayudaré, pero Tú también ayúdanos a nosotros, porque nosotros no podemos hacer nada sin Ti.
¡No nos des esta prueba!, porque ¡vaya prueba! ¡Ay, Madre! Se ve no sé qué, ¡se está tan bien aquí!; pero, ¿es que no puede ser dejarme aquí para siempre? Yo no quiero volver a ese sitio más, ¡ayúdame! ¡No me vuelvas otra vez a ese sitio!... No, no quiero ser soberbia; pero es que Tú no sabes lo que es estar ahí abajo.
La Virgen:
Ya te dije, hija mía, que vendrían las persecuciones, y a los discípulos de Cristo los perseguían por hablar de Cristo, y a Cristo le calumniaban, le llamaban «el vagabundo», «el endemoniado». No seas soberbia, hija mía, porque no es más el discípulo que su Maestro.
Luz Amparo:
Yo no quiero ser más que el Señor, pero el Señor es que era Hijo de Dios y yo, ¿de quién soy hija? Yo soy hija de una persona humana.
La Virgen:
Él también fue Hijo de un ser humano.
Luz Amparo:
Sí, pero Él tenía a Dios, y yo, ¿a quién tengo, eh? Yo estoy sola.
La Virgen:
Ya te he dicho muchas veces que si está Dios contigo, ¿a quién puedes temer?
Luz Amparo:
Sí, claro, pero ahí abajo... Tú no sabes lo que hay abajo. Bueno, yo te pido perdón por si he sido soberbia, pero es que yo no puedo mucho, no puedo más. Yo sé que soy soberbia y que soy mala, pero yo no quiero bajar ahí abajo más.
La Virgen:
Tu misión no está cumplida, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues, ¿hasta cuándo?
La Virgen:
Porque todavía no estás terminada de pulir.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues ¡ya está bien!, ¿hasta cuándo voy a estar así? Bueno, Madre mía, Tú que eres tan buena, ayúdanos a hacer todas las cosas que quieres, porque sin tu ayuda no podemos hacer nada. Ayúdanos.
¡Ay, qué guapa eres! ¿Nos vas a bendecir, eh?
La Virgen:
Es una fecha muy importante para que os olvidéis de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay, qué alegría!
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¡Ay, bendícenos los objetos! ¡Ay!, pero hazlo, porque es un día muy importante. ¿Vas a bendecirlos todos? ¡Anda, hazlo!, porque sirven para salvar muchas almas; ya sabes Tú que se han salvado muchas almas con estos objetos. ¡Anda, bendícelos!
La Virgen:
También voy a concederte esta gracia, hija mía. Levantad todos los objetos, todos serán bendecidos... Todos han sido bendecidos con gracias especiales, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, qué maravilla! ¡Ay, qué grande...! ¡Venga! Todos lo verán; pero, ¡qué pocos creerán!
La Virgen:
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 16 de junio de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, voy a empezar por la penitencia, con el sacrificio y con la oración, hijos míos. ¡Cuántos, cuántos de los que estáis aquí presentes todavía no habéis hecho estas tres cosas, hijos míos!
También os pido el sacramento de la Eucaristía; pero antes os pido el sacramento de la Confesión.
No miréis las faltas del sacerdote, porque el sacerdote se quedó en puesto de los Apóstoles. Mirad a Cristo en ellos; no miréis sus faltas, porque ellos, cuando se presenten ante el Padre, les pedirá cuentas, hijos míos. Nosotros no tenemos que juzgar a nadie. Por eso os pido que no juzguéis, y así no seréis juzgados, hijos míos. Pensad que al sacerdote ni aun los ángeles pueden reemplazarle, hijos míos. ¡Ni aun la Madre de Dios!... (Pausa con llanto de Luz Amparo).
Nadie, nadie podrá reemplazar al sacerdote, ni aun vuestra Madre, hijos míos, y ¡la Madre de Dios! Mirad a Cristo en la Misa; no miréis al sacerdote, porque (en) el Sacrificio diariamente de la Misa está Cristo. Por eso os pido, hijos míos, que esas almas que se dejan engañar por la astucia del enemigo, ellos darán cuenta a Dios Padre cuando se presenten ante Él.
También pido, hijos míos, que hagáis un poco de sacrificio; pensad que Cristo murió por vosotros. Por eso yo creo que podéis hacer un poco sacrificio por Él. También pido, hijos míos, humildad, porque sin humildad no alcanzaréis las moradas.
Os sigo repitiendo que publiquéis el Evangelio por todos los rincones de la Tierra, ¡por todos! Ésa es la sal del Evangelio.
Y para todos aquéllos que están engañados con la astucia del enemigo, que les hace creer en otras doctrinas que no son la católica de Cristo... ¡Pobres almas, hija mía, pobres almas! Porque yo no pido cuenta a aquél que no me conoce, sino a aquél que me conoce y me desprecia.
Un acto de humildad, hija mía: besa el suelo por la conversión de todos los pecadores... Por la conversión de todos los pecadores del mundo, hijos míos. Sacrificio acompañado de la oración. Sed fuertes, hijos míos, porque las pruebas están empezando; pero no reneguéis nunca de la palabra de Cristo. Pensad que el que niegue a Cristo en la Tierra, el Padre Celestial le negará en el Cielo ante sus ángeles.
Y tú, hija mía: te pido humildad. Piensa que te dio mi Hijo gancho para salvar almas; pero, sin humildad, no podrás salvar las almas. Tienes que ser ejemplo de humildad. Piensa que la soberbia es el mayor pecado del mundo; el que conduce a todos los pecados de los diez mandamientos, hija mía.
Mi Corazón está triste, muy triste, hija mía, de ver que los hombres no cambian. Mi Corazón quisiera que se salvara toda la Humanidad; pero la salvación no depende de mí; depende de cada uno de vosotros.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, Madre! ¡Ay, qué cara, ay, qué cara más guapa...! Ayúdanos a ser buenos, porque, sin tu ayuda, no podemos hacer nada. Pídele a tu Hijo, para que tu Hijo le pida al Padre, y para que nos dé gracias para poder arrepentirnos.
La Virgen:
¡Ay de aquéllos que creen que no hay Infierno, hijos míos! Existen varias partes de Cielo y varias partes de Infierno. Por eso vosotros tenéis que ganaros la morada con vuestros sacrificios, hijos míos. Pensad que hay que seguir a Cristo, coger la cruz y seguirle; es de la única forma que os salvaréis, hijos míos. Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas. ¡Pobres almas! ¡Las ama tanto mi Corazón! ¡Y qué mal corresponden muchos a ese amor!... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas consagradas.
Haced sacrificio, hijos míos, haced penitencia, pedid por aquéllos que no piden, amad por aquéllos que no aman, y haced penitencia por los que no la hacen.
Pedid al Padre Eterno, que Él os ayudará a salvaros, hijos míos. El Padre Eterno está olvidado. ¡Y pensad que es el Juez que os va a juzgar! Es misericordioso y lleno de amor, hijos míos; pero es un Juez muy severo y os juzgará según vuestras obras.
Mi Corazón sigue rodeado de espinas, hija mía. Estas espinas son por esas almas que no escuchan la palabra de Dios.
Mi Hijo está muy triste cuando ve que desprecian a su Madre. Ya te he dicho muchas veces que si un hijo bueno quiere mucho a su madre, no le gusta que la maltraten, que la desprecien, que la calumnien. Por eso mi Hijo va a descargar su ira acompañado del Padre, de un momento a otro. Piensa, hija mía, que vendrá con su gran poder y su gran majestad en una nube.
Os dije hace días que os fijéis en los astros y en la Luna. Cuando la Luna empiece a enrojecer, y los astros dejen su brillo natural será espantoso, hijos míos; el Castigo será espantoso. Pero esas almas que han cumplido con el Evangelio de Cristo, con los diez mandamientos..., ¡será un Paraíso eterno, hijos míos! Uno de los paraísos que tiene el Padre preparado para vosotros.
Luz Amparo:
¡Ay, qué grande es esto...! Pero, ¿cuántas moradas hay?
La Virgen:
Muchas, hija mía, muchas moradas, porque mi Hijo subió al Padre para preparar las moradas; y ya están casi todas preparadas. Hijos míos: sacrificio, sacrificio y oración. Y confesad vuestras culpas, hijos míos; no lo dejéis más tiempo, que la muerte llega como el ladrón, sin avisar. Estad preparados, hijos míos.
Luz Amparo:
¿Nos bendices? Bendícenos, ¿y nos bendices los objetos...?
La Virgen:
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos con gracias especiales, hijos míos, para la salvación de vuestra alma... Todos han sido bendecidos, hijos míos.
Voy a dar mi santa bendición. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos, ¡adiós!...
Sigue el rezo del santo Rosario. Terminada la meditación del quinto misterio, se reproducen los fenómenos solares. Se escucha un constante murmullo entre los asistentes al admirar tales fenómenos. Se suceden, en varios momentos, los lamentos de Luz Amparo, que sigue contemplando diferentes imágenes e intercala observaciones, mientras reza y permanece en una especie de éxtasis; al desconocer cuándo termina el mismo, se ha preferido transcribir parte de la grabación disponible.
Luz Amparo:
Que todos sois iguales…
Los cuatro... Los cuatro de aquí..., los cuatro caballos…
Ese amarillo, ¿es el de la muerte?
¿Y el rojo?..., ése que es como amarillo, de cobre.
¡Ay!, ¿y el negro?
Y ésos que los montan, ¿quiénes son, de ahí? Ésos son los ángeles del Apoca... Bueno…
Pero hay muchos; ¿qué son todos ésos?
Los que los ven, ¡que lo vean todos!
¡Ay, Madre mía!, todo eso…
Pero, si les digo que miren, van a decir que se les quema; pues, ¡que miren los que quieran!
¡Ay, pero este color es rosa! Está en rosa este momento, en rosa. ¡Ay!, está dando vueltas en este momento; ¡ay!, pero es que... ¿Y si se le quema? Que no lo miren... ¡Ay, ahora está azul!
¡Qué bonita! ¡Ay, Madre mía! ¡Está rosa otra vez, rosa!... Estás Tú de rosa, y en amarillo la otra parte. Eso no es una cosa de la Tierra; es del Cielo... ¡Ay, cómo da vueltas...! Que parece que se viene para abajo... ¡Ay, cómo da vueltas! La parte de la primera morada, ¿es ésa? ¡Ay, cómo da vueltas! Pues, si tenemos que dar nosotros tantas vueltas para llegar allí... ¡Qué rosa! ¡Oy, qué rosa es! ¡Ay, cuántos... caballos y los ángeles!... ¡Azul, azul!... Y están los cuatro caballos en el... (Palabra ininteligible). El blanco, es el blanco... ¡Blanco! ¡Ay! El blanco, ¿por dónde se va? ¿El amarillo? ¡Oy, oy, ése es la muerte! ¡La muerte está amarillo! Mirad lo amarillo…
¡Ay, Madre, las cosas...! ¡Ay, ese rayo! Es que viene para acá, para abajo. ¡Ayyy, ay! ¡Ay, ése se baja, el amarillo!... Y ese azul, ¿eso qué es? Se puede mirar. ¡Ay, ay, ay...! Es ahora amarillo otra vez... Con la muerte, y venga la muerte. ¡Venga muerte y muerte! ¡Ay, ay, ay...! Eso es... Están todos... La mitad; más de ellos la mitad... ¡Blancos! ¡Uf, Madre mía! ¡Pues sí que están bien todos! ¡Ay, los otros son de la derecha! ¡Ay, bueno, pues ya lo hemos visto todo! ¡Ay, ay, ay...! (Emite ayes durante unos instantes).
Pues el que más se destaca es el amarillo, el de la muerte, ¡anda! Hemos visto todo... Azul, es azul el que está subiendo. Azul. ¿Y el rosa y el azul?; el amarillo es el de la muerte. ¡Ay!, ¿y ése que parece de oro? ¿Y el negro? ¿Y el blanco? Y el amarillo, ¿eh? ¡Ay, pero parece que son como leones encima! Los que lo llevan tienen el cuerpo de persona y la cabeza de león, uno; otro, de águila.
¡Ay, ese caballo! ¡Ay, ése es el más grave! ¡Ay, pero bueno, pues tantas cosas como hay ahí! ¡Huy, el amarillo! ¡Ay, qué grande es el...! Ése es el que más va a coger, ¿no? Ahora está amarillo... (Palabra ininteligible). Pues, ya lo he visto; ya los he visto, de verdad, todos, ¿eh? ¡Ay, qué grande! ¡Cuántas cosas hay!, ¿eh? ¡Ay, bueno! ¡Ay, pero que digan que eso no es del Cielo! ¡Vamos!
Se ve la cabeza del león ¡más grande! ¡Ay, la cabeza de un león! ¡Ay, pues, ¿qué será eso del león?! ¡Ay! ¡Ay, vaya, otro misterio! ¡Oy, qué patas tiene! ¡Ay, madre! ¡Ay...! Que van debajo, ¿no?
¡Ay! ¿Me han metido a mí aquí el rayo ese? ¡Ayyy..., ay, el rayo...! ¡Ay, mójame ahí! ¡Ay, ay, ay...! (Durante unos instantes se queja). ¡Ay, que me está quemando el pecho esto! ¡Ay! ¡Ay, qué valor, no dan nada de...! ¡Ay! Dadme algo. ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, me está quemando esto...! ¡Ay, ay, ayyy...! (Así repetidas veces).
¡Ay, pues ya está bien! ¡Anda que... ¿también esto?!... ¡Que me ha quemado en la parte esta! ¡Ay! Mira lo que me ha «pasao»..., aquí. ¡Ay, ay, míramelo! ¡Ay!, aquí, en esta parte de ahí. ¡Ay, ay, ay...! (Se lamenta así varias veces).
¡Ay, me ha quemado algo! ¡No puedo más! ¡Ay, otra cosa más! ¡Anda que...! ¡Ay, otra cosa! ¡Ay, Dios mío! ¡Dios mío, ay! ¡Ay!... (Aquí parece que hay un corte en la grabación, que continúa). Que me ha quemado de esta parte. ¡Ay, ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío...! Mírame a ver, anda. Mírame aquí, aquí, aquí. ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, ya me ha quemado de esa parte, eso que me ha salido ahí! ¡Ay, ay, por Dios, ay! ¡Ayyy, ya no sé lo que será, si se me quema esa parte...! ¡Ay, y que se rían todavía, Dios mío! Pero, ¡bueno! ¡Qué cosa más...! Pues esta parte... Aquí atrás también. ¡Ay, ay! Yo no sé lo que quiere ya, ¿eh? ¡Ay!, tantas cosas ya. ¡Ay, ay, ay, Dios mío, que se me quite esto!...
Le dicen algo y contesta.
Luz Amparo:
No, yo lo que quiero es que se me quite esto. ¡Ay, ay, ay...! ¡Huy, huy! ¡Ay, Dios mío!, pero, ¿también esto? ¡Ah!, ¿qué quiere decir esta cosa...? Es que parece que se me ha quemado por dentro algo. ¡Ay, ay! ¡Y venga, todavía a reírse encima, anda! ¡Ay, ay, ay...! (Le dicen algo y continúa Luz Amparo).
Ya, déjamelo, niña. A ver, ¿está mojado...? ¿No es sangre eso? ¡Ay, déjalo, déjalo, porque estoy chorreando por todos los sitios! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, mira, mírame otra vez! ¡Ah, anda, mírame otra vez! (Dialoga con alguien). No, esta parte, y lo de abajo, ¿qué?...
Gime llorosa. Continúa la grabación, en la que se escucha a Luz Amparo, aunque ya fuera del éxtasis.

