A continuación se muestran todos los mensajes del año seleccionado:

Mensaje del día 4 de enero de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, ora mucho por el mal que hay en el mundo. ¡Cuánta hipocresía, cuánta mentira hay entre los hombres; entre los hombres, especialmente en aquéllos que se llaman míos! Sí, hija mía. Yo bendigo a los incultos e ignorantes y rechazo a los maliciosos y a los maquinadores. ¡Cuántas almas, hija mía, que están dentro de mi Iglesia, se sirven de mi Iglesia, pero no sirven a mi Iglesia!
A algunos sacerdotes, ministros de Cristo, diles, hija mía, que sepan recoger los frutos y que recojan el rebaño que hay esparcido por todos los lugares. Que se dediquen a su ministerio. Que no sean asalariados, que hay mucho trabajo en la Iglesia. Que se dediquen, como hijos de Dios entregados a su ministerio, a reunir todo ese rebaño.
Pero, ¡cómo podéis hablar, hijos míos, vosotros, si no sabéis recoger los frutos buenos y dar testimonio de los frutos que recogéis! No que cogéis los frutos, os servís de ellos y los escondéis, sin dar testimonio del fruto que recibís. Cogéis los frutos, pero no queréis reconocer el árbol de los frutos. ¿Cómo, hijos míos, un árbol malo puede dar buen fruto? Un árbol bueno da buen fruto, pero nunca un árbol malo puede dar buen fruto, hijos míos. ¿Cómo cogéis los frutos del árbol y no queréis reconocer de dónde viene el árbol?
Reza, hija mía, y ora para que se den cuenta. Como no cumplan con su ministerio, serán rechazados por la Divina Majestad de Dios. Que sepan valorar lo que es el sacerdote y a lo que se han entregado; pero ¡ay de vosotros, que no servís nada más que para criticar, para difamar y calumniar a las almas de buena voluntad! Vuestras obras no sirven y vuestros frutos son estériles, porque no sois humildes, hijos míos; vuestro orgullo no os deja reconocer que la Divina Majestad de un Dios tiene poder para hacer y deshacer lo que quiera. Pero muchos de vosotros habéis hurtado el puesto a Dios; y por eso hay que dejar a cada uno el puesto que le corresponde. Vuestro puesto está en la Iglesia, hijos míos, pero si os llamáis ministros de Cristo, «cristificaros» con Él.
Por eso está el mundo en estas condiciones, hijos míos, porque muchos de vosotros sois los primeros que no enseñáis a los hombres la verdad del Evangelio, hijos míos. Vuestra soberbia y vuestro orgullo no os deja reconocer que Dios puede manifestarse donde quiera, cuando quiera y a quien quiera, hijos míos.
Y mirar en el hombre a Dios, no mirar al hombre por el hombre, sino a Dios en el hombre.
Mira, hija mía, cuántos de los que se han reído de mi doctrina y han predicado una doctrina falsa, mira el lugar donde están, hija mía... (Luz Amparo muestra admiración ante lo que ve). Su soberbia los ha conducido a querer ser más que Dios y no dejar al Creador dirigir a sus creaturas. Yo doy mis tesoros de gracias a quien quiero, hijos míos. ¿Quién sois vosotros para limitar a todo un Dios? Dios no tiene límites.
Orad, hijos míos, orad, para que los sacerdotes, ministros de Cristo... —muchos de ellos estos sacerdotes jóvenes—, que sepan guiar el rebaño y amar a la Iglesia, obedeciendo al Santo Padre, representante de Cristo en la Tierra. Pero si no obedecéis ni al representante de Cristo en la Tierra, ¿cómo vais a obedecer a Dios? Trabajad en mi Iglesia, que muchas almas se retiran de ella porque vosotros, hijos míos, no pensáis nada más que en vosotros mismos; estáis quitando a Dios y a su Santa Madre el lugar que les corresponde.
Orad mucho y haced sacrificios y penitencias, para que los hombres vuelvan su mirada a Dios. Y vosotros, hijos míos: orad, sacrificaos y renunciad a la materia y vivid más con el espíritu, y entregaos a Dios en cuerpo y alma, hijos míos. Dios abrirá los brazos y os recibirá en la Patria celestial.
Orad mucho por mis sacerdotes, por mis almas consagradas. Los conventos están relajados, la mayoría de ellos; se ha infiltrado Satanás dentro y no piensan nada más que en diversiones y en vacaciones, hija mía. Y te lo he dicho muchas veces; por eso no hay vocaciones, por eso se destruyen las vocaciones, hija mía, porque se introducen en el mundo y Satanás los atrapa en los gustos, en las comodidades y en los placeres del mundo, hija mía.
Acudid a este lugar, que recibiréis muchas gracias, hijos míos. Entronizad el Corazón de María y el Corazón de Jesús en vuestros hogares, para que reine la paz en ellos.
Orad, confesad vuestras culpas, hijos míos; que los hombres cometen muchos sacrilegios acercándose al sacramento de la Eucaristía en pecado mortal, sin lavar sus manchas, sin confesar sus culpas. Amaos unos a otros.
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para el día de las tinieblas. Con un solo objeto dará luz durante los tres días con las tres noches, para aquéllos que conserven la gracia, hijos míos.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 1 de febrero de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, el mundo está corrompido hasta sus cimientos, y los hombres, hija mía, no hacen caso a mis llamadas; no quieren tener conciencia de la corrupción que hay en el mundo, y qué pocos quieren aliviar mi Corazón.
Sí, hija mía, muchos seglares, religiosos, sacerdotes, falla la oración en ellos y hay un relajamiento en sus almas que les hace no cumplir con su ministerio y sus obligaciones. ¿No os da pena —os repito— que todo un Dios esté avisando constantemente a sus creaturas? Y sus creaturas se hacen los sordos. ¿Hasta cuándo, hijos míos, la Divina Majestad de Dios tiene que sostener su brazo para no castigar a la Humanidad?
Muchos de vosotros, hijos míos, no queréis reconocer —os repito— mis mensajes, ni mis llamadas; pero sí que cogéis los frutos que salen sin querer reconocer el árbol de donde vienen. Vuestra soberbia, hijos míos, os deja ciegos. ¡Ay, Iglesia mía, cuánto te amo, pero qué poco te aman muchos de los ministros!
Sí, hija mía, piensa que tu camino no es fácil, que tu camino es lleno de espinas y de dolor; pero yo te prometo, como Hijo de Dios vivo, que ayudaré a esta Obra en sus necesidades, y me valdré de las creaturas para esos fines. ¡Ay, hijos míos, qué ingratos sois, con ese corazón de bronce, y tantas gracias como habéis recibido en este lugar!
Hija mía, todas esas lenguas difamadoras, calumniadoras, son lenguas infernales que..., ¡cuántas veces te he dicho, hija mía, que tenías que arrancar la cizaña y retirarla del trigo, y tu corazón, una y otra y otra vez, te ha traicionado! Te digo, hija mía, que las perlas no se pueden dar de comer a los puercos. Y esas almas que han formado parte de la Comunidad y Grupo, que se han salido, tenías que haber retirado antes la cizaña, porque no son dignos de recibir gracias.
¡Ay, lenguas malvadas, yo me encargaré de juzgaros por vuestro comportamiento! ¿Cómo vais metiendo cizaña de un lugar a otro, sin reconocer que el demonio os está dirigiendo, hijos míos? No entraréis en el Reino del Cielo por difamadores y calumniadores.
Hija mía, son mentes perturbadas que el demonio les muestra la mentira, para destruir mi Obra; pero tú no tengas miedo a nada, sé valiente; no hay nada que ocultar en esta Obra, hija mía, todo es limpio y cristalino. Y el que quiera hacer lo mismo que se niegue a sí mismo, que deje sus cosas y me siga; pero sois como los paganos: ni vais a entrar en el Cielo, ni dejáis que entren los demás. ¡Pobres almas, si pensarais el lugar que os espera! ¿Cómo sois tan crueles, hijos míos, y tenéis el corazón tan endurecido?
Orad mucho, hijos míos; donde hay oración, no entra Satanás. Donde hay comodidad, placer, gustos... hay relajamiento y hay tibieza, y Satanás conduce a esas almas de acá para allá.
Amaos los unos a los otros, éste es el mandamiento, que está unido al primer mandamiento de la Ley de Dios: amarás a Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con tus cinco sentidos, y al prójimo como a ti mismo. ¡Ay de quien no cumpla con este mandamiento!
Hijos míos, seguid pidiendo y orando para que los pobres pecadores se conviertan y para que pueda triunfar el Corazón Inmaculado de María y mi Divino Corazón. Y ¡ay de aquéllos que escuchan o dicen doctrinas falsas! Retiraos de aquellas almas que quieren ir en contra de la fe católica, apostólica, de la Iglesia de Cristo; ¿cómo creéis en algo que la Iglesia no manda creer? Aquí llega uno por uno para purificarse, no para nombrarse ni santos, ni apóstoles, ni reyes; eso es falso, esa doctrina. Enmendad vuestras vidas, hijos míos, si no, no podréis ver la mirada de vuestros seres queridos.
