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V Domingo del Tiempo Pascual (C)

 

 

V DOMINGO DE PASCUA (C)

          Texto del Evangelio (Jn 13, 31-35): «Cuando salió, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros”».

 

 

LECTURA ESPIRITUAL Y HOMILÍA

 Del libro de la «Imitación de Cristo»

El maravilloso efecto del Divino Amor

          «Gran cosa es el amor y el mayor de todos los bienes. Él solo hace ligero todo lo pesado, y sufre con igualdad todo lo desigual, pues lleva la carga sin fatiga y hace dulce y sabroso todo lo amargo. El nobilísimo amor de Jesús nos anima a hacer grandes cosas y siempre nos mueve a desear lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido en cosas bajas. El amor quiere ser libre y ajeno de toda afición mundana, para que no se impida su afecto interior, ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal, ni caiga por algún daño o pérdida. No hay cosa más dulce que el amor, ni más fuerte, ni más alta, ni más espaciosa, ni más alegre, ni más cumplida ni mejor en el Cielo ni en la Tierra. Porque el amor nació de Dios y no puede descansar con nada de lo creado, sino con el mismo Dios.

          El que ama vuela, corre, alégrase, es libre, y no es detenido; todas las cosas da por todo, y las tiene todas en todo, porque descansa en el único Sumo Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien. No mira a los dones, sino vuélvese al dador de ellos sobre todos los bienes. El amor muchas veces no sabe modo, mas se inflama sobre todo modo. El amor no siente carga, ni hace caso de los trabajos, antes desea más de lo que puede. No se queja que le manden lo imposible, porque cree que en Dios todo lo puede. Pues tiene poder para todo y muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no ama desfallece y cae. El amor siempre vela, y durmiendo no se adormece, fatigado no se cansa, angustiado no se angustia, espantado no se espanta; sino que como viva llama y ardiente luz, sube a lo alto y se remonta con seguridad. Si alguno ama, conoce lo que dice esta voz: gran clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto del alma que dice: Dios mío, Amor mío, Tú eres todo mío, y yo todo Tuyo (…).

          El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y ameno; fuerte, sufrido, fiel, prudente, constante, magnánimo, y nunca se busca a sí mismo, porque si alguno se busca a sí mismo, luego cae del amor. El amor es circunspecto, humilde y recto; no es regalado ni liviano, ni atiende a cosas vanas; es sobrio, firme, casto, tranquilo y recatado en todos sus sentidos. El amor es sumiso y obediente a los Prelados, y para sí mismo vil y despreciable; para con Dios devoto y agradecido, confiando y esperando siempre en Él, aun en el tiempo cuando no le regala, porque ninguno vive en amor sin dolor.

El que no está dispuesto a sufrir todas las cosas y estar a la voluntad del amado, no es digno de llamarse amador. Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el amado todo lo duro y amargo, y no apartarse de él por cosa contraria que le acaezca» (Libro III, Cap. 5).

 

Homilía

          Este mandamiento, aunque había sido de todos tiempos, se llamaba nuevo, porque Jesucristo lo establece nuevamente elevándolo a una nueva perfección, poniendo el amor que Él tuvo a los hombres por regla y pauta del que sus discípulos se debían tener los unos a los otros, y dejándoselo por distintivo y carácter de los cristianos y divisa de la ley nueva del Evangelio. Lo llama nuevo para mostrar lo que debemos tener siempre presente como una cosa nueva. Para los días difíciles de la separación, les deja un mandamiento que hasta cierto punto es el último legado que el Maestro hace a sus discípulos antes de partir, es el precepto de amarse los unos a los otros: este mandamiento recibe el epíteto de «nuevo».

            Así pues, los fieles forman una comunidad, cuya fuerza de cohesión es el amor mutuo.

            El Testamento de Jesús a sus discípulos es el precepto del amor, que Él llamó un nuevo precepto. Que se amen como Él los ha amado, incluso a los enemigos, sin distinción de pueblos y de raza.

            Un mandato nuevo os doy: que os améis los unos a los otros. Lo llamo un mandamiento nuevo, porque este mandamiento es el principal en el Nuevo Testamento, es el característico, recomendado por Jesucristo con sus palabras, con sus ejemplos.

            Este mandamiento constituye la señal y el símbolo de los cristianos. De ahí que Tertuliano ya en el siglo II escribía que los gentiles admirándose de este muto y recíproco amor de los cristianos, acostumbraban exclamar: mirad cómo los cristianos se aman y cómo entre ellos el uno se muestra dispuesto a morir por el otro, y cómo no los separa ni la lengua ni la patria, antes bien les une el nombre de cristianos. Éste es aquel amor, aquella caridad que si se observase entre todos no se daría otra nación tan feliz, tan bienaventurada como la cristiana, de tal manera que no habría otra más fuerte ni más poderosa.

          Como yo os he amado, que os améis los unos a los otros. Siendo Dios, tomé por amor a vosotros la naturaleza humana, para enseñaros, salvaros y haceros bienaventurados. Del mismo modo, vosotros abajaos, para ayudaros y socorreros mutuamente. Yo os lavé los pies para que vosotros hagáis lo mismo los unos con los otros; yo me entregué en la Eucaristía como alimento para vuestras almas, alimentad también vosotros a los necesitados; yo por vosotros fui crucificado y muerto, también vosotros estad dispuestos a dar la vida por vuestros hermanos; yo os amé sin méritos vuestros precedentes cuando eráis mis enemigos, os amé no buscando mi utilidad sino vuestra salvación, os amé hasta la efusión de mi sangre por vosotros, os amé de tal manera que no rehusé a nada por humillante y doloroso que fuera, si era útil para vosotros. Haced lo mismo los unos por los otros. Así hablan san Juan Crisóstomo y san Cirilo. Esto es lo que enseña san Juan en su Carta primera (cf. 1 Jn 3, 16). Con esto conocemos la caridad de Dios, en cuanto Él entregó la vida por nosotros. También nosotros debemos amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.

          Mi escuela es una doctrina y una disciplina de amor, mi escuela es la academia de la caridad. Si me queréis oír y tener como doctor, si queréis alistaros, matricularos como discípulos, amaos los unos a los otros.

            El que ama al prójimo ha cumplido la ley (cf. Rm 13, 8). Así fueron los primitivos cristianos, de los cuales nos dice san Lucas: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común» (Hch 2, 32), por la caridad que les animaba.

            Y terminamos con esta bellísima y sencilla comparación: en un círculo, cuanto las líneas se acercan más al centro de la circunferencia más se acercan las unas a las otras; del mismo modo, cuanto más se apartan y se alejan del centro más se alejan, se apartan las unas de las otras. De la misma manera, cuanto más se acerca uno al amor de Dios y de Jesucristo, tanto más se acerca al amor del prójimo, y cuanto más se aparta del amor de Dios, tanto más se aparta del amor al prójimo. Dios es el centro del mundo, y por tanto ha de ser el centro de nuestro amor y de nuestro corazón; los prójimos son las líneas que van al centro. En el Señor se reúne, se junta todo amor a los prójimos: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40), «pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4, 20).

(J. Codina, Homilías de actualidad)

 

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