Mensaje del día 21 de junio de 1984, jueves

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, vengo como Madre y como amiga. Quiero, hijos míos, que estéis unidos, y que todos los que queráis hablar de Dios; y además también os pido que estéis unidos, muy unidos, y que todos estéis hablando... (Palabra ininteligible).
Luz Amparo:
Dilo para que lo entiendan; ¡ay!, que lo entiendan todos.
La Virgen:
Que estéis unidos, y que todos habléis de lo mismo, que no os tapéis unos a otros, hijos míos, porque estáis formando contiendas... y para hablar de Cristo hay que estar muy unidos.
No penséis tanto en las cosas terrenas, pensad que los discípulos de Cristo dejaron todo para seguir su camino. Ayudad a Cristo todos a llevar la Cruz, hijos míos; no os aflijáis cuando Dios os manda la primera prueba. Humildad es lo que pido, hijos míos, para poder estar unidos. Pensad que todos sois hijos de Dios, pero que Jesús tuvo preferencias por unos; pues lo mismo ha sucedido en esta ocasión.
Todos aquéllos que estáis unidos, seguid a Cristo, y no os excuséis con cosas que no sirven para nada. Pensad que el discípulo nunca puede ser más que el maestro; estad los últimos, no os pongáis los primeros, porque los primeros no entrarán en el Reino del Cielo; serán los últimos los que entren, hijos míos.
¡Las contiendas que estáis formando por cosas que no tienen importancia! Pensad que el cuerpo, os lo he repetido muchas veces, no va a servir para estiércol, y si ese alma está pura, no tenéis que preocuparos, hijos míos.
Yo estuve amarrada al pie de la Cruz, allí amarrada, viendo morir a mi Hijo, y era inocente, hijos míos, muriendo por toda la Humanidad, porque todos los seres humanos sois culpables, hijos míos, todos tenéis el pecado, no hay ninguno que sea justo en la Tierra, y mi Hijo era puro, e inocente, y murió para redimiros, hijos míos.
Preocupaos más por las cosas de Dios; pensando en las cosas de Dios, no arméis contiendas, hijos míos. Pensad que nunca será más el discípulo que el maestro; y pensad también que Cristo vino al mundo para servir, no para ser servido, hijos míos.
Imitad a Cristo, veréis cómo alcanzaréis la Gloria. Siendo Rey de Cielos y Tierra, Hijo del Padre, le mandó a redimir al mundo, siendo inocente, hijos míos.
Por eso os pido, que os acerquéis al sacramento de la Confesión, porque el Cuerpo de Cristo lo podéis recibir diariamente; tenéis más suerte que los ángeles, hijos míos, porque los ángeles no pueden recibir a Cristo. Cristo dejó instituido el sacramento de la Eucaristía para daros fuerza, hijos míos. No seáis cobardes; fuerza es lo que necesitan los hijos de Dios; no tienen que ser cobardes. Los cobardes son los hijos de las tinieblas.
Estad unidos, hijos míos, todos estad unidos; no os guardéis secretos unos a otros; no seáis fariseos, que delante de Cristo se ponían los primeros para decir las obras que habían hecho; poneos los últimos, que los últimos seréis los primeros; no os creáis amigos, hijos míos, y luego seáis enemigos. Los fariseos hacían eso: delante ponían la cara de santidad, y detrás ultrajaban a Cristo.
No os critiquéis unos a otros, hijos míos, porque cada uno dará cuenta de lo suyo. No juzguéis y no seréis juzgados. Vosotros tenéis que estar más unidos que nadie, hijos míos, porque vosotros tenéis que dar testimonio de lo que habéis visto. Por eso os pido que seáis humildes, que la soberbia conduce al hombre a la perdición, hijos míos.
No os aferréis a las cosas terrenas; las cosas terrenas sirven para condenarse.
Luz Amparo:
Tú, pero Tú nos perdonas; aunque seamos soberbios, ¿Tú nos perdonas?
La Virgen:
Dios Padre perdona a todo el que pide perdón; está con los brazos abiertos esperándoos a todos, hijos míos. Acercaos al sacramento de la Confesión. ¡Cuántos estáis aquí presentes, y hace años y años que no os habéis acercado a este sacramento! Estad preparados, hijos míos, que la muerte llega como el ladrón, y estando preparados, ¿a quién podéis tener miedo?
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Por la conversión de todos los pecadores del mundo, hija mía. Haced actos de humildad durante el día, hijos míos; pensad que os he repetido muchas veces que Cristo tenía la cabeza en el suelo, durante días enteros, ofreciéndose al Padre como víctima de reparación. Vale mucho la humillación, hijos míos, porque el que se humilla será ensalzado, y pensad que Dios, Dios Padre os recompensará ciento por uno, hijos míos.
Luz Amparo:
¡Ay, qué alegría, ay! ¡Ay, qué alegría! ¡Ay, qué alegría, ay! ¡Ay, qué buena eres, qué buena eres, Madre mía! ¡Ay...!
La Virgen:
Hijos míos, os aconsejo como Madre y como amiga. Como Madre, porque soy la Madre de Cristo y la Madre de toda la Humanidad; y como amiga, porque no quiero que os condenéis, y porque quiero que os améis unos a otros, y no forméis discordias, hijos míos, por las cosas que no tienen importancia en la Tierra.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Por las almas consagradas, hijos míos; pedid por ellas, hijos míos, porque muchas de ellas se dejan engañar por el enemigo; pedid por ellas, hijos míos, y sed humildes; amaos los unos a los otros, como mi Hijo os amó en la Tierra.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos... Todos han sido bendecidos, hijos míos.
Te voy a dar una gota del cáliz del dolor, hija mía; queda muy poco de él, pero las últimas gotas son las más amargas. Coge el cáliz…
Luz Amparo:
¡Ay, qué amargo!, ¡ay, qué amargo está! ¡Ay, ay, qué amargo! ¡Ay, qué amargura siento ahí, ahí en la garganta! ¡Ay...!
La Virgen:
Más amargura siente mi Corazón por todas las almas que se precipitan diariamente en el Infierno.
Luz Amparo:
¡Ay...! Pero también se salvan, ¿no? No sólo se condenan; también se salvan... ¡Ay, no permitas que se condenen!, ¿eh?
La Virgen:
¿Qué madre quisiera que su hijo se precipitase en el Infierno? Pues eso me pasa a mí, hija mía, que yo no quiero que ningún hijo se me condene.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues ayúdales, ayúdales, porque es que muchos son muy duros, ¿eh? Aunque les estés hablando, hablando y hablando, ¡ay, qué duros son! ¡Ay!, que no creen, ¿eh? Por eso Tú puedes ayudarlos, porque yo no quiero que se condenen tampoco, porque yo he sentido las penas del Infierno en mi cuerpo, y por eso no quiero que se condenen. Ablándales Tú el corazón, ¡anda! Tú que eres Madre, ¡anda, conquístatelos!
La Virgen:
Hija mía, tú eres madre, ¿puedes conquistar a todos tus hijos?
Luz Amparo:
¡Ay, no!, pero, pero es que tenía que haber sido antes; ahora ya no puedo, y además que los tengo a casi todos conquistados..., a casi todos; ahora tienes que conquistarlos Tú a los demás. Yo hago lo que Tú digas, ¿eh?; pero con tu ayuda, ¿eh?, y voy a donde sea, fíjate. ¡Ay, ay, cuántas cosas se ven malas! ¡Ay! Pero esos enfermos, ¡pobrecitos!, ¿cómo pueden estar así?, todos ésos que hemos visto. Es que yo pienso muchas veces que cómo Dios puede hacer eso, porque, ¡pobrecitos! ¡Anda, que te entra una pena en el corazón! ¡Ay!, ¿Tú sabes todos los que he visto? ¡Ay, qué pena!
La Virgen:
Por medio de esas almas se purifican otras.
Luz Amparo:
¡Claro, qué gracia! ¡Hala!, unos están enfermos y otros se purifican con los dolores de los otros, ¿eh? Pues que ellos sufran otro poco.
La Virgen:
Pero mi Hijo coge almas víctimas para la salvación de la Humanidad. ¿Tú no eres un alma víctima?
Luz Amparo:
Bueno, según qué víctima digas. ¿Qué clase de víctima, eh?
La Virgen:
Mi Hijo te ha escogido para salvación de las almas. Tú también sufres.
Luz Amparo:
Bueno, un poquito, pero con tu ayuda venceré. Es que es tan duro esto... ¡Ay!, pero Tú podías con tu ayuda hacer tantas cosas... ¡Ay!, pero Tú se lo pides a tu Hijo, y luego tu Hijo, ya sabes dónde tiene que ir: al Padre... Y el Padre nos tiene que perdonar, porque no creo que sea tan cruel, ¿no? ¡Madre, qué pies tenía y qué brazos!; pero la cara, ¿dónde la tenía?, porque era el Sol lo que se veía en su cara. ¡Madre mía, si tenemos que verle así siempre!, pues no le podemos ver. ¿Cuándo se va a descubrir esa cara? ¡Ay!, para que le veamos.
La Virgen:
Nadie ha podido ver la cara del Padre.
Luz Amparo:
Pues, qué gracia, ¡anda que!... ¡Ay, sólo se le ve el cuerpo y la cara no! Ahí está el misterio, ¿no? Bueno, yo no quiero hablar más de misterios, porque ¡vaya cómo estáis todo lleno de misterios!
¡Ay, ay!, ese Corazón, ¿de quién es? ¡Ay..., pero si ése es tu Hijo! ¿El de Jesús? ¡Ay!, déjame que le toque. ¡Ay!, pero ¡también tiene espinas! ¡Vaya, cómo somos de buenos!, ¿eh? Tú Corazón tiene espinas y el de tu Hijo también. ¿No puedo tocar ninguna? Pues, déjame que le toque sólo un pie... ¡Qué frío estás!, ¿eh?, pues, ¿dónde estás por ahí? ¡Ah, qué frío! Vaya, vaya, ¿dónde estaréis?
Ahora beso el pie Tuyo, sólo el dedo gordo, sólo... ¡Ay, qué grande eres, ay! No hay otra cosa tan grande como lo vuestro, ¿eh?; pero lo que tienes que hacer es quitarnos ya de aquí, porque otro día, y otro día...; además ni arriba ni abajo. ¿Adónde me tienes? Pues quítame de aquí ya, y súbeme ahí... ¡Ay, yo no quiero irme de aquí, no! ¡Ay, aunque... (Palabra ininteligible) nadie, no quiero irme! ¡Ay..., no, no quiero! Porque Tú no sabes lo que hay por ahí abajo, ¿eh?
¡Ay..., qué malpensadas son!, ¿verdad? ¡Ay!, pero no digas su nombre, porque yo también lo sé, ¿eh? Qué malicia, ¿verdad? Pero Tú lo sabes todo; pues yo no quiero bajar allí abajo. ¡Ay, ay!, no quiero... Yo quiero estar aquí, déjame aquí, pues otro ratito, ¡ay...! ¿Quién tuvo la culpa que estuviéramos ahí abajo?, ¡di!, porque ¡con lo bien que podíamos estar aquí...!
La Virgen:
¡Cuántos se ríen, hija mía!, pero ¡pobres almas!
Luz Amparo:
Pero hay otros que tampoco se ríen, que les gusta que les digas cosas…
La Virgen:
Dichosos los ojos que ven y los oídos que oyen.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, no me dejes! ¡Ay, no me mandes para abajo... otra vez! ¡Ay, Tú no sabes qué lucha! Anda que... ¿Y cuándo me puedo yo ganar mi morada?, porque ¡ya está bien!, ¿eh?
La Virgen:
Te dije que te estaba puliendo. Todavía te falta que pulir.
Luz Amparo:
Pues, anda, que ¡cuántos años para pulir! ¡Ay!, pues, déjame sin pulir ya y súbeme arriba del todo; no quiero que me termines de pulir.
La Virgen:
Piensa, hija mía, que en el Cielo no entrará carne ni pecado, hija mía.
Luz Amparo:
¡Anda que, entonces, yo también, venga de pecar y pecar!, ¿no? ¡Ay!, pues, es que ¿por qué no somos de otra forma? ¡Ay!, bueno, ya que no quieres que esté contigo, pues dame fuerza, ¡dame fuerza!; pero, también a todos los que están siguiendo esto; porque ¡vaya jaleo muchas veces!, ¿eh? Tú eres la que tienes que hacerlo, porque, claro, Tú eres Madre.
La Virgen:
No se puede hablar de Dios y estar en contra de Dios.
Luz Amparo:
¡Ay...! ¿Quién está en contra de Dios? Anda, pues Tú dales un toquecito, ¿verdad? ¡Ah!, con tu gracia; pero ¿sabes por qué es?, porque no hacen penitencia, ni sacrificio. Si hicieran penitencia, verías cómo se ocupaban sólo de eso.
¡Ay, qué grande eres! Bendícenos con ese Corazón que tienes, con la cruz que Tú haces.
La Virgen:
Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¡Ay!, qué bien se te da hacer esa cruz, ¿eh? Bendícenos Tú ahora con la cruz que Tú quieras.
La Virgen:
Yo, como Madre de la Iglesia, os haré la cruz de la Iglesia.
Luz Amparo:
¡Ay, pues vaya plan!, ¿eh? ¡Y tu Hijo también es de la Iglesia!
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 23 de junio de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, os empiezo diciendo: ¡penitencia! Y os acabaré diciendo: ¡penitencia! En todas mis manifestaciones, hijos míos, es... (Continúa en idioma desconocido). Ésta es mi primera palabra: ¡penitencia, penitencia!, hijos míos. Para seguir a Cristo no hay que rechazar la cruz; hay que cargarla y seguirle, no pisotearla y ultrajarla. Cuando Dios os manda una prueba, hijos míos, hay que aceptarla con humildad; porque con esa prueba, si vosotros la lleváis con humildad, hijos míos, podréis alcanzar el Reino de los Cielos.
Seguid a Cristo por el camino del Evangelio. No es fácil seguir a Cristo, hijos míos, porque seguir a Cristo es seguir por el camino del dolor y de la penitencia.
Mira, hija mía, mira todos estos buenos mártires de Cristo, hijos míos. Tú míralos, no fueron uno, ni dos, ni tres; fueron centenares los que murieron por Cristo.
Todos éstos fueron mártires por defender a Cristo, hijos míos. No seáis cobardes, porque cuando os llegue la prueba dura, no vayáis a rechazar la doctrina de Cristo y el nombre de Cristo. ¡Si es preciso morir por Cristo, se muere por Cristo!
Él murió por vosotros, y era inocente; vosotros, si morís por Cristo, sois pecadores, hijos míos; pero alcanzaréis el Reino de Cristo. Todo el que muere por Él, recibirá su gran recompensa: Dios da ciento por uno a cada persona que sigue a Cristo, hijos míos. Seguid el camino del Evangelio; publicadlo por todas las partes del mundo, por todos los rincones de la Tierra. Seguir a Cristo no es sólo hablar de Cristo; es imitarle en la pobreza, en la castidad y en la humildad.
Cuando le estaban crucificando y le abofeteaban, Él no volvía la cara. Insultar... para los demás, hijos míos; no insultaba a nadie, lo recibía con humildad todas esas... (Habla en idioma desconocido).
Ya te dije en una ocasión, hija mía, los mismos que estaban crucificando a Cristo... (Luz Amparo continúa llorando mientras transmite el mensaje. Se escuchan algunas palabras ininteligibles).
Por eso os pido, hijos míos: sed humildes, humildad os pido; con humildad podréis alcanzarlo todo. Cristo no devolvió las bofetadas, hija mía; pidió a su Padre que los perdonase, porque no sabían lo que hacían. Cuando abría su boca, le escupían en ella, hija mía; ¡con qué ojos de caridad los miraba! Tú has visto estas escenas de la Pasión de Cristo. Cuando piensas en Cristo, lo que sufrió en la Cruz, no eres capaz, hija mía, de cometer ninguna falta. Pensad en Cristo Jesús, pensad en Cristo en la Cruz, veréis cómo no tenéis tiempo para ocuparos de las cosas humanas del mundo, hijos míos.