No habléis lo contrario de lo que la Iglesia dice. Si la Iglesia dice que no existe la reencarnación, ¿cómo vosotros os reencarnáis en el nombre que un péndulo o un adivino brujo os diga? Hijos míos, retiraos de esa doctrina. Todos los que acudís a este lugar no tengáis el Nombre de Dios en vano. Dios es vuestro Creador y Él es el que nombra, el día del Juicio, quién es santo, y en cada lugar que le corresponde estar.
Pero, hijos míos, si me amáis, consolad mi Corazón y no digáis palabras que pueden herirlo. Amad al Vicario de Cristo, amad a la Iglesia. Yo dije: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Por qué buscáis, como los ángeles caídos, descubrir más misterios e indagar donde no podéis llegar? ¡Pobres almas, me da tanta pena que pierdan el tiempo! Su soberbia no les deja reconocer que Dios es el que pone las leyes, y el Evangelio ahí quedó escrito.
La Virgen:
Acudid a este lugar, que todos seréis bendecidos con bendiciones muy especiales, hijos míos. Educad a vuestros hijos en su religión y amad a vuestros enemigos, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para el día de las tinieblas... Todos los objetos han sido bendecidos con bendiciones especiales para el día de las tinieblas.
Yo os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 1 de marzo de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, nuestros Corazones están muy afligidos, porque el mundo camina hacia la destrucción. Cada día, el mundo está en peor situación, hija mía. Ora, hija mía, y haz sacrificio, y enseña a los hombres que el mundo está necesitado de amor, de caridad. Con tu caridad, hija mía, tráeme muchas almas a mi rebaño. Enseña a amar a los hombres a tu santa Madre, la Iglesia de Cristo. Diles, hija mía, que la Iglesia es la luz que alumbra a las almas; en ella está el Manjar que las alimenta; que se acerquen a comer de ese Pan vivo, para que sus almas estén fortalecidas. Diles que ahí está el banquete eterno, el canal donde pueden beber los sedientos, que es el camino y la verdad.
Hija mía, el mundo está trastornado, no hay respeto hacia el Creador; quieren adaptar al Creador a la ley de la criatura, hija mía, y no quieren aceptar la Ley de Dios. ¡Qué pena! Sufro mucho por mi Iglesia, hija mía, más que sufrí por mi Pasión. Hay muchos de mis sacerdotes que reniegan mi verdad y olvidan mis enseñanzas, hija mía, y no predican el Evangelio tal como está escrito. El Evangelio lo están convirtiendo sólo en metáforas, hija mía. Sufro mucho por la Iglesia; mi Corazón sufre, hija mía; amadla mucho.
Y sacerdotes, aquéllos que os desviáis del Evangelio, ¿cómo queréis caminar bien, si estáis ciegos, hijos míos? Nuestros Corazones están muy afligidos, hija mía, pues los hombres han perdido todo el respeto hacia Dios. Hay mucha necesidad de oración y de acción, hija mía. Los hombres quieren convertirse en dioses y no saben que puede venir la destrucción del mundo, porque Dios es el Creador Increado. ¿Cómo quieren igualar a Dios con la criatura?
Pido a aquellos sacerdotes, que se retiran del camino del Evangelio y que convierten el Evangelio en metáforas, que prediquen la verdad que hay en él; y a aquéllos que verdaderamente caminan hacia el camino de la verdad: sed fuertes, hijos míos, fuertes y valientes; no os dejéis destruir, hijos míos, ni engañar. Mi Iglesia tiene muchos enemigos. ¡Ay, sacerdotes —muchos de vosotros—, vuestra desobediencia al Santo Padre, a vuestros obispos..., ¿hasta dónde queréis llegar, hijos míos?! Estáis quitando la devoción al hombre y queréis dejar al hombre por el hombre; no queréis encaminar el hombre hacia Dios.
¡Ay, qué pena, hijos míos, vuestra soberbia no os deja reflexionar y estáis convirtiendo las almas en destructores de la Humanidad! Dedicaos a vuestro ministerio, hijos míos, que hay muchas almas en mi rebaño que necesitan que les habléis de Dios. Dios está desapareciendo en los corazones de los hombres. ¿Cómo queréis que el mundo, hijos míos, camine hacia la paz, hacia el amor, si los hombres quieren convertirse... en hacer un mundo nuevo, en ser creadores de la Humanidad? Solo uno es vuestro Señor, al que tenéis que amar, respetar y adorar.
Pero, ¡ay, sacerdotes, muchos de vosotros, que aconsejáis al hombre que no hinque su rodilla ante la Divina Majestad de Dios! ¡Que toda rodilla se hinque ante Dios su Creador, del Cielo, de la Tierra y de los Infiernos!
¿Cómo vosotros, muchos, estáis haciendo desaparecer, hijos míos, el respeto a Dios? Ya te lo dije, hija mía, que se aboliría el poder eclesiástico y el civil, y cada individuo se gobernaría por sí mismo.
Vosotros, almas queridas de mi Corazón, aquéllos que seguís el Evangelio sin quitar ni poner nada de lo que hay escrito, reuníos todos, hijos míos, y sed valientes y defended mi Iglesia y mi Evangelio tal como está escrito. No os dejéis trastornar por el enemigo, hijos míos. El enemigo, cada día, está quitando más de mi Evangelio. Igualan Dios al hombre. Pero, ¿cómo, hijos míos, la Divina Majestad de Dios, el Increado, el que siempre ha existido, el que nunca jamás dejará de existir, queréis igualaros a Él? Porque el hombre quiso igualarse a Dios fue arrojado del Paraíso por su desobediencia. Porque el Ángel más poderoso quería ser más y más, quería ser más que Dios, mirad dónde está: en la profundidad del Infierno.
Si hasta los ángeles fueron arrojados del Cielo a los Infiernos, hijos míos, ¿cómo no tenéis respeto y temor a Dios? Y no queráis que Dios se adapte a las leyes del hombre; adaptaros vosotros a las leyes de Dios. No seáis destructores de la verdad. ¡Ay de aquéllos que su sabiduría la emplean para destruir a la Humanidad!
Sacerdotes de mi Iglesia: dejad de ser funcionarios y dedicaros a ser buenos pastores, para que la Humanidad cambie. Conquistar a las almas y acercarlas a vuestro rebaño, a la Iglesia, que el Fundador de la Iglesia os lo pide, hijos míos. Cristo, vuestro Redentor, os pide que seáis mansos y humildes y reflexionéis si dais buen ejemplo, hijos míos, a la Humanidad, muchos de vosotros. Que aquellos santos pastores que hay, aquellos santos sacerdotes, que no se dejen engañar, ni arrastrar como... (Luz Amparo muestra admiración ante lo que contempla). Hija mía,... ¡mira cómo se arrastraron los ángeles unos a otros! El Ángel más poderoso arrastró a los otros y millares de ellos se dejaron arrastrar, porque querían ser como Dios, y como Dios nadie puede llegar a ser, hijos míos.
Os pido amor, hijos míos, a nuestros Corazones. Sí, yo creé al hombre y le creé para glorificar y para amar a Dios su Creador, a la Divina Majestad de Dios.
Yo, vuestro Dios, hijos míos, fui el Creador del mundo, y yo mandé a mi Hijo para salvar a la Humanidad. Y yo me compadezco del hombre desde hace siglos, y el hombre tan cruel no tiene compasión de su Dios. ¿Hasta dónde vais a llegar, hijos míos, con vuestras ideas destructoras? Respetad a la Iglesia. Amad al Santo Padre. Obedeced. Veréis cómo vuestro camino es suave y ligero. Pero ¿sabéis por qué no podéis con la carga, hijos míos? Porque os falta humildad y no queréis aceptar ni reconocer las verdades que están escritas. Cumplid con los mandamientos, hijos míos. Acercaos a los sacramentos. Renovad vuestra vida. Perseverad.
La Virgen:
¡Ay, hija mía, qué dolor siente mi Corazón, mi Corazón de Madre, hija mía! Dicen que mi Corazón no sufre; mira cómo está mi Corazón, hija mía: atravesado y lleno de espinas.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos pecados como se cometen contra mi Inmaculado Corazón... El mundo, hija mía, está desmoralizado. Mi Corazón puro e inmaculado sufre por la Humanidad. No le dan importancia al pecado, hija mía; por eso los pecados los convierten en virtudes y las virtudes en pecados, hija mía.
