Primera «entrevista» en privado
Transcurría el otoño de 1985. Por aquel entonces, Amparo Cuevas, siguiendo los deseos de la Iglesia Diocesana, manifestados a través de su arzobispo D. Ángel Suquía, ya no acudía a dirigir con la multitud el rezo del santo Rosario en Prado Nuevo. Aprovechaba en cambio las últimas horas del sábado, para recibir a los peregrinos que manifestaban deseos de hablar en privado con ella. Aunque yo llevaba tiempo acudiendo a Prado Nuevo, nunca había llegado a hacerlo de este modo. Con este deseo, acudí pues sobre las cuatro de la tarde, a sabiendas de que ella solía hacerlo, casi siempre, a las cinco.
Me entretuve en el tiempo de espera charlando con unos amigos (también peregrinos), precisamente en la misma habitación de aquel viejo local donde ella solía recluirse para recibir estas visitas privadas.
«¡Dios mío, esto parece un jardín!»
Pocos minutos antes de las cinco, llegó Amparo, y con la confianza y el respeto de siempre, todos salimos de allí dejando libre aquella misma habitación. Una pequeña fila de media docena de personas aguardaba ya su turno para poder hablar con ella. Yo me puse a la cola y después de hora y media, aproximadamente, entré de nuevo en dicha habitación.
Apenas había traspasado la puerta, una gran bocanada natural de exquisito perfume inundó el ambiente. Casi atolondrado, sólo se me ocurrió exclamar: «¡Dios mío, esto parece un jardín…!». Sí, la misma habitación que antes yo había abandonado sin olor alguno, ahora estaba llena de una fragancia embriagadora… A mi exclamación, Amparo no respondió con comentario alguno. Envuelta como estaba en su toquilla, con las manos recogidas sobre la vieja mesa de madera, siguió en silencio.
Confieso que días antes, yo había tratado de preparar mentalmente la entrevista, recordando los puntos clave que quería tratar, a tenor con sus revelaciones y todo lo que sabía de ellas.
Inicié la conversación preguntándole con todo respeto y franqueza en qué modo y de qué manera recibía ella tales visiones. Ella contestó con humildad y paciencia a todas mis preguntas, sin alarde alguno de protagonismo y en tono de voz más bien bajito y tan sencillo que, a veces, tenía que esforzarme para entender.
Una operación «quirúrgica» espiritual
No más de quince minutos creo que pudo durar mi intervención, al término de la cual fue ella quien comenzó a hablar, dejando evidenciar un conocimiento de mi propia vida, en lo que, única y exclusivamente se refería a Dios. Ni alteró el tono de su voz, ni hubo por su parte gesto alguno que rompiera la normalidad.
Sin dolor alguno que excediera lo necesario, puedo asegurar que fue una operación «quirúrgica» espiritual, donde el bisturí cortaba sin errar, y siempre en pos de la verdad, suavizada entre los pliegues de la caridad.
Fue toda una «radiografía» de mi vida pasada, con detalles que sólo yo podía conocer. Fue un recorrido perfecto señalando los puntos concordantes o discordantes de mi vida, en relación con los planes divinos que Él tenía sobre mí. La sensación que produce el verte de improviso perforado por un ser tan humilde, tan sencillo, tan poca cosa…, no es fácil de expresar. Yo, que pensaba haber guiado el curso de la entrevista, confieso que empecé a sentirme pequeño y desbordado.
Firmeza y lucidez
En años pasados de mi juventud, conocí sacerdotes y directores espirituales insignes y afamados. Alguno de ellos ya camino de los altares. Pero, muchas veces les vi dudosos y zigzagueantes a la hora de aconsejar. Esta pobre mujer no sólo mostraba firmeza, sino también lucidez para hablar del futuro, en la medida en que nuestro camino se va dirigiendo a Dios a través de los acontecimientos.
Fue una entrevista inolvidable. El correr de los años lo ha ido confirmando; la clarividencia de una sencilla mujer, casi analfabeta, no dejaba otra opción: me encontraba ante un ser muy pequeño en el que se manifestaba la infinitud de Dios. Ya desde el principio, aquella bocanada de perfumes que me invadió, sin causas naturales, me hizo pensar claramente en una presencia muy especial de Dios.
Emocionado como estaba, me pareció conveniente, a la hora de salir, «disimular» mi aspecto…, ya que traspasada la puerta, allí esperaban otros peregrinos que nada sabían de la emoción de aquella entrevista que ya, para los anales de mi vida, se convertiría en algo inolvidable.
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Puede leer otros artículos publicados de la revista Prado Nuevo en este enlace. El contenido de este artículo pertenece al libro de Neftalí Hernández, "Prado Nuevo. Treinta años de historia en la pluma de un testigo directo" [Madrid, 2014].