¡Cómo moría Cristo en la Cruz por los mismos que le estaban crucificando!... ¡Con qué amor los miraba!... No los rechazó en ningún momento, y hubiera tenido motivos para rechazarlos, porque Él tuvo el Corazón... —su boca se secaba—, y se desgarraba su Corazón de dolor, de ver que estaba muriendo por la Humanidad, y la Humanidad no iba a querer salvarse. No todos van a salvarse, hijos míos; se salvará el que cumpla con los mandamientos de la Ley de Dios.
Publicad el Evangelio, el Santo Evangelio, por todos los rincones de la Tierra. No seáis cobardes. Yo lo estoy diciendo hace mucho tiempo —intentad, hijos míos—: los discípulos de Cristo iban de pueblo en pueblo; donde los rechazaban seguían adelante, se sacudían el polvo y no miraban atrás; seguían adelante, publicando el Evangelio por todas las partes.
Tú, hija mía, sé humilde; ya sabes que sin humildad no se puede alcanzar el Cielo. Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Por todos los pecados del mundo, hija mía. Este acto de humildad sirve para la reparación de las almas.
¡Cuántas almas, hijos míos, están deseando que se hable de su Madre, de su Madre celestial, porque nadie tienen quien les hable de Ella!
Por eso os digo, hijos míos, que hay mucha necesidad en el mundo, en todos los rincones del mundo, en los cuatro ángulos de la Tierra, porque el enemigo está entre esos cuatro ángulos, a ver cuál puede llevarse mayor número. Por eso os pido que, desde hoy mismo, habléis de Cristo, publicando el Evangelio y la doctrina que Cristo dio a sus discípulos.
No dejéis que el enemigo se apodere de más almas, porque este número de almas, que está sellando, es muy grande, hijos míos.
No dejéis ni un segundo de publicar el Evangelio. Hablad de Cristo, hijos míos, pero imitadle a Cristo también.
Si tenéis dos túnicas —ya os he dicho en otra ocasión—, quedaos con una, y dadle la otra al que lo necesita. ¿De qué le vale al hombre tener todas las riquezas del mundo, si en un segundo va a perder su alma? No estéis aferrados a las cosas terrenas, hijos míos; sólo Dios puede salvaros, y si seguís su camino, no os defraudará, hijos míos.
Pedid por las almas consagradas —¡las ama tanto mi Corazón!—; pero ¿cuántas, cuántas corresponden a ese amor, hijos míos? Pedid para que en ellas también... (Se expresa en idioma desconocido). Vuelve a besar el suelo por las almas consagradas... Por las almas consagradas; ¡las ama tanto mi Corazón!..., y ¡qué mal corresponden a este amor algunas de esas almas!
Penitencia acabo pidiéndoos, hijos míos, penitencia. En todos los lugares donde me he manifestado, he pedido penitencia y sacrificio. Por eso os pido que con la penitencia y con el sacrificio, podéis seguir a Cristo, hijos míos, porque el enemigo no podrá con vosotros. Tiene mucho poder la penitencia, para que el enemigo no os pueda ante vuestra alma, hijos míos.
Luz Amparo:
Déjame que te toque un poquito... ¡Ay, qué cosa siento más grande dentro del pecho! ¡Ay, qué grande eres! ¡Ay, qué grande eres! ¿Hasta cuándo, hasta cuándo me vas a tener aquí?... ¡Yo quiero quedarme! ¡No quiero bajar más para abajo! ¡Ay!, yo te digo que ¿hasta cuándo...?
La Virgen:
Vas a beber unas gotas del cáliz del dolor.
Luz Amparo:
¡Ay!, sí, ¿también?... ¡Ay, ay, qué amargo está, ay...! ¡Ay, ay, qué amargo! ¡Ay, ay, qué poco queda...!
La Virgen:
Qué poco queda del cáliz del dolor, hijos míos. Estad preparados; estando preparados no hay que tener miedo a nada. Cuando el cáliz se acabe, hijos míos, será horrible. ¡Será horrible, hijos míos! Por eso os pido, como Madre de amor y misericordia, que os arrepintáis de vuestros pecados, que confeséis vuestras culpas, y os acerquéis al sacramento de la Eucaristía.
Pero no tengáis miedo, hijos míos; estando con Dios, ¿a quién podéis temer? Lo mismo te digo a ti, hija mía: no tengas miedo a quien pueda matar tu cuerpo; ten miedo a quien pueda matar tu alma o condenarla para la eternidad, hija mía.
Luz Amparo:
¡No!, ¿me voy a condenar después de tanto tiempo? Pues, que si se están salvando otras almas, ¡no me vas a permitir que me condene yo!
La Virgen:
Si te dijese, hija mía, que estás salvada, tu soberbia, tu soberbia podría más que la humildad, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, que no, que no, que yo quiero saberlo! Pero te prometo que no tendré soberbia.
La Virgen:
No te lo puedo decir, hija mía.
Luz Amparo:
Pues, ¡vaya!
La Virgen:
Ya sabes que seguir a Cristo es por el camino del dolor; coge la cruz, cárgatela y síguele.
Luz Amparo:
Pues eso hago... Bueno, por lo menos, por lo menos nos das un poquito de ánimo. Nos podemos salvar, ¿verdad?
La Virgen:
Claro que os podéis salvar, hijos míos; depende de vosotros vuestra salvación y vuestra condenación.
Luz Amparo:
¡Ay, qué alegría si estás con nosotros todos los días, aunque no te veamos; pero Tú nos ayudas...!
La Virgen:
Mi Corazón Inmaculado triunfará sobre toda la Humanidad.
Luz Amparo:
Pues, ¿cómo va a triunfar tu Corazón? Ya nos puedes esconder, ¡eh!, a tu lado. ¡Ah..., Madre mía, qué guapa eres! ¡Ay, ah..., qué hermosura! ¡Ay, qué cosa más guapa! ¡Ay, ah..., ay! ¿Nos vas a bendecir los objetos?
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Luz Amparo:
¡Ay, qué alegría! ¡Ay, qué buena eres!, ¿eh? Yo creo que Tú no vas a permitir que nos condenemos, porque Tú si eres nuestra Madre..., no lo vas a permitir, ¿a que no? ¡Ay...!, pero ya lo haremos: el sacrificio y la oración; te ayudaremos a Ti y a tu Hijo, pero Tú tienes que ayudarnos; y te vuelvo a decir que Tú le pidas a tu Hijo, para que tu Hijo le pida al Padre, y el Padre nos perdone a todos.
¡Ah..., ay, sí, nos vamos a acordar mucho del Padre Eterno!
La Virgen:
Está olvidado, hijos míos, el Padre Eterno está olvidado.
Luz Amparo:
Pues, yo no lo tengo olvidado. Todos tenemos que acordarnos del Padre Eterno, porque será el que nos juzgue. ¡Ay!, pues todos le queremos. ¡Ah..., bendícenos!
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 7 de julio de 1984, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Que nadie, hija mía, te quite la paz; nadie. Piensa que tu camino es corto; pero este poco camino que te queda tienes que ayudar a salvar muchas almas. Te aborrecen los del mundo, hija mía, porque no eres del mundo. A mi Hijo le aborrecían por ir publicando la doctrina de Cristo. Por eso te aborrecen, hija mía, los del mundo; lo llevan ellos mismos y se meten en los placeres del mundo para disfrutarlos.
Piensan también que tú no puedes escogerse por Cristo. Si Cristo te ha escogido entre ellos, no es ni por santa ni por buena, hija mía; fue por gran pecadora, porque los grandes santos fueron los grandes pecadores, hija mía. Por eso te persiguen, hija mía, porque las cosas de Cristo hacen mucho «mal» a la Humanidad.
Tienes que ser humilde, hija mía, y aceptar todo lo que yo te mande. Dichosos aquéllos que son calumniados por el nombre de Cristo, hija mía. Tú, hija mía, tienes que guardar silencio, aunque te calumnien y aunque te llamen bruja, hija mía. Tú que has visto, de paso en paso, la Pasión de Cristo y has visto que en ningún momento sus labios se abrieron para protestar; sólo se abrieron, hija mía, para pedir perdón al Padre Eterno por ellos. Dichoso aquél que sea calumniado por nuestros nombres, hija mía, porque ellos entrarán en el Reino del Cielo. Piensa que a mi Hijo le calumniaron, y no es más el siervo que el Maestro.
Con sacrificio, hija mía, y con humildad vencerás al enemigo. El enemigo quiere quitarte la paz, para destruir la Obra de Dios. Pide, hija mía, pide... (Palabras en lengua extraña), porque ahí tienes tu prueba, hija mía, en tu propia... (De nuevo habla en lengua extraña).
Ya sabes que amar a tus enemigos es muy grande, hija mía, pero que nadie se interponga en tu camino para salvar un alma. Sigue adelante, hija mía, sigue adelante con la Cruz. Es muy pesada la Cruz de Cristo, hija mía; pero es de la única forma en que se puede conseguir la Gloria. El que coge la cruz y sigue a Cristo, ése puede alcanzar la Gloria. ¡Y bienaventurados los que son calumniados, porque ellos tendrán un eslabón más para subir al Cielo! ¡Cuántos, cuántos, hija mía, cuántos hay aquí presentes que en su vida han rezado ni un avemaría, hija mía! Pide por ellos; pide que se conviertan. Que piensen que tienen un alma y que el cuerpo no les va a servir ni para estiércol. Y tú, hija mía, con el silencio..., el silencio es muy grande; tiene una gran virtud el poderse callar cuando te calumnian. Porque a mi Hijo le llamaban «el endemoniado», «el vagabundo», porque iba de pueblo en pueblo publicando el Evangelio.
Los humanos son crueles, hija mía; se llaman humanos, pero son muy poco humanos, hija mía.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Por todos los pecadores del mundo, hija mía. Pide por esas almas que rechazan mis gracias —¡pobres almas!—; piensan que el tiempo está lejos; y el tiempo se aproxima y no cambian, hija mía. No asusto a la Humanidad, sólo aviso para que se conviertan. Hijos míos: sacrificio y penitencia.
Vas a besar el suelo por las almas consagradas; pero antes, hija mía, vas a beber unas gotas del cáliz del dolor... Está muy amargo, hija mía. Es lo último que queda del cáliz del dolor; sólo quedan unas gotas, hija mía. Estad preparados, hijos míos, que cuando el cáliz se acabe, se levantará nación contra nación y habrá grandes castigos que azotarán a la Humanidad. Estad alerta, hijos míos; no creáis que vuestra Madre os quiere asustar; os doy avisos para que os convirtáis, hijos míos. Y tú, hija mía, sé humilde, que el camino está corto para llegar al Cielo, si eres fuerte para poder llegar este trozo de camino.
Luz Amparo:
¡Ay...! ¡Ay, qué poco!
La Virgen:
¿Ves cómo siempre se llega al final, hija mía? Sólo te falta este trecho. Si lo pasas, hija mía, conseguirás recibir la gloria eterna para toda la eternidad; como la condenación es para toda la eternidad.
Confesad vuestras culpas, hijos míos; poneos a bien con Dios, que el tiempo se aproxima y vuestras almas están en pecado. Tú, hija mía, sigue haciendo sacrificio y penitencia…
Luz Amparo se lamenta durante unos instantes entre lágrimas.
La Virgen:
Esto será terrible, hija mía; serán derrumbados por artefactos atómicos. Pide mucho, hija mía, para que se conviertan muchas almas para, cuando llegue este momento, estén a la derecha del Padre. Dios es misericordioso y lleno de amor; pero pensad que es juez y todos los jueces darán su sentencia al reo. Pero este juez es muy severo. Tú, hija mía, coge la cruz y sigue a Cristo, pero cuida este camino que te queda; es poco, hija mía, pero muy lleno de espinas.
No creáis, hijos míos, que todos los que estáis disfrutando de los placeres del mundo vais a conseguir subir al Cielo a disfrutar también de la Gloria. Hay que imitar a Cristo para llegar al Cielo, y seguir los Evangelios, sus Santos Evangelios.
Y todos aquéllos que tengáis dos túnicas: repartid una a vuestro hermano, hijos míos; que Cristo iba de pueblo en pueblo sin túnica de repuesto.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! (Se queja con profunda pena. Palabras ininteligibles).
La Virgen:
Este tormento es el que sentirán los cuerpos ese día tan terrible.
Luz Amparo:
¡Ay..., Dios mío, perdónalos!; aunque se rían, pero no los... ¡Pobrecitos! Madre mía, Tú que eres tan buena, perdónalos a todos.
La Virgen:
Todos aquéllos que cumplan con los diez mandamientos de la Ley de Dios, se salvarán, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay! Pero muchos es que no lo saben.
La Virgen:
No condeno a los ignorantes, hija mía, sino a los que me conocen y me desprecian.
Luz Amparo:
¡Perdónalos! ¡Ay!, yo, si quieres, el tiempo que me queda, hago lo que sea; pero Tú perdona a todos los que hay aquí, ¿eh? Dales una gracia para que se confiesen.
La Virgen:
Muchos rechazan mi gracia; hija mía.
Luz Amparo:
Pero, ¡pobrecitos!... (Palabra ininteligible). Séllalos a todos y, así, les das la gracia. ¡Anda! Sella a los que no están sellados. ¡Anda, Madre mía! Hazlo, Tú que eres tan buena, séllalos. ¡Ay...!, está el Ángel con el sello... Los va a sellar a todos…
La Virgen:
Muchos sentirán en su frente la marca.
Luz Amparo:
¡Ay...! ¡Ay, ay, qué alegría! ¡Ay! ¡Ay, sella a éste que está en medio!... ¡Ah...! ¡Ay, gracias, Madre, gracias! Y al que no quiera salvarse...; pero Tú los has sellado a todos. ¡Ay, qué alegría...! Voy a besar el suelo, porque de la alegría que me da... ¡Ay, Madre!... ¡Ah, qué feliz soy! ¡Ay!, aunque no quieran recibir tu gracia, pero están sellados…
Gracias, Madre mía. ¡Gracias! A los de detrás también los he visto. ¡Ay, qué alegría! ¡Ay, Madre!, ayúdanos a ser buenos. ¡Ay!, porque Tú no sabes lo duro que es estar aquí. Aunque quiera ser buena, no puede ser. ¡Ay, Madre...! Déjame que te toque el pie; ¡ay!, sólo un poquito... ¡Ay, gracias, gracias, Madre mía! Y los que se ríen, pues perdónalos también. ¡Ay!, yo los quiero a todos.
La Virgen:
Hija mía, el hablar de Cristo...; hay muchos enemigos.
Luz Amparo:
Bueno, pero no importa; yo los quiero a todos. ¡Ay!, Tú también. ¡Ay!, ¿vas a bendecir los objetos?…
La Virgen:
Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos. Hija mía: sé humilde, y silencio te pido, hija mía. El silencio es muy importante.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues ya me voy a callar para todo. ¡Ah...! ¡Ay!, danos la bendición.
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 8 de julio de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