Orad mucho, orad mucho, hijos míos, y amaos unos a otros. Es la falta de amor, la falta de respeto hacia Dios, la que hace caminar al mundo a este trastorno. Por eso hago una llamada a mis sacerdotes, a todos aquéllos que sean limpios de corazón: hijos míos, no retrocedáis, caminad con paso firme y seguro por las huellas que caminó Cristo. No seáis cobardes, hijos míos.
El Señor:
Yo quiero que el hombre conozca mi Evangelio tal como está escrito; sin deformación, hijos míos, porque los hombres están confundidos, porque muchos de vosotros los habéis confundido, hijos míos. Por eso el hombre no cambia, porque cree que está salvado haga lo que haga; y por eso comete pecados, porque les habéis enseñado que los pecados no son pecados, ni tienen importancia los pecados. ¿Hasta dónde queréis llegar, hijos míos?
Y vosotros laicos, seglares casados, caminad y renovad vuestro espíritu, y haced todos una gran masa, con el Evangelio en la mano y defendiendo y amando a la Iglesia, al Santo Padre, y a los obispos, para que ellos puedan trabajar sin temor y con fortaleza. Orad, orad, hijos míos. Extended la Comunidad, para que las almas se multipliquen y viváis como los cristianos.
¡Ay, hijos míos, aquél que deje a su padre, a su madre, a su hermano, a su hermana, por mi amor, le daré un premio en la eternidad! Quiero, hijos míos, comunidades donde el maligno puede menos atacar. Donde hay varios juntos en mi Nombre, allí estoy yo presente. Yo soy vuestra fortaleza. Yo soy la Verdad, el Camino y la Vida. No busquéis la vida en el ser humano, que es corrupto; buscad la vida en el Incorrupto.
La Virgen:
Acudid a este lugar. Amaos unos a otros, hijos míos, como Cristo os ama, y sed valientes, sin fanatismo, hijos míos, pero sí con humildad y con la verdad. Y amad mucho a la Iglesia de Cristo.
Nunca está el mundo como está en esta situación, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para la conversión de las almas…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 5 de abril de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, el mundo está cada vez peor, los hombres se han recrudecido, hija mía. Mira cómo está el mundo: el hombre no quiere aceptar la Ley de Dios. Dios es despreciado, hija mía. Los hijos no respetan estar bajo el mandato de Dios, ni bajo el mandato de sus padres, ni la obediencia, hija mía. Ya te dije que el mundo está tan corrupto, desde sus cimientos, que los pecados ya han colmado todo el globo terrestre, hija mía.
Los hombres sin Dios son fieras salvajes, hija mía; no intentan nada más que destruir; se destruyen ellos mismos y destruyen a la Humanidad. El hombre sólo piensa en sus intereses. El hombre, hija mía, Dios ha aparecido de su pensamiento, pero él le ha hecho desaparecer. Todos sus pensamientos están en el desenfreno del mundo; cada uno mira para sí mismo. Los pecados, la inmoralidad, el desamor, los crímenes; todo, hija mía, es lo que rodea al globo terrestre.
Y aquí está todo un Dios paciente, a pesar de los hombres ser tan crueles, esperando aplicar la misericordia sobre todos los que quieran llegar a mí.
El hombre ha perdido la fe. El mundo sin amor perece, hija mía. Yo quiero amor, buenas obras; no quiero palabras, y los hombres sólo se quedan en la palabra. ¿Hasta cuándo, hijos míos, todo un Dios tiene que estar esperando al hombre que se convierta y pida perdón? El mundo camina hacia la destrucción, hija mía; por eso pido y hago un llamamiento a aquéllos que llevéis una vida correcta, aquéllos que améis a Dios y cumpláis sus leyes.
Hago un llamamiento a todos, hijos míos: a obispos, sacerdotes, familias, jóvenes, viudos, a todos los que amáis a Dios, hijos míos: ofreced sacrificios, penitencias, oración, para nivelar la balanza, que está desnivelada, con vuestras buenas obras, vuestros sacrificios y vuestras penitencias; pero sobre todo, hijos míos, el hombre que no ama no tiene vida; el amor es vida. Yo vine por amor a dar vida a los hombres; por eso hoy, hijos míos, os repito que todos los que améis mi Divino Corazón y el Inmaculado Corazón de mi Madre, no tengáis miedo a nada ni a nadie, pues yo os protegeré pase lo que pase, hijos míos.
La Virgen:
Y yo, hijos míos, os cubriré con mi manto a todos, porque al final mi Corazón Inmaculado triunfará.
El Señor:
¡Qué pena de mundo! ¡Si todo se volviera a su lugar, el mundo cambiaría! Si las familias —están destruidas— se reunieran en el santo temor de Dios, los sacerdotes que se han retirado del camino del Evangelio fueran obedientes a sus obispos, al Santo Padre... Si las parejas se respetasen y no hubiese esta inmoralidad, todo el mundo estaría en calma y en paz, y Dios reinaría en cada uno de estos corazones.
Por eso hago este llamamiento a todos aquéllos que renunciáis a vosotros mismos, a los placeres del mundo, a las comodidades; y aquéllos que hacéis buenas obras, hijos míos: la caridad es lo que falta en el mundo; el hombre ha olvidado que tiene corazón.
¡Ay, hijos míos!, cambiad vuestras vidas y volved…
Luz Amparo:
¡Ah..., lo que puede suceder, Dios mío!
El Señor:
Volved vuestra mirada y cumplid, hijos míos, los mandamientos de la Ley de Dios. Confesad vuestras culpas. Acercaos al sacramento de la Comunión y de la Penitencia. Y vosotros, pastores, aquéllos que os habéis retirado del camino recto y seguro, volved a vuestro camino, que yo os espero, hijos míos, y os colmaré de gracias, y llenaré vuestros corazones de amor, y pondré imán en ellos, para que podáis conquistar a las almas. Para que el mundo cambie, hijos míos, tenéis que cambiar todos. Os repito: el mundo sin amor camina hacia una destrucción.
Acudid a este lugar, hijos míos, que todos los que acudáis a él tendréis gracias muy especiales y nada de lo que pueda suceder os afectará. Pero os pido, hijos míos: tened cuidado, porque hay mucho falso profeta. Mira, hija mía, por todas partes, los falsos profetas están invadiendo el mundo; no vayáis detrás de ellos, hijos míos. ¿Sabéis cómo se conoce el profeta que no es falso?: por su obediencia a la Santa Madre Iglesia, por sus mensajes universales para el mundo, por no creerse superiores a los demás; por su humildad.
Pero muchos de vosotros vais detrás de ellos, porque os gusta que os digan que estáis salvados, que sois escogidos, que tenéis un puesto que cumplir en la Tierra, porque Dios os ha escogido a cada uno; y ¡cuántos de vosotros, hijos míos, vuestra vanidad os pierde! Dios viene a corregir a los hombres, no viene a alabarlos ni a glorificarlos. Ahí es donde tenéis que daros cuenta si es un profeta enviado del Cielo. Retiraos de los que os halagan, y aceptad, hijos míos, la corrección.
Muchos profetas falsos no obedecen a la Iglesia, y cuántos han destruido a muchos sacerdotes y teólogos buenos, diciéndoles que son escogidos y que tienen una misión, y van detrás de ellos, haciéndolos ídolos. ¡Cuántas, hija mía, almas son arrastrados por todos ellos!; quieren sacar a las almas del lugar donde Dios manda gracias y se manifiesta, para ellos tener su propia secta. Sí, hija mía, muchos de ellos no dan un men…
Luz Amparo:
¡Ay, qué horror, todos los que van detrás!
El Señor:
Son engañados, porque les gusta, hija mía, porque no dan un mensaje universal al mundo, sino un mensaje para cada uno. No les dicen: «Compartid con los demás, amad a vuestro prójimo, hijos míos; no seáis soberbios, sed humildes». Al hombre no le gusta nada más que la alabanza; no le gusta la corrección ni el consejo; por eso muchos —míralos, hija mía— van detrás de ellos, porque no se les nota; muchos de ellos Satanás los dirige, hija mía.
Cuántos dicen que hablan con el Espíritu Santo por teléfono, que hablan con Dios Padre; pero, hijos míos..., pero, ¿hasta dónde queréis llegar? ¿No tenéis miedo a la Divina Majestad de Dios, hijos míos? Cometen sacrilegios con la Eucaristía, diciendo que tienen comuniones místicas. ¡Ay, cuando os presentéis ante Dios, hijos míos, vuestro juicio será terrible!
Dios viene a enseñar al hombre y a recordar al hombre el Evangelio, la unidad, el amor, la entrega, la pobreza, la oración, el sacrificio; pero muchos de vosotros sólo movéis los labios en esas reuniones, hijos míos, sin distinguir la falsedad y la hipocresía. ¡Qué pena siente mi Corazón! Todo es una manera de sacar a las almas donde Dios se manifiesta para confundirlas, envanecerlas y destruirlas. Todos son centros que quieren llamar la atención. Tened cuidado, hijos míos, que hay muchas almas que se dedican a destruir.