Luz Amparo, una vez que parece entrar en éxtasis, recita pausadamente el Rosario hasta que entabla el siguiente diálogo con la Virgen.
Luz Amparo:
¡Ay!, te gusta la «Santa María», la «Dios te salve, María»... (Sigue rezando).
Por cada misterio se besará el suelo. ¡Ay, qué alegría! ¡Ay!, voy a pedirte por toda la gente. ¡Ah!, ¿no se dice «gente»? ¿Cómo se dice?
La Virgen:
Por todos los humanos.
Luz Amparo:
Pues, por todos los humanos. Voy a pedirte, que ya falta poquito, ¿eh?, para que los perdones. ¿Los vas a perdonar a todos? ¡Ay!, yo te lo digo, pero no se entera ninguno. Si Tú lo dices..., pero yo no lo diré a nadie... Bueno, si los perdonas, pero que ellos se conviertan, porque no los vas a perdonar y van a seguir pecando. Si los perdonas, es para seguir a Cristo, ¿eh? ¡Ay!, si eres tan grande, Madre mía, ponles el sello a los que no se lo has puesto, porque si corre prisa que estén sellados, aunque no crean, luego Tú les das una luz para que crean, ¿eh? ¡Ay...!, te pido por ellos. ¡Ay, ay!, ¿ése es el sello? ¿Ya me vas a sellar?...
¡Ay, qué grande eres! ¡Ay, qué grande, Madre mía! Y que se rían de Ti..., con todas las gracias que estás dando. Yo quisiera que todos se convirtieran..., y que no se rieran de Ti. ¡Ay!, pero muchos, muchos no quieren, ¿eh? ¡Ay! A mí me da mucha pena de sus almas…
La Virgen:
Porque muchos de los humanos son crueles y desprecian la gracia divina de Cristo.
Luz Amparo:
Pero, ayúdales Tú, que Tú puedes. Yo te lo he pedido tantas veces. Y te pido por toda mi casa también, por todos mis hijos... Por todos. ¡Ay, Madre!, hasta por el pequeño también, ¿sabes? Porque ¡qué alegría!, tener un cristiano más entre toda la Humanidad. Porque te prometo que se lo dejaré dicho a mis hijos: que lo críen en el santo temor de Dios, si yo no vivo. Pero lo diré que se lo críen, y que crean en Ti y en tu Hijo. Y si Tú me llevas antes, yo, ¿me dejarás que pida por ellos, verdad? Por todos. Porque hay uno que no quiere. El pequeño es el que no quiere saber…
Yo te ofrezco mi vida por él. ¡Concédemelo, Madre mía! Y que se convierta. Si es bueno, ¿sabes?, pero no quiere saber nada de Ti... Y es muy bueno. Lo pido, Madre mía, por mis hijos, por todos, ¿eh? Y si me llevas antes, permíteme que ruegue por ellos donde esté; pero me tienes que llevar a un sitio bueno, ¿eh?
Porque como dices que todavía no sé si estoy salvada; llévame donde pueda pedir por ellos. ¡Por todos! ¡Por todos los de mi casa!, pero te pido más por ése, ¿eh? Tú ya sabes los años que tiene, ¿no? Y sabes también el que es: Jesús, ¿eh?; como tu Hijo, ¿sabes? Se llama como tu Hijo, pero no se parece en nada. Yo te doy la vida para que Tú lo conviertas. Yo no quiero que se condene. Tú, que eres Madre, lo sabes, Madre mía; Tú lo sabes, que eres Madre de Cristo y sufriste mucho también por Él; no porque fuese malo pero, ¡cuánto sufriste por tu Hijo!
Pues yo soy madre y te lo pido. Haz lo que quieras conmigo, pero a él conviértele. Llévame cuanto antes; si quieres mi vida a cambio de la de él. Pero de lo de... (Palabras ininteligibles) de la conversión de él. ¡Madre mía, te lo pido! Yo ya sé que soy muy pecadora; pero quiero darte mi vida por la de mi hijo. Concédeme lo que te pido, Madre. Yo no quiero que se condene.
Yo, cuando quieras, estoy dispuesta, ¿eh?, a que me lleves. Y si desde arriba o donde me lleves, puedo pedir por él... Lo dejo en tus manos, Madre mía; y Tú, que eres Madre, concédemelo también a mí.
Te tenía que pedir tantas cosas, ¡Madre mía! Pero ya te las diré a Ti a solas, cuando no estén ésos ahí, ¿eh?
La Virgen:
Éstos son espíritus celestes.
Luz Amparo:
¡Ah!, entonces puedes Tú... Hazlo delante de ellos. No te pido me lo prometas, porque soy muy soberbia. Sí te pido que me prometas que me llevas a cambio de la conversión de mi hijo. Prométemelo. Delante de los ángeles, también te lo pido. Ellos no sé si podrán hacer algo, pero se lo pido a ellos también, para que pidan a tu Hijo.
Aquí, aquí se está muy bien aquí, ¿sabes? No creas que es porque se está bien por lo que quiero que me cambies la vida por la conversión de mi hijo; no es por eso; es porque quiero que sea bueno... Todos son buenos, ¿sabes? Pero ese pobrecito... El enemigo es tan malo... Se está aprovechando de él para hacerme a mí sufrir. Y Tú no sabes cómo sufro. Tú sufriste por tu Hijo; pero yo estoy sufriendo mucho. Si me lo dejas para sufrir, que se haga tu voluntad; pero que no quiero que se condene, ¿eh?
¡Ay, ay, Madre mía!, perdóname por ser tan egoísta como soy. ¡Qué soberbia soy! Pero Tú dices que, cuando una madre es buena, cuando ve a su hijo en el precipicio, que le avisa para que no caiga; pues yo te pido por él: Madre, que no caiga por el precipicio. Te lo digo otra vez: te cambio mi vida por su conversión. Cuando quieras, te espero, ¡Madre mía!, para que hagas el cambio.
La Virgen:
Pide eso a santa Mónica. ¡Lo que sufrió por su hijo! Y es el gran santo que hay en el Cielo. ¡Un gran santo, hija mía!
Luz Amparo:
¡Ay!, pero yo no soy santa Mónica.
La Virgen:
Sus ojos se hundieron de tanto llorar por su hijo.
Luz Amparo:
Yo también lloro mucho por él; pero ¡nada!; aunque lloro, no me hace caso. ¡Quítale esas amistades, Madre mía! Yo te pido por los otros, también; pero yo no quiero que se junte con ellos. Y te pido por ellos, ¡pobrecitos! ¡Madre mía, qué grande eres...! ¿Cuándo podré yo conseguir estar aquí?
La Virgen:
Te he dicho que tu camino es muy corto, pero tu trayecto está lleno de abrojos y de espinas.
Luz Amparo:
Bueno, pero si me ayudas... Es por él. Llévame deprisa, ¿eh? ¡Ay, Madre, ayyy! ¡Cuánto te quiero, Madre mía! Y a tu Hijo también. ¡Ay!, os he conocido muy tarde, pero os quiero ¡tanto!...
La Virgen:
Nosotros también te queremos, hija mía. Refúgiate sobre nuestros Corazones, cuando esa tristeza te invada; porque nosotros no te vamos a fallar, hija mía. Todos los seres humanos fallan; pero nosotros nunca fallaremos.
Luz Amparo:
¡Ay, ay!, pues yo no quiero fallarte a Ti tampoco. Ayúdame. Y además también te digo que ¿por qué vienes tantas veces y bajas abajo? ¿Por qué?
La Virgen:
Porque quiero salvar a las almas, hija mía; pero las almas no quieren salvarse.
Luz Amparo:
Bueno, pues entre Tú y yo, y tu Hijo, las vamos a salvar, ¿verdad que sí? Muchas vamos a salvar. Dame más, más sacrificio, y te prometo que te ayudaré a salvarlas; aunque muchas se creen que no existís; pero Tú tienes que ayudarles.
¡Ay!, Madre mía. ¡Ay!, mi corazón... ¡Ah!, lo que siente. ¡Ay!, dame que bese tu pie; sólo el dedo... ¡Ay, Madre mía...! Has sellado a todos, ¿verdad? ¡Ay!, gracias; ¡ay!, gracias, Madre mía. No sabes cuánto te quiero. A mí me mandas para abajo. ¡Ay!, allí sí hay, no hay más que sufrimiento. ¡Ay!, Tú no sabes lo que hay allí abajo.
La Virgen:
La santificación, hija mía. Se santifica entre los humanos.
Luz Amparo:
Bueno, lo que Tú quieras... ¡Ay!, Madre... Bueno, ¿hoy Tú vas a bendecirnos? ¡Ay!, qué pronto has venido. ¡Ay...! ¡Ay, Madre!
La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 14 de julio de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Mi mensaje, hija mía, será muy corto. Te dije que se estaban acabando, porque todo lo tengo dicho: sacrificio y penitencia, hijos míos, acompañado de la humildad y de la caridad.
Amad a vuestro prójimo. Si no amáis a vuestros semejantes, no digáis que amáis a Dios, hijos míos. Los mandamientos que instituyó Dios se encerraban en uno sólo, hija mía: «Amarás a Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo». Todo aquél que cumpla con estos mandamientos, recibirá la gloria eterna, hijos míos.
Mis mensajes se acaban, pero mis visiones no se acabarán, hijos míos, hasta que no cumplan lo que yo pido. Pido, hijos míos —os lo he repetido muchas veces—, que en este lugar se haga una capilla en honor a mi nombre; que vengan a meditar de todas las partes del mundo la Pasión de Cristo, que está olvidada, hijos míos.
También pido que se haga un sagrario, y esté de día y de noche, para que podáis acompañar a Cristo, hijos míos.
¡Cuántas veces he pedido que hagan esta Capilla, hijos míos!
En este lugar hace años me manifesté, pero no escucharon mis mensajes, hija mía. ¿Sabes?, fue este lugar sagrado hace años, pero... (Habla unas palabras en lengua extraña).
Luz Amparo:
¿Por qué no la dejaron aquí? ¿A dónde la llevaron?... (Parece recibir una respuesta breve en lengua extraña).
¡Ah, ay!; pero yo no lo puedo decir. ¿Le pertenece a este lugar? ¿Bajo otra advocación?
La Virgen:
Fue bajo esta misma advocación, hija mía. Ellos añadieron la otra advocación. Es lo mismo la «Virgen de Gracia» que la «Virgen de los Dolores», hija mía. ¡La misma! Cualquier advocación..., no hay nada más que una: la Virgen María, Madre de Dios. Haced sacrificio, hijos míos, y haced penitencia.
Aquí presentes, hijos míos, hay muchos que todavía no habéis querido recibir la gracia divina de Dios.
Luz Amparo:
¡Los he visto! Los he visto... Y sé de dónde son, lo sé.
La Virgen:
Tú, hija mía, sigue haciendo penitencia y sacrificio, y ofrécelo por tus enemigos... (Luz Amparo solloza). Que no tengas ningún enemigo, hija mía, aunque ese enemigo sea tu verdugo; pero no tengas enemigos, hija mía. ¿Ves cómo ellos tienen la poca delicadeza, hija mía, de presentarse en este lugar? Pero, perdónalos, hija mía, y pide por ellos. ¡Pobrecitos, hijos míos! Están tan necesitados de gracia y penitencia... ¡Qué astutos son, hija mía!
Cuando caminan con tanta maldad, hijos míos, es como el reo, cuando lo buscan para ir a la muerte; se esconderá entre los matorrales, para que no lo encuentren, hija mía. Pues eso está sucediendo en este momento. Perdónalos, hija mía, perdona a tus enemigos como Cristo perdonó a los suyos en la Cruz. Sus palabras fueron: «Padre mío, perdónalos, que no saben lo que se hacen». Sí lo sabían, hija mía; pero Cristo pedía perdón por ellos. Humildad te pido, hija mía. Humildad y sacrificio.
Pero no quieras matar tu cuerpo. Quiero cuerpos sanos; no quiero cuerpos enfermos para mi Obra, hija mía.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Esto te pido que hagas diariamente por tus enemigos, hija mía. También te pido... (Habla de nuevo en lengua desconocida).
Mis mensajes se están acabando, hija mía. Te puedo decir que son los últimos, hija mía, pero penitencia y sacrificio; y mi presencia en este lugar seguirá hasta el fin…
Que hagan lo que yo he pedido... Por eso os vuelvo a repetir, hijos míos: ¡id donde sea! Id al Obispo y pedidlo, pero ¡pedidlo, hijos míos! ¡No aguardéis más tiempo! Decidle que pide vuestra Madre una capilla para orar; que no os pide que seáis ladrones ni criminales, sino que seáis sacrificados por Cristo, hijos míos, que os sacrifiquéis por Él, como Él se sacrificó por vosotros. ¡Qué pena de almas, hija mía, esas almas que no quieren recibir la luz divina de Dios! El Castigo que se les aproxima, hija mía. Y no quiero asustaros, hijos míos; sólo vengo a avisaros.
Ya sabéis que medí el terreno. Quiero, hija mía, que el sagrario se ponga a la puesta del Sol.
Luz Amparo:
Yo no sé qué es eso; pero «a la puesta...» no sé qué es.
La Virgen:
Mi mensaje está escrito, hija mía; y lo escrito, escrito está, como dijo Pilato. Quiero la Capilla, hijos míos; la Capilla para meditar. Uníos todos, e id a pedir lo que pide vuestra Madre.
Luz Amparo:
Yo, yo no puedo... Yo no he podido sola; y ¿cómo se puede hacer?
La Virgen:
Yendo directamente. Ya te lo he dicho un montón de veces.
Luz Amparo:
¿Un montón? Sí, cuatro veces.
La Virgen:
Muchas veces, hija mía. Ya hace años que te lo dije que fueses a hablar con el Obispo.
Luz Amparo:
Y ¿cómo voy, si no quiere que me vaya yo allí? A ver, ¿cómo voy a ir?
La Virgen:
Hay muchas personas que pueden por mediación hacerlo, hija mía; pero que no se acobarden, que sean fuertes, y que hagan lo que pide vuestra Madre, hijos míos. Y que el Santo Sacramento esté de día y de noche expuesto, para todo el que quiera venir a orar a este lugar; pero que Cristo no esté nunca solo, hija mía. Porque, ¡pobre, mi Hijo! Oís la Misa, hijos míos, y os marcháis, y Él se queda triste y solo, entre esa piedra fría, esperándoos para que vayáis a visitarle.
Luz Amparo:
¡Ayúdanos Tú!, y lo podremos hacer. A ver, ¿qué dicen?... ¡Ay!
La Virgen:
Ya te he dicho que hay personas que pueden hacerlo; por mediación de esas personas, hija mía, pido una capilla. No pido una sala de divertirse, ni una discoteca; pido una capilla. Si pidiese una discoteca, ya estaría hecha, hija mía; pero, como pido una capilla, ¡cuánto cuesta, hija mía!
Hija mía, seguirás viendo mi presencia; pero mis mensajes ya los he dicho; desde el primero hasta el final se cumplirán, hija mía.
Ahora os aconsejo, hijos míos: acercaos al sacramento de la Eucaristía, confesad vuestras culpas y poneos a bien con Dios. Amad a vuestro prójimo, hijos míos, que si no amáis al prójimo, no amáis a Dios. Que vengan de todos los lugares del mundo a rezar el santo Rosario. ¡Cuántos serán bendecidos y muchos sellados, hija mía!
Luz Amparo:
Pero, no te vayas y no me dejes así sola. Quiero que vengas, que vengas más veces.
La Virgen:
Tus ojos no dejarán de ver mi presencia, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay! Eso es lo que yo quiero: que vengas, así me das fuerza para seguir, porque ya sabes dónde estoy.
La Virgen:
Sí, hija mía; la Humanidad es cruel.
Luz Amparo:
Se ríen de mí y me llaman bruja y dicen que es el demonio.
La Virgen:
Ya te he dicho que el demonio destruye, no construye, hija mía. ¿Sabes dónde está el demonio, hija mía? En las discotecas y en las salas de fiesta, porque, ¡cuánto dinero derrochan en esas salas, habiendo tanta necesidad y tantas almas que lo necesitan, hija mía! Tendrán que dar cuenta a Dios de todo ese derroche, hija mía. Pero ¡bienaventurado todo aquél que ha adquirido riquezas y las distribuye con los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos también! No sólo de los pobres, sino de los ricos que adquieren riquezas y las reparten con los pobres.
Besa el suelo otra vez, hija mía, por las almas consagradas…
Lo último que os pido, hijos míos: sacrificio y penitencia. Sin sacrificio no os salvaréis. Seguid a Cristo. Cuando andaba en la Tierra, sólo llevaba unas sandalias y una túnica; pero no llevaba otra de repuesto, hijos míos. Imitadle a Cristo. Imitad la humildad, la humildad de vuestra Madre, hijos míos. La humildad, la caridad... Porque yo quedé en la Tierra sola muchos años, para enseñaros y para dar testimonio de la Iglesia, hijos míos. Por eso soy Madre de la Iglesia. ¡Sacrificio acompañado de oración, hijos míos!
Voy a bendecir los objetos, hijos míos. Otra gracia más, para que vuestra Madre no digáis que no derrama gracias sobre vosotros. Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos, hijos míos.
Os voy a bendecir, hijos míos. Y esta bendición os la daré alguna vez, hijos míos, aunque no haya mensaje; pero vuestra Madre os seguirá bendiciendo. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 15 de julio de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo... El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Pide, hija mía, por los que no rezan nunca, ni tienen quien rece por ellos.
Penitencia y sacrificio…
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad sirve para la conversión de las almas, hija mía.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 16 de julio de 1984, lunes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos: sacrificio y penitencia.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! (Se lamenta durante unos instantes). Me abrasa. ¡Ay, ay, ay...!
La Virgen:
Con vuestro sacrificio y con vuestra penitencia, mirad las almas que salen a gozar de las moradas celestiales…
Mi imagen está reflejada en el Sol. Mirad qué colores más maravillosos, hijos míos: azul, rosa, amarillo... (Se escucha un murmullo entre los presentes). ¡Qué maravilla, hijos míos! Decid lo que veáis; no seáis fariseos.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay, María...!
La Virgen:
Besa el suelo... ¡Qué rosa más maravilloso, hijos míos!
Os voy a dar mi santa bendición.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 21 de julio de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Sólo vengo a repetiros, hijos míos: sacrificio, sacrificio y oración.
Os voy a dar mi santa bendición.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 22 de julio de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Sacrificio, hijos míos, sacrificio y penitencia. Os lo estoy repitiendo diariamente.
Os voy a dar mi santa bendición: os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 29 de julio de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hoy te voy a decir una palabra más de lo corriente que te digo todos los sábados: yo me manifiesto todas las veces que quiero, cuando quiero, y nadie, ningún ser humano, puede decir cuándo, ni dónde, ni cómo puedo manifestarme.
Luz Amparo:
(Palabras ininteligibles por el llanto)... Todos los días... ¡Ay!
La Virgen:
Como decía esa gran santa, hija mía, esa gran santa que fue santa Teresa: nada te turbe, ni nada te espante, hija mía…
Voy a dar mi santa bendición a todos los aquí presentes. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo con el Espíritu Santo.
No tengas miedo, hija mía, a nadie; nadie puede matar tu alma. Te he dicho que podrán matar tu cuerpo, pero tu alma nadie; y este mensaje es privado para ti, sólo para ti, hija mía.
Luz Amparo:
Ayúdame Tú, ayúdame, yo no puedo sola, ayúdame Tú.
La Virgen:
Ya te he dicho, hija mía, que en otros lugares han hecho desaparecer mi nombre; pero en este lugar no harán desaparecer mi nombre. Si no me manifiesto dentro, me manifestaré fuera, y no dejaré de manifestarme hasta que cumplan con lo que yo he pedido, hija mía.
Luz Amparo:
Pero Tú tienes que ayudarme, porque yo estoy sola y no puedo, yo no puedo más. Tú sabes que yo estoy muy enferma por la salvación de las almas.
(Luz Amparo tiene una visión de Jesús Niño). ¡Ay...! ¡Déjame que abrace a ese Niño! ¡Déjame que lo abrace! ¡Ay, ay, ay...! (Se queja durante unos instantes con respiración fatigosa). ¡Ay, qué bonito eres...! ¡Qué bonito! ¡Sabes cuánto te quiero...! Aunque seas niño, te quiero mucho. Ayúdame Tú, que eres tan pequeño, porque Tú quieres las cosas pequeñas…
¡Ay, Madre mía, cuánto te quiero! ¡Te quiero tanto que soy capaz de morir por las almas! Yo, yo también, yo también salvo a las almas, porque algunas ¡son más duras...! Tócales los corazones, para que se conviertan.
¡Ay, qué grande eres!, pero sin tu ayuda, yo no soy nadie; no soy nada. ¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, qué hermosura! Yo quisiera en este momento que me llevaras contigo; pero ¡no puede ser! ¡Ayúdame! ¿Qué hago yo? Yo quiero ser humilde, no quiero revelarme, pero Tú ayúdame. ¡Ay, qué grande eres...!
Y Tú, Niño mío... ¡Ay, qué Niño! ¡Ay, qué Niño más lindo! ¡Ay, qué hermosura! (Se dirige a la Virgen). ¡Tu Hijo!, Tú piensa en tu Hijo, Él, que lo puede todo con la ayuda de Dios. ¿Me prometes que me vas a ayudar, ¡Niño mío pequeño!? ¡Qué lindo eres! ¡Te quiero tanto! Qué ingrata fui al no quererte antes. Ahora... ¡te quiero tanto! ¡Con toda mi alma!
Y a Ti, Madre mía, que eres la única Madre que he tenido. Sobre la Tierra no he tenido madre; pero Tú no me has abandonado nunca. ¡No me abandones ahora! Porque yo he querido aceptar esto, pero con vuestra ayuda... ¡Ay, qué grande eres! ¿Ya te vas? ¡Madre, no te vayas...! ¡Ay, que no...!
La Virgen:
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 4 de agosto de 1984, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Lo primero, besa el suelo, hija mía... Por la salvación de las almas.
Vamos a glorificar a Dios: Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo. El pan nuestro de cada día..., perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nues... No nos dejes caer en la tentación. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Es para ti privado, hija mía; los mensajes han acabado... (Palabras en idioma desconocido). Tus sufrimientos, hija mía, tienen mucho valor. Mira las almas.
Luz Amparo:
(Sollozando). No puedo, no. No puedo más. Ya sabes que no puedo más; haré lo que Tú me pidas, aunque yo no puedo. Y algunas almas son ¡tan crueles!…
La Virgen:
Ya te he dicho en otras ocasiones, hija mía, que los humanos son crueles. Pero hay que salvarlos a costa de sufrimientos y de penitencias, hija mía. No eres tú solamente. Las almas que coge Cristo son para sufrir, hija mía. No eres tú sola, hay muchas almas víctimas.
Luz Amparo:
¡Ayúdame! No puedo…
La Virgen:
Nunca digas: «No puedo más», porque Cristo no te dará más de lo que puedes.
Luz Amparo:
Es muy duro..., es duro seguir a Cristo.
La Virgen:
Tienes que cargar con la cruz que tú aceptaste, hija mía, y seguir adelante.
Luz Amparo:
¡Hay pruebas tan duras!... Yo sufro por las almas; pero las almas que son, como Tú has dicho, tan crueles, no quieren salvarse.
La Virgen:
Con el sacrificio y con la penitencia y la oración salvarás muchas almas, hija mía. Y no estés triste; ya te hemos dicho mi Hijo y yo que te refugies en nuestros Corazones, y te consolaremos. Pero nunca reniegues de lo que has aceptado, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay!, yo no reniego. ¡Pero, a veces, es tan duro!
La Virgen:
No creas que ganar el Cielo es fácil. Es a base de sufrimiento y de sacrificios.
Luz Amparo:
Pero, ¿cuánto tiempo?
La Virgen:
Ganar el Cielo cuesta mucho tiempo, hija mía.
Luz Amparo:
Bueno, pues ayúdame. No me dejes tanto tiempo sola. Tú dices que me refugie en tu Corazón; pero ¡hay veces que no te encuentro!
La Virgen:
Ésa ha sido la fe viva de los grandes santos. ¡Cuántas veces han buscado a Cristo y no lo han encontrado, hija mía! Es una prueba; cuando Jesús te deja sola, quiere probarte, hija mía, a ver cómo aceptas la prueba que Dios te manda.
Te dije que en cada misterio había que besar el suelo, hija mía. Es un acto de humildad; y no te avergüences de humillarte besar el suelo. Cristo lo besaba, y era el Hijo de Dios; no se avergonzaba porque lo hacía por la salvación de las almas. Esto es para ti, hija mía: quiero que seas fuerte, ¡fuerte!; y que nadie, ¡nadie! te confunda.
Luz Amparo:
Yo soy... Estoy muy mala y ¡no puedo!
La Virgen:
Tiene más mérito todavía estar mala y ofrecerlo por la salvación de las almas.
Luz Amparo:
Pero ¡es que no puedo! Ayúdame Tú, porque, si no me ayudas, yo no sé hasta dónde voy a llegar.
La Virgen:
Si desde niña, hija mía, te he protegido, ¿cómo voy a faltar ahora? Esa protección no te puede faltar.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ayúdame! Déjame intentar, aunque sólo un poquito... ¡Qué pies más bonitos tienes! ¡Qué hermosa eres! ¡Cada día eres más guapa! ¡Ay, Madre, qué hermosa eres! Pero esta hermosura no es como las de la Tierra. ¡Es la luz que tienes! ¡Ay...! Yo quiero ir pronto ahí contigo. Y voy a pedir por todos éstos que no creen, ¡pobrecitos! ¡Que no sepan que tienen un alma...! Déjame que te bese sólo la punta del dedo... ¡Ay, qué grande...!
La Virgen:
Soy grande, porque soy Madre de toda la Humanidad.
Luz Amparo:
¡Ay, bendícenos los objetos! ¡Anda!, por aquéllos que no lo han... Bendícemelos... Ni los has bendecido. Concédemelo.
La Virgen:
Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos.
Luz Amparo:
Ahora la bendición... Pero te pido una bendición especial para un niño. Tú ya sabes quién es. ¡Es una bendición especial! Esta bendición especial de la Cruz de tu Hijo y la Tuya.
La Virgen:
Le bendigo como el Padre le bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Esta bendición es para todos: os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 5 de agosto de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, vengo a daros mi santa bendición, como os prometí.
Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 9 de agosto de 1984, jueves