No quiero que te aflijas, hija mía; ya sé que el mundo te ha tratado mal, hija mía, desde muy niña; pero desde muy niña fuiste escogida para sufrir, padecer por el bien de la Humanidad; y para corregirte tus miserias apliqué mi misericordia, hija mía; pero no quiero que nada te aflija. Yo dije, hija mía, que no te angustiaras, que yo pondré en tu camino almas que ayuden a sacar esta Obra adelante; piensa que es una Obra de Dios y Dios te pondrá en el camino a las almas, para ayudarte.
Muchos se benefician de estas manifestaciones para lucrarse de ellas, no para los pobres, hija mía, y muchos se lucran vendiendo cosas religiosas para emplearlo en orgías y pecados de inmoralidad. ¡Qué pena me dan esas almas, hija mía! Pedid por ellos y amaos unos a otros como yo os he amado, y sed humildes, hijos míos, muy humildes; sin humildad no se consigue el Cielo.
La Virgen:
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantas ofensas como se cometen a mi Inmaculado Corazón…
El Señor:
Hija mía, tu corazón está triste; tú me has pedido que corte de ti por donde quiera. Yo estoy cortando, hija mía, y corto; pero todo, hija mía, tiene un valor para la conversión de las almas. No te entristezcas, hija mía, tu corazón sufre mucho.
Luz Amparo:
(Entre sollozos). Señor, ayúdame, Señor..., ayúdame. Ayúdame, Señor. ¡Ay..., ayúdame, Señor! ¡No me abandones, Señor; ay, yo sin Ti no puedo vivir! ¡Ay, ayúdame...! Te pido, Señor, que me ayudes y me pongas a personas para ayudar a sacar esta Obra adelante... Por mí sola no puedo nada, Señor, pero Tú lo puedes todo. (Con fatiga). ¡Ay...! Señor..., también, si no puedo ver a mi hijo... Tú lo quieres por el bien de la Humanidad... Hago tu voluntad, Señor... ¡Ayúdame, Señor, a ser humilde..., a ser paciente, Señor...!
El Señor:
Te he dicho, hija mía, que te pondré almas buenas en el camino; y en sí, muchas veces, te las he puesto.
Luz Amparo:
Es una Obra tan grande la que quieres, Señor…
El Señor:
Ya se verá la luz, hija mía.
Luz Amparo:
Ayúdame, que no tengo fuerzas, Señor... No tengo fuerzas…
El Señor:
Soy la Fortaleza, hija mía; de mí sacarás la fuerza para caminar y para que todo crezca como yo te he pedido, hija mía.
Luz Amparo:
Perdóname, Señor, por mi soberbia... Perdóname, Señor.
La Virgen:
Vuelve a besar el suelo, hija mía, en reparación de los pecados de la Humanidad…
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para el día de las tinieblas, hija mía…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 3 de mayo de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hoy vengo con mi manto de oro, de todas las oraciones y avemarías que recibo en este lugar. Aunque hay muchos curiosos, hija mía, pero muchas almas se han convertido y han cambiado la vida de pecado por la vida de la gracia; por eso hoy protegeré a todos con mi manto, sus cantares llegarán a la corte celestial. El mes de María: en la mayoría del mundo se ha olvidado este mes tan hermoso y tan bello, cuando los hombres y mujeres y niños levantaban su corazón y lo juntaban junto al mío con plegarias y canciones. Los niños elevaban su corazoncito, y se juntaba junto a los ángeles, esas poesías que salían de lo más profundo de su corazón inocente. En muchos lugares, hija mía, se ha perdido esa devoción: la devoción a María.
Yo soy María, vuestra Madre Pura e Inmaculada, que Dios hizo un paraíso dentro de mí e hizo maravillas en ese paraíso. Él tuvo sus complacencias y se recreaba en mi Corazón. Permitió que fuese el Verbo encarnado en mis entrañas; se encarnó dentro de mí y me divinizó. Por eso, hija mía, pido que los hombres se acerquen a mí, aquéllos que estáis afligidos y apenados, aquéllos que estáis lejos de mi Hijo; yo soy el camino más corto para llegar a Él. Yo os amo, hijos míos, y quiero conduciros a mi Hijo. Por eso os digo que el que ama a María, ama a Jesús. Por eso Dios quiere que sea la Puerta del Cielo, el Refugio de los pecadores, el Consuelo de los afligidos, y tantos y tantos títulos como he adquirido: ser Pura e Inmaculada en el parto, después del parto, y antes del parto. ¿Cómo los hombres quieren apartarme como la mujer que tiene al hijo por medio de varón, y quitarme todas las gracias y los títulos que Dios ha querido para mí? Dios quiso que los adquiriera y por eso soy la llena de gracias.
Luz Amparo:
¡Ay! ¡Qué belleza, Madre mía!
La Virgen:
La bella entre todas las mujeres.
Luz Amparo:
¡Ay, qué belleza, ay!
La Virgen:
No me arrinconéis, hijos míos; que no contentáis a Dios, si me quitáis del lugar que me corresponde como Madre de Dios.
El Señor:
Sí, hijos míos, es el mes de María. María, la Madre del Redentor, de toda la Humanidad. El que no ama a María, no ama a Jesús. ¡Cuántas veces os he repetido que somos dos Corazones en uno!: el Corazón de mi Madre está unido al mío y nadie lo puede separar. Pero los hombres han perdido toda la atención y devoción a esta Madre Pura e Inmaculada. Si es la Puerta del Cielo, hijos míos, tendréis que entrar por ella. Es el Arca de la Alianza, el Paraíso donde yo me recreé en Ella. No la apartéis, hijos míos, que yo le he dado muchas gracias para derramarlas sobre la Humanidad. Ella es la que intercede por vosotros. Es la Madre de todos los pecadores. Quiere que se arrepientan todos y vengan a mí; constantemente, hijos míos, está intercediendo por todos vosotros. Amadla mucho. Si no amáis a mi Madre, no me podéis tener contento a mí.
En el mundo ha desaparecido el amor, la unidad entre los cristianos. Sed misericordiosos como yo fui misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; con la medida que midáis, con esa medida seréis medidos.
Tú, hija mía, ama a los que te calumnian, ora por los que te difaman. Piensa que el hombre malo no puede hablar cosas buenas. El hombre malo habla de lo que lleva en su corazón. El hombre malo es parecido al árbol malo. Un árbol malo no puede dar buen fruto; el fruto estará podrido; pero un árbol sano y bueno su fruto será sano y bueno, hija mía. Piensa que de un espino no se pueden sacar manzanas, hija mía; ni de un enebro, peras. Son árboles punzantes y amargos.
Por eso te digo que no te angusties, hija mía, por todas esas lenguas malvadas y perversas, que quieren tapar su perversidad y su maldad ante los hombres repartiendo libros y aparentando hacer buenas obras. Un alma perversa, hija mía, y soberbia, que sólo se dedica a ir de lugar en lugar, a sacar toda la maldad que lleva dentro y hacer la vida imposible a todo el que vive a su alrededor. ¿Cómo crees, hija mía, que esas almas pueden estar en gracia? Sigue pidiendo por ellas, para que su maldad y su perversidad desaparezcan de sus mentes desequilibradas y trastornadas. Piensa que donde está Dios no podrá el enemigo.
Orad mucho, hijos míos, porque hay muchas almas trastornadas, que no aparentan su trastorno y dañan a la Humanidad, y arrastran a las almas, hijos míos.
La Virgen:
Orad, orad y haced penitencia, hijos míos, por los que no oran ni hacen penitencia. Amaos unos a otros como Cristo os ama.
Acudid a este lugar, que recibiréis gracias especiales en vuestros corazones, hijos míos. Este mes de María será un mes que yo derrame todo mi Corazón en rayos de luz hacia los hombres.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para el día de las tinieblas…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 7 de junio de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hija mía, hoy mi vestidura es de gracia para todos los que acudan a este lugar; serán protegidos con mi manto. El mundo, hija mía, sigue de mal en peor. Muchos de los católicos dicen vivir para Dios, pero están muy materializados, hija mía, y les atrae más el mundo que el sacrificio y la penitencia. El mundo ha llegado a este límite, porque el hombre ha abandonado a Dios. Los pecados de impureza han invadido el mundo, hija mía, y los hombres no le dan importancia a este pecado. Muchas almas se condenan por los pecados de impureza. El mundo está corrupto por una inmoralidad que cubre los cuatro continentes.
Los hogares se han destruido, porque no hay diálogo entre los hombres y porque la mujer quita la dignidad al marido, y da malos ejemplos a sus hijos. ¿No veis, hijos míos, que si no ponéis un freno en sus vidas estáis destruyendo sus almas? Si en la Humanidad no hay moral, ¿cómo no vigiláis a vuestros hijos, hijos míos, y los dejáis al libre albedrío de Satanás? ¡Qué pena de Humanidad!