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Esta Obra es obra de Dios, hijos míos. Ningún hombre, ningún científico puede hacer esta Obra, hijos míos.
Os voy a bendecir, porque hoy hay muchos en este lugar que no están bendecidos. Hijos míos, os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 11 de agosto de 1984, sábado

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, vengo a recordarte, como te dije, la oración y la penitencia; sacrificio, hija mía. Sin sacrificio no se alcanzará el Cielo. También voy a dar la gracia especial de bendecir todos los objetos. Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Ahora, a todos los aquí presentes, voy a dar mi santa bendición. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hija mía. ¡Adiós!

Mensaje del día 12 de agosto de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
No te confundas, dije que no daría avisos para la Humanidad, pero no dejaría de darte avisos a ti, y de bendecir a todos aquéllos que vengan a este lugar. Serán bendecidos y muchos objetos de aquéllos que traen serán también bendecidos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo. Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos…
No te confundas, hija mía, y está atenta a mis palabras. Oración pido, oración y sacrificio. Sin oración y sin sacrificio no podéis alcanzar vuestra morada. Vas a besar el suelo, hija mía, en acto de humildad... Este acto de humildad sirve para la salvación de las almas.
No tengáis miedo, hijos míos, de los avisos celestes; tened miedo al enemigo, porque el enemigo destruye; ya te lo he dicho, hija mía: destruye, pero no construye.
Ese arco, que viste el otro día, hija mía, que estaba rodeado de todos los aquí presentes, veías que uno era cogido y otro era dejado y era metido en ese arco que tú veías. Por eso os digo que les digas, hija mía... Os digo yo que les digas que estén preparados. No tengáis miedo, hijos míos; si estáis preparados, ¿a quién podéis tener miedo?
Pero, mira la pobre alma que no cumple con los mandamientos de la Ley de Dios, mira, hija mía, éste es otro castigo... Es terrible, hija mía; pero todo el que llega a este lugar es porque quiere; pero mira este otro lugar... ¡Qué maravilla!
Luz Amparo:
¡Ay, qué maravilla!... Haz que todos lleguen a este lugar. ¡Ay, ampara..., ampárales; son tus hijos! (La frase anterior es prácticamente ininteligible). Haz que todos lo consigan, esto que es tan grande. No los condenes, sálvalos a todos, aunque no crean; Tú, dales una luz. No los condenes. ¡Ay!, qué grande es esto. ¡Ay..., Madre mía, qué hermosa eres! ¡Ay!, ahora bendícenos de la otra forma... ¿Jesús?
La Virgen:
Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Luz Amparo:
¡Ay, qué grande! Que miren la silueta Tuya que está en el Sol. ¡Ay, qué grande! ¡Qué grande...! ¡Qué maravilla, es la cara de Jesús!
La Virgen:
Adiós, hijos míos; mirad, estad atentos.
Luz Amparo:
¡Ay, hay una maravilla!
La Virgen:
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 15 de agosto de 1984, miércoles

Festividad: La Asunción de la Virgen María

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Vengo a consolarte, hija mía. ¡Cuántas veces te he dicho que «nada te turbe» y que «nada te espante»!, como decía esa gran santa, Teresa de Jesús... La tristeza te invade, hija mía. No vale la pena el sufrimiento en tu persona sin el sufrimiento para la salvación de las almas. Los humanos son crueles, hija mía; hasta tu propia sangre te desprecia... Así, como tú dices, hija mía, te están matando poco a poco; pero la gloria no se da poco a poco, se da... (Palabra ininteligible), hija mía.
Ahora, hija mía, consuelo... Vas a ver la Asunción, cómo me transportaron los ángeles al Cielo. No estaba mi cuerpo muerto, estaba dormido; me transportaron al Cielo después de estar en la Tierra. También sufrí mucho, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay...! ¡Ay, rodeada de ángeles...! ¡Rodeada de ángeles! ¡Cómo te elevan...! ¡Ay, qué grande eres...! ¡Estás muerta...!
La Virgen:
Mi cuerpo no estaba muerto, hija mía. Te he dicho que todo, todo mi cuerpo estaba adormecido. Los ángeles me transportaron de esta manera al Cielo. Y tú, hija mía, si con tu sufrimiento..., pero el sufrimiento que más duele es el de los seres queridos, hija mía. Ofrécete como víctima por Cristo Jesús, y con tu sufrimiento alcanzarás este Cielo, hija mía, y estarás rodeada de ángeles…
Todo tu cuerpo se estremecerá, hija mía, cuando entres aquí.
Luz Amparo:
¡Ah, ah, ah! ¡Ayúdame, ayúdame, ayúdame! No puedo más. No puedo. Tú sabes que no puedo. ¡No puedo, Madre! Madre... contigo, yo quiero ir contigo. No quiero estar aquí. ¡Ven, mi corazón no puede más, no puedo ya más! Yo quiero que me llevéis ahí con vosotros. Si todavía me falta mucho... ¡Madre mía, yo no quiero que me falte mucho!
La Virgen:
No te falta mucho, hija mía; estás casi pulida... (Lamentos de Luz Amparo).
Besa el suelo, en acto de humildad, hija mía... ¿Ves cuán dichosa es la Gloria, hija mía?
Luz Amparo:
Yo quiero quedarme aquí. Yo no quiero irme de aquí, yo no quiero volver otra vez a lo mismo. Déjame un poquito, y te lo piensas, y si me puedo quedar... ¡Ay, Madre mía, si me tengo que enfrentar otra vez...! Yo no puedo. ¡Déjame aquí! Si aquí... ¿no se puede hacer ningún trabajo para salvar a las almas?
La Virgen:
Aquí no hay trabajo, hija mía, aquí sólo se alaba a Dios.
Luz Amparo:
¡Ay, pues mejor todavía! No me mandes otra vez ahí abajo. Tú no sabes lo que es estar aquí abajo, ahí abajo. Sí... no, no lo sabes Tú... ¡Si me falta poco...!, pero ¿cuánto tiempo es ese poco? ¿Es mucho?
La Virgen:
Te he dicho que poco, hija mía…
Nuevos lamentos y suspiros de Luz Amparo.
La Virgen:
Todavía te queda un poco que luchar con los humanos, hija mía. Aunque los humanos sean crueles, tú tienes que estar con ellos hasta que nuestros Corazones te abran la puerta para la morada que te corresponde, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, que sea pronto...! ¡Ayyy...!
La Virgen:
Vas a beber una sola gota del cáliz del dolor. Mira qué poco queda, hija mía; estoy avisando: cuando el cáliz se acabe, será terrible, hijos míos. Muchos no lo creéis, pero cuando llegue el momento, ¡pobres almas!... Cada gota que quede, hija mía, del fondo del cáliz está más amarga, porque el tiempo está más cerca, y el Castigo será terrible. Estad preparados; díselo a todos, hija mía, que preparen sus almas, para llegar a la vida eterna, hijos míos.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Por las almas consagradas tienes que pedir mucho, hija mía, y hacer mucho sacrificio; están arrastrando muchas almas al abismo. ¡Pobres almas, el castigo que se les avecina!
Luz Amparo:
¡Ay!, es verdad; pues, perdónalos.
La Virgen:
Vas a ver el Infierno de toda clase de almas; también hay almas consagradas…
Luz Amparo se lamenta con pena y dolor.
La Virgen:
Por los pecados de estas almas consagradas siguen todavía en otras almas consagradas; el pecado sigue, hija mía; pero mira, el castigo es terrible... (Luz Amparo gime al tener esta visión).
Voy a bendecir todos los objetos, hijos míos. Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos... Todos han sido bendecidos.
Os doy mi santa bendición, hijos míos. Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 19 de agosto de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, prometí daros la bendición y os daré mi bendición, pero antes quiero que adoréis al Padre Eterno rezando el Padrenuestro.
Padre nuestro, que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad... El pan nuestro de cada día, dánosle hoy, perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Amén. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Ésta es la manera de alabar a Dios, rezando el Padrenuestro alabaréis a Dios Padre. Comunícaselo a todos, hija mía, quitando el «Dios te salve, María» y «Santa María», sólo el Padrenuestro, que sea en alabanza al Padre Eterno.
Ahora os voy a dar mi santa bendición.
Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 1 de septiembre de 1984, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Voy a dar mi santa bendición, hija mía, como he prometido; después se quedará mi Hijo contigo.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
El Señor:
Hija mía, que no te invada la tristeza, refúgiate en mi Corazón; mi Corazón está abierto para que te refugies en él. Aunque estás llena de miserias y de faltas, hija mía, te dejo un hueco en mi Corazón; ya sabes que escojo víctimas y quiero almas víctimas para salvar por lo menos la tercera parte de la Humanidad.
¡Cuántas veces te he dicho que nunca digas: «No puedo más»! No abandones el tesoro de la cruz; cógela sobre tus hombros y tenla unos segundos…
Luz Amparo, por sus quejidos, da la impresión de soportar una carga muy pesada.
El Señor:
Descárgatela, he dicho sólo unos segundos…
Esto es el tesoro de la cruz, hija mía; con la cruz podrás llegar muy alto, pero sin la cruz no conseguirás las moradas, hija mía.
La tristeza que te invade, deséchala, no pierdas el tiempo en esa tristeza. Mientras estás pensando en invadirte con esa tristeza, no piensas en mí, hija mía; no quiero que me robes ni un minuto de tiempo.
Ahora, para que seas humilde, en acto de humildad, besa el suelo, hija mía... En acto de humildad. Quiero que seas humilde, para poder terminar de pulirte, hija mía.
Luz Amparo:
Déjame que toque el pie…
La Virgen:
Cuando estés triste, implora a mi Corazón, y mi Corazón te refugiará.
Luz Amparo:
Ayúdame..., ayúdame…
El Señor:
¿Cómo voy a abandonar a un alma que he escogido para víctima?; antes me abandonarás tú, hija mía; pero yo nunca te abandonaré…
Te quiero más enferma todavía, como víctima para la salvación de las almas. ¿De qué te iba a servir, hija mía —ya he dicho muchas veces—, de tenerlo todo, si vas a perder tu alma?
No me abandones, hija mía. Si te calumnian, ofrécete mí; a mí me calumniaron, y tú no eres más que yo.
Luz Amparo:
Yo quiero ser como Tú quieras, pero ayúdame; se ríen de mí.
El Señor:
De mí se rieron, hija mía, y hasta mis discípulos me abandonaron. Quiero que seas humilde, y deja la soberbia, hija mía. Yo no te daré más de lo que puedas. Ofrécete como víctima que te escogí; tú dijiste que sí, hija mía. Yo nunca cojo víctimas sin que ellas digan sí al sufrimiento.
Vuelve a besar el suelo por la salvación de las almas, hija mía…
Te quiero humilde, para terminar de pulir tu cuerpo.
Voy a dar mi santa bendición.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Hoy voy a bendecir yo todos los objetos.
¡Qué satisfacción siente mi Corazón de ver que miles de almas están en este lugar!
Levantad todos los objetos…
Luz Amparo:
¡No te vayas! ¡No te vayas!
El Señor:
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 15 de septiembre de 1984, sábado