La juventud se corrompe por las pasiones y por no saber dominar los sentidos de la carne. ¡Madres: educad a vuestros hijos; y padres: sed severos con ellos!, que la severidad no quita el amor que sintáis por ellos, hijos míos. Cuando caen en lujuria, ya se quedan ciegos; los ha cegado la pasión, y ya el mundo los arrastra, y caen en todos los pecados del mundo; pero hoy el ser humano no le da importancia al pecado.
Mira mi Inmaculado Corazón, hija mía... Acudid a este lugar, que mi Inmaculado Corazón os protegerá de ese pecado de impureza, que habéis perdido el pudor, hijas mías. Venid a mí, que yo os enseñaré esa virtud tan hermosa de la pureza y de la virginidad. Mi Corazón Inmaculado reinará al final de los tiempos.
El Señor:
Sí, hija mía, quiero que los hombres veneren a mi Madre. En el mundo, criatura como Ella no la hubo, ni la habrá jamás. Aprended de Ella, hijos míos; Ella será una buena Madre, que os protegerá bajo su manto, y no caeréis en las garras del enemigo. Quiero que en vuestros hogares esté el trono de mi Madre junto a mi trono. Que haya dos tronos en vuestras casas: Jesús y María.
La Virgen:
Hija mía, ¿ves cómo todo tiene un precio?; al final hemos triunfado. Yo dije que no me movería de ese lugar y que quién eran los hombres para decir dónde tenía yo que manifestarme. A mí me gustó ese lugar y vine a este pueblo, porque este pueblo me necesita; aunque muchos de ellos han intentado echarme de él. Hace muchos años me manifesté en ese lugar, y los hombres, en vez de formar paz, hicieron guerra. Unos decían que de aquí y otros decían que de allí, y al final ninguno me puso en el lugar donde me manifesté bajo la advocación de la Virgen Pura Dolorosa. Para que veáis cómo mi Corazón triunfa.
Sed constantes, hijos míos, pues todos los que sois constantes en recibir las gracias y en acudir a este lugar, os prometo que no os abandonaré jamás... Por eso sigo repitiendo: quiero que se haga una capilla en honor a mi nombre, a la Virgen Pura Dolorosa, Madre del Redentor y Corredentora de la Humanidad. Y que en estos tiempos, donde los hombres abandonan a Dios, me tengan al lado del trono de mi Hijo, y adoren a mi Hijo día y noche; esto lo he pedido muchas veces, hijos míos, y derramaré muchas gracias sobre todos vosotros. ¿Veis cómo sirven vuestras oraciones, hijos míos, veis vuestra constancia? El que es constante, Dios le concede las gracias que pide.
Orad, hijos míos, mucho, y haced mucha penitencia, aunque los hombres digan que no hace falta la penitencia. El mundo se ha corrompido por falta de oración y de penitencia. Amad a la Iglesia. Amad al Vicario de Cristo.
Luz Amparo:
(Con admiración y sorpresa). ¡Huy!...
Saceerdote fallecido:
Yo estoy en un lugar donde todavía no he sido revestido con la vestidura de la vida. Estoy vestido con la vestidura de la muerte; pero, hijos míos, quiero avisaros: yo fui el contaminador, yo fui el que me uní a todos vosotros, corruptos, incrédulos. Y nos juntábamos para maquinar y para hacer el mal a estas pobres almas, a estos cristianos; y muchos de vosotros habéis bebido, porque la justicia de Dios nos ha hecho beber, la misma amargura que hicimos beber a ellos. Os pido que os quitéis la mascarilla y no vayáis diciendo que sois una asociación de paz, porque ni amáis a la Iglesia, ni creéis en Dios. No seáis fariseos. Id contritos y arrepentidos, y confesad vuestras culpas, y escupid el veneno que lleváis dentro, hijos míos, ese odio, ese rencor de vuestros antepasados. Venid contritos, y levantad vuestros ojos a la Divina Majestad de Dios.
Yo hice mal por bien, pero lo reconocí tarde. Por eso quiero leer esta carta que llevo en mi corazón, la que los míos no me dejaron leer ante el pueblo, ni ante mis superiores. Yo quise dar testimonio, y sólo tendré paz ahora que os he leído esta carta, hijos míos. Yo me junté junto a ellos para maquinar la mentira, y abolir muchas veces la Ley de Dios.
Si no amáis a la Iglesia, hijos míos, ¿cómo habláis tanto de la Iglesia? Si yo con... (Luz Amparo manifiesta admiración ante lo que ve).
Algunos de vosotros, hijos míos, ha cogido los diezmos y primicias de la Iglesia. ¿Cómo hablas de la Iglesia, hijo mío, si sólo has robado a Dios? ¿Cómo hablas de secta, si la secta sois vosotros, hijos míos, que no queréis acercaros a la Iglesia y estáis separados de ella? Si no la amáis. ¿No veis la grandeza de Dios? La Santa Madre de Dios, la Virgen María, ha conseguido lo que quería. ¿No lo veis, hijos míos, que ha ido quitando todos los obstáculos que estorbaban en su camino para realizar lo que Ella quería? Y tened cuidado, que podéis ser vosotros los próximos, hijos míos. No difaméis ni calumniéis. Id a confesar vuestras culpas. Hijos míos, a alguno de vosotros os dije que qué equivocados estábamos, y seguís en la guerra y en la discordia.
Vengo a dar las gracias a estos ángeles que me han protegido y cuidado, a los que he sentido paz en los últimos días de mi vida junto a ellas, orando y consolando mi alma de esa tristeza tan terrible que había dentro de ella.
He gemido hasta llegar a leer esta carta que tenía dentro de mí. Aquí hay un paraíso, hijos míos, hecho con las manos de Dios, no con las manos del hombre, al que todavía no he llegado. Rezad por mí, hijos míos, y orad y haced sacrificios, para que pronto llegue a vestirme con la vestidura de la vida.
Y tú, hija mía, perdóname tanto daño como hice a tu corazón. Hice mucho daño, hija mía, mucho daño, y abrí una herida en tu corazón, de la que nunca podrás cerrar. Yo fui el promotor. No creí que podían llegar tan lejos... (Luz Amparo llora con dolor y desconsuelo).
Sí, hija mía, sí; yo fui el promotor…
Confesad vuestro pecado, almas corruptas. Yo fui el escarnio de tu corazón con todos ellos. ¿Cómo todavía, hijos míos, tenéis valor? Pedid perdón por vuestro pecado horrendo.
El Señor:
Besa el suelo, hija mía, por esos pobres pecadores... Perdónalos por todas las injurias, por todos los pecados que han cometido. El que a hierro mata... —aunque vine a rectificar las leyes—. Hija mía, Dios hará que paguen su castigo.
Saceerdote fallecido:
Ahora sí que siente paz mi alma. Gracias, hermanos míos, por todo el bien que habéis hecho a mi alma.
El Señor:
Sí, hija mía, sella tus labios. Esa herida no se cierra jamás. Y perdónalos. Te digo lo que le dije yo a mi Padre: «Perdónalos, que no saben lo que se hacen».
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales... Todos han sido bendecidos, para el día de las tinieblas.
Hija mía, esto conlleva el amor a Dios. Sé muy humilde, hija mía, ama a la Iglesia, a los obispos y a su Vicario.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 5 de julio de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hijos míos, aquí está vuestra Madre, la Virgen Pura Dolorosa. Mi Corazón sigue sufriendo por los pecados de la Humanidad. Los hombres no cambian. Cada día, el ser humano está más deshumanizado, y los hombres no quieren comprender ni entender los misterios de Dios, ni cumplir sus leyes. Por eso hago un llamamiento: sacerdotes de Cristo, despojaos del espíritu que os obstaculice en vuestro camino y no os siente bien, y regocijaos del Espíritu de Dios y aprended de Él su sabiduría y llenaos de Él, y explicad a las almas que esta vida no es el final de todo.
Muchas almas están confundidas, porque hay sacerdotes que confunden la doctrina, y creen que, con la muerte, aquí se acaba todo; por eso muchos, hijos míos, cuando llega este momento de este desenlace fatal, miran a su alrededor y no encuentran nada más que tinieblas y oscuridad; para ellos es un horror, un gemir y un sufrimiento. Y llegan ante Dios y Dios los manda a otro lugar, porque no han querido saber nada de Él, y por eso no pueden estar con Él; tienen que estar donde Él no esté, porque lo han rechazado y no han querido saber las verdades ni los caminos de Dios. Eso es terrible, hijos míos, cuando llega ese momento para estas almas.
Por eso os pido, hijos míos: arrepentíos, confesad vuestras culpas; amad a la Iglesia, hijos míos, que en ella hay un banquete que, si coméis de él, conseguiréis la vida eterna. Id a ella y amadla, y veréis la grandeza que hay en ella y la hermosura.