Festividad: Nuestra Señora de los Dolores

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hoy hace, hija mía, un año, para vosotros, que estuve presente durante todo el rezo del santo Rosario. Yo lo dirigía, hija mía. Hoy sólo, hija mía, te voy a dar un corto mensaje: tenéis que rezar mucho. Tienes que decirle a los humanos: España está en peligro... Pero, ¿sabes quién forma esas guerras? Los hombres con su pecado. La mejor arma, hijos míos, es el Rosario... ¡Qué crueles son los humanos! Porque yo soy la Reina de la paz, quiero la paz para vosotros. Los humanos buscan las guerras. Con vuestras oraciones y con tu sacrificio podéis evitar una gran guerra.
Los secuaces del Anticristo están entre vosotros, hija mía; están formando la guerra... Ante los ojos de los hombres, hija mía, son corderitos; pero están buscando la guerra. Está próxima esa gran guerra. Con vuestras oraciones podéis evitarla, hija mía. Sacrificio, te pido, acompañado de la oración.
Vas a tener un tierno coloquio con mi Hijo, hija mía…
El Señor:
¿Me amas, Luz?
Luz Amparo:
¡Mucho, mucho! ¡Ay, te amo mucho!
El Señor:
¿Eres capaz de dar la vida por mí?
Luz Amparo:
¡Ay, sí, sí!
El Señor:
No quiero que te quejes, hija mía; el sufrimiento no te sirve…
Luz Amparo se está quejando y se lamenta durante unos instantes.
El Señor:
Busca refugio en mi Corazón.
Luz Amparo:
¡Ay!, sí, lo busco; lo busco.
El Señor:
Mi Corazón puede ser el único que te puede consolar…
Luz Amparo emite lamentos de desconsuelo.
El Señor:
Quiero que tu corazón se derrita por mi amor.
Luz Amparo:
¡Ay, qué grande eres, qué grande, qué grande! ¡Ay, si siempre te estuvieras conmigo...!
El Señor:
Siempre estoy contigo, hija mía, aunque no me veas; búscame, que allí estoy.
Luz Amparo:
¡Ay, qué grande, Dios mío! ¿Cuándo podré estar yo ahí siempre, siempre? ¡Ay, ah!
El Señor:
Dentro de poco. Piensa en Jacinta, hija mía, piensa en Francisco, que están gozando de la presencia de Dios; pero piensa en Lucía, que le dije: «Dentro de poco vendrás conmigo», y ¡cuánto tiempo lleva entre la Humanidad! Pues lo mismo te digo: «Dentro de poco, hija mía».
Luz Amparo:
¡Ay, Madre mía! ¡Ay, qué guapos sois los dos! ¡Ay, qué guapos, ay...! ¡Ay, Madre! ¡Ay, mi corazón y mi cuerpo, no sé lo que pasa ahí, ay...! ¡Ay, qué grandes sois! ¡Ay, yo quiero estar con vosotros siempre...! ¿No me veis cómo estoy? Hecha una piltrafa. ¡Ay, ay, ay..., Jesús!
El Señor:
Esa piltrafa puede salvar muchas almas, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, qué grande eres! ¡Ay, bendecid los dos! ¡Los dos! ¡Ay, qué grande...!
El Señor:
Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos.
Luz Amparo:
¡Ah..., ay, bendícelos Tú...!
El Señor:
Todos han sido bendecidos, hija mía.
Luz Amparo:
¡Qué grande eres! ¡Ay, qué grande! ¡Ay...!
El Señor:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio…
Luz Amparo:
¡Ay, no!, ¿por medio del Hijo, con el Espíritu Santo?... Dilo Tú, di... ¡Ay, di la otra cruz!
El Señor:
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 6 de octubre de 1984, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hoy voy a hacer un llamamiento para todos los sacerdotes, para que éstos publiquen que dentro de poco habrá grandes catástrofes sobre la Tierra. Que estén los humanos preparados, hija mía…
También los hombres impíos reniegan de la existencia de Dios; ellos quieren gobernar a la Tierra, con sus malos ejemplos, hija mía. Los sacerdotes que dejan el camino de Dios, se van por el camino de los placeres y quitan la fe en los pueblos. También las madres, hija mía, han perdido maternidad y cometen grandes crímenes con sus propios hijos.
Rezad, hijos míos, y haced penitencia, que el tiempo se acaba.
Mira, hija mía, mira a mi Hijo.
El Señor:
Me dijiste que me amabas.
Luz Amparo:
¡Ay, y te amo!... (Luz Amparo llora unos instantes ante las palabras del Señor). ¡Ay, Madre mía, ay...!
El Señor:
Tienes que amarme más; si tú me amas, yo te amo; sólo nos queda la salvación de las almas. Los hombres siguen crueles, hija mía. Mira mi frente, mira mi espalda, hija mía; ¿sabes quién me ha hecho esto?: el amor que siento por vosotros…
Besa la llaga de mi costado... ¿Sabes quién me ha hecho esto?: el amor que siento por los hombres…
Mira mis pies y mis manos... ¿Sabes quién ha hecho esto?: el amor que siento a los hombres…
Por eso te digo, hija mía, que me ames mucho, que el hueco de mi Corazón lo dejo para ti, hija mía.
Besa el suelo hija mía, en acto de humildad... Por la salvación de las almas. Por las almas consagradas; ¡pobres almas..., qué mal corresponden a mi amor! ¡Cuántas almas abandonan a Cristo y se introducen en los placeres del mundo!
Tú, hija mía, busca la humillación. Sé sencilla, hija mía, muy sencilla.
Voy a bendecir todos los objetos... Todos han sido bendecidos, hija mía.
Voy a dar mi santa bendición. Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
La Virgen:
Ahora me toca a mí la santa bendición, hija mía. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 7 de octubre de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, he querido probar a todo el ser humano que está aquí presente. Los curiosos han tenido que aguantar todo el santo Rosario. Soy la misma, hija mía, la misma de siempre, sólo he cambiado el rosario, hija mía.
Hoy para el ser humano, es una fiesta importante, hija mía. Para todo aquél que ama con todo su corazón. El Rosario es el arma más potente, hija mía, para salvar a la Humanidad. Mira qué rosario; de cada cuenta de este rosario derramo multitud de gracias para el ser humano, hija mía; pero ¡qué poco aprovecha el ser humano mis manifestaciones, hija mía!
Ya te dije que este pueblo era como el pueblo de Israel: incrédulo, duro, cruel, hija mía. Pero mi Hijo, hija mía, tampoco le creyeron en su pueblo. El ser humano es cruel.
Luz Amparo:
Te voy a preguntar una cosa. ¿Es verdad...? Es que no quiero decirlo así…
La Virgen:
Dímelo con estas letras... (Palabras en idioma desconocido). No, hija mía, no es cierto; ni es de Dios ni del enemigo, se lo causa él mismo, hija mía... (Luz Amparo llora unos instantes con mucho desconsuelo). Ten cuidado, no te dejes engañar por ningún profeta falso.
Luz Amparo:
¡Ay, ay, ay...! ¡Está engañando a la gente...!
La Virgen:
Te advertí que vendrían profetas falsos. Besa el suelo, hija mía, por esa pobre alma, hija mía.
Luz Amparo:
Y ¿qué quiere?... Y ¿qué quiere?
La Virgen:
Protagonismo quiere, hija mía. Habla con él y díselo a él solo. Las cosas de Dios son muy serias, hija mía, no se puede jugar con nuestros nombres. ¡Qué malo es el protagonismo, hija mía! Por eso te digo que estés baja, muy baja, para poder subir alta, muy alta. Cuanto más subas, hija mía, más baja estarás. Te quiero sencilla, muy sencilla. Han recibido gracias muy especiales y las aprovechan para destruir esta Obra, hija mía. ¡Pobres almas...! Ese alma está engañando hasta a su propia familia, hija mía. Pide mucho por ella, que tiene un alma, hija mía, y es tu hermano en Cristo. Pide por él mucho, hija mía. Que nadie, que nadie te engañe, hija mía. Te lo advertí que esto sucedería. ¡Mira cómo ha llegado el momento!
Humildad y sacrificio; con humildad y sacrificio, hija mía, el enemigo no podrá con esto.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas... ¡Pobres almas!, ¡las ama tanto mi Corazón! ¡Qué mal corresponden a este amor, hija mía!
He dicho que grandes catástrofes caerían sobre la Tierra, hija mía. Pero no tengáis miedo, y no perdáis la fe ni la calma; vuestra Madre está con vosotros, hijos míos. Y muchos sacerdotes, hija mía, ¡qué cobardía sienten para hablar de esto! Son cobardes, hija mía, y a mi Hijo no le gusta la cobardía. Sed fuertes, y hablad de la palabra del Evangelio, pero no neguéis lo que habéis visto, hijos míos. Esto nunca va en contra de la Iglesia Católica, hija mía... Si alguien te dijese, hija mía, que vas en contra de la religión católica... Una Madre, y Madre de la Iglesia, no puede hablar en contra de su Iglesia, hija mía. ¡Madre de la Iglesia y Madre de toda la Humanidad!
Quiero que recéis las tres partes del Rosario, hija mía. ¡Me agrada tanto esta plegaria...! ¡Qué plegaria más bonita: «Madre de Dios y Madre nuestra»!
Luz Amparo:
¡Qué rosario! ¡Ay, qué rosario! ¡Ay, desprende luz del rosario!
La Virgen:
Quien rece el Rosario, hija mía, no permitiré que se condene…
Voy a bendecir los objetos, especialmente los rosarios, hija mía. Sácate el rosario del bolsillo.
Sacad todos los objetos... Todos han sido bendecidos, especialmente los rosarios, para los moribundos, hija mía.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 3 de noviembre de 1984, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hoy voy a hacer un llamamiento para todos los discípulos de Dios que viven en el cielo reinante. También, hija mía, este llamamiento para los verdaderos imitadores de Cristo; de Cristo, que se hizo hombre para salvar a la Humanidad.
También, hija mía, aquéllos que han vivido en la pobreza, en el desprecio, en la humildad, en la castidad, en la calumnia, en la mortificación, para todos ellos, hijos míos, para todos hago este llamamiento. Salid, hijos míos, salid y llevad por todos los pueblos de la Tierra la luz del Evangelio de Cristo.
Vosotros, hijos míos, que aceptáis la palabra de Dios, sois hijos de la luz, hijos míos; tenéis que llevar la luz por todos los rincones del mundo. Luchad, hijos míos, luchad, que el tiempo apremia, las almas se condenan, hija mía.
También hago un llamamiento a mis almas consagradas: luchad, luchad, no tengáis miedo; si está Cristo con vosotros, ¿a quién podéis temer, hijos míos?
Sí, hija mía, los conductores de mi Hijo, ¡cuántos, hija mía, van por el camino de la perdición! Mi Corazón sangra de dolor por todos ellos. Por eso necesitamos almas víctimas, para que reparen los pecados de las almas consagradas…
Sí, hija mía, el mundo está cada día peor. Esas pobres almas, esas almas consagradas..., que mi Hijo se humilla a esas manos y baja para que lo conduzcan a donde quieran, ¡pobres almas! Los pecados de las almas consagradas, hija mía, claman al Cielo venganza. La venganza es terrible, y está a las puertas, hija mía.
Las almas consagradas, hija mía, abandonan la oración y la penitencia y se introducen en los placeres del mundo... ¡Pobres almas! Cuando celebran el misterio de la Misa, hija mía, ¡qué poca fe ponen en él, hija mía! Por eso mi Corazón está sediento de almas que reparen, hija mía. Necesito muchas almas para reparar los pecados.
Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas…
Hija mía, por su impiedad en celebrar los misterios, por su amor al dinero, se van metiendo en el camino del abismo. Rezad por ellos, hijos míos; haced sacrificio y penitencia acompañado de la oración... ¡Pobres almas, las ama tanto mi Corazón! ¡Tanto las ama, hija mía, que mi Corazón tiene un hueco, un hueco para todos ellos, hija mía! Todo el que quiera refugiarse en mi Corazón, lo tengo preparado, hija mía.
También llamo a aquellas almas que se han consagrado a mi Corazón con el fin de que mi Corazón las conduzca a mi Hijo. También hago ese llamamiento.
Todos, hijos míos, todos unidos luchad, luchad por la gloria de Dios. No os acobardéis qué dirán, ni la calumnia, hijos míos. Dichoso aquél que sea calumniado por nuestra causa, hijos míos. No tengáis miedo. Orad, hijos míos, que orando el enemigo no podrá con vosotros.
Acercaos al sacramento de la Eucaristía, pero antes lavad vuestra alma, hijos míos, con el sacramento de la Penitencia. Acercaos cada uno individualmente al sacramento de la Confesión. ¡Me agrada tanto, hijos míos! ¡Me agrada tanto que os pongáis a bien con Dios!... Mi Corazón de Madre sufre, hija mía, cuando veo que uno de mis hijos se precipita en el abismo, hija mía... ¡Es terrible, hija mía, el fuego del Infierno! Es terrible. Estos cuerpos no se consumen, hija mía; las llamas no los consumen. Es eterno, hija mía, este sufrimiento es eterno.
Vuelve a besar el suelo por los pobres pecadores, hija mía…
No os riais de los mensajes de vuestra Madre, hijos míos. Vuestra Madre os quiere salvar. Y tú, hija mía, busca la calumnia, busca la humillación. Bienaventurado aquél que sea calumniado por nuestros nombres, hija mía.
Voy a daros mi santa bendición. Pero antes levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 18 de noviembre de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Quieta, hija mía, no te levantes... Sólo vengo a decirte, hija mía, a recordarte: sacrificio, sacrificio y penitencia, hijos míos.
El Señor:
Luz, hija mía, ¿me sigues amando?
Luz Amparo:
Mucho, Señor, ¡mucho, mucho!
El Señor:
Más que yo a ti no, hija mía. Mi amor nadie puede igualarlo, hija mía. Si supiesen las almas, hija mía, las almas, el amor que mi Corazón tiene por ellas, no serían capaces de ofenderme. Ni tú misma comprendes ese amor.
Refúgiate en mi Corazón. Mi Corazón está hueco, hija mía, hueco para todo aquél que quiera refugiarse en él. Pero mira cómo está cercado de espinas por las almas ingratas que no quieren amar a mi Corazón.
Hija mía, yo te prometo que todo aquél que ame a este Corazón no se condenará, hija mía; lo preservaré de las penas del Infierno.
Mira mi Corazón cómo derrama gracias. Esos rayos de luz que salen de él son las gracias que derrama, hija mía. Esa luz se esparce sobre todas las almas que están aquí presentes... Ninguna, ningún alma de las aquí presentes han dejado de percibir mi gracia, hija mía —¡más oportunidad!—... ¿Qué quiere el ser humano para salvarse, hija mía? Di mi vida, derramé mi Sangre por todos ellos, y siguen cada vez peor, hija mía. ¿Por qué está el mundo así? Por los pecados de los hombres. Y a cada uno se le dará según sus obras, hija mía.
Presentaos ante el Padre con las manos llenas; no con las manos vacías. Todo aquél que reciba estas gracias, será gratificado, pero a muy alto precio, hija mía.
Amaos los unos a los otros como yo os amé, hijos míos. Yo derramé el amor por toda la Tierra, para que todos estuvieseis unidos. ¿Qué habéis hecho de ese amor?: guerra, discordia... Ya te dije que los padres contra los hijos, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra, hermano contra hermano; todo esto está sucediendo, hija mía. Y cuando esto aconteciese, se aproximaría el fin de los fines.
La oración y el sacrificio salvan al alma, hija mía. Y vosotros..., vosotros, hijos míos, tenéis un pacto conmigo. Id por todos los rincones a publicar la palabra de Cristo: ¡los Evangelios! ¡Los Evangelios, hijos míos! Todos aquéllos que sigan el camino de los Evangelios se salvarán. Pero, ¡ay de aquél que cierre sus oídos a estas palabras!, más le valiera no haber nacido, hija mía; que a su cuello se colgase una rueda de molino y se arrojase al mar.
No leen bien; ningún bien para el alma... (Habla en idioma extraño). La fecha del Castigo es ésta, hija mía... (Vuelve a hablar en idioma desconocido unas palabras). Pero, si estáis con Cristo, ¿a quién podéis temer, hijos míos?
Quiero que seáis pobres, humildes, hijos míos, y sacrificados. Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Amaos, hijos míos, amaos unos a otros. Rezad mucho por los pastores de la Iglesia.
Os voy a dar mi santa bendición: yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
La Virgen:
Recibid mi santa bendición, hijos míos; hija mía, y sé humilde, muy humilde. Y ama a tus enemigos, pues ellos son los que te están sembrando el camino de la morada, hija mía; con sus mentiras y con sus calumnias te están labrando el camino. Busca la humillación, hija mía; piensa que a mi Hijo lo humillaban y lo maltrataron; le llamaron «el vagabundo». Y ¡cuántas veces te voy a decir que no es más el discípulo que su maestro!
Ámanos mucho, hija mía, ama nuestros Corazones y refúgiate en ellos, porque ellos serán los que no te fallen, hija mía. Todo el ser humano falla, pero nuestros Corazones no fallan.
Levantad todos los objetos, hijos míos... Todos han sido bendecidos, hija mía; tienen gracias especiales. Que muchas de estas gracias ya se han derramado sobre muchas almas, hija mía.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 25 de noviembre de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Lo primero de todo, hija mía, hay que reparar los pecados de los hombres. Besa el suelo…
Hay que reparar y hacer penitencia, hija mía, porque los hombres siguen cada día peor. Vuelve a besar el suelo por las almas consagradas…
El mundo, hija mía, está hundido. Los pecados y las impurezas de los hombres están clamando al Cielo venganza, como los pecados de las almas consagradas. Sí, hija mía, hay que hacer sacrificio y penitencia, para que los hombres cambien; por lo menos, quiero que se salve la tercera parte de la Humanidad. No cambian, hija mía, y mi Corazón está transido de dolor. ¡Cuánto las ama! ¡Cuánto a esas almas, hija mía! No amo porque me correspondan; no, hija mía, porque no corresponden a mi amor.
Por eso te digo que el mundo está cada vez peor. Mi Corazón sufre, porque si te dijese, hija mía, cada día el número de almas que se condenan, te horrorizarías. Por eso hay que hacer penitencia, penitencia para reparar, hija mía.
¡Qué crueles son los hombres!; no tienen compasión de mí, hija mía. Dicen que no sufro; mi Corazón sufre, porque en este momento no estoy gloriosa, hija mía... Los hombres son crueles a mi amor, hija mía. Vuelve a besar el suelo, hija mía…
Piensa que el que se humilla será ensalzado; es una humillación, hija mía, pero piensa que te he dicho que busques la humillación. Piensa en el Reino de Cristo, hija mía. Este Reino es el más grande.
Mira a tu Rey, hija mía... Este Rey no falla, hija mía; todo el que se doble ante Él, recibirá la recompensa, hija mía; humíllate, pero refúgiate en mi Corazón.
El Señor:
Soy Rey de Cielo y Tierra.
Los gobernantes, hija mía, muchos de ellos, son demonios encarnados, que hablan de paz y están fabricando armas mortíferas, hija mía, mortíferas para morir la Humanidad, para destruir varias naciones. Hablan de paz, pero están haciendo la guerra.
Varias naciones serán destruidas; entre ellas, parte de Europa.
En las casas, hija mía, no hablan nada más que de desunión a las familias, de desunión y de placeres, hija mía; no hablan de Dios, de Dios Padre. El que no se acuerde de Dios Padre, no entrará en el Reino del Cielo. Él es vuestro Creador, y será vuestro Salvador.
Pedidle a Dios Padre, o pedid a mi Madre, y mi Madre vendrá a mí, para que yo vaya al Padre.
Hablad a las familias de mi Nombre, hijos míos; no escondáis mi Nombre. Se está haciendo desaparecer todo lo que es de Dios, hijos míos.
Grandes terremotos azotarán a la Humanidad. Grandes castigos, hija mía, se irán viendo, y ¡ay, pobre de aquél que no escuche mis palabras!
Sed víctimas, hijos míos, que Adán fue la víctima penitente, y yo soy la Víctima inocente. Y la Víctima inocente derramó su Sangre y dio la vida por todos vosotros. Era preciso morir para resucitar.
Haceos pequeños, hijos míos, muy pequeños, como uno de los niños.
Y tú, refúgiate en mi Corazón... Mi Corazón te consolará, hija mía.
Y vosotros, hijos míos: penitencia, penitencia para sembrar vuestro camino.
Y todos aquellos curiosos: ¡fuera! ¡Fuera los curiosos!
Venid, hijos míos, a escuchar la palabra de Dios, la palabra de vuestro Rey de Cielos y Tierra.
Mi Corazón está triste de ver que los hombres no cambian.
La ira de Dios Padre la están sujetando los ángeles del Cielo. Grandes catástrofes, hijos míos, van a caer sobre la Tierra. ¡Será espantoso! ¡Ay de los habitantes de la Tierra!
Os pedimos oración que salga de vuestro corazón, no de vuestros labios. ¡Cuántos estáis aquí presentes y cuando decís: «Padre nuestro que estás en los Cielos», no sentís dentro de vuestro corazón esas palabras, hijos míos! Que desde hoy salgan estas palabras de lo más profundo de vuestro corazón.
No quiero fariseos, quiero almas víctimas, pobres y sacrificadas.
Amaos los unos a los otros, hijos míos. Que mi amor se derrame sobre vuestros corazones.
Y tú, hija mía, humíllate, sé humilde, busca la humillación, que las almas víctimas tienen que ser humildes, hija mía.
Vuestro Rey, hijos míos, vuestro Rey triunfará sobre toda la Humanidad. Este Corazón divino y misericordioso será el que triunfe con el Corazón de mi Madre, hijos míos.
Sed humildes, y que vuestras oraciones salgan de lo más profundo de vuestros corazones.
Y tú, hija mía: te quiero víctima, pero víctima de verdad.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos, hijos míos... Todos han sido bendecidos por vuestro Rey, hijos míos. Esta bendición es una bendición importante.
Guardad vuestros objetos, hijos míos; os servirán cuando llegue el día de las tinieblas. Esos tres días con esas tres noches estos objetos lucirán, hija mía, lucirán en cualquier parte que estén.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
La Virgen:
Hijos míos, haced caso de mi Hijo; os está dando avisos por medio del Padre para salvaros, hijos míos; haced caso. Yo, como Madre de toda la Humanidad, quiero salvaros, hijos míos; sed humildes, humildes y sacrificados, hijos míos. Y os voy a bendecir los objetos…
También estas gracias, como Madre de amor y misericordia, sirven, hija mía, sirven para toda la Humanidad. No os desprendáis de este objeto, hijos míos; este objeto tiene muchas gracias.
Y tú, hija mía, sé humilde, muy humilde; busca la humillación y humíllate. Piensa en Cristo Jesús como Rey y como mendigo, hija mía.
Amad a vuestros enemigos, y amaos unos a otros.
Pensad, hijos míos, que la muerte puede llegar como el ladrón, sin avisar. Estad preparados; estad preparados, hijos míos, que mi Corazón sufre por todos mis hijos, ¡por todos sin distinción de razas!
Vas a escribir tres nombres en el Libro de la Vida, hija mía... Ya hay tres nombres más en el Libro de la Vida, hija mía. ¿Ves cómo te recompenso? Tu sufrimiento no queda sin recompensa. Piensa, hija mía, que mi Hijo no te va a dar más de lo que puedas. Las víctimas, hija mía, tienen que sufrir, pero ya sabes que mi Hijo te ha dado gancho para hablar de Dios; con ese gancho, hija mía, se pueden salvar muchas almas.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 1 de diciembre de 1984, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Todos aquéllos, hija mía, aquellos desdichados que ultrajen la palabra de Dios y pisoteen la Cruz, ¡pobres almas! Poneos, hijos míos, poneos a bien con Dios; todavía tenéis tiempo. No tengáis miedo, hijos míos, para confesar vuestras culpas; estad preparados; aunque vuestros pecados, hijos míos, sean como la púrpura, se os quedarán como la nieve, pero estar preparados. Refugiaos a mi Inmaculado Corazón, él os ayudará, hijos míos. Os pido que no sintáis miedo todos aquéllos que estéis preparados. Vuestros pecados, hijos míos, aunque sean como la escarlata, quedarán limpios, hija mía. Di que se confiesen, di que se confiesen sus culpas.
¡Pobres almas!, cuando sientan el ruido del trueno y bramen las montañas, entonces, hija mía, ¡no tendrán remedio!; pero aquéllos que estáis preparados, refugiaos en Cristo una vez más. También os pido, hijos míos, que nadie, nadie, os atemorice; cuando llegue este momento, sed fuertes, que a mi Hijo le gustan los valientes.
También pedimos, hijos míos, almas que expíen los pecados de los pastores de la Iglesia; busco almas, hijos míos, para expiarlas, porque Jesús está ofendido, muy ofendido, con esas almas que están materializadas, hija mía; están metidas en el mundo y no se acuerdan de Cristo. ¡Cuánto me agradaría que esas almas fuesen predicando el Evangelio por todos los rincones de la Tierra!
Hijos míos, ¿qué hijo, cuando ve que su madre está enferma, no se pone triste? Yo estoy enferma de dolor, hijos míos, por todos vosotros; por mis almas consagradas, ¡las ama tanto mi Corazón!, ¡y qué mal corresponden a este amor! Besa el suelo, hija mía, por esas pobres almas... ¡Pobres almas!, el demonio con su astucia, si hizo pecar a Eva, ¿cómo no las va a hacer pecar a ellas? Tened cuidado, hijos míos, tened cuidado, que Satanás, con su astucia, quiere apoderarse del mayor número de almas.
Sacrificio, hijos míos, sacrificio y penitencia. Haced visitas al Santísimo. Mi Hijo está triste y solo, triste y solo por el ser humano; porque si no fuese por sus ángeles, ¿qué hubiese hecho con algunos de los sacerdotes? ¡Pobres almas, hija mía! Haced sacrificio por ellas; el demonio los encauza por el placer y no hacen propósitos para dominar la carne, hijos míos; la carne es débil, pero ellos tienen que ser fuertes: o Cristo o el mundo.
Y tú, hija mía, te quiero humilde y pequeña, muy pequeña, porque a mi Hijo le gustan las cosas pequeñas. Vuelve a besar el suelo, por todas las almas, por todas, hija mía, sin distinción de razas... Vuelve otra vez a besar el suelo, no has besado el suelo, hija mía…
Busca la humillación, hija mía, busca la calumnia, y sé humilde; con la humildad se consigue todo, hija mía. Haz sacrificio, que a mi Hijo le gustan las almas víctimas, y tiene sed de almas, de almas que sepan reparar y quieran.
Hijos míos, os encomiendo, a todos aquéllos que no os habéis puesto a bien con Cristo, que hoy mismo os acerquéis al sacramento de la Confesión, para que podáis acercaros al sacramento de la Eucaristía. Mi Corazón de Madre, hijos míos, ¡os ama tanto!, que ya no hay ningún remedio para poderos avisar; hemos agotado todos los recursos. Preparaos, hijos míos, con sacrificio y penitencia. Amad mucho a mi Hijo, para que mi Hijo os lleve al Padre, y yo también os puedo llevar a mi Hijo; amadme mucho, hijos míos, como yo os amo a todos.
Besa el suelo, hija mía, por esas almas que son tan vanidosas y tan crueles con mi pobre Corazón, ¡pobres almas impías que quieren gobernar el mundo!, y sin Cristo, sin Dios, no puede haber... (Palabra ininteligible). Puede haber guerra, hijos míos, pero Cristo busca la paz; la buscó siempre; por eso hay quien dice que Cristo era socialista, hijos míos; Cristo fue sociable. Ya te lo he comunicado muchas veces: no mezcléis políticas, hijos míos, las políticas sirven al hombre para la destrucción…
Y las almas consagradas las quiero humildes, pobres y sacrificadas... Mi Hijo no quiere fariseos, ni impuros, ni almas materializadas; todo lo van a dejar, hija mía, ¡todo! Lo más importante es el alma; no piensan, hija mía, que todas las riquezas les van a servir al hombre para condenarse. Viven como el rico avariento, no se acuerdan ni de dar las migajas a los pobres, ¡pobres almas!, los imitadores de Cristo, sus almas consagradas. Pobres, humildes y sacrificados os quiero, hijos míos.
Publicad el Evangelio por todos los rincones de la Tierra; con el Evangelio, hijos míos, os salvaréis; no lo habéis leído muchos; por eso no seguís a Cristo; y si lo habéis leído ha sido mecánicamente.
Que vuestras oraciones de lo más profundo de vuestro corazón salgan, hijos míos. Os quiero pobres, pero santos. ¡Pobres almas mías!, mi Corazón está transido de dolor por ellas; cuando veo que se me precipitan en el abismo, ¡cuánto sufre mi Corazón, hija mía!
Haced sacrificio, hijos míos; pensad que Cristo sólo tenía una túnica, ni una tuvo de repuesto; con su túnica, sus alforjas y sus sandalias se iba de pueblo en pueblo a hablar del Evangelio, hijos míos. Humildes, humildes y sacrificados, hijos míos, os quiero.
Y tú, hija mía, sé muy humilde, muy humilde; a mi Hijo le gustan las almas humildes. Piensa que nuestras almas, nuestras almas son víctimas; pero, ¡cuánto te ama mi Corazón!... (Palabras en idioma desconocido).
Desde muy niña te he pulido, mi Hijo te ha pulido; yo le he ayudado a pulirte para este momento, hija mía. ¿De qué le vale al hombre todo lo que hay en el mundo, si no entra en el Cielo, hija mía? Tú estás labrando tu morada, pero te la están labrando los ángeles…
Vas a escribir tres nombres en el Libro de la Vida... Tres nombres más en el Libro de la Vida, hija mía; ¡ves cómo vale la pena sufrir!, porque estos nombres no se borrarán jamás, hija mía, jamás.
Voy a daros mi santa bendición.
Luz Amparo:
(En voz muy baja). ¡Anda!, bendícelos, bendícelos.
La Virgen:
Primero voy a bendecir los objetos. Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 8 de diciembre de 1984, sábado

Festividad: La Inmaculada Concepción de la Virgen María

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, soy María Pura Inmaculada, Madre de Dios y Madre de todo ser humano. Defended mi pureza, hijos míos. Cuando el Misterio de Dios Padre se encarnó en mis entrañas, no había mancha, estaba más limpio y más blanco que la azucena. Hijos míos, si me amáis, defendedme, defended mi pureza; pensad que vuestra Madre fue pura antes y después, hija mía. El rayo del Sol, hija mía, entró en mis entrañas, y allí se formó mi Hijo; era el misterio de su Divina Majestad, hijos míos. Mi pureza es un don especial que Dios mi Creador me otorgó, hijos míos.
¡Cuántos misterios no os han revelado, hijos míos! Cuando os presentéis ante el Padre, todos serán revelados; tened paciencia, hijos míos, y sed humildes para poder alcanzar el Cielo y poder participar de todos estos misterios. Hay muchos misterios que a mí han sido revelados, hijos míos; como te dije, hija mía, Dios Padre me reveló muchos misterios celestiales: el misterio de la maternidad de Cristo y el misterio de mi Inmaculada Concepción.
Aquí viví, hija mía, viví igual a los humanos, pero te dije en una ocasión que en todo me parecía al ser humano menos en el pecado; mi alma estaba hecha para alabar a Dios mi Creador. Formaba tiernos coloquios con Él, hijos míos, y mi pecho sentía alegría. No sólo el pecho se me llena de dolor, hijos míos, también de alegría. Mi corazón, a veces, sentía una gran alegría, cuando los ángeles me consolaban, hijos míos; sólo los ángeles saben el misterio de la Encarnación, de mi pureza, de mi humildad en la Tierra y de mi caridad con el ser humano.
Satanás quería destruir, y cuando quedé sola en la Tierra, que faltó mi Hijo, Satanás quería destruirme, pero nunca abandoné la oración, siempre estaba con grandes coloquios con mis ángeles, nunca pudo Satanás conmigo; por eso Satanás estaba furioso y formó la enemistad entre la mujer y el hombre, el odio, la envidia, toda clase de pecado, porque sabía que me alabarían todas las generaciones. Por eso, hijos míos, Satanás es muy astuto y quiso destruirme a mí, que era la Madre de Dios, ¿cómo no va a querer disfrutar, hijos míos, de vuestra alma? Quiere apoderarse de vosotros; la oración y el sacrificio os mantendrán firmes, hijos míos.
Mi vida fue un constante sufrimiento, sufrimiento porque el ser humano no quería dar gracias a Dios de haberle dado la vida, se rebelaba contra Él; pero al mismo tiempo, mi pecho sentía una gran alegría cuando mi Hijo formó su altar en mi pecho, y me dejó el Sacramento dentro de él, hija mía; yo le custodiaba de día y de noche. Ningún ser humano sabe que mi pecho era el tabernáculo de Cristo; nadie, hija mía, porque yo no quise que nadie publicase mi vida; por eso en la Biblia, hijos míos, se habla tan poco de mí, porque yo no quise; quise que mi Hijo fuese el Rey del Universo y de la Tierra; no quise poner a mi Hijo en un segundo lugar, porque fue el primero, el primero que mandó Dios para morir en una cruz y salvar al ser humano.
Yo, hija mía, también me reveló Dios el misterio de la muerte de Cristo; todo lo vi durante toda mi vida. Mi Corazón sufría, hija mía, como te lo he manifestado; pero, al mismo tiempo, mi Corazón no quería ver sufrir a mi Hijo; le consolaba, hija mía, como mi Rey y mi amado que era, y Él me consolaba a mí como su amada que era, hija mía.
Este misterio te lo he revelado, pero es mejor que el ser humano sepa por qué en la Biblia no se habla de mí. Mi humildad, hija mía, mi humildad no quiso resaltar, para que el ser humano aprendiese a ser humilde; no quise que se escribiese nada de mí. Te revelaré muchos misterios, hija mía, muchos, de lo que ha sido toda mi vida. Constantemente, hija mía, seguía a mi Hijo por todas las partes que iba a publicar el Evangelio. Yo me embobaba, hija mía, escuchando esas palabras, me penetraban dentro del corazón, hasta el extremo de llenarse mi alma de alegría y rebosar de júbilo y, en ocasiones, hija mía, no podía mi gozo resistir y caía al suelo, caía al suelo de gozo, hija mía; pero no abandoné a Cristo en ningún momento, fui su consejera en muchas ocasiones; Él me pedía, hija mía, y yo le opinaba. Fue ejemplo de hijo mi Hijo Cristo Jesús.
Leed la Biblia, hijos míos, que todo aquél que lea la Biblia —es palabra de Dios— aprenderá, hijos míos, aprenderá a amar a Dios; pero, ¡ay de aquéllos que añadan o quiten de lo que hay escrito!, porque no entrarán en el Reino del Cielo. Todos aquéllos que están confundiendo la doctrina de Cristo, ¡pobres almas!, pedid por ellos, hijos míos, y sed tabernáculos, hijos míos, como mi... (Habla en idioma desconocido). Así quiero que seas, hija mía: un altar, que forme tu pecho el altar de Cristo…
Sigue a Cristo, hija mía, hasta la muerte; imita a tu Madre; te iré revelando secretos, secretos y misterios.
Ten cuidado, hija mía, que Lucifer está alerta, y donde está María, allí quiere destruir. María, Reina del Universo, Reina del mundo y Madre de la Iglesia, hija mía. ¡Qué misterio más grande!
¡Qué gozo se siente en el corazón, cuando mi Hijo manda...! (De nuevo, palabras en idioma extraño).
¡Bienaventurados aquéllos, hijos míos, que se humillan, porque serán ensalzados! Yo fui humillada, hija mía, humillada, pero mi humildad pudo más que la humillación. Viví igual que los humanos, mi vida fue igual, pero la Divina Majestad no quiso, hija mía, no quiso que imitase al hombre, porque el hombre era cruel, en el físico del cuerpo..., pero el alma, mi alma, era pura, pura e inmaculada, porque iba a ser la Madre de mi Rey, mi Salvador, Dios mi Creador, Salvador del ser humano.
Besa el suelo, hija mía; hoy es un gran día para expiar pecados de las almas, hay que expiar, hija mía, porque hay muchas almas que niegan la palabra de Dios, no creen en su existencia…
Os quiero, hijos míos, os quiero pequeños, pequeños, muy pequeños, para luego subir alto, muy alto.
Veréis, hijos míos, cuando llegue este momento, qué grandeza, hija mía, ¡qué grandeza os espera! Yo tuve el privilegio también de estar tres días en el Cielo, hija mía, con mis cinco sentidos igual que el ser humano; vi la grandeza que Dios Padre tenía preparada para esta pobre criatura; no hay grandeza que pueda compararse a esa grandeza. Por eso, hijos míos, con humildad, sacrificio y caridad, alcanzaréis a gozar esta vida; es una maravilla, hijos míos; no quiero que os condenéis, quiero que os salvéis todos, hijos míos. Con sacrificio, hijos míos, oración y penitencia, allegaréis al sacramento de la Confesión para recibir el sacramento de la Eucaristía.
Sed fuertes, hijos míos, y no os dejéis engañar por el enemigo, el enemigo se puede meter en cualquier uno de vosotros para destruir la obra de mi Hijo.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, en reparación por las almas consagradas…
Hijos míos, hoy para recibir..., vais a recibir gracias especiales, cuando Dios Padre manda al Hijo, para que os mande las gracias especiales para el día de las tinieblas. Hoy, hijos míos, tengo el privilegio de concederos también esas gracias; todos los objetos que sean bendecidos servirán para el día de las tinieblas; todos lucirán en cualquier sitio que estén. Levantad todos los objetos... Tienen gracias especiales, hijos míos; no os deshagáis de estos objetos, tienen mucho valor.
Ahora, hijos míos, os voy a dar una bendición especial; os protegeré, hijos míos, y os asistiré en la hora de la muerte a todos aquéllos que recibáis esta bendición. Mis ángeles estarán presentes, todo el ejército de ángeles que me acompañaron durante toda mi vida.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 23 de diciembre de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, estos días tan importantes para mí no podía faltar mi bendición. Cuando el Verbo humanado, hija mía, nació de mis entrañas, se lo ofrecí al Eterno, y el Eterno me contestó, hija mía: «María, cuida a tu Hijo, amamántale, aliméntale y cuídamele, porque luego vendré a por Él». Yo sabía, hijos míos, que... (Palabras en idioma desconocido. Luz Amparo comienza a llorar).
Luz Amparo:
¡Ay, qué pequeñito! ¡Ay, qué pequeño! ¡Ay! ¡Ay, qué pequeño...! ¡Ay, qué pequeñito! ¡Ay, qué hermosura...! ¡Ay, qué hermosura...! ¡Ay, qué pequeñito...! ¿Quiénes son todos ésos?
La Virgen:
Ejércitos celestes, hija mía.
Luz Amparo:
¡Cuántos! ¿Ni un momento te dejan sola? ¡Ay, qué grande! ¡Qué hermosura hay ahí! ¡Ay...! ¡Y que ese Niño tan hermoso tenga que morir...! ¡Ay!
La Virgen:
Sí, hija mía, y le engendró en mis entrañas para Verbo humanado, para morir para redimir a la Humanidad.
Dios Padre, hijos míos, quiso que lo cuidase para que muriese en una cruz, para redimiros del pecado y gozar de la vida eterna, hijos míos. Así fue Cristo; así fue, hija mía. Tú sabes cómo le cuidé, con qué esmero, y luego cómo le entregué a la muerte, y muerte de cruz, porque sabía que con su muerte iba a redimir a todo aquél que quisiese salvarse.
Cuando yo hablaba con Él, hija mía, dentro de mis entrañas —te lo he manifestado otras veces—, se ponía de pie con las manos juntas orando, orando para que no cayerais en tentación, hijos míos. Ya, estando engendrado dentro de mí, quería salvar a la Humanidad; pero la Humanidad es cruel, hija mía. Yo le cuidé, le amamanté como una madre buena que amaba a su hijo; pero el ser humano, ¡qué cruel corresponde, hija mía!, ¡cómo corresponde a mi Corazón! ¡A mi Corazón de Madre, hija mía!, porque fui Madre de Dios y, luego, me dejó mi Hijo como Madre de la Humanidad. Por eso os pido, hijos míos: quiero que os salvéis.
Os dije que mis mensajes se estaban acabando, hijos míos; pero ¿qué madre ve que su hijo se precipita en el abismo y no le sigue avisando, hijos míos? ¿Cuántas veces, hijos míos, habéis dicho a vuestros hijos: «Hijos míos: no os voy a avisar más; seréis castigados», y no los habéis castigado? Los habéis avisado una, y otra, y otra, y otra vez. Eso hace vuestra Madre del Cielo: os da avisos para que os salvéis, hijos míos.
Cumplid con los diez mandamientos. Todo aquél que cumpla con los diez mandamientos se salvará, hijos míos.
Mira, hija mía, cómo salía mi Hijo de mis entrañas. Como el rayo del Sol entró dentro de mí, y como el rayo del Sol salió de mí. No manché, hija mía, no manché nada que fuese impuro. Te lo manifesté: mis ángeles, mis tres arcángeles, san Miguel, san Gabriel y san Rafael cogieron a Cristo nada más nacer, hijos míos. Ellos me lo entregaron en mis brazos. José estaba extasiado; tuve que decirle: «José, que tu Hijo está ya aquí». Y José alabó a su Hijo, a su Hijo adoptivo, hijos míos.
Tiernos coloquios, hijos míos, hicimos con Él. Él nos respondía, ¡tan pequeñito!, pero ya tenía la sabiduría…
Con esta pobre ropa, hija mía, le envolví, porque no tenía pañales.
Luz Amparo:
¡Ay, pobrecito! ¡Ay! No teníamos, ¡ay! ¡Pobrecito! ¡Pobrecito!, no le acuestes ahí. ¡Qué frío pasará ahí! No le acuestes. ¡Ay, pobrecito...! ¿Tenía que ser eso así? Ni una cama, ni una cuna... ¡Ay, pobrecito! ¡Ay, qué rico es! ¡Ay! ¡Cuántos ángeles! ¡Hasta fuera llegan los ángeles! ¡Madre mía, cuántos hay! ¡Uf!, pero ¿tantos hay aquí abajo? ¡Uf! ¡Y ésos que les sale la luz de ahí! ¡Huy, del pecho! ¿También son los ángeles? ¿Y esos otros? ¡Ah! ¡Huy, ángeles corporales!, y ángeles que no son corporales; pero son iguales. ¡Vaya suerte que tienes! ¡Huy! ¡Ay! No hace falta nadie si están ahí todos llenos de ángeles. ¡Qué maravilla! ¡Ay!
Pero, ¿no se puede acostar en una cunita? ¡Pobrecito!, ahí tendrá frío. Tápale un poquito. ¡Ay, qué cara! ¡Ay, cómo se ríe! ¡Ay, pobrecito...! ¡Niño bonito! ¿Puedo tocarle otra vez?... (Luz Amparo se inclina hacia delante para realizar esta operación). ¡Ay, qué lindo eres! ¡Ay!, yo podía quedarme aquí para cuidarlo. ¡Siempre...!, pero no me lleves al otro sitio, ¡déjame aquí con Él...! ¡Yo no quiero irme al otro sitio...! ¡Déjame un poquito aquí más con Él! ¡No me quiero ir de aquí! ¡Yo no quiero irme de aquí...! ¿Por qué me tengo que ir al otro sitio, si aquí se está muy bien?
La Virgen:
Tú eres el instrumento, hija mía, y tu misión no se ha acabado.
Luz Amparo:
Pues ¡ya está bien, lo larga que es la misión esta...! Yo quiero quedarme aquí. ¡Yo quiero quedarme aquí! Hacedme lo que sea aquí, pero yo no me quiero ir a la otra parte, ¡ay! ¡Con lo bien que se está aquí! Aunque sea soberbia, pero yo me quiero quedar aquí. ¡Ay, qué alegría estar aquí! ¡Ay!, luego te vas al otro lado y la gente a reírse, y yo no quiero irme al otro sitio... Aquí voy a ser mejor, te lo prometo que aquí soy mejor.
La Virgen:
Tienes que purificarte entre ellos, hija mía, porque eres hija de Adán, y de Adán has heredado.
Luz Amparo:
¡Ay!, pues, ¡qué gracia!... Bueno, pero con tu ayuda, ¿verdad? Me tienes que ayudar, porque es que me dejas sola, ¡pero sola! Hay veces que ni te veo, ni te puedo tocar, ni te oigo, ¿eh? No me abandones así, de esa forma.
¡Ay, qué grande eres!, y ¡qué feliz eres ahí con tu José, y con tu Jesús, y con tus ángeles! ¡Ay!, y yo, ¿qué? ¡Qué felicidad tienes, Madre mía!
La Virgen:
Primero la felicidad, hija mía, y luego el dolor.
Luz Amparo:
Y yo siempre el dolor, ¡siempre, siempre el dolor! ¡Ay! ¡Si me dejaras aquí!, te prometo que haría todo lo que me dijeses Tú, y lo que fuese haría, Madre mía; todo, ¡todo!
La Virgen:
No seas soberbia, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay...!, yo quiero que me ayudes. ¡Ay, qué misión tan dura es! ¡Vaya misión que me has encomendado!
La Virgen:
Pronto estarás pulida, hija mía.
Luz Amparo:
¡Pronto! ¿Desde cuándo estás diciendo que pronto estaré pulida? Pues, ¡anda!, que sí que tenía que pulir, ¿eh?
¡Ay! ¡Ay, ayúdame...!, pero en el otro lado también, no sólo aquí. ¡Ay!, yo te prometo, te prometo que ayudaré a muchas almas a que puedan alcanzar esta maravilla, porque lo otro, ¿es igual que esto? ¿Más todavía? ¡Claro! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, pobrecito san José! ¡Ay, qué mayor está...! ¿Cómo está con la cabeza en el suelo? ¿Qué hace? ¿Adorando a Jesús? ¡Ay!, pues yo también le quiero adorar…
La Virgen:
Hijos míos, podéis cantar: «Gloria a Dios en el Cielo y paz a los hombres, en la Tierra, de buena voluntad».
Luz Amparo:
¡Ay, qué Niño!
La Virgen:
Voy a bendecir todos los objetos, hijos míos. Esta gracia especial os va a dar vuestra Madre. Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos, hija mía. Os voy a dar mi santa bendición; pero antes os voy a pedir que améis mucho a Cristo; amadle con toda vuestra alma, con todo vuestro corazón y con todas vuestras fuerzas. Amada mi Hijo, hijos míos, que este amor no quedará sin recompensa.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 25 de diciembre de 1984, martes