El Señor:
Hijos míos, sacerdotes que camináis por el sendero de Cristo, no os acobardéis, y enseñad a las criaturas las verdades que hay en el Evangelio. Y os pido a todos, hijos míos: sed mansos y humildes; con humildad conseguiréis no rebelaros contra Dios. El hombre quiere ser más que Dios, y cuántas veces he dicho que ¡nadie como Dios! El hombre se queda en lo humano y olvida lo divino, pero, cuando llega ante Dios, nada puede hacer, porque Dios tiene que aplicar su justicia; los hombres sólo piensan en su misericordia, y ¿dónde dejan la justicia de Dios? Dios os ama a todos, hijos míos, pero a todo el que quiere doblar la rodilla ante Él y pedir perdón de sus culpas.
Por eso os digo, hijos míos: venid a mí, todos los que estáis agobiados y todos los que tenéis angustia, que yo aliviaré vuestra carga y curaré vuestras angustias, hijos míos. No penséis que Dios no os ama, hijos míos; Dios os ama, pero ¿le amáis vosotros a Él? Por eso, hijos míos, en vuestra libertad, os salváis u os condenáis. Porque yo os quiero, hijos míos, pero no os obligo.
Por eso os pido, hijos míos, que busquéis a Dios, que todo el que busca halla. Y yo espero, como el padre pródigo, que llegue el hijo pródigo. Y cuando llegan los hijos pródigos a mí, los perdono y los visto con las mejores vestiduras y hago una fiesta en el Cielo; porque esas almas estaban perdidas y las he recuperado.
Por eso os pido oración y penitencia, hijos míos. Sin oración y sin penitencia, el hombre se deja arrastrar por las asechanzas del enemigo.
Sed muy humildes, hijos míos, y acudid a este lugar, que os daré la gracia de la conversión, y amad mucho a la Iglesia de Cristo, hijos míos, a su Vicario, y respetad a los obispos. Por eso sigo repitiendo que el que no deja a su padre, a su madre, a su hermano, a su hermana por mí, no es digno de llamarse hijo mío. Muchos han dejado el mundo, pero tienen tanto apego a las cosas carnales que aman antes a cualquier ser humano que al Creador.
Venid, hijos míos, que os espero con los brazos abiertos, para bendeciros y para perdonaros. Confesad vuestras culpas e id al sacramento de la Eucaristía; veréis cómo encontráis paz en vuestro espíritu. Sed humildes, hijos míos.
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para la conversión de los pobres pecadores…
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 2 de agosto de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Aquí estoy, hija mía, como Reina y Señora de todos los hombres. Yo soy la fuente de todo lo creado, fuera de la unidad de la Santísima Trinidad. Soy la chispa que Dios quiere que alumbre los corazones. Soy la Reina del Cielo. Soy el puente para que los hombres se acerquen a la Iglesia.
Y es lo que vengo a decir a los hombres, y lo que les he estado diciendo tantos y tantos años: que mi Inmaculado Corazón será el que reine sobre la Humanidad; que no olviden que soy la Madre de Dios, Corredentora con Cristo y Madre de todos los hombres. Los hombres quieren arrinconarme, no saben que es la hora de María. ¿Por qué los hombres son tan obstinados y se empeñan en hacerme desaparecer? ¿Cómo una madre no va a avisar a sus hijos la situación del mundo, y el peligro que los acecha?
El Señor:
¡Ah, hijos míos!, salid de la tiniebla, aquéllos que estáis atrapados por ella, y venid a la luz, pues la luz se ha hecho para alumbrar la tiniebla, no la tiniebla para alumbrar a la luz. Sólo un alma en tiniebla no puede discernir los frutos. Quedaos con los frutos buenos, hijos míos, y no seáis discordia y sembréis calumnia por muchos lugares. El que no está contra mí, está conmigo. ¿Por qué no aprovecháis todos los buenos frutos?
Hija mía, tú no sufras ni por la calumnia ni por el desprecio. Esto es de Dios, y lo que es de Dios nadie lo podrá derribar. Es el sello más seguro, la persecución y la calumnia, de que esta Obra es de Dios, hija mía. Sólo los ciegos, que viven en la oscuridad, no quieren abrir sus ojos para ver la luz. Pero, hija mía, tú sé fiel al «sí» que diste, y cuanto más persecución y más calumnia, más cierto es el sello de Dios.
Amaos unos a otros. Orad, hijos míos, haced penitencia y sacrificio por los pobres pecadores. Amad mucho a la Iglesia. Amad al Santo Padre. Todo el que ama a la Iglesia, como Cristo la amó, es perseguido, y muchos condenados a muerte, hijos míos. No desfallezcáis, hijos míos, que vuestra fe sea firme y vuestra caridad profunda, y que nadie os..., hija... (Luz Amparo muestra sorpresa).
Sí, hija mía, sí, así se dedican los hijos de la tiniebla a destruir las obras de Dios: de un lugar a otro sembrando discordia y cizaña.
Pero los hombres tienen que ser fuertes, y el que tiene a Dios nada tiene que temer. Yo odio la mentira, el engaño y la calumnia. Yo soy vuestro refugio. Y los que hoy os persiguen, un día estarán con vosotros.
Orad, hijos míos, y haced penitencia y sacrificio, pues los hombres se han olvidado que la penitencia y el sacrificio es lo que puede reparar los pecados de la Humanidad.
Y vosotros, sacerdotes, aquéllos que sois fieles testigos del Evangelio, sed firmes y valientes; convertid a las almas y orad mucho, para que los religiosos, religiosas formen jardines frescos y lozanos en los conventos, y no se acobarden. Las que sean fuertes, que se afiancen en Cristo y por Cristo, y no desfallezcan. Desde vuestros escondites, hijas mías, podéis salvar muchas almas, con vuestra oración y vuestro sacrificio. No os aletarguéis, hijas mías, orad y sacrificaos por los pobres pecadores. El espíritu se conserva fuerte con la oración, hijos míos. Sin la oración vuestra acción…
Luz Amparo:
(Ve a muchos rezando). ¡Oh! ¡Cuántos!
El Señor:
Mueven los labios, sí, hija mía, pero no sale la oración de su corazón. Es una oración pobre, pero, aun así, la recojo; la recojo y la aplico por los pobres pecadores. Pero mira la oración salida del corazón, hija mía, el fruto que tiene. ¡Cuántas almas han llegado a ver la Divina Majestad de Dios por la oración bien hecha y profunda! El mundo está necesitado de oración y de penitencia.
Todo lo he dicho, y a todos he avisado. ¿Qué más palabras puedo decir, hijos míos? No os hagáis los sordos, y escuchad mi mensaje.
La Virgen:
Acudid a este lugar, hijos míos, que recibiréis muchas gracias para vuestras pobres almas. ¡Pobres pecadores! Venid a mi Corazón y refugiaos en él, que yo os conduciré al Corazón de Cristo, y Cristo al Corazón del Padre, y todos juntos haréis morada en ellos.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantas ofensas como se cometen contra mi Corazón, y desprecios, hija mía…
Amaos unos a otros, hijos míos. La unidad de hijos de Dios... ¡Es tan bella esa unidad, hijos míos!
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos para los pobres pecadores... Todos han sido bendecidos.
Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 6 de septiembre de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hijos míos, aquí estoy otra vez, avisando a mis hijos, y dando un mensaje a todos los hombres. Los hombres cierran sus oídos a mis palabras. ¡Pobre Humanidad!
Sí, hija mía, los hombres dicen que no me encuentran; pero ¿cómo podéis decir, hijos míos, que no me encontráis, si estoy en el tabernáculo todos los días, pidiéndoos: venid a mí, que yo os consolaré? Hacedme una visita, hijos míos, que todos los días estoy solo y triste, viendo cómo camina la Humanidad hacia la destrucción. ¡Qué pena de hombres, y qué pena de sociedad! No me buscan, hijos míos, ¿cómo me van a encontrar? Si yo estoy aquí, para que todo el que venga contrito y arrepentido darle un abrazo de amigo. Venid a mí, hijos míos, que tenéis vuestras conciencias dormidas. ¡Despertad, despertad, hijos míos! ¡Cuántas almas se pierden porque no quieren escuchar la palabra de Dios!
Cada vez, la Humanidad se mete más en las pocilgas cenagosas de la inmoralidad. ¿No os da pena de vuestro Jesús, hijos míos? ¡Qué tristeza sienten nuestros Corazones, cuando damos gracias a raudales y los hombres las pisotean, como pisotean mi Sangre, cuando el hombre va diciendo que el Infierno no existe! Yo les hablo de mi misericordia, pero también les hablo de mi justicia. «¿Quién se salvará?», les digo hace muchísimos años, hija mía: los que guarden mis mandamientos.