Festividad: Natividad del Señor

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Mira, hija mía, el Verbo humanado en unas tristes pajas, en un pesebre pobre. Liado, hija mía, liado con un triste pañal.
Pero vas a decir, hija mía, la misión de cada ángel.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Ay, cuántos hay!; pero ¿esos tres...? Ése es san Miguel; ¿a dónde va ése?
La Virgen:
Bajará, hija mía, a la profundidad del Limbo. Va a avisar a Joaquín, a Ana, a los Santos Padres y a todos los profetas.
Mira, ¡cuántos santos hay en el Limbo!
Luz Amparo:
¡Huy! ¡Ay...!, ¿ésa, quién es?... Ésa es la madre de la Virgen, ése es el padre... ¿Qué le dicen al Ángel? Le están diciendo... ¡Ay, qué lenguas! Y el Ángel les está diciendo que ha nacido el Rey de Cielo y Tierra, que su hija lo ha mandado a avisarles.
Le dice Ana que lleve el recado a su hija, y llama a todos los que hay en el Limbo, y se ponen a cantar un himno de alabanza para ese Niño.
Pero, ¡si los muertos no se ven! ¡Ay, cuántos misterios! ¡Ay!, están de rodillas todos. Están cantando un himno, un himno ya: «Gloria al Rey que ha nacido encarnado en una doncella, humanado... —¡huy!— como Rey de Cielo y Tierra».
Todos..., todos están cantando. ¡Qué estrechos están ahí! Parece un infierno eso.
Ahora, hay otro ángel, que se va por un camino lleno de piedras. Hay un letrero que pone «Belén»; hay otro letrero que pone «Damasco»; hay otro letrero que pone «Palestina».
Va por un camino lleno de luz... Llega a una casa, que parece como un palacio. Hay un pozo. ¡Ay!, llama a la puerta. ¿Por qué el Ángel puede llamar a la puerta? ¿Sí puede entrar?... ¡Ay...!, un cuerpo celeste…
Sale una mujer mayor, con un velo en la cabeza dado dos vueltas, unas faldas muy largas.
Lleva un niño en brazos como de seis meses. Habla con el Ángel. Le abre la puerta. Hay como un jardín, y a la izquierda hay un pozo con un cubo. Esta mujer se sienta en un poyete de madera, y al niño le tiene encima. El Ángel le dice que ha nacido el Redentor, que viene a avisarle porque María le manda. Cae de rodillas esta mujer. Ese niño también, tan pequeño, cae de rodillas. ¡Ay!, pero ¿cómo puede ser eso?
Miran al cielo y están diciendo: «Bienaventurado Aquél que mandará en todas las generaciones». «Yo estoy a tu servicio, mi Señor —le dice al Ángel—. Dile a María que no se olvide de nosotros, que la seguiremos siempre hasta la muerte».
El Ángel le dice: «Este Niño está muy pobre, ha nacido en un pesebre entre pajas».
Esta mujer pasa a una casa que parece un palacio. Coge ropa, la lía. Entre esa ropa hay ropa de un niño pequeño. Coge dinero, lo mete dentro del lío de la ropa, y se lo da al Ángel. También hay ropa de mayores.
Esta mujer le dice al Ángel: «Dáselo a María para el pequeño y para su esposo y para Ella. Es un lienzo fino que el Rey de Cielos y Tierra se merece; no se merece estar entre pajas».
Hay otro ángel. Ese ángel va por un campo. Hay mucho ganado, muchas ovejas. Hay muchos chicos con pieles sobre la espalda. Viene una gran luz. Se caen al suelo asustados y gritan: «¿Quién es? ¿Quién hay ahí?». El Ángel les dice: «No tengáis miedo. Soy el Ángel san Gabriel. Os vengo a avisar que ha nacido vuestro Mesías, el que estabais esperando. Id por este camino, y en un pesebre habrá un Niño resplandeciente. Aquél que veáis lleno de luz, y entre pajas, es Jesús. Es Jesús, el Rey, el Salvador, el Rey, el Salvador, el Dios Omnipotente, Hijo de Dios vivo. Id y adoradle».
Van muchos de éstos que llevan la piel a la espalda. Llevan varas. Van por un camino. ¡Ay, cuántos! ¡Ay!, se van por otro camino. Viene una gran luz. Esa luz es como una flecha. Los guía hasta el portal. Se arrodillan y adoran al Niño.
¡Ay, qué grande eres...!
Vuelven a cantar: «Gloria a Dios en el Cielo, y a los hombres, en la Tierra, de buena voluntad».
¡Ah..., cuántos ángeles! ¡Ay, qué cosas...!
En otra parte hay hombres horribles. ¡Huy, qué horror! No se pueden arrimar ahí…
¡Ay! Viene un ángel y van huyendo. ¡Ay, si ése es el de la otra vez! ¡Ay..., ay, si es el demonio! ¡Huy! ¡Ay! Se los lleva a todos. Están en una cueva profunda. Habla Satanás, les habla a todos y les dice: «Estad alerta, que no ha nacido el Hijo de Dios vivo todavía. Ha dado a luz una mujer, pero no es la Madre de Dios, porque ha nacido en un pesebre, entre pajas. Y si Dios es Creador y rico, no permitirá que nazca su Hijo en un pesebre.
Estad preparados, porque el tiempo ha llegado de que nazca ese Mesías. He hablado con Herodes. ¡Ay, qué risa! Herodes cree que es el Hijo de esa doncella, que es el Mesías; con esa pobreza no puede nacer ese Mesías. Hay que seguir buscando, buscando en ricos palacios, porque el Rey del Cielo nacerá en un palacio. ¡Estad preparados!».
¡Qué horror! ¡Ay! Todos se ponen en fila y salen de esa caverna. ¡Ay!, se esparcen por todos sitios. ¡Ay! ¡Ay, qué horror...!
La Virgen:
Hija mía, adorad a Cristo. Adoradle, porque adorando y meditando, y siendo humildes, hijos míos, Satanás no podrá arrimarse.
No pensaba Satanás que Dios, Redentor del mundo, podría nacer en una cueva. Fue tan grande la humildad de nuestros Corazones, que quisimos dar ejemplo a la Humanidad.
Sí, hija mía; por eso te pido que seas humilde, muy humilde, pues con la humildad no podrá Lucifer arrimarse.
Has visto las maravillas más grandes de Dios Creador, hija mía…
Lo mismo que los ángeles fueron a evangelizar el Nacimiento, os pido, hijos míos, que vayáis a evangelizar el Evangelio por todos los rincones de la Tierra.
Hijos míos, humildad pido, humildad; sed humildes, muy humildes.
Besa el suelo, hija mía, para que seas humilde…
Satanás no podrá con la humildad. Lucifer puede con los soberbios, pero con los humildes no puede, hija mía.
No os abandonéis en la oración ni en el sacrificio, hijos míos.
Y tú, hija mía, refúgiate en nuestros Corazones. Refúgiate en esta Familia; esta Familia, hija mía, es Sagrada…
Siempre piensa, hija mía, en la pobreza en el Pesebre y en la humildad en la Cruz.
Te revelaré un secreto, hija mía, de tu infancia. Sólo tú podrás comprenderlo... (Habla en un idioma desconocido).
Mira si imitabas a Jesús sin conocerle, hija mía, naciendo... ya sabes; no te avergüences, hija mía.
¡Bienaventurados los pobres, hija mía, porque de ellos es el Reino de los Cielos!
Esta bendición también será especial, hija mía. Os bendeciré a todos con una bendición especial.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 30 de diciembre de 1984, domingo

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, son unas fiestas muy importantes y no os puedo dejar de bendecir.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

Mensaje del día 31 de diciembre de 1984, lunes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Aquí está vuestra Madre, hijos míos, como Madre y como amiga. Confiaos a mi Corazón. Como Madre, porque soy vuestra Madre, hijos míos; por eso os sigo avisando.
Vas a ver, hija mía, otra escena de la vida de Jesús, hija mía. Cuenta lo que ves.
Luz Amparo:
Está el Niño en el Portal...; en esa cueva. Sigue ahí. Está san José y la Virgen, su Madre.
Coge al Niño la Virgen; le dice: «Rey mío, Rey de Cielo y Tierra, lucero de mis entrañas, amor del Padre, amor del Hijo y amor del Espíritu Santo. Dios Eterno, que has dado la hermosura a este Niño, Primogénito Tuyo y mío, Rey».
La Virgen le acaricia, y le dice a José: «José, no te he querido revelar un secreto hasta que Dios Padre no me lo comunicase. Ha llegado el momento de comunicártelo. ¿Sabes que nuestro Hijo, tuyo adoptivo y mío natural, tiene que ser circuncidado...?».
¿Qué es eso? ¡Ay!, circuncidado, ¡ah!
José pone la cara muy... —¡huy!—, como si no lo entendiera.
La Virgen le dice: «Tenemos que obedecer a las leyes de Moisés, es la ley de que todos los niños sean circuncidados, y nuestro Hijo tiene que hacerlo también. ¡Qué dolor siento, José, en mi Corazón!, porque pronto empieza a derramar la Sangre por la Humanidad. Es inocente. No tiene pecado como todos los que van a circuncidarse, pero hay que hacerlo. Tenemos que dar ejemplo, José».
¡Ay!, san José mira al cielo y dice: «Que se haga tu voluntad, Dios Sabio, Dios Omnipotente y Dios Creador».
La Virgen coge al Niño, le acaricia y le dice: «Hijo de mi alma, tienes que ser circuncidado, hijo mío. Hay que dar ejemplo al ser humano».
El Niño responde: «Madre amada mía, yo he venido a sufrir».
¡Ay, cómo habla ese Niño!
Acaricia la Virgen al Niño. Lo tiene en sus brazos. ¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, qué grande eres! ¡No hay otra cosa más bonita que Tú! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, qué hermosura...!
Habla la Virgen a san José y le dice: «José, vete y llama al sacerdote; que venga aquí a la cueva, para que haga el sacramento. No quiero sacar al Niño, para que no se enfríe. Vete y avísale».
¡Ay!, va san José, se mete en un sitio, en una sala muy grande. Hay un hombre vestido con una cosa colorada. Habla con él. ¿Quién es ese hombre? ¡Ah!... «Sumo Sacerdote —le dice José—, mi esposa quiere que vayáis a casa a circuncidar a mi Hijo».
Coge ese señor, el que le ha dicho que era el Sumo Sacerdote, llama a otros dos y se van con José.
Llegan a donde está la Virgen... La Virgen sale a la entrada. Besa sus manos. Les dice que pasen. Pasan dentro mirando a todas las partes. El de atrás le dice al de delante: «¡Qué pobreza tiene esta mujer! Aquí no se va a poder hacer la circuncisión. Está muy pobre este lugar».
Llegan los tres dentro. La Virgen le dice a Dios Padre, se arrodilla y le pide que no sea su Hijo circuncidado, que si Ella puede pasar otro dolor por ése... Oye la voz del Padre que le dice: «María, cuando tu Hijo nació, te dije que le amamantaras, que le alimentaras, y le hablaras hasta que yo viniese a por Él. Ésta es otra prueba, María, es un sacramento».
La Virgen se coge el pecho y se agacha con la cabeza en el suelo, y dice: «Hágase tu voluntad, así en la Tierra como en el Cielo».
Habla la Virgen con el sacerdote y le dice: «¡Por favor!, que el cuchillo sea lo más suave posible. Que no se haga mucho daño al Infante».
La Virgen dice mirando al cielo: «¡Ay, leyes santas, cuánto dolor causáis a mi Corazón! ¡Que mi Hijo inocente tenga que pagar como un pecador!».
Dicen a la Virgen que no entre. No la dejan entrar. Cogen al Niño, pero la Virgen se arrodilla y les pide que le dejen, que la dejen estar con su Hijo hasta el último momento de la circuncisión. Ésos no le dejan…
Sale el que hay atrás y la llama. Le da el Niño al otro. ¡Ay, que sí que la dejan! ¡Ay!, pasa la Virgen a una habitación de la cueva, muy pequeñita.
Hay como un altar con un paño blanco, dos velas... La Virgen quita la ropa al Niño, ¡cómo le quita la ropa! ¡Ay, qué Niño más rico! ¡Ay...!, pero, ¿qué le van a hacer con ese cuchillo?
La Virgen pide: «¡Que no le hagan mucho daño a mi Hijo!».
¡Ay!, coge la Virgen una toalla que lleva a la cintura, ¡ay!... Y pone un cacharrito debajo. Caen tres gotas de sangre. Coge al Niño, ¡ay...!, le pone la toalla, le acaricia y le dice: «¡Bien mío! ¡Amado mío!, ya empiezas a sufrir».
¡Ay, cómo llora el Niño! No llores, amor mío. ¡Ay, qué pena! ¡Pobrecito! Pero, ¿cómo le pueden hacer eso? ¡Ay! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, ay, pobrecito, que no llore...!
Hay muchos ángeles, ¡huy, cuántos ángeles! ¡Muchos, muchos! ¿Cuántos son? ¡Huy, no se pueden contar...! Dime cuántos hay. Ponme un número. ¡Ay! Doce mil. ¡Ay, cuántos! ¡Ay, cómo cantan! Les dice la Virgen que canten para consolar al Niño. ¡Cómo cantan! ¡Ay, qué hermosura!, ¡ay, qué hermosura!, ¡ay, qué hermosura!
La Virgen no deja al Niño. Lo tiene en brazos. Llora mucho la Virgen... Aprende a sufrir.
La Virgen:
Otro día, hija mía, verás otra escena de la vida de Cristo.
Luz Amparo:
¡Pobrecito!
La Virgen:
Ahora, os voy a bendecir todos los objetos. Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos.
Os voy a dar mi santa bendición: os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!