Yo no soy un padre castigador; los hijos son los que ofenden a mi Divina Majestad. ¡Hijos míos, si yo os estoy dando fuentes de gracias, para que vayáis a beber y para que no os perdáis y estéis eternamente conmigo!
Ya os he dicho todo, hijos míos, y sigo repitiendo y repitiendo a los hombres el mismo mensaje: amor entre unos y otros, compasión a mi Divino Corazón y al de mi Pura e Inmaculada Madre, que está rodeado de tantas espinas, de tantas espinas de aquellas almas escogidas que confunden a los hombres. ¡Ay de todos aquellos fariseos que confunden la palabra de Dios! ¿Cómo vais a ver la luz, hijos míos, si muchos de vosotros estáis en tinieblas, llenos de lujuria y de pecado? La luz alumbra a la tiniebla, lo he dicho muchísimas veces, hijos míos; pero la tiniebla a la luz no alumbrará nunca.
Ya he dicho todo, hijos míos, ¿qué más puedo decir? Arrepentíos, hijos míos, confesad vuestras culpas y haced sacrificio y penitencia.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo, y por tantas ofensas a nuestros Corazones…
Sacrificio pido y penitencia. Amaos unos a otros y que vuestras conciencias no se duerman. Estad despiertos, hijos míos.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para la conversión de los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 4 de octubre de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Aquí estoy, hijos míos, llena de amor y de misericordia. Mi Corazón rebosa de amor por los hombres, pero los hombres, cada día, están más fríos y más distanciados de las cosas de Dios, hija mía.
El Señor:
Amad mucho, hijos míos, amad a los que os persiguen, pedid por ellos; a los que os calumnian, a los que os difaman, seguid rezando por ellos. No tiene mérito orar por los que os aman; el mérito está en pedir, orar y hacer sacrificios por los que os desprecian. El amor es vida, hija mía, el amor es redención.
Los hombres, hija mía, están tan obstinados que no ven ni oyen; hacen mofa de mi palabra, de mis gracias; ¿no lo ves, hija mía, que el hombre está ciego y sordo? ¿¡Hasta dónde quiere, el hombre, que todo un Dios esté dando avisos!? ¿Hasta cuándo? Dicen los hombres que no hace falta manifestarse, que el mundo está en muy buenas condiciones.
¡Corazones fríos, ingratos, fariseos!, ¿hasta dónde habéis llegado? Quitáis de mi Evangelio lo que os conviene, hijos míos, y añadís, también, lo que os place. El Evangelio es uno, hijos míos. El Evangelio no es metáforas, es una realidad. Cuando toca morir, hay que aceptar la muerte, y cuando toca resucitar, hay que aceptar la resurrección. Pero no lo dejéis todo en gloria y en resurrección, sin pasar antes por la purificación y por la muerte.
Antes, nuestros Corazones tenían donde refugiarse, porque las almas estaban llenas de fuego y su corazón estaba lleno de amor; y ahora las almas están frías, aletargadas. Despertad de ese letargo, hijos míos, amad nuestros Corazones. No hagáis mofa de mis palabras, ni de mis leyes las confundáis. Os lo he repetido muchas veces, cuando me habéis preguntado quién se salvará: el que cumpla mis mandamientos. Cumplid los mandamientos, hijos míos, y os salvaréis.
Todo un Dios, amante de las criaturas, y ¿todavía estáis ciegos y sordos? ¡Más señal, hijos míos, que os dejé! Las señales en mi cuerpo están patentes, hijos míos, del amor que tuve a los hombres, y los hombres sólo piensan en sí mismos, en funcionar en el mundo.
¡Hay mucho trabajo, hijos míos! Todos: laicos, religiosos y sacerdotes, hay mucho trabajo y pocos operarios. Las almas están cada día más tibias y no aceptan las leyes de Dios; las pisotean y se ríen. ¿Cómo todo un Dios no va a estar presente de sus criaturas, si el mundo, cada día camina hacia la destrucción? Mis palabras van a ser cortas, hijos míos, os lo vengo avisando, porque todo está dicho, todo, desde el principio hasta el fin. Os he venido a recordar el Evangelio, tal como está escrito; no me añadáis ni quitéis nada de él. ¡Ay del que añada y quite!
Amad a la Iglesia, hijos míos, amad al Vicario de Cristo, mártir de ella. El Vicario de Cristo es un mártir de la Iglesia; no hace falta que muera para saber que es mártir; obedecedle, hijos míos. Todos tenemos que obedecer.
Luz Amparo:
Sí, Señor, todos tenemos que obedecer. Yo quiero obedecer a la Iglesia, y amarla. Por eso te pido, Señor, que me ayudes a saber cómo tengo que comportarme con ella.
El Señor:
Obedece, hija mía, como hasta ahora has obedecido. La obediencia es la señal de la Iglesia, de que la amas y la proteges; por eso —repito—, que todos tienen que obedecerla, que el que no obedezca a la Iglesia y la proteja y la ame, no es digno de llamarse hijo mío. El que vive para sí mismo y está en el mundo, no se puede llamar que está al servicio de mi Iglesia, ni que ama a mi Iglesia. Amadla todos juntos, porque el que no está conmigo está contra mí, y el que está conmigo no está contra mí.
Vosotros, hijos míos: es un momento de recoger frutos, pues cada día los hombres están más distanciados y sus oraciones son más superficiales. ¡Ay, hijos míos, cuántos apegos del mundo y de las cosas que hay en él! Despojaos de todas las cosas del mundo, y no tengáis apego a las cosas materiales. Laicos, sacerdotes y religiosas: sed flores frescas, quiero lozanía en vosotros; no quiero que os marchitéis aquéllos que todavía permanecéis frescos. Seguid adelante, hijos míos, para que nuestros Corazones encuentren un refugio en vosotros.
Y ¡ay, padres, que no educáis a vuestros hijos en el santo temor de Dios! Que vuestra doctrina es el mundo, y los inculcáis para el mundo. Madres, que os salvaréis por vuestros hijos, pero también os podéis condenar por ellos y con ellos por inculcarles y no corregirles. Enseñadles que tienen que amar a Dios, que es el primer deber del cristiano; si no, se quedarán en lo temporal. Y muchas madres adoctrinan a sus hijos para conducirlos por el mundo... ¡Ay de vosotras, que los tapáis y los conducís por el camino de la perdición, porque queréis que vuestros hijos tengan libertad! Esa libertad, en cuanto salen de vuestras casas, la convierten en libertinaje.
Enseñadles la primera carrera, hijos míos, que es el Evangelio. Os preocupáis, cada uno, de que vuestros hijos tengan la mejor carrera, de que vayan para acá y para allá, pero no les inculcáis que lo primero de todo, y por encima de todo, están sus almas, y cuando les mandáis que cumplan con los mandamientos y oren, sienten rechazo y fastidio. ¿Quién es culpable de todo esto, hijos míos?: las madres, muchas veces las madres, que no queréis que vuestros hijos sean de Dios y para Dios. ¡Qué pena de hijos!; ¿para qué los enseñáis, hijos míos? Toda esa juventud, mira, hija mía, se queda en lo que pasa. Todo lo de aquí pasa. La eternidad no pasa, es eterna.
Todo se queda aquí, hijos míos. Las herencias, las cosas materiales no podéis bajarlas al sepulcro, hijos míos. Las madres se afanan para que los hijos tengan carreras y vivan las cosas del mundo; y ellos están fatigados y agotados para dejarles herencias y riquezas, que sólo les sirve luego para contiendas y para guerras, y a muchos para condenación; porque no les hacen comprender y entender que tienen que trabajar, cada uno, para formar su hogar; ya se lo dan todo preparado.
¿Qué hacéis con los hijos, padres? Enseñadles a caminar por el sendero de Cristo, y luego, lo demás, no os preocupéis tanto por ello; porque las madres abolís las leyes de Dios para vuestros hijos y les dais libertad con tapujos y mentiras para su condenación. Enseñadles a vivir cristianamente, como buenos hijos de Dios, y preocuparos primero por el alma y después por su cuerpo.
Muchos de vosotros no hacéis nada más que amontonar, amontonar, y no sabéis, luego, ni quién lo va a disfrutar, ni para quién lo dejáis, si puede ser para la condenación de vuestros propios seres queridos…
Amad a Dios y al prójimo como a vosotros mismos, pero no digáis nunca que amáis a Dios, si no amáis a los que están cerca de vosotros, que los veis con vuestros propios ojos. No podéis amar a Dios, que no le veis, si no amáis a los que estáis viendo diariamente.
La Virgen:
Hijos míos, ¡qué pena de mundo, porque los hombres se han olvidado de lo más importante, de lo eterno, y viven sólo de lo que pasa, y se quedan en el tiempo! Mis palabras serán pocas, las próximas, hijos míos. Seguid acudiendo a este lugar, porque recibiréis gracias muy especiales en las bendiciones, aunque mis palabras sean cortas; porque todo lo que he dicho se cumplirá.
Y prometo a todo el que rece este mes el santo Rosario con devoción, le prometo paz en su hogar, armonía; y meditando bien las palabras de los misterios: salir al encuentro en la hora de su muerte. Vendré toda vestida de luz, para acogeros, hijos míos. Os lo promete la Madre de Dios y Madre vuestra.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos para el día de las tinieblas…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 1 de noviembre de 1997, primer sábado de mes

Festividad: Todos los Santos

Prado Nuevo (El Escorial)

La Virgen:
Hoy vengo, hija mía, con el manto de oro, con todos los santos y con los bienaventurados; muy en especial por todos aquéllos que se han convertido en este lugar. Hoy estarán presentes con todos vosotros. Mira las gracias, hija mía, y mira para qué sirve la gracia…
Por eso hago un llamamiento a mis sacerdotes, aquellos sacerdotes entregados, frescos y lozanos, a religiosos y religiosas: sed firmes, hijos míos, y sed fieles a vuestra vocación. Y pido a esos sacerdotes que unan sus corazones a los corazones de los fieles en Dios; y que sean manantiales santos, para ayudar a los pobres pecadores. Quiero que sufran con los que sufren y participen de la alegría de los que son felices. Sacerdotes queridos por nuestros Corazones: sed luchadores de la Iglesia de Dios.
Sabéis que la Iglesia es el tesoro más grande que Jesucristo puso para las almas, y que hay manantiales divinos en ella, y almas que están sedientas para beber de esas fuentes. Vivid vuestro ministerio, hijos míos, conquistad a las almas. Hay mucha necesidad de que el sacerdote conquiste a las almas. Sed obedientes al Santo Padre, hijos míos, obedeced a los obispos. Vuestra obediencia será la que guarde vuestra vocación, porque la fidelidad ante Dios, hijos míos, es lo más importante.
Mis palabras se van acortando, porque, hijos míos, todo lo he ido recordando: el Evangelio, palabra por palabra, para que a los hombres no se les olvide. Tú, hija mía, piensa que estás para sufrir, y que los enemigos más dolorosos son los que más cerca están de ti. No sufras porque esas almas se hayan ido, hija mía. Al final ha triunfado el demonio en ellas, porque se han dejado conducir por él. Tú les diste confianza, hija mía, y ellas, a cambio, te han clavado el aguijón; pero el demonio está moviendo el Infierno entero contra esta Obra; pero Dios está por encima de todas las cosas, hija mía. Esa traición que han hecho en esta Obra, hija mía…
Dios es el autor de dar y quitar las gracias. La infidelidad de un alma es muy grave. ¡Cómo, con engaños y mentiras, el demonio las ha deslumbrado! No hay nada, hija mía, oculto aquí. Que nada te asuste; son venganzas que el demonio mete en las almas, pero todo está cristalino y transparente.
Te calumniarán, te ultrajarán, te levantarán falsos testimonios; ¿no te lo he dicho? Y sabes, hija mía, que te lo he repetido últimamente muchas veces. Claro, hija mía, el demonio los deja ciegos, y les hace ver donde no hay; y él no se fue solo, arrastró a un montón de almas.
Ha sido mejor, hija mía, que se vaya ese alma que intentaba arrastrar a las demás. ¡Si Dios saca de los males bienes, hija mía!... Lo mejor que ha podido pasar. Tú diste confianza, amor y cariño, y te devuelven desprecios, calumnias y mentiras. Pero yo te he enseñado a no luchar contra el enemigo, sino a dar bálsamo, caridad y amor. La lucha no es buena, hija mía; sólo para vencer el pecado. Tú refúgiate en nuestros Corazones y nuestros Corazones te protegerán, hija mía.
Luz Amparo:
¡Ay, Señor, si yo no tengo nada que darte! Nada, Señor…
El Señor:
Tienes algo muy grande, hija mía: el sacrificio para los pobres pecadores; eso es algo grande. ¡Cuántos pecadores se han convertido, hija mía! Mira cómo gozan de la presencia de Dios... Hoy, muchos de ellos, estarán presentes en este lugar. ¿Ves, hija mía, cómo se ven los frutos? Esto es lo que te tiene que alegrar; pero no te inquietes, hija mía. Y el que se va de esta Obra es porque no la ha amado ni la ama, y lo mejor de todo es que salga de ella. Un alma infiel en ningún lugar permanecerá en paz.
Mis mensajes se van acortando, hija mía, pero mi bendición estará presente en todos vosotros.
Que nada te angustie. Tú les has dado amor, dulzura y comprensión, y ellas, a cambio, te clavan el aguijón y seguirán, hija mía, intentando clavarlo; pero Dios está por encima de las cosas. Y ¡ay de aquél que critique y levante falsos testimonios contra esta Obra! ¡Ciegos, más que ciegos, que al final os habéis dejado arrastrar por la astucia de Satanás! ¡Ay, hija mía, cuánto les he dado a estas almas, que las he sacado de la tiniebla para llevarlas a la luz, y cómo el demonio las ha cogido! Una arrastra a la otra, como hizo él mismo arrastrando a millones de ángeles. ¿Sabes por qué, hija mía? Por falta de oración y de sacrificio. Reza y sacrifícate por ellas.
La Virgen:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para la salvación de vuestras almas…
Hoy será un día muy importante, porque los santos se comunicarán con vosotros por medio de la oración, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Mensaje del día 6 de diciembre de 1997, primer sábado de mes

Prado Nuevo (El Escorial)

El Señor:
Hija mía, te dije que mis palabras iban a ir acortándose, porque todo lo tenía dicho. Sólo pido que aprovechen los frutos de este lugar, que haya pastores donde las almas puedan acercarse al tribunal de la Penitencia; que no desaprovechéis los frutos, hijos míos. Las almas llegan sedientas y hay que darles de beber de la gracia de la Penitencia y de la Eucaristía. Enséñales a amar a la Iglesia, hija mía. Muchos vienen enfermos de cuerpo, pero más vienen enfermos de alma. Quiero médicos de alma más que de cuerpo. Aprovechad los frutos, hijos míos.
Hijos míos, os dije que seréis perseguidos, y así es. Hay un sembrador de cizaña que va de boca en boca sembrando la cizaña, la calumnia y la mentira. Yo, el Hijo de Dios vivo, me veré obligado a aplicar mi justicia implacable sobre la injusticia, sobre el odio y la mentira. Tú pide por esas almas, hija mía, especialmente por ésta que te voy a enseñar; te la enseño para que pidas por él. Es el que siembra cizaña, discordia y mentira, pero ¡amo tanto su alma, porque también derramé mi Sangre por ella! Haz sacrificio y penitencia, para que vea la luz, hija mía. Está obsesionado en la tiniebla y no quiere ver la luz; es obsesión la que tiene, hijos míos, y nada será bueno de lo que hagáis.
Luz Amparo:
Yo te pido, Señor, que descargues tu justicia sobre mí, y no sobre él; es un alma a imagen y semejanza tuya. Yo repararé sus pecados, sus incomprensiones y su falta de caridad y amor. Ya sé quién es.
El Señor:
Te la he enseñado para que pidas por ella, hija mía. Ora y haz sacrificios, para que vea la verdad.
Luz Amparo:
Carga sobre mí tu justicia, Señor, que yo la acepto; para eso me escogiste.
El Señor:
Y otras almas que las gracias las rechazan, hija mía…
Luz Amparo:
¿Quiénes son todas ésas que hay en esa parte, Señor?
El Señor:
Son matrimonios, hija mía, que no han cumplido con sus deberes; han sido malos cristianos.
Luz Amparo:
¿Y son castigados tan fuertemente?
El Señor:
Sí, hija mía, son castigados porque no tienen dolor de contrición, porque ellos no le dan importancia al pecado del matrimonio, y en el matrimonio, la mayoría de ellos, viven de la concupiscencia de la carne, cometen aberraciones, hija mía. Ya te lo he dicho muchas veces, pero ahí, hija mía, el demonio no toca ese tema, y por ahí no se dan cuenta que, si el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, los actos tienen que ser morales, limpios; no vivir bajo esa concupiscencia que les trastorna los sentidos.
En la pareja, hija mía, tiene que existir la unidad, el diálogo, el amor. Ya te lo he dicho muchas veces; por eso, sin darse cuenta, mira cuántos hay en ese lugar; el demonio los tapa bajo la apariencia de que el uno es del otro, pero no para respetarse y amarse, sino para cometer barbaridades, hija mía. Pide mucho por ellos, porque la mayoría de los matrimonios no se dan cuenta de estos pecados feos e impuros.
Acudid a este lugar, hijos míos, que os bendeciré cada vez que llegue a presentarme ante vosotros. Mi bendición seguirá, hijos míos, aunque mis palabras se acaben